Sábado 8 de agosto de 2020


Funcionarios, gobernadores y especialistas disertarán este sábado sobre la políticas públicas y escenarios de la pospandemia en un foro virtual organizado por Agenda Argentina, el colectivo de académicos e intelectuales afín al Frente de Todos

Bajo el lema "Hablemos de transformaciones: debatir y proponer para gobernar"., el encuentro virtual reunirá a funcionarios nacionales, gobernadores, legisladores, intendentes y especialistas en varias áreas para “discutir ideas para salir de la pandemia con más igualdad, más derechos y más Estado", informaron los organizadores.

El foro será transmitido en vivo a través de la plataforma Zoom y Youtube y contará con la participación del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, en el acto de cierre de la jornada, previsto para las 18.

“Queremos construir entre todes las iniciativas necesarias para seguir poniendo a la Argentina de pie”, señalaron los organizadores del evento a través de sus redes sociales, donde definieron al foro como “un espacio de discusión para debatir y proponer las políticas públicas necesarias para la etapa que se viene”.


El encuentro fue dividido en ocho comisiones de trabajo y mesas de debate sobre economía; trabajo y producción; federalismo; juventudes e infancias; política internacional; feminismos y territorios; energía; tecnología; derechos y soberanía; comunicación, y medio ambiente y hábitat.

La organización señaló a Télam que los
interesados pueden inscribirse en el foro para participar por Zoom, ingresando a las redes sociales de Agenda Argentina.



Además de Cafiero y Frederic, participarán el canciller Felipe Solá y los ministros Daniel Arroyo (Desarrollo Social), Agustín Rossi (Defensa), Elizabeth Gómez Alcorta (Mujeres, Género y Diversidad) y Matías Lammens (Turismo y Deportes).

( https://www.telam.com.ar/notas/202008/499863-funcionarios-y-expertos-participaran-de-un-foro-virtual-para-debatir-la-pospandemia.html)

Hay fricciones en nuestra sociedad que nos tienen que inquietar”, dijo Ángela Merkel, la Canciller Federal de Alemania. Se refería a un tipo de discurso público que propaga el odio, el desprecio, que hiere la dignidad de otras personas. La Canciller sabe de lo que habla: los alemanes han experimentado en carne propia las consecuencias de esa irracionalidad. Y agregó: “Si no está claro que en este país no toleramos el odio, el racismo y el desprecio a otras personas, entonces nuestra vida en común no va a funcionar”.


Crece en el mundo y muy particularmente entre nosotros un irracionalismo que no siente pudor por la propia ignorancia, que mediante el golpe de efecto busca la demolición del oponente, de la misma manera que pretende, de hecho o de derecho, eliminar al diferente. Oponentes y diferentes se vuelven la encarnación del mal, seres inferiores, tumores sociales, un auténtico aluvión zoológico predestinado al crimen o al desfalco.


Lo curioso es que quienes hoy envenenan de odio las pantallas de televisión, los titulares de los periódicos, las redes sociales y los discursos políticos eran ayer nomás los abanderados de la no confrontación, de la neutralización del conflicto político, del balsámico lenguaje de la buena onda. Al parecer, ya no se trata de la angelical política sin adversario con que se negaba la puja entre diferentes intereses, mediante el simple recurso de directamente negar la existencia de cualquier otro interés que no fuera el propio.


La sonrisa se trocó en rabia: si ya no es posible seguir negando la existencia de esos otros intereses será cuestión de negar al otro el derecho a expresarlos. Más allá de argumentos y razones, ese otro, en tanto identidad enemiga, siempre debe ser impugnado, no por lo que hace, dice o propone sino por lo que es, por el mero hecho de ser.


Ese discurso del odio es utilizado para acosar, segregar, justificar la violencia o la privación del ejercicio de derechos, multiplicando un ambiente de prejuicios e intolerancia que trasciende la palabra y recarga prácticas igualmente hostiles.


El discurso del odio por lo general apunta a minorías. La particularidad de la Argentina es que se ensaña con las mayorías. Por ejemplo, las mujeres. Desde un antifeminismo sutil o desde el más brutal machismo justificador. O los trabajadores, tanto cuando reivindican sus derechos como cuando, precarizados laboralmente, se han visto marginados económica, social, cultural y ahora se pretende que también lo sean políticamente. Ya nos ha ocurrido en un pasado que no es tan remoto como para haberlo olvidado y fingir ignorancia respecto a sus consecuencias.


Como peronistas, fuimos testigos de cómo el discurso del odio se enquistaba en algunos sectores de nuestra sociedad. La historia de las conquistas populares siempre tuvo una reacción contra la ampliación de derechos que se cristalizó en sentimientos clasistas muy refractarios de lo popular. Les haríamos un buen precio si dijéramos que se angustien viendo el goce de esos a quienes no admiten como iguales.


La disputa política es parte del juego democrático. Los y las militantes no le tememos a nuestros detractores. Somos conscientes de que los argentinos y las argentinas no necesitan gobernantes que se victimicen sino que sean capaces de enfrentar la adversidad con coraje y determinación.


Ahora bien: el discurso del odio no es el lenguaje de una diferencia política, del desacuerdo propio de una democracia. Es otro discurso y, justamente, se vuelve peligroso para la democracia.

Es peligroso cuando, ideologizando absolutamente todo, ataca al consenso científico sobre cuidados de la salud y la vida. Cuando convoca a manifestaciones rompiendo el distanciamiento preventivo en medio de una pandemia que tiene arrodillado al mundo entero. Cuando le dice a la gente que no se cuide. Cuando llama a la secesión de provincias. Cuando incita al golpismo llamando dictadura a un nuevo gobierno constitucional. Cuando impide el diálogo para encarar reformas imprescindibles y por mucho tiempo postergadas y cuando inventa noticias falsas para contaminar los esfuerzos de toda una sociedad que quiere dejar este duro momento atrás.


Miguel de Unamuno era rector de la Universidad de Salamanca cuando un sector del ejército se había sublevado contra la República. Mientras dirigía un discurso, el general Millán Astray lo interrumpió al grito de “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”

 

Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! –Respondió Unamuno– Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas, he de deciros que esa paradoja me parece ridícula y repelente. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender.”


No hace falta ningún esfuerzo de la imaginación para que estas palabras nos conmuevan por su vigencia ni para que la malsana invocación del mutilado no nos resulte dolorosamente familiar. ¿O no la escuchamos acaso todos los días en las pantallas televisivas, los titulares, las redes y en boca de ciertos dirigentes políticos?


No es ese el modo en que como argentinos, argentinas y peronistas concebimos la construcción política y la reivindicación social. No partimos tan sólo de la existencia de una sociedad en que se deben respetar los derechos individuales y en la que también cada individuo encuentra a su vez un límite: reivindicamos la necesidad de pensar como comunidad, buscando siempre fortalecer aquello que tenemos en común, sin por eso desconocer nuestras diferencias. Nuestra identidad política no surge ni debe surgir de aquello que nos diferencia sino que encontramos nuestra identidad a partir de lo que tenemos en común.


No se pretenda entonces que respondamos al odio con más odio ni a la intemperancia y la histeria con mayor intemperancia e histeria. Esas intensidades tan peligrosas, estos contrasentidos tan reveladores de la rusticidad del odio, no son nuestras ni nunca lo serán.


Por eso, sentí la necesidad de interpelar a quienes tienen y tenemos responsabilidades institucionales y políticas para que no exista indiferencia al odio, para que lo desautoricemos a la menor aparición.


Se trata de comprender que el odio se contrapone con la democracia. Y eso, en la Argentina, no lo podemos permitir. Nuestra Constitución es la que no lo permite.

 

El odio no dialoga. El odio es la lengua del desprecio. Que las palabras y los gestos violentos no nos hagan retroceder como sociedad. Tenemos diferencias. Respetándonos, crezcamos a partir de ellas.


En ese inspirado discurso, Miguel Unamuno apostrofó así a los militares fascistas: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.”

Para Unamuno, la mutilación que incapacitaba a Millan Astray –que había perdido un ojo, un brazo y rengueaba a causa de una herida de bala– no era la física sino la moral, de ahí que fuera capaz de esa “paradoja repelente”.


El “Viva la muerte” de nuestros mutilados morales consiste, en medio de una pandemia que cuesta horrores controlar, que ha colapsado los más avanzados sistemas de salud del mundo, que librada a sí misma podría acabar con las vidas de cientos de miles de compatriotas, careciendo de la menor noción en la materia su repelente paradoja consiste en negar los conocimientos, juicios, consejos y recomendaciones de nuestros mejores médicos, científicos y científicas tan sólo porque el Presidente las hace suyas, por el mero reflejo de oponerse sistemáticamente, más allá de toda lógica y razón.


¿Será inútil pedirles que piensen en Argentina, que tengan un poco de amor y piedad por el pueblo argentino?


Santiago Cafiero, Militante peronista. Politólogo. Actual jefe de Gabinete de ministros de la Nación, es el autor de esta nota tomada del medio digital VCF : (http://vaconfirma.com.ar/?articulos_seccion_719/columnistas/549 )

El 17 de abril la cantidad de personas fallecidas por coronavirus en el país llegó a 129. Dieciocho días más tarde, el 4 de mayo, la cifra se duplicó hasta 260. Luego el plazo de duplicación mejoró un poco al estirarse a 25 días: el 29 de mayo las víctimas fatales de la pandemia eran 520. El 22 de junio, 24 días después, ya ascendían a 1043. El 17 de julio, otra vez transcurridos 24 días, los muertos de la covid-19 escalaron a 2112. Ahora es el peor momento. Pasaron 20 días hasta alcanzar los 4251 fallecidos el 6 de agosto.


Si se lograra mantener estable el promedio diario de muertos de la última semana, de 115 personas, el 10 de septiembre el número acumulado será de 8502. Sin embargo, la evolución que muestran los contagios y fallecimientos sigue en aumento, lejos de la teoría de la meseta, por lo que seguramente esa cifra será una realidad a más tardar a fin de mes. A este ritmo, para el día de la primavera habrá 15 mil muertos por coronavirus en la Argentina. Y la tragedia no habrá terminado.


Desde el inicio de la pandemia los sectores más enfermos de odio al peronismo asumieron la despreciable posición de tratar de esmerilar al Gobierno militando en contra de la cuarentena. A las enormes dificultades para sostener la logística del cuidado de la vida en una sociedad agotada de tanto esfuerzo se suma ese componente tóxico de quienes llevan su disputa política al terreno de la salud. Entienden que podrán cargar sobre la espalda del Frente de Todos las tenebrosas cifras de los caídos por la covid-19. No les importa que la gestión que apoyaban o integraban, la de Cambiemos, haya debilitado las estructuras sanitarias al punto de degradar al Ministerio de Salud y dejar hospitales sin construir. Tampoco reparan que gobernantes de su propio espacio comparten la responsabilidad por lo que está sucediendo.


Esos sectores confían en la imposición de sentido de la maquinaria mediática que los acompaña, aquella en donde esta semana se vio un puño cerrado de festejo durante el repaso de los números de víctimas y ni siquiera surgió el pedido de sinceras disculpas si es que la celebración tuvo otra motivación y fue solo un descuido desafortunado.


Los medios dominantes esconden de por sí que la Argentina ha tenido un éxito relativo en el combate contra el virus que asola al mundo. Si el país hubiera repetido la curva de fallecidos que presenta Colombia, a esta altura tendría 10.754 muertos en lugar de los 4251 efectivamente registrados hasta este jueves, fecha que tomó el senador correntino Martín Barrionuevo para realizar la comparación, en su valioso trabajo estadístico de análisis de la pandemia. El número de muertos en Argentina sería de 17.938 con la curva de México, de 21.140 con la evolución de Brasil, de 21.896 con la de Estados Unidos y de 23.162 con la de Chile. Es decir, el esfuerzo, la responsabilidad y la solidaridad nacional alcanzaron hasta ahora para salvar entre 6500 y 19.000 personas tomando como referencia esos países.


El ocultamiento de esa realidad busca cortar de raíz la comprensión colectiva, la toma de conciencia social, de que el camino del esfuerzo compartido, la responsabilidad y la solidaridad genera grandes conquistas. Es lo contrario al capitalismo financiero, el modelo neoliberal, que también asola al mundo desde hace casi cinco décadas. Antes que poner en riesgo los privilegios que genera ese sistema para las elites que lo promueven, los Bolsonaro o Trump del mundo prefieren el statu quo y las muertes que ello conlleve.


Aquella ganancia incalculable de haber preservado entre 6500 y 19.000 ciudadanos desde que apareció el coronavirus, de todos modos, está lejos de ser definitiva. Como se indicó más arriba, la aceleración en la duplicación de contagios y fallecimientos acerca cada día a más distritos al momento crítico de ver colapsados sus sistemas de salud, lo que provocaría un aumento exponencial de personas que pierden la vida.

No es una batalla que se pueda perder. La actitud que empieza a extenderse como una mancha de petróleo de sálvese quien pueda debe ser revertida. Los gobiernos nacional y provinciales deben ser capaces de reinventarse para lograr mayor acompañamiento social a la lucha de salvar personas. También en recuperar controles y en el auxilio a los caídos en la desgracia económica. Es evidente que el desafío resulta colosal, pero el famoso pico de contagios sigue sin aparecer con nitidez y la meta final de la vacunación masiva muchísimo menos, pero no será antes de ocho o diez meses. Es demasiado tiempo como para bajar los brazos.

Aquellos que promueven lo contrario, por ejemplo mediante la convocatoria a marchas en este contexto tan difícil, parecen apostar todavía más fuerte a agravar la situación luego de que el croupier se llevó las fichas que habían jugado al fracaso de la negociación de la deuda en virtual default que dejó Mauricio Macri. Confiaban en las huestes de Blackrock, pero la movida les salió mal.


Alberto Fernández explicó en relación al acuerdo que tuvo en cuenta el consejo de la vicepresidenta Cristina Fernández y del ex ministro Roberto Lavagna respecto de cuidar no solo la sustentabilidad económica a través del entendimiento, sino también la sustentabilidad política. Es decir, evitar que la postergación del arreglo para mejorar el perfil de pagos expusiera al Gobierno a una crisis económica todavía más grave que pusiera en riesgo el capital político ganado hasta ahora para avanzar con otras transformaciones.


Los referentes mediáticos y economistas del establishment que hacían fuerza por el fracaso en la negociación con los acreedores perdieron esa pulseada. Antes, el año pasado, ya habían perdido las elecciones. Ahora es crucial que los argentinos no perdamos en la pelea más difícil, la que hay que dar contra el coronavirus. También en ella se ponen en juego la sustentabilidad política y económica del oficialismo, pero antes que nada, la vida de miles de personas.

( https://www.pagina12.com.ar/283712-la-oposicion-y-su-rama-mediatica-fracasaron-con-la-deuda-aho )


Mientras algunos intentan minimizar los impactos de la cruda realidad presente y planifican a futuro el diseño de programas y formas para mejorar la calidad de vida de los Argentinos, algunos otros solo encuentran en el odio, la critica infundada y el alimento de sus temores y broncas mas profundos hacia si mismos y la sociedad de la que forman parte y de los males que así contribuyen a acrecentar. Unos pocos alimentan estas grietas a sabiendas de que es la única forma de sostener sus privilegios de elite minoritaria … hasta que los odiadores se den cuenta y en lugar de odiar comiencen a mejorar y transformar esta realidad diseñada para el beneficio de unos pocos.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack




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