Sábado 29 de agosto de 2020

I

Ombliguismo

 

Muchos Argentinos compartimos una característica marcadamente narcisista que nos hace creer que ciertos acontecimientos o conductas sociales son vicios propios de “nuestra idiosincrasia” o “ser popular”. Imágenes negativas generalmente fomentadas desde las clases medias acomodadas y desde las elites de mayores privilegios, que pueblan nuestro territorio e imponen esos “complejos autoreferenciales” con los que solemos creernos alternativamente, los mejores del mundo en cosas superfluas y relativamente sin importancia y los peores en las cuestiones que definen políticas o ideas sociales y comunitarias, que definen la identidad nacional.


En estos tiempos de la peste, y a la luz de un flagelo que afecta la globalización en general, sin embargo, nos cuesta despojarnos de ese “ombliguismo” enfermizo.


Nesrine Malik nacida en Sudán y residente en Londres, es una prestigiosa columnista del diario británico The Guardian, colaboradora de la BBC y autora del libro “We Need New Stories”, nos ayuda, en este artículo, a reconocernos en ciertos rasgos universales, producto del neoliberalismo que impera en el planeta y no en nuestras identidades argentas (Salvo porque el poder logró imponer en estas tierras ese neoliberalismo como “normalidad”)


Se favorece el conflicto por encima de la conversación, la animosidad por encima de la indagación.”


Cuando tenía unos diez años de edad, los chicos de mi clase decidieron intentar en masa que las chicas les dieran un puñetazo en el estómago para probar que podían resistirlo. Para aquella a quien le proponían dar el puñetazo no había forma de ganar: si entrabas en el juego y no conseguías doblarles eras una blanda; si te negabas, eras una fracasada.


Al final la situación se fue tan de las manos que se produjeron peleas de verdad, hasta que el arbitrario fenómeno acabó substituido por otra novedad en el patio del recreo.


En tanto que adultos, en lugar del “¡Pégame!” nos encontramos hoy seguidos por gente que dice: “¡Debate conmigo!”

Lo que pasa a continuación sigue la misma lógica del juego infantil: o entras en ello y acabas en un altercado sin sentido que degenera en encono, o bien, te niegas y te acusan de ser frágil.


Diseños estructurados


Los foros en los que nos encontramos para debatir cuestiones – el Brexit, la inmigración o las “políticas de identidad” – están estructuralmente diseñados para exacerbar, más que para explorar o resolver, las diferencias. Se favorece el conflicto por encima de la conversación, la animosidad por encima de la indagación.


Usualmente, las discrepancias que se registran en las redes sociales las seleccionan y reinventan los medios de comunicación tradicionales.

Lo estamos viendo todo el tiempo: una figura pública tuitea una declaración controvertida, los usuarios de las redes sociales se pronuncian a favor o en contra, los medios impresos y digitales amalgaman el contenido en 600 palabras y, si acaso, “el debate” llega a las noticias de la noche.


Puede que haya un número relativamente pequeño de gente que está de veras en la Red, y una cifra incluso más reducida que discute de modo activo, pero su actividad se magnifica, se consume y, en última instancia, se rentabiliza y se comprime al servicio de agendas políticas.

Hasta el lenguaje que utilizamos para describir a los interlocutores demuestra de qué modo se fabrica el conflicto. Tenemos “provocadores” y “controvertidos” que exigen que se les oiga. A personajes tales como Katie Hopkins [estridente comentarista xenófoba británica] y Nigel Farage [lider del UKIP] se les concede tribuna y cobertura en nuestros “medios educados”, que difunden falsas informaciones sobre inmigración y razas, lo cual contribuye al racismo y la xenofobia. En estas condiciones, implicarse en un tira y afloja con alguien que mantiene una opinión encontrada no constituye un acto constructivo con el ánimo de llegar a un terreno común, o como mínimo a una comprensión del otro: consiste en alimentar un insaciable apetito de espectáculo público.

Llevamos ya mucho tiempo siguiendo el rumbo de este callejón discursivo sin salida. Un ejemplar de The Spectator [veterano semanario conservador] de hace quince años, dedicado a la raza y editado por Boris Johnson, presentaba una mayoría de escritores y periodistas blancos y varones que podían haber adornado hoy mismo la portada de la revista.


Este pequeño grupo de gente pedalea dentro y fuera del periodismo, la política y las relaciones públicas, con poco que fomentar salvo sus ambiciones personales. La provocación se ha convertido en una habilidad necesaria para desarrollar una carrera en los medios, más que la capacidad de implicarse en un debate saludable como medio para promover la causa del acuerdo político y la cohesión social.

Los que le sacan rendimiento siguen repitiendo las palabras “debate”, “diversidad” y “libertad de palabra” como un mantra para mantener a raya las críticas, y mediante acusaciones de intolerancia intelectual intentan desplazar la culpa a quienes no consentirán la intolerancia de la vida real. Retirarse del debate significa verse acusado de “vivir en una burbuja” o en una “cámara de eco”, en lugar de querer seguir con nuestra vida cotidiana con la menor irritación innecesaria posible.

Pánico Moral


Buena parte de este pánico moral está ligado a una crisis de confianza liberal que se produjo después de 2016.

En estado de choque tras la elección de Donald Trump y el resultado favorable al Brexit, los liberales decidieron que la razón por la que no habían sabido anticipar estos sucesos sísmicos se debía a que estaban desconectados, amurallados en sus torres de marfil.



Para llegar a tener la impresión de entender el mundo y volver a encontrar el camino del poder, les hacía falta implicarse en un campo más amplio de opiniones. Una dosis mayor de liberalismo, en forma de mercado de ideas ampliado, iba a ser su salvación. Que vengan los racistas y los xenófobos y los negacionistas del clima; simplemente no les llamemos así. Péganos en el estómago, que podemos resistirlo.

Entre los liberales culpables, un gobierno derechista encantado de substituir medidas políticas con postureo de machitos y el bucle de retroalimentación tóxico entre medios sociales y tradicionales, el concepto de abierta discrepancia ha quedado divorciado de su utilidad y su virtud.

El resultado es una sociedad y un discurso público del conflicto por el conflicto. Estamos cayendo en la trampa de fabricar disentimiento con la impresión de de que se trata de una noble iniciativa que nos hará más fuertes. Pero somos más débiles, estamos más agotados y más divididos que nunca.

Al valorar solamente cómo argumentar, estamos olvidando cómo, o incluso por qué, deberíamos hablar. Si el propósito último de debate consiste en alentar el pluralismo y la tolerancia, tenemos que darnos cuenta de que estos fines no pueden lograrse cuando los medios se ven contagiados de la mala fe.

El debate, la diversidad de pensamiento y la libertad de palabra sólo pueden fomentar el pluralismo cuando suceden de modo espontáneo y no están manipulados para promover una visión poco halagüeña de los participantes de su política, que usan luego los medios tradicionales para sus clics, ventas impresas y cifras de visitas.

Un paso que puede adoptarse de inmediato consiste en reconocer lo que está detrás de esta fetichización de la cultura de la discrepancia y reivindicar para empezar aquello para lo que está el debate.

Nadie tiene ninguna obligación de someterse a la discusión sencillamente porque sí. Ya se trate de debates estudiantiles en campus universitarios, de intercambios dialécticos en la sede de la Cámara de los Comunes, o en los rifirrafes que nos llegan retransmitidos a casa todos los días, no hay ninguna virtud moral en buscar fricciones por mor del espectáculo.

La manera de fomentar la cohesión social consiste en realidad en “debatir” menos, en salirnos nosotros mismos de la cultura del conflicto y tratar de encontrar formas de discrepar, sin mediación de otros, en nuestros propios términos. (PE/Gracus)

( https://ecupres.com/2020/08/28/al-valorar-como-discutir-nos-hemos-olvidado-de-como-hablar/)

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II

Presente continuo

Juan Carlos Volnovich nos advierte acerca de los cambios de percepción del tiempo y los espacios que resultan como efectos de las respuestas a estos tiempos de la peste.

 

Sin memoria y sin esperanza
vivían instalados en el presente.
A decir verdad todo se volvía presente.
Albert Camus


Comenzaré afirmando, sin hesitar, que la Pandemia y el aislamiento han tenido dos consecuencias inmediatas y definitivas: al tiempo que se han encargado de desnudar el amplio grado de indefensión y vulnerabilidad de nuestra existencia, denuncian y descubren las características de un Sistema que, en nombre de maximizar el capital, ha ido destruyendo la naturaleza y ha precarizado hasta el límite las condiciones de vida y muerte de la humanidad.

Esta Pandemia.

A veces tengo la impresión de haberme dormido en un mundo y haberme despertado en otro y desde éste, se me hace difícil recrear cómo era ese otro mundo en el que me sentía inmune y poderoso. Cómo era ese mundo en el que los cuerpos circulaban por lugares, por espacios desplegados en un tiempo cronológico. Cómo funcionaban el espacio y el tiempo en esa era pasada, tan próxima y, aún así, tan lejana.


Sin lugar a dudas que el espacio conservaba su lugar de privilegio en nuestra vida anterior. Éramos dueños -nos sentíamos dueños- de la calle, del espacio exterior. Los varones, tradicionalmente propietarios de la esfera pública empezábamos a reconocer -no sin cierta perplejidad- que las mujeres -tradicionalmente confinadas a la esfera doméstica- se apropiaban de la Plaza confirmando que ese era un espacio significativo y que en la conquista de esos espacios públicos se dirimía la cuestión (pero a eso me referiré, después).

Ahora quiero detenerme en las relaciones del espacio y del tiempo con el poder en ese mundo anterior.

En ese mundo pasado el poder se jugaba en el dominio del espacio. No obstante, ya habíamos comenzado a mudarnos del espacio, al tiempo. Dominaba quién tenía el dominio del tiempo, no solo del espacio. Medios de transporte, velocidad de los medios de transporte; comunicaciones, la agilidad en las comunicaciones, habían sellado un pacto, una alianza estratégica para obtener la carta de triunfo. Aun sin saberlo estábamos transitando por un tiempo en el que la aceleración y la velocidad se habían disparado.

Vivíamos en un mundo donde ya no se trataba de producir a toda velocidad, ya no se trataba de vivir a toda prisa, sino de destruir deprisa. Nuestra producción ya no se definía por la rápida instalación de mercancías en el mercado, sino por el consumo y la velocidad para destruir y descartar productos. También, productos teóricos. Las teorías se renovaban constantemente y eran deglutidas y evacuadas a la velocidad del rayo. Si hay un rasgo que nos definía en esa época de reconversión neoliberal de la economía global, que aún no ha terminado, era el consumo y la celeridad de consumo, desde que los patrones de dilapidación y derroche medían nada más ni nada menos que el nivel de inserción social. Eso quería decir que la exclusión social iba pareja a la exclusión del consumo.

Casi sin darnos cuenta habíamos dejado de habitar el espacio; habíamos dejado de estacionarnos en territorios y lugares; éramos, ya, ciudadanos del tiempo: de un tiempo peligrosamente amenazado por la velocidad y la aceleración que acortaba las distancias. Insensiblemente, las distancias-tiempo habían reemplazado a las distancias-espacio. Lo que quiere decir que la geografía estaba a punto de ser sustituida por la cronometría. Cuando preguntaba a qué distancia estaba del centro de la ciudad, la respuesta que recibía era “a 20 minutos”. Y la carrera espacial, la conquista del espacio, había devenido en el eufemismo con el que se aludía a la conquista del tiempo.

La velocidad de las comunicaciones.

Tengo muy presente una cita en la que hace muchos años ya Virilio nos alertaba: “La hipercomunicabilidad de los medios masivos es también, además de la inmediatez del poder de la información, la instantaneidad de la información del poder. La superconductibilidad de los diferentes medios, es también, además del poder de concentración, la concentración del poder.” ( Virilio, Paul, La inseguridad del territorio, Asunto Impreso, Buenos Aires , 2000.)

Es cierto que en ese mundo pasado el progreso, el desarrollo de la ciencia y de la técnica, habían logrado liberarnos de las restricciones que la naturaleza nos imponía, pero ese logro se había dado a costa del arrasamiento de la naturaleza (como si esa naturaleza nos fuera ajena), además de haber reducido nuestra expansión a la nada. Habíamos consumado, casi, la reducción de las distancias. Con un click en nuestra computadora, entrábamos al Louvre. La ciencia y la técnica funcionaron, así, como una verdadera fábrica de contracción de espacios. Como esas máquinas que comprimen autos viejos y los reducen a cuadraditos descartables.

La ciudad, en definitiva, esa ciudad abierta del mundo pasado que desde el aislamiento actual tanto extrañamos, esa ciudad que añoramos, estaba al servicio de la represión de los cuerpos. Contrariamente a lo que sostiene el sentido común, el espacio urbano no era el lugar de actividades físicas desbordantes, sino el lugar de actividades agitadas, tensas y crispadas. La actividad del cuerpo quedaba sustituida por las prótesis técnicas: ascensores, escaleras mecánicas, automóviles, transportes subterráneos, colectivos.

La humanidad urbanizada del mundo que perdimos había adquirido el carácter de una humanidad sedentaria dejando el éxodo para los migrantes, refugiados que amenazados por el hambre y la muerte atravesaban continentes.

Y nuestros cuerpos, nuestros movimientos, ávidos de un espacio para desplazarse, quedaron casi anulados. En el final, el vértigo supuso el exterminio del espacio y para nosotros todo quedó reducido a conservar el equilibrio: a mantenernos a flote como esos esquiadores en el agua que se deslizan a toda velocidad rozando la superficie sin dejar marcas. Si nos deteníamos… nos hundíamos.

De modo tal que la insatisfacción por el espacio reducido a pura velocidad, la frustración por el movimiento condenado a la pura aceleración, estaba en la base de la intimidad evaporada. De ahí que el aumento de la agresividad se convirtiera en una constante, ya que existe un lazo de causalidad indisoluble entre la hipervelocidad y la hiperviolencia.

Pues bien: ese mundo anterior se vio interrumpido cuando irrumpió la Pandemia. Fue una interrupción brusca y sorpresiva. Veníamos a toda velocidad, a la máxima velocidad prevista por los imperativos neoliberales y… chocamos. El neoliberalismo en su punto de máxima aceleración y… nos estrellamos.

No se trata de reconocer que la economía se detuvo, ni siquiera que nos ralentizamos. No es cuestión de aceptar que nos vimos obligados a frenar de golpe. Lo que sucedió es que el tiempo se dislocó y nos descolocó. Tiempo y espacio quedaron fuera de la lógica convencional y perdieron sus coordenadas.

Podrá decirse que fue una Pandemia anunciada pero, aun así, tuvo el efecto de un baldazo de agua fría, de lo inesperado y sorpresivo.

Un accidente.

Lo que se entiende por accidente en su acepción topológica: alteración de la uniformidad. Eso a lo que Derrida alude como “contratiempo organizador”( Derrida, J.; Dufourmantelle, A., La hospitalidad, De la flor, Buenos Aires, 2000, p.61.) en la medida que se opone a la banalidad del sin sentido. Eso a lo que Deleuze alude cuando afirma que un estado vivido expresa el flujo de intensidades bajo los códigos, pero expresa al mismo tiempo, la interrupción del flujo.



Y de eso se trata: de la interrupción que hace añicos al tiempo y espacio conocidos; que trastoca los puntos de referencia que nos permitían orientarnos.

El concepto de interrupción no se reduce al tiempo y al espacio; incluye la alteración de los códigos y supone una tarea adicional: nos obliga a la reestructuración de los distintos elementos simbólicos.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

Me dormí en un mundo y me desperté en un presente continuo; un presente perpetuo…

La diacronía expuesta a las continuas variaciones de lo mismo se ha transformado en la sincronía de lo sucesivo. La reiteración de la estructura cíclica parecería haber perdido su capacidad de desajustarse en aras de glorificar la renovación de lo efímero. En última instancia: dilatación del presente a costa de la contracción del futuro y abolición del pasado.

Nos dormimos en un mundo y nos despertamos en otro. Nos despertamos y transitamos una vigilia cuyo argumento es la inermidad y el desamparo en estado puro solo atenuado, si acaso, por el respeto al aislamiento.

El cuerpo del otro, ese espesor corporal sede de una dramática subjetiva e intersubjetiva, social y política se ha convertido en amenaza, en peligro mortal.

La distancia entre los cuerpos se ha impuesto como un acto de amor.

La proximidad, el encuentro de los cuerpos, en riesgo letal.

Prohibido tocarse; prohibido acercarse. El contacto piel a piel, el olfato y el tacto, dos de nuestros cinco sentidos, quedaron postergados. Menos de dos metros de proximidad y recibo una puñalada. Un abrazo equivale a un garrotazo. Un beso: a un exocet.

Rita Segato sostiene que el aislamiento personal, la distancia física es también una distancia social. Y claro está que la separación de los cuerpos no es inocente en sus efectos sobre la subjetividad y la construcción de lazos, pero aun así hubiera sido imposible mantener el confinamiento de la población mundial si la amenaza de la muerte y las medidas de cuidado no hubieran funcionado como aglutinador de humanidad.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

Renunciar a reunirme con amigos se ha vuelto un gesto cariñoso. Por amor, ni mis hijos, ni mis nietos me visitan.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

De repente, un bombardeo indetenible de información me llega por la tele al abrir el primer ojo de la mañana. No dejan de insistir en la preferencia del virus por los mayores de 70 años que tienen enfermedades previas (¿quién es el mayor de 70 años que no ha tenido una enfermedad previa?). No paran de recordarme que soy de los primeros en las listas de la muerte. “Población de riesgo” se me hace un eufemismo para disimular la evidencia de que es conmigo la cosa. En ayunas, nomás, las noticias me sopapean con el augurio de la enfermedad y la muerte por asfixia en soledad, y las cifras de fallecidos, contagiados y recuperados a lo largo del mundo, se convierten en números que vuelan, adquieren formas fantasmales, terroríficas y se disuelven para dejarle el lugar al tsunami de cifras que se renuevan incansablemente. Confinado con los datos de finados que no cesan de abrumarme, no llego ni al café de la mañana, cuando me arrastro al balcón para obtener vez en cuando por una imagen pura de la desolación urbana, solo atravesada de por algún enmascarado.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

Ahora resulta que la Muralla China dejó de ser el emblema de una fortaleza protectora; que París, la “ciudad luz”, se convirtió en destino oscuro y mortífero; que en Londres no resisten, ni los príncipes, ni el Primer Ministro y New York, aquella que le hizo cantar a Frank Sinatra I wanna to wake up in a city that doesn´t sleep… New York, “la ciudad que nunca duerme”, solo despierta para cavar fosas comunes que tanto me hacen recordar a aquellas otras de los campos. Como en esa instalación profética de León Ferrari, la Casa Blanca desborda en contagiados por el virus.

Mientras, el Papa no renuncia a un vano ritual en una Plaza de San Pedro tan vacía como vacía está la Meca, e Italia, el glorioso norte de Italia, se ha convertido en una fábrica de cadáveres que funcionan como mercancías para las que no han sido previstas siquiera los sistemas de acopio y embalaje.

Y Guayaquil, emblema del otro mundo, el de los humillados y vilipendiados de la tierra, se puebla de cadáveres callejeros -puñetazo en plena cara- que condensan el espanto en estado puro. El grito de “I can’t breathe” (no puedo respirar), se ha convertido en himno de protesta del movimiento Black Lives Matter, que denuncia un racismo institucional en los Estados Unidos, pero al mismo tiempo pone en palabras el fantasma del contagio del COVID 19 y sus consecuencias.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.



El fantasma que nos sobrevuela en su versión más cruel -la muerte en solitario por asfixia- nos sumerge en el desaliento (nunca mejor usado el término)… desaliento que va inflando el presente al punto tal que amenaza deglutirse hasta el más próximo pasado y terminar bloqueando la posibilidad de avizorar el futuro.

No es la primera vez que se revela la relatividad del tiempo. Ya Einstein nos había advertido que esa uniformidad tenía sus desviaciones pero esto… esto es otra cosa: ahora esta imprecisión se agrava al punto tal que hasta los relojes y los calendarios se nos hacen arbitrarios y hasta descartables.

Tal parecería que el tiempo impersonal y único como base para la relación entre duraciones que propusiera Bergson, ya no avanza en forma constante, ahora se mueve como remolinos, un loop de tiempos interrumpidos que han perdido su dirección. Un presente que se enrolla en sí mismo y no cesa de detenerse. Un presente estancado que se resiste a ser historia.

Tengo muy claro el recuerdo de ese accidente: venía por la autopista con el coche a toda velocidad y de repente, el choque, las reiteradas vueltas en el aire en un tiempo interminable, un tiempo que se estiraba y se hacía infinito mientras volaba en un espacio sin gravitación, de modo tal que el estampido final al estrellarme en el pavimento, nunca llegaba.

Ese instante eterno que no pasa es, tal vez, el paradigma de la situación traumática. Si hasta ahora concebíamos las experiencias traumáticas como ubicadas en el pasado, este potencial trauma colectivo se instala en un presente detenido. Inmersos como estamos en este posible trauma colectivo no es tan difícil aceptar el colapso de cierto orden temporal.

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

En ese pasado próximo, en esos días inocentes en los que salíamos a la calle, paseábamos por la plaza, nos abrazábamos con amigos, jugaba con mis nietos, no podíamos imaginar el rumbo que tomaría nuestra vida. Y, ahora, instalado en este presente perpetuo, ese pasado se me hace tan lejano que a menudo siento que ya no me pertenece. Ese pasado que a veces contemplaba con nostalgia se ha ido reduciendo, se ha ido esfumando a costa de este presente hipertrofiado: pasado difuminado que ha quedado vaciado de sentido.

Y el futuro, esa ausencia de horizonte, no solo le quita el sentido a los proyectos truncos y a las iniciativas interrumpidas, sino que caducó como experiencia en la medida que se ha desdibujado como porvenir.

De modo tal que no se trata de elaborar el duelo por el pasado o por los proyectos futuros que se evanecieron en el aire que -a Dios gracias- aún respiramos. Ese duelo supondría una temporalidad conservada, y la nuestra es una temporalidad desquiciada.

“Tengo todo el tiempo disponible para escribir mi tesis (me dice mi paciente) y, sin embargo, no avanzo nada. Me pregunto qué sentido tiene…”

La pregunta acerca del sentido se ha vuelto un interrogante crucial: “¿Qué sentido tiene?”

Me dormí en un mundo y me desperté en otro.

La tradicional bipartición espacial que asignaba la esfera doméstica a las mujeres y el espacio público a los varones ha cedido frente al protagonismo que ha adquirido la distancia entre nosotros y la pantalla. Ese nuevo espacio, esa diminuta distancia no es nueva, pero nunca como en estos días ha sido más transitada y más concurrida.

El pasado se ha esfumado pero la recuperación del pasado nada tiene que ver con el afán de volver a una normalidad enferma de neoliberalismo despótico. Más bien, la apelación al pasado es un intento de posicionarnos en un presente con un pensamiento crítico capaz de hacerle frente al arrasamiento subjetivo producto de un espacio y un tiempo desquiciados.

Antes que añorar la vuelta a la “normalidad”, aun antes de apelar al “ir acostumbrándonos” al aislamiento actual como signo de salud mental, se trata de inspirarnos (nunca mejor usado el término) para que el deseo colectivo vaya creando lo nuevo, lo insospechado; se trata de aspirar (nunca mejor usado el término) a que el poder transformador de las masas le otorgue a la existencia el sentido vaciado no solo por la Pandemia sino por un Sistema injusto y desigual.

Esas ansias de dormirme en este mundo y despertar en otro -en un mundo donde este presente pueda inscribirse en la historia como el fin de una era de agravios y de oprobio-, se apoya en la confianza de que un futuro mejor -que es posible- nos esté esperando.

( https://www.topia.com.ar/articulos/presente-continuo?utm_source=Bolet%C3%ADn+Top%C3%ADa&utm_campaign=455af8ca59-REVISTA_89_SUSCRIPTORES_DIGITALES_COPY_01&utm_medium=email&utm_term=0_bf055be65c-455af8ca59-36216917&mc_cid=455af8ca59&mc_eid=43c419e2e7)

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III

Del Periodismo y los modelos de Prensa


El periodismo sigue siendo agente del poder de los sistemas políticos, aunque no tenga una única forma de expresarse, sino con una diversidad compleja.

 


El origen de la información y de los periodistas, podría sorprender y hasta no gustar: la información surgió en el imperio romano y los primeros periodistas fueron esclavos. Esto lo afirma el investigador estadounidense J. Herber Altschull, en su libro Agentes del Poder.

Como se ha dicho a menudo —escribe Altschull—, la información es poder; o mejor, es preciso el control sobre la información para la adquisición y la conservación del poder”.

Por ello, los comerciantes provincianos: “…necesitaban información para llevar a cabo sus transacciones económicas y políticas. Los periodistas que les brindaban esa información, a menudo entresacándolas de las diurnas —u hojas de información— pegadas en las paredes del foro (romano), eran esclavos personales”.

“…no debe suponerse –sigue Altschull— que durante los quince siglos transcurridos entre la caída de Julio César en Roma y el triunfo de Gutenberg en Mainz, la información no estuvo fluyendo hacia círculos limitados”.

Esa información era monopolio de la Iglesia, igual que la educación. En los siglos XVII y XVIII, surgió la primera prensa impresa en Europa y en las colonias americanas para la información de:

(1) doctrina religiosa, (2) asuntos comerciales, (3) persuasión política y (4) educación Popular…” (Agentes del Poder, páginas 5-6).

Según historiadores, el primer periódico apareció en Amberes, Bélgica, en 1605. Y el primero con el nombre de “noticias” en Inglaterra, en 1622: The Weekly News. Las “noticias” se relacionan con algo nuevo, igual que la palabra nouvelles francesa y la alemana das Neue. Altschull dice que una de las primeras interpretaciones que ha permanecido de News se derivan de los cuatro puntos cardinales: north, east, west y south, aunque él lo considera espurio (Página 10).

En su libro Altschulll cita a Vladimir Hudec, decano de periodismo de la Universidad de Praga y miembro de la Organización Internacional de Periodismo (OIP) sobre el origen de la prensa socialista:

Durante la revolución democrático burguesa en Alemania, de 1848-1849, Carlos Marx y Federico Engels fundaron y editaron en Colonia el Neue Rheinische Zeintum (…) Ese diario era una tribuna para la política democrática (…) promoviendo dicha política con el espíritu del famoso Manifiesto del Partido Comunista. (…) Fue la primera vez que el movimiento proletario, que se había desarrollado en forma espontánea, cambió gradualmente de ´la utopía a la ciencia´, y eso se reflejó también en el periodismo”.

Luego, Vladimir Ilich Lenin, desde antes de la revolución soviética, atribuyó tres funciones a ese periodismo: propagandista colectivo, agitador colectivo y organizador colectivo.

Altschull considera que:

Desde la aparición de la prensa de un centavo en 1833, hasta la revolución bolchevique de 1917, la prensa de todas las sociedades industrializadas desarrolló un patrón similar: cualquiera que fuese su papel como una fuerza política, o como un instrumento para la educación política, se esperaba que sirviera por encima de todo un agente para el suministro de información de productos disponibles para ser adquiridos por los lectores…” (Páginas 59-60).

Un centavo era el precio del periódico para las masas, y la información solo dejó ser para las clases altas. Es decir, la prensa “de un centavo” sirve como agente comercial para el consumo de productos, y la prensa socialista sirve como agente para el consumo de productos ideológicos. Por deducción lógica, “la prensa de un centavo” es también agente del poder ideológico capitalista.

Pasaron años de cambios políticos, desarrollo económico, técnicos-científicos, culturales y sociales para que apareciera el periodismo actual, del que el profesor Altschull tiene referencias hasta los años ochenta del siglo XX.

En lo esencial, el periodismo sigue siendo agente del poder de los sistemas políticos, aunque no tenga una única forma de expresarse, sino con una diversidad muy compleja. Pero por la intolerancia:

Las cuerdas más agitadas de las melodías de la prensa de ambos lados se han dedicado a presentar los aspectos más perversos del otro bando” (página 98).

La más influyente prensa capitalista radica en los Estados Unidos, cuya centralidad informativa y de opinión la constituye el enfoque de lo negativo de los países adversarios, y no todos socialistas. La prensa participa en sus guerras comerciales y políticas.

En nuestro continente el caso de Cuba, es clásico: además del apoyo al bloqueo estadounidense, la prensa le acompaña con el bloqueo informativo y una sañosa campaña difamatoria. Cuba está haciendo una efectiva campaña contra el covid-19 y con sus brigadas médicas en muchas partes del mundo de lo cual, si no guarda silencio trata de difamarlas.

(...)

Por su parte, Gobiernos que están en la mira de esa geopolítica y sus medios de prensa actúan con igual estilo parcial que la prensa capitalista: RT (Rusia Today), Cubavisión Internacional y TeleSur, por ejemplo, tienen una información sin fallas respecto a los lados negativos de las sociedades capitalistas, hacen certeros análisis sobre las causas de sus lacerantes consecuencias sociales, pero omiten realidades y contradicciones propias.

(...)

Todo eso y más, engloba las luchas políticas ideológicas en los medios de comunicación de ambos lados. No hay objetividad que valga, se imponen los intereses políticos y los medios actúan como agentes del poder.

Al margen de estas cuartillas:

  • Rusia se adelantó con la vacuna contra el covid-19. Este hecho pudo sido motivo de alegría por la humanidad, pero algunos Gobiernos y cierta prensa desataron una campaña de dudas y difamación.

  • De las razonables dudas de una “comunidad científica internacional”, pasaron al aquelarre cual brujos mediáticos con predicciones del fracaso.

  • Cuba anunció el miércoles anterior su vacuna anti covid-19 Soberna 01, creada en el Instituto de Vacunas Finlay, el Centro de Inmunidad Genética y otros centros científicos. Las pruebas clínicas de la primera etapa iniciaron ayer lunes. Silencio unánime. Del periodismo independiente, solo el Canal 12 rompió el silencio nacional… por una sola vez.

  • La reacción contra la vacuna Sputnik V es propia de comerciantes derrotados en una competición económica, pues les importa más el negocio que la salud humana.

  • El silencio ante la vacuna Soberana 01, parece de asombro por la hazaña científica de la isla bloqueada, que se adelantó a la mayoría de los 20 países más industrializados del mundo y sigue a la cabeza del “tercer mundo”.

  • Cuando les pase el asombro, ¿se imaginan qué va a decir? Cualquier cosa negativa, y eso… sí que no asombraría para nada.

  • La información parcializada también es habitual en los agentes del poder de contrario signo: aquí tenemos 13 años de estar bajo una dictadura corrupta (Nicaragua), pero desde RT, Cubavisión y TeleSur nos ven viviendo felices… ¡dentro del sarcófago de una revolución apuñaleada!

( https://confidencial.com.ni/del-periodismo-y-los-modelos-de-prensa/ )

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IV

Según la última encuesta del Reuters Institute, la credibilidad en las noticias bajó seis puntos en comparación a los datos de 2019. El estudio actualiza tendencias en consumo, acceso y migración de plataformas y dispositivos. Un capítulo aparte jugó la pandemia.


 

Nunca como en la actualidad las noticias fueron tan masivas, inmediatas y globales y el acceso de los periodistas a fuentes y documentos tan amplio pero, a la vez, las noticias, los medios y los periodistas resultaron tan cuestionados socialmente y tan sospechados por su público. El estudio que el Reuters Institute de la Universidad de Oxford presentó el pasado 16 de junio, basado en encuestas realizadas en 40 países, ayuda a comprender la sostenida caída de la credibilidad de los medios, pondera la importancia asignada a la pandemia Covid-19 en las comunicaciones públicas y privadas de medios informativos y de especialistas y fuentes oficiales, constata el alto nivel de concentración de las audiencias y caracteriza rasgos centrales de la migración hacia plataformas digitales y dispositivos móviles.

Con gran amplitud temática, la encuesta del Reuters Institute abarca desde la preocupación por las llamadas fake news y las operaciones de desinformación, lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) llama “infodemia”, hasta la adopción de modelos de pago como condición de acceso por algunos medios periodísticos, la confianza/desconfianza en instituciones políticas y en los medios de comunicación, pasando por el cambio de hábitos informativos en el marco de la pandemia y la percepción social sobre temas de agenda global como el cambio climático.


Según la versión en español del resumen ejecutivo del Digital News Report 2020, cuyos autores son Nic Newman, Richard Fletcher, Anne Schulz y Simge Andı, y cuyo editor es Rasmus Nielsen, la crisis del coronavirus ha aumentado sustancialmente el consumo de noticias en los principales medios de todos los países donde hicimos las encuestas, antes y después de que la pandemia surtiera efecto. Las noticias en televisión y las fuentes en línea han mostrado representaciones significativas y más gente identifica a la TV como su principal fuente de información, un alivio temporal a lo que ha sido un declive constante. El consumo de diarios impresos ha caído ante los confinamientos que minaron la distribución física, lo cual casi con certeza acelerará la transformación hacia un futuro enteramente digital.

Al mismo tiempo, el uso de medios online y redes sociales creció sustancialmente en la mayoría de los países. WhatsApp experimentó el mayor incremento en general: subió alrededor de diez puntos porcentuales en algunos países. Más de la mitad de las personas encuestadas (51%) utilizó algún tipo de grupo online abierto o cerrado para conectarse, compartir información o participar en una red local de ayuda.

En abril de 2020, la confianza en la cobertura mediática del COVID-19 era relativamente alta en todos los países, en un nivel similar a la confianza que suscitan los gobiernos nacionales y significativamente mejor que los políticos. En cuanto a la información sobre COVID-19, la confianza de los ciudadanos en los medios representaba más del doble de la que tenían las redes sociales, las plataformas de vídeo o los servicios de mensajería.

El informe cubre 40 mercados en seis continentes y ofrece información estadística y relevamientos sobre desinformación, confianza en las noticias, periodismo local, suscripciones digitales y coberturas de política y Cambio Climático.

(Fuentes:

Reuters Institute: https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/

Quipu: Blog del Periodista y cientista comunicacional Martín Beerra https://martinbecerra.wordpress.com/)

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V

Los cambios y las incertidumbres que estos producen, aún en los intentos por predecir y anticipar resultados y consecuencias, quedan mas determinados por las contingencias y respuestas propias de los diferentes colectivos humanos que responden, reaccionan, piensan y deciden, respecto a tanta información malversada o bien intencionada que pulula por medios tradicionales o por los nuevos canales digitales y convergentes en internet, que al poder que sin duda tienen y conservan los medios devenidos a empresas transnacionalizadas que han transformado el contenido periodístico en mercancía y a los periodistas en productores de “ideología” e “inspectores” de tendencias según las encuestas indiquen las posiciones mayoritarias a favor de esos negocios o contrarios a esos intereses. Cuándo no, enfrentados abiertamente con los gobiernos de turno, siempre encuentran en las democracias y sus protagonistas políticos, al “chivo expiatorio” en quién volcar los males del capitalismo sin llamar la atención sobre las formas neoliberales, capitalistas, colonialistas y patriarcales que dominan los escenarios de esta globalización.



Mucho medio alternativo o de la comunicación popular también resulta presa del engaño de la inmediatez y del acuciante drama de muchos de los sectores sociales a los que su comunicación va dirigida, signando a la política una responsabilidad exagerada en medio de las tensiones de poderes económicos transnacionales y nacionales que limitan las decisiones de gobierno, pero cuyos límites se ven escondidos en los discursos y relatos y en las formas de interpretar los sucesos que afectan a la vida de individuos y público en general.


La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”
George Orwell


Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”
Albert Camus


Camus se pregunta cómo un periodista puede ser libre frente a los abusos del poder, sus servidumbres y las censuras. Más allá de la libertad de prensa, está preocupado porque el periodista mantenga libre su espíritu. El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo.

En su manifiesto define cuatro mandamientos del periodista libre: “la lucidez, el rechazo, la ironía, la obstinación”.

La lucidez

Camus nos advierte sobre la necesidad de no perder la cordura, no dejarse arrastrar por el abismo. “La lucidez supone la resistencia a las invitaciones al odio y al culto de la fatalidad. En el mundo de nuestra experiencia, todo puede ser evitado”. Camus agrega: “un periodista libre (…) no publica nada que pueda excitar el odio o provocar la desesperanza. Todo eso está en su poder (…)”.

El rechazo

Camus afirma la importancia de desobedecer la injusticia:

“Frente a la marea creciente de imbecilidad, es necesario igualmente oponer algunos rechazos. Todos los condicionamientos del mundo no harán que un espíritu limpio acepte ser deshonesto. (…) Es así que un diario libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice. Esta libertad completamente negativa es, de lejos, la más importante de todas, si se la sabe mantener”.

La ironía

Camus cree que cuando no se puede decir una verdad en forma abierta, se la puede expresar con sutil humor:

“Lo que implica entonces que la ironía se vuelve un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos. Completa la negativa en el sentido que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir frecuentemente lo que es la verdad”.

La obstinación

El periodista libre se mantiene firme ante la adversidad. “La obstinación es una virtud cardinal. Por una paradoja curiosa pero evidente, se pone al servicio de la objetividad y de la tolerancia”.

Camus considera que estas reglas son suficientes para que el periodista pueda mantener la libertad interior, aunque externamente la sociedad sufra la esclavitud. A partir de esa libertad interior, el periodista podrá cumplir su misión espiritual:

“Formar estos corazones y estos espíritus, despertarlos antes, es la verdadera tarea a la vez modesta y ambiciosa que le toca al hombre independiente. Hay que hacerlo sin pensar más allá. La historia tendrá o no en cuenta esos esfuerzos. Pero habrán sido hechos”.

Orwell: la amenaza del eufemismo ideológico

Orwell era un escritor maduro para el año 1946, fecha en la que publicó una novela que se convertiría en un clásico del siglo XX: Rebelión en la granja. Dos años después aparecerá su otra gran novela: 1984. Ese mismo año, Orwell redacta un ensayo que es una joya de lucidez: La política y el lenguaje inglés. Allí Orwell denuncia la prácticas que degradan la calidad del lenguaje, ya sea escrito o hablado, en los campos del periodismo y la política. Ese ensayo nos ayuda, sobre todo, a comprender el uso ideológico del lenguaje:

“En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible. Cosas como la continuación del dominio británico en la India, las purgas y deportaciones rusas, el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón, se pueden efectivamente defender, pero sólo con argumentos que son demasiado brutales para que la mayoría de las personas puedan enfrentarse a ellas y que son incompatibles con los fines que profesan los partidos políticos. Por tanto, el lenguaje político debe consistir principalmente de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras”.

Orwell está convencido de que esa decadencia no es producto de un proceso natural. Estamos en la capacidad de corregir nuestro pensamiento y propone una vía para salir de la esclavitud ideológica.

“Las palabras y las expresiones necias suelen desaparecer, no mediante un proceso evolutivo sino a causa de la acción consciente de una minoría. La defensa del lenguaje inglés implica más que esto, y quizás es mejor empezar diciendo lo que no implica”.

Es muy importante el diagnóstico que hace Orwell sobre el estado del lenguaje. Declara la decadencia del idioma. Atribuye la causa de esa decadencia al deterioro económico y social, pero, a la vez, el efecto se puede convertir en causa. Hace uso del concepto de lo que luego se llamará la causalidad circular del pensamiento sistémico. La decadencia del lenguaje empeorará la situación de la sociedad. Esto lo ilustra con una imagen sencilla e impactante: “Un hombre puede empezar a beber porque piensa que es un fracasado, y luego fracasar por completo porque bebe”.

Orwell descubre que existe una relación privilegiada entre un particular tipo de lenguaje y un particular pensamiento político, los cuales comparten el mismo tipo de decadencia. Orwell no cree que este fenómeno se reduzca a la ideología de derecha o de izquierda, sino que más bien es un fenómeno generalizado del pensamiento.

“El lenguaje político —y, con variaciones, esto es verdad para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas— está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero viento”.

( https://prodavinci.com/lo-que-orwell-y-camus-pensaban-sobre-el-periodismo/)



En la vorágine alentada por la peste en estos tiempos de pandemia globalizada, los poderes no han dejado de ejercer su prepotencia. Dificil entonces encontrar periodistas que alienten estas condiciones en el ejercicio de su actividad … ¿Porque debería haberlos en una sociedad decadente como la presente?

Ávidos de “héroes” y “súper héroes” capaces de derrotar a los “súper villanos” de estos tiempos, incapaces de convertirnos siquiera en individuos solidarios que superan su propio interés individual para producir algo que beneficie al conjunto, sería irracional y tonto pensar que algún periodista pudiera poner en riesgo su “prestigio” o “empleo”, en arás de honrar su profesión y ejercerla … Serás lo que te editorialicen y el dinero que ganes o no serás … el periodismo del negocio desconoce de heroísmos.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack




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