Para entender la economía

 



2020 ha sido un año como ningún otro. La especie humana fue sorprendida con la guardia baja por un enemigo invisible e insidioso que ha confinado por largos meses al mundo entero, cobrado casi dos millones de vidas, hundido a la economía en una crisis abismal y puesto a muchos países de rodillas.

La pandemia del coronavirus ha sido un brutal recordatorio de lo frágiles que somos los seres humanos, de lo indispensable que son la empatía y la solidaridad —así sea a través de una pantalla— para subsistir. Ahora que empieza a vislumbrarse su final con la llegada de vacunas y mejores tratamientos para la COVID-19, todos deseamos con razonable esperanza un 2021 más amable.

Sin embargo, no vayamos tan rápido. No conviene seguir ignorando el poderoso llamado que 2020 ha machacado: son los débiles y los más pobres quienes más severamente han sufrido el impacto de la crisis, (…) la destructiva actividad humana ha acercado peligrosamente al medioambiente a un punto de no retorno tras el cual nada garantiza nuestra sobrevivencia como especie. Todo eso estaba antes del coronavirus, pero ahora queda mucho más claro. El balance de este año es que vivimos sumamente desbalanceados. Seguir como vamos es posible pero suicida. Si no actuamos unidos, los problemas que nos afligen escaparán de nuestro control. El mundo necesita un reseteo. Recordarlo parece un lugar común, pero no lo es. Postergarlo es un lujo que no podemos darnos.

Boris Muñoz, editor de Opinión en español de The New York Times

Balance 2020

Difícil no terminar el año sin un balance y un repaso de lo que pasó durante 2020.

Nuestro objetivo principal no es “contar” lo que está pasando, sino brindar las herramientas para que puedas entender lo que está pasando. Para eso es esencial explicar cómo se articulan las variables, que son las que dan lugar al comportamiento cíclico que presenta la economía argentina hace ya muchos años. Si entendemos eso, entendemos la coyuntura, porque tarde o temprano el gobierno de turno se enfrenta con los mismos problemas. ¿No me creés?

Stop and go

La actividad económica se encuentra estancada desde hace casi 10 años. Eso es un gran problema, ya que las condiciones de vida de la población están atadas al (no) crecimiento económico argentino. ¿Por qué sucede esto? Porque la economía se encuentra atrapada en un círculo vicioso conocido como stop and go, un término acuñado en los ’60 (vaya si no es cíclica nuestra historia económica). Como muestra el gráfico (verlo en sentido horario), desde 2011 se suceden períodos de recesión -provocados por devaluaciones del tipo de cambio que impulsan al alza los precios, reduciendo el poder adquisitivo y la demanda agregada- seguidos de períodos de recuperación (donde se revierte el comportamiento de las variables mencionadas).

 


Este problema es 100% argentino, dado que el resto de los países de la región lograron, su gran mayoría, crecer sostenidamente en los últimos años. La comparación con esos países también nos permitió identificar el componente que nos distingue del resto: la elevada y sostenida inflación.

La economía argentina no genera la suficiente cantidad de dólares en relación a los que demanda. Vimos que el principal componente de la oferta de divisas son las exportaciones, que no solo se encuentran estancadas sino que además están muy concentradas en productos agropecuarios de escasa diferenciación y valor agregado. El otro componente, tantas veces -mal- utilizado a lo largo de nuestra historia, fue el endeudamiento público, que derivó en una nueva reestructuración de la deuda.

Por el lado de la demanda, la complejidad fundamental pasa por el manejo de la compra de dólares para atesoramiento, cuya “solución” fue la misma para las últimas dos gestiones: regular la capacidad de compra, provocando el surgimiento de un dólar paralelo con su respectiva brecha cambiaria. Para comprar dólares hacen falta pesos, y ahí vimos el vínculo que existe entre el déficit fiscal, la famosa “emisión” de dinero y la inflación.

2020 = Todo lo anterior x 10

El estallido de la pandemia, que derivó en el aislamiento obligatorio y la parálisis total de la actividad económica, no hizo más que exponer y potenciar todos los problemas mencionados.

Eso llevó a que el Gobierno recurriera al incremento del gasto público como herramienta para sostener a las empresas y al ingreso de las personas, sobre todo aquellas vinculadas al sector informal de la economía. El uso del gasto público no fue una particularidad argentina sino que es algo que se observó en todos los países, dado que el Estado es el único con la capacidad de salir a gastar en tiempos de crisis. Nuestra diferencia con el resto estuvo en la (in)capacidad de financiar dicho gasto.

Debido al excesivo endeudamiento contraído previamente durante la gestión de Cambiemos, quedaba vedada la colocación de deuda, el mecanismo más frecuente para este tipo de operatorias. En su lugar, el Ejecutivo debió recurrir en su mayoría a la asistencia directa por parte del BCRA, cuyo correlato directo fue una inyección muy importante de liquidez en los bancos. Dicha liquidez no fue manejada correctamente por parte de la política monetaria del Banco Central, que terminó provocando el salto de la brecha cambiaria, que pasó del 30% al 80% en menos de dos meses. Eso luego llevó al BCRA a tener que intervenir constantemente en el mercado cambiario para sostener la cotización del dólar oficial (presionado por el alza de la brecha), cuya consecuencia fue la caída sostenida de las reservas y un  endurecimiento de los controles cambiarios por parte de la máxima autoridad monetaria. El problema: derivó en mayores expectativas de devaluación, creando otro círculo vicioso.

A partir de eso, el BCRA empezó lentamente a desandar el camino recorrido, flexibilizando los controles y aplicando una política monetaria más contractiva (aumentando las tasas de interés, de modo de absorber una mayor cantidad de dinero). Eso fue complementado con una mejora en el frente fiscal, tanto por el lado de la reducción del déficit (de la mano de la recuperación económica) como de la capacidad de colocar deuda en el mercado local. Todo eso llevó a que se redujera la brecha cambiaria y se terminara estabilizando, aunque todavía se mantiene en niveles elevados (en torno al 60% el contado con liqui y 85% el dólar informal).

Llegamos así al final del 2020, un año sin dudas para el olvido (en todo sentido). En lo económico, el PBI va a terminar con una caída en torno al 10%, la más severa desde la crisis del 2001. De cara al 2021, si bien se espera un repunte de la actividad económica, va a depender -en buena medida- de lo suceda con el tipo de cambio y la inflación, que implica doblegar las expectativas del sector privado, que proyecta para el año que viene un fuerte incremento del tipo de cambio oficial acompañado de un salto en la inflación hasta el 50% (en 2020 terminaría en 37%). El Gobierno, en cambio, estima poder mantener la senda desinflacionaria que se vio durante todo este año, uno de los pocos aspectos donde la pandemia colaboró, ya que facilitó la reducción de casi 20 puntos desde el pico de fines del año pasado. ¿Quién ganará la pulseada?

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¿Qué es la inflación?

Hoy en día ya todos sabemos que la inflación es el aumento sostenido de los precios. Nos damos cuenta cada vez que compramos algo. Lo que muchas veces no está tan claro (ni bien comunicado) es cómo se mide. Sin ir más lejos, una primera pregunta que surge es cómo hace el INDEC para publicar un único dato cuando la cantidad de productos –y precios- que hay en una economía debe superar el millón.

Para eso recurre a una canasta de productos que busca acercarse lo mejor posible al consumo promedio de la población. Luego, todos los meses releva los precios de dicha canasta de productos y a partir de eso obtiene el dato de la inflación.

¿Por qué es un problema?

Existen varias razones, aquí voy a detenerme en las tres que creo que son las más importantes. En primer lugar, porque puede llevar a la pérdida del poder adquisitivo, algo que sucede sobre todo en contextos donde la inflación se acelera súbitamente. La aclaración es importante, porque en contextos de inflación estable el poder de compra suele acompañar o incluso mejorar.

El segundo problema es que desincentiva las inversiones de mediano/largo plazo de las empresas (y, de allí, afecta directamente al crecimiento económico). Ponete en el lugar de una empresa que está analizando a ver si le conviene o no invertir en una nueva máquina. A grandes rasgos, la decisión pasa por identificar si el aumento de los ingresos (generados gracias a la incorporación de la máquina) son superiores al costo de la misma. Fijate que el cálculo requiere de una proyección de los ingresos futuros y, por ende, también de la inflación. Ahora bien, ¿qué tan fácil te parece que es lograr una estimación más o menos aproximada de lo que va a suceder en el futuro con la inflación?

Claramente esto es algo muy difícil y eso desincentiva algunas inversiones. Solamente se llevarán a cabo los proyectos cuya rentabilidad esté bastante asegurada (que son los que compensan la mayor incertidumbre asociada a la imposibilidad de evaluar correctamente el riesgo o el costo del proyecto). La causa, por detrás de todo esto, es el aumento en la volatilidad de las principales variables macroeconómicas, en particular aquellas vinculadas con las decisiones financieras: inflación, tasas de interés y tipo de cambio.


 Lo que nos lleva al tercer y –probablemente- más importante problema de todos: el aumento del poder de compra en moneda extranjera. Esto es lo que en la jerga económica se le llama “apreciación cambiaria”. ¿Pero cómo puede ser la mejora del poder de compra un problema? Porque como vimos la semana pasada, esto significa un incremento de la demanda de dólares (podés comprar más insumos o productos importados, te sale más barato viajar al exterior, podés comprar más dólares para ahorrar, etc.), y por lo tanto una presión al alza en el tipo de cambio. Reteneme esta conclusión porque en breve la vamos a retomar y ahí va a quedar mucho más clara la importancia de este aspecto.

¿Y por qué suben los precios?

Acá es donde se pone más entretenida la cosa, porque si más o menos seguís las discusiones económicas te habrás dado cuenta de que hay dos grandes “bandos”: por un lado, quienes afirman que la inflación es provocada por el incremento en la cantidad de dinero en circulación; y por otro, quienes sostienen que eso se debe al aumento de los costos de las empresas.

¿Cuál tiene razón? Al día de hoy, no hay acuerdo y eso se refleja en la cantidad de economistas de un lado y del otro que discuten sobre el tema. No obstante, creo que la explicación vinculada a los costos es i) más directa, ii) más consistente y iii) se ajusta mejor a la evidencia empírica.

En primer lugar, es más directa por una razón muy simple. Los precios los ponen las empresas, y para eso se fijan en sus costos de producción (insumos, salarios, impuestos, etc.). Si el costo por unidad aumenta, por lo general eso llevará a las empresas a subir los precios (para evitar la reducción del margen de ganancia). Desde ya, el contexto importa: en una recesión –como la actual- se hace más difícil trasladar los aumentos de costos a los precios, sobre todo para las pymes.

En cambio, la explicación que vincula la expansión de la cantidad de dinero con el aumento de los precios requiere que se cumplan algunas condiciones que hacen muy difícil que eso suceda. Lo que sí puede suceder es que presione al alza al tipo de cambio y que eso lleve al aumento de los precios. Pero, precisamente, eso sucede porque la suba del dólar se traduce en un aumento de los costos de las empresas (ya que ahora los insumos importados son más caros).

¿Cambia tanto si el problema es una cosa o la otra? Sí, bastante, porque distintos diagnósticos llevan a diferentes políticas económicas. Por ejemplo, quienes afirman que el problema es la cantidad de dinero van a reclamar por un ajuste del déficit fiscal o directamente por el control de la emisión monetaria, como intentó G. Sandleris en su momento. Por el contrario, quienes sostienen que el problema viene por el lado del tipo de cambio, van a recomendar tratar de contenerlo ya sea a través de la intervención directa del BCRA (comprando o vendiendo dólares) o, llegado el caso, a través de regulaciones más estrictas sobre la demanda de divisas.

De todos modos, el canal sería siempre por medio del tipo de cambio. Y como vimos la semana pasada, hay varios motivos que pueden llevar al aumento del dólar. Por lo tanto, el aumento de la cantidad de dinero sería a lo sumo un caso particular de la explicación general. Al analizar la correlación de los datos, también se hace evidente que existe una vinculación mucho más estrecha entre el tipo de cambio y la inflación. Es más, la relación entre la emisión y la inflación es más bien negativa en el corto plazo.

¡Momento! Hace un ratito me dijiste que una de las consecuencias de la inflación era la apreciación cambiaria, que llevaba al aumento del dólar... ¿Y ahora me estás diciendo que la inflación está causada por el aumento del dólar? ¿En qué quedamos?

Precisamente, como te dije al principio, son dos problemas que se retroalimentan entre sí.

Ya sé, ahora me vas a preguntar cómo se soluciona. Por ahora nadie parece tener la respuesta correcta. O, quizás, el problema es que todavía no pudimos ponernos de acuerdo en el diagnóstico y por eso no logramos aplicar una política que sea consistente y que se mantenga en el tiempo. Esto parece lo más probable al ver el tiempo que le llevó al resto de los países de la región bajar la inflación a un dígito: Chile tardó 16 años, México 14, Colombia y Uruguay 10, Perú 6 y Brasil 4.

Por lo pronto, hay que aprovechar quizás el único aspecto “no-negativo” que trajo la pandemia: una caída de la inflación de más de 10 puntos porcentuales respecto de fines del año pasado. Claro que para eso el BCRA deberá tener un buen diagnóstico y, en función de eso, desplegar las políticas adecuadas para manejar la liquidez y el tipo de cambio de manera de evitar un nuevo salto en los precios.

El serrucho de la economía 

El principal impacto que tiene la devaluación es el incremento de los precios, fundamentalmente porque se encarecen todos los insumos importados que se utilizan para producir. Imaginate, por ejemplo, una empresa argentina que hace heladeras y para eso necesita importar el termostato, porque acá no se fabrica. Supongamos, para hacer cuentas sencillas, que sale USD 20 y que el tipo de cambio de ese momento es de 10 $/USD. Esto significa que dicho insumo le cuesta a la empresa $200. Ahora supongamos que el tipo de cambio se devalúa un 30%, pasando a cotizar 13 $/USD. La empresa ahora pagará el insumo $260, es decir, un 30% más caro (que es lo que aumentó el dólar). Esto mismo sucede con todos y cada uno de los insumos importados que utilizan todas las empresas del país. Como estos insumos son parte de los costos de producción, las empresas los trasladan rápidamente a los precios de venta, provocando el aumento de la inflación.

El rápido aumento de los precios se traduce en una caída automática del poder adquisitivo de los salarios, lo que implica una contracción fuerte del consumo y, por lo tanto, un freno en las ventas de las empresas, que recortan la producción y las inversiones. Se produce así una recesión económica.

Posteriormente, vienen los aumentos salariales para recuperar el poder de compra perdido, que combinado con la estabilización del tipo de cambio y la reducción de la inflación, llevan a la recuperación del consumo, la inversión y por lo tanto del PBI.

Se cierra así el ciclo. Una fase de recesión (devaluación, salto inflacionario y caída del poder adquisitivo), seguido de una recuperación (estabilización del tipo de cambio y de la inflación, acompañado de la mejora en el poder de compra), que nos hace ir y venir, pero sin crecer. “Stop and go” fue el término acuñado en los ’70, donde se observó un comportamiento similar del PBI.

¿Y 2012? Cierto, la caída de ese año no se ajusta a la explicación. No hubo devaluación, salto en los precios o caída de los salarios. Pero eso fue por el surgimiento del “cepo” cambiario, que comenzó en 2011 pero que se puso operativo en 2012 (la brecha con el oficial a fines de 2011 era de 15%, mientras que para fines de 2012 saltó al 43%), tras la fuerte sequía que impactó en las exportaciones.

A modo de conclusión, de lo anterior se desprende que la raíz del problema se encuentra en las devaluaciones del tipo de cambio, que combinado con los saltos inflacionarios se traducen en el estancamiento cíclico que presenta la economía argentina desde hace años.

Con esto nos acercamos un poco más a las causas del problema, que como te habrás dado cuenta están asociadas al valor del dólar

Lo que nos cuesta crecer

El estancamiento secular de la economía, el gran drama argentino. Los indicadores de la semana y algunas cositas más.

El último Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM), que nuclea a más de 50 consultoras y centros de estudios del país, estimó que para 2020 el PBI caerá 9,5%, con un leve rebote para 2021 (+4,5%). De confirmarse estos datos, Argentina se encontraría por segunda vez atravesando una “década perdida”: el crecimiento del PBI sería nulo (en realidad, levemente negativo, -0,7%), lo que significa que durante 10 años la economía no habría logrado aumentar el nivel de producción y de ingresos.

Independientemente de que lo que suceda durante este año y el próximo, atravesado por la pandemia, es innegable que la economía tiene un problema que no le permite crecer sostenidamente. Si tomamos los últimos 8 años, el resultado es el mismo: el crecimiento promedio para 2011-2019 fue prácticamente nulo (0,4%).

¿Pero tan importante es que la economía crezca sostenidamente? Sí, es muy importante, porque es una condición necesaria –pero no suficiente– para mejorar la calidad de vida de la población, ya que, a mayor tamaño de la economía, mayor es el total de ingresos que genera.

Por eso, al analizarlo en términos per cápita (es decir, teniendo en cuenta el total de la población), el resultado es aún más grave, ya que la población viene creciendo a razón de 1% por año. Es decir, tenemos el mismo tamaño de ingresos (la misma “torta”), pero ahora eso se distribuye entre una mayor cantidad de personas. Con lo cual, el PBI per cápita actual es un 10% menor al de 2011, que es lo mismo que decir que hoy somos –en promedio– un 10% más pobres que hace 8 años.

De lo anterior se desprende que la economía debería crecer por lo menos 1% al año para lograr mantener el mismo nivel de ingresos per cápita. De todas maneras, esto claramente sería insuficiente, ya que todavía hay mucha gente cuyos ingresos no alcanzan para lograr condiciones mínimas de calidad de vida. Es un lujo que solo podrían darse los países más desarrollados (con elevados PBI per cápita) como Noruega, Corea del Sur, Australia, etc.

¿Y qué tan lejos estamos de esos países? Si miramos el vaso medio lleno, según el Banco Mundial para 2018 (último año con datos disponibles para todo el mundo) Argentina tenía un PBI per cápita de casi USD 23.000 dólares, lo que la ubica de mitad de tabla para arriba. Más específicamente, en el puesto 56°, sobre un total de aproximadamente 195 países. Por eso se la suele considerar como un país de ingresos “medios-altos”.

Igual acá aplica más que nunca la frase “mal de muchos, consuelo de tontos”. La ubicación de nuestro país, cuyas condiciones de vida para una buena cantidad de personas dista de ser aceptable, refleja que hay muchísimos países en peores condiciones.

Por otro lado, estamos bastante lejos de los primeros puestos de la tabla, aunque es importante resaltar que en muchos casos el PBI per cápita, al ser un promedio, no refleja mejores condiciones de vida de toda la población. Por ejemplo Catar es el tercer país con mayor PBI per cápita y sin embargo se ubica en el puesto 41° según el índice de Desarrollo Humano.

Como referencia podemos tomar a España, país con buenas condiciones de vida, que actualmente tiene un PBI per cápita de USD 40.000. Como verás, lo que Argentina necesitaría, entonces, es crecer de manera sostenida por determinada cantidad de tiempo hasta lograr duplicar su PBI per cápita (tomando números redondos).

¿Y cuánto tiempo? Eso depende de la velocidad a la que crezca la economía, es decir, la tasa de crecimiento. Para que te des una idea, si Argentina lograra crecer 5% por año, en 15 años duplicaría su PBI per cápita y alcanzaría el nivel de España. Ahora, si en lugar de hacerlo al 5% lo hiciera al 3%, tardaría 24 años. Y si creciera al 1% tardaría 70 años. Fijate que puede parecer poco la diferencia entre crecer al 1% o al 5% y sin embargo cambia radicalmente el panorama. Eso es porque el crecimiento se acumula cada año, y entonces las diferencias se hacen cada vez más grandes.

Acá es donde queda claro que no solo es importante que la economía crezca, sino que además lo tiene que hacer a cierta velocidad, de lo contrario nos llevaría una eternidad. Para que lo entiendas, creo que la mejor analogía es pensarlo como una carrera, cuya meta es alcanzar a esos países, pero donde no todos parten de la misma línea de largada. Por ejemplo, Hungría saldría unos metros delante nuestro, mientras que Honduras arrancaría bastante más atrás

 

Ahora bien, que estemos más cerca de la meta no significa que lleguemos antes. Para avanzar no solo hay que crecer, sino que hay que hacerlo a una velocidad mayor que el resto. El problema se vuelve todavía más complejo, porque la meta también se mueve (los países que están delante nuestro, como España, siguen creciendo).

Por eso es tan grave lo de la falta de crecimiento. Durante los últimos 8 años, no solo quedamos rezagados frente a otros países que se encontraban detrás, sino que la meta se alejó.

Bueno, ¿pero capaz este es un problema generalizado en todo el mundo? Lamentablemente no. En los últimos años la gran mayoría de los países logró crecer (aunque a diferentes velocidades, claro está). Del total de 195 países, hubo solamente once que entre 2011 y 2018 no lograron crecer, y uno de esos fue Argentina. 

Me adelanto a la siguiente pregunta: identificar las causas que están por detrás de este problema no tiene una respuesta única ni sencilla. Pero acá no le escapamos a las cosas difíciles, así que –si la coyuntura nos deja– le vamos a dedicar las próximas entregas a tratar de desentrañar los (varios) factores que están por detrás de este problema.

Si no te podés aguantar, la respuesta (muy pero muy) corta está vinculada con el tema de las divisas, ya que la economía necesita una cierta cantidad de dólares por año para poder crecer de manera sostenida pero no está logrando generarlos. Así que eso implica meterse con las exportaciones, las importaciones, el ahorro, la deuda externa, los capitales de portafolio y varias cuestiones más ...

La reestructuración exitosa de la deuda, y un ordenamiento fiscal acorde a las posibilidades reales de la actual situación Argentina permiten afirmar que las condiciones están dadas para que la economía retome la senda del crecimiento. El desafío, como vimos, será sostenerlo en el tiempo.

Juan Manuel Telechea Cenital.com

Lo que nunca se menciona y se estudia correctamente en las ciencias económicas es como las empresas definen los precios, que en definitiva es lo que determinara la ganancia producida por esa empresa para sus dueños y accionistas. Este dato (variable) rara vez aparece mencionado en los analisis de los economistas ¿Por Que?

El producto nacional (PN) de una economía, correspondiente a un período concreto de tiempo, se distribuye entre los propietarios de los factores productivos o inputs que han colaborado en su elaboración. Está relacionado con la distribución de la renta a nivel macroeconómico.

El producto nacional o conjunto de bienes y servicios generados, se corresponde con el volumen de renta que será distribuida entre esos factores, como recompensa a su contribución al proceso productivo.

Los factores productivos

Renta y tierra

El factor de producción tierra hace referencia a la oferta total de suelo fértil y disponible que existe en la economía.

La tierra o factor natural incluye el conjunto de los recursos naturales del suelo y subsuelo y la escasez o abundancia de cada recurso concreto (madera, minerales, cultivos…) determinará su precio y la utilización o no de otros recursos alternativos (plástico en lugar de madera, gas en lugar de carbón, centeno en lugar de trigo, etcétera).

Los rendimientos de la tierra como consecuencia de la venta de los productos procedentes de la misma, son las rentas que percibirán los propietarios de este factor.

Interés y capital

El capital no es un factor natural como la tierra, sino que es un factor elaborado por el hombre para fabricar, a su vez, otros productos. El capital empleado en la producción lo podemos dividir en capital fijo y capital circulante.

El capital fijo incluye todos aquellos elementos -soporte de la empresa que van a tener una larga permanencia durante sucesivos procesos productivos (maquinaria, instalaciones, plantas productivas, etc.).

El capital circulante incluye todos aquellos elementos cuya utilización es inmediata en el proceso productivo (existencias de bienes no vendidos, productos semielaborados, materias primas y el conjunto de activos destinados a la inversión).

La utilización del capital en el proceso de producción genera un interés o contraprestación por su aportación en la elaboración del producto final. La suma del capital inicial disponible más los intereses resultantes es igual al capital final.

Capital final = Capital inicial + intereses

Salario y trabajo

La oferta de trabajo de una economía está constituida por el total de horas de trabajo que la población está dispuesta a ofrecer.

Esta oferta de trabajo depende directamente del tamaño de la población (número de habitantes) de aquella parte de la población que desea trabajar (población potencialmente activa) y del número de horas de trabajo por habitante (un menor número de horas invertidas en trabajo significa que existe un mayor tiempo disponible para el ocio).

La remuneración del trabajador por su aportación productiva es el salario, que está en función de la categoría y duración del trabajo desempeñado.

Beneficio y empresario

Al empresario corresponde el conjunto de decisiones relativas a la coordinación del flujo de recursos económicos y la oferta de factores productivos disponibles para la obtención del producto final, output, destinado al mercado.

Junto al coste económico de toda producción que suponen las rentas de la tierra, los salarios del trabajo y el interés del capi tal, se encuentra el del beneficio, que corresponde al empresario. El beneficio es la recompensa a la iniciativa e innovación desarrollada por el fabricante-empresario en un ambiente de incertidumbre y riesgo, reflejado en la inestabilidad del mercado a donde se dirige el producto elaborado para su venta al consumidor.

El beneficio empresarial (bE) (o renta del empresario) será el excedente de los ingresos (I) (o precio de venta del output en el mercado) sobre el coste (C) necesario para la obtención de ese output.

El rendimiento de los factores productivos

La relación técnica existente entre cada combinación de factores productivos y el máximo producto que podríamos obtener a partir de cada una de esas combinaciones la hemos denominado función de producción.

El producto total (PT) correspondiente a cada unidad de factor (F) es el producto medio (PMe).
PMe= PF / T

El rendimiento o aportación de cada factor en la producción es la productividad marginal o productividad marginal física. Se puede definir como el incremento de la producción, tras la aplicación de una unidad adicional de un factor, manteniéndose constantes las cantidades aplicadas de los demás factores.

Así por ejemplo, la productividad marginal de la tierra o producto marginal (PMg) es la variación que experimenta la producción total cuando se añade una unidad más de tierra, permaneciendo el resto de los factores -capital, trabajoconstantes.

La productividad, por tanto, mide el producto por unidad de factor de producción en un período concreto de tiempo, de tal forma que a mayor productividad, mayor producción por unidad de factor.

Consecuentemente, para obtener un determinado volumen de output o producción será necesaria una menor cantidad de factor o input, a medida que la productividad o capacidad productiva de este último aumente.

La Ley de los rendimientos marginales decrecientes afirma que al aplicar unidades sucesivas de un factor variable sobre una cantidad fija del resto de los factores, la cantidad añadida al pro ducto total por cada unidad adicional disminuirá y, a partir de ese momento, las unidades adicionales de ese factor variable añadirán al producto total una cantidad inferior a la unidad anterior. En esta situación se habla de rendimientos decrecientes en la escala de producción o de costes crecientes por unidad de producción.

Los rendimientos decrecientes provocan el descenso de la productividad marginal de los factores, siempre que mantenga mos constantes las cantidades aplicadas del resto de ellos. Sin embargo, cuando todos los factores aumentan en la misma proporción, los rendimientos serán constantes.

Esto es, cuando se aumentan los factores de producción en un mismo porcentaje, la producción se incrementa en esa misma cantidad. Ahora se habla de rendimientos y costes a escala productiva constantes.

En este sentido, si la producción se incrementase en una proporción superior a la de los factores productivos empleados, las empresas estarían trabajando con costes decrecientes y rendimientos de producción crecientes.

Formación del precio de los factores productivos

La Teoría de la distribución de la renta tiene como mision analizar las fracciones de la renta total que percibe cada individuo o grupo concreto.

La distribución funcional de la renta a cada factor productivo (tierra, trabajo y capital) depende del precio que se pague por ese factor, así como de la cantidad que del mismo se emplee.

Ambos aspectos, precio y cantidad del factor, se determinan en un mercado libre y competitivo, a través del juego de la oferta (O) y la demanda (D), como si de cualquier otro bien económico se tratase.

 


La renta del factor (q) queda determinada por la zona coloreada correspondiente al precio (Pq.O) y a la cantidad (q.O) resultantes de la intersección de la oferta (O. 0) y la demanda (D. O) de dicho factor empleado en el proceso productivo. El hecho de situaMos en una demanda supenor (D. 1) del factor productivo (q), supondría un aumento en el precio (Pq. 1) y en la cantidad (q. 1) de ese factor, con lo cual el volumen de renta que ahora le correspondería sería también mayor. En este caso, una mayor porción de la renta global de la economía, que permanece constante, se destinará hacia ese factor cuya demanda ha aumentado, luego la renta del resto de los factores productivos, así como sus precios y cantidades, se verán alterados. La distribución total de la renta en la economía se vería afectada en la forma descrita si el mercado fuese libre, pero no ocurre así, ya que existen otra serie de fuerzas ajenas a ese mercado -sindicatos, Gobieno, monopolios, etc.-que condicionan el libre juego de la oferta y la demanda.

La demanda de factores

La productividad marginal va a determinar la utilización de cada factor en el proceso de producción, así como su participación en la renta nacional. Los agentes económicos encargados del proceso de producción utilizarán un determinado factor productivo en la medida en que la unidad marginal empleada incremente en igual proporción los costes y los ingresos. Es decir, en la medida que se igualen los costes e ingresos marginales.

Esos ingresos dependerán de la productividad marginal de cada factor, mientras que los costes o precio vendrán representados por su remuneración: renta. salario o interés.

El productor-demandante igualará la productividad marginal de cada factor con su precio, de tal forma que se dejará de con tratar cantidades adicionales de un factor en la medida en que su precio sobrepase el ingreso derivado de su productividad.

Se demandará trabajo, tierra o capital si se cumple:

  • Productividad marginal del trabajo = salario.

  • Productividad marginal de la tierra = renta.

  • Productividad marginal del capital = interés.

Como se ha dicho anteriormente, el beneficio del empresario dependerá de la diferencia existente entre los ingresos y los costes derivados de la producción. Si esa diferencia es positiva habrá beneficio y si es negativa habrá pérdida (beneficio negativo).

El asunto en los sistemas de libre mercado es que esa variable, herramienta exclusiva del empresario, se supone controlada por la “ley de la oferta y la demanda”, un hecho teórico que no se produce en el juego de actores de la economía real de los modos ideales como se comunica. En tanto existen muchos factores que modifican la oferta de formas arbitrarias, por manejo monopólico, cartelización, acaparamiento y maniobras especulativas, etc. o por otras causas climáticas, de producción o de dificultades en las cadenas de costes, etc.. Del mismo modo que la demanda, muchas veces forzada (El ejemplo son los Barbijos en la actualidad, para citar un ejemplo evidente), o poco organizada (las organizaciones de defensa al consumidor son muchas pero con escaso poder para intervenir en los comportamientos que determinan la selección de compra de productos o la cantidad de consumo respecto de estos, que tiene comportamiento anarquico y poco predecible, aunque mucho esfuerzo y recursos se vuelcan en sus estudios (mercadeo, comportamiento de las apatencias de un determinado sector de mercado, Curvas de consumo, etc.etc.etc.). El ejemplo mas concreto de esto es que rarisima vez, se retrotraen precios cuando las condiciones que produjeron el aumento, vuelven a su valor anterior … aumentando el margen de ganancia sin ninguna razón mas que el poder del empresario de “cubrirse” por cualquier expectativa negativa y no retrotraer precios cuando estas no se dan del modo negativo que predijo.


Llegamos asi al final de este 2020. El año de la peste sin embargo, continua con el año de la peste II, aunque la esperanza de la vacunación que comenzó el martes en Argentina y que dió inició en otras partes del mundo la semana pasada centra las espectativas en torno a un posible descenso del impacto del Covid19 en nuestras vidas para 2021. Pero esas esperanzas y expectativas positivas se ven turbadas por la aparición de nuevas cepas (Se desconoce la eficacia de las vacunas actualmente en proceso o que ya han completado sus fases de experimentación y se estan aplicando) y la advertencia de médicos e investigadores en todo el mundo, de que existen otros “virus” con potenciales igualmente desvastadores para la vida y la salud de los humanos que en cualquier momento pueden desatar eventos similares o aun peores al padecido.

Así, la fragil condición humana en una globalización cada vez mas deshumanizada, nos advierte sobre la necesidad de comenzar a repensar nuestros “estilos de vida” y las formas en las que nos relacionamos. La Economía constituye un capítulo importante en estas sociedades neoliberales ...¿Seremos capacez de cambiar?

¡MUY FELICES FIESTAS Y EL MEJOR DESEO PARA 2021!


Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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