Lunes 21 de setiembre de 2020



Lo evitado nunca fue ni será noticia” … dice Eduardo Aliverti en su editorial del 19 de setiembre de 2020. En este inicio de primavera en los días de la peste, jamás se dimensionará correctamente lo que las políticas de aislamiento preventivo y confinamiento preventivo implementadas durante mediados del mes de marzo, evitaron como catastrofe en la Argentina de hoy, que pese al mensaje de opositores y odiadores, sigue ostentando un nivel bajo de contagios y de muertos en relación a los contagios en el contexto de America latina,

 


El mundo vive una crisis sanitaria, humana y económica sin precedentes en el último siglo y que evoluciona continuamente. Para reflexionar sobre los problemas críticos que viven los países de América Latina y el Caribe, con una visión al futuro, la Unesco convocó a una reunión virtual internacional de alto nivel, coordinada por su oficina en Guatemala. En dos paneles, moderados por los subdirectores de la Unesco, Firmin Matoko y Gabriela Ramos, participaron la premio nobel de la Paz Rigoberta Menchú; Boaventura de Sousa Santos, Universidad de Coimbra; Abel Prieto, Casa de las Américas; Simone Cecchini, Cepal; Saskia Sassen, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales; Michelle Mycoo, coordinadora del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU; Pablo Gentili, del Ministerio de Educación de Argentina; y John Antón Sánchez, Instituto de Altos Estudios Nacionales del Ecuador.

El evento dio inicio con una invitación de la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, a aprender de una crisis que ha sacado a luz las brechas sociales, económicas y para el desarrollo persistentes, ha exacerbado las desigualdades y mostrado el impacto en la carencia de cobertura de seguridad social, para las poblaciones vulnerables, especialmente las personas indígenas, las niñas y las mujeres, conforme el virus fue avanzando. Destacó que la Unesco puso en marcha la movilización de la solidaridad de la comunidad internacional a través de la Coalición Mundial por la Educación y los sectores de las Ciencias Sociales y Naturales, de Cultura y de Comunicación e Información de la organización.

La Dra. Rigoberta Menchú planteó la pandemia como una encrucijada para la humanidad, que marca un antes y un después. Refirió que antes de la pandemia ya había desesperación en la humanidad, como se manifiesta en las grandes migraciones. Dijo que la pandemia nos muestra una realidad espeluznante de falta de protección desde los Estados para los más afectados. La pandemia nos ha dado la lección del retorno necesario a la familia y los saberes ancestrales, a la Madre Tierra. Y este es un reto para el humanismo, porque tiene que haber una dosis de humanidad en todo lo que vamos a construir para el futuro.

Boaventura De Sousa Santos, pensador e intelectual de la actualidad, expresó que la primera lección que nos trae el virus es que esta pandemia ocurre dentro de otra pandemia, que es el neoliberalismo. “Los mercados no son todo en la vida. Con la pandemia, la gente no pidió protección al mercado, sino al Estado”.

De Sousa planteó que el virus no es democrático. “En países se dio prioridad a la vida, pero en otros se le dio a la economía, como si la economía pudiera prosperar encima de un monte de cadáveres”. De Sousa llama al virus “un pedagogo cruel”, cuya enseñanza más importante es que la Madre Tierra nos pide terminar el modelo actual de desarrollo ante la hecatombe de la destrucción de la naturaleza.

Señaló que entramos en un período de transición paradigmática, con tres escenarios a futuro, de los cuales solamente el tercero produciría un cambio real de modos de vida, de producción y de convivencia; en el cual es esencial el conocimiento ancestral de los pueblos.

Simone Cecchini, de la Cepal, dijo que América Latina es el epicentro de la pandemia, con 300 mil muertos que representan un tercio del total de muertos en el mundo por coronavirus en una región que no estaba bien antes de la pandemia. Antes de la pandemia, gran parte de la población no accedía a derechos sociales, económicos y culturales, con un total de 54% de trabajadores informales. A ello se suma la alta conflictividad social por el descontento popular generalizado reclamando cambios estructurales en los países y la protección social de los estados, ya que quienes no acceden a sus derechos y a condiciones mínimas de empleo y desarrollo, no pueden acceder a educación a distancia, tecnologías y servicios básicos, sino por el contrario, sufren de hacinamiento, carecen de servicios de salud, agua y saneamiento.

Cecchini también expresó que hablar de América Latina es hablar de diversidad de estadísticas y de escenarios políticos y sociales. Según datos y proyecciones de Cepal, la región puede esperar una caída del producto interno bruto (PIB) del 9,1% en 2020, un descenso en la actividad económica de tal magnitud que llevará a que el nivel del PIB per cápita de América Latina y el Caribe sea similar al observado en 2010, es decir, se espera un retroceso de 10 años en los niveles de ingreso por habitante, según el Informe especial Covid-19 N⁰ 5 del 15 de julio de 2020.

Una de las expresiones positivas de la crisis es que ha habido un estallido del pensamiento, de la imaginación, del reclamo de dignidad de los sectores más afectados, dijo el coordinador del evento y representante de la Unesco en Guatemala, Dr. Julio Carranza, retomando algunas de las ideas expresadas. Resaltó las coincidencias expresadas sobre la urgencia de rescatar el Estado y las políticas públicas, como instrumentos de la democracia. Expresó la preocupación sobre el acceso desigual a la educación a distancia, así como por la vuelta a la educación presencial que tendría que plantearse con cambios fundamentales, aumentar la inversión en educación y combatir las desigualdades.

Enfatizó que es necesario reforzar la democracia en su sentido esencial y encontrar salidas que respondan a los intereses más nobles de la humanidad. Rescatar los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la consigna de que hoy debemos reforzar, más que nunca: “no dejar a nadie atrás”.

Vínculo web directo a la conferencia y al análisis completo de la región. https://shorturl.at/wBPR0

(https://www.prensalibre.com/opinion/columnasdiarias/impactos-y-desafios-de-la-pandemia-en-america-latina-y-el-caribe/ )



Del odio y otros demonios


Sobre las estrategias de saturación y demonización de las democracias populares. Indignación, furia y gritos en contexto pandémico.



Las narrativas de odio, hartazgo e indignación se instalaron abiertamente en el contexto pandémico. Se profundizan los antagonismos sociales, potenciando un discurso que resulta difícil de abordar para los distintos gobiernos del mundo o las oposiciones que disputan poder.


Si bien no es ninguna novedad ni tampoco una invención creativa, los relatos de la exasperación incluyen la destitución del otro y el vaciamiento de toda instancia de conversación o debate en el plano social. Tanto en la Argentina como en otros países de la región y Europa, la calificación de una otredad enemiga funciona como catalizador y matriz que choca directo contra los límites de las democracias.


Para Teun Van Dijk, el discurso de odio no integra únicamente la emocionalidad ni las coordenadas meramente afectiva. Puede constituir una mecánica muy racional, cerebral y esquemática, con el propósito de excluir y desplazar a sabiendas del daño. “Cuando a veces hablamos de ideologías del ‘odio’, como es el caso de las ideologías sexistas o racistas, no hablamos de emociones, sino de evaluaciones negativas (opiniones) compartidas» (2005), recalca el lingüista.


En la indignación se cobijan las frustraciones y las insatisfacciones, así como los deseos postergados y las desgracias generalizadas. En el ruido de la ira, las provocaciones se vuelven corrientes y las redes sociales exacerban ese proceso a fin de forjar coincidencias entre grupos disímiles. Desde ese plano, la lesión democrática se torna inevitable y no deja de ser un procedimiento buscado de agresión y maltrato, sostenido a partir de la furia.


Según Chantal Mouffe, la eficacia de la democracia exige una confrontación de posiciones políticas también democráticas porque, si esto no ocurre, siempre existirá el peligro de que “esa confrontación democrática sea reemplazada por una confrontación entre valores morales no negociables” (2019). Por tanto, si las fronteras políticas se vuelven difusas y confusas, se manifiesta un desafecto hacia los derechos civiles. Y sin dirección política ni contribución democrática, esos discursos se filtran y articulan distintas expulsiones: crecen las identidades colectivas que giran en torno a esencialismos e intransigencias.


La rabia


El discurso informativo impone, decide, estructura y expulsa sentidos sobre nuestras prácticas, saberes e intereses cotidianos. En la hiperactividad, el bombardeo informativo busca el desquicio. Ese es precisamente el objetivo de las noticias falsas (fake news): el descrédito, la deslegitimación y ruptura de los lazos democráticos. De esta manera, la eficacia de la posverdad se refuerza por las incertidumbres y la potenciación de lo viral, repetitivo y falaz.


Por su parte, la circulación de trolls en redes sociales construye un hilo constante de dislocamiento narrativo. Su aparición en plataformas con contenidos agresivos o falacias en comentarios de sitios web y en foros y comunidades online dan cuenta de ese juego. Sintéticamente, los trolls remiten a una técnica discursiva que estructura un mensaje con la intención de confundir, irritar y provocar en un espacio virtual. La estrategia consiste en silenciar tópicos de reflexión y atacar con insultos, burlas o amenazas desde una cuenta de Twitter o un usuario falso de Facebook e Instagram.

La sistematicidad y la viralización son clave para combinar imágenes con videos y profundizar el esquema de enjambre direccionado. El desarrollo de la estructura troll reprime el discurso de los considerados enemigos y azota con injurias, forzando los límites del discurso social y exaltando una táctica mercantil de lo cotidiano. Sin embargo, como señalamos con la Dra. Cecilia Díaz, cuando dejamos de ver máquinas, ejércitos y algoritmos, “nos encontramos con lo inesperado: los contactos que conocemos en la vida real se distribuyen y se enuncian como trolls” (2018).


Ante las críticas sobre los efectos de las palabras y la responsabilidad de la comunicación social, estas figuras –coléricas en la escena pública– se defienden con el derecho a la expresión, la libertad, la pluralidad democrática y la construcción de una trayectoria moral y comprometida (en algún proceso de la historia).

Por ejemplo, la aparición del sectario discurso “anti-cuarentena”, de apelación a la “libertad” y la “conspiración general”, es una complejidad para el contrato social en plena etapa de contagios y de cuidados sanitarios. De hecho, la utilización del discurso de la libertad -de expresión, religiosa, social y económica, o de propiedad- incluye también un fuerte desprestigio de las políticas de igualdad, inclusión y protección de la salud.



En palabras de la politóloga Wendy Brown, la libertad misma “queda restringida a la conducta de mercado, desnuda de cualquier asociación con el dominio de las condiciones de la vida, la libertad existencial o asegurar el gobierno del demos” (2015). Por ello, el modelo neoliberal actual (en situación de emergencia sanitaria) vehiculiza sus intenciones en el discurso indignado, retoma la retórica de las “libertades individuales” y avanza con fiereza a escala global.


La estrategia del hartazgo


El discurso de orientación neoliberal y anti-populista manifiesta estrategias de saturación que demonizan a las democracias populares. Así, diseña un maltrato reiterado y un señalamiento que se alía perfectamente con los medios de comunicación masiva. En esa producción circular de informaciones y de noticias de impacto, se gestiona la emoción y se fortalece la intranquilidad. Además, se retoman nociones de decadencia y apocalipsis que dañan los logros de la democracia y la conquista de derechos sociales.


La comunicación mediática se vuelve hiperquinética y arrasa como vendaval: se suman irritaciones, manipulaciones, desórdenes y alteraciones en las tramas narrativas. La saturación y el exceso de propuestas audiovisuales favorece la banalización y envalentona los sensacionalismos o las degradaciones de argumentos y evidencias.

La narrativa del hartazgo no es azarosa, sino que se detalla y compone para imponer la agenda de los estados de ánimo. En esa estructura ardida (de frases cortas, sencillas y puntuales), la andanada de suposiciones y enojos cruzados se sedimenta a partir de la espiralización de la palabra. Ese pensamiento potencia las polarizaciones, minimiza los acontecimientos de notoriedad y generaliza los casos aislados. No hay reflexión ni un juicio determinado. Es, lisa y llanamente, un discurso de envoltorio arrebatado que se une a los ecos del odio y la indignación.


¿Y entonces?


El neoliberalismo no sólo destruye el plano económico y social, también reorienta un discurso de odio hacia las otredades y provoca una afirmación de rechazo hacia lo popular. Ante esto, es necesario revertir el dominio de los avances retóricos de indignación y explorar un núcleo común que permita reconstruir lo derruido y reparar los hilos desgajados de las narrativas.


El desafío consiste en contrarrestar esa mecánica discursiva y destacar la colaboración nociva de ciertos medios de comunicación masiva. No se debe olvidar que el universo mediático tiene la obligación de informar con responsabilidad, chequear sus fuentes y contener una labor profesional y periodística, acorde con los basamentos democráticos. Perseguir, revitalizar y remarcar esos parámetros es de suma importancia en un contexto vertiginoso como el actual.


Asimismo, es de suma importancia desarmar narrativas de catástrofe, indignación y hartazgo premeditado, tanto en los espacios de coincidencias políticas como en los de contrariedades. La relevancia de potenciar la mirada humanista y no seriada o numerada de la ciudadanía es también una de las premisas primordiales. En esa línea, resulta clave diagramar narrativas que permitan pensar críticamente, con prudencia y detenimiento, más allá de las velocidades de la opinión.


Reconocer las estructuras del relato agresivo permite evitar su viralización y repensar la eficacia del llamado «consumo irónico», que amplifica lo no deseado y ubica en un lugar burlesco a otros/as. Esto no hace más que vivificar las furias y los enconos, y hacer prevalecer los relatos de la indignación. El hecho de develar las secuencias de las avanzadas violentas también implica revisar las propias maniobras y reubicar los tonos o los modos de expresión, tan relevantes como el contenido de los discursos y las estrategias para afrontarlo.

(http://revistazoom.com.ar/del-odio-y-otros-demonios/ )


Si la política y los individuos que se abocan a ella no son capaces de renunciar al odio como método, la esfera pública seguirá degradándose y volviéndose más hostil. “Tendremos menos posibilidades de poder común y se beneficiarán quienes ya lo poseen y no necesitan de la política ni de la democracia”, dice el jefe de Gabinete de Ministros, Santiago Cafiero. ¿A qué proyecto favorece la incorporación de la lógica de los trolls y las fake news para dirimir conflictos? ¿Quiénes ganan con el deterioro de la calidad del debate democrático?


El odio como motivación, la difamación y la mentira como instrumentos, la descalificación y el agravio como recursos, la deshumanización de quien piensa, actúa, parece o es diferente, no son modos novedosos de relación entre las personas. Basta con echar una mirada a nuestro pasado casi inmediato y al de la mayor parte de las sociedades y culturas para comprobarlo.

Sin embargo, el auge de las redes sociales, la horizontalidad de la comunicación, la híperconectividad, la creciente virtualidad de las relaciones interpersonales, la igualación de necesidades, derechos, ambiciones, caprichos y pretensiones en un Cambalache que ni en sus peores pesadillas podría haber alucinado Enrique Santos Discépolo, ha dado una vuelta de tuerca al tradicional recurso de deshumanizar al otro a fin de aplastarlo. Aquel que ayer utilizaba el odio como recurso para conseguir un propósito, casi sin advertirlo se ha transformado a su vez en recurso de un odio que parece carecer de propósitos. Y, en la enorme mayoría de los casos, al menos conscientemente jamás llega a tenerlos.


Las redes sociales permiten y de algún modo “autorizan” el anonimato, la despersonalización o la virtualidad. Facilitan un modo de relación que, de tan distante e inhumana, revela pozos ciegos del alma difícilmente imaginables, al menos de modo tan bestial, de tener que decirse cara a cara. Esa inhibición se debe –pensemos bien de nuestros semejantes– menos al temor a una represalia que a la comprobación de que nos estamos dirigiendo a otro ser humano con similares tristezas, amores, vergüenzas, ilusiones, flaquezas, deseos.


Hace muy poco una persona de reconocida pertenencia política manifestó en Twitter que se encontraba angustiada por su padre, quien atravesaba un grave problema de salud. No hubo piedad. Ni siquiera la elemental piedad de cortesía o de interesada solidaridad (¿quién piensa realmente que jamás atravesará un momento semejante?). No hubo freno inhibitorio alguno o sentido de humanidad en las respuestas: le desearon la muerte. Por algún motivo, por sus ideas, por su adhesión política, por sus creencias, merecía sufrir. Y si para provocar ese sufrimiento era necesario acabar con la vida del padre, que esa vida acabara.

Es lícito preguntarse si quien expresa semejantes aspiraciones tiene real conciencia de lo que está deseando. ¿Comprenderá las consecuencias de deseos tan monstruosos?


La naturaleza imita a Twitter


Es fácil advertir en las redes “sociales” –nunca más inadecuado un eufemismo– el agravio sistemático como modo de disciplinar el pensamiento. El tono de los ataques suele ser desinhibido y odioso: son esos excesos los que marcan el ritmo de conversaciones que ya exceden el ámbito del que aparentemente han surgido.


Las redes se han convertido en espacios de furia, irracionalidad y denigración, plataformas donde las discusiones originadas en el debate político se amplifican y exasperan. Pero lo que resulta inquietante y ciertamente peligroso es que la actividad política termine chapoteando en el mismo fangal, y que sólo parezca capaz de transformar los desacuerdos y disidencias en la exhibición de violencia, irracionalismo y espectacularidad.


La política, instrumento para dirimir conflictos e intentar armonizar intereses contrapuestos, no sólo no debería contaminarse del odio y la irracionalidad que en muchos casos promueven estas plataformas, sino que debería hacer lo imposible por evitarlos. Sin embargo, el habitual discurso violento de las redes ahora es adoptado, sin atenuar tonos o intensidades, por distintos actores en el espacio público presencial, vivo e institucional.


Algunos piensan que esto ocurre en el debate político y en los medios porque, en un escenario de sobrecarga informativa, gritar más fuerte, herir más profundo, conseguir un buen golpe de efecto se parece mucho a una disputa por la atención.


¿Conciencia cínica o accidente?


¿La reproducción de esas formas y esos métodos es accidental o es deliberada? ¿Es acaso lícito decir de cualquier modo cualquier barbaridad, sobre cualquier cosa?


Que la política haya adoptado la lógica de la ira, la intemperancia y la irracionalidad, parece una consecuencia previsible de algunos movimientos previos en el discurso político de figuras que fueron importantes. Entre ellos: menospreciar la preocupación por la verdad y su relación con hechos fundados, escindir –como si semejante absurdo fuera posible– el destino individual del destino de la comunidad, y desvincular las posibilidades de realización individual del conjunto de decisiones que se toman en la esfera público-estatal y que las posibilitan, condicionan o directamente impiden. Al respecto, vale retomar al filósofo Peter Sloterdijk, quien señala que “la conciencia cínica es plenamente consciente de su propia ‘falsedad’, pero no hace nada al respecto, continúa operando detrás de una máscara como si no fuera consciente de esta falsedad”. O al esloveno Slavoj Zizek, que sostiene que “La forma más notable de mentir con el ropaje de la verdad hoy es el cinismo: con una franqueza cautivadora, uno ‘admite todo’ sin que este pleno reconocimiento de nuestros intereses de poder nos impida en absoluto continuar detrás de estos intereses. La fórmula del cinismo ya no es la marxiana clásica ‘ellos no lo saben, pero lo están haciendo’; es, en cambio, ‘ellos saben muy bien lo que están haciendo, y lo hacen de todos modos’”.


Guerra psicológica y destrucción de la comunidad


El acoso a través de redes sociales se parece bastante a la vieja guerra psicológica de los tiempos anteriores a la Guerra Fría. Su objetivo no es la defensa de una idea sino la desmoralización del otro, de un distinto construido como opuesto, como inmoral a quien debe atacarse. Como su nombre lo indica, se trata de un método propio de la guerra, no de la política. Una de sus característica actuales es presentar todo ese arsenal de estigmas como una contra-narrativa amenazada por una narrativa imperante.



El lenguaje violento es enmascarado como reacción al presentar a un otro como adversario o un enemigo, un ser de otra especie, una anormalidad, una inmoralidad enfermante, manipuladora o dictatorial. Llegamos a escuchar la supuesta defensa de la libertad en boca de quienes golpeaban periodistas o insultaban a personas conocidas de ámbitos no políticos tan sólo porque se habían atrevido a manifestar opiniones diferentes. 


De la idea a la creencia


Si la política, los discursos y los individuos que se abocan a la acción política no reniegan de la descalificación y el agravio tantas veces vistos en las redes sociales, si no son capaces de renunciar al odio como método, la esfera pública seguirá degradándose al mismo ritmo y del mismo modo en que estas plataformas lo fueron haciendo como espacio de intercambio entre seres humanos.

Aparecerán entonces las cámaras de eco en las cuales los integrantes de una determinada trinchera discursiva empeñarán sus mejores esfuerzos en hablarse a sí mismos y, mediante la repetición de muletillas y consignas, reafirmar los conceptos que ya tenían incorporados.


En lugar de diálogos o debates, las enunciaciones rebotarán en las propias paredes internas sin ir al encuentro de un otro ni tratar de comprender sus argumentaciones. Discutir de política, en estas condiciones, es como explotar petardos en una habitación de concreto. Se amplifica el eco de un ruido, pero no su representatividad. El estrépito, aunque sea mucho, jamás traspasa esas paredes, ese límite de los propios. Y esto lleva a un desconocimiento del pensamiento profundo de los otros, a una simplificación del contraste de ideas basado en una moralización falsa.


Lo problemático de estas burbujas es que no predisponen a contrastar su consistencia o fundamentos. En ellas opera una doble espiral de silencio: dentro y fuera de la esfera en la que resuenan los petardos. Dentro, porque frente a la manifestación de una opinión moderada o apelar a la sensatez de, por ejemplo, no ideologizar una medida de cuidado de la salud, se responde con la acusación de deslealtad o traición por no haber sido suficientemente refractaria del otro, por no haber transformado al otro en el insecto en el que, paralelamente, con frecuencia se nos quiere transformar. Fuera de la esfera, porque postear una opinión o declarar una convicción habilita y alienta el estigma.


El carácter cerrado y agresivo de estas esferas cumple el papel del prejuicio tal como lo entendía Hannah Arendt: “La función del prejuicio es preservar a quien juzga de exponerse abiertamente a lo real y de tener que afrontarlo pensando”.


Defender la sociedad de iguales y libres


Cada uno de los representantes políticos, cada ciudadano y ciudadana, tenemos que tener conciencia de nuestra propia responsabilidad y de la fragilidad de nuestros lazos comunes.


Debemos saber, pensaba Paul Ricoeur, que la sociedad política es frágil, que se basa en un vínculo de confianza, que debemos sentirnos responsables del vínculo horizontal constitutivo de la voluntad de vivir juntos. Si admitimos la proliferación de discursos de odio, estamos faltando a esa responsabilidad. Si la política adopta para sí el odio cerrado que se ve en las redes no faltará quien señale su irrelevancia y su incapacidad de transformar la realidad.


¿A qué proyecto favorece una política que incorpora para sí la lógica de los trolls y las fake news? ¿A qué intereses sirve el deterioro de la calidad del debate democrático y su capacidad de alcanzar consensos sin homogeneidades? Definitivamente, a aquellos que aspiran a alejar de los asuntos comunes al control y la participación popular y ciudadana.


Cuanto más hostil y vaciada sea la esfera pública, menos posibilidades de poder común tendremos. Así, ganan quienes ya poseen poder y no necesitan de la política ni de la democracia, a las que tanto desprecian.

( http://revistaanfibia.com/ensayo/el-odio-como-lenguaje/ )


Si dices que no quieres la grieta y la alimentas en cada decisión y en cada acción de tu vida … Si dices que no odias y gritas y despotricas con quienes no estas de acuerdo … si dices que buscas la paz y sales procurando violencia … ¡¿Quien eres realmente y que quieres de ti y de la sociedad de la que formas parte?!


Creer no es saber y decir no es “ser”. Las palabras tienen el valor de lo que tus actos confirman en la realidad de tu vida y no hay grieta que se cierre si impones a “banderazos”y “bocinazos” en plena pandemia global, tus miedos e inseguridades … aumentando el riesgo de muerte para todos.


Pero no estas solo. En el mundo muchos como vos destilan sus odios y desprecio por la vida … como ayer y como siempre en la historia de la humanidad … El asunto es que deberías revisar en tu conciencia de que lado juegas la partida…


Daniel Roberto Távora Mac Cormack




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