Domingo
2 de Agosto de 2020
II
Comunicaciones:
Investigación científica y políticas de comunicación
Las
ciencias de la Comunicación –como todas las ciencias sociales-
carecen en paradigmas, en el estricto sentido de Kuhn. A esta falta
de acuerdo conceptual se suma la carencia de un objeto teórico
propio, siendo un espacio transitado por el aporte de varias y
diversas disciplinas. Ello debilita la identidad disciplinar, la cual
en A.Latina se ha constituido en gran parte por vía de los estudios
culturales. Por esto se ha enfatizado lo cultural por sobre lo
político en los estudios del área, lo cual es altamente
problemático cuando las fakenews se han desplegado ampliamente, y
cuando una política de limitación al ejercicio arbitrario de los
medios hegemónicos se hace cada vez más necesaria.
No
hay paradigmas en las ciencias sociales (…) Hacer
esta afirmación sobre la inexistencia de paradigmas en estudios
sobre lo social, no implica una especie de “preciosismo
teoricista”: tal delimitación sirve para establecer las
diferencias con las ciencias físico-naturales, y por vía de ello,
asentar con mayor claridad las características epistémicas de
nuestras propias producciones. De tal modo, podemos asumir que el
acuerdo entre teorías -ya que no paradigmas- es imposible en
nuestras ciencias, como también lo es, el que alguien pudiera
imaginar entre diferentes paradigmas (en ese caso sucesivos) dentro
de las ciencias físico-naturales. La relación entre esas diferentes
teorías (al interior de una misma y sola disciplina) es una relación
de mutua inconmensurabilidad, en los términos disímiles en que el
mismo Kuhn, (1980) fijó en dos momentos: al comienzo, como
imposibilidad de mutua comunicación y entendimiento y después –ya
cerca de su muerte- como relación hermenéutica de no/continuidad
entre diferentes horizontes de comprensión (Kuhn, 1989). La segunda
noción es la que se implica una posibilidad parcial de entendimiento
y comunicación, si bien siempre irreductible al acuerdo sobre esos
parámetros desde los que se organiza tanto la explicación
conceptual, como la mirada misma sobre el material empírico y los
procedimientos metodológicos que la posibilitan. Lo dicho implica
una condición de fuerte desventaja frente a las ciencias
físico-naturales: estas acuerdan –cada una dentro de su propia
“comunidad científica”- acerca de teoría, modos de la
investigación y hasta procesos de formación de los nuevos miembros
de esa “comunidad”1 . Y por tanto, la condición teórica y
metodológica de esa disciplina puede “naturalizarse”. Eso es,
precisamente, el paradigma: una modalidad determinada de comprender
los fenómenos que se impone hasta aparecer como “la” mirada,
como la única posible, casi como lo que lo real mismo dicta y
establece.
Dentro
de estas ciudadanías comunicativas está la que me interesa aquí:
las ciudadanías celebrities. Esas que desarrollan el querer estar en
las pantallas de la autoestima pública (medios y redes) con voz,
rostro, historia y estética propia. Dicho vulgarmente: así como el
sistema de salud pública aumenta la felicidad colectiva y la
autoestima de una sociedad, ser reconocido y estar en las pantallas
mediáticas es condición para la felicidad y la autoestima del
sujeto en esta sociedad del espectáculo.(Rincón, 2015, p. 36)
La
exacerbación de lo individual pone de manifiesto formas y actitudes
en las comunicaciones que desvían objeto y objetivo tanto del acto
comunicativo como de la utilización (poder) de los medios que la
posibilitan y de los espacios sociales generados para ello que se
convierten así en espacios disputados (hablabamos de meritocracia en
la parte I de esta Bitácora
(https://andandorealidades.blogspot.com/2020/08/domingo2-de-agosto-de-2020-aesta-altura.html
)
Si
ademas entendemos que esos espacios están dominados por empresas y
corporaciones económicas cuyo principal objetivo deja de ser la
comunicación para situarse en el lado de la ganancia económica y la
concentración financiera, la falta de paradigmas que señala el
trabajo de Roberto
Agustín FOLLARI ¡Que
Vuelva la Política al Análisis Comunicológico! (consecuencias
operativas de la Epistemología aplicada), publicado en Chasqui.
Revista Latinoamericana de ComunicaciónN.º 141, agosto-noviembre
2019 (Sección Tribuna, pp. 17-30)ISSN 1390-1079 / e-ISSN
1390-924XEcuador: CIESPAL),
señala con claridad uno de los mayores problemas a los que se
enfrenta la comunicación y la información en América Latina y en
el mundo en general.
La
posibilidad de hacer “ciencia de la comunicación” prescindiendo
de algún modelo epistemológico, que minimice el sesgo ideológico y
procure datos duros respecto a la realidad investigada y al aspecto
elegido para tal investigación, alejado de la práctica concreta de
la actividad comunicativa, impone condicionamientos fuertes a estos
intentos. En primer lugar porque también dependen de financiamiento
publico o privado … En segundo lugar por la carencia teórica de
marcos genuinos desde los cuales conceptualizar los fenómenos a
estudiar y que no respondan a ningún interés mas allá del de el
derecho humano a la información y el derecho humano a tener voz en
una sociedad que se precia de democrática pero que dista mucho del
ejercicio democrático en la realidad de las relaciones sociales que
se establecen y que son fuertemente determinadas por las
concentraciones financieras y los juegos de poder.
“Es
que, a diferencia de la sociología –que produjo desde lo académico
una ciencia consolidada que luego dio lugar a una profesión, esta
última no muy bien delineada-, en comunicación el camino fue al
revés: algunas profesiones previamente
existentes (especialmente la de periodista/s) conllevaron la
necesidad de legitimarse y conceptualizarse a nivel científico
(Follari, 2003)2. Ello lleva a que en Comunicación partamos desde
ciertos quehaceres de los cuales hay que dar razón: se diría que
nos encontramos ante un objeto real, asumiendo el ya multi-aceptado
repertorio conceptual de P.Bourdieu (1975). No, prioritariamente,
ante un “objeto teórico”, que hubiera sido delimitado a partir
de la construcción de un punto de vista desde lo académico/teórico.
El resultado de ello es que, si atendemos a que cualquier real puede
ser leído desde muchas miradas, lo comunicológico requiere de
múltiples aproximaciones que bien conocemos: Sociología, Economía,
Antropología, Teoría Política, Lingüística, Semiótica... Es
decir, lo original en comunicación no es producir teorías desde
cero, sino combinar teorías previas y hacerlas producir
acercamientos y síntesis nuevos, respecto de un objeto real propio
que, no cabe dudas, más de una vez ha resultado imposible
circunscribir, en tanto la multiplicidad de acercamientos dispersa
inevitablemente los puntos de mirada.”,
sigue
Argumentando Follari en su trabajo.
“Llegó
el siglo XXI. Todo parece haber cambiado (ideologías, tecnologías,
democracia, jóvenes). Todo muta, menos los discursos de la
comunicación, que siguen hablando de audiencias, imperialismos,
representaciones, poderes, buenos y malos” (Armando. & Rincón.
2015, p. 5). ¿No tiene algo de aquella absurda clasificación
zoológica de Jorge Luis Borges, la enumeración en un mismo plano de
“jóvenes” con “democracia” o “ideologías”? ¿Pertenecen
en algún sentido a la misma “clase” lógica? Pero sobre todo, En
tanto cambiaron las tecnologías y/o los jóvenes ¿no se puede
hablar más de imperialismo? Evidentemente, poner en el mismo nivel
los cambios culturales de los jóvenes con la subsistencia o no del
imperialismo implica notoria ligereza a la vez que pérdida de escala
en el análisis, las que se advierten a la vez en el plano epistémico
y en el ideológico-político. Pero cabe reflexionar que esta
pintoresca mezcla de niveles de referencia, así como también de
objetos del discurso, se hace posible a partir de la indefinición de
objeto de la teoría de la comunicación, así como de la posibilidad
de hablar allí desde disciplinas diversas, lo cual promueve un
amplio espacio de indeterminación a partir del cual la estipulación
de los límites del “discurso legítimo en el campo”, tal cual la
planteara Bourdieu, se hace prácticamente inviable.
Es
que en toda la trama de la sociedad hay manifestaciones de poder, y
en su puesta al análisis consistió el decisivo aporte de Foucault.
Sin dudas que se ejerce modos de dominación y supremacía –siempre
en dinámica agonística, nunca unidireccionales- en el mundo de la
sexualidad, de la escuela, de la familia, de la vida de barrio, y así
sucesivamente. No cabe dudas que el poder está presente de una
manera permanente y acuciosa en todos los intersticios de lo social,
y que por tanto, la referencia estructural a los poderes” macro”
que remiten exclusivamente a la economía y al Estado, es
insuficiente para captar esa cantidad de dispositivos, discursos y
prácticas diversificadas. Pero a contrario sensu, nadie podría
creer seriamente que la constitución de una alternativa a lo
dominante en el campo de lo político, pueda ser una especie de suma
o combinación de lo que surja de la lucha contra esos poderes
“micro”.
No
es con muchas minucias como lo estructural se entiende y modifica: no
hay reducción de, lo micro a lo macro-social, pero tampoco la
contraria. De tal manera, cabe enfrentar la “moda ideológica”
muy presente en Latinoamérica hoy, según la cual lo propiamente
político puede estar cubierto por los llamados “movimientos
sociales” (ecologistas, feministas, defensores de derechos humanos,
agrupaciones de defensa étnica, etc.), suponiendo que estos bastan
por sí mismos para enfrentar las políticas del capitalismo
contemporáneo. Esta posición se afinca en lo que algunos han
llamado pachamamismo (propio de grupos ecologistas que suponen un
retorno al idealizado modo de una sociedad arcaica de agricultores y
recolectores) y también del emparentado imaginario de los
abyayalistas que creen que debemos retornar al mundo del
Tahauntinsuyo incaico o a modalidades de la civilización maya, para
así asumir la supuesta” pureza” de sociedades que no habrían
estado contaminadas por la sociedad occidental y que –por
ello-estarían alejadas de los males impuestos por el capitalismo.
Muy
bien ha desarrollado Castro-Gómez (2019) una reciente crítica de
esta posición, con la cual previamente estuvo emparentado (aunque
sin haber nunca asumido ese tipo de radicales y problemáticas
consecuencias). La posición por él desarrollada es muy precisa, en
cuanto a mostrar que no hay origen alguno a la cual retornar, y que
la modernidad no es monocorde, de modo que no debiera ser expulsada
por completo, a partir de su parentesco con el capitalismo. Es la
modernidad misma la que ha provisto las condiciones para la
emancipación social. Y la insistencia en el universalismo que esa
modernidad ha sostenido, puede ser separada de la “falsa
universalización” europeizante, para ser pensada en relación con
la “constitución de hegemonía” en nuestras sociedades. Es
decir, en la constitución de un bloque de sectores de clase, etnias,
géneros, etc., que dispute la tenencia del aparato del Estado a las
elites dominantes, y a partir de allí construya una condición
general que enfrente a la dominación, diferente del imaginario de
una lucha parcial que daría cada uno de los movimientos sociales a
partir de sus específicas reivindicaciones, o de la idea de una
combinación de estos movimientos entre sí, que supuestamente
podrían potenciarse o crear sinergia mutuamente. Esta última idea
la hemos criticado en otro espacio, en relación con la obra de
Boaventura de Sousa Santos y su noción de “ecología de saberes”
(Follari, 2019). La creencia en la posibilidad de que diferentes
grupos culturales, etnias o colectivos reivindicatorios se liguen
entre sí por vía de una traducción mutua nos resulta no sólo
empíricamente inviable, sino pensada en términos que no responden a
la problemática propiamente política.
La
relación de diversos sectores sociales con la hegemonía no se da a
través de “entender al otro” horizontalmente, sino de poner
reivindicaciones propias en una cadena “equivalencial” (Laclau,
2008) que atiende a llenar un significante vacío, que propone lo
universal por encima de cada singularidad. De tal modo, no se trata
de mirar al otro, sino de mirar con el otro hacia más allá de
ambos. Eso permite superar la particularidad de cada uno, la cual no
se salva con la traducción y el entendimiento, sino sólo con la
constitución de un “interés común” que esté por encima de los
intereses particulares de cada sector interviniente.
De
tal manera, el “olvido de lo político” que encontramos en
Comunicación, no es cualquier olvido; quizá se pueda hacer una
analogía con el heideggeriano “olvido del ser”, frente al cual
el brillo de los entes operaba sólo como una tapadera respecto de
aquello que efectivamente vale la pena pensar. Lo político establece
la forma del ordenamiento social, que implica incluso jerarquizar y
subordinar –si bien de manera sólo parcial, acorde a lo dicho-
muchos de los poderes micro-sociales que en una sociedad se producen.
Si seguimos renunciando a ponernos en la centralidad del debate que
nos convoca en tanto especialistas que queremos ser de la cuestión
comunicación, que incluye prioritariamente a lo mediático, y con
ello al lugar de los medios como poder político que nadie elige pero
se ejerce con suma vigencia, estaremos dejando de ofrecer alguna
específica contribución al presente momento de la historia
latinoamericana, que no es cualquiera –dado los enfrentamientos
ideológicos que pueblan a sus concretos actores políticos-. Y en
tal caso, estaremos condenados a la inanidad histórica, así como a
un lugar secundario en la consideración dentro del conjunto de las
ciencias sociales en la región.” ( versión modificada y aumentada
de la Conferencia presentada al Primer Seminario internacional de la
Red Latina de Teoría Crítica en Comunicación y Cultura, “Crisis,
capitalismo y transformación: los desafíos de las teorías
críticas”, CIESPAL, Quito, julio de 2017.
(https://revistachasqui.org/index.php/chasqui/article/view/4073/3160)
Daniel
Roberto Távora Mac Cormack
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