Lunes 17 de Agosto de 2020


ESCUCHANDO A LOS FABULOSOS CUATRO

No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta”.

Byung Chul Han


Byung Chul Han, Alexsandr Duguin, Slavoj Zizek y Giorgio Agamben, se encuentran entre los filósofos más respetados y difundidos de la actualidad.


Cada uno aportó su mirada sobre la pandemia,  permitiéndonos polemizar y ampliar sus contenidos. En este apartado le proponemos al lector una revisión concienzuda de sus dichos para contar con estas cuatro visiones y así poder intervenirlas e intersectarlas con los conceptos que desarrollamos hasta ahora.


HAN


Byung Chul Han definió nuestra época como “la sociedad del cansancio”, un período de la historia en el que los individuos se explotan a sí mismos, en su fuerza laboral, en sus posibilidades de éxito, en su búsqueda de prestigio.


La coerción que signó la primera etapa capitalista –horarios sin límite, desprotección laboral, explotación absoluta- es desplazada ahora por mecanismos que ofrecen al individuo una aparente permisividad, asegurándole de todos modos al capital, el rendimiento y la eficiencia laboral de acuerdo con las reglas descriptas al inicio.


En este contexto, la globalización expande fronteras; los que pueden, transitan libremente por el mundo y el aliento neoliberal empuja los negocios del capital financiero.


Han define este estado de cosas como de “positividad”, sin resistencia ni represión. En ese contexto, el individuo se debate por ser produciendo, exigiéndose a sí mismo, incorporada la noción de libertad como un acicate más que como un medio.


Ahora bien, en este escenario, aparece la pandemia, y eso no es otra cosa que la pura negatividad: la represión, el control, los límites, que se inician paradójicamente en las fronteras abiertas  por y para el globalismo.


Primera consecuencia que observa el surcoreano: la ausencia de enemigos en este régimen de “positividad” (desaparecidos desde la Guerra Fría y confirmada la decadencia del nuevo villano, el terrorismo islámico)  genera que la aparición de uno invisible, el virus, ponga en alerta todas las prevenciones y miedos.  En este sentido, considera que el terror al virus es exagerado, una escenificación de esa lucha contra aquel “miembro ausente”, el enemigo externo de la Guerra Fría.


Han no afirma, como lo hará Agamben, que el virus es un dispositivo de ingeniería social que viene a ocupar el lugar real del “cuco” que alguna vez fue la Unión Soviética, y, después del 2001, el terrorismo islámico, sino que deja entrever que  ese ente fantasmático vino a ocupar un lugar en el imaginario de confrontación de la política mundial. El virus no sería entonces una invención de poderes fácticos, como sí lo fueron Al Qaeda y el Estado Islámico, sino la continuidad de un hábito mental.


Veamos estos apuntes desde nuestra perspectiva nacional, donde ese rival de la Guerra Fría fue designado -en el discurso de la dictadura cívico militar-, como “el enemigo apátrida”, “la subversión internacional”, o siguiendo metáforas médicas, “un cáncer”, o “un virus”.( En la revista “Gente”, esos motes eran usuales. Cuando se interviene la universidad de Bahía Blanca, y se menciona un listado de los textos encontrados en su biblioteca, se habla de un “cáncer para nuestros hijos”.) ¿Se lo visualizaba “fuera”  de la sociedad argentina?  En tanto “guerrilla marxista”, sí, pero como se puede observar en el plano metafórico, se lo trataba como algo que corroía a la comunidad  “desde adentro”. ( Con el atentado que se cobra la vida del jefe de la Policía Federal, perpetrado por Ana María González, esta interpretación se vuelve ostensible. La misma revista “Gente” reúne varias personalidades en mesa redonda para analizar qué estaba pasando con los jóvenes, Alarmados, la interpretación recurrente aborda el tema desde su costado psiquiátrico. El episodio reafirma la noción de que el enemigo estaba adentro: en los vínculos más cercanos y familiares.)


Esa “guerra” a la que no por nada se la llamó “sucia” es un significante confuso; se nos escamoteó la muerte con las desapariciones, y al mismo tiempo, con el secuestro de compatriotas arrancados de sus casas, se la reafirmó obscenamente.


De manera que para los argentinos, esa muerte pública y masiva no es una guerra abierta, heroica o trágica, sino un signo difuso que hasta hoy opera como un dilema en la cultura política nacional.


Según la investigadora Susana Murillo, de esta manera, el genocidio ejerce una suerte de pedagogía del espanto en nuestra comunidad, que asocia lo político –su gestión, sus márgenes, sus rebeldías antisistema-, con la muerte. A partir de allí, un sesgo tanático coloniza toda posibilidad de cambio.


Tal vez sea lógico entonces que el gobierno de Alberto Fernández haya decidido “optar por la vida” en el combate contra la pandemia, oponiéndola así a la economía. La elección está grabada a fuego en el imaginario argentino, más allá de las estrategias políticas concientes  del Ejecutivo Nacional.


En este sentido, elegir “la vida” no necesariamente representa el eros opuesto al tanatos, sino la opción que, al menos nominalmente, traza un margen de distancia con la muerte.


A partir de esta noción, tal vez podamos entender el alcance esta estrategia, que el presidente contrapuso a la economía como una opción de hierro.


Creemos necesario rastrear algunas decisiones políticas en estas “capas geológicos” de nuestras desgracias, porque a menudo éstas responden a un entramado de experiencias traumáticas colectivas.


Al menos en esta ocasión, tal vez sea un camino de exploración posible, ya que el  enfoque por el que optó el gobierno ha sido cuanto menos paradójico: cuando los muertos por la enfermedad rozaban los quince diarios, un discurso de apego a la vida dejaba de lado la centralidad  económica; luego, cuando los muertos cada veinticuatro horas llegaron a la centena, la palabra oficial, e incluso la mediática más consecuente con ella, atenuó su tono alarmista y relajó los controles.


La pregunta, el dilema que la Esfinge argentina sigue planteándonos seguiría siendo: ¿cómo nos representamos a la muerte? Y con más precisión cómo procesamos ese significante desprendido del genocidio.(Los límites de este trabajo superan largamente estos interrogantes, que requieren respuestas específicas, y una exploración de las distintas experiencias traumáticas vinculadas a la muerte que padeció la sociedad argentina en los últimos sesenta años, muchas de las cuales tuvieron la característica común del ocultamiento: cuerpos que no se ven, cifras vidriosas. Desde el bombardeo del 16 de junio de 1955, silenciado durante décadas, a la voladura del edificio de la DAIA AMIA y la tragedia de Cromañón, parte del trauma parecería producirse por la ausencia de respuestas oficiales, a lo que se le suma  a veces la imposibilidad de comprobar esa muerte y proceder al necesario duelo. En este sentido, la Guerra de Malvinas resultó otro capítulo significativo: se trató de un combate que no se vio, al producirse fuera del continente argentino, y en el que los sobrevivientes fueron cuidadosamente escondidos por las propias Fuerzas Armadas.)


NUEVAS SOBERANÍAS

 


En el mundo de la liquidez posmoderna, la tradición de fronteras dispuestas con aduanas, barreras y guardias armados, parece deshilarse. Han advierte que con la digitalización, se abre paso una virtualidad que redefine identidades y espacios.


En Wuhan se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan posibles infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis de macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía”.


Esta frase de Byung Chul Han nos parece de lo más significativa en el marco del análisis que venimos realizando en otros apartados. La idea de una soberanía definida por la información digital que se tiene de cada individuo, nos confirma que las prevenciones esbozadas sobre el proyecto ID 2020, referido en páginas anteriores, no solo se justifican, sino que el interés del consorcio corporativo ubicó el concepto en los  mismos términos que el pensador coreano: arrancados de cada estado nacional los datos individuales de los ciudadanos, perforadas las fronteras por efecto de la globalización, la soberanía se define como el modo de someter al otro mediante la información que se posee de él.


Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía, nos dice Byung Chul Han, y de ese modo nos aclara por completo su descripción: la frontera trazada con regla y compás, la “real”, es la “vieja”, la de los estados nación fundados en el siglo XIX, con sus emblemas, banderas, lenguas y mercados internos dispuestos como trincheras de identidad.


Entendemos que en nuestro caso, con parte del territorio ocupado por la OTAN y el litoral atlántico sur enajenado por distintas potencias, la preocupación parecería un lujo o una distracción; sin embargo, la advertencia de Han y el proyecto del ID 2020, forman parte de la misma vulnerabilidad.


Proteger la soberanía territorial no debería hacernos perder de vista la configuración de una nueva ciudadanía “deslocalizada”, que signada por la digitalización, traza otro concepto de soberanía.


Han, enfocado en este nuevo sentido, advierte:  “los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada”.


Esa forma de estado nacida en Europa, parecería entonces encontrar su tumba con la pandemia. La conclusión nos parece atinada, pero nos presenta dos interrogantes: la forma “nueva” que podrían representar los estados orientales que privilegian la digitalización (China, Singapur, Corea, Taiwán, Japón) ¿configuraría una suerte de fatalidad histórica que el resto seguirá? Y por otra parte, ¿esta forma coexistirá o competirá con la gobernanza mundial que podemos presumir detrás de proyectos como el ID 2020?


De alguna manera, Byung Chul Han nos da su respuesta al respecto: “La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos”.


Es decir, los administradores de plataformas digitales y los estados del Lejano Oriente, han compuesto un entramado de vigilancia y disciplinamiento con el que las vidas de sus ciudadanos pueden controlarse a cada momento. Han, que observa que de todos modos esta estrategia es posible en comunidades donde el confucianismo tramó una matriz cultural asequible con lo colectivo (que relega la importancia del individuo), nos previene: “China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo”.


¿GLAN HELMANO?


¿Estamos frente a un paradigma inevitable? El desarrollo tecnológico y los proyectos de ingeniería social confirmados, parecen ir en ese sentido.


China ha superado hoy largamente la visión distópica de Orwell. Veamos sino esta descripción de Han: “Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.


Con cierta resignación, se acepta que el uso de plataformas digitales, predominantes en la emergencia de la pandemia, significa la entrega lisa y llana de nuestros datos personales a corporaciones y estados. A través de este acto, no solo se tiene una idea precisa de qué consumimos, dónde nos encontramos y quiénes somos, sino también de cuáles serán nuestras preferencias en el futuro, porque estos sistemas, con sus propios formatos (cómo comunicarse, en cuánto tiempo, bajo qué patrón estético) van modelando nuestro propio hacer.


Este proceso, que estaba en marcha previo a la pandemia, hoy se convirtió en un estilo de vida. Las nuevas generaciones, ¿querrán negociar esta intromisión a su privacidad para preservarla al menos en parte? ¿Son concientes de este estado de cosas o lo han naturalizado?


El asunto no se limita a la libertad individual. El disciplinamiento por la vía del consumo y el uso de datos involucra comunidades enteras, pasibles de ser manipuladas en sus preferencias. La intromisión en comicios de orden nacional, verificados en distintos estados, confirma que la amenaza no es una fantasía conspiranoica.


HAN VS. ZIZEK: PRIMER ROUND


Ya hemos transitado el interrogante acerca de si la excepcionalidad de la pandemia provocará cambios en el sistema político mundial y construirá una nueva subjetividad. Veamos ahora cómo Han y Zizek se plantan frente a este evento y sus posibles consecuencias. El surcoreano es taxativo en este aspecto: “El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa”.


El apunte confronta con el optimismo  de Zizek, que después de hurgar en ejemplos prestigiosos (Hegel, la propia Biblia)  encuentra ventajas incluso en el distanciamiento: ¿Qué significa el mandato “no me toques”? (se refiere a una cita bíblica) Las manos no pueden llegar a la otra persona; sólo desde el interior podemos acercarnos los unos a los otros, y la ventana hacia «dentro» son nuestros ojos. En estos días, cuando conoces a alguien cercano (o incluso un extraño) y mantienes una distancia adecuada, una mirada profunda a los ojos del otro puede revelar más que un íntimo roce. En uno de sus fragmentos de juventud, Hegel escribió:

El amado no se opone a nosotros, es uno con nuestro propio ser; sólo nos vemos en él, pero ya no es un nosotros, sino un enigma, un milagro [ein Wunder], uno que no podemos comprender”.

Es crucial no leer estas dos afirmaciones como opuestas, como si el amado fuera en parte un «nosotros», parte de mí mismo, y en parte un enigma. ¿No es el milagro del amor que tú seas parte de mi identidad precisamente en la medida en que sigues siendo un milagro que no puedo comprender, un enigma no sólo para mí sino también para ti mismo? (…)  Ningún coronavirus puede quitarnos esto. Así que hay una esperanza de que el distanciamiento corpóreo incluso fortalecerá la intensidad de nuestro vínculo con los demás. Es sólo ahora, cuando tengo que evitar a muchos de los que están cerca de mí, que yo experimentaré plenamente su presencia, su importancia para mí”.


Sobre el final de este trabajo, y desde nuestra perspectiva nacional, ofreceremos una respuesta a esta cuestión.


ZIZEK


El término “comunismo de desastre” le valió al filósofo muchas críticas y no pocas burlas. Provocador, este hombre que nació en Yugoslavia cuando era parte del mundo soviético, sostiene que bajo ese sistema se debería organizar el mundo de la post pandemia: una organización que soslaye el mercado en beneficio de un estado que asista en la emergencia, distribuya recursos e intervenga sin pudor, expropiando, tomando prestados espacios privados, resolviendo en definitiva la situación sin remilgos liberales.


Después de las befas, Zizek chicanea a sus críticos: les muestra a Trump amenazando con intervenir el sistema de salud y hasta el negocio farmacéutico en caso de fuerza mayor. De todos modos, él mismo menciona un viejo chiste: “en épocas de crisis, todos somos socialistas”, es decir, lo que Zizek postula ya es una realidad forzosa con la pandemia.  ¿Pero cómo se instrumentaría este “comunismo de desastre”? Zizek no lo menciona, y tampoco tiene obligación de hacerlo. Su ensayo es una especulación con tintes provocadores, donde nos ofrece líneas de pensamiento que aquí continuaremos.  La primera de ellas es señalar la contradicción que opera entre ese “comunismo”, y sus prevenciones sobre el sistema chino, al que imputa coartar la libertad de expresión, y de algún modo, ayudar a difundir del virus con su secretismo  (Zizek  trae como ejemplo, la muerte del médico Li Wenliang, al que considera un mártir, por ser quien advirtió antes que nadie sobre la letalidad de la enfermedad, y, silenciado por el régimen chino, falleció afectado por el virus).


Ahora bien, ese sistema comunista ha cumplido con lo que el mismo Zizek le pide a su versión “de desastre”: limitó la enfermedad a Wuhan, redujo a un número menor que el de nuestro país las víctimas fatales y realizó portentos como el de construir un hospital destinado especialmente al tratamiento del virus en unos diez días.


El régimen represivo que metió a la fuerza en sus casas a gran número de ciudadanos, los presuntos fusilamientos de disidentes, y el control digital y personalizado de la población parecen inseparables de los buenos resultados obtenidos, y por eso Han, como ya hemos visto, sostiene que este sistema policial podría exportarse.


Zizek advierte que la experiencia de censura china es lo que debería revisarse, soslayando que esa restricción corre paralela al control de datos y de la vida privada de cada ciudadano.


De esta manera, expone que la libertad de prensa y una circulación sana de la información, son herramientas estratégicas en emergencias como ésta; por esto, hace hincapié en el modo en que los estados deberían asimilar la verdad surgida de fuentes confiables y tolerarla aunque no sea de su completo agrado, porque eso redundaría en beneficio de un óptimo clima social y del bien común.


De todos modos, vuelve a caer en esa contradicción ya apuntada, como puede apreciarse en este fragmento: “se necesita un estado fuerte en tiempos de epidemias, ya que las medidas a gran escala deben realizarse con disciplina militar (como la cuarentena). China fue capaz de poner en cuarentena a decenas de millones, y deberíamos imaginarnos las mismas epidemias masivas en los EE.UU. – ¿podría el estado aplicar las mismas medidas? (…) Entonces, ¿habría sido posible prevenir el brote con más libertad de expresión, o China está ahora sacrificando a Hubei para salvar al mundo? En cierto sentido, ambas versiones son ciertas, y lo que empeora las cosas es que no hay una forma fácil de separar la “buena” libertad de expresión de los “malos” rumores. Cuando las voces críticas se quejan de que “la verdad siempre será tratada como un rumor” por las autoridades chinas”


ZIZEK VS. HAN: SEGUDO ROUND


La tesis acerca de la “sociedad del cansancio” también es revisada por Zizek. Lo hace distinguiendo clases sociales implicadas en el llamado “teletrabajo” y funciones laborales. Nos parece necesario adentrarnos en esta cuestión, cuando la post pandemia amenaza con definir muevas modalidades de trabajo y educación, que podrían manipularse a gusto por quienes disponen de capital y medios de producción.


Vayamos primero a Han, que describe así su “sociedad del cansancio”: “Cuando la producción es inmaterial, cada uno ya es dueño de los medios de producción., el sistema neoliberal ya no es un sistema de clases en el sentido estricto. No consiste en clases que muestran antagonismos mutuos. Esto es lo que explica la estabilidad del sistema (…) Hoy en día, todo el mundo es un trabajador auto-explotador en su propia empresa. La gente es ahora amo y esclavo en una solo. Incluso la lucha de clases se ha transformado en una lucha interna contra uno mismo».


Desde aquí, desde el Sur, podríamos ensayar una respuesta provisoria, que seguramente compartirán –y conocerán de antemano- la mayoría de los lectores: la lucha de clases, más allá del cambio de subjetividad que experimentan algunos individuos, sigue siendo el motor de la historia, la explotación campea rampante por el planeta, incluso en forma de brutales formas de esclavitud, y la puja salarial en nuestro país -vía organizaciones de larga experiencia de lucha como los sindicatos-, se sitúa por arriba de cualquier pensamiento novedoso y, por cierto, esclarecedor, enfocado en aspectos del nuevo orden mundial de las clases y el trabajo.


La respuesta de Zizek, esta vez, no está lejos de nuestra perspectiva: “la nueva forma de subjetividad descrita por Han está condicionada por la nueva fase del capitalismo global, que sigue siendo un sistema de clases con desigualdades crecientes. La lucha y los antagonismos no se reducen de ninguna manera a la “lucha contra uno mismo” intra-personal. Todavía hay millones de trabajadores manuales en los países del Tercer Mundo, al igual que hay grandes diferencias entre los distintos tipos de trabajadores inmateriales (basta con mencionar el creciente dominio de los «servicios humanos» como los cuidadores de ancianos). Una brecha separa al alto directivo que posee o dirige una empresa de un trabajador precario que pasa los días en casa solo con su PC: definitivamente no son a la vez el amo y el esclavo en el mismo sentido”.


Por supuesto que el aporte de Han es muy valioso cuando el teletrabajo se insinúa como una modalidad en ciernes, que se debate incluso en el ámbito parlamentario. Más allá de aspectos como la alienación que podría producir la indiferenciación del espacio laboral y familiar, las facilidades que tendría un empleador para suprimir de la masa salarial los traslados a una planta física y al mismo tiempo cargarle al trabajador el costo de su propia alimentación “fatta in casa”, la auto explotación, un sentido crasamente individualista y la supresión de todo contacto con esos otros que históricamente conformaron la antesala del reclamo grupal y la solidaridad, -a través de mutuales y sindicatos-, son cuestiones a tratar con urgencia, y que la pandemia puso en la agenda de manera central.


ZIZEK Y MARIO SÁNCHEZ


Allá por los setenta, el cómico Mario Sánchez componía un personaje que se volvió popular: tanto en la radio como en la tele, pregonaba optimismo y celebraba los “pajaritos” y la gente “amuchada”.


Por momentos, el esloveno, de común agrio, se vuelve “panglosiano”( Pangloss es un personaje de la novela “Cándido” de Voltaire, paradigma de un optimismo a ultranza.), cuando supone en el virus una escalada histórica que terminará con el régimen que rige el mundo en la actualidad. Lo leemos:


Tal vez otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extienda y nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación mundial. Hoy en día se suele especular con que el coronavirus puede conducir a la caída del régimen comunista en China, del mismo modo que (como admitió el propio Gorbachov) la catástrofe de Chernóbil fue el acontecimiento que desencadenó el fin del comunismo soviético”. 


Alternando con una visión más utilitarista (cita a Netanyahu y la ayuda ofrecida a los palestinos, simplemente porque un contagio masivo en los territorios ocupados por el sionismo desataría la pandemia en Israel) Zizek arriba a la conclusión bucólica que acabamos de leer. Aquí señalaremos otra contradicción: es cierto que deberemos replantearnos el concepto de estado nación (como hemos visto, en sus posibilidades de intervención, en su noción de soberanía) pero hasta qué punto esa nueva conformación estatal (que Duguin ensambla con la categoría de multipolaridad, sugiriendo la necesidad de una fuerte defensa de la identidad nacional de cada estado en particular) es compatible con una nueva globalización. Porque eso es lo que de algún modo propone Zizek cuando nos habla de una “coordinación global”, y entonces sí, con pajaritos y flores, anuncia: “El primer modelo incierto de tal coordinación global es la Organización Mundial de la Salud, de la que no recibimos la habitual algarabía burocrática sino advertencias precisas proclamadas sin pánico. A estas organizaciones se les debería dar más poder ejecutivo”.

 


Es la misma OMS que describimos en detalle en estas páginas (ver segunda parte), aquella que entre otras marchas y contramarchas desechó el uso de barbijos para luego recomendarlo, y que como ya sabemos, no es más que un mascarón de proa de los filibusteros de la industria farmacéutica.


AGAMBEN


La palabra de Agamben resuena en boca de ese manifestante anticuarentena que afirma que al virus “lo inventó Bill Gates”; y es que para el italiano la pandemia es efectivamente una “invención”  y como tal la define desde el título de uno de sus más encendidos artículos.


Sin embargo, su opinión no es la de un conspiranoico, sino la de un pensador de izquierda que advierte con alarma el uso del “estado de excepción” como “paradigma normal de gobierno”.


Para Agamben, no quedan dudas de que el virus es la creación de un enemigo que viene a reemplazar al último conocido, el terrorismo islámico, hoy debilitado luego de su retroceso en el conflicto sirio.


A este respecto, es explícito: “Podríamos decir que una vez agotado el terrorismo como justificación de medidas excepcionales, la invención de una epidemia podría ofrecer el pretexto ideal para ampliar dichas medidas más allá de cualquier limitación».


Según su perspectiva, existiría otro motivo por el que se ha recurrido a “inventar” una pandemia: la demanda de una población aterrorizada, que necesita que sus miedos se encarnen en una amenaza lo suficientemente poderosa como para seguir sosteniendo este status de tenor.


El razonamiento es paradójico y conforma un círculo vicioso: el pánico habría sido introducido por los estados como una forma de control social, y ahora, en una exigencia casi adictiva, los propios individuos piden que ese monstruo posea una carnadura real: «el estado de miedo, que en los últimos años se ha difundido en las conciencias individuales y que se traduce en una necesidad real de estados de pánico colectivo, para los cuales la epidemia ofrece una vez más el pretexto ideal». 


El pronóstico de Agamben es sombrío: no solo percibe un estado de alienación colectiva, sino que además, no vislumbra un sujeto que pueda superarla.


Por su parte, Zizek no ve más que una perspectiva ideologicista en esta lectura, que el italiano compartiría incluso con la llamada “alt-right”. Pero además, nos plantea un interrogante que nos parece central. Veamos: “Agamben describe un aspecto importante del funcionamiento del control estatal en las epidemias en curso. Pero hay preguntas que siguen abiertas: ¿por qué el poder estatal estaría interesado en promover tal pánico, que va acompañado de una desconfianza en el poder estatal  («están indefensos, no están haciendo lo suficiente…») y que perturba la buena reproducción del capital? ¿Realmente interesa al capital y al poder estatal provocar una crisis económica mundial para revitalizar su reinado? ¿Son los claros signos de que no sólo la gente común, sino también el propio poder estatal está en pánico, plenamente consciente de no ser capaz de controlar la situación – son realmente estos signos sólo una estratagema?”


A lo largo de estos meses, a menudo nos hicimos estas preguntas sin atinar una respuesta. Empecemos por la primera: “¿por qué el poder estatal estaría interesado en promover tal pánico, que va acompañado de una desconfianza en el poder estatal y que perturba la buena reproducción del capital?”


Con otro estilo, analistas de nuestro país partieron de la misma premisa que el esloveno, preguntándose: “¿cuál sería el interés del sistema capitalista en retener en sus casas a miles de millones de consumidores empobrecidos e imposibilitados de mover las ruedas del sistema? ( Marcelo Ramírez, de la productora ASIATV, y miembro del programa “Humo y espejos” fue particularmente insistente en este interrogante.)


DUGUIN


El filósofo ruso hizo una afirmación taxativa a fines de marzo: “Si la propagación del virus no se detiene dentro de un mes y medio o dos meses, el proceso se volverá irreversible y de la noche a la mañana todo el orden mundial colapsará”.


A la luz de los acontecimientos, cabría preguntarse qué entiende por colapso Alxesandr Duguin: ¿los sistemas de producción económicos con eje en las corporaciones globales? ¿El sistema unipolar del imperio yanqui? ¿Las propias estructuras –sociales, culturales, ideológicas- con las que conviven y por las que se rigen miles de millones de personas?


Duguin nos aclara, con más énfasis todavía, lo que estaría ocurriendo: “La globalización se derrumba de manera definitiva, rápida e irrevocable. Hace tiempo que muestra signos de crisis, pero la epidemia ha aniquilado todos sus principales axiomas: la apertura de las fronteras, la efectividad de las instituciones económicas existentes y la efectividad de las élites gobernantes. La globalización ha caído ideológicamente (liberalismo), económicamente (redes globales) y políticamente (liderazgo de las élites occidentales)”.


Como bien dice Byung Chul Han, es un hecho que las fronteras abiertas de la globalización (y su contracara, el intento desesperado de cerrarlas frente a la pandemia) señala una crisis severa, pero Duguin la visualiza también en las instituciones económicas y las élites gobernantes. No podemos saber a ciencia cierta, si el ruso está confirmando lo que anticipó en trabajos previos como “La cuarta teoría política” o se apresura en decretar la muerte de la globalización, precisamente porque confirma sus presunciones.


Lo cierto es que si identificamos el liberalismo y el liderazgo de las élites occidentales con Estados Unidos y Europa, al pensador moscovita no le falta razón. El caso es que en ningún momento atempera su pronóstico y nos arroja esta definición: “se creará un nuevo mundo post-globalista (postliberal) sobre los escombros del globalismo”.


Ese mundo se compondrá de potencias autárquicas, con un estado fuerte, vueltas sobre sí mismas y sus tradiciones, un modo de distinguirse de lo que ha sido la cultural global, en la que las características de cada nación se diluyen en un magma universal.


El desarrollo tenderá entonces a ser autónomo, asegurándose una soberanía alimentaria (Duguin menciona específicamente a la agricultura) científica, tecnológica y militar.


No imagina un mundo de todos contra todos, pero sí, en este ensimismamiento de cada potencia sobre su propia identidad, un estado de tensión y negociación para el que las relaciones exteriores serán una válvula de presión imprescindible.


Como vemos, lejos está Duguin de las preocupaciones sobre un presunto totalitarismo en ciernes tal como lo expresa Agamben, y coincide en parte con el diagnóstico de Zizek acerca de  una regulación estatal fuerte.


Reclama la ejecución de estas políticas a través de élites nuevas, aptas para comprender el cambio, privilegiando, por el sentido estratégico que tendrá éste, aquellas que tengan formación militar.


Como puede apreciarse, para Duguin, el virus ha sido la pieza de dominó que ha dado por tierra con ese armado de tres décadas conocido como globalización. Desde nuestra perspectiva nacional, cabe preguntarse con qué elementos contamos en esta emergencia y de qué manera podríamos encararla.

( http://laseñalmedios.com.ar/2020/08/14/pandemia-en-blanco-y-celeste-una-mirada-argentina-a-la-crisis-mundial/ )


Los otros debates …


La mediocridad meritocrática, la especulación política y económica y la falta de pensamiento social y solidario


Dos convocatorias diametralmente opuestas tendrán lugar este 17 de agosto, en un nuevo aniversario de la muerte del general San Martín. La más difundida por los grandes medios de comunicación es la movilización fogoneada por una parte de la oposición, que incita a romper el aislamiento obligatorio y movilizarse en contra de las medidas sanitarias con las que el Gobierno pretende evitar el aumento de contagios por coronavirus. La otra será virtual y surgió de forma espontánea en redes sociales, cuando miles de personas comenzaron a contar la historia de sus familiares, amigos y conocidos trabajadores de la salud que están sufriendo en la primera línea de combate contra el virus. Muchos de ellos incluso dejaron la vida atendiendo en los hospitales y clínicas de todo el país. Esta segunda convocatoria buscará retomar los aplausos y homenajes desde los balcones a las 21 que se realizaban al comienzo del aislamiento y que fueron abandonados.


Impulsada por dirigentes de Juntos por el Cambio, como la ex ministra de Seguridad, Patricia Bullrich --quien aseguró que asistirá a la marcha, pero no bajará de su auto-- , y militantes del macrismo, como el actor Luis Brandoni, la movilización anti cuarentena fue convocada en el Obelisco y se replicará en distintos puntos del país. La ex legisladora de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, también se sumó a las incitaciones a romper el aislamiento y definió la marcha del 17A como una "defensa de la Constitución".


"El 17 de agosto, que es el aniversario de la muerte de quien nos dio la libertad, debemos pensar en la defensa de la Constitución, la verdad, la justicia, que es lo único que nos puede asegurar convivir entre nosotros", argumentó. Por su parte, Brandoni expresó que él no es "responsable" de la convocatoria y que no tiene "miedo" de contraer Covid-19. "El miedo paraliza y lo perdí hace tiempo", indicó.


Algunos dirigentes de JxC, como el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, tomaron distancia de la convocatoria dado que incentiva la reunión masiva de personas en medio del pico de la pandemia. El ministro de Defensa, Agustín Rossi, también cuestionó la movilización y aseguró que "es un atentado contra la salud de los argentinos. Pueden decir lo que quieran y criticar, pero la movilización del 17A atenta contra los cuidados de todos ante la situación de pandemia que estamos viviendo".


En diálogo con PáginaI12, Gabriela Delelisi, una de las usuarias de Twitter que compartió la idea de volver a realizar el "aplausazo" en apoyo al personal de salud y que luego se hizo viral, aseguró que "la idea no fue hacer algo en paralelo a la otra marcha. Se dio así y partió de una idea muy propositiva, no en contra de nada". Con respecto al día elegido resaltó que "se vincula con que va a ser un día especial en el que se conmemora la muerte de San Martín. Todo el mundo habla del patriotismo, de los héroes de la patria y es un buen momento para pensar y apoyar al personal de salud que son nuestros héroes en este momento tan difícil".


La idea original del "aplausazo" fue de otra usuaria de Twitter que escribió: "el lunes feriado vamos a aplaudir al personal de la salud, y a cada uno que está dejando todo para salvar vidas. Por ellos nos tenemos que cuidar. Somos la mayoría silenciosa que aguanta y agradece". Lo sorprendente, contó Delelisi, fue que "debajo del tweet, se empezó a armar un hilo enorme en el que un montón de personas escribieron la historia de sus familiares enfermeros, médicos y residentes, que decían que estaban muy mal, desde angustiados y estresados hasta enfermos y algunos hasta muertos. Todos los relatos eran tremendos". Fue por eso  que otro usuario decidió pedirles que le envíen sus historias, fotos y videos y realizó

flyers que se comenzaron a difundir acompañados del hashtag#Aplauso17A .


"Los trabajadores de salud la están pasando muy mal y me parece que no estamos teniendo demasiada idea de lo que está sucediendo dentro de los hospitales", aseguró Delelisi. "Es un poco lo que dijo el gobernador Kicillof en la última conferencia de prensa en la que puso blanco sobre negro y contó lo que está pasando con todos los trabajadores de la salud", afirmó haciendo referencia a cuando el gobernador relató su visita la guardia del Hospital Rossi en La Plata. "Pasan cosas que yo no sabía, las vi porque hablé con los enfermeros y médicos de guardia", dijo Kicillof y contó que "cada vez que hay que hisopar a alguien hay que ponerse un equipamiento y sacárselo para atender al próximo paciente. Los médicos realizan 50 cambios de vestimenta. Empezás a transpirar y se te irritan los ojos solo por trabajar en esas condiciones", había descripto el gobernador. "Independientemente de que el personal de salud tiene que tener condiciones dignas, el objetivo del aplausazo es darles un cariño por todo lo que están haciendo y comprometernos a seguir cuidándonos para dejar de darles laburo", finalizó Delelisi.

( https://www.pagina12.com.ar/285539-la-marcha-anticuarentena-o-el-aplauso-a-los-heroes-de-la-sal )


Está claro, el mundo post-covid no volverá a ser el mismo, pero ¿cómo será? Algunes afirman que conviviremos con un mayor control social por parte de los Estados, o por parte de las compañías tecnológicas. Se ha dicho también que volverán los fascismos, o al contrario, que proliferarán los gobiernos progresistas. Que se profundizan políticas económicas restrictivas, cómo que también viviremos un resurgimiento del Keynesianismo. Muchas hipótesis difíciles de corroborar mientras transitamos el camino hacia la nueva normalidad.


Esta crisis llega en un momento de reestructuraciones a nivel mundial. En un mundo en que los movimientos políticos progresistas parecen retroceder, mientras que los fascismos y la ultraderecha se están revitalizando, gracias al impulso dado por Trump y Bolsonaro.


La pandemia visualiza, y hasta exacerba, de forma obscena las desigualdades socioeconómicas existentes. Frente a esta realidad, desde el campo popular se buscan alternativas como el impuesto a las grandes fortunas, el ingreso básico universal, el avance del feminismo en las políticas de gobierno, o en la lucha contra el cambio climático. Mientras que los sectores reaccionarios se manifiestan a diario en contra de las minorías, del estado regulador y de la justicia social.


Vemos, entonces, movimiento y contramovimiento. Allí donde hay un discurso feminista, existe un discurso anti derechos. Donde exista una marcha mundial contra el cambio climático, existirá un Trump rompiendo pactos de sustentabilidad ambiental. Allí donde haya una medida que busca redistribuir, hay un cacerolazo contra el gobierno.


Para Chantal Mouffe, nos encontramos en un momento populista, es decir que "la manera de hacer política consiste en establecer una frontera que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de ‘los de abajo’ frente a ‘los de arriba’. Los choques de intereses y las demandas sociales están expuestos como pocas veces, sólo hace falta articularlos y brindar capacidad de respuesta. Pero cuidado, porque esa respuesta hoy parece estar llegando primero por movimientos populistas de derecha, que han mostrado una gran capacidad de articulación internacional.


En Latinoamérica, el virus se ha instalado en las zonas más vulneradas: crisis económica, poderes concentrados, y les más humildes tremendamente golpeades hace años, tenemos un caldo de cultivo ideal para el avance de la peor derecha.


En este marco, en Argentina se lucha a diario para salir de grietas superfluas que contribuyen al peligroso germen de la antipolítica. Hoy, reivindicar el rol del estado presente que acompaña al sector privado, a las familias, a les trabajadores, es parte fundamental de la reconstrucción del significado de pueblo.


El gobierno asumió en diciembre de 2019. Desde entonces ha desplegado un arsenal de medidas para tranquilizar la economía. Se frenó el espiral inflacionario y se estableció políticas con fines redistributivos, tales cómo aumentos de sueldos, prohibición de despidos, moratorias fiscales y regulaciones en el sistema bancario.

La pandemia de covid-19 supuso un desafío aún mayor para un Estado cuyas capacidades habían sido disminuidas. Se adoptaron políticas aún más profundas, tales como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), el programa de asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) o el otorgamiento de créditos bancarios a tasas reales negativas, que implican una inversión de más del 3% del PBI. Además, se reforzó el sistema de salud. Como si todo esto fuera poco, en el medio ha reestructurado la deuda externa insostenible que había dejado el irresponsable gobierno anterior.

Frente a esto la oposición, al principio mostraba apoyo con las medidas de gobierno , luego comenzó a agrietarse.


Lamentablemente, no estamos librados de la ultraderecha latente que parece encontrar su lugar en sectores radicalizados representados por Mauricio Macri. Esa derecha que también busca la construcción de sus valores: una falsa meritocracia y un liberalismo elitista para que ganen los mismos de siempre.

Hoy podemos ver un gobierno que gestiona tensiones de clases con pragmatismo para disminuir crisis futuras, al mismo tiempo que reconstruye el valor otorgado al significante vacío pueblo. Esto es central para que el gobierno lleve adelante su programa social y económico, resignificando nuestra identidad para ganar certezas frente al mar de incertidumbres.


En defensa de ese pueblo integrado, Argentina se tiene que abrir lugar en el mundo para poder sostener esquemas heterodoxos de desarrollo económico. Una clave es la de construir alianzas internacionales que no sean una gesta épica, sino parte del sostenimiento del poder del gobierno.


El paso de la reestructuración de la deuda es clave, la alianza con México para el desarrollo de una vacuna contra el virus. Pero seamos conscientes que en un momento de vulnerabilidades socioeconómicas no alcanza con buenas políticas públicas, sino que también requiere reconstruir el relato y ganar el sentido común. Las mayorías deben sentirse sujetos activos del motor de transformaciones que es hoy el estado nacional.

( https://www.pagina12.com.ar/285485-la-pandemia-reabre-un-momento-populista-a-escala-global)


Ya no es ninguna novedad decir que el coronavirus transformó nuestras vidas. Desde que se inició la pandemia, se modificaron las formas de trabajar, de comunicarnos, de vincularnos. Cambiaron nuestros imaginarios y las maneras de pensar el mundo. 

Se han publicado centenares de análisis sobre la “nueva normalidad” en términos económicos, sociales y culturales. La filosofía, una vez más, vuelve a aparecer como la disciplina que nos abre preguntas ante un futuro incierto. Y la tecnología como el gran dispositivo con doble filo: ¿es el servicio esencial que garantizará el teletrabajo y la educación a distancia para todos y rastreará contactos con personas contagiadas para defendernos de otro virus? ¿O es el conglomerado de corporaciones globales solo interesadas en maximizar ganancias a costa de nuestros datos?

Markus Gabriel

 

Markus Gabriel es un filósofo y escritor alemán, director del Centro Internacional de Filosofía (IZPh) y uno de los representantes del Nuevo Realismo, una corriente filosófica que problematiza la metafísica. Sus publicaciones y entrevistas suelen ser de alto impacto. No tiene problemas en decir que la inteligencia artificial no existe, que Facebook es el nuevo Dios o que las redes sociales son grandes criminales. Crítico de las teorías tecnológicas nacidas en Silicon Valley, explica que la creencia de que nos encaminamos hacia un mundo automatizado, en el que máquinas inteligentes funcionarán de manera autónoma, es puro marketing californiano. 

 

Somos proletarios digitales: trabajamos gratis produciendo datos para las grandes compañías y nadie nos paga por eso”, me dijo el año pasado en Todo es Fake, el podcast sobre cultura digital que hago en Anfibia. Exige regulaciones más fuertes para las redes sociales y hasta plantea que las empresas tecnológicas -grandes ganadoras de la pandemia como Amazon, Microsoft o Facebook- son las que tienen que garantizar un ingreso universal. 

 

Markus plantea la falsa neutralidad de las tecnologías: los sistemas de inteligencia artificial están desarrollados por personas o corporaciones que tienen intereses, son programas codificados y pensados por humanos “para explotar a otros humanos”. El mito de que los sistemas de inteligencia artificial son un espejo nuestro no es más que una ideología al servicio de la explotación digital.

El coronavirus pone de manifiesto las debilidades sistémicas de la ideología dominante del siglo XXI. Una de ellas es la creencia errónea de que el progreso científico y tecnológico por sí solo puede impulsar el progreso humano y moral”, dijo en un texto a días de la declaración de la pandemia global. Y en otro más reciente: “Veo esta crisis como una preparación de la crisis ecológica. Esto no es nada comparado con la crisis ecológica, nada”. 

 

Yuk Hui

 

Yuk Hui nació en China, estudió ingeniería informática y filosofía en la Universidad de Hong Kong y en Goldsmiths College en Londres, con un enfoque desde la tecnología. 

 

Su trabajo de los últimos años es una crítica a lo que llama la “cultura monotecnológica”, que concibe a la tecnología como mera fuerza productiva y mecanismo capitalista para maximizar las ganancias. Dice que el modelo de producción global borra los aportes que podrían hacer las distintas culturas y hace que diferentes países desarrollen la misma tecnología con distinto branding.

 

Los problemas que acarrea esta cultura monotecnológica están llevando al agotamiento de los recursos naturales, la degradación de la vida sobre la Tierra y la destrucción del medioambiente… Si no cambiamos nuestras tecnologías y nuestras actitudes, sólo preservaremos la biodiversidad como un caso excepcional, pero no aseguraremos su sustentabilidad. El coronavirus no es la venganza de la naturaleza, sino el resultado de una cultura monotecnológica en la que la tecnología misma simultáneamente pierde sus cimientos y quiere convertirse en el cimiento de todo lo demás”,  dice en uno de sus ensayos recientes.

 

 

Hui propone la idea de ir hacia una tecnodiversidad, hacia una multiplicidad de cosmotécnicas que difieran entre sí en términos de valores, epistemologías y modos de existencia. ¿Se podría pensar en una tecnología latinoamericana, amazónica, incaica o maya? ¿Podría existir una alternativa tecnológica para la actual crisis global que no sea un retorno a la naturaleza primitiva? Son algunas de las preguntas que dispara este autor que será traducido por primera vez al español por la editorial Caja Negra en 2020 en un libro llamado Fragmentar el futuro.

( http://revistaanfibia.com/cronica/dilema-la-filosofia-tech-pensar-mundo-mejor-explotar-al-humano-nunca/ )


La nueva o vieja “normalidad” o determinar que cosas se modificarán o continuaran del mismo modo cuándo el efecto Covid19 amengüe o sea totalmente erradicado, dependerá en mucho de como pensemos la experiencia y seamos capaces de transformar a partir de ese pensamiento, costumbres, acciones y formas de constituir las relaciones que dibujar las diferentes realidades y las dimensiones de estas, ya en los territorios y las formas institucionales y de gobierno que nos damos, ya en las estructuras supraestatales y globales y las formas de concebir el mundo que habitamos … La filosofía hoy mas que en otros tiempos, resulta asunto de primordial importancia … en la medida que busque definiciones prácticas y “verdades” posibles de construir en las relaciones para transformar las existentes y hacer algo mejor del planeta y de nuestras propias vidas en él.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack

 

Imágenes: David Alfaro Siqueiros 



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