Viernes 21 de Agosto de 2020


EL MOVIMIENTO ANTICUARENTENA EN CLAVE GLOBAL


Habrás notado que con la pandemia y las medidas de aislamiento desembarcaron un paquete de teorías conspirativas, proclamas absurdas y concentraciones ciudadanas contra las autoridades estatales.


Es un fenómeno global

 


Las protestas contra las medidas de aislamiento –ya sea cuarentena, distancia social o simplemente la obligación de usar mascarillas– han brotado en diferentes lugares del mundo. Estados Unidos ha sido un caso particular, donde el Presidente acompañó activamente los reclamos para “liberar” estados bajo cuarentena; algunas de ellas fueron financiadas por redes conservadoras y funcionaron como escenario para el salto a la popularidad de movimientos terroristas como el llamado Boogaloo, que cayó a algunas de las marchas con armas y pancartas pidiendo por una segunda guerra civil. Pero no fue solo en Estados Unidos. Decenas de miles de alemanes coparon Berlín a principios de mes. España, Francia, Reino Unido, Italia, Brasil, Australia, India, Corea del Sur, entre otros países, también tuvieron las suyas.


Discursos sobre la restricción de libertades, frases como “la cura no puede ser peor que la enfermedad”, teorías conspirativas acerca de que el virus fue creado en un laboratorio por Bill Gates, o propagado por torres 5G, o como parte del plan de un Nuevo Orden Mundial también se globalizaron. Se trata de un movimiento transnacional.


Es heterogéneo


Las movilizaciones son un crisol de sectores, demandas y perfiles. Los manifestantes van solos o en grupo, pueden ser de izquierda o de derecha, estar a favor o en contra del gobierno. Hay pancartas antivacunas, libertarias, fascistas, ecologistas, hippies y anarquistas. La tendencia se repite en buena parte de las marchas globales.


Las protestas sociales por lo general tienden a la heterogeneidad, pero en este caso el contexto de pandemia, su masividad y resonancia, genera un espacio donde cada uno de los manifestantes o colectivos puede proyectar sus propias creencias, sospechas, verdades e inseguridades. De ahí la confluencia entre sectores y discursos tan disímiles. Es el virus de la China comunista y el de los humanos que no paran de arrasar con el planeta. El que aprovechan los judíos para aumentar ganancias o el gobierno para mantener encerrados a sus gobernados. Y eso sumado a un clima de hartazgo y ansiedad que afecta al conjunto de la sociedad. 

Sin embargo no resulta casual que sean los elementos más extremistas los que se destacan en el análisis y cobertura de las movilizaciones.


El movimiento es un caldo cultivo ideal para la ultraderecha

Volvamos al contexto. No hay nada que genere más incertidumbre que una pandemia. Casi de un momento a otro nos cayó un virus que no entendemos bien cómo o dónde nació, pero nos cambió la vida. Hay algo más aterrador que eso, y es que no sabemos cuándo va a terminar, cuándo volverá la normalidad y cómo va a ser. Tenemos miedo, ansiedad, hartazgo, bronca. Las movilizaciones anticuarentena condensan en gran medida estas emociones. 

Las explicaciones sencillas, los chivos expiatorios, las teorías conspirativas, las promesas de refugio –en nuestra identidad, en un pasado glorioso– son particularmente atractivas en un contexto signado por esa incertidumbre. Las fuerzas de ultraderecha buscan capitalizarlo a través de sus narrativas y marcos interpretativos –frames– en relación a la pandemia.


Un estudio que analizó estrategias de framing de seis grupos de ultraderecha europeos ante la pandemia encontró estos marcos comunes:

  1. Migración: la difusión del Covid como resultado de los procesos migratorios sin control. 

  2. Globalización: la difusión del Covid como consecuencia de las agendas liberales y el multiculturalismo.

  3. Gobernanza: el impacto de la pandemia como resultado de una mala gestión estatal.

  4. Libertad: el Covid como una herramienta para la expansión desbocada del Estado.

  5. Resiliencia: la capacidad de los simpatizantes de ultraderecha para enfrentarse a la adversidad planteada por el virus gracias a su fortaleza individual y social.

  6. Conspiración: la pandemia como una distracción deliberada, una pantalla para evitar hablar sobre otras agendas, que engaña a la gente en relación al virus y su origen.

Cuanto mayor capacidad tengan estos grupos para instalar sus marcos interpretativos, sus formas de ver la realidad pandémica, mayor las chances de capitalizarlo y hacer atractivos sus discursos. El movimiento anticuarentena brinda un espacio propicio para tal emprendimiento.


La cobertura importa


Las coberturas periodísticas de las movilizaciones que se limitan a entregar el micrófono para la indignación de su audiencia contribuyen tanto a amplificar la causa –y extensión– del movimiento como a exaltar sus componentes más radicales.

 

El dilema también es global. Uno de los mejores argumentos los leí en esta nota de EEUU, que critica la cobertura tipo zoológico, donde el periodista va a cubrir las protestas como si fuese un fotógrafo que se adentra en la Sabana. Se trata de una cobertura que naturalmente va a priorizar a los manifestantes más exóticos, que reproducen las posturas más radicales –que, por cierto, mejor se adaptan al framing propuesto por la ultraderecha–. El solo hecho de responder a tales posturas, ya sea para rebatirlas o contrastarlas con información oficial, corre el riesgo de aceptar la equivalencia de los dos lados y crea la falsa ilusión de un debate en un contexto donde el agotamiento con la cuarentena crece. Este tipo de cobertura, además, genera un cúmulo de fotos, videos y memes que al reproducirse por la web distorsiona la percepción sobre la magnitud de la marcha.


Esa distorsión es particularmente útil a la narrativa de la mayoría silenciosa –la idea de que hay un conjunto de la población que es silenciado o no es tenido en cuenta pero que representa un porcentaje mayor al que se cree– cuando en realidad se trata de una minoría ruidosa.


Le pregunté a Franco Delle Donne, especialista en comunicación política y autor de Epidemia Ultra. La ola reaccionaria que contagia a Europa, sobre este tema. “Es muy fácil quedar como un publicista de la extrema derecha–me respondió–. Lo importante es no ayudar a la transmisión de los frames, que activan determinadas relaciones que nuestro cerebro establece de manera inconsciente. Por ejemplo cuando se repite constantemente que un inmigrante es un potencial criminal. Ahí generamos, sin quererlo, ciertas relaciones entre esos campos semánticos que se cristalizan y terminan siendo parte de una visión de la sociedad sobre un determinado grupo”.


Franco me dijo que este festival de fragmentos sobre frases tan delirantes como fascistas se conoce como Far Right Porn, pornografía de la ultraderecha. “Cuando se muestran los elementos más brutos y llamativos de estos movimientos activan un morbo tanto para los afines como para los que están en contra, que necesitan alimentar su indignación. Pero en el medio queda la mayoría, que quizás no tiene una posición tomada. Ese morbo puede activar determinados frames preexistentes que quizás no se hubiese dado de no haber visto este tipo de videos”. La ultraderecha intenta atraer a esta audiencia mediante una estrategia de provocación estratégica.


La perspectiva siempre ayuda; es cuestión de invocarla. El movimiento anticuarentena es minoritario. Las fuerzas de ultraderecha, por lo demás, no han registrado un aumento en la intención de voto significativo y en algunos casos, como Alemania, han retrocedido; las ciudadanías han premiado las gestiones eficientes de la pandemia. Pero con el tiempo el agotamiento con el aislamiento crece y la crisis que se perfila para cuando pase el temblor va a ser un desafío vital para los partidos tradicionales. Los efectos del movimiento anticuarentena no deben descontarse.

( https://www.cenital.com/ )


La regulación estatal de Google y Facebook


Tus zonas erróneas


Un nuevo diagnóstico sobre los efectos nocivos de los monopolios de la economía digital se suma a los cuestionamientos ya existentes hacia el poder de Google y Facebook, realizados por un coro político, social y económicos. ¿Se vienen nuevas reglas de juego para el capitalismo de plataformas? Martín Becerra analiza documentos del gobierno del Reino Unido que proponen regulaciones en el sector.

 


Los estudios del futuro sobre transformaciones sociales y tecnologías volverán sobre 2020 como un año bisagra. Las plataformas, protagonistas de los cambios presentes, nunca antes fueron tan cuestionadas, ni se acumuló tanta evidencia sobre los defectos de las reglas de juego de un sistema que tiene intereses variados y antagónicos: desde EEUU, China, Facebook, Google, la Unión Europea, Amazon, Apple, Rusia, Microsoft, los medios de comunicación grandes y pequeños, los anunciantes e intermediarios publicitarios o los operadores de telecomunicaciones, hasta los sindicatos de trabajadores y asociaciones de consumidores.


La evidencia más reciente y documentada de las zonas erróneas y corporativas del capitalismo de plataformas, reunida por la Autoridad de la Competencia del Reino Unido, se centra en el desempeño de Google y Facebook y, al constatar que la competencia no está funcionando, lo que provoca daños sustanciales a la sociedad en su conjunto, promueve nuevas regulaciones del sector, en consonancia con una tendencia que se expande en Europa y en América del Norte. El desfile de los multimillonarios de las big tech por las audiencias antimonopolio del Congreso estadounidense adorna una escena impensada hace un lustro.


Los tiempos venideros determinarán si -como aspira el informe de la autoridad antimonopolio británica- se pueden modificar las reglas de juego gatopardistamente, es decir, sin alterar con ello el ADN mismo del sistema; cambiar algo para que lo esencial no cambie o si habrá una metamorfosis radical de los entornos digitales. Todavía faltan cinco meses para que este pandémico 2020 arroje nuevas sorpresas.


Ya hay, sin embargo, varias certezas. El poder de las principales plataformas digitales para regular de facto con sus leyes corporativas un mercado global que sentencia con impiedad el deceso de numerosas actividades, entronizando así negocios propios, será recortado. Los heridos de esa regulación de facto, profusa y opaca al escrutinio público, son legión. Abarcan desde áreas enteras de la industria y del comercio hasta la política electoral y la agremiación del trabajo. Sobresalen entre las víctimas los medios tradicionales, que en los países centrales ceden sus espacios a la ola de críticas a los gigantes tecnológicos, procesando así su despecho por la pérdida de la renta publicitaria de la que gozaron durante décadas y que hoy capturan Google y Facebook mientras, simultáneamente, ruegan -sobre todo en el Sur- por ser patrocinados con los programas de mecenazgo con los que las plataformas atenúan cuestionamientos. Eneamigos, como dice Bob Esponja.


La regulación de la economía digital dejará de ser primordialmente privada. Señales de ello son las normas sobre protección de datos personales, derechos de usuarios y consumidores, tributación e impuestos, organización del trabajo, contenidos nacionales, subsidios a medios locales, libertad de expresión, discurso de odio y pluralismo que adoptan países en todas las latitudes, desde marcos de referencia tan diversos que impiden una caracterización unánime. Así, hay normas respetuosas de los estándares internacionales de derechos humanos y definidas tras amplia discusión pública por instancias democráticas y hay otras en el extremo opuesto, que atentan contra libertades y derechos y que son usadas como pretexto metonímico por parte de los abogados de las plataformas para clausurar toda iniciativa que recorte su poder bajo el mantra de que someter a debate reglas de juego nocivas desemboca en autoritarismo.


Cuando es enunciado y discutido, el atributo hegemónico de todo poder comienza a erosionarse. Es lo que ocurre ahora con las big tech: la acumulación de cuestionamientos al poder de las plataformas por parte de políticos conservadores y progresistas en los países centrales (sólo en EEUU, desde el presidente Donald Trump, quien con su decreto del 28 de mayo ordenó revisar la inmunidad de las plataformas digitales, consagrada por la Sección 230 de la Communications Decency Act, de 1996, hasta Alexandria Ocasio-Cortez, cuyo planteo incomodó a Mark Zuckerberg en una de sus frecuentes audiencias en el Congreso) ya es parte de un paisaje cotidiano que representa la evidencia reunida en informes oficiales de distintos estados y de organizaciones de la sociedad civil, trabajos académicos, autoridades de defensa de la competencia y grandes anunciantes que organizaron por primera vez un boicot contra Facebook a raíz de su posicionamiento corporativo editorial sobre contenidos de odio o racistas.


Los fallos judiciales acompañan y alientan nuevas causas contra abusos de poder dominante en el capitalismo de plataformas: en junio, el Tribunal Federal de Justicia de Alemania respaldó la denuncia del regulador antimonopolio contra Facebook por abusar de los datos de sus usuarios y por imponer cláusulas contractuales ilegales a sus usuarios, a la vez que ordena a la compañía que deje de recopilar sin consentimiento específico los datos personales.


Evidencia contra el mercado salvaje


El más reciente informe oficial que examina el poder dominante de las grandes plataformas digitales fue difundido a principios de julio por la Autoridad de la Competencia del Reino Unido (CMA: Competition and Markets Authority). Se trata de un estudio profundo y documentado, sus datos son actuales, sus propuestas son claras y sus conclusiones son categóricas. Quien busque un buen diagnóstico del entorno digital hoy no puede soslayar la lectura de sus 437 páginas, pues es una meticulosa demostración de las barreras a las competencia que Google y Facebook edificaron durante su existencia, particularmente en la última década.

El trabajo toma datos del Reino Unido pero válidos en todo Occidente; muestra que Google genera más del 90% del tráfico de búsquedas (search) y absorbe más del 90% de los ingresos publicitarios de ese segmento. Sus precios para el mercado publicitario son entre un 30 y 40 por ciento más altos que los de Bing (de Microsoft) al comparar términos de búsqueda similares. A su vez, Facebook (incluyendo Instagram, que compró en 2012) generó más de la mitad de los ingresos publicitarios en redes sociales. A modo de comparación, su mayor competidor, YouTube (de Google) ganó “sólo” entre el 5 y el 10 por ciento.


La autoridad antimonopolio británica propone crear un organismo especializado en la economía digital que aplique un código de conducta a las plataformas con poder significativo de mercado. ¿Una nueva institución pública? Sí, exactamente: la corrección de las conductas anticompetitivas no se resuelve con autorregulación, como se constata al observar la historia reciente y el comportamiento actual de las plataformas. El código propuesto permitiría suspender, bloquear y reservar decisiones de las grandes compañías del sector, por ejemplo la expansión dentro de sus actividades o en sectores convergentes. Asimismo, se proyecta una batería de intervenciones innovadoras para corregir las distorsiones que aquejan un vector clave de la economía contemporánea.


Para los predicadores del mercado salvaje, cuyas consignas tienen gran difusión en medios de América Latina, el informe es una dura evidencia, pues no sólo vincula las consecuencias de la concentración excesiva en mercados de información con la falta de competencia, el estorbo a la innovación, el aumento de precios al consumo y el daño a la economía, sino además con la falta de pluralismo, con la retracción de medios y noticias y de diversidad de matices y puntos de vista. Por ello, el órgano regulador a crearse, según el reporte, deberá realizar intervenciones ex ante en los mercados digitales, asumiendo que el esquema vigente de actuaciones ex post (defendido a capa y espada por la ortodoxia económica) es ineficaz y sus eventuales sanciones carecen de efectos correctivos.

 

Propuestas


Tras evaluar en detalle el flujo de datos e información en las redes, el informe promueve un giro en las políticas de control de los usuarios sobre sus datos y sobre las opciones “por defecto” de las plataformas (feed de Facebook, por ejemplo), cuyas configuraciones son poco flexibles, lo que es paradójico en relación al orden crecientemente personalizado de la red. Además, la autoridad antimonopolio británica impulsa la interoperabilidad entre plataformas para atenuar los efectos de red de la economía digital, que consisten en que las redes con mayor cantidad de usuarios reúnen condiciones y recursos (como los datos de los usuarios, sus cruces y su procesamiento a gran escala) inaccesibles para otros actores, siendo una barrera para la competencia. El ganador se queda con todo, como cantaba el cuarteto Abba. Los efectos de red cohiben la deserción de los usuarios aún si el servicio es malo o si atenta contra sus derechos e intereses. En algunos mercados simplemente no hay alternativa a la dominante. Por cierto, la interoperabilidad es parte de la lógica de funcionamiento de las telecomunicaciones, cuyas lecciones en la materia bien podrían inspirar nuevas políticas en las redes digitales.


La CMA propone habilitar el acceso de terceros a los datos almacenados por las plataformas digitales con poder significativo (Google y Facebook) para superar las barreras de entrada al mercado. A Google, en particular, le indica que facilite el ingreso de buscadores competidores (Bing) a su data para mejorar sus algoritmos de búsqueda. El reporte plantea que la organización de los datos debería hacerse en “silos” separados. De este modo, por ejemplo, Facebook debería organizar separadamente los datos de usuarios y movimientos en sus distintos servicios y aplicaciones (Facebook, Instagram, WhatsApp, entre ellos). De hecho, este era un compromiso de Facebook cuando compró WhatsApp en 2014, pero no lo cumplió.


Vista la ineficacia de las medidas que tuvieron por objetivo corregir las prácticas anticompetitivas largamente documentadas en el reporte, éste recomienda al gobierno que evalúe si es preciso ordenar la desagregación vertical parcial o total de las plataformas dominantes, dada su capacidad de establecer reglas de juego en cada eslabón de la cadena productiva que integran. La autoridad antitrust británica se une así a un coro amplio con voces como la de la senadora demócrata estadounidense Elizabeth Warren o la del ex socio de Zuckerberg, Chris Hughes. Nuevamente, la industria de las telecomunicaciones tiene un acervo en las que el regulador ordena la desagregación de las redes para mitigar las barreras de entrada al mercado.

De otro modo, anunciantes, compradores, industrias culturales, medios de comunicación, trabajadores y usuarios son compelidos a un pacto fáustico con las plataformas: para continuar sobreviviendo en la glaciación digital, tienen que aceptar condiciones que alteran sus objetivos y funcionamiento y ajustar sus pretensiones a los dictados de las grandes plataformas.

 

Demoliendo mitos


Junto con consignas del tipo “grande es bueno”, otro de los mitos construidos contra los argumentos para contener la concentración inherente a las comunicaciones es que sólo los más poderosos pueden beneficiar a los consumidores. El informe demuele el mito y, además, puntualiza los daños directos e indirectos que sufren ciudadanos y consumidores cuando el sector infocomunicacional está fuertemente concentrado.


Aunque el buscador de Google o el uso de redes sociales se presumen gratuitos (al igual que la tv abierta, la radio o muchos medios online), son servicios que la sociedad paga indirectamente a través de la publicidad. Y los costos de la publicidad se reflejan en los precios de los bienes y servicios en toda la economía. Despojada de toda candidez y en un ejercicio elemental de economía política de la información, la CMA indica que los costos (de la publicidad) en mercados altamente concentrados como los de las plataformas digitales son más altos de lo que serían si hubiese más competencia (menos concentración), y ello se siente en los precios que los consumidores pagan por productos del supermercado, hoteles, bienes electrónicos, libros, seguros, viajes y muchos otros que hacen un uso intensivo de la publicidad.


El reporte conecta dos esferas habitualmente separadas en el diseño de políticas públicas: la competencia (y su anatema: las barreras de entrada por concentración excesiva), la calidad de vida y el acceso a información diversa. Los efectos negativos de la alta concentración carcomen una de las precondiciones de la información pública y de la deliberación democrática: el acceso a contenidos y noticias de calidad, lo que obviamente exige inversiones costosas. Pero cuando el costo resulta demasiado alto (por ejemplo, porque la concentración de los eslabones de financiamiento impide a muchos actores sostenerse económicamente) por la colectora del sector condenado a la precarización aumenta la circulación de operaciones de desinformación, noticias falsas, rumores y otras especies.


Las grandes plataformas -consultadas por quienes redactaron el estudio- procurarán dilatar la concreción de las propuestas y recomendaciones del informe de la CMA, aunque las pruebas de que la economía digital obtura la competencia y, por ello, afecta derechos relativos a la economía, a los contenidos y noticias y a los datos personales, se multiplican a diario. La reacción de Zuckerberg, consultado por el boicot de las grandes marcas publicitarias, cuando pronosticó que “volverán a la plataforma lo suficientemente rápido” no es sino una suerte de lapsus, una confesión de posición dominante. El dueño de Facebook aludía a cómo sostendrán los anunciantes sus productos sin exhibirlos en la única red social que concentra más de 2300 millones de usuarios en el mundo. Confesión de parte y sinceridad brutal que refleja una etapa de internet que está a punto de cambiar.

( https://martinbecerra.wordpress.com/2020/08/19/la-regulacion-de-google-y-facebook-tus-zonas-erroneas/ )


Las comunicaciones humanas exponen, en tiempos de crisis, sus lados mas perversos del mismo modo que aquellos mas solidarios y altruistas. El asunto, sin embargo,que podría pensarse como un “equilibrio” propio de las tensiones que se producen en las formas civilizatorias según las experiencias de época, en estos tiempos adquieren una dimensión de desmesura en tanto fuerzas no precisamente equilibradas y parejas respecto al ejercicio de la posibilidad de difundir tal o cual mensaje. El neoliberalismo en tanto sujección a los intereses de acumulación financiera hace que los sectores económicos mas poderosos tengan muchísima mas fuerza para imponer sus relatos … incluso si estos nos ponen a muchos en peligro de muerte. Democratizar los medios de comunicación y equilibrar las diferentes voces de modos racionales y equitativos importa precisamente a la propia subsistencia de la humanidad.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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