Pensar el País, pensar el mundo.

 


Un Estado nación es una forma de organización política que se caracteriza por tener un territorio claramente delimitado, una población relativamente constante y una forma de gobierno. Entre estos elementos, los individuos que se relacionan en ese territorio y bajo esa forma de gobierno, establecen un acuerdo social válido en la medida que exista cohesión entre ellos y las formas comunes conformen a los individuos del mismo modo que los individuos comprendan y sostengan el bien común por encima de sus intereses personales. Los Estados así conformados son el devenir histórico que surge como respuesta y solución al conflicto conocido como guerra de los Treinta Años (1648) y que derivo en lo dos tratados de Paz firmados en Westfalia, Osnabrück y Münster, firmados el 24 de octubre de 1648. Estos tratados fueron la “piedra filosofal” de la constitución de los Estados modernos. El Estado Nación modificó el concepto de gobierno hereditario (Monárquico) y el sostenimiento de sus áreas de influencia y gobierno delimitadas por largas y cruentas guerras que ampliaban o diezmaban sus dominios. El territorio es entonces un elemento fundamental en la teória de los Estados. El federalismo es una de las formas de gobierno que permite cohesionar territorios y culturas diversas bajo una centralidad de gobierno común a cambio de relativas independencias de los Estados menores o territorios parte. Las diferentes concepciones y modelos que relacionan los territorios locales y municipales en organizaciones mas amplias representadas en un gobierno central, depende de las extensiones de los territorios que se nuclean bajo esa forma de Estado nacional, muchas veces con diversidades culturales, idiomáticas y de otra índole que sin embargo coinciden en una forma de gobierno común.

Entender la diversidad en la unidad y los “aportes” y “ventajas y desventajas” de cada territorialidad mínima respecto de su centraidad hace a la cohesión misma de los Estados como tales.

Comprender la profundiad y el carácter de esta dimensión de los conflictos humanos permite entender de que se trata y como participar.

Esta semana se reflotó el debate por la coparticipación, ante la discusión en el Congreso por la quita del porcentaje a CABA que pasaría a la provincia de Buenos Aires, con lo cual es un buen momento para analizar el tema.

¿Qué es la coparticipación?

Se trata de un mecanismo de distribución (fijado por ley) que asigna un porcentaje de la recaudación que realiza el gobierno nacional que automáticamente se distribuye entre éste y las provincias. Del total de impuestos existentes en la actualidad, algunos se coparticipan en su totalidad (como por ejemplo el Impuesto a las Ganancias), en otros casos solo una parte de los mismos son coparticipables (como el IVA, donde el 89% de su recaudación va directo a la masa coparticipable y el 11% restante va destinado al financiamiento de la seguridad social), y algunos no se coparticipan -como los derechos de exportación o el impuesto PAÍS (en esos casos, la recaudación va en su totalidad a las arcas del Gobierno)-.

A partir de eso se obtiene el total de la masa coparticipable, a la que se le aplican los coeficientes de distribución y así se obtiene el porcentaje que le toca a cada parte: 39,6% para el gobierno nacional, 59,4% para las provincias y 1% para los Aportes del Tesoro Nacional (fondos destinados a atender situaciones de fuertes desequilibrios financieros en las provincias, a cargo del ministerio del Interior). Una complejidad adicional que tiene el sistema es que los fondos de la coparticipación que van para CABA (1,4%) y Tierra del Fuego (1,3%) salen de la parte que obtiene el gobierno nacional. 

Distribución primaria de la coparticipación 

Esto es lo que se conoce como la distribución primaria de la coparticipación, es decir, entre el gobierno nacional y el total de las provincias. La distribución secundaria de la coparticipación es aquella que fija los coeficientes de distribución entre las provincias (excluyendo CABA y Tierra del Fuego), de la siguiente manera.

Distribución secundaria de la coparticipación

Fuente: Ley N° 23.548.

De lo anterior se desprende un primer motivo que muestra la importancia y, a la vez, la complejidad que plantea toda discusión acerca de la modificación de los coeficientes de coparticipación. Cualquier cambio, tanto en la distribución primaria como en la secundaria, implica lo que se conoce como un “juego de suma cero”, es decir, para aumentar la coparticipación de alguna de las partes se debe reducir la de alguna otra. Esto es un gran problema si se combina con el hecho de que cualquier reforma del régimen de coparticipación por ley requiere el acuerdo de todas las provincias.

¿Bajo qué criterios se estableció esta distribución?

Acá está el otro de los principales problemas que tiene la coparticipación, ya que estos coeficientes se definieron en la reforma de 1988 sin ningún criterio objetivo y/o cuantificable. Esa reforma fue pensada como algo transitorio, frente al vacío legal que había desde 1984 (cuando caducó la vigencia del régimen de coparticipación anterior), para que a partir de eso se discutiera una reforma más profunda y duradera. Ante el temor a caer nuevamente en otro vacío legal se introdujo una cláusula de prórroga automática si el Congreso nacional no sancionaba una nueva ley. Como tantas otras veces sucedió con los temas tributarios, lo transitorio se transformó en permanente y hoy sigue vigente ese régimen de coparticipación.

¿Por qué es un problema? Porque se supone que la asignación secundaria entre las provincias debería estar pensada con algún objetivo distributivo en función de parámetros medibles y observables. El último (y único) antecedente que hay es el de la reforma de 1973, que por un lado buscó equiparar en 50%-50% la distribución primaria (técnicamente fue 51,5% para las provincias al incluir a CABA). Pero, más importante aún, definió un criterio de federalismo solidario en la distribución secundaria con el objetivo de que las provincias con menores recursos se vieran favorecidas y así pudieran proveer un nivel de servicios públicos suficientes a su población: 65% según la cantidad de habitantes, 25% en función de la brecha de ingresos (comparando respecto de la provincia con mayores recursos del país) y 10% en función de la dispersión de la población (ya que cuanto más desperdigada la población, más elevados son los costos de provisión de los servicios).

Al analizar la coparticipación efectiva per cápita que recibe cada provincia y comparar eso con el ranking provincial en función del ingreso per cápita, se observa que hay algunas provincias claramente beneficiadas por encima de lo que indicaría un criterio distributivo (como Santa Cruz o La Pampa, segunda y quinta provincia más rica, que son de las que más recursos obtienen por la coparticipación), como así también algunas que fueron perjudicadas (como Buenos Aires o Mendoza, que a pesar de ser la décima y novena en términos de ingreso per cápita son de las que menos recursos obtienen por coparticipación).

Distribución secundaria y ranking de ingresos per cápita para 2019 (en $ corrientes).

Todo lo anterior no quita que haya algunos salvoconductos para modificar la distribución (primaria o secundaria). Por ejemplo, la introducción de nuevos impuestos y/o fondos definidos por el Poder Ejecutivo, como el Fondo Federal Solidario, que determinaba que el 30% de la recaudación de los derechos de exportación de la soja y derivados debían ser transferidos a las provincias en función de los coeficientes de la coparticipación secundaria.

En la disputa actual el gobierno nacional modificó por decreto el porcentaje correspondiente a la Ciudad (que tiene la potestad para hacerlo, ya que el coeficiente de CABA, a diferencia del resto de las provincias, se estableció por decreto) y creó un fondo destinado a la provincia de Buenos Aires con dichos recursos.

Este tipo de prácticas (que pueden ser justas en términos de equidad entre las provincias) terminan siendo parches que se van acumulando sin resolver el problema de fondo, que es la modificación de los coeficientes de la coparticipación. Difícilmente esto se pueda solucionar ya que requiere el aval de todas las provincias en un juego de suma cero: para que algunas se vean beneficiadas, otras deben perder.

(Cenital)

Extrema derecha y lugares comunes Entrevista a Cas Mudde

Diversos analistas siguen insistiendo en tópicos trillados y equivocados sobre la clase obrera blanca o la población rural blanca sin educación universitaria, constituyen la base de la derecha trumpista, aún cuando hay evidencia que no demuestra ese planteo. El fenómeno de las extremas derechas está siendo malinterpretado y sometido a lugares comunes. En esta entrevista, Cas Mudde, experto en la materia, destierra los clichés y apuesta por un análisis con datos reales.

El fenómeno de las extremas derechas no puede analizarse solo de manera global. Debe, necesariamente, apelarse a lo específico de cada país. En esta entrevista, Cas Mudde analiza la situación de la extrema derecha en Estados Unidos tras la derrota de Trump, diferenciándola de la de otras experiencias políticas del mismo signo ideológico. Mudde es profesor en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Georgia y profesor en el Centro para la Investigación sobre Extremismo en la Universidad de Oslo. Su último libro, The far right today, ha sido aclamado como una «descripción general completa de la política contemporánea de extrema derecha» por la LSE Book Review.

Parece que gran parte de su trabajo público consiste en corregir las impresiones equivocadas de la ultraderecha que difunden periodistas y opinadores progresistas o liberales. ¿Cuáles son los mayores malentendidos que aún circulan sobre el electorado de Trump?

La verdad es que da vergüenza ajena. Algunos artículos que aparecen hoy dan la impresión de haberse escrito en 2016. Siguen insistiendo en los temas trillados y equivocados sobre la clase obrera blanca o la población rural blanca sin educación universitaria, cuando sabemos de sobra que el núcleo electoral de Trump no es ese. También persiste la idea de que, por un lado, hay un Partido Republicano de centroderecha y, por otro, el electorado de Trump, que representaría a una derecha radical. La realidad es que ya hace años que la base del Partido Republicano está mucho más cerca de las ideas de Trump que del neoliberalismo de Paul Ryan, por ejemplo. Es doloroso ver lo poco que hemos aprendido estos últimos años.

Me sorprende que lo diga en primera persona del plural. Esa falta de aprendizaje, ¿no afecta a periodistas y opinadores más que a politólogos como usted?

No lo crea. Mi conocimiento también tiene muchas lagunas. De hecho, recientemente he publicado una columna en The Guardian en la que planteo que quizá debamos dejar de hablar de «fascismo» y no empeñarnos en observar el presente con la lente europea de la década de 1930 o la latinoamericana de la década de 1970. Estos últimos años yo mismo me he dejado llevar por esa especie de psicosis colectiva. Y debo confesar que no he aprovechado para analizar a fondo qué ha estado ocurriendo aquí en Estados Unidos.

¿Qué quiere decir?

Bueno, hay muchísimas cosas que pensábamos que Trump iba a hacer que al final no ha hecho. Esto no significa que no fuera un líder de ultraderecha de verdad o que no fuera antidemocrático. Pero lo que no sabemos aún es lo que ha significado exactamente la presidencia de Trump para Estados Unidos. Y esa falta de comprensión me parece que tiene que ver con que estamos muy ligados a esquemas y marcos del pasado. Yo soy el primero en admitir cuánto me queda por aprender. Es más, diría que en este campo los investigadores universitarios tenemos mucha más responsabilidad que los opinadores. Mi problema es que yo soy ambas cosas. Ahora bien, los periodistas y los opinadores viven de esto. Y les ha ido francamente bien estos últimos cuatro años. Los que nos dedicamos a la investigación, en cambio, deberíamos guardar más distancia y estudiar y aprender más.

¿Qué le ha impedido a usted hacerlo? ¿Ha sido el peso de los marcos heredados? ¿O es que el fenómeno de la ultraderecha simplemente es demasiado complejo?

El mundo entero es demasiado complejo. Pero creo que quizá he pasado demasiado tiempo haciendo de opinador. No niego que tener una presencia en los medios tiene grandes ventajas. Pero también hay inconvenientes. Es fácil dejarse llevar por la dinámica mediática. Estos últimos años he pasado muchísimo más tiempo leyendo noticias que investigaciones académicas. No es algo que necesariamente te haga más inteligente.

Me parece que está subestimando la importancia de su propio papel como pensador universitario que interviene en la esfera pública para difundir un conocimiento científico, basado en la investigación empírica, sobre fenómenos de gran urgencia política –aunque solo fuera para subrayar una y otra vez la complejidad de esos fenómenos–.

No lo niego. Como digo en el prefacio de La ultraderecha hoy, fui educado por intelectuales públicos y esto siempre lo he visto como una tarea central de la ciencia. Pero hay que encontrar un equilibrio. Y la verdad es que el mundo de los opinadores te empuja en una dirección y el de la ciencia, en otra. Como opinador, cuánto más contundentes sean tus opiniones, más impacto tienes. Esto representa una tentación que hay que resistir de forma constante. Por otra parte, mis columnas me han servido para plantear ideas o hipótesis para las que aún no tengo la suficiente evidencia como para publicarlas en un medio científico. Sigo creyendo que la combinación de esos dos papeles puede ser muy importante y productiva. Pero hay que tener mucho cuidado. Lo que yo aporto al mundo de los opinadores no es, por así decirlo, mi estilo. No: yo aporto un conocimiento científico. Pero esa reputación es fácil derrocharla.

¿Le ha costado encontrar ese equilibrio?

Me sigue costando. Por ejemplo, hace dos o tres años escribía una columna semanal y no pasaba un día en que no me entrevistara con algún periodista. No era casual: en 2017 y 2018 yo percibía que la democracia liberal corría mucho peligro. Estaba ganando terreno la convicción de que no era posible ganarle la batalla al populismo y que tocaba domarlo o canalizarlo. En ese momento, la urgencia me parecía tal que el trabajo puramente académico, para mí, se convirtió en secundario. Pero pagué un precio, ya que también leía menos investigación académica y dedicaba menos tiempo a la reflexión.


 
Iba a preguntarle sobre las conclusiones que saca de las elecciones presidenciales norteamericanas, pero quizá sea mejor no apelar a su papel de opinador…

Muchas de las conclusiones que se están sacando son prematuras porque se basan en sondeos a pie de urna que, casi con toda seguridad, resultarán muy poco fiables. Una pregunta central será: ¿cuáles han sido los cambios del voto? No es algo superficial, porque sirve para determinar la dirección de los gobiernos: ¿debe la izquierda gobernar como izquierda o adoptar una posición más bien centrista, por ejemplo? A mí, como a cualquiera, me gustaría que hubiera datos empíricos que confirmaran mi propia preferencia. Pero, por ahora, aún no he visto esos datos.

Cuando estén esos datos, ¿qué nos dirán?

Lo que me urge saber –y esto sí que lo sabremos más bien pronto– es la profundidad del apoyo del que goza Trump entre los republicanos. En 2016 era claramente una persona a la que habían de aceptar, aunque tuvieran poca afinidad con él. Pero gracias a la enorme polarización de los últimos años, en gran parte fomentada por el mismo Trump, parece que se ha producido una coincidencia cada vez mayor entre los republicanos y los seguidores de Trump. Yo lo que me pregunto es si esa coincidencia es real. Y, si lo es, si la identificación es con Trump como líder o con su ideología. La distinción es importante, pero la verdad es que no sabemos mucho de esa dinámica en Estados Unidos. En Europa, se ha demostrado que, al fin y al cabo, los partidos tienen más peso que los líderes. Cuando el austriaco Jörg Haider se escindió del Partido por la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán), casi todos sus votantes se quedaron con el partido. Pero el FPÖ era un partido ultraderechista, fuera del mainstream. El Partido Republicano estadounidense, en cambio, es una formación mainstream que ha sido secuestrada por un líder ultraderechista. La comparación no es fácil.

Sabemos que la diferencia entre la ideología de Trump y la del votante medio del Partido Republicano no es muy grande, a pesar de lo que nos diga el puñado de republicanos que se identifican con «never Trumpers» (trumpistas nunca). Aun así, hay cierto margen. ¿Hasta qué punto se han radicalizado los votantes del Partido Republicano? La polarización, ¿seguirá en los niveles actuales una vez que Trump se haya ido?

En su libro, dice que la pregunta que se le hace con más frecuencia es cómo afrontar la ultraderecha. Admite que no tiene una buena respuesta, en parte porque la ultraderecha en un país no es la misma que en otro. Aun así, con frecuencia ha afirmado que nos toca reforzar la democracia liberal. También aboga por que la socialdemocracia, erosionada por el neoliberalismo y la tercera vía, se vuelva a inyectar de ideología. En Estados Unidos, ¿esto significa que el Partido Demócrata debe seguir la pista de su ala izquierda o a activistas como Stacey Abrams, que tanto ha hecho en el estado de Georgia por movilizar el voto afroamericano?

Para empezar, es importante subrayar algo que es más obvio para los que vivimos en Georgia que para los de fuera: Stacey Abrams es bastante centrista en términos socioeconómicos. Esto es algo que malinterpretan muchos fuera del heartland: es posible rechazar de forma vehemente que la policía mate a personas afroamericanas y, al mismo tiempo, apoyar políticas centristas o capitalistas. El hecho de que muchos afroamericanos voten por el Partido Demócrata no significa que favorezcan políticas radicales.

Pero con referencia a la rivalidad entre el centro y el ala izquierda hay algo más importante. Lo que indican los sondeos es que hay muchísimas áreas que cuentan con un gran consenso entre los diferentes grupos de votantes demócratas. Esas son las áreas en que debe concentrarse Biden. Una es, simplemente, reforzar la democracia, proteger el derecho al voto. Otra es crear empleos bien remunerados y subir la renta mínima. Personalmente, me parecen muy importantes las infraestructuras –cuyo estado actual es lamentable– porque ofrecerían muchas posibilidades de crear un ambicioso plan de empleo que beneficiaría a muchísimas personas. E incluso en las áreas donde parece haber más división interna, como por ejemplo la política identitaria, el antirracismo o el derecho al aborto, hay margen para políticas consensuadas.

En ese sentido, ¿el conflicto abierto entre el grupo de Alexandria Ocasio-Cortez y Nancy Pelosi, en la Cámara de Representantes, es más bien una distracción innecesaria?

Hay que reconocer que también es una lucha de poder que, entre otras cosas, es generacional. Las generaciones de los millennials para abajo tienen otra forma de hacer política, tanto en la izquierda como en la derecha. Hemos prestado mucha atención al modo en que la derecha se ha hecho más agresiva y combativa, pero en la izquierda ocurre lo mismo. Se ve en la revista Jacobin, por ejemplo, que está muy metida en esa lucha interna. No es que la izquierda de hoy sea más radical que antes, pero sí hace política de forma diferente, y se nota que eso, a la generación mayor, le cuesta asumirlo, incluso a nivel personal. Y, también importa la región que representa cada uno. Los demócratas del Bronx o de Brooklyn, en Nueva York, no son los mismos que los demócratas en Georgia. Pero en un sistema bipartidista como el norteamericano, esos grupos están obligados a compartir el mismo partido. Por tanto, es una lucha que será necesario librar. Hay una diferencia considerable entre los Estados Unidos de Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) y los de Joe Biden. Es más, en un contexto europeo, Biden y AOC representarían a partidos totalmente distintos.

Todo quedará en agua de borrajas si los demócratas no ganan las elecciones de enero en Georgia en las que se decidan los últimos dos escaños senatoriales. De otro modo, los republicanos mantendrán su control del Senado. ¿Cómo ve las posibilidades para los dos candidatos demócratas?

Tiendo a ser pesimista. Me parece que el miedo republicano a que los demócratas controlen la Casa Blanca y las dos cámaras es mucho mayor que el entusiasmo demócrata por una administración de Biden capaz de hacer cosas. Es difícil exagerar el miedo que hay ante un control monopartidista de la Casa Blanca y el Congreso. Es algo que empujará a las urnas incluso a republicanos muy moderados. Eso sí, sea cual sea el resultado de las elecciones en enero, sabemos que será muy, muy ajustado, como lo serán todas las elecciones en Georgia en los próximos años.

Si los demócratas no se hacen con el Senado, Biden tendrá las manos atadas.

Lo más probable es que los demócratas no logren pasar medida alguna fuera de las executive orders presidenciales. Cualquier reforma estructural estará fuera de alcance, para empezar porque no controlarán los presupuestos. Los republicanos, por su parte, continuarán en el cinismo que ya vimos en los años de Obama. Y volverán a la austeridad.

¿Y Biden?

Lo aceptará, en parte porque esa posición ideológicamente le pilla cerca y en parte porque no le quedará otra.

Lo cual complicaría la situación de los demócratas en las elecciones de medio término de 2022, en las que se jugarán el control de la Cámara de Representantes.

Mucho. Y las presidenciales de 2024 también se pondrán difíciles.

En este escenario, ¿cuál sería el papel del expresidente Trump? ¿Desaparecerá? ¿Montará su propio imperio mediático?

Eso está por verse. Cuando hablé de ello en mi podcast con Nicole Hemmer, que es experta en medios derechistas, me aseguró que Trump carece de la disciplina necesaria para llevar siquiera un programa de radio o televisión diario. No nos engañemos: incluso siendo presidente, a Trump le ha costado interesarse por la política. Pues imagínate como expresidente. Su hijo, Donald Trump Jr., sí que tiene ese perfil, pero su audiencia es mucho más limitada. No, lo que veo mucho más probable es un regreso del Partido Republicano de Mitch McConnell. Pero para la democracia de Estados Unidos eso es casi igual de malo.

Este artículo es producto de la colaboración entre Nueva Sociedad y CTXT.

La fórmula “Psicoanálisis y Salud Mental” propicia hace décadas debates y controversias entre sus agentes involucrados. Ahora bien, ¿por qué asumir con tanta prisa que se trata de dos campos, antes que de una praxis y un campo?

Reconocemos la potencia del campo de la salud mental argentino, ponderando sus aportes y discusiones desde una concepción en salud colectiva, evitando así triviales e inconvenientes extravíos, esto es, absteniéndonos de disputas corporativas. Dicho de otro modo, interesa revisar la escisión entre una “salud” y una “salud mental”: sus efectos en la producción conceptual, en las formas de concebir los cuidados singulares y colectivos.

En el mismo sentido, se involucra en dicha fórmula un tercer término, al modo de un horizonte político: derechos humanos. No dudamos en concebir este movimiento como una subversión genuina, en tanto permite reelaborar preguntas de antaño e inscribir una serie de novedades urgentes en lo atinente al quehacer clínico.

Reivindicamos los amplios y potentes legados de psicoanalistas de nuestro país en instituciones del campo de la salud mental, en la discusión en materia de normativas y derechos humanos, como en la propia formulación de políticas públicas. Recuperar críticamente dichas tradiciones implica en sí una actualización, ética y política antes que doctrinaria, dentro de un escenario menos novedoso que complejo como el que estamos atravesando. Un tiempo que nos compele a producir seria y colectivamente pensamiento, reflexión y acción desde hipótesis frágiles, en lo atinente a las grandes discusiones, clásicas pero urgentes: la defensa de la vida, la singularidad y la apuesta lo colectivo, la ética del cuidado y el deseo.

En ese sentido, ¿cuáles son los efectos clínicos y teóricos de un psicoanálisis atravesado por los derechos humanos? ¿Qué tensiones y problemas del cruce entre los marcos normativos vigentes, las políticas públicas y la apuesta del acto analítico? ¿Qué desafíos y discusiones resultan necesarias para la enseñanza, en la universidad pública, de un psicoanálisis subversivo en su rigurosidad y en el marco de la conflictiva propia de un campo de prácticas como el de la salud mental, en este tiempo y en nuestro territorio?

Todo lo anterior se reúne, siguiendo la ética freudiana, en la potencia de una ilusión para el porvenir: un psicoanálisis que al tiempo de unir a su horizonte la subjetividad de época se abstenga de suponerse “extraterritorial”. De allí, y como horizonte, invitamos a reflexionar y discutir críticamente sobre el cruce conflictivo, y por ende interesante, entre psicoanálisis, derechos humanos y salud colectiva.

Alicia Stolkiner y Julián Ferreyra son psicoanalistas.

Texto introductorio al Simposio internacional en el marco del Congreso de la Facultad de Psicología de la UBA, que fue coordinado el viernes 27 de noviembre pasado por Alicia Stolkiner y tuvo como disertantes a Jorge Alemán, Julieta Calmels y Julián Ferreyra.

(https://www.pagina12.com.ar/309669-psicoanalisis-derechos-humanos-y-salud-colectiva)

René Char, del Surrealismo a la Resistencia

Por Rodolfo Alonso Poeta, traductor, ensayista.

(https://www.pagina12.com.ar/309342-rene-char-del-surrealismo-a-la-resistencia )

La rica personalidad de René Char (1907-1988) se perfila nítidamente sobre su época y resulta, a la vez un devoto del Oscuro de Éfeso, Heráclito, faro mayor de los presocráticos, o del resplandeciente humanismo que a la luz de una vela supo revelar siglos atrás el pintor Georges de la Tour. Hombre capaz de decir no, de plantarse ante las injurias de la prepotencia o de la infamia, es también el dulce intérprete de las mil y una radiantes bellezas naturales, en medio de las cuales nació y que lo nutrieron desde niño.

Pero su destino se cumple con celeridad. En agosto de 1929, “Arsenal” aparece en Nimes con sólo 25 ejemplares. autr, enviado a Paul Éluard, determina el viaje de éste a L´Isle-sur-Sorgue, en plena Provenza. Y Char viaja a París, donde se encuentra con André Breton, Louis Aragon, René Crevel y sus amigos surrealistas. A fin de año adhiere al movimiento y colabora en el nº 12 de su revista “La Revolución surrealista”, como uno de sus miembros más jóvenes.

Sigue leyendo a los presocráticos, luego a Rimbaud y a los grandes alquimistas. Participa con los surrealistas que encabezan Breton y Éluard en el saqueo del bar “Maldoror” (en defensa de su venerado Lautréamont), donde es acuchillado. Junto a Breton, Aragon y Éluard prepara la nueva revista ”El Surrealismo al servicio de la Revolución”, donde colaborará asiduamente.

Las Ediciones surrealistas publican 4 de sus primeros títulos. En 1930 “Retardarr Trabajos”, legendario libro escrito en trío con Breton y Éluard, y “Artine”, con un grabado de Salvador Dalí. En 1931 “La acciónn de la justicia se ha extinguido”. Y en 1934 el ya memorable “EL Martillo sin dueño”, con una punta seca de Vassili Kandinsky.

Firma numerosos manifiestos del surrealismo: sosteniendo “La Edad de oro”, film de Luis Buñuel violentamente atacado por la extrema derecha; en contra de la Exposición colonial; y apoyando las primeras luchas revolucionarias en España. En mayo de 1933 “El Surrealismo al servicio de la Revolución” publica un relato de sueño de Char, su respuesta a dos encuestas y anuncia la nueva revista “El Minotauro”, donde no querrá participar. En el volumen colectivo “Violette Nozières”, en defensa de la joven parricida de 18 años violada por su padre, Char participa con un poema y firma el manifiesto “La movilización contra la guerra no es la paz”, a la vez antibélico y crítico de cierto apenas decorativo pacifismo.

En febrero de 1934 se une a una gran manifestación antifascista en París. Hacia fin de año aún firma otros 2 manifiestos, pero cada vez se distancia más del movimiento. Pasa largos períodos aislado en islotes boscosos del Sorgue. La difusión a sus espaldas de una carta privada con críticas al surrelismoo, produce un duro incidente con Benjamin Péret, al cual replica como siempre en forma pública, 

Pero la historia se acelera. El 18 de julio de 1936 se desencadena el alzamiento franquista contra la legítima República española, frenado por la espontánea resistencia popular y dando origen a la sangrienta guerra civil, primera gran batalla mundial contra el fascismo, ya que Hitler y Mussolini se incorporarán a la cruzada fratricida. Todavía hoy me emociona, en su libro “Cartel para un camino de escolares”, con poemas contemporáneos a los hechos, la indeleble y extensa dedicatoria de Char fechada en marzo de 1937, que comienza: “Niños de España, -- ROJOS, oh cuánto, hasta empañar para siempre al acero que va a desgarrarlos; -- A Ustedes.” Y que concluye: “Niños de España, he forjado este CARTEL mientras que los ojos matinales de algunos de entre ustedes no habían aprendido nada aún de los usos de la muerte que se hundía en ellos. Perdón por dedicárselo. Con mi última reserva de esperanza.” (¿Es posible sorprenderse, entonces, de que uno de los pocos poetas que Char tradujo sea Miguel Hernández?)

El 3 de septiembre de 1939 Inglaterra y Francia declaran la guerra a Hitler, que ha invadido Polonia. Char es movilizado en Nimes y, como Apollinaire, es artillero. A pesar del derrotismo oficial, alcanza un alto desempeño. Asegura la retirada de su columna y en el puente de Gien, con algunos hombres, durante muchas horas hacen posible el escape de civiles desmoralizados, bajo bombardeos alemanes e italianos.

Francia cae. Desmovilizado y ascendido, se retira una vez más a L´Isle-sur-Sorgue. Pero es delatado como militante de extrema izquierda, y va a detenerlo la policía de Vichy. Advertido, se refugia en Céreste, donde comienza a frecuentar opositores. En 1942 ya actúa en la Resistencia. Su nombre de guerra es Alexandre. Su primer sabotaje es contra ocupantes italianos, pero los nazis terminan por dominar toda Francia. Char dirige acciones cada vez menos desordenadas. Se enrola en el naciente ejército secreto “mientras dure la guerra”, y con el grado de capitán se le encargan operaciones de aterrizaje y paracaidismo en toda el área. Con tal éxito que 21 depósitos secretos de armas no serán descubiertos por los nazis, mientras sus pérdidas fueron mínimas.

Pero los últimos meses de la guerra son los más dolorosos, y ve caer muchos amigos entrañables. El alto mando interaliado en Argel le encomienda colaborar con el desembarco en Provenza. El 26 de agosto de 1944 París es liberado. Y sólo entonces Char retoma sus tareas literarias, interrumpidas en 1939.

La amistad que unió a Albert Camus con René Char, fue tan entrañable y duradera que sólo la muerte pudo detenerla. En la minuciosa biografía de Camus que le llevó a Olivier Todd 900 páginas, hay todo un capítulo dedicado a ella: “Tres amigos”. Y sus primeras líneas ya son explícitas: “En 1948, Albert Camus tiene 35 años, el poeta René Char 41. Camus no es un gran aficionado a la poesía contemporánea pero recomienda la publicación de “Hojas de Hipnos”. La novedad de esos textos le parece “luminosa”. Tranquiliza a Gaston Gallimard, que está perplejo. A G. G. y a otros. Camus les dice: “Difícil de juzgar por nuestros contemporáneos. Pero si hay alguien que tenga genio, ése es René Char.” Y al correr de las líneas encontramos un muy logrado retrato: “Con más de 1 metro 85, robusto, de dedos de herrero, Char es un menhir, un árbol que no se puede abatir. Tiene la cabeza en las estrellas poéticas y el cuerpo arraigado en su tierra provenzal.”

(https://www.pagina12.com.ar/309342-rene-char-del-surrealismo-a-la-resistencia)

Sobre punitivismo, ordalías, clamor vengativo y chivos expiatorios en la modernidad líquida. O de cómo la acumulación de paradojas y el cruce de medias verdades -en apariencia opuestas- terminan por construir un dilema falsificado.

Hace unos años una niña de 12 fue acusada de intentar envenenar a un profesor de secundaria, a quien en horas posteriores se le atribuyeron antecedentes de abuso.

No recuerdo cómo siguió la historia en el mundo real, pero sí me sirvió para un ejercicio de reflexión sobre los linchamientos cruzados en las redes.

Lo transcribo:

Paradoja y dilema no son la misma cosa. Sin embargo, la acumulación de paradojas y el cruce de medias verdades -en apariencia opuestas- terminan por construir un dilema falsificado.

Que se multiplica, porque la visión reduccionista privilegia la lógica del tercero excluido: el “sentido común” no tolera la presencia de dos males en contienda recíproca; uno de los dos será exaltado y el otro demonizado.

Hay una realidad social construida a muy alta velocidad por los medios de comunicación y replicada, instantáneamente y con la carga de nuevas subjetividades distorsivas, por las redes.

Con lo cual terminamos todos hablando de lo que se habla y de lo que se dice que pasa, sin saber realmente qué pasa. Aun cuando lo que se habla – claro – forma parte de lo que pasa.

La primera ilusión que esta inundación noticiosa produce es que ahora pasan cosas que antes no ocurrían o, en su versión más benigna, que esas cosas pasan más veces que antes.

Y la primera paradoja que surge – a su vez, producto de esta ilusión – es que, según el sesgo ideológico o el imaginario cultural de cada hablante o repitente, se elegirá “convenientemente” cuáles cosas – siempre malas, claro – “nunca pasaron antes” y cuáles otras se catalogan en la clase “esto pasó siempre”


 Si las cosas malas se alinean con el discurso de la inseguridad, la indisciplina social, el desorden y las alarmas sociales, son “inéditas”

Ejemplo, que una nena de doce años le ponga veneno en el agua a un docente es algo “monstruoso, único, que demuestra palmariamente que la juventud está perdida, que el garantismo fomenta la impunidad” y, por supuesto, “que ahora a los doce años esas putitas saben muy bien lo que están haciendo, no como antes”

En cambio, si las cosas malas se alinean con la visibilización de colectivos victimizados, por ejemplo los femicidios, el MISMO grupo de opinantes dirá que “esto pasó siempre”, lo cual es un modo de decir que forma parte de la condición humana y hay que resignarse, porque siempre hubo y habrá “mujeres dispuestas a someterse”

Pero esto es solamente el umbral.

Porque de pronto alguien descubre o cree descubrir que el profesor envenenado tenía antecedentes de abuso, con lo cual la nena pasa de homicida en grado de tentativa a justiciera, porque el hijo de puta “se lo merece”

Es notable, porque quienes asumen esta posición en general son gente de confesión progresista que jamás dirían que la nena se merece la cárcel o que una mujer asesinada se lo merece por puta.

Y aquí la cosa se pone grave, porque entonces los mismos defensores de los derechos humanos ponen en cuestión su universalidad, y repiten, invertida, la falacia de los “humanos derechos”

Recapitulemos:

  • El intento de envenenamiento, un incidente grave tanto para la víctima como para la victimaria, se instala en el centro de la agenda no por insólito o nunca visto, sino porque la agenda necesita construirse así. La relación docente alumno en la secundaria es un ejercicio de poder y dominación que a veces explota en ataques físicos, desde el fondo de la historia. Hay contextos culturales, institucionales y sociales que disparan respuestas disfuncionales como ésta, y eso nada tiene que ver con la impunidad ni con el relajamiento de las costumbres.

  • A los doce años se es inimputable. La madurez es la misma de siempre. Que la exposición a los estímulos externos adelante un poco la pubertad y la pulsión sexual y que el acceso a recursos de conexión apresure una socialización ficticia no implica, de ninguna manera, que ese sujeto de doce años sea hoy más maduro y consciente de la lesividad de sus actos que otro de la misma edad hace una década, o un siglo. La madurez no se adelanta.

  • Ser inimputable no implica que el sujeto no deba ser tratado de alguna manera. Implica, solamente, que el tratamiento no incumbe al ámbito penal.

  • Que la víctima tenga antecedentes – si realmente los tiene – no la hace menos víctima. Es más, aún si se determinara que el intento de envenenamiento fue respuesta a un supuesto abuso, esto arrojaría una nueva luz sobre los hechos, pero no habilita a sostener que la víctima “se lo merece”, porque lo que eso a su vez legitima es la pena de muerte, y ni siquiera con juicio previo.

  • Los docentes están en riesgo pero no por la impunidad, ni por la negligencia familiar – que existen, sin duda – sino porque el sistema educativo conserva un paradigma que es esencialmente violento, que no entiende al sujeto educando ni le brinda herramientas al educador.

  • El nostálgico deseo de retorno de las sanciones disciplinarias tradicionales sigue el mismo razonamiento punitivista que el aumento de las penas o la baja de la edad de la imputabilidad: no sirve para nada, porque opera DESPUÉS del hecho, y su valor preventivo es nulo.

Por favor, pongámonos paños fríos en la cabeza, y también en el culo, por las dudas, porque últimamente los teclados parecen comandados directamente por esta última parte de nuestra anatomía.

Facebook no es una corte penal. Y el juicio de los medios no es un juicio sino una ordalía.

(http://socompa.info/reflexion/arsenico-y-escuela-antigua/)

En todos los tiempos personas y agrupaciones, sociedades o civilizaciones se han forjado “verdades” y “conocimientos” que mezclan deseos con hechos, rituales con explicaciones, acontecimientos imaginarios con acontecimientos reales y relatos que interpretan o dan sentido a las experiencias, los pensamientos de modo de justificar sus propias acciones o sus ideas o verdades.Una de las formas con las que confirman esas “verdades” es el hecho de que otros piensen del mismo modo o parecido. Acepten esos relatos como verdades.

Una mentira creída por muchos puede convertirse en realidad y producirla, al menos en tanto efecto. La misma cuestión puede suceder para confirmar efectivamente una verdad. Por si sola la cantidad de personas que repiten ese relato no es condición unica y excluyente de certeza, solo un elemento mas en el proceso de verificación. Hay otros igualmente importantes y valiosos. Hechos e interpretaciones no son la misma cosa. Los datos confirman los hechos y pueden distnguirse si despojamos del relato cualquier adjetivación o juicio emotivo, sensorial o subjetivo, o cualquier intento por “adivinar” intenciones mas allá del resultado tangible y comprobable de ese hecho o relato.

Son conocidos los estudios respecto a las falacias, paradojas y demas “vicios cognitivos” que resultan de cualquier investigación que intenta despojarse de cualquier impedimento para acceder al conocimiento menos contaminado posible respecto de algún aspecto de la realidad. En especial cuándo se trata de investigaciones en el ámbito científico, pero tambien cuándo se trata de defender la propia posición respecto de debates o conflictos en cualquier aspecto de que se trate.

El intento por buscar y administrar conocimientos dependerá principalmente de la voluntad y el deseo por no “contaminar” la verdad (El decir respecto de la realidad), lo que significa en primera y gran medida, no cerrarse a las ideas que van contra intereses y privilegios que disfrutamos y que no intentamos perder.


Daniel Roberto Távora Mac cormack


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