Domingo 2 de agosto de 2020

III
La centralidad humana …

El 27 de julio fue el Día de la Antropología y no podíamos quedarnos con las ganas de charlar con una de las investigadoras y antropólogas cordobesas, sobre lo que estamos viviendo. 
Antes que nada; ¿sabías que existe la "antropología del desastre y crisis"?  Entonces; en este momento de situaciones de crisis sociales del cambio por pandemia...  ¿cómo se aborda desde este campo? Lo importante para Fabiola, es la escucha activa: "Es fundamental estar ahí y ser parte con la gente que vive la experiencia. Y registrar uno mismo lo que le pasa", explica.


Seguramente habrás leído o visto comparaciones de la pandemia con"la guerra". Bueno, en este caso, y gracias a la información y el Internet, compartimos una experiencia humana global de la cual nos anoticiamos más rápido que nunca. "Y somos conscientes de que lo estamos viviendo, con diferentes matices según las zonas o gobiernos... Si fuese una guerra, no es lo mismo que caiga una bomba en urbana, rural, o en los diferentes barrios de Córdoba", remarca.

Todo pasa por el cuerpo

Lo cierto es que la pandemia del coronavirus ha modificado las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales y con ellos el Desarrollo Humano Sostenible de la sociedad contemporánea. ¿El resultado? Lo veremos en el tiempo; no ahora. (Sí, a nuestra necesidad de inmediatez no le gusta esto).

"El mundo no va a ser el mismo que era, y todavía estamos en proceso liminar (en el umbral de algo nuevo) . Esto genera mucha ansiedad, sobre cómo nos movemos ", explica la antropológa, marcando que hay un desencuentro entre la expectativa y lo que pasa con el mundo (y va a pasar un buen tiempo hasta que se vuelva a acomodar).

Y como siempre, todo termina pasando por el cuerpo. Te leímos en memes, comentarios, chistes (o al borde de la depre), tik toks, y cuanto medio virtual pudiste, expresarte sobre tu cuerpo en cuarentena: Desde la prohibición de socializar en bares, menear el cuerpo, la ansiedad del estudio, el stress, la alimentación... 

¿Extrañás salir o te acostumbraste a estar en casa?

 "No poder tomar decisión de qué vamos a hacer con el cuerpo en el día a día", es otra de las consecuencias de esta crisis, que según Fabiola tendrá sus repercusiones; ya que tendremos que utilizar nuevos mecanismos que antes no teníamos.


"No poder salir de forma voluntaria, y ver cómo cambian las prácticas corporales... Protocolos para ir al supermercado, por ejemplo... Y lo que vendrá, según cómo nos habituemos a vivir con esta experiencia"

Este tema del cuerpo es mucho más que el alcohol en gel y barbijos. Fabiola nos invita a pensar: La comunicación virtual, por ejemplo, tiene sus particularidades;  ya nos llenamos de emoticones, memes, virales, forobardos,  y esto se potencia con la cuarentena y aislamiento. "O cuándo hablamos por videollamada, que no miramos al otro sino que vemos cómo estamos saliendo nosotros y qué ven los demás de nuestro entorno", agrega la antropóloga. ¿Habías notado estos cambios?

La hipercomunicación y la información

Los medios. Otro tema. Por suerte, la mayoría de las personas en Internet (lo cual excluye en esta afirmación a quienes no acceden a las tecnologías y conexión o a quienes están del lado desfavorecido de la brecha digital), ya saben cuando están ante una desinformación, una cadena falsa, o el conocido clickbaiting.

Sin embargo, la necesidad de información fue urgente y se evidenció en picos de audiencia en los medios digitales y tradicionales que hace tiempo no se veían. Necesitábamos referentes que nos contasen lo que estaba pasando, aunque al mismo tiempo recurríamos, como prosumidores, a otras fuentes informativas (entiéndase, al diálogo social virtual). 

Y los medios mismos, tuvieron que repasar los manuales del "buen periodista" y aprender y desaparender en tiempo real, ante una situación para la cual no estaban preparados. Las conclusiones del accionar de los medios, será otro de los temas para repasar una y otra vez, en el periodo post pandemia.


La información también llegó de la mano de los hábitos de consumo.  "Por ejemplo, pudimos ver que podemos sobrevivir con menos cosas materiales, o que las personas ante la imposibilidad de ir al mercado, querían hacer sus huertas en casa, por ejemplo", explica Heredia. Y las marcas tuvieron que adaptar sus mensajes al conexto. "Las empresas capitalistas necesitan a sus consumidores, y los quieren vivos para eso... Nos pensemos en este mundo;  la experiencia de consumo que tenemos está en desequilibrio", agrega.

¿Sacaremos algo bueno de todo esto?

¿Esta experiencia nos hizo mejores o peores como sociedad? Vimos ollas populares, actos virtuales de visibilización de las condiciones de pueblos originarios, gestos de solidaridad entre personas,  nos cuestionamos la bandera del orgullo de la diversidad colgadas en mástiles, los femicidios y travesticidios en cuarentena y planteamos la importancia de la economía popular y los negocios barriales...  ¿Es eso una buena señal?

No es que la pandemia repercutió en estos espacios; sinó que con la crisis se 'subraya' y agudiza lo que ya está pasando", explica Fabiola. "Uno puede pensar desde lo doméstico como vive la crisis; con quienes vivimos, si alquilamos, si tenemos redes, acceso a instrucción, si había problemas en la pareja, nuestras posibilidades... Vemos el resultado de muchas decisiones de nuestra vida y condiciones materiales, y notamos cómo nos repercutieron".

"Las buenas y las malas condiciones se agudizan", remarca. Y aquí no podemos menos que pensar las y los profesionales de la salud amenazados, los femicidios, los travesticidios, los sectores populares sin acceso a insumos y derechos básicos, y las brechas que la tecnología y la conectividad evidenciaron en campos como por ejemplo, el educativo. Es decir, que como toda crisis, sí había algo que no queríamos ver... Lo siento, ahí es.

La nueva anormalidad

Las cosas se ven con el tiempo. "Pensemos en la época de la dictadura cuándo desaparecía un amigo y pensaban que estaba escondido, con identidad clandestina... Y después cuando pasaron los años, resulta que era un plan de exterminio sistemático llevado adelante por el Gobierno. ¡Lo supimos muchos después! Y hay relatos de las abuelas que compraban regalos para esperar a sus hijos durante años", explica.

Y así como la dictadura y el entendimiento de lo que realmente fue y significó dio paso a los Derechos Humanos y al Nunca Más, en la post pandemia, quizás veamos algunos cambios estructurales y psico sociales, que con suerte, serán positivos e inclusivos para la humanidad. ¿Qué pensaremos y concluiremos de lo que ahora estamos viviendo, dentro de diez, treinta, cincuenta años?.


"Quizás... ¿Qué seremos capaces de configurar con el tiempo a partir de esta experiencia? Y desde la corporalidad; ¿Qué idea de nosotros vamos a generar y cómo va a impactar en nuestro proceso de crear identidad?"

Fabiola intentará indagar desde la antropología en la "nueva anormalidad". ¿Por qué lo define así? "No existen las normalidades para pensarnos como sociedades, a lo sumo existen tranquilidades que necesitamos para creer que el mundo va en un determinado sentido... ¿pero hay algo que se pueda clasificar bajo la categoría de 'normal'? Nada, menos la experiencia humana", explica.

El Museo de Antropología

Como a todas las instituciones, el museo  atravesó el proceso de modificar las actividades al entorno virtual, mientras siguen trabajando y preparando los protocolos de seguridad para el retorno. "Es una cuestión difícil; porque en este contexto de lo virtual significó tener la alerta y la previsión de que no estamos abarcando a un montón de gente que no tiene acceso a la conexión y las redes", se sincera Heredia.
Es cierto que todo lo que se produce, genera algún tipo de exclusión; algo que desde el Museo intentaron abordar con cartillas educativas, charlas virtuales de "Antropología desde casa", ciclos de participación con las y los investigadores del museo. 

Fabiola Heredia. Directora del Museo de Antropología de Córdoba.

Salud mental, pandemia y encierro: una mirada desde los derechos humanos

La pandemia que azota hace ya varios meses a la humanidad toda ha puesto sobre el tapete la interpelación de la realidad que atravesamos desde numerosas aristas. Una de ellas es la que concierne a la salud mental y esto no es sin atender a la subjetividad.



La globalización adquirió, en este denominador común expresado hoy en el virus, uno de los peores modos de manifestación de la caída de las fronteras. En medio de una de las etapas más descarnadas del capitalismo, hoy llamada neoliberalismo, cuando la disputa por el atravesamiento de las fronteras implicaba la expulsión de miles de seres humanos sin destino, que buscaban salvar su vida de las guerras o acceder a derechos devastados en sus países de origen, un hecho inédito respecto de su alcance global vino a imponerse a nivel mundial, poniendo al desnudo la estrecha distancia entre la vida y la muerte. Y esto tiene el estatuto de lo traumático. Entonces no es sin efecto. Tiene consecuencias en la vida de las personas y en su modo de transitar esta etapa de la posmodernidad, tanto en torno a aquello que la trasciende, como en aquello que concierne a sus modos de hacer frente a una realidad que le es adversa.

La pandemia vino a imponerse, decíamos, como lo traumático que irrumpe sin que el sujeto esté preparado para ello. El mundo entero se vio impactado por un enemigo invisible al que había que combatir diseñando, al mismo tiempo que se anoticiaba de su peligrosidad, el modo de hacerlo. Y el modo que se encontró hasta ahora, el único eficaz hasta el momento, es la cuarentena, el distanciamiento social que, al tiempo que era la medida pertinente entonces para enfrentar este flagelo, habría de tener inevitables consecuencias en la vida cotidiana.

Entonces, podemos darle a la cuarentena el estatuto primero de justa y necesaria. Y luego situar también que esto que vino a conmover los hábitos de vida internalizados en cada uno de nosotros y nosotras tiene, consecuentemente, un sinfín de expresiones que hacen a nuestra condición humana.

Pensar en esos efectos nos introduce esencialmente en lo que atañe al acceso a derechos, al impacto desigual que el virus tiene de acuerdo al estrato social y al nivel de vida de la gente. Desde esa perspectiva, la obscena inequidad que impuso en la mayoría de los países del mundo la lógica del capital y del mercado, define la conmoción que esta situación trajo a miles y miles de personas, cuya situación era ya de vulneración de derechos, previa a la emergencia del virus y la consecuente desigualdad para llevar adelante las medidas de prevención y cuidados.

Por otra parte, y frente a las expresiones que en diferentes países del mundo enarbolan significantes caros a los intereses de los pueblos, para manifestarse en contra de las disposiciones necesarias, esgrimiendo que se atenta contra la libertad, es necesario también poner estas expresiones en el contexto de las disputas mundiales en torno a las cuales lo que se tutela es “el día después”, respecto del rol e incidencia del Estado, o el reinado inescrupuloso del mercado. El debate es entonces por la vida, si ésta tiene el valor de pura mercancía o es el bien más preciado, en tanto acreedora de derechos. Y ahí entra la salud mental como derecho humano en tanto ésta representa el mayor estado de bienestar posible para el sujeto. Un hecho traumático produce angustia, desazón, incertidumbre. Se ponen en juego afectos y pasiones, emociones defensivas que preparan frente al peligro y por lo tanto son también necesarias para tramitar lo traumático.


Por eso no se puede hablar de cualquier modo de pérdida de la libertad, porque la pérdida de la libertad puede suponer situaciones de encierro en las que el sujeto añora esos valores de los que fue privado por oposición a ese encierro. En estos casos, el encierro resulta un modo de preservación de la vida en tanto el afuera se torna hostil y peligroso –por supuesto distinta es la situación de los casos de violencia y abuso intrafamiliar-. El encierro como privación de la libertad supone también el maltrato del cuerpo; empero, el distanciamiento como cuidado preventivo hace a otro tratamiento del cuerpo, tendiente a preservar la salud y la vida.

Frente a un virus que ataca a todos y todas, y ante el cual los organismos internacionales establecen las medidas más idóneas para defenderse de él, luego el sujeto pondrá en juego sus propios recursos psíquicos también como mecanismo de defensa. El ser humano es un ser social en el que hacen intersección lo más propio, íntimo y singular, y lo colectivo. Si la vida en este punto implica siempre un modo de invención, frente a lo real de la pandemia –en tanto peligro que acecha- y la solución de la cuarentena como respuesta que prioriza la vida, se tratará de reinventarnos tanto en las repuestas frente a la angustia como señal, como en lo que refiere a la construcción de redes solidarias que tiendan puentes en el lazo al otro, a la otra, como renovadores modos de respuestas saludables. La historia de la humanidad ha atravesado sinnúmero de experiencias que ponen en juego lo mejor y lo peor de los seres humanos. Frente a la incertidumbre del futuro, se tratará entonces de construir provisorias certidumbres, de cara a la defensa de los Derechos Humanos.
( https://www.nodal.am/2020/07/salud-mental-pandemia-y-encierro-una-mirada-desde-los-derechos-humanos/ )

Cada país registra las muertes de manera ligeramente diferente - la medida del exceso de mortalidad suaviza algunas de estas discrepancias y nos ayuda a comparar los países con mayor precisión.

  • En la primera mitad de 2020 se registró un número considerable de muertes en exceso, en particular entre los mayores de 65 años, y el pico es mucho más alto que el registrado durante los anteriores picos de la gripe.
  • Existen diferencias entre los recuentos oficiales de muertes por COVID-19 y las tasas de exceso de mortalidad. A medida que surjan más detalles, un análisis más detallado ayudará a los países a descubrir la raíz de esas diferencias.
El número de infecciones y muertes por coronavirus que se publica diariamente se ha convertido en una instantánea deprimentemente familiar del impacto que la pandemia está teniendo a nivel mundial. 

Pero tratar de extrapolar el total de muertes en el mundo no es tan simple como parece a primera vista. Y tratar de comparar el número de muertes relacionadas con COVID-19 por país puede ser engañoso y confuso.

Cada país tiene su propia manera de registrar las muertes, y su propio marco de tiempo para hacerlo. Algunos gobiernos sólo cuentan las muertes en los hospitales, por ejemplo. Y sin pruebas generalizadas no es fácil controlar el número de casos confirmados. Además, también hay diferencias en la forma de registrar las causas de muerte: el coronavirus puede ser el desencadenante, pero la muerte puede ser el resultado de una amplia gama de complicaciones.



Esto también significa que es difícil tratar de sacar conclusiones sobre qué países han gestionado mejor el brote y qué estrategias están funcionando.

El concepto de "exceso de muertes" se está utilizando cada vez más como una forma mejor y más consistente de medir el impacto del virus. En términos sencillos, se trata del volumen de muertes que se producen por encima de lo normal previsto para ese país y ese período de tiempo, sobre la base de los promedios históricos.
La comparación de un país con su propio pasado significa que factores como la demografía de la población, la incidencia de las enfermedades, la pobreza, la desigualdad y la eficacia de los sistemas de atención de la salud son menos susceptibles de sesgar los datos. La medición del exceso de muertes también tiende a suavizar cualquier diferencia en la forma de contar las muertes. Nos permite ver el impacto total de COVID-19 en la mortalidad, incluidas las muertes que no son directamente atribuibles al virus.
Y es evidente ver que ha habido un pico en las tasas de mortalidad en la primera mitad de 2020.

Un panorama más amplio

Por ejemplo, en el pico más alto, España tuvo un 155% más de muertes en una semana de lo habitual, y el Reino Unido tuvo un 109% más, según la entidad benéfica británica The Health Foundation. Como muestra el gráfico anterior, a medida que el número de infecciones en Europa disminuye, la ola de muertes en exceso en cada país retrocede. Alemania, que introdujo un sistema de rastreo de contactos desde el principio, ha tenido un número notablemente pequeño de muertes en exceso.

EuroMOMO, una red europea que vigila la moral y el exceso de muertes como resultado de la gripe estacional y otros riesgos de salud pública, ha reunido cifras de varios países para ofrecer un panorama más amplio.

Los datos muestran que a partir de marzo de 2020 hubo un considerable exceso de muertes, siendo la mayor mortalidad entre los mayores de 65 años. También hubo un marcado exceso de muertes en el grupo de edad de 45 a 64 años. Y algunos países, en particular Inglaterra y España, también vieron un exceso de muertes en el grupo de edad de 15 a 44 años. No se observó un exceso de mortalidad en los niños menores de 15 años.

El análisis de EuroMOMO muestra que en el nivel máximo de mortalidad en Europa, hubo un exceso de 35.800 muertes, la gran mayoría de las cuales fueron de personas mayores de 65 años. En comparación, el exceso de mortalidad más alto en cualquier semana durante los cuatro años anteriores fue de 16.165 durante la grave temporada de gripe de 2016/17.

Otra forma de ver los datos es comparar la proporción de muertes excesivas con las muertes habituales. Esto da una idea de cuánto ha cambiado el riesgo relativo de morir durante el período de tiempo de la pandemia.


Inconsistencias entre países

En muchos países, las tasas de mortalidad excesivas superan en cierto modo el número de muertes registradas en COVID-19. En ello influye el momento en que los países comenzaron a comunicar las cifras, el nivel de las pruebas y la forma en que se registran las muertes.


En los países con menos capacidad de pruebas y tratamiento, es probable que la división entre el número oficial de muertes por coronavirus y el exceso de tasa de mortalidad sea mayor. Por ejemplo, el análisis realizado por la revista The Economist sugiere que el número de muertes comunicado por Yakarta puede ser sólo alrededor del 12% de la realidad, sobre la base de los datos relativos a los entierros. El New York Times, por su parte, señala que de marzo a mayo, Ecuador ha registrado unas 10.500 muertes más de lo habitual en comparación con el mismo período de los últimos tres años, es decir, unas tres veces más que el número de muertes reportadas por COVID-19.

No todos los países tienen la capacidad de comunicar datos suficientemente coherentes y precisos para calcular el exceso de mortalidad. Tampoco existe una fuente única reconocida de datos sobre el exceso de mortalidad.

Aunque sigue habiendo incoherencias en la forma en que algunos países notifican el exceso de muertes, a medida que surjan cifras más precisas y detalladas, se irá aclarando cuáles son algunas de las causas del exceso de muertes en los distintos países. Por ejemplo, ¿cuántas son realmente muertes por coronavirus y cuántas pueden estar relacionadas con sistemas de atención sanitaria sobrecargados o con retrasos en la búsqueda de tratamiento para otras enfermedades?

Hasta que se pueda hacer un análisis más detallado, el exceso de muertes puede proporcionar a los países una medida contundente de lo bien que están funcionando sus esfuerzos para frenar el virus.

La ciencia, la cultura, la comunicación y la política (económica o no), son hechos humanos y constituciones que surgen de sus relaciones. Relaciones entre humanos, ya como individuos, ya como grupos o asociaciones, ya como instituciones, Estados, Regiones … ya como razas o agrupaciones en torno a credos, formas de comportamiento y pensamiento, humanos tan iguales como diferentes permite la condición de humanidad … la conciencia y el lenguaje que nos convierte en individuos sin capacidad de vivir aislado de otros …

La centralidad en “lo humano” adquiere entonces ese rasgo de necesidad vital … sin “otros” es imposible la vida propia, individual, pero al mismo tiempo hay un deseo, intención, voluntad que tal dependencia sea autopercibida como mínima … lo humano necesita creer y genera la ilusión del “me alcanza conmigo mismo”, todo un eufemismo para encubrir lo que realmente termina ocurriendo, que es que sometemos a otros a las voluntades propias o de algunos …

Las cadenas de significantes con las que en los discursos encubrimos tales relaciones de poder, varían según las épocas, las geografías y las culturas, los modismos políticos y las disputas territoriales, por deseos o por satisfacer necesidades o al influjo de los placeres y las pasiones que determinan en mayor o menor grado las formas que establecemos para relacionarnos y que, generalmente, distribuyen de modos desiguales esfuerzos, reparto de lo producido por esos esfuerzos y poder para tomar las decisiones que involucren a otros en “mi” voluntad, a pesar de que esos “otros” pudieren voluntariamente desear o querer otra cosa.


La pandemia les ha sustraído a los economistas del mainstream el indicador excluyente de sus diagnósticos respecto del estado de la economía, la tasa de crecimiento. Naciones centrales y periféricas registrarán en 2020 un retroceso en el tamaño de su PBI. Tampoco podrán evaluarla analizando el éxito o fracaso de los resultados fiscales consolidados. Tanto las ofertas como las demandas agregadas de todos los países quedarán sujetas a reducciones. Pero lo que permanecerá como una herida abierta en el cuerpo del mundo de la globalización financiera es la desigualdad, la miseria conviviendo en sociedades opulentas, el retroceso de las capacidades de atención sanitaria, el incumplimiento con derechos humanos elementales.

El retorno en la Argentina de un gobierno de carácter democrático, nacional y popular se topó con la pandemia a pocos meses de haber asumido. Adoptó frente a la misma una actitud preocupada, que este viernes 31 de julio volvió a usar el tono severo, dramático y atento con que se había iniciado una política que se puede identificar con el lema primero la salud. También, la circunstancia de ese drástico cambio de vida y de dinámica en la economía mundial abrió el camino para que el Presidente cuestionara el capitalismo existente e hiciera una reivindicación del valor de la igualdad, objetara el hiperconsumismo y expresara la necesidad de un cambio de la lógica con que se movía la economía global contemporánea.

Transcurridos más de cuatro meses de pandemia, mientras su extensión y gravedad se intensifica a nivel mundial –y también en nuestro país—, confrontan dos perspectivas respecto del futuro de la vida económica en la Argentina. (Que ineludiblemente tensiona la dsitribución del poder entre los sectores sociales que lo disputan)

Las instituciones representativas del gran empresariado argentino son tributarias de la primera. La AEA, por ejemplo, ha señalado que es “al sector privado al que le corresponde asumir la responsabilidad de controlar, dirigir, y administrar a las empresas en la Argentina”, y se pronunció en contra de la presencia del Estado en una empresa que interviene en el comercio exterior. La UIA, menos doctrinaria, pero en sintonía con la prédica antiestatista, reclama del sector público subsidios, rebajas impositivas, moratorias tributarias, pero es siempre favorable a promover flexibilizaciones laborales que mejoren la correlación de fuerzas del capital frente al trabajo.
En términos de la economía política, el tema fundamental al que se aboca es a la distribución del ingreso. Respecto de los objetivos de la igualdad y la reducción de la pobreza ese reparto resulta sustantivo. Pero para que sea factible es indispensable la intervención del Estado en la economía. La legislación, las políticas salariales testigo del sector público, el salario mínimo vital y móvil y el funcionamiento adecuado de las convenciones colectivas de trabajo persiguen una determinada distribución del ingreso. En general se puede afirmar que en el marco de gobiernos de raigambre popular se despliegan políticas distributivas que favorecen a los trabajadores y a los sectores más carenciados. En cambio, las políticas flexibilizadoras del mercado de trabajo, el debilitamiento de las organizaciones sindicales y la ausencia de la participación del Estado en la economía persiguen aumentos de la tasa de ganancia respecto de los salarios.

La restricción externa

La Argentina afronta cíclicamente sus episodios de restricción externa. Cuando la economía crece, también lo hace la industria, que requiere de insumos importados y se expande la necesidad de divisas que demanda el aparato productivo. La exportación concentrada en el tradicional sector agropecuario, que goza de ventajas naturales, depende en precios y cantidades exportadas del mercado internacional. Si sus condiciones son las habituales, entonces el impacto de la expansión tendrá un límite. Hoy existe consenso de la necesidad de expandir las exportaciones industriales con el fin de alejar lo mayor posible la restricción externa. Pero respecto de cómo hacerlo las posiciones están enfrentadas.

Lo que no está en duda es que un mayor nivel de exportaciones depende de la competitividad de la economía y de un cambio en la estructura productiva que amplíe la canasta de bienes exportables. Respecto de la primera se abre una importante discusión distributiva. La pregunta es: ¿cómo se aumenta la competitividad?
La visión conservadora y resignada respecto de la estructura económica argentina entiende como la herramienta central de estímulo de las exportaciones, lo que habitualmente se llama competitividad espuria. La competitividad espuria radica en depreciar el tipo de cambio para bajar el salario en dólares y disminuir el costo empresario. Como se observó en la historia argentina, esas devaluaciones provocan inflación y el descenso de los ingresos en dólares se resuelve en una baja del salario real en pesos. O sea que el aumento de la competitividad de la economía se lograría bajando los salarios. Pablo Gerchunoff, un economista actualmente devenido en vocero refinado del establishment, se las ingenió para plantear un dilema de la economía argentina distinguiendo entre un tipo de cambio de equilibrio macroeconómico y otro de equilibrio social. Una forma elíptica de sostener que el nivel de vida culturalmente ganado por los asalariados argentinos era incompatible con la estabilidad macroeconómica. Su dilema le abre el camino para tratar de consensuar corporativamente un salario menor al socialmente requerido por los trabajadores, aunque buscándole la vuelta para que sea un poco más alto que el que se supondría de equilibrio macroeconómico.


Los empresarios argentinos frecuentemente se quejan de problemas de productividad del trabajo en la economía nacional. Sin mayores honduras, la productividad del trabajo resulta de la cantidad de unidades producidas por trabajador ocupado en un tiempo determinado para una planta productiva. El peor de los sentidos comunes que utiliza el empresariado local en su argumentación es que la productividad depende del esfuerzo de los trabajadores. Sin embargo, en los procesos productivos y, mucho más en los de alta complejidad de la contemporaneidad, la productividad depende de la dotación y modernidad de los equipos y máquinas con que la producción se lleva a cabo y de la potencialidad de la tecnología empleada. Estas cuestiones no son responsabilidad de los trabajadores sino de los empresarios. Depende de sus decisiones de inversión.

La gran pregunta es con cuál modelo económico-social se alcanza un progresivo, genuino y estable aumento de la productividad real de la economía. Aquélla que no facilita competitividad espuria, sino efectiva. Esa productividad es la que proviene de la Inversión.
Para el gran empresariado argentino esta reflexión adquiere una vuelta más de complejidad en la época de la financiarización. Las organizaciones empresariales han hecho ya su elección. Promueven salarios bajos, poca intervención estatal, flexibilización laboral, tipo de cambio alto y liberalismo económico. Sin embargo se observa que la tasa de inversión en los períodos en que ha regido este tipo de política ha sido más que modesta, la reprimarización de la economía intensa y el crecimiento del producto nulo o descendente, como ocurrió en el período de Macri.

El fenómeno que explica la relación entre el entusiasmo liberalizador y los magros resultados en diversificación productiva, crecimiento y competitividad debe encontrarse en la financiarización de ese empresariado. Sería inexplicable, si no, por qué la UIA en su último documento-powerpoint ha solicitado, en un momento más que inadecuado, la liberalización progresiva del mercado de cambios. El comportamiento del gran empresariado es la obtención de un volumen de ganancias relativamente importante en el corto plazo, para su dolarización, especulación financiera y el destino de buena parte de ellas a la fuga de capitales y constitución de activos externos. Los grandes empresarios no constituyen una burguesía nacional, con la perspectiva de mediano plazo puesta en construir un mercado interno poderoso. El tipo de cambio Gerchunoff les viene como anillo al dedo. Su presencia en la economía argentina está fuertemente atada al endeudamiento externo para la fuga.

La cuestión de la igualdad

Pero hay una cuestión adicional que radica en la contradicción de esa macroeconomía y proyecto de país con el objetivo central de esta etapa histórica para una Argentina desarrollada y autónoma. Es la cuestión de la igualdad. De la cual la distribución del ingreso es fundamental. Tanto la funcional (entre propietarios de medios de producción y asalariados) como la personal (entre los deciles pobres, medios y ricos de la población). Esta etapa histórica de nuestro país, que eligió un gobierno democrático, nacional y popular, no podrá ofrecer crecimiento –por lo menos hasta que la pandemia y sus efectos posteriores se retiren—, ni de la producción, ni de las exportaciones. ¿Qué puede resolver hoy, entonces, un gobierno de ese carácter? Más igualdad. Reducir la miseria. Reestructurar el diseño productivo. ¿Se trata simplemente de redistribuir ingresos y riqueza? No sólo. Eso mejorará algunas condiciones de vida, pero para otras hay que cambiar la matriz productiva. Esta ya no habrá de tener el perfil para atender el sobreconsumo de los sectores medios altos y altos, sino que deberá ser mucho más rica en bienes públicos (aquéllos cuyo uso es para todos: plazas, transporte público, infraestructura recreativa gratuita y/o accesible, acceso a la cultura, y en general todos los servicios que atienden al respeto de los derechos humanos).


Ese cambio de estructura productiva cambiará la demanda. Ya no habrá tantos bienes y servicios novedosos con insumos importados abundantes –como los automóviles  o equipos electrónicos de alta gama— para la demanda de los sectores de altos ingresos. En cambio habrá más bienes y servicios para los masivos sectores populares. La nueva estructura productiva impondrá una nueva distribución del ingreso. Y esa estructura productiva no será un efecto de la financiarización que desnacionaliza la vida nacional. Más bien será el resultado de decisión democrática del pueblo. Para lo cual se requerirá una gran inversión en ciencia y tecnología. Esta perspectiva nos remite al espíritu más vigente que nunca de Oscar Varsavsky, respecto a sus pensamientos en tecnología quien en su texto Estilos Tecnológicos reflexionaba: “Nuestro punto de partida es que a pesar de esa base innegable y a pesar de las cosas interesantes que cada año tiene para ofrecernos, ese ‘estilo tecnológico’ de los países dominantes tiene demasiado de mito. No es el único posible ni el más adecuado para construir una sociedad nueva y mejor. No puede ser rechazado en bloque pero menos aún aceptado en bloque, tanto en sus resultados como en sus métodos y modalidades. Tampoco alcanza con la actitud del comprador inteligente, que elige lo que le conviene: cuando empezamos planteando nuestros propios objetivos, encontramos que esa tecnología no tiene respuesta para muchísimos de los problemas prácticos que esos objetivos nos obligan a resolver, y debemos entonces adoptar una decidida actitud creativa y construir nuestro propio estilo tecnológico”.


Estas miradas sobre las cuestiones distributivas, de autonomía tecnológica y de perfil productivo no imaginan que un cambio estructural para la construcción de un modelo nacional y popular haya de provenir de un decisión burocrático-estatal sino que, como afirma Martín Abeles en el número extraordinario por el 40 aniversario de la revista FIDE, dependerá de “la existencia o no de un actor social capaz de orientar en esa dirección. En ese sentido, el problema no pasa por la conformación de una agenda estatal y un equipo de gobierno esclarecido en materia de desarrollo industrial y tecnológico, sino por la demanda de un cambio estructural proveniente de los actores sociales”. Frente a la resistencia a la intervención pública que se ha expresado por parte de los sectores defensores del viejo régimen prepandemia, se evidencia la necesidad de fortalecer una creciente organización política de las mayorías populares que necesitan y desean un cambio que las favorezca y para el cual el papel del Estado resulta fundamental, como ha quedado demostrado en las circunstancias del drama actual que vivimos.

Si bien la muerte demuestra que la vida es una realidad, la desigualdad de oportunidades y las formas colectivas que adoptamos para vivir en sociedad produce que unos pocos tengan la potestad de decidir sobre la vida y muerte de muchos … de como vayamos resolviendo esta desigualdad ontológicamente constituida por el poder y los privilegios que se sostienen históricamente, generación tras generación, dependerá el mayor o mejor resultado de la salida de los confinamientos … muchos de los cuales son anteriores y no tienen nada que ver con la pandemia que produce la crisis sanitaria global que estamos padeciendo …

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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