Mas allá del virus ...

 


Hace un año todavía no habíamos oído hablar del SARS-CoV-2 y hoy ya tenemos vacunas contra él. La candidata de Pfizer, por ejemplo, ha mostrado su eficacia y seguridad en ensayos clínicos. Reino Unido comenzó a utilizarla esta semana y se espera que la FDA estadounidense dé el visto bueno en pocos días. Es motivo de celebración, pero la pandemia es una maratón que todavía no ha terminado.

Crear la falsa esperanza de que vamos a contar en breve con una vacuna o tratamiento efectivo contra la covid-19 puede ser un alma de doble filo que podría causar una gran decepción si las expectativas no se cumplen”, advertía el investigador del King’s College de Londres (Reino Unido) José M. Jiménez en un artículo publicado en The Conversation a principios de octubre en el que invitaba a ser “realistas” y no esperar un “milagro”.

Estas palabras parecen hoy obsoletas. Sin embargo, las vacunas todavía tienen que superar varios retos para lograr el éxito. Por ejemplo, demostrar su eficacia en condiciones de uso real y que empresas y gobiernos puedan producirlas y distribuirlas de manera equitativa por todo el planeta ante la demanda global.

Por eso, la comunicación será fundamental. No solo para que la población las acepte, sino para que modere sus expectativas, entienda los riesgos y se prepare ante los problemas que puedan surgir por el camino. También para que no se relajen las medidas ante la percepción de que el final de la pandemia está a la vuelta de la esquina.

Hay que hacer mucha pedagogía para que la gente entienda que si llega [la vacuna] habrá pasado todos los trámites, pero al mismo tiempo explicar que todavía no llega”, explica a SINC la investigadora del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) Sonia Zúñiga.

La farmacéutica especialista en gestión sanitaria y acceso a medicamentos Belén Tarrafeta considera que se ha dado a la comunicación de las vacunas “un aire muy infantil”, por el que una vez “se encuentre la llave mágica todo se acaba”.

Tarrafeta asegura que, de ser así, “habríamos erradicado un buen puñado de enfermedades que todavía hay por el mundo”.

En este sentido, un editorial reciente publicado en la revista The Lancet advertía del peligro de que el público se volviera “complaciente” ante la oleada de resultados positivos y se dejaran de lado las recomendaciones y restricciones. “Está bien ser optimistas, pero estamos lejos de que la covid-19 deje de ser un tema de salud pública”, decían en referencia a algunas declaraciones que aseguraban que la vida volvería a la normalidad en primavera en Reino Unido.

Muchos millones de personas de alto riesgo no estarán inmunizadas pronto y necesitarán el uso continuado de intervenciones no farmacéuticas”, continuaba el texto. Incluso el ministro de Sanidad británico Matt Hancock aclaró que pasarán meses antes de que haya una parte sustancial de la población de riesgo vacunada. En la misma línea, la OMS ha recordado que en las fases inciales de las campañas de vacunación, “con solo una pequeña proporción de la población del país inmunizada, será vital que gobiernos e individuos continúen usando herramientas de salud públicas”.

Expertos como Tarrafeta temen que el cuello de botella de las vacunas no esté en la parte científica sino en la logística. Pfizer ya ha comunicado que este año solo podrá distribuir la mitad de lo prometido y la sanidad británica ha advertido que las 800.000 dosis iniciales podrían ser las únicas que reciban “por un tiempo”.

Estados Unidos, por su parte, se enfrenta a la mayor vacunación de su historia con un historial mediocre en campañas anteriores. Además, Pfizer ha informado al país americano de que no podrá aumentar los envíos hasta junio o julio debido a los compromisos con otros gobiernos.

Encuestas y antivacunas

Numerosas encuestas publicadas por medios y organismos públicos han revelado en las últimas semanas y meses que un porcentaje significativo de la población mantiene reservas ante las futuras vacunas de la covid-19. Sin embargo, el sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid Josep Lobera , especialista en comunicación social de la ciencia y coordinador del estudio de FECYT sobre la percepción social de las vacunas, cree que estas encuestas “se están comunicando mal”.

Son vacunas que no existen todavía y es normal que haya reticencias”, explica Lobera. “Es un grupo [de gente] razonable sin papel de plata en la cabeza y debemos comunicar esos resultados [de las encuestas] de una manera más realista y menos dramática”.

Es por eso que Tarrafeta duda que, llegado el momento, la población rechace usarlas. “Una cosa es hablar en general y otra ver que ese producto está al lado de tu casa y que tu médico te llama para que te la pongas porque eres de un grupo de riesgo”, dice. De hecho, algunos expertos creen que en cuanto las vacunas empiecen a estar disponibles los recelos serán sustituidos por una alta demanda.


 

Esto no significa que las encuestas sobre la percepción de la sociedad ante las futuras vacunas no revelen información importante. “Nos sirven para ver que hay grupos muy predispuestos, otros muy recelosos y un rango amplio de gente a la expectativa”, explica Lobera. “Unos dicen que se vacunan si se aprueba y otros piden que se apruebe primero”.

En este sentido, numerosos expertos alertan desde hace años del peligro que supone dar peso mediático a las residuales posturas antivacunas. "La premisa de que hay una resistencia y controversia crecientes sobre la seguridad de las vacunas es falsa. Propagar esta idea, sin embargo, crea el riesgo de que aparezca esa resistencia y conflicto", aseguraba un proyecto de la Universidad de Yale (EE UU) enfocado en el estudio de la comunicación científica.

Dudas razonables y efecto rebote

Tarrafeta cree que la seguridad y eficacia de las vacunas se tratan “de forma muy absolutista” de cara al público. “¿Las vacunas son buenas? Claro. ¿Todas? No, porque algunas las quitaron del mercado”. Por eso invita a diferenciar entre técnica general y producto material. Considera que lo que la población quiere saber es “si las vacunas de la covid-19 tendrán más riesgo que otras”.

La duda es razonable. Siempre. Ante cualquier nuevo medicamento”, opina. “No se pueden simplificar las cosas sino explicarlas mucho más”. Aun así, admite que es “difícil” encontrar un punto intermedio “entre no ser alarmista y ofrecer una dosis de realidad”.

La farmacéutica considera importante poner los mensajes de las empresas en su debido contexto. “La industria está siendo y debe ser una aliada [contra la pandemia], pero funciona dentro de un marco de legalidad, normativo y regulatorio dentro de cada sistema de salud y país”. Por eso cree que los gobiernos deberían transmitir la idea de que ellos “harán su trabajo” respecto a su aprobación y plazos.

Hay que explicar a la gente que no deben fiarse porque sí, sino porque hay procedimientos y se van a hacer las cosas de cierta manera, pero es una comunicación más profunda, difícil y aburrida”, comenta Tarrafeta. “Debemos decirles qué se puede esperar, los riesgos que hay y cómo se pueden disminuir para que puedan decidir vacunarse de la misma forma en la que decides subirte a un avión aunque no estés seguro de que no se vaya a caer”.

Además, cree que otros temas, como la logística, “no se tratan en profundidad” o ni siquiera se tienen en cuenta. Teme, por ejemplo, que en unos meses haya titulares alertando de “vacunas caducadas aquí y desabastecimiento allá” y le preocupan las sobrerreacciones cuando algo vaya mal. Y, como apunta Zúñiga, “todo esto sin contar con que la población a vacunar es enorme y una o dos empresas no pueden con la producción [mundial]”.

Saber explicar los efectos secundarios

Otros investigadores temen que se haga una comunicación sensacionalista conforme el número de vacunados ascienda y se asocien por error patologías normales con las vacunas. “Si coges a diez millones de personas y les das una nueva vacuna hay un peligro real de que esos ataques al corazón, diagnósticos de cáncer y muertes se atribuyan a la vacuna”, escribía el especialista en la industria farmacéutica Derek Lowe. “Si alcanzas una población lo suficientemente grande vas a tener casos donde literalmente alguien se vacuna y muere al día siguiente”.

En toda población se produce cierto número de enfermedades y muertes a lo largo del año, con o sin vacunas. Esta cifra es más alta en grupos de edad avanzada, que son justo las personas que tienen prioridad para recibir la vacuna de la covid-19. Por eso investigadores como Xavier Bosch de la Universitat Oberta de Catalunya advierten de la importancia de “separar el ruido” para no interrumpir un programa de vacunación tan necesario como este por sospechas infundadas.


 

No hace falta irse a los miles de accidentes cerebrovasculares y casos de cáncer que se producen cada día sin relación con medicamento alguno. Algo similar puede suceder conforme los efectos secundarios que han mostrado las vacunas de la covid-19 en los ensayos clínicos, molestos pero inocuos, se produzcan en grandes cantidades e incluso se presenten de forma alarmista. Es por eso que algunos médicos creen que es importante informar a la población que estos productos, aunque seguros y necesarios, son “dolorosos”.

El primer ejemplo relacionado con la comunicación de efectos secundarios lo vivimos apenas 24 horas después de que Reino Unido iniciara la vacunación. La reacción alérgica grave de dos personas, que se recuperaron sin problemas, obligó al país a no recomendar el medicamento entre aquellos con un historial de anafilaxis. Sin embargo, algunos medios generaron la impresión de que el fármaco era peligroso para cualquiera con todo tipo de alergias.

La mala comunicación es lo que pasa entre que alguien en Reino Unido lanza un titular sobre vacunación y reacciones alérgicas y mi paciente, Federico, me llama alarmado porque a él le pica la nariz cuando llega la primavera”, escribía el médico salubrista Javier Padilla en Twitter.

Hablar a una ciudadanía adulta

Si queremos campañas de vacunación que funcionen, habrá que hacer educación en salud, educar más y contar mejor las cosas”, explica Tarrafeta. “Explicar lo que es el riesgo y no tratar a la gente como niños, sino como adultos”. Por su experiencia en programas de sida y malaria en países de desarrollo, cuando se lleva a cabo una intervención de salud pública “necesitas hablar con mucha gente, no solo con médicos”.

En estos países hablas con los profesores de las escuelas, asociaciones de jóvenes, sociólogos… Con quien tiene influencia en la comunidad y sabe pasar el mensaje adecuado”. Por eso lamenta que la covid-19 se haya querido controlar “desde el punto de vista clínico”, cuando “desde el hospital no se puede controlar una pandemia ni educar en salud”.

Lobera coincide: “No podemos gestionar una pandemia con virología solo, necesitamos equipos multidisciplinares expertos en comunicación, sociología, salud pública… Eso no se puede improvisar, pero en España no tenemos la experiencia de este trabajo transdisciplinar de otros países y nos está pasando factura”.

La pandemia es una maratón que está lejos de terminar a nivel mundial y Lobera teme que vengan “años complicados” respecto a estos productos contra la covid-19. “La reticencia a la vacunación será un tema de salud pública de primer orden durante los próximos años, que será mayor o menor según se construyan las narrativas a su alrededor”. Considera que el papel de medios, universidades, personas influyentes y gobiernos será clave en los próximos meses.

También le preocupa que la polarización política que ha afectado a otros aspectos de la pandemia impacte en estos fármacos. “[Los políticos] tienen la responsabilidad de descodificar cuestiones complejas y necesitamos que actúen de forma responsable”. La lección científica que dejan las primeras vacunas de la covid-19 es que a veces querer es poder: falta por ver si esto se aplica a la parte logística y política.

Tres claves para comunicar mejor

Lobera admite que ha habido errores en la comunicación de las vacunas que ha hecho que el ciudadano reciba información “contradictoria y confusa”. Por eso comparte su receta para que la ciudadanía se ubique mejor y haya “menos problemas de desconexión entre deseo y realidad”, pues considera que “hay una distancia muy grande entre realidad y percepción”. Asegura, además, que el esfuerzo por comunicar mejor las vacunas debe ser “colectivo” e implicar a empresas, medios de comunicación, gobiernos y científicos.

1. Las fechas

Lo primero son las fechas: deben ser realistas”, comenta. “Hay que ver cuándo tendremos las  vacunas validadas, con qué rango de eficacia y seguridad. Cuando tengamos los estudios finales hay que comunicar que son pasos necesarios y habituales”. Por ejemplo, las vacunas más adelantadas para una posible aprobación en la Unión Europea —Moderna y Pfizer— no lo harán hasta prácticamente comienzos de 2021.

2. La reserva

Otro punto es explicar que “España no ha comprado vacunas, las ha reservado”, dice Lobera. “La gente piensa que están compradas cuando hay unos contratos con unas condiciones que todavía no se han cumplido”. Este es el motivo por el que se anuncia que España prevé que contará con el doble de vacunas de las que necesitaría todo el país.

Una cosa es que Europa precompre vacunas, pero eso no significa que las vayan a traer mañana y poner al día siguiente”, aclara Zuñiga. “Significa que, cuando se sepa que funciona y es segura, vas a estar en la cola [como país para recibirlas] aunque no esté a la vuelta de la esquina”.

3. Los grupos prioritarios

Por último, Lobera dice que es importante comunicar que “habrá grupos que tendrán que ser priorizados” y “explicar muy bien por qué se eligen [primero] y que necesitamos un esfuerzo solidario y no vacunar a alguien que no esté en esa selección”. En este sentido, el Plan Nacional de Vacunación presentado por España plantea tres etapas según el nivel de prioridad de cada grupo de población.

(https://www.agenciasinc.es/Reportajes/El-proximo-reto-para-las-vacunas-de-la-covid-19-sera-la-comunicacion )


Juan Carlos Tealdi Director del Programa de Bioética y Comité de Ética, Hospital de Clínicas, Universidad de Buenos Aires es Médico por la Universidad Nacional de La Plata (1974) y Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Salamanca (1977). Cursó estudios de Historia y Filosofía de la Ciencia en España (1977-1985) y se especializó en Bioética en centros académicos de los Estados Unidos (1989-1992) y en visitas a diversos centros internacionales de bioética.
Presidente de BIO&SUR -Asociación Civil de Bioética y Derechos Humanos; Asesor en Bioética en el CEMIC; y se ha desempeñado como Asesor en Bioética de la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación (2004-2015), participando activamente como experto gubernamental por Argentina en los trabajos de preparación de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO (2004-2005).

Escribe en El Cohete a la Luna. El jueves 10, día de los Derechos Humanos, se presentó el libro Los caminos del Hospital Posadas, Justicia y Derechos Humanos. Si bien fue doloroso escuchar los testimonios sobre los once detenidos-desaparecidos y los relatos sobre la represión de los trabajadores del hospital durante los años de la dictadura cívico-militar y el Terrorismo de Estado, fue a la vez vivificante el ver en la pantalla a ese mosaico de imágenes de decenas de mayores y jóvenes entrelazados en un compromiso de generaciones para la defensa del hospital y la salud pública en medio de un contexto de pandemia. Un cambio de época

A fines de 1950, la Fundación Eva Perón tomó la iniciativa de construir el hospital proyectado y diseñado por Ramón Carrillo como Hospital de Clínica y Cirugía del Tórax, que hoy lleva el nombre de Alejandro Posadas. Su finalidad primaria, entonces, se dirigía a la atención de pacientes afectados de tuberculosis. Pero tenía un importante matiz diferencial con otro megaproyecto hospitalario proyectado para la misma enfermedad mucho antes, en 1923,  y que llegó a conocerse como «Elefante Blanco».


 

El hospital de Villa Lugano, cuyas obras se iniciaron en 1938, tenía como modelo a una de las dos corrientes asistenciales que habían dominado la respuesta a esa epidemia  en el siglo XIX: los centros especializados para dar hospedaje y tratamiento a los pacientes en régimen de internación con los modestos recursos de que se disponía hasta entonces.

La otra gran corriente para el tratamiento de la tuberculosis que progresivamente se había ido desarrollando era la de los sanatorios en localidades con características climáticas especiales para la recuperación de la enfermedad. El paradigma de ese ideario lo habían alcanzado los de la localidad de Davos, en Suiza, que no era conocida entonces por sus foros económicos sino por sus bondades para la tisis.

Los sanatorios antituberculosos de Mar del Plata (1893) y de las sierras de Punilla en Córdoba (1910) siguieron entre nosotros al modelo de Davos. Pero en 1950, cuando Carrillo diseña al Hospital de Clínica y Cirugía del Tórax, la vacuna BCG (1921) y la estreptomicina (1944) ya habían dado lugar a un nuevo paradigma sanitario que se consolidaría en 1952 con el descubrimiento de la isoniacida como segundo gran medicamento para tratar la enfermedad. Y a la vez, la cardiología había tenido avances muy importantes que hacían de ella una nueva disciplina como quedó reflejado en los frescos que Diego Rivera pintó en 1944 en el Instituto Nacional de Cardiología de México sobre la historia de esa especialidad.

Por eso es que entonces se comienza a pensar en hospitales complementarios al modelo tradicional de sanatorio antituberculoso, poniendo el foco en los últimos avances científicos en neumonología y cardiología. Así es como en La Plata, al antiguo Hospital San Juan de Dios, antituberculoso, se le suma en 1949 el Instituto del Tórax con ese nuevo paradigma. En ese contexto se proyectó el que hoy es Hospital Posadas y en 1952 se iniciaron las obras.

El odio en acción 

En su Teoría del Hospital, Carrillo defendía el principio de la previsión como base de la asistencia médica: «Los problemas de la medicina, como rama del Estado, no podrán ser resueltos si la política sanitaria no está respaldada por una política social». Y aseguraba el derecho a la salud: «Hoy no se pueden afrontar los problemas de la medicina de las masas sin un criterio político y económico, sin un criterio de justicia social». Ese derecho comportaba, a la vez, un deber social de autocuidado y solidaridad social al no violar los principios sanitarios por ignorancia, descuido o despreocupación: «Hasta sería aceptable la sanción de un Estatuto de la Salud, que todos los ciudadanos contraeríamos el compromiso moral de respetar».

La construcción de hospitales y centros sanitarios entre 1946 y 1955, bajo la idea de un sistema nacional de salud pública, no tenía antecedentes: el Hospital de Niños de Villa Lugano; el Hospital de Clínica y Cirugía del Tórax en El Palomar (Morón); el Policlínico Ferroviario “Presidente Perón”; los hospitales Eva Perón de San Martín, Avellaneda, Lanús y Ezeiza; el Hospital Escuela “Eva Perón” del Gran Rosario; la Clínica de Recuperación Infantil en Termas de Reyes (Jujuy); los policlínicos de Salta, Mendoza, Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, Corrientes y Entre Ríos, y el Hospital de Niños de Baigorria (Catamarca).

Con el derrocamiento de Perón, la dictadura militar de Lonardi y Aramburu coincidió en una estrategia común que tenía en Isaac Rojas a su mayor ideólogo: disolver toda memoria del peronismo y sus obras, incluyendo su política de salud pública. Carrillo fue perseguido y tuvo que exiliarse. Política sanitaria y política social se disociaron, y el que luego de ser pensado como antituberculoso iba a ser el complejo pediátrico más grande de Sudamérica, en Villa Lugano, cuyas obras se habían retomado en 1948, fue abandonado cuando faltaban 12 meses para terminarlo y pasó a ser el Albergue Warnes.

Una semana después del golpe de septiembre, la dictadura ocupó militarmente la Fundación Eva Perón y disolvió todos sus proyectos, entre ellos la Escuela de Enfermeras 7 de Mayo que había profesionalizado el trabajo de enfermería y prestaba cooperación internacional. Las enfermeras Amanda Allen y Lucía Komel, pioneras de esa iniciativa, habían muerto el 27 de septiembre de 1949, cuando Evita las esperaba en la Base Aérea de Morón, al incendiarse el avión en el que regresaban de una de esas misiones por un terremoto en Ecuador. En Aeroparque se conserva el monumento a su memoria con sus cuerpos emergiendo de las llamas.

Y así como las enfermeras fueron perseguidas, en los Policlínicos de la Fundación se quemaron libros, colchones, sábanas y frazadas, se destrozó o robó vajilla y también cubiertos, se confiscaron los muebles de los hospitales y los pulmotores de la Fundación que tenían grabadas las iniciales FEP fueron destruidos aunque pocos meses después los «libertadores» tuvieron que comprar veintiuno de ellos en el exterior porque estalló una epidemia de polio. Los frascos con sangre para transfusiones en los hospitales fueron destruidos por contener «sangre peronista» y la Clínica de Recuperación Infantil en Termas de Reyes (Jujuy) fue transformada en hotel y casino.

Veinte años después

Las obras del Hospital de Clínica y Cirugía del Tórax proyectado por Carrillo se salvaron de aquella ola destructiva. En 1958, Aramburu inauguró lo que pasó a ser el Instituto Nacional de Salud con diversas especialidades médicas. En 1968 pasó a ser Hospital Nacional de Agudos y en 1972, otro dictador, Alejandro Agustín Lanusse, lo reinauguró con el nombre de Policlínico Profesor Doctor Alejandro Posadas. En esos años, sin embargo, una camada joven de trabajadores de salud compartía las teorías de Carrillo sobre el derecho a la salud y la función social del hospital.

En ese contexto, la represión militar de los años anteriores, que no había logrado disolver los ideales de justicia social en salud, encontró en el Informe «Proceso en el Policlínico Posadas» del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército, los fundamentos para escalar en la estrategia sanitaria represiva. El 28 de marzo de 1976, el Posadas fue ocupado militarmente por fuerzas que incluían soldados, tanques, cañones y helicópteros a cargo de Reynaldo Bignone.

La dictadura nombró interventor entonces al coronel médico Agatino Di Benedetto, que en los cuatro días siguientes detuvo a unas 40 personas de las que figuraban en un listado de 61 trabajadores del hospital. El 13 de abril Di Benedetto fue a hacerse cargo del Hospital de Campo de Mayo y se designó como Director al coronel médico Julio Ricardo Esteves. El coronel conformó un grupo de más de diez personas, denominado «SWAT», que actuó entre julio de 1976 y enero de 1977 con funciones de vigilancia, secuestro y tortura, operando en el Centro Clandestino de detención instalado en la vivienda asignada por el hospital al Director y conocida como «El Chalet». Once trabajadores fueron detenidos-desaparecidos.

El caso del Hospital Posadas fue parte de un plan sistemático. Di Benedetto pasó a ser Director del Hospital Militar Campo de Mayo a cuyo servicio de Ginecología y Obstetricia a cargo del Mayor Julio César Caserotto se llevaban prisioneras embarazadas para realizarles una cesárea y luego entregar al recién nacido a militares que se lo apropiaban. Este hospital y «la maternidad» de la ESMA a cargo de Jorge Magnacco, fueron los centros más activos de los nacimientos en cautiverio y la apropiación de niños. Pero también hubo partos clandestinos como el de Isabella Valenzi que fue llevada desde el Pozo de Quilmes a parir al Hospital Municipal Isidoro Iriarte. La partera María Luisa Martínez de González y la enfermera Genoveva Fratassi, que se solidarizaron con Valenzi, fueron detenidas y continúan desaparecidas. Y hubo otros hospitales que sufrieron una fuerte represión como el de Florencio Varela por el interventor del municipio teniente coronel Pascual Muñoz, con su antecedente de ejecutar personalmente a prisioneros desarmados  y de rodillas capturados en el ataque al cuartel de Monte Chingolo, y ahora obsesionado con la «limpieza» de médicos y enfermeras.

Dos por uno son cuarenta

El 24 de mayo de 1984, la CONADEP realizó un procedimiento en el Hospital Posadas y una de las víctimas, Gladys Cuervo, reconoció las dependencias de El Chalet en las que había sido detenida y torturada. Con la Ley de Punto Final de Alfonsín, Di Benedetto quedó libre pero en 1998, al ser llamado a declarar como testigo, admitió que entre 1977 y 1979 se habían realizado varios partos y nacimientos clandestinos en el Hospital de Campo de Mayo.

A partir de la restauración de la democracia, sin embargo, el fortalecimiento y la defensa,  o el debilitamiento y el ataque al hospital público, representado por el caso paradigmático del Hospital Posadas, siguieron caminos divergentes. Algunos gestos políticos simbolizaban todo un itinerario. Así fueron el encuentro entre el Presidente Menem y  el dictador Isaac Rojas, o la degradación del Ministerio de Salud y los despidos de más de un centenar de trabajadores del Hospital Posadas por Macri.

El primer juicio Hospital Posadas se desarrolló entre agosto y noviembre de 2011. Agostino Di Benedetto fue eximido entonces por insania. El coronel médico Julio Estévez falleció antes que se iniciara el juicio. Fueron condenados: el brigadier Hipólito Mariani, jefe del área militar a cargo del Hospital a partir de junio de 1977, a 8 años de prisión e inhabilitación absoluta y perpetua, por privación ilegítima de la libertad e imposición de tormentos; Luis Muiña, miembro del grupo SWAT, a 13 años de prisión e inhabilitación absoluta y perpetua, por privación ilegítima de la libertad e imposición de tormentos; y Reynaldo Bignone, a 15 años de prisión e inhabilitación especial por el doble de la condena, por privación ilegítima de la libertad agravada por el uso de violencia y amenazas.

El 3 de mayo de 2017 un fallo de la Corte Suprema admitió que en los criminales condenados por delitos de lesa humanidad se pudiera computar doble el tiempo que hubieran estado detenidos sin sentencia firme. La sentencia beneficiaba a Luis Muiña. Pero si el paso de una dictadura fusiladora a una dictadura genocida había tomado veinte años, ahora había hecho falta el doble de tiempo para el salto cualitativo de que un poder de la democracia impusiera con la pluma la impunidad antes impuesta con las armas. Inmediatamente estalló una multitudinaria reacción masiva en contra del fallo. Hubo una demoledora movilización histórica en todo el país convocada por los organismos de derechos humanos y el Congreso sancionó la Ley 27.362 considerando inaplicable el dos por uno a casos de lesa humanidad.

En diciembre de 2017 se identificaron los restos de Jorge Roitman, uno de los once desaparecidos del Posadas y entre mayo y septiembre de 2018 se desarrolló el juicio Hospital Posadas II. Bignone falleció antes del juicio, pero Muiña fue condenado entonces a prisión perpetua como partícipe necesario del delito de homicidio calificado por su comisión con alevosía, con el concurso premeditado de dos o más personas y para procurar la impunidad para sí o para otro en perjuicio de Jorge Mario Roitman.

Quedan así dos caminos divergentes al dirigirse hacia el hospital público. Uno es aquel que proyectó Carrillo con sabiduría y persiguiendo la justicia social. Otro es el que han proyectado las dictaduras con la violencia y persiguiendo privilegios de minorías. Como en los antiguos tríodos, al elegir cuál de los dos caminos seguir se decide entre tragedia y justicia.

Dr. Osvaldo Daniel Uchitel es Investigador Superior CONICET y Profesor titular UBA escribe sobre Por qué hablar de neuroética. La neuro-tecnología provocará un cambio al vincular el cerebro con la supercomputación.

Desde la rueda hasta el algoritmo, los humanos hemos innovado utilizando nuestros cerebros para crear nuevas tecnologías. Ahora hemos invertido los términos, estamos utilizando tecnologías externas para transformar nuestros cerebros. (iHuman: Blurring Lines Between Mind and Machine, septiembre 2019, The Royal Society.)

En los millones de años que recorrió en su evolución, el homo sapiens ha dejado huellas indiscutibles de cómo su afán exploratorio y expropiatorio modificó su entorno. Este devenir de la humanidad encendió infinitas luces de alerta intentando evitar la autodestrucción del planeta. La conquista del cerebro avizora una situación de similar peligro extremo. A través del entendimiento profundo del funcionamiento del cerebro y por ende de la capacidad de modularlo, o más precisamente de la creación de cerebros capaces de subyugar los naturales, es posible la apropiación y la destrucción de la especie misma y del universo conocido.

Con esta frase no pretendo terminar en el fatalismo inoperante. Más bien intento aguijonear mi propio cerebro (y el de los lectores) y buscar las normas y principios éticos que nos salvaguarden de una dictadura ejercida por una minoría que se apropie del conocimiento.

El cerebro es el órgano más complejo del cuerpo humano, y en consecuencia permanece como uno de los mayores misterios de la ciencia. Los neurocientíficos han hecho grandes progresos en el mapeo de la estructura y función de sus diferentes áreas. Pero apenas han recorrido algunos centímetros de los muchos kilómetros que quedan para poder comprenderlo. Conocemos pocas piezas de este complejo ajedrez y mucho menos conocemos sus reglas de juego.

Sin embargo la tecnología avanza rápidamente, el conocimiento aumenta y las aplicaciones para las intervenciones neurológicas están proliferando. La neuro-tecnología podría provocar un cambio muy profundo al vincular el poder cognitivo del cerebro humano con el poder de procesamiento del aprendizaje automático y la supercomputación. A medida que la neuro-tecnología continúa madurando hay preguntas asociadas con su desarrollo y uso ético y responsable que deberían abordarse para que esté direccionada a mejorar universalmente la calidad de vida sin causar daños imprevistos y potencialmente graves.

La neuroética busca entender y eventualmente proponer cursos de acción frente a conflictos que surgen de la investigación y aplicación de conocimientos y técnicas neurocientíficas. Estos conflictos existen en múltiples niveles, desde casos individuales a políticas que afectan a grandes grupos de personas.

¿Qué significa ser un ser humano?

La neuroética puede verse dividida en dos áreas estrechamente relacionadas entre sí. La primera se refiere a la reflexión ética sobre nuevos productos, tecnologías y técnicas producidas por la neurociencia. La neuroética intenta responder preguntas sobre el uso de psicofármacos. ¿Las imágenes cerebrales son admisibles en los procesos penales? ¿Estamos alterando la identidad? ¿Eliminando la privacidad?

La segunda rama de la neuroética refiere a las formas en que el nuevo conocimiento que emerge de las ciencias de la mente ilumina temas filosóficos tradicionales. ¿Cuál es la naturaleza de la moralidad? ¿Qué explican las pérdidas de autocontrol? ¿Cuándo están justificadas las creencias? Estas preguntas van al corazón de lo que significa ser un ser humano.

Las dos ramas de la neuroética interactúan produciendo una disciplina nueva a la que los bioéticos tienen mucho que aportar, pero que es igualmente el territorio de los neurocientíficos, filósofos, psicólogos, sociólogos y abogados.

La investigación biomédica ha revolucionado el concepto de vida. El conocimiento en neurociencias promete transformar nuestra comprensión de algo aún más íntimo: de lo que significa ser un ser pensante, un ser racional.

El concepto de hombre como animal racional está desafiado por la automaticidad que subyace la gran mayoría de los actos. En muchos actos lo racional se confunde con el “sesgo de confirmación” que hace buscar una evidencia que apoye nuestra hipótesis en lugar de una que la refuta. Esto último es frecuentemente suplementado por una memoria selectiva de eventos que refuerzan nuestra hipótesis. Este conjunto de “desviaciones” desafía el concepto de animal racional.

Esta supuesta racionalidad puede generar profundas injusticias si tomamos las memorias y en especial las memorias reprimidas y memorias reactualizadas como prueba de hechos. En definitiva, llevar el conocimiento en neurociencias a los espacios públicos o a los tribunales y a la clínica es positivo siempre y cuando seamos conscientes de las limitaciones de nuestra racionalidad, la falibilidad de nuestra memoria y la poca fiabilidad de nuestra experiencia como una guía de la realidad.

El desarrollo de la neuro-tecnología tendrá una influencia decisiva en la neuroética. Si bien son muchos los campos donde el desarrollo tecnológico ha sido explosivo, el que se refiere a interacción entre las máquinas y el cerebro es particularmente relevante, más aún cuando la interacción es con computadoras (Brain Computer Interface, BCI), ya que ello nos despeja el camino para asociar el cerebro a la inteligencia artificial.

El primer desarrollo donde un dispositivo interacciona directamente con el sistema nervioso central fue el implante coclear que hoy está ayudando a mejorar la audición a más de 400.000 personas en el mundo. Un implante coclear es un dispositivo insertado quirúrgicamente que proporciona una sensación de sonido a las personas con pérdida auditiva severa a profunda. El implante tiene un componente externo equipado con micrófonos que detectan los sonidos y los convierten en señales eléctricas que se transmiten a un componente interno que estimula las células auditivas en el nervio coclear.

Muy atrás, pero avanzando a grandes pasos, está el implante de retina que se ubica en la parte posterior del ojo. El implante genera impulsos nerviosos en las células ganglionares que forman el nervio óptico, lo que se expresa en puntos lumínicos e imágenes borrosas de objetos y/o de luz y sombra en individuos que han perdido totalmente la visión.

Una variedad de implantes desarrollados en las últimas décadas está dirigida a estimular zonas específicas del cerebro. Conocidos como DBS (Deep Brain Stimulation), son electrodos insertos en regiones profundas del cerebro conectados a un generador de pulsos eléctricos alimentado por baterías implantadas debajo de la piel. Este generador estimula el área donde el electrodo está implantado o bloquea señales generadas en esa área cerebral según sea necesario. DBS se usa para evitar movimientos anormales en la enfermedad de Parkinson y en trastorno obsesivo compulsivo. También se usa para aliviar el dolor crónico y la epilepsia fármaco-resistente entre otros (Lyons MK. 2011).

En el año 2017 se reportó con éxito una prueba de interacción cerebro-computadora conocida como Wireless Artifact-free Neuromodulation Device’ (WAND) (Zhou AJ et al. 2017). Este sistema de neuro-modulación de circuito cerrado tiene como objetivo tratar una variedad de afecciones neurológicas administrando y ajustando dinámicamente y en tiempo real la estimulación eléctrica terapéutica en respuesta al estado neural de un paciente. Esto se logra gracias a que el sistema tiene un circuito de retroalimentación (close-loop) que censa, computa y corrige.

Recientemente la empresa Neuralink (Musk E, 2019) ha presentado un sistema de interfaz cerebro computadora escalable, de amplio ancho de banda. Ha construido conjuntos de electrodos pequeños y flexibles como «finos hilos», con hasta 3.072 electrodos por conjunto distribuidos en 96 hilos y ha desarrollado un robot neuroquirúrgico capaz de insertar seis hilos (192 electrodos) por minuto en el cerebro de un roedor. Un solo cable USB-C permite la transmisión y grabado de datos de todos los canales simultáneamente.

Ampliando el uso de la tecnología del implante de electrodos se desarrolló un sistema que se inserta quirúrgicamente en la corteza motora del cerebro llamado «BrainGate», que ha permitido a las personas inmóviles usar señales cerebrales para mover los cursores de una pantalla de computadora, escribir en un teclado electrónico y agarrar un objeto con una mano robótica (Bacher D et al. 2015 Jarosiewicz B et al. 2015). Sin embargo, la experiencia médica y quirúrgica requerida para implantar y operar correctamente estos sistemas limita en gran medida su uso más allá de unos pocos casos clínicos. Una contraparte no invasiva, que requiera menos intervención, que pueda proporcionar un control de alta calidad, mejoraría profundamente la integración de los BCI en el entorno clínico y hogareño.

Mientras corregía este artículo se publicó una nueva técnica de implante de electrodos para registrar la actividad eléctrica de zonas muy específicas y delimitadas del cerebro sin tener que abrir el cráneo. El registro se logra implantando una malla de electrodos por vía del sistema venoso, evitando así todo tipo de intervención en el cráneo. Entrando por una vena periférica se llega hasta un plexo venoso en una zona predeterminada del cerebro. Los electrodos se alojan pegados a las paredes de la vena desde donde captan la actividad eléctrica del tejido nervioso cercano. Por esta vía los electrodos fueron implantados en dos pacientes afectados por esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad donde la conexión entre la corteza cerebral, que da la orden de movimiento, y el brazo que debe ejecutarla, está anulada por la muerte de las neuronas de la médula espinal. Los electrodos implantados captan las señales de la corteza motora (donde se origina la orden) y las transmiten a un procesador subcutáneo inserto en el pecho, donde a su vez se encuentra una interfase infrarroja que se conecta con una computadora en forma inalámbrica. En definitiva, el paciente piensa el movimiento que desea y la computadora lo ejecuta en su pantalla (Oxley et al, 2020). La utilización de herramientas de inteligencia artificial permite convertir señales neuronales en datos digitales.

Si bien esto es notable, no se pueden soslayar algunas preocupaciones sobre el potencial disruptivo de la inteligencia artificial. Varios expertos en tecnología creen que podrían surgir impactos beneficiosos al vincular la inteligencia humana y la artificial a través de interfases neuronales. Como se indica en un artículo publicado en el Journal of the Royal Society Interface: “Los cerebros son flexibles, imprecisos, propensos a errores y lentos; las computadoras son inflexibles, precisas, deterministas y rápidas”.  Por lo tanto, crear interfases que nos permitan vincular la sofisticación del pensamiento humano con el poder de procesamiento de la inteligencia artificial, ya sea implantada o externa, podría abrir el camino a una nueva generación de aplicaciones como prótesis que se sienten como una parte natural del cuerpo, una mejor toma de decisiones o incluso experiencias sensoriales completamente nuevas. Sin embargo, el desarrollo de estas tecnologías plantea una serie de cuestiones éticas relacionadas con nuestra autonomía, privacidad y percepción de «normalidad» que la sociedad debe exponer, discutir y posicionarse.

Las aplicaciones no médicas de las interfases cerebro-computadora están siendo aplicadas a juegos, a aumentar la concentración y la performance física, entre otras. Algunas de las nuevas aplicaciones más llamativas de la BCI se extenderán más allá de la medicina y afectarán a millones de personas. El control manos libres de las computadoras, escribir o ingresar datos usando el cerebro como un «mouse mental» representa un desarrollo que cambiará nuestra vida cotidiana. Como contrapartida muchas compañías, algunas de una manera irresponsable, publicitan sus dispositivos neuro-tecnológicos sugiriendo que su uso brinda beneficios cognitivos y ayuda al estado de bienestar sin explicitar las evidencias científicas que avalen lo publicitado, así como la seguridad de los objetos lanzados al neuro-mercado (Iris Coates McCall et al 2019).

 

La lectura del estado de ánimo


 

Lo que las interfases neuronales son capaces de hacer actualmente es detectar cómo respondemos emocionalmente a los estímulos o «lectura del estado de ánimo». Esta capacidad se ha demostrado en el laboratorio (Li M et al 2018), utilizando tecnologías simples como el electroencefalograma y aplicada en contextos como el «neuromarketing», que las empresas utilizan para detectar respuestas favorables o desfavorables a los anuncios entre los consumidores (Dutta T, 2015). Aunque es técnicamente menos complejo que decodificar procesos cognitivos, la «lectura del estado de ánimo» es comparable en términos de violación de la privacidad y representa un problema urgente porque es posible hoy en día. Ejemplo de ello podría ser, de confirmarse, que ciertas empresas ya utilizan la capacidad de leer el estado de ánimo de una persona mediante el análisis de las señales cerebrales registradas a través de dispositivos instalados en los cascos de seguridad que usan durante su trabajo. Esta aplicación permitiría identificar en los empleados signos de ira, ansiedad o depresión (South China Morning Post. 29 April 2018) Según los informes de los medios, las empresas involucradas dicen que están utilizando los datos para ayudar a los trabajadores, pero los críticos opinan que la tecnología invade la privacidad. Desde esta posición podemos prever cómo las tecnologías con las que trabajamos se han de expandir masivamente en las próximas décadas. Al mismo tiempo, somos muy conscientes de los desafíos, especialmente cuando se introducen tecnologías externas en el cerebro; el órgano más complejo y menos comprendido del cuerpo.

¿Debe haber limitaciones en el uso de interfases neuronales?

Uno de los problemas que enfrentan las nuevas tecnologías emergentes es la escasa capacidad para evaluar las consecuencias adversas de esta innovación dado que es difícil abarcar la diversidad de riesgos personales, sociales, ambientales, tecnológicos, económicos, políticos y corporativos que determinan el destino de las nuevas tecnologías. En los últimos años, estos riesgos han sido explorados ampliamente por especialistas en ética. Estos conceptos incluyen una mejor comprensión de la naturaleza y la aceptabilidad del potencial de riesgos para la salud, el comportamiento y la personalidad/sentido de identidad, así como cuestiones que incluyen a quién beneficia la tecnología y si el acceso confiere una ventaja injusta a los usuarios. Los usuarios también plantean inquietudes asociadas con la privacidad, autonomía, la seguridad de los datos por ellos aportados y los dispositivos implantados, especialmente cuando los usuarios tienen poco control sobre las interfases cerebrales implantadas. Por otro lado, los beneficios potenciales de la BCI tanto para usos terapéuticos como de mejora de las capacidades generan preguntas éticas importantes que cuestionan en qué medida el detener o desacelerar el desarrollo puede perjudicar a los futuros beneficiarios de la tecnología

En un futuro próximo, las neuro-tecnologías seguirán creciendo. Simulaciones por computadoras más precisas y avanzadas permitirán a los investigadores probar y validar estas tecnologías aún más rápidamente. Los implantes neuro-tecnológicos se convertirán literalmente en parte de nosotros. La comunicación directa bidireccional entre el cerebro y un dispositivo externo al cerebro y la transformación que esta conexión provoque hará difuso el límite entre lo humano y la máquina. Cuestiones trascendentales que incluyen aspectos éticos, sociales y culturales deben trabajarse urgentemente a fin de conservar la identidad personal, física y la dignidad del ser humano.

En todos los tiempos, los cambios y las transformaciones que modifican los paradigmas civilizatorios producen profundos cambios en la mentalidad de las sociedades que se deben reformular su eticidad a la luz de las posibilidades que los nuevos conocimientos imponen. El asunto, como en las mayoría de las cuestiones, dependen de cuanto hay de participación en las decisiones colectivas y cuánto de imposición y hegemonía de parte de elites que deciden para sus propios grupos de poder y producen profundas brechas de acceso a los bienes y beneficios de las nuevas tecnologías y de las transformaciones profundas que se producen en las sociedades humanas.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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