Domingo
2 de agosto de 2020
III
La
centralidad humana …
El
27 de julio fue el Día de la Antropología y no podíamos
quedarnos con las ganas de charlar con una de las investigadoras y
antropólogas cordobesas, sobre lo que estamos viviendo.
Antes
que nada; ¿sabías que existe la "antropología del desastre y
crisis"? Entonces; en este momento de situaciones de
crisis sociales del cambio por pandemia... ¿cómo se aborda
desde este campo? Lo importante para Fabiola, es la escucha activa:
"Es fundamental estar ahí y ser parte con la gente que vive la
experiencia. Y registrar uno mismo lo que le pasa", explica.
Seguramente
habrás leído o visto comparaciones de la pandemia con"la
guerra". Bueno, en este caso, y gracias a la información y el
Internet, compartimos una experiencia humana global de la cual
nos anoticiamos más rápido que nunca. "Y somos conscientes de
que lo estamos viviendo, con diferentes matices según las zonas o
gobiernos... Si fuese una guerra, no es lo mismo que caiga una bomba
en urbana, rural, o en los diferentes barrios de Córdoba",
remarca.
Todo
pasa por el cuerpo
Lo
cierto es que la pandemia del coronavirus ha modificado las
estructuras económicas, políticas, sociales y culturales y con
ellos el Desarrollo Humano Sostenible de la sociedad contemporánea.
¿El resultado? Lo veremos en el tiempo; no ahora. (Sí, a nuestra
necesidad de inmediatez no le gusta esto).
"El
mundo no va a ser el mismo que era, y todavía estamos en proceso
liminar (en el umbral de algo nuevo) . Esto genera mucha ansiedad,
sobre cómo nos movemos ", explica la antropológa, marcando que
hay un desencuentro entre la expectativa y lo que pasa con el mundo
(y va a pasar un buen tiempo hasta que se vuelva a acomodar).
Y
como siempre, todo termina pasando por el cuerpo. Te leímos en
memes, comentarios, chistes (o al borde de la depre), tik toks, y
cuanto medio virtual pudiste, expresarte sobre tu cuerpo en
cuarentena: Desde la prohibición de socializar en bares, menear el
cuerpo, la ansiedad del estudio, el stress, la alimentación...
¿Extrañás salir o te acostumbraste a estar en casa?
"No
poder tomar decisión de qué vamos a hacer con el cuerpo en el día
a día", es otra de las consecuencias de esta crisis, que según
Fabiola tendrá sus repercusiones; ya que tendremos que utilizar
nuevos mecanismos que antes no teníamos.
"No
poder salir de forma voluntaria, y ver cómo cambian las prácticas
corporales... Protocolos para ir al supermercado, por ejemplo... Y lo
que vendrá, según cómo nos habituemos a vivir con esta
experiencia"
Este
tema del cuerpo es mucho más que el alcohol en gel y barbijos.
Fabiola nos invita a pensar: La comunicación virtual, por ejemplo,
tiene sus particularidades; ya nos llenamos de emoticones,
memes, virales, forobardos, y esto se potencia con la
cuarentena y aislamiento. "O cuándo hablamos por videollamada,
que no miramos al otro sino que vemos cómo estamos saliendo nosotros
y qué ven los demás de nuestro entorno", agrega la
antropóloga. ¿Habías notado estos cambios?
La
hipercomunicación y la información
Los
medios. Otro tema. Por suerte, la mayoría de las personas en
Internet (lo cual excluye en esta afirmación a quienes no acceden a
las tecnologías y conexión o a quienes están del lado
desfavorecido de la brecha digital), ya saben cuando están ante una
desinformación, una cadena falsa, o el conocido clickbaiting.
Sin
embargo, la necesidad de información fue urgente y se evidenció en
picos de audiencia en los medios digitales y tradicionales que hace
tiempo no se veían. Necesitábamos referentes que nos contasen lo
que estaba pasando, aunque al mismo tiempo recurríamos, como
prosumidores, a otras fuentes informativas (entiéndase, al diálogo
social virtual).
Y
los medios mismos, tuvieron que repasar los manuales del "buen
periodista" y aprender y desaparender en tiempo real, ante una
situación para la cual no estaban preparados. Las conclusiones del
accionar de los medios, será otro de los temas para repasar una y
otra vez, en el periodo post pandemia.
La
información también llegó de la mano de los hábitos de
consumo. "Por ejemplo, pudimos ver que podemos
sobrevivir con menos cosas materiales, o que las personas ante la
imposibilidad de ir al mercado, querían hacer sus huertas en casa,
por ejemplo", explica Heredia. Y las marcas tuvieron que adaptar
sus mensajes al conexto. "Las empresas capitalistas necesitan a
sus consumidores, y los quieren vivos para eso... Nos pensemos en
este mundo; la experiencia de consumo que tenemos está en
desequilibrio", agrega.
¿Sacaremos
algo bueno de todo esto?
¿Esta
experiencia nos hizo mejores o peores como sociedad? Vimos ollas
populares, actos virtuales de visibilización de las condiciones de
pueblos originarios, gestos de solidaridad entre personas, nos
cuestionamos la bandera del orgullo de la diversidad colgadas en
mástiles, los femicidios y travesticidios en cuarentena y planteamos
la importancia de la economía popular y los negocios barriales...
¿Es eso una buena señal?
No
es que la pandemia repercutió en estos espacios; sinó que con la
crisis se 'subraya' y agudiza lo que ya está pasando", explica
Fabiola. "Uno puede pensar desde lo doméstico como vive la
crisis; con quienes vivimos, si alquilamos, si tenemos redes, acceso
a instrucción, si había problemas en la pareja, nuestras
posibilidades... Vemos el resultado de muchas decisiones de nuestra
vida y condiciones materiales, y notamos cómo nos repercutieron".
"Las
buenas y las malas condiciones se agudizan", remarca. Y aquí no
podemos menos que pensar las y los profesionales de la salud
amenazados, los femicidios, los travesticidios, los sectores
populares sin acceso a insumos y derechos básicos, y las brechas que
la tecnología y la conectividad evidenciaron en campos como por
ejemplo, el educativo. Es decir, que como toda crisis, sí había
algo que no queríamos ver... Lo siento, ahí es.
La
nueva anormalidad
Las
cosas se ven con el tiempo. "Pensemos en la época de la
dictadura cuándo desaparecía un amigo y pensaban que estaba
escondido, con identidad clandestina... Y después cuando pasaron los
años, resulta que era un plan de exterminio sistemático llevado
adelante por el Gobierno. ¡Lo supimos muchos después! Y hay relatos
de las abuelas que compraban regalos para esperar a sus hijos durante
años", explica.
Y
así como la dictadura y el entendimiento de lo que realmente fue y
significó dio paso a los Derechos Humanos y al Nunca Más, en la
post pandemia, quizás veamos algunos cambios estructurales y psico
sociales, que con suerte, serán positivos e inclusivos para la
humanidad. ¿Qué pensaremos y concluiremos de lo que ahora estamos
viviendo, dentro de diez, treinta, cincuenta años?.
"Quizás...
¿Qué seremos capaces de configurar con el tiempo a partir de esta
experiencia? Y desde la corporalidad; ¿Qué idea de nosotros vamos a
generar y cómo va a impactar en nuestro proceso de crear identidad?"
Fabiola
intentará indagar desde la antropología en la "nueva
anormalidad". ¿Por qué lo define así? "No existen las
normalidades para pensarnos como sociedades, a lo sumo existen
tranquilidades que necesitamos para creer que el mundo va en un
determinado sentido... ¿pero hay algo que se pueda clasificar
bajo la categoría de 'normal'? Nada, menos la experiencia humana",
explica.
El
Museo de Antropología
Como
a todas las instituciones, el museo atravesó el proceso de
modificar las actividades al entorno virtual, mientras siguen
trabajando y preparando los protocolos de seguridad para el retorno.
"Es una cuestión difícil; porque en este contexto de lo
virtual significó tener la alerta y la previsión de que no estamos
abarcando a un montón de gente que no tiene acceso a la conexión y
las redes", se sincera Heredia.
Es
cierto que todo lo que se produce, genera algún tipo de exclusión;
algo que desde el Museo intentaron abordar con cartillas educativas,
charlas virtuales de "Antropología desde casa", ciclos de
participación con las y los investigadores del museo.
Fabiola
Heredia. Directora del Museo de Antropología de Córdoba.
Salud
mental, pandemia y encierro: una mirada desde los derechos humanos
La
pandemia que azota hace ya varios meses a la humanidad toda ha puesto
sobre el tapete la interpelación de la realidad que atravesamos
desde numerosas aristas. Una de ellas es la que concierne a la salud
mental y esto no es sin atender a la subjetividad.
La
globalización adquirió, en este denominador común expresado hoy en
el virus, uno de los peores modos de manifestación de la caída de
las fronteras. En medio de una de las etapas más descarnadas del
capitalismo, hoy llamada neoliberalismo, cuando la disputa por el
atravesamiento de las fronteras implicaba la expulsión de miles de
seres humanos sin destino, que buscaban salvar su vida de las guerras
o acceder a derechos devastados en sus países de origen, un hecho
inédito respecto de su alcance global vino a imponerse a nivel
mundial, poniendo al desnudo la estrecha distancia entre la vida y la
muerte. Y esto tiene el estatuto de lo traumático. Entonces no es
sin efecto. Tiene consecuencias en la vida de las personas y en su
modo de transitar esta etapa de la posmodernidad, tanto en torno a
aquello que la trasciende, como en aquello que concierne a sus modos
de hacer frente a una realidad que le es adversa.
La
pandemia vino a imponerse, decíamos, como lo traumático que irrumpe
sin que el sujeto esté preparado para ello. El mundo entero se vio
impactado por un enemigo invisible al que había que combatir
diseñando, al mismo tiempo que se anoticiaba de su peligrosidad, el
modo de hacerlo. Y el modo que se encontró hasta ahora, el único
eficaz hasta el momento, es la cuarentena, el distanciamiento social
que, al tiempo que era la medida pertinente entonces para enfrentar
este flagelo, habría de tener inevitables consecuencias en la vida
cotidiana.
Entonces,
podemos darle a la cuarentena el estatuto primero de justa y
necesaria. Y luego situar también que esto que vino a conmover los
hábitos de vida internalizados en cada uno de nosotros y nosotras
tiene, consecuentemente, un sinfín de expresiones que hacen a
nuestra condición humana.
Pensar
en esos efectos nos introduce esencialmente en lo que atañe al
acceso a derechos, al impacto desigual que el virus tiene de acuerdo
al estrato social y al nivel de vida de la gente. Desde esa
perspectiva, la obscena inequidad que impuso en la mayoría de los
países del mundo la lógica del capital y del mercado, define la
conmoción que esta situación trajo a miles y miles de personas,
cuya situación era ya de vulneración de derechos, previa a la
emergencia del virus y la consecuente desigualdad para llevar
adelante las medidas de prevención y cuidados.
Por
otra parte, y frente a las expresiones que en diferentes países del
mundo enarbolan significantes caros a los intereses de los pueblos,
para manifestarse en contra de las disposiciones necesarias,
esgrimiendo que se atenta contra la libertad, es necesario también
poner estas expresiones en el contexto de las disputas mundiales en
torno a las cuales lo que se tutela es “el día después”,
respecto del rol e incidencia del Estado, o el reinado inescrupuloso
del mercado. El debate es entonces por la vida, si ésta tiene el
valor de pura mercancía o es el bien más preciado, en tanto
acreedora de derechos. Y ahí entra la salud mental como derecho
humano en tanto ésta representa el mayor estado de bienestar posible
para el sujeto. Un hecho traumático produce angustia, desazón,
incertidumbre. Se ponen en juego afectos y pasiones, emociones
defensivas que preparan frente al peligro y por lo tanto son también
necesarias para tramitar lo traumático.
Por
eso no se puede hablar de cualquier modo de pérdida de la libertad,
porque la pérdida de la libertad puede suponer situaciones de
encierro en las que el sujeto añora esos valores de los que fue
privado por oposición a ese encierro. En estos casos, el encierro
resulta un modo de preservación de la vida en tanto el afuera se
torna hostil y peligroso –por supuesto distinta es la situación de
los casos de violencia y abuso intrafamiliar-. El encierro como
privación de la libertad supone también el maltrato del cuerpo;
empero, el distanciamiento como cuidado preventivo hace a otro
tratamiento del cuerpo, tendiente a preservar la salud y la vida.
Frente
a un virus que ataca a todos y todas, y ante el cual los organismos
internacionales establecen las medidas más idóneas para defenderse
de él, luego el sujeto pondrá en juego sus propios recursos
psíquicos también como mecanismo de defensa. El ser humano es un
ser social en el que hacen intersección lo más propio, íntimo y
singular, y lo colectivo. Si la vida en este punto implica siempre un
modo de invención, frente a lo real de la pandemia –en tanto
peligro que acecha- y la solución de la cuarentena como respuesta
que prioriza la vida, se tratará de reinventarnos tanto en las
repuestas frente a la angustia como señal, como en lo que refiere a
la construcción de redes solidarias que tiendan puentes en el lazo
al otro, a la otra, como renovadores modos de respuestas saludables.
La historia de la humanidad ha atravesado sinnúmero de experiencias
que ponen en juego lo mejor y lo peor de los seres humanos. Frente a
la incertidumbre del futuro, se tratará entonces de construir
provisorias certidumbres, de cara a la defensa de los Derechos
Humanos.
(
https://www.nodal.am/2020/07/salud-mental-pandemia-y-encierro-una-mirada-desde-los-derechos-humanos/
)
Cada
país registra las muertes de manera ligeramente diferente - la
medida del exceso de mortalidad suaviza algunas de estas
discrepancias y nos ayuda a comparar los países con mayor precisión.
- En la primera mitad de 2020 se registró un número considerable de muertes en exceso, en particular entre los mayores de 65 años, y el pico es mucho más alto que el registrado durante los anteriores picos de la gripe.
- Existen diferencias entre los recuentos oficiales de muertes por COVID-19 y las tasas de exceso de mortalidad. A medida que surjan más detalles, un análisis más detallado ayudará a los países a descubrir la raíz de esas diferencias.
El
número de infecciones y muertes por coronavirus que se publica
diariamente se ha convertido en una instantánea deprimentemente
familiar del impacto que la pandemia está teniendo a nivel mundial.
Pero tratar de extrapolar el total de muertes en el mundo no es tan
simple como parece a primera vista. Y tratar de comparar el número
de muertes relacionadas con COVID-19 por país puede ser engañoso y
confuso.
Cada
país tiene su propia manera de registrar las muertes, y su propio
marco de tiempo para hacerlo. Algunos gobiernos sólo cuentan las
muertes en los hospitales, por ejemplo. Y sin pruebas generalizadas
no es fácil controlar el número de casos confirmados. Además,
también hay diferencias en la forma de registrar las causas de
muerte: el coronavirus puede ser el desencadenante, pero la muerte
puede ser el resultado de una amplia gama de complicaciones.
Esto
también significa que es difícil tratar de sacar conclusiones sobre
qué países han gestionado mejor el brote y qué estrategias están
funcionando.
El
concepto de "exceso de muertes" se está utilizando cada
vez más como una forma mejor y más consistente de medir el impacto
del virus. En términos sencillos, se trata del volumen de muertes
que se producen por encima de lo normal previsto para ese país y ese
período de tiempo, sobre la base de los promedios históricos.
La
comparación de un país con su propio pasado significa que factores
como la demografía de la población, la incidencia de las
enfermedades, la pobreza, la desigualdad y la eficacia de los
sistemas de atención de la salud son menos susceptibles de sesgar
los datos. La medición del exceso de muertes también tiende a
suavizar cualquier diferencia en la forma de contar las muertes. Nos
permite ver el impacto total de COVID-19 en la mortalidad, incluidas
las muertes que no son directamente atribuibles al virus.
Y
es evidente ver que ha habido un pico en las tasas de mortalidad en
la primera mitad de 2020.
Un
panorama más amplio
Por
ejemplo, en el pico más alto, España tuvo un 155% más de muertes
en una semana de lo habitual, y el Reino Unido tuvo un 109% más,
según la entidad benéfica británica The Health Foundation. Como
muestra el gráfico anterior, a medida que el número de infecciones
en Europa disminuye, la ola de muertes en exceso en cada país
retrocede. Alemania, que introdujo un sistema de rastreo de contactos
desde el principio, ha tenido un número notablemente pequeño de
muertes en exceso.
EuroMOMO,
una red europea que vigila la moral y el exceso de muertes como
resultado de la gripe estacional y otros riesgos de salud pública,
ha reunido cifras de varios países para ofrecer un panorama más
amplio.
Los
datos muestran que a partir de marzo de 2020 hubo un considerable
exceso de muertes, siendo la mayor mortalidad entre los mayores de 65
años. También hubo un marcado exceso de muertes en el grupo de edad
de 45 a 64 años. Y algunos países, en particular Inglaterra y
España, también vieron un exceso de muertes en el grupo de edad de
15 a 44 años. No se observó un exceso de mortalidad en los niños
menores de 15 años.
El
análisis de EuroMOMO muestra que en el nivel máximo de mortalidad
en Europa, hubo un exceso de 35.800 muertes, la gran mayoría de las
cuales fueron de personas mayores de 65 años. En comparación, el
exceso de mortalidad más alto en cualquier semana durante los cuatro
años anteriores fue de 16.165 durante la grave temporada de gripe de
2016/17.
Otra
forma de ver los datos es comparar la proporción de muertes
excesivas con las muertes habituales. Esto da una idea de cuánto ha
cambiado el riesgo relativo de morir durante el período de tiempo de
la pandemia.
Inconsistencias
entre países
En
muchos países, las tasas de mortalidad excesivas superan en cierto
modo el número de muertes registradas en COVID-19. En ello influye
el momento en que los países comenzaron a comunicar las cifras, el
nivel de las pruebas y la forma en que se registran las muertes.
En
los países con menos capacidad de pruebas y tratamiento, es probable
que la división entre el número oficial de muertes por coronavirus
y el exceso de tasa de mortalidad sea mayor. Por ejemplo, el análisis
realizado por la revista The Economist sugiere que el número de
muertes comunicado por Yakarta puede ser sólo alrededor del 12% de
la realidad, sobre la base de los datos relativos a los entierros. El
New York Times, por su parte, señala que de marzo a mayo, Ecuador ha
registrado unas 10.500 muertes más de lo habitual en comparación
con el mismo período de los últimos tres años, es decir, unas tres
veces más que el número de muertes reportadas por COVID-19.
No
todos los países tienen la capacidad de comunicar datos
suficientemente coherentes y precisos para calcular el exceso de
mortalidad. Tampoco existe una fuente única reconocida de datos
sobre el exceso de mortalidad.
Aunque
sigue habiendo incoherencias en la forma en que algunos países
notifican el exceso de muertes, a medida que surjan cifras más
precisas y detalladas, se irá aclarando cuáles son algunas de las
causas del exceso de muertes en los distintos países. Por ejemplo,
¿cuántas son realmente muertes por coronavirus y cuántas pueden
estar relacionadas con sistemas de atención sanitaria sobrecargados
o con retrasos en la búsqueda de tratamiento para otras
enfermedades?
Hasta
que se pueda hacer un análisis más detallado, el exceso de muertes
puede proporcionar a los países una medida contundente de lo bien
que están funcionando sus esfuerzos para frenar el virus.
La
ciencia, la cultura, la comunicación y la política (económica o
no), son hechos humanos y constituciones que surgen de sus
relaciones. Relaciones entre humanos, ya como individuos, ya como
grupos o asociaciones, ya como instituciones, Estados, Regiones …
ya como razas o agrupaciones en torno a credos, formas de
comportamiento y pensamiento, humanos tan iguales como diferentes
permite la condición de humanidad … la conciencia y el lenguaje
que nos convierte en individuos sin capacidad de vivir aislado de
otros …
La
centralidad en “lo humano” adquiere entonces ese rasgo de
necesidad vital … sin “otros” es imposible la vida propia,
individual, pero al mismo tiempo hay un deseo, intención, voluntad
que tal dependencia sea autopercibida como mínima … lo humano
necesita creer y genera la ilusión del “me alcanza conmigo mismo”,
todo un eufemismo para encubrir lo que realmente termina ocurriendo,
que es que sometemos a otros a las voluntades propias o de algunos …
Las
cadenas de significantes con las que en los discursos encubrimos
tales relaciones de poder, varían según las épocas, las geografías
y las culturas, los modismos políticos y las disputas territoriales,
por deseos o por satisfacer necesidades o al influjo de los placeres
y las pasiones que determinan en mayor o menor grado las formas que
establecemos para relacionarnos y que, generalmente, distribuyen de
modos desiguales esfuerzos, reparto de lo producido por esos
esfuerzos y poder para tomar las decisiones que involucren a otros en
“mi” voluntad, a pesar de que esos “otros” pudieren
voluntariamente desear o querer otra cosa.
La
pandemia les ha sustraído a los economistas del mainstream
el
indicador excluyente de sus diagnósticos respecto del estado de la
economía, la tasa de crecimiento. Naciones centrales y periféricas
registrarán en 2020 un retroceso en el tamaño de su PBI. Tampoco
podrán evaluarla analizando el éxito o fracaso de los resultados
fiscales consolidados. Tanto las ofertas como las demandas agregadas
de todos los países quedarán sujetas a reducciones. Pero lo que
permanecerá como una herida abierta en el cuerpo del mundo de la
globalización financiera es la desigualdad, la miseria conviviendo
en sociedades opulentas, el retroceso de las capacidades de atención
sanitaria, el incumplimiento con derechos humanos elementales.
El
retorno en la Argentina de un gobierno de carácter democrático,
nacional y popular se topó con la pandemia a pocos meses de haber
asumido. Adoptó frente a la misma una actitud preocupada, que este
viernes 31 de julio volvió a usar el tono severo, dramático y
atento con que se había iniciado una política que se puede
identificar con el lema primero
la salud.
También, la circunstancia de ese drástico cambio de vida y de
dinámica en la economía mundial abrió el camino para que el
Presidente cuestionara el capitalismo existente e hiciera una
reivindicación del valor de la igualdad, objetara el hiperconsumismo
y expresara la necesidad de un cambio de la lógica con que se movía
la economía global contemporánea.
Transcurridos
más de cuatro meses de pandemia, mientras su extensión y gravedad
se intensifica a nivel mundial –y también en nuestro país—,
confrontan dos perspectivas respecto del futuro de la vida económica
en la Argentina. (Que ineludiblemente tensiona la dsitribución del
poder entre los sectores sociales que lo disputan)
Las
instituciones representativas del gran empresariado argentino son
tributarias de la primera. La AEA, por ejemplo, ha señalado que es
“al sector privado al que le corresponde asumir la responsabilidad
de controlar, dirigir, y administrar a las empresas en la Argentina”,
y se pronunció en contra de la presencia del Estado en una empresa
que interviene en el comercio exterior. La UIA, menos doctrinaria,
pero en sintonía con la prédica antiestatista, reclama del sector
público subsidios, rebajas impositivas, moratorias tributarias, pero
es siempre favorable a promover flexibilizaciones laborales que
mejoren la correlación de fuerzas del capital frente al trabajo.
En
términos de la economía política, el tema fundamental al que se
aboca es a la distribución del ingreso. Respecto de los objetivos de
la igualdad y la reducción de la pobreza ese reparto resulta
sustantivo. Pero para que sea factible es indispensable la
intervención del Estado en la economía. La legislación, las
políticas salariales testigo del sector público, el salario mínimo
vital y móvil y el funcionamiento adecuado de las convenciones
colectivas de trabajo persiguen una determinada distribución del
ingreso. En general se puede afirmar que en el marco de gobiernos de
raigambre popular se despliegan políticas distributivas que
favorecen a los trabajadores y a los sectores más carenciados. En
cambio, las políticas flexibilizadoras del mercado de trabajo, el
debilitamiento de las organizaciones sindicales y la ausencia de la
participación del Estado en la economía persiguen aumentos de la
tasa de ganancia respecto de los salarios.
La
restricción externa
La
Argentina afronta cíclicamente sus episodios de restricción
externa. Cuando la economía crece, también lo hace la industria,
que requiere de insumos importados y se expande la necesidad de
divisas que demanda el aparato productivo. La exportación
concentrada en el tradicional sector agropecuario, que goza de
ventajas naturales, depende en precios y cantidades exportadas del
mercado internacional. Si sus condiciones son las habituales,
entonces el impacto de la expansión tendrá un límite. Hoy existe
consenso de la necesidad de expandir las exportaciones industriales
con el fin de alejar lo mayor posible la restricción externa. Pero
respecto de cómo hacerlo las posiciones están enfrentadas.
Lo
que no está en duda es que un mayor nivel de exportaciones depende
de la competitividad de la economía y de un cambio en la estructura
productiva que amplíe la canasta de bienes exportables. Respecto de
la primera se abre una importante discusión distributiva. La
pregunta es: ¿cómo se aumenta la competitividad?
La
visión conservadora y resignada respecto de la estructura económica
argentina entiende como la herramienta central de estímulo de las
exportaciones, lo que habitualmente se llama competitividad espuria.
La competitividad espuria radica en depreciar el tipo de cambio para
bajar el salario en dólares y disminuir el costo empresario. Como se
observó en la historia argentina, esas devaluaciones provocan
inflación y el descenso de los ingresos en dólares se resuelve en
una baja del salario real en pesos. O sea que el aumento de la
competitividad de la economía se lograría bajando los salarios.
Pablo Gerchunoff, un economista actualmente devenido en vocero
refinado del establishment,
se las ingenió para plantear un dilema de la economía argentina
distinguiendo entre un tipo de cambio de equilibrio macroeconómico y
otro de equilibrio social. Una forma elíptica de sostener que el
nivel de vida culturalmente ganado por los asalariados argentinos era
incompatible con la estabilidad macroeconómica. Su dilema le abre el
camino para tratar de consensuar corporativamente un salario menor al
socialmente requerido por los trabajadores, aunque buscándole la
vuelta para que sea un poco más alto que el que se supondría de
equilibrio macroeconómico.
Los
empresarios argentinos frecuentemente se quejan de problemas de
productividad del trabajo en la economía nacional. Sin mayores
honduras, la productividad del trabajo resulta de la cantidad de
unidades producidas por trabajador ocupado en un tiempo determinado
para una planta productiva. El peor de los sentidos comunes que
utiliza el empresariado local en su argumentación es que la
productividad depende del esfuerzo de los trabajadores. Sin embargo,
en los procesos productivos y, mucho más en los de alta complejidad
de la contemporaneidad, la productividad depende de la dotación y
modernidad de los equipos y máquinas con que la producción se lleva
a cabo y de la potencialidad de la tecnología empleada. Estas
cuestiones no son responsabilidad de los trabajadores sino de los
empresarios. Depende de sus decisiones de inversión.
La
gran pregunta es con cuál modelo económico-social se alcanza un
progresivo, genuino y estable aumento de la productividad real de la
economía. Aquélla que no facilita competitividad espuria, sino
efectiva. Esa productividad es la que proviene de la Inversión.
Para
el gran empresariado argentino esta reflexión adquiere una vuelta
más de complejidad en la época de la financiarización. Las
organizaciones empresariales han hecho ya su elección. Promueven
salarios bajos, poca intervención estatal, flexibilización laboral,
tipo de cambio alto y liberalismo económico. Sin embargo se observa
que la tasa de inversión en los períodos en que ha regido este tipo
de política ha sido más que modesta, la reprimarización de la
economía intensa y el crecimiento del producto nulo o descendente,
como ocurrió en el período de Macri.
El
fenómeno que explica la relación entre el entusiasmo liberalizador
y los magros resultados en diversificación productiva, crecimiento y
competitividad debe encontrarse en la financiarización de ese
empresariado. Sería inexplicable, si no, por qué la UIA en su
último documento-powerpoint
ha
solicitado, en un momento más que inadecuado, la liberalización
progresiva del mercado de cambios. El comportamiento del gran
empresariado es la obtención de un volumen de ganancias
relativamente importante en el corto plazo, para su dolarización,
especulación financiera y el destino de buena parte de ellas a la
fuga de capitales y constitución de activos externos. Los grandes
empresarios no constituyen una burguesía nacional, con la
perspectiva de mediano plazo puesta en construir un mercado interno
poderoso. El tipo
de cambio Gerchunoff
les viene como anillo al dedo. Su presencia en la economía argentina
está fuertemente atada al endeudamiento externo para la fuga.
La
cuestión de la igualdad
Pero
hay una cuestión adicional que radica en la contradicción de esa
macroeconomía y proyecto de país con el objetivo central de esta
etapa histórica para una Argentina desarrollada y autónoma. Es la
cuestión de la igualdad. De la cual la distribución del ingreso es
fundamental. Tanto la funcional (entre propietarios de medios de
producción y asalariados) como la personal (entre los deciles
pobres, medios y ricos de la población). Esta etapa histórica de
nuestro país, que eligió un gobierno democrático, nacional y
popular, no podrá ofrecer crecimiento –por lo menos hasta que la
pandemia y sus efectos posteriores se retiren—, ni de la
producción, ni de las exportaciones. ¿Qué puede resolver hoy,
entonces, un gobierno de ese carácter? Más igualdad. Reducir la
miseria. Reestructurar el diseño productivo. ¿Se trata simplemente
de redistribuir ingresos y riqueza? No sólo. Eso mejorará algunas
condiciones de vida, pero para otras hay que cambiar la matriz
productiva. Esta ya no habrá de tener el perfil para atender el
sobreconsumo de los sectores medios altos y altos, sino que deberá
ser mucho más rica en bienes públicos (aquéllos cuyo uso es para
todos: plazas, transporte público, infraestructura recreativa
gratuita y/o accesible, acceso a la cultura, y en general todos los
servicios que atienden al respeto de los derechos humanos).
Ese
cambio de estructura productiva cambiará la demanda. Ya no habrá
tantos bienes y servicios novedosos con insumos importados abundantes
–como los automóviles o equipos electrónicos de alta
gama— para la demanda de los sectores de altos ingresos. En
cambio habrá más bienes y servicios para los masivos sectores
populares. La nueva estructura productiva impondrá una nueva
distribución del ingreso. Y esa estructura productiva no será un
efecto de la financiarización que desnacionaliza la vida nacional.
Más bien será el resultado de decisión democrática del pueblo.
Para lo cual se requerirá una gran inversión en ciencia y
tecnología. Esta perspectiva nos remite al espíritu más vigente
que nunca de Oscar Varsavsky, respecto a sus pensamientos en
tecnología quien en su texto Estilos
Tecnológicos reflexionaba:
“Nuestro punto de partida es que a pesar de esa base innegable y a
pesar de las cosas interesantes que cada año tiene para ofrecernos,
ese ‘estilo tecnológico’ de los países dominantes tiene
demasiado de mito. No es el único posible ni el más adecuado para
construir una sociedad nueva y mejor. No puede ser rechazado en
bloque pero menos aún aceptado en bloque, tanto en sus resultados
como en sus métodos y modalidades. Tampoco alcanza con la actitud
del comprador inteligente, que elige lo que le conviene: cuando
empezamos planteando nuestros propios objetivos, encontramos que esa
tecnología no tiene respuesta para muchísimos de los problemas
prácticos que esos objetivos nos obligan a resolver, y debemos
entonces adoptar una decidida actitud creativa y construir nuestro
propio estilo tecnológico”.
Estas
miradas sobre las cuestiones distributivas, de autonomía tecnológica
y de perfil productivo no imaginan que un cambio estructural para la
construcción de un modelo nacional y popular haya de provenir de un
decisión burocrático-estatal sino que, como afirma Martín Abeles
en el número extraordinario por el 40 aniversario de la revista
FIDE, dependerá de “la existencia o no de un actor social capaz de
orientar en esa dirección. En ese sentido, el problema no pasa por
la conformación de una agenda estatal y un equipo de gobierno
esclarecido en materia de desarrollo industrial y tecnológico, sino
por la demanda de un cambio estructural proveniente de los actores
sociales”. Frente a la resistencia a la intervención pública que
se ha expresado por parte de los sectores defensores del viejo
régimen prepandemia, se evidencia la necesidad de fortalecer una
creciente organización política de las mayorías populares que
necesitan y desean un cambio que las favorezca y para el cual el
papel del Estado resulta fundamental, como ha quedado demostrado en
las circunstancias del drama actual que vivimos.
Si
bien la muerte demuestra que la vida es una realidad, la desigualdad
de oportunidades y las formas colectivas que adoptamos para vivir en
sociedad produce que unos pocos tengan la potestad de decidir sobre
la vida y muerte de muchos … de como vayamos resolviendo esta
desigualdad ontológicamente constituida por el poder y los
privilegios que se sostienen históricamente, generación tras
generación, dependerá el mayor o mejor resultado de la salida de
los confinamientos … muchos de los cuales son anteriores y no
tienen nada que ver con la pandemia que produce la crisis sanitaria
global que estamos padeciendo …
Daniel
Roberto Távora Mac Cormack
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