La identidad emancipada … Proceso de decolonización en la América nuestra.


Las constituciones de las identidades en este continente han surgido de una doble tensión entre las diversas culturas originales y la invasión colonial, según procedencia de la potencia que invadía y se disputaba la posesión de las tierras y los acuerdos imperiales que fueron estableciendo las fronteras de los territorios coloniales., respecto de una tercera que fue constituyendose como “nativa” resultado emergente de esas tensiones precedentes que produjeron los sectores “criollos” y de “mestizajes” diversos que propusieron los procesos de revoluciones que terminaron con la dependencia colonial explícita, pero que de diversas formas “fijaron” mentalidades coloniales y dependencias subjetivas que subyacen hoy en instituciones y las formas de pensar la realidad, el mundo y el individuo respecto de ese mundo.

Leemos en la contratapa del diario Página12 del lunes 22 de febrero: “Uno de los escritores y críticos más relevantes de la historia de Estados Unidos, Mark Twain, no sólo fue prolífico en sus denuncias contra el imperialismo de su país, sino que, junto con otros destacados intelectuales de la época, en 1898 fundó Liga Anti imperialista, la que tuvo sede en una decena de estados hasta los años veinte, cuando comenzó la caza de anti americanos, según la definición de los fanáticos y mayordomos que siempre se amontonan del lado del poder político, económico y social.

Para estos secuestradores de países, anti americano es todo aquel que busca verdades inconvenientes, enterradas con sus víctimas, y se atreve a decirlas. Hasta el día de hoy han existido estadounidenses y extranjeros de probada preparación intelectual y valor moral que han continuado esa tradición de resistencia a la arbitrariedad, a la brutalidad de la fuerza y a la narrativa del más fuerte, a pesar de los peligros que siempre acarrea decir la verdad sin edulcorantes. Este fanatismo ha llegado a la desfachatez de algunos inmigrantes nacionalizados que acusan a aquellos ciudadanos nacidos en el país de no ser lo suficientemente americanos, como supuestamente son ellos cuando van a la playa con pantalones cortos pintados con la bandera de su nuevo país.

Pero si la gente de la cultura, del arte y de las ciencias está de un lado, es necesario mirar al lado opuesto para saber dónde está el poder y sus mayordomos. En noviembre de 1979, la futura asesora de Ronald Reagan, Jeane Kirkpatrick, promotora de la asistencia a las dictaduras militares, los Contras y los escuadrones de la muerte en América Latina, había publicado en la revista Commentary Magazine una idea enraizada en el subconsciente colectivo: “Si los líderes revolucionarios describen a los Estados Unidos como el flagelo del siglo XX, como el enemigo de los amantes de la libertad, como una fuerza imperialista, racista, colonialista, genocida y guerrera, entonces no son auténticos demócratas, no son amigos; se definen como enemigos y deben ser tratados como enemigos”.

Este es el concepto de democracia de la mentalidad imperialista y de sus servidores que detestan que los llamen imperialistas y que tiene, por lo menos, 245 años. ¿Cómo se explica esta contradicción histórica? No es muy difícil. Estados Unidos posee una doble personalidad, representada en el héroe enmascarado y con dos identidades, omnipresente en su cultura popular (Superman, Batman, Hulk, etc.). Es la creación de dos realidades radicalmente opuestas.

Por un lado, están los ideales de los llamados Padres Fundadores, los cuales imaginaron una nueva nación basada en las ideas y lecturas de moda de la elite intelectual de la época, las ideas del humanismo y la Ilustración que también explotaron en Francia en 1789, el mismo año en que entró en vigor la constitución de Estados Unidos: liberté, égalité, fraternité. La mayoría de los fundadores, como Benjamín Franklin, eran francófilos. Diferente al resto de la población anglosajona, Washington solo iba a la iglesia por obligación social y política. El más radical del grupo, el inglés rebelde Thomas Paine, el principal instigador de la Revolución americana contra el rey George III, la monarquía y la aristocracia europea, era un racionalista y látigo de las religiones establecidas. 

El padre intelectual de la democracia estadounidense, Thomas Jefferson, había aceptado la ciudadanía francesa antes de convertirse en el tercer presidente y sus libros fueron prohibidos por ateo. No era ateo, pero era un intelectual francófilo, secularista y progresista en muchos aspectos. Pero también era un hijo de la realidad opuesta: al tiempo que promovía ideas como que todos los seres humanos nacemos iguales y tenemos los mismos derechos, Jefferson y todos los demás Padres Fundadores eran profundamente racistas y tenían esclavos que nunca liberaron, incluidas las madres de sus hijos.


Aquí la otra personalidad de Estados Unidos, la que necesita de la máscara para convertirse en el superhéroe: se formó con los primeros peregrinos, los primeros esclavistas y continúa hoy, pasando por cada una de las olas expansionistas: una mentalidad anti iluminista, conservadora, ultra religiosa, practicante de la auto victimización (justificación de toda violencia expansionista) y, sobre todo, moldeada en la idea de superioridad racial, religiosa y cultural que confiere a sus sujetos derechos especiales sobre los otros pueblos que deben ser controlados por el bien de un pueblo excepcional y con un destino manifiesto, para el cual cualquier mezcla será atribuida al demonio o a la corrupción evolutiva, al mismo tiempo que celebra “el crisol de razas”, la libertad y la democracia.

Estados Unidos es el gigante producto de esta contradicción traumática, la que conservará siempre desde su fundación y los sufrirán “los otros”, desde los indios que salvaron del hambre a los primeros peregrinos y los que fueron exterminados para expandir la libertad del hombre blanco, hasta las más recientes democracias destrozadas en nombre de la libertad. Todo lo cual ha llevado a que, como ningún otro país del mundo moderno, Estados Unidos nunca haya conocido un lustro sin guerras desde su fundación. Todo por culpa de los demás, de los otros que nos tienen envidia y nos quieren atacar, con el resultado estimado de millones de muertos debidos a esta tradición de guerras perpetuas “de defensa” en suelo extranjero.  https://www.pagina12.com.ar/325207-la-narrativa-aglutinante-de-un-imperio

El autor, Jorge Majfud, en un Fragmento de la introducción del libro “La frontera salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en América Latina”, a publicarse este año. Jorge Antonio Majfud Albernaz (Tacuarembó, 11 de septiembre de 1969) es un escritor y traductor uruguayo. Está radicado en Estados Unidos.


La verdadera historia de las noticias falsas


Siglos antes de las redes sociales, los bulos y las mentiras alimentaban pasquines y gacetas en Europa. Las informaciones infundadas corrían por los parques hasta llegar a primera página

En la larga historia de la desinformación, el estallido actual de noticias falsas ocupa ya un lugar especial, con una asesora presidencial, Kellyanne Conway, que llegó a sacarse de la manga una matanza en Kentucky para defender que se prohibiera la entrada en el país a viajeros de siete países musulmanes. Pero la invención de verdades alternativas no es tan infrecuente, y se pueden encontrar equivalentes a los mensajes de texto y los tuits llenos de veneno de hoy en casi todos los periodos de la historia, incluso en la Antigüedad.

Procopio, el historiador bizantino del siglo VI, escribió un libro lleno de historias de dudosa veracidad, Historia secreta (Anécdota en el título original), que mantuvo en secreto hasta su muerte, para arruinar la reputación del emperador Justiniano después de haberle mostrado su adoración en las obras oficiales. Pietro Aretino trató de manipular la elección del pontífice en 1522 escribiendo unos sonetos perversos sobre todos los candidatos menos el preferido por sus patronos, los Médicis, y colgándolos, para que los admirara todo el mundo, en el busto de una figura conocida como Il Pasquino, cerca de la Piazza Navona, en Roma. Los pasquines se convirtieron en un método habitual para difundir noticias desagradables, en su mayoría falsas, sobre personajes públicos.

Aunque los pasquines nunca desaparecieron del todo, en el siglo XVII fueron sustituidos en gran parte por un género más popular, el del canard, la gacetilla llena de bulos y falsas noticias que corrieron por las calles de París durante los siguientes 200 años. Los canards eran periódicos impresos de gran tamaño, a veces ilustrados con llamativos grabados para atraer a los más crédulos. Uno de los más exitosos, en la década de 1780, anunció la captura en Chile de un monstruo que, al parecer, estaba siendo trasladado en barco a España. Tenía cabeza de Furia, alas de murciélago, un cuerpo gigantesco cubierto de escamas y cola de dragón.

Durante la Revolución Francesa, los grabadores pusieron el rostro de María Antonieta en las planchas de cobre y el canard cobró nueva vida, como propaganda política deliberadamente falsa. Aunque no es posible medir su repercusión, desde luego contribuyó al odio patológico a la reina, que desembocó en su ejecución el 16 de octubre de 1793.

Le Canard Enchaîné, un semanario parisiense especializado en exclusivas políticas, hoy evoca esta tradición en su propio título, que podría traducirse figuradamente como “los bulos controlados”. Este invierno publicó una noticia sobre la mujer de François Fillon, el candidato del ­centroderecha que era el favorito en la campaña presidencial de Francia. Al parecer, Penelope Fillon había recibido un elevado salario de la Administración durante muchos años por ser “ayudante parlamentaria” de su marido. Aunque Fillon no dijo que la noticia fuera un bulo —­reconoce que contrató a su esposa y sostiene que eso no es ilegal—, el Penelopegate logró apartar a Donald Trump de las primeras páginas y seguramente destruyó las posibilidades de Fillon en la elección, en beneficio del Frente Nacional, lo más parecido que tiene Francia al presidente estadounidense

La elaboración de noticias falsas, semifalsas y verdaderas pero comprometedoras tuvo su apogeo en el Londres del siglo XVIII, cuando los periódicos aumentaron su circu­lación. En 1788, la ciudad tenía 10 diarios, 8 periódicos que salían tres veces por semana y 9 semanarios, y las noticias que sacaban solían consistir en un solo párrafo. Los “hombres del párrafo” se enteraban de cotilleos en los cafés, escribían unas cuantas frases en un papel y se lo llevaban a los impresores, que eran también editores y que normalmente lo incluían en el primer hueco que tuvieran disponible en alguna columna de la piedra litográfica. Algunos gacetilleros recibían dinero por los párrafos; otros se conformaban con manipular la opinión pública a favor o en contra de un personaje, una obra de teatro o un libro.

En 1772, el reverendo Henry Bate (capellán de Lord Lyttleton) fundó The Morning Post, un periódico que era una sucesión de párrafos sobre noticias distintas, casi todas falsas. El 13 de diciembre de 1784, por ejemplo, ese diario publicó un párrafo sobre un prostituto que prestaba sus servicios a María Antonieta: “La reina gala tiene querencia por los ingleses. De hecho, la mayoría de sus favoritos proceden de este país; pero a quien más prefiere es al señor W. Es sabido que este caballero tenía su cartera dérangé cuando llegó a París y, sin embargo, ahora lleva una vida llena de elegancia, buen gusto y moda. Mantiene sus carruajes, sus uniformes y su mesa sin escatimar gastos y con todo el esplendor”.

Bate, al que apodaban Reverendo Matón, fundó posteriormente otro periódico sensacionalista, The ­Morning Herald, mientras que el Post contrató a un director todavía más repugnante, también capellán, el reverendo William Jackson, conocido como Doctor Víbora por “el tremendo ensañamiento de sus invectivas… en ese género de escritura denominado párrafos”. Los dos clérigos, el Reverendo Matón y el Doctor Víbora, se pelearon sin parar desde sus periódicos y crearon un modelo de prensa sensacionalista que deja pequeña a la de Murdoch.

En Francia era imposible publicar noticias de este tipo —de cualquier tipo, en realidad— antes de 1789, pero viajaban por el boca a boca y en las gacetillas clandestinas gracias a los nouvellistes, que cumplían la misma función que los hombres del párrafo. Estos cuentistas recogían noticias en los centros de chismorreo, como determinados bancos de los Jardines de las Tullerías o el Árbol de Cracovia en el Palais Royal. Luego, a veces por el puro placer de contar, escribían lo que habían oído en trozos de papel que se intercambiaban en cafés o (a falta de una red de Internet) dejaban en los bancos para que los descubrieran otros.

La policía hacía todo lo posible para reprimir a los nouvellistes, pero la demanda de informaciones privilegiadas sobre las costumbres secretas de les grands (los poderosos) atraían sin cesar a nuevos “reporteros”, como se autodenominaban. Cuando detenían y llevaban a los nouvellistes a la Bastilla, los registraban y a veces descubrían notas en los bolsillos de sus chalecos. He encontrado ejemplos de esas pruebas incriminatorias en los archivos de la prisión, papeles arrugados, todos escritos, que son el testimonio de un periodismo primitivo dos siglos antes de los smartphones.

La policía perseguía especialmente a los semiprofesionales, esos que mezclaban noticias, normalmente de un párrafo cada una, en unas gacetas manuscritas llamadas “novelitas a mano”. Algunos de esos periódicos clandestinos llegaban a imprimirse. Un ejemplo típico de La Chronique Scandaleuse sería: “El duque de… sorprendió a su mujer en los brazos del profesor de su hijo. Ella le dijo, con la impertinencia propia de una cortesana: ‘¿Por qué no estaba usted aquí, monsieur? Cuando no tengo a mi caballero, me apoyo en el brazo de mi vasallo”.

Uno de los periódicos más vendidos de este tipo era Le Gazetier Cuirassé (el gacetillero acorazado), editado en Londres y probablemente inspirado en el estilo de la prensa sensacionalista de la capital británica, aunque todas sus noticias eran francesas. Eran típicas las informaciones de una sola frase: “Se dice que el cura de Saint-Eustache fue sorprendido in fraganti con la diaconisa de las Damas de la Caridad de su parroquia, lo cual debería enorgullecerles, porque ambos tienen ya más de 80 años”.

Por supuesto, muchas de las denuncias escandalosas se referían a poco más que a los pecadillos sexuales de los poderosos, pero algunas tenían connotaciones políticas, igual que hoy pudieron tenerlas las noticias falsas sobre las supuestas orgías organizadas por Hillary Clinton. La muerte de María Antonieta es el ejemplo más extremo de las desastrosas consecuencias que puede tener la difamación, pero hubo más casos. Como expliqué en mi libro Poesía y policía: las redes de comunicación en el París del siglo XVIII, la difusión de rumores falsos, muchas veces en canciones y poemas no más extensos que los tuits actuales, provocó la caída del conde de Maurepas como ministro y la transformación del panorama político en abril de 1749.

Ahora bien, aunque estas noticias podían agitar la opinión pública, los más enterados sabían que no debían aceptarlas tal cual. En su mayoría eran bulos, y a veces ni siquiera lo disimulaban. En una noticia escandalosa de Le Gazetier Cuirassé se incluyó una nota al pie que decía: “La mitad de este artículo es verdad”. El lector debía decidir qué mitad.

Robert Darnton es profesor emérito de Harvard y experto en el siglo XVIII francés, autor de obras como ‘El diablo en el agua bendita o el arte de la calumnia de Luis XIV a Napoleón’.

Traducción de M. L. Rodríguez Tapia. https://elpais.com/cultura/2017/04/28/actualidad/1493389536_863123.html

Las noticias falsas fueron parte de esas conformaciones coloniales que fortalecieron las dependencias. No es de extrañar entonces, que sean hoy las “cortinas neoliberales” para que no podamos ver el mundo tal y como los poderes concentrados de unos pocos, dibujan hoy para nosotros como “realidad universal” que intenta imponer la idea de la ciudadanía del mundo para posponer lo inevitable … que los poderes pretendidos universales caigan frente a las realidades tribales, autóctonas y constituidas en las experiencias materiales e inmateriales que constituyen las identidades colectivas en las subjetividades y experiencias concretas de los pensamientos situados.

ENTREVISTA A Anu Bradford

Así domina el mundo la Unión Europea, según la creadora del 'efecto Bruselas'

"Mucha gente no lo sabe, pero la Unión Europea está teniendo una influencia gigantesca en el día a día de muchísimos ciudadanos de todo el mundo", afirma Bradford

Anu Bradford ha escrito un libro a contracorriente. En 'How the European Union Rules the World' (Oxford University Press, 2020), una obra académica que se publicó al inicio de la pandemia, esta profesora de derecho de la Universidad de Columbia explica por qué es la Unión Europea -y no China o Estados Unidos- quien domina el mundo. ¿Cómo? Gracias al 'efecto Bruselas' ('The Brussels Effect'), la externalización involuntaria de regulaciones a través de los mecanismos globalizadores del mercado. Con este término, acuñado por la propia Bradford en un influyente 'paper' en 2012, la autora insiste en que la UE acaba influyendo más en la vida de un brasileño, un coreano o un ruandés con sus leyes que EEUU con su poder militar o China con sus proyectos faraónicos en el extranjero.

El proceso es sencillo: las empresas internacionales asumen las estrictas leyes de la UE para acceder al jugoso mercado único europeo. A su vez, para evitar costes innecesarios y beneficiarse de las economías de escala, imponen estas reglas en sus filiales de todo el mundo, convirtiendo a la UE en una "potencia hegemónica regulatoria", en palabras de Bradford. El 'efecto Bruselas', por supuesto, tiene muchas limitaciones. No afecta a todas las empresas por igual y en algunos sectores, como en el financiero o en aquellos donde se puedan mantener distintos estándares, su efecto es limitado. Pero en otros, como en el sector alimentario, el tecnológico o el aeronáutico, sus repercusiones son más notables. "Mucha gente no lo sabe, pero la Unión Europea está teniendo una influencia gigantesca en el día a día de muchísimos ciudadanos de todo el mundo", afirma Bradford en esta entrevista.

PREGUNTA. A usted no le gustaba escuchar que la Unión Europea era una potencia en declive. ¿Por eso escribió el libro?

RESPUESTA. Quería contrarrestar la narrativa de debilidad que se proyecta sobre la Unión Europea. No es muy acertada. No voy a negar que la UE se enfrenta a retos enormes a los que el 'efecto Bruselas' no puede responder, pero sentí la necesidad de corregir y complementar esta conversación sobre el rol de la UE en el mundo. Sobre todo, porque no formaba parte de la conversación global. Normalmente, nos centramos en el ‘hard power’: la fortaleza militar, las sanciones económicas... Pero el poder de la UE es más silencioso. Además, quise escribir el libro para impulsar el ánimo de los europeos, porque creo que muchos infravaloran el rol de la UE. 

P. Tiene sentido, ¿no? Hablar de regulaciones y de directivas es mucho más aburrido que de los conflictos entre superpotencias. ¿Cree que por eso se infravalora a la UE?

R. Sí, exacto. Pero también porque el poder tradicional es muy costoso. El militar es el mejor ejemplo. Hay muy pocos estadounidenses que todavía piensen que el envío de soldados a Afganistán o a Irak no fuera costoso. En cambio, este otro tipo de dimensiones de poder hablan de un poder abstracto. El 'efecto Bruselas' no es costoso porque se aplica directamente en el Mercado Único Europeo y, al mismo tiempo, afecta a grandes empresas internacionales transmitiendo su marco legal.

P. ¿En el día a día de los ciudadanos de fuera de la UE? ¿Podría poner algún ejemplo?

R. Hay muchas industrias afectadas por el 'efecto Bruselas'. No solo es la economía digital, también sucede con las leyes medioambientales, la seguridad alimentaria o la protección del consumidor. Mis estudiantes de Latinoamérica, África o Asia han estudiado el efecto en sus países de origen y encontraron infinidad de ejemplos. Incluso hasta las empresas estadounidenses más poderosas acaban sucumbiendo al 'efecto Bruselas'. Europa no tiene ni una sola empresa de búsqueda comparable a Google ni una red social como Facebook. Y, sin embargo, es la UE el principal regulador en el sector en todo el mundo. Es capaz de establecer el estándar de privacidad en la conducta global de estas empresas. ¡Y no Washington!

En muchos casos, el 'efecto Bruselas' ha sido exitoso por su carácter tecnocrático y gracias a que ha pasado desapercibido

P. En el libro, señala que parte de este 'efecto Bruselas', al principio, no surgía de forma intencionada. ¿Ha sido la UE quien ha modelado parte del consumo y la producción sin quererlo?

R. Ha habido un cambio. Hoy, la UE es más consciente de su habilidad para dar forma a las normas globales. La UE se ha dado cuenta de sus efectos externos. Pero los orígenes del 'efecto Bruselas' no se pueden ver como un intento de dominar el mundo, porque es un efecto secundario de un mercado único muy grande y muy apetitoso para las empresas. Eso sí, la UE cada vez se da más cuenta de que otros poderes están en declive y el 'efecto Bruselas' es la primera vía para influir en los mercados internacionales. De ahí que cada vez sea más estratégico. Tampoco creo que la UE se beneficie politizando el 'efecto Bruselas'. En muchos casos ha sido exitoso por su carácter tecnocrático y gracias a que ha pasado desapercibido.

P. ¿A qué se refiere?

R. El 'efecto Bruselas' no ha generado rechazo porque nadie lo ha percibido como un intento de manipular el mundo a imagen y semejanza de la UE. El 'efecto Bruselas' ha ocurrido empresa por empresa, industria por industria, sector por sector. Las compañías se han ido transformando conforme a las leyes europeas para poder participar en el mercado único. Es diferente a cuando la UE trata de exportar sus estándares a través de acuerdos comerciales. Ahí sí hay una crítica inmediata muy fuerte apuntando al “imperialismo regulatorio”. La verdadera naturaleza de mantener el 'efecto Bruselas' como algo burocrático y tecnocrático ha beneficiado a la UE.

P. Parece que está rompiendo una lanza en favor de que Bruselas y la Comisión Europea sigan siendo aburridas y poco politizadas. ¿Cree que es positivo?

R. En muchos casos sí. Te pongo el ejemplo del covid, pese a que el libro lo escribí antes de la pandemia. ¿Perjudicará el covid al 'efecto Bruselas'? Yo creo que no. La naturaleza burocrática del 'efecto Bruselas' lo aísla de los terremotos económicos y políticos. Si piensas en las crisis pasadas que han supuesto retos gigantescos para la UE, ninguna ha descarrilado el proceso regulatorio de la UE. Por ejemplo, el GDPR (Reglamento General de Protección de Datos) llegó en medio de la crisis migratoria y del voto del Brexit. ¿Por qué? Porque los burócratas de la Comisión tienen asignado un dominio regulatorio específico. Van a su oficina y trabajan en la regulación de la que se tienen que preocupar.

P. ¿Pero no cree que la UE ha tenido un problema de comunicación en este sentido? No tengo muy claro que el ciudadano medio europeo de Sevilla, Florencia o Burdeos sea consciente de los beneficios del 'efecto Bruselas'.


R. Si ha habido un problema de comunicación se puede explicar por la falta de coraje de los gobiernos nacionales que han sido incapaces de dar a Bruselas el crédito que se merece. Cuando pasa algo bueno, Helsinki, Madrid, Berlín o París se arrogan el éxito, pese a que deberían señalar a Bruselas y a las instituciones europeas. Sin embargo, cuando ocurre algo malo, se apunta muy rápido al mismo sitio, incluso aunque sea culpa de las disfuncionalidades nacionales. Ha habido un fallo de comunicación porque Bruselas ha sido un chivo expiatorio para las capitales europeas. No ha habido integridad intelectual para explicar de forma honesta los beneficios de la UE: el medioambiente es más seguro, los productos que consumimos son más sanos, pagamos mucho menos por los vuelos internos, etc. Gracias al 'efecto Bruselas'. Pero los políticos nacionales no van a perder tiempo diciéndole a sus ciudadanos las bondades de Bruselas.

P. El Reino Unido es un buen ejemplo para explicar el 'efecto Bruselas'. Como bien dice en el libro, quizá Brexit no significa exactamente Brexit, porque Londres ha elegido ser un 'rule-taker' (actor que asume decisiones externas) en vez de un 'rule-maker' (actor que toma las decisiones) en una UE potencialmente mucho más regulada.

R. Yo lo llamo la falsa premisa de la campaña del Brexit. El engaño del soberanismo regulatorio no sigue la lógica de cómo operan los mercados internacionales en el siglo XXI. La UE supone prácticamente el 50% de las exportaciones de Reino Unido. Es decir, el destino número 1 de la gran mayoría de exportaciones. Empresas de aeroespaciales, automovilísticas, de industria química, farmacéuticas, servicios financieros… Aunque Reino Unido se vaya de la UE, estas empresas seguirán comerciando con la UE. No tienen elección. Aunque el Gobierno británico les conceda unas reglas más laxas (en competencia, en medioambiente, etc.), ellos seguirán las reglas de la UE.

P. ¿Por?

R. Imagínate que eres una empresa de coches británica y te dan a elegir: puedes seguir las normas británicas o las europeas, que son más estrictas y en algunos casos más costosas. Pero el mercado europeo es seis veces más grande que el británico. Desde un punto de vista comercial, no es viable que ignores las leyes europeas, por lo que continúas haciendo lo mismo. Y la pregunta que surge del 'efecto Bruselas' es: ¿y si establezco una segunda línea de producción para fabricar el mismo producto pero con distintas normas y regulaciones? No lo haces. No es una alternativa. Las economías de escala te conducen a la uniformidad.

P. Usted rechaza la idea de que se pueda elegir socio comercial a la ligera por todo el mundo. La geografía es un factor relevante.

R. En los últimos años hemos comprobado que la globalización tiene un límite. Es muy difícil reemplazar las oportunidades comerciales de la UE para comerciar más con el resto del mundo. ¡La distancia y la geografía importan! Comerciamos más con los mercados cercanos. Las cadenas de valor actuales te lo demuestran. Para Londres, es muy difícil llegar a la idea de un Reino Unido global. Y la pandemia ha demostrado que París o Berlín tienen más apetito por endurecer las leyes de competencia.

P. Al principio del siglo XX, algunos críticos dijeron que la globalización iba a provocar una deslocalización hacia los países menos regulados. Una carrera hacia el abismo (en inglés, 'race to the bottom'). En su libro prueba que ha sido justo al contrario, una carrera hacia arriba ('race to the top'), pero en algunos sectores, como en el financiero, no ha ocurrido así. ¿Por qué el 'efecto Bruselas' funciona en unos sectores y en otros no?

R. Es innegable que hay ejemplos, sobre todo cuando hablamos de capital, mucho más móvil, que buscan ambientes mucho menos regulados como los paraísos fiscales. Pero el 'efecto Bruselas' es lo contrario. La lógica 'race to the bottom' no se aplica en muchas industrias. Mientras exista un mercado tan grande, tan regulado, con un PIB per cápita tan alto como el de la Unión Europea y sin sustituto, el 'efecto Bruselas' prevalecerá. China tiene un mercado mucho más grande, pero su PIB per cápita mucho más pequeño. EEUU tiene un PIB per cápita mayor, pero su población es más pequeña. El apetito regulatorio lo seguirá liderando la UE. A las empresas globales puede que no les gusten las regulaciones, pero tendrán que aplicarlas. Son una necesidad comercial para ellos porque necesitan operar allí. No tienen opción y no la tienen desde hace tiempo.

P. Parece que la UE, en medio de tantas críticas, ha hecho algo bien.

R. En este sentido, la UE está en el lado correcto de la historia. Vemos una presión creciente en muchos mercados, incluyendo en Estados Unidos, hacia un mercado cada vez más centrado en el consumidor, preocupado por el medioambiente. Todo el mundo mira a la UE en este sentido. ¿Quién se acuerda ahora del tecnolibertarianismo de EEUU? En muchos casos, la UE está ganando la batalla de los valores. No solo ha conseguido cambiar las prácticas de muchísimas empresas en todo el mundo, sino también la de gobiernos en otros continentes que han copiado las leyes europeas.

P. En el libro señala que el 'efecto Bruselas' tiene consecuencias en todo el mundo. Sin embargo, China es una excepción muy grande. Es un mercado de 1.300 millones de personas que, en muchos aspectos, siguen sus propias regulaciones. En el futuro, si el ingreso per cápita de los ciudadanos crece y se acerca al europeo, ¿el 'efecto Bruselas' podría convertirse en el 'efecto Pekín'? Usted se muestra bastante escéptica.

R. Estoy bastante segura de que no habrá un 'efecto Pekín' en el futuro cercano. No niego la importancia del mercado chino ni el auge de su economía, pero el poder regulatorio de la UE sobrevivirá a su declive económico medido exclusivamente por el PIB. El PIB no es un buen indicador para predecir los países más propensos a regular. Lo importante es el PIB per cápita y queda mucho para que los consumidores chinos demanden las regulaciones tan costosas que los ciudadanos europeos exigen a sus gobiernos. Y cuando el PIB per cápita chino se aproxime al europeo, el crecimiento chino se habrá reducido tanto que el Gobierno chino será muy cauteloso a la hora de imponer regulaciones que puedan afectar a la economía del país. Además, en algunos aspectos, como en las leyes de competencia, China construye capacidades regulatorias copiando a la UE. Si algún día existe el 'efecto Pekín', no será más que un vehículo para amplificar el 'efecto Bruselas'.

P. De todos los casos que ha estudiado, ¿cuál es el que más le impresiona?

R. Lo que más me sorprende es la riqueza, diversidad y heterogeneidad de los ejemplos del 'efecto Bruselas'. No eran solo unas pocas empresas, sino también los propios países. La idea de que un granjero camerunés y un ingeniero estadounidense de Silicon Valley estuvieran condicionados por el mismo actor a miles de kilómetros de distancia me parecía fascinante. Unifica una misma teoría para una economía global que es muy diversa. Quizá añadiría la idea de que la UE, aunque careza de liderazgo en el mundo tecnológico, sea capaz de regular a las grandes compañías. O de que gracias al 'efecto Bruselas' se pueda parar los pies a grandes países como Estados Unidos.

https://www.elconfidencial.com/mundo/2020-07-13/asi-domina-mundo-union-europea_2675036/

En estos tiempos de guerra subjetiva, de enfrentamientos dialécticos, de relatos contrapuestos en los intentos de nominación que es la forma básica de dominación y control, del mundo, no es extraño que a las irracionales posturas terraplanistas, posverdaderas y falsas que pululan por doquier, las que suponen algún esfuerzo mas importante respecto a preservar información y dato de aquellos sesgos cognitivos que no por conocidos, se superan, ofrezcan igualmente aspectos nebulosos, confusos y hasta disparatados … La confusión es parte de nuestra realidad y nadie puede aducir o argumentar que la propia postura es la correcta e iluminada por el conocimiento.

En la búsqueda de algunas consideraciones que pudieren sostenerse como ciertas, en nuestra América Latina y el Caribe, las condiciones coloniales y neo-coloniales alimentadas por intereses que no provienen pero arraigan en estas latitudes, forman parte de esos intrincados laberintos de los relatos que confunden y muchas veces subvierten buenas intenciones de quienes se arriesgan a pensar la realidad situada, exponer una visión local y menos global de los asuntos. El riesgo es mayor cuándo en ese intento, uno advierte las imposibilidades de separar en las distinciones, cuestiones que ampliamente exceden lo territorial, toda ves y este es el gran triunfo del neoliberalismo, la realidad financiarizada ha generado una percepción o parte de la percepción del mundo, anudada a lo universal y ese “universal” entendido como “universalismo liberal o neoliberal”, que tiene componentes precisos e identificables respecto a como los poderes financieros han logrado meterse en nuestras cabezas, y en las “lógicas” que desarrollamos en nuestras ideas, reflexiones y pensamientos a la hora de intentar situarnos en una realidad que vivamos como propia.

La formación de comunicadores que alienten una mirada propia y mas territorialmente localizada de los problemas que afectan al mundo, debería ser uno de los elementos de discusión, que sin embargo aparece reducido a un pequeño grupo de interesados en el tema. La problemática se inscribe dentro de los debates que las universidades comienzan a darse respecto a cual es su rol en esta etapa de la evolución de la globalización, ya como instituciones transplantadas y parte del modelo de Colonización, que sin embargo, apropiadas por lo local, produce los fenómenos de las revoluciones y constituciones de los Estados Nacionales en estas tierras.

La sociedad en general, subsumida en otros problemas al parecer mas acuciantes e inmediatos, se pierde sin embargo, de una cuestión que hace a la subjetividad misma de como nos entendemos en estos tiempos.

El debate sobre el papel que podrían cumplir los programas y facultades de Comunicación en América Latina, dentro de la construcción de visiones no hegemónicas en la comunicación, al inscribir las teorías producidas en el continente como perspectivas centrales de sus planes curriculares e investigativos, son una vía de acceso a replantear la constitución de subjetividades coloniales que impiden pensamientos locales y territorialmente signados en el tiempo, constituyendo mentalidades propias y no como recuerdos de instancias traídas de otros lares o como replicas de los conflictos y las tensiones de otros tiempos en otras geografías. Como instancia previa, estaría el debate por el papel de la universidad en el contexto de la educación neoliberal y la consiguiente discusión, sobre las tareas que este proyecto impone a las universidades de casi todo el planeta.

La comunicación en América Latina: un debate pendiente más allá de las resistencias, es un Artículo de reflexión escrito en 2018 y forma parte de un trabajo de investigación que sus autores, Pamela Flores Prieto (Universidad del Norte, Colombia) Kelly Pozo (Universidad del Norte, Colombia ) y Livingston Crawford (Universidad San Ignacio de Loyola, Perú ) publicaron en Signo y Pensamiento, vol. XXXVII, núm. 72, 2018 Pontificia Universidad Javeriana ( https://revistas.javeriana.edu.co/files-articulos/SyP/37-72%20(2018)/86057225007/ )

En el caso de América Latina, este proyecto ha abierto la universidad —durante los últimos 20 años— no solo a un mayor número de personas, sino a una creciente diversidad social, étnica y cultural. Ha conseguido una mejoría notoria en la situación laboral y en el reconocimiento social de los docentes, también ha impulsado la investigación en países que nunca la consideraron una actividad fundamental y a su vez ha promovido una movilidad estudiantil nunca antes vista en países del Tercer Mundo, en donde los estudios en el exterior se reservaban para las élites.

Sin embargo, estas bondades bien podrían ser expresiones de lo que Lora y Recéndez (2003) llaman el “proyecto recolonizador” que “se articula al desarrollo de una cultura académica que tiene como ejes los conceptos de productividad, competitividad, calidad, excelencia y evaluación que estimulan el individualismo y atentan contra la colaboración académica y la politización del saber” (p. 71). Es decir, son manifestaciones de la política neoliberal instaurada en el seno mismo de la institución universitaria, la cual obliga a cumplir con unos indicadores que homogenizan los procesos académicos y construyen las agendas de investigación imponiendo temáticas, metodologías y sobre todo, visiones del mundo.

En este escenario, los programas de comunicación han sido objeto de una significación inédita, no solo por el papel de los medios y de las nuevas tecnologías en la construcción de ese ciudadano productivo, competitivo, individualista y despolitizado; sino que la comunicación misma se revela como herramienta invaluable para generar discursos que ayuden a legitimar las desigualdades, debiliten la ciudadanía social y fortalezcan el ciudadano consumidor propio de lo que Debord (1967) llamó “la sociedad del espectáculo”.

En este contexto, es importante analizar cómo los debates no hegemónicos propuestos en América Latina desde las Ciencias Sociales, en general, y desde la Comunicación, en particular, han sido inscritos en los programas de comunicación y cómo estos han sido asumidos por las prácticas comunicativas que en ellos se realizan. Estas corrientes, vale decir el denominado ‘giro decolonial’ y el ‘pensamiento comunicológico latinoamericano’, resultan problemáticas para el proyecto neoliberal, ya que repolitizan la discusión y revalúan el sentido de lo comunitario, al tiempo que abren las ciencias sociales a ‘otros’ modos de pensar, a proyectos epistémicos de “desprendimiento (de-linking) de la matriz colonial del poder” (Mignolo, 2007, p. 449). Este ‘desprendimiento’ requeriría de un pensamiento fronterizo: border thinking, que permita fundar otras racionalidades que apuntan a una verdadera comunicación intercultural al visibilizar saberes silenciados y posibilita una totalidad incluyente no construida sobre la eliminación de lo diverso (Mignolo, 2007).

El vínculo entre ambos proyectos sería esa propuesta emancipatoria, ese llamado a “nuevos lugares institucionales y no institucionales desde los cuales lo subalterno puede hablar y ser escuchado” (Grosfoguel, sf). Ese “pensamiento de frontera”, instaura, como lo afirma Sierra (2014), “la apuesta por formas diferentes de ver el mundo, de interpretar e intervenir en él” lo que “constituye una tradición epistémica propia del pensamiento latinoamericano desde su génesis, construyendo nuevas bases y estilos de conocer y representar el universo a partir de formas comunitarias…” ( p.12).

Sin embargo, a pesar de tratarse de un debate fundamental, la discusión se mantiene en los márgenes, con un impacto muy relativo en los currículos de comunicación y en las prácticas pedagógicas de formación de comunicadores cuando aparece, se asume más como ‘ideologización’ del conocimiento o como producto ‘de cultura’ que como la reflexión teórica que es. Como afirmó Lander, “el impacto de estos debates en el pensamiento y la ciencia social latinoamericana y su práctica ha sido casi nulo. De hecho, se evidencia un regreso a los paradigmas liberales del siglo XIX, incluyendo las metanarrativas universales de modernidad y progreso y una posición de no involucramiento” (Walsch, 2010, p. 213).

En consecuencia, el impacto social se da, sobre todo, en los sectores dedicados al trabajo comunitario o a la comunicación para el desarrollo, pero no permea los relatos que surgen de la mayoría de los espacios productores y reproductores de mensajes o de las comunicaciones gubernamentales, a menos de que se trate de gobiernos de oposición a la corriente neo-liberal.

Así las cosas, el urgente pensamiento ‘transmoderno’ del que habla Sousa Santos (1998) y la comunicación transmoderna que sería su correlato, no parecieran estar en el futuro cercano de la producción de conocimiento en el continente. Sin embargo, el desmonte de las narrativas occidentales sobre nuestra historia, realizado por el grupo Modernidad/Colonialidad, así como el trabajo por democratizar la comunicación que desde la década de los 60, emprendieron figuras como Luis Ramiro Beltrán mediante la censura al desarrollismo y a nuestra dependencia epistemológica y cultural, junto con la propuesta de un modelo participativo de la comunicación (Barraquero, 2014), constituyen un corpus invaluable para repensar el papel de la comunicación en América Latina en el contexto de la globalización y de las tecnologías de la información. Pero si estos discursos continúan desarrollándose en los márgenes, si los dispositivos de comunicación continúan imponiendo el modelo neo-liberal y el resto se resigna a denominarse ‘alternativos’, los proyectos políticos que se enfrenten a los dictámenes del sistema-mundo, tendrán una debilidad fundamental: los modos de pensar de la mayoría de los ciudadanos seguirán inscritos en los marcos de un pensamiento occidental en el cual ‘nosotros no somos Occidente’ y, por tanto, la lucha colectiva por los derechos, siempre estará enfrentada a los intereses de los que sí son occidentales con derechos plenos.

A diferencia de Asia y de África, América Latina es ya irremediablemente occidental. Solidarizar las luchas con las de pueblos enfrentados culturalmente a Occidente, podría bien ser el más reciente error histórico en la construcción de sociedades más equitativas (1). Experimentar esta pertenencia y leerla de una manera o de otra, es decir, como víctimas eternas de una injusticia histórica o como constructores de capacidades para enfrentar la desigualdad y alterar las relaciones de poder, pasa por construir imaginarios sociales de auto-reconocimiento como sujetos occidentales con unas especificidades que incluyen la herencia indígena y africana, las cuales tienen más o menos peso en diversos países y regiones, sin que ello deba impedir la constitución de un proyecto de unidad en medio de la diversidad.

Está pendiente, entonces, el ejercicio de darle ‘el giro al giro’. El giro decolonial se planteó como una tarea de “desobediencia epistémica” (Mignolo, 2007, p. 45) que “abriera el camino a una nueva comunicación intercultural, a un intercambio de experiencias y significados…” (Quijano, citado por Mignolo, 2007, p. 48). Hoy se tendría que ir más allá y entender qué parte de esa ‘desobediencia epistémica’ sería no poder aceptarse, después de 500 años de historia común, como no occidentales y mucho menos, permitir que exista un trato como el ‘otro’ en la propia casa.

En la primera parte de este trabajo, se argumentará que ‘decolonizar el saber’, en el contexto de los desafíos políticos que el siglo XXI impone a América Latina, pasa por reconstruirse, dentro del imaginario social, como ciudadanos no marginales de Occidente, con una herencia cultural múltiple y a su vez la capacidad para consolidar un punto de enunciación desde donde se deja de ser el “otro” para ser nosotros mismos. La propuesta consiste en que ese asumirnos como el otro ha sido, una de las debilidades de las denominadas teorías emancipatorias que se han construido desde las Ciencias Sociales en América Latina.

En segundo lugar, se argumenta que, desde este punto de enunciación, es posible construir una ciudadanía que sea garante de proyectos políticos que aboguen por la solidaridad y la equidad. La fragilidad de los gobiernos que apuntan a establecer relaciones de poder más equilibradas con Estados Unidos y Europa, se explica, en parte, porque los ciudadanos siguen imbuidos del individualismo y la competitividad que promulga el ideario neo-liberal. En este sentido, los medios alternativos, deben fortalecerse para que puedan realizar las tareas que no hacen, ni los medios públicos ni los privados, en relación con la creación de una ciudadanía participativa y de una solidaridad con los sectores marginados.

Por último, se debaten algunas de las tareas y de los desafíos que tendrían las facultades de comunicación en este contexto. En una época, en donde la investigación se ha convertido, por cuenta de la agenda neo-liberal en tarea obligatoria, es imperativo aprovechar esta situación y darle ‘el giro’ a la agenda.

El abandono de la marginalidad

La pretensión por un pensamiento autónomo y emancipatorio en América Latina, debería empezar por el reconocimiento sobre los puntos de partida de la crítica filosófica y política a la Modernidad que están en Occidente y por ejemplo, cuando “las intelectuales chicanas y las feministas negras”… recuerdan que Nadie escapa a la clase, a lo sexual, al género, a lo espiritual, a lo lingüístico, a lo geográfico y a las jerarquías raciales del ‘sistema mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal’ o que cuando Danna Haraway afirma que “nuestros conocimientos están siempre situados” (Grosfoguel, 2006, p. 21), esas afirmaciones las inscriben, reinterpretándolas en la tradición del existencialismo, blanco y burgués, que proviene de Kierkegaard, pasa por Heidegger y llega a Sartre y a Merleau-Ponty aterrizando en la teoría feminista en la obra de Simone de Beauvoir. Es con el existencialismo que se abandona el ‘punto de vista universalista, neutral y objetivo’, aquel que reconoce que el sujeto que habla, hasta entonces borrado, entra en escena con su carga racial, política y social, es decir, existencial.

Decolonizar el saber no puede comportar el rechazo, sin tener en cuenta la crítica eurocentrista, la Modernidad y mucho menos, el desconocimiento de lo que el pensamiento emancipatorio latinoamericano debe a ésta; ni tampoco, la apropiación de categorías occidentales desconociendo su origen, lo cual equivale a reconstrucciones tramposas de la historia, equivalentes a las denunciadas por el mismo giro decolonial. Si el objeto es producir una perspectiva crítica del conocimiento hegemónico, hay que admitir que ese descentramiento que cuestiona el mito del ‘conocimiento universal fidedigno’ está en el seno mismo de un sector de las ciencias sociales occidentales y que es, a partir del diálogo con ellas, que se construyen las críticas desde otros loci epistémicos para abordar la colonialidad.

Dicho, en otros términos, los enormes aportes del giro decolonial no tendrían que ocultar su deuda con Occidente, ya que si, como lo han repetido infinitas veces ellos mismos, ‘la colonialidad y la modernidad constituyen dos lados de una misma moneda’, la crítica a la Modernidad, desde el locus epistémico europeo es el correlato de la crítica a la Modernidad/Colonialidad, hecha desde el locus epistémico latinoamericano. Por tanto, incluir el concepto de colonialidad en la crítica al eurocentrismo, no es una simple operación de adición; es ampliar la narrativa a zonas no visibles hasta entonces; es revelar lo que esa crítica desde su propio locus era incapaz de conocer. Es esto lo que hace Maldonado-Torres (2008) cuando plantea el ‘Dasein colonizado o mejor, al damné o condenado” (p. 251) para dar cuenta de los “sujetos racializados” (Quintero, s.f.), que no podían estar en Husserl. Ello no debería llevar a enfrentar estos planteamientos, por el contrario, ese podría ser uno de los caminos a un pensamiento transmoderno y a una comunicación transmoderna intercultural que pueda dialogar en la diferencia.

Esta afirmación conduce a plantear cuál es el tipo de relación que desde el loci epistémicos, se quiere construir con el mundo occidental. Si, por un lado, se sigue auto- reconociendo como un sector marginal de Occidente, el proyecto político siempre estará supeditado al de los países llamados centrales. Pero si no han de ser Occidente, estarían negando la propia historia, esa que, precisamente, revelan las narrativas del giro decolonial cuando reconocen que “el lado más oscuro del Renacimiento”, retomando el título de Mignolo (1995), se devela cuando se establece el papel de lo que hoy es América Latina en ese proceso.

Según expresa el mismo Mignolo, el texto de Leopoldo Zea de 1958, “América en la historia”, presenta una problemática “enraizada en una larga y duradera tradición entre intelectuales hispanoamericanos desde el siglo XIX: la conflictiva relación con Europa y, hacia el fin del siglo XIX, con Estados Unidos; en otras palabras, con el occidentalismo”. (Mignolo 2011, p. 168). Es esta tradición en la que continúan las vertientes pretendidamente emancipatorias del pensamiento latinoamericano. Estas tradiciones confluyen en un espacio ‘otro’ que se tendría que reconvertir en el espacio central desde el cual sea re-narrada la historia y se re-ocupe el espacio.

A esta tarea, se considera que puede contribuir una relectura de la forma en la que Sousa Santos (1998) plantea la “recontextualización de las identidades” (p. 178) la cual propone “tres orientaciones metodológicas” (p. 178): la primera consiste en establecer que la soberanía del Estado nunca tuvo correspondencia en el universo de la cultura. La segunda, que ninguna cultura es indiscriminadamente abierta; y, por último, que la cultura nunca es una esencia y que, por tanto, “no es comprensible sin el análisis de la trayectoria histórica y de la posición de ese grupo en el sistema mundial” (Sousa Santos, 1998, p. 178).

Si bien es cierto que en América Latina, la soberanía del Estado nunca tuvo correspondencia en el universo de la cultura ya que después de las guerras de independencia se construyeron Estados nacionales utilizando el modelo europeo, pero no se desarrolló una noción de ciudadanía que involucrara a las mayorías en el proyecto, una vez puesto en crisis el Estado-nación y sus correspondientes homogeneizaciones, la “jerarquía lingüística entre lenguas europeas y no-europeas” de la que habla Mignolo (citado por Farrés y Matarán, 2014, p.343) estalla en términos jurídicos, pero en términos del saber se mantiene intacta. Así las cosas, una tarea de la comunicación podría ser, por un lado, producir narrativas en lenguas no-europeas que no aparecieran como productos de folclor ni productos alternativos y, por el otro, reconocer que, en nuestro caso, no se puede asumir la caracterización del español como ‘lengua imperial’ que impone un saber colonizado porque, en ese caso, existiría una autocondena al no haber producido ni producir en el futuro un conocimiento emancipatorio. Lo mismo vale decir en el caso de la religión, especialmente cuando un movimiento como la teología de la liberación conjugó una clara opción emancipatoria con algunos preceptos del cristianismo. De manera que reconocer la no-correspondencia Estado-cultura obliga, en este caso, a reconocer que tanto la lengua española como la religión cristiana han dejado de ser herencias coloniales o imposiciones del Estado-nación para transformarse en elementos culturales indispensables en la recontextualización de las identidades, pero que éstas deben relativizarse a sí mismas para entrar en diálogo con otras lenguas y religiones del continente.

Ahora bien, si ninguna cultura es indiscriminadamente abierta, habría que revisar cuáles deberían ser o cómo se deberían dar las aperturas culturales de los latinoamericanos. Hay una apertura fuerte hacia los Estados Unidos, sobre todo en los países que están desde Colombia hacia el norte. Luego, está la apertura con España que adquiere especificidades nacionales y la apertura con Portugal, en el caso de Brasil, por último, también hay aperturas con África. Una reflexión profunda sobre estas aperturas debería llevar a restablecer equilibrios perdidos, develar zonas oscuras, establecer los intereses y representaciones sociales que legitiman, naturalizan las dominaciones políticas y económicas. Es decir, que si se pretende una comunicación más democrática y participativa, habría que replantear el debate de la dependencia cultural de los 60 ahora, integrando el tema de las tecnologías de la información y la comunicación, y pensar cómo las posibilidades que éstas ofrecen contribuirían a equilibrar las diversas aperturas culturales propias e, incluso, a crear aperturas inéditas ligadas a los espacios virtuales.

Por último, puesto que la cultura nunca es una esencia, tenemos pendiente la reconstrucción del relato indígena y africano en América Latina, así como el análisis de ‘la posición de ese/esos grupo/s en el sistema mundial’. Ya en 1970, Beltrán definió a América Latina como un “continente incomunicado” (citado por Barraquero, 2014, p. 28). Esa incomunicación, es un aspecto de nuestra mirada descentrada, de ese sentimiento de marginalidad que nos lleva a buscar el centro por fuera de nosotros mismos, en otras palabras, de un ser y de un saber colonizados. Una comunicación intercultural tendría que establecer los vínculos históricos entre los grupos que han habitado el continente sin desconocer las tensiones, conflictos e inequidades; pero buscando tender puentes y encontrar formas de estar juntos, más allá del simple reconocimiento de la diferencia.

Todo ello implica que la tarea de evidenciar los quiebres del capitalismo global no corresponde únicamente al Tercer Mundo; ni se puede abordar únicamente con categorías ‘autóctonas’ de los denominados ‘pueblos originarios’, mucho menos ahora cuando la mayoría de esas problemáticas ignoran las fronteras políticas y se desplazan en espacios de informalidad o de ilegalidad —da igual si se trata de un derrame de petróleo que de un grupo de africanos o sirios llegando a Europa o de niños chinos produciendo para una multinacional sin garantías ni derechos—. Tampoco se considera, como afirma de Sousa Santos (1998), que de las identidades y lealtades étnicas y religiosas “puedan brotar tanto energías constructivas como energías destructivas” porque para plantear el horizonte de “tolerancia discursiva” que el autor postula, con la consiguiente “interacción más horizontal entre alternativas epistemológicas, culturales y sociales” (p.419), es necesario no un relativismo cultural, sino que cada cultura se relativice a sí misma en el diálogo con la otra, para hacer posible una comunicación intercultural. Plantear la identidad en términos de lealtades no es la mejor vía para abrir el debate y sí señala el camino a los fundamentalismos y totalitarismos que caracterizan a algunas de las opciones con las que el Tercer Mundo se enfrenta a Occidente. La identidad podría ser, entonces, un espacio de encuentro en donde lo latinoamericano se defina desde una diversidad no jerarquizada, que evite los absolutos y reconozca las aperturas que deben operarse para construir la solidaridad.

Hasta aquí la selección del aporte realizado por los investigadores. El texto completo puede descargarse del link posteado arriba.

El asunto aquí es que no comienza a partir de una realidad limpia y equilibrada sino y por el contrario, de una subjetividad europeisada, europeisante y europensante, que torna un esfuerzo singularmente desigual intentar un pensamiento que prescinda de tales “mentalidades” fuertemente enraizadas en el carácter del pensamiento crítico en las universidades e intelectualidades del continente, incluso en los EEUU, donde lo Europeo sigue siendo central en sus contenidos de formación académica.

Lo paradójico es que “lo europeo” es al mismo tiempo una construcción de la modernidad en aquellos lares lo que hace el proceso aún mas complejo en tanto disputas que ni siquiera los europeos tienen demasiado claro, dada la diversidad tribal que anida en las mentalidades de cada una de las formaciones de los Estados y que subsisten y producen hechos históricos que no se alcanzan a dimensionar dadas estas tensiones escondidas que, en ocasiones, emergen mas claras como los intentos de regiones que aspiran a su independencia y su aceptación universal como Estado independiente del que se encuentra subsumido, en otras como aversiones históricamente sostenidas entre algunos actores o instancias respecto de otras en la solución de conflictos, y que se trasladan a nuestras realidades, como vestigios sin sustentos de “otros” que no somos, pero que están como si fuésemos.

Esos “otros” en “nosotros” ocupan lugares mas o menos relevantes según el tema de que se trate, como herencia no solo de los explícitos del poder imperial y colonial sino y ademas, de esas “otras colonialidades” que subyacen de modos mas pasivos en las “transferencias” con las que interpretamos los sucesos de nuestra propia materialidad y el pensamiento situado del presente.

Uno de los conceptos que provienen del pensamiento Europeo marxista del siglo XIX es el de Qué es Emancipación: Como emancipación se denomina la liberación de cualquier clase de vínculo de subordinación o dependencia de una cosa frente a otra. La palabra, como tal, proviene del latín emancipatĭo, emancipatiōnis.

En este sentido, la emancipación significa el paso de un estado de dependencia a otro de autonomía en el cual todos los lazos de sujeción ceden o se rompen, liberando al individuo. Así, la emancipación puede asociarse a la recuperación de la libertad, la potestad o la soberanía para tomar decisiones, actuar, y determinar el destino propio.

De allí que la emancipación pueda referirse a muchas situaciones en que un individuo se libera de los vínculos que lo atan en términos de servidumbre (esclavos), de tutela o patria potestad (menores de edad), dependencia o subordinación política (países y naciones) a otro.

Asimismo, Karl Marx consideraba que se podía obtener la emancipación social cuando nos liberásemos de las relaciones de dominación a que obligaba el sistema capitalista.

Sin embargo, podríamos darle una interpretación mas propia a nuestras vivencias y llevarla al terreno de la formación de subjetividades y por ende de como construimos identidades individuales y sociales, identidades nacionales y regionales, mecanismos de orden tribal y de formas de pensarnos y pensar el mundo de manera situada. De como construímos y nos constituímos individuos en un orden social dado, que se va transformando constantemente en esas construcciones y constituciones. Esto significaría despojarlo del carácter meramente material, para incluir dicho carácter material en algo mas inclusivo, expansivo, sensible, emocional, racional en lo intangible … una cosmovisión que nos permita vernos en la historia y en le presente y en las proyecciones que desde allí podamos producir hacia el futuro. Una “emancipación de las cadenas mentales” que el colonialismo y el neocolonialismo imprimen a nuestras formas y conceptos, para constituirlos en algo distinto, situado y propio. Dicho proceso no implica como pretenden muchos detractores, un proceso que va camino de “encierros” territoriales, muros e identidades totalitarias y amantes de las fronteras que separan de lo diferente sino precisamente una emancipación de todo limite pero que surja de la conciencia de lo que somos y vivimos en el lugar, en el tiempo y en el espacio y en las relaciones materiales e inmateriales que establecemos con los próximos.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack


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