Domingo 6 de setiembre de 2020



(1era Entrega)



La frase es popular. “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla” . Es una de esas expresiones populares que encierra una gran sabiduría. Aunque su origen exacto no ha llegado hasta nuestros días, muchos han sido los que la han usado con mayor o menor acierto. Viene oportuna dónde, y no es casualidad sino causalidad, en los mismos terrenos dónde durante estos meses vimos la tragedia repetida de la desaparición forzada de Facundo Astudillo Castro, que involucra a la policía bonaerense …


Se celebraron, durante la semana que finalizó ayer, nuevas audiencias en el juicio que juzga el accionar de la Triple A en Bahía Blanca. Las jornadas contaron con la participación del auxiliar fiscal Pablo Vicente Fermento, en representación del Ministerio Público Fiscal, quien interviene junto al fiscal general Miguel Ángel Palazzani y el fiscal ad hoc José Alberto Nebbia.



En la causa se juzga la responsabilidad de Juan Carlos Curzio, Héctor Ángel Forcelli, Osvaldo Omar Pallero y Raúl Roberto Aceituno, acusados de haber formado parte de una asociación ilícita a la que se le atribuyen 24 asesinatos cometidos entre 1974 y 1975. A su vez, se imputa a Aceituno ser coautor directo del homicidio agravado del estudiante David Hover “Watu” Cilleruelo, hecho cometido a plena luz del día en los pasillos del edificio central de la Universidad Nacional del Sur. Esa institución es querellante en el juicio, junto a la organización Hijos Bahía Blanca y la familia de otra de las víctimas, Luis Jesús “Negrito” García. Todos los delitos fueron calificados por la fiscalía como de lesa humanidad y constitutivos de genocidio.

( https://www.fiscales.gob.ar/ )



“Fue una época de sufrimiento y de terror”, afirmó el sociólogo Fortunato Mallimaci en referencia a 1975, al declarar como testigo en el juicio oral por los crímenes de la Triple A en Bahía Blanca. Militante de grupos cristianos y de la Juventud Universitaria Peronista, trabajador no docente en las escuelas medias de la Universidad Nacional del Sur hasta su expulsión ordenada por el interventor Remus Tetu, y finalmente exiliado en mayo de 1975 y hasta el retorno de la democracia, el investigador del Conicet recordó la efervescencia política en los años previos al golpe y el recrudecimiento de la violencia que a nivel local tuvo como caras visibles a matones vinculados al diputado y secretario de la CGT Rodolfo Ponce. Las audiencias continuarán el 15 de septiembre con declaraciones vinculadas a los asesinatos de Carlos Alberto Davit y Víctor Oliva Troncoso.



El juicio se realiza en el aula magna de la UNS, donde el grupo paramilitar supo sembrar el terror luego de que Tetu los contratara como personal de “seguridad y vigilancia”, con el visto bueno de los servicios de inteligencia, que los dotarían de armas, les señalarían blancos y les garantizarían impunidad. Por los 45 años de demora y la muerte de los miembros más notorios en el banquillo hay sólo cuatro acusados, que siguen las audiencias desde sus casas.



Raúl Roberto Aceituno, con arresto domiciliario, está acusado por el homicidio de David Cilleruelo en un pasillo de la UNS el 3 de abril de 1975. Excarcelados, acusados de integrar la asociación ilícita a la que se atribuyen 24 homicidios, están Héctor Angel Forcelli, Osvaldo Omar Pallero y Juan Carlos Curzio. En la etapa de instrucción está imputado el excamarista y exagente de inteligencia Néstor Luis Montezanti, que fue indagado hace más de dos años y cuya situación procesal debe resolver el juez federal Walter López Da Silva.



Entré en la universidad como estudiante en 1968, provengo de una ciudad aledaña, Punta Alta, vinculada a la base naval de Puerto Belgrano. Estudié en la UNS hasta el ‘75, cuando tuve que dejar primero Bahía Blanca y después el país para exiliarme en el Perú, después en Francia y regresar en el ‘84”, recordó Mallimacci, que declaró por videoconferencia. “Al mismo tiempo, desde el ’70 hasta que me expulsaron trabajé en las escuelas medias de la UNS”, añadió. “Participé también desde fines de los ’60, quizás hasta el día de hoy, en distintos grupos organizados cristianos, en la Acción Católica de Punta Alta, donde estaba el padre Hugo Segovia, y en la Juventud Universitaria Católica de Bahía Blanca. A su vez conocí y estuve muy presente en la sociedad y en la universidad, dado que pertenecía a la JUP, organizada desde el año 73”, rememoró.



El testigo repasó los nombres de los rectores de la UNS nombrados por los gobiernos peronistas en 1973 y 1974 hasta el desembarco como interventor de “Tetu y su patota”, dado que “ya venía acompañado por gente de Ponce, al que también la conocíamos a nivel local y nacional por sus atributos, sus reacciones, sus maneras de ligarse al gremio y a los trabajadores”. A partir de su tarea en la Comisión Provincial por la Memoria pudo “conocer en más detalle cómo varios de nosotros veníamos siendo fichados por la llamada ‘comunidad informativa’ desde principios de la década del ‘70”.



Consultado por el fiscal Pablo Fermento sobre el grupo paramilitar que hacía ostentación de armas en los pasillos de la UNS, Mallimaci recordó que “fue una época de sufrimiento, de terror, en la cual salir a la calle costaba y mucho”. Contó que sabían de la existencia de los matones porque el período que va de 1972 a 1974 fue “un momento de amplia movilización estudiantil y de vínculos con otros dirigentes sindicales", y mencinó al gremio de comercio, los metalúrgicos y la Uocra. También “sabía de la patota porque a fines de 1974 habían asesinado a (Luis Jesús) ‘Negrito’ García y eso nos había mostrado cómo en Bahía Blanca sucedían hechos que no pensábamos que fueran a ocurrir”.


“Sabíamos que la gente de Ponce, sus matones, tenían presencia en algunos sindicatos, había peleas intersindicales”, recordó, y añadió que “con la llegada de Tetu empieza a aparecer esa patota al interior de la universidad, los Falcon verdes, las itacas”. “La llegada de Tetu, sabiendo sus antecedentes, hace que organicemos una enorme manifestación, la última gran manifestación del movimiento estudiantil en Bahía Blanca, en marzo del ’75, cuando llegamos al rectorado porque se había empezado a expulsar gente, la patota molestaba a los trabajadores no docentes, a profesores”, rememoró. “Hay que hacer memoria porque la universidad todavía tiene una deuda con todos ellos”, destacó. Consultado sobre Cilleruello, recordó que “era un compañero, un amigo, con quien hablábamos de cómo organizarnos mejor, de cómo tener una presencia al interior de la universidad”. Al culminar su extenso testimonio pidió que “se haga Justicia, porque la Justicia repara, libera, nos da esperanzas y nos hace mirar lejos”.

( https://www.pagina12.com.ar/289956-juicio-por-los-crimenes-de-la-triple-a-recuerdos-del-terror-)



Espacio de Pastores por la gente (PxG)



Reflexión final del pastor Aníbal Sicardi en el juicio a la Triple A en Bahía Blanca, en el cual compareció como testigo. La lección de teología pastoral de un maestro que expuso su vida por sus ovejas y hoy, 45 años después, permanece inalterable con el mismo fuego y la misma pasión.



Estoy tentado a comentar que si uno toma el caso de Víctor Oliva y las “3 A”, aislado, en mi situación particular, se pierde bastante del contexto general que vivimos en toda esta etapa. …las entrevistas que he tenido en la SIDE, y la relación construida con quien me interrogaba, aparecieron múltiples cosas que no conocía y que confirmaban el tipo de represión que vivimos en lo que se llama la época de la “3 A”.



…como no relacionar el secuestro y asesinato de Víctor Oliva, Watu (David Cilleruelo), son dos universitarios que fueron asesinados, con motivos no explícitos, que señala evidentemente un ánimo contra determinado tipo de personas -en este caso el estudiante universitario- que va más allá de lo que puede hacer una organización como fue la “Triple A”.



También marca… una limitación en el análisis, porque -como decir- el sopor, la aversión que tuve con lo que ocurrió con Víctor Oliva, la bronca al ver un inepto caradura como fue el cónsul chileno, no se puede tomar tan aisladamente, cuando después uno ve actitudes similares que quieren esconderse, y que tal vez son más astutas… que merecen ser vistas para ver hasta donde aclaran un caso como el de Víctor.



Mi participación con Víctor… viene de un conocimiento bueno, correcto, pero también corto en el tiempo y que después, al pasar los años, (al) conocer como lo conocieron otras personas, los homenajes que le hicieron, le hace surgir una personalidad que puede haber molestado, en este caso, a la gente de la Universidad o a la Triple A, más por lo que es, que por lo que piensa. Lo mismo con Watu: ¿es asesinado por lo que piensa o por lo que es como persona? Yo me inclino por lo segundo; molesta porque son personas que viven su vida con honestidad.



Los que hemos pasado por toda esa situación de la dictadura, hemos tenido vigilancia constante, que la han sufrido mis hijos, incluso mi hija mayor que era a quien le preguntaban quiénes habían ido a un campamento que había hecho la iglesia, no se pueden ver en forma aislada, sino dentro de todo ese contexto que efectúa la construcción de una sociedad… (a la que) quieren sometida, qué es lo que ha querido hacer con Víctor y es lo que se ha querido hacer con Watu -más otros, que no nombramos- como esos muchachos de Dorrego y Tres Arroyos, que sus padres no sabían nada de nada.



En este tema es lo que podría agregar ya que usted me ha dado la oportunidad.



Yo soy metodista evangélico, soy el único de la familia, nadie más, no tengo antecedente de iglesia, por lo tanto no tengo antecedente de las estructuras que las iglesias marcan como cualquier organización, y al mismo tiempo soy de barrio, de Villa Rosas cuando tenía 8 o 6 manzanas, y le estoy hablando de un barrio donde se vivía la vida, y esos códigos me quedan.


Por eso es que también hay un atractivo especial, con este asunto de muertes como la de Víctor y la de Watu, qué ocurren de tal manera, por personas ignotas, escondidas, porque molesta por lo que son.



Yo puedo estar de acuerdo o no, pero lo que son, son; y es lo que yo puedo decir de Víctor cuando me preguntan cuál es mi impresión: mi impresión ha sido está, el mismo hecho de que ese día aparezca en la casa de la familia Rebolledo -caseros ahí de la iglesia, los papás de Níche- para decirle a la mamá, esa Magdalena impagable: “me podés arreglar esta ropa”, “y bueno, sí cómo no”, siempre estaba dispuesta; y al mismo tiempo “te sobró alguna empanada”, todo un símbolo de vida de relación, que lo truncan porque no le gusta cómo es.



Allí hay una cuestión, que bien entiendo que los juicios se hacen de determinada manera, pero que hay una cuestión que no debería perderse, hablamos de personas, hablamos de gente humana, un muchacho de 22 o 23 años… tenía toda la vida por delante, Victor y también Watu, toda la vida por delante, y se la cortaron insanos, que gustan de hacer esta tarea, porque tiene miedo de verse a sí mismos.



Y en ese punto, es que creo que la cuestión debe ser más general, más en la totalidad, se lo está diciendo alguien que viene de la lucha de abajo, y que tiene el placer de tener los años que tengo, y el alto placer que toda en esa etapa que viví, y con padres y madres y tíos de desaparecidos, he conocido tantas personas brillantes, qué puedo llorar sobre las cosas que me pasaron, las persecuciones que tuve, las noches sin dormir que fueron muchas, pero no puedo olvidar la nobleza de esas personas, esas personas que han vivido su humanidad y que incluso, las llamadas iglesias, las han traicionado y (no) les han dado poder.



Creo que allí hay un rescate muy importante, que hay que verlo, y qué habría que tenerlo en cuenta. (PE/Cordialmente)



Anibal Sicardi Pastor de la Iglesia Metodista en Argentina en Bahía Blanca (Provincia Buenos Aires) Director de Prensa Ecuménica (PE) Ejerció el periodismo desde la década del 60 Por su gestión pastoral tuvo acceso a numerosos eventos internacionales de las iglesias, organismos ecuménicos y seculares. Cubrió periodísticamente muchos de esos eventos y en repetidas oportunidades fue invitado por el Consejo Mundial de Iglesias para dar cobertura en español a reuniones internacionales de ese organismo. Activo en organismos sociales y políticos Aporta sus conocimientos teológicos y de la sociedad para que Prensa Ecuménica pueda ofrecer líneas interpretativas de la actualidad afincada en su convicción de fe y militancia ciudadana sin compromisos eclesiales ni políticos.

Cordialmente es la expresión de PASTORESxlaGENTE que, fiel a sus principios, no procura fijar conceptos únicos, sino que busca expresar la diversidad en la pluralidad que caracteriza al movimiento evangélico.

( https://ecupres.com/2020/09/03/hablamos-de-personas-hablamos-de-gente-humana/ )



La tragedia del ARA San Juan, la constatación de la calidad de trabajadores de sus tripulantes, de que aun sus oficiales distaban años luz de aquellos marinos oligarcas responsables de la tragedia de La Rosales y, también, de quienes ordenaron bombardear la Casa Rosada, la Plaza de Mayo, el Departamento de Policía y la residencia presidencial a mediados de 1955, y quienes protagonizaron un capítulo esencial del exterminio iniciado en 1976, dio paso a la compasión, la capacidad de ponernos en el lugar de otros, y de iniciar un camino de reconciliación con la nueva Armada Nacional, camino nada fácil a la sombra de lo que fue el centro clandestino de detención y exterminio montado en el Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada donde se perdió el rastro de tantos compañeros. Pero pronto resulto evidente que poco y nada tenían que ver esos muchachos con aquel horror, y lo cierto es que contar con una Marina nacional es una necesidad impostergable en un país cuya riqueza ictícola supera a la tradicional, ganadera, riqueza que es sistemáticamente saqueada por la imposibilidad de patrullar y hacer respetar nuestra soberanía sobre el mar argentino. Asistí a las sesiones celebradas en la Cámara de Diputados con las familias de las víctimas y recuerdo vívídamente como en un momento, la madre de un marinero nacido en Orán, Salta, se puso a hablar en un idioma aborígen (¿una variante del guaraní?) y a recordar cuan humilde era la extracción de su hijo, y con cuanto orgullo y respaldo familiar había llegado a dónde llegó porque, queridos lectores, nadie que no tenga una especialidad clara es admitido como tripulante en un submarino.

¿Cómo fueron las últimas horas de las víctimas de la peor tragedia naval argentina en tiempos de paz?

En el día del submarinista, y a casi tres años de la tragedia, Data Clave accedió a detalles exclusivos del colapso del buque. Las condiciones en las que estaba y a lo que se enfrentaron los marinos desde que se detectó el cortocircuito: diez horas a la deriva, en medio de un gas tóxico y sin luz. Postales dramáticas de una tragedia evitable.


 

Este jueves 3 de septiembre es el día del submarinista. En homenaje a las 44 víctimas del submarino ARA San Juan, que colapsó en noviembre de 2017, el Ministerio de Defensa lanzó la página web “44 presentes”, en honor a los tripulantes. La jueza Marta Yánez, de Caleta Olivia, ya procesó a seis marinos como “penalmente responsables” de la tragedia. Actualmente la causa está en la instancia de apelaciones, en Comodoro Rivadavia. Mientras, la querella de los tripulantes exige penas más duras, desde los procesados piden el sobreseimiento.

De las pruebas del expediente, se revelan las posibles causas de la muerte de los 44 tripulantes, y probado el estado del submarino. Data Clave tuvo acceso al documento que expone testimonios dramáticos respecto a los últimos minutos del buque, al estado y sus condiciones. Fue revelado por la abogada Valeria Carreras, que representa a la querella de los familiares de las víctimas, como “un homenaje a los héroes del Ara San Juan”.

El 8 de octubre de 2019 se presentó en juzgado federal de Caleta Olivia y en carácter de “declaración testimonial” Guillermo Jorge Barrionuevo, Oficial de Marina retirado, que alcanzó a Comodoro de Marina, con antigüedad de 39 años. Consta en su experiencia haber sido tripulante de los últimos cuatro submarinos de la ARA.

El testimonio da detalles de los periplos a los cuales se enfrentaron los marinos desde que notificaron “el cortocircuito eléctrico en el balcón de la barra de baterías por el ingreso de agua de mar”, y las próximas diez horas, mientras esperaban órdenes y auxilio respecto de hacia dónde ir, algo que nunca sucedería.

Durante esas diez horas la tripulación trabajó para resolver el problema, mientras el buque descendía en profundidad y las condiciones empeoraban. “A las 10 de la mañana el buque llevaba más de 10 horas descargando sobre una sola batería. En el tanque de baterías estaban los hombres más experimentados, muy probablemente se haya electrocutado alguno de ellos antes de que se corte la energía y a raíz de ello el Comandante seguramente tomó la decisión de salvar a los hombres que tenía dentro del tanque de baterías, sin luz, posiblemente con algún herido”, dice el crudo relato.

Mientras el buque descendía, la querella agrega que los 44 tripulantes sobrevivían “en medio de humo y gas tóxico, posiblemente sin luz, golpeándose con la urgencia y la estrechez del submarino”. El submarino colapsó a 900 metros de profundidad, a esa instancia, el buque “reducido en tamaño a la mitad, atrapó cobijándolos a los tripulantes, miles de toneladas de hierro se convirtieron en una nave de papel, estrujada como una lata de gaseosa. Así sucede cuando se supera la profundidad del fabricante (400 mts)”, agrega la abogada Carreras, sobre el dramático final del Ara San Juan.

Previo a esa instancia, desde el submarino ya habían reiterado la situación a la que se enfrentaban y esperaban órdenes y asistencia que, insiste Carreras, nunca llegaría. Y en esas primeras horas, mientras parte del personal más experimentado se hallaba en el tanque de baterías tratando de solucionar el inconveniente, el resto de la tripulación comenzaba a sentir los efectos que producen la profundidad: dolores de oídos, dolor de cabeza, mareos, nauseas y un “sopor que adormece”.

El ex comodoro afirma que el submarino no estaba en condiciones para realizar la operación que se le había exigido. “Le están pidiendo hacer una Misión al buque para la cual el mismo no estaba en condiciones. El buque estaba limitado a 100 metros de profundidad, le piden que vaya a patrullar a una zona de más de 200 metros de profundidad”, declaró Barrionuevo ante la jueza. “El buque no debería haber ido a esa zona si no mediaba una razón imperiosa, como estar en guerra”, concluyó.

Las audiencias en el marco de las apelaciones han sido afectadas por la pandemia del Covid-19, lo que obligó a postergar plazos. No obstante, hay fecha para una nueva audiencia el 29 de octubre en Comodoro Rivadavia. La sentencia contra los 6 marinos procesados (Luis López Mazzeo, Claudio Javier Villamide, Jorge Sulía, Hugo Correa, Héctor Aníbal Alonso y Eduardo Luis Malchiodi) se conoció el 31 de enero último, y es por estrago culposo, que dictamina un total de cinco años de prisión. Carreras, la abogada de la querella de los familiares de las víctimas, insiste en que el cargo debe ser “por el delito de homicidio reiterado en 44 ocasiones con dolo eventual”.

( https://pajarorojo.com.ar/?p=50189)



Tania Balderas Chacón, mexicana, es licenciada en lenguas modernas-español por la Universidad Autónoma de Querétaro y maestra en literatura mexicana por la Universidad Veracruzana. Ha participado en distintos coloquios de investigación literaria y ha publicado reseñas y algunos cuentos en revistas como La Palabra y el Hombre o Cuadernos Fronterizos. Se ha desempeñado como docente a nivel secundaria, medio superior y universitario. Ha colaborado en tres antologías de microficción publicadas por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: Vamos al circo: ficción Hispanoamericana (2016), Cortocircuito: fusiones en la minificción (2017) y Resonancias (2018). En 2019, publicó su primer poemario, El viaje de Laika (ParTres Editores). Actualmente, además de ser profesora, es coordinadora de la preparatoria del Colegio Helen Parkhurst. Nos invita a un recorrido por “El arte de escribir” , Gracia, ilusionismo, ¿locura? …



Gracia

El ser humano es sorprendente porque ha logrado convertir sus habilidades más elementales en arte: los primeros y torpes pasos de un bebé serán un día complejas secuencias ejecutadas con precisión por un bailarín; los garabatos en crayola de un niño, más tarde serán representaciones gráficas, abstractas o realistas, de un pintor; los desproporcionados modelos infantiles elaborados en plastilina, algún día serán esculturas talladas por manos sensibles a la madera, el mármol o la cantera; los balbuceos e incipientes palabras que sólo las madres comprenden se convertirán en canciones, himnos y arias a cargo de voces tenazmente entrenadas; y aquellas letras tambaleantes en cuaderno de doble raya llegarán a consolidarse en poemas, cuentos, novelas y obras dramáticas.


 

Sabemos que el potencial artístico es inherente a nuestra especie. Sin embargo, reconocemos también que no todos los seres humanos alcanzan a desarrollarlo: la gran mayoría puede alcanzar cierta gracia para bailar en bodas, para hacer dibujitos en el margen de una libreta, para modelar bolitas o cubos con el migajón extraído a un bolillo, para cantar en la ducha o en el karaoke, para redactar mensajes de texto y la lista del súper.

Desarrollar nuestro potencial artístico dependerá de infinidad de factores. Para el filósofo español José Antonio Marina, la disciplina para transformar el esfuerzo en gracia es uno de ellos:

«Me di cuenta de que lo que me admiraba en el baile era la capacidad que tiene un bailarín o una bailarina de transformar el esfuerzo en gracia; es decir, cuando ves a unos bailarines que están haciendo ejercicios en la barra, el espectáculo es horrible. Les duelen los pies, están llenos de vendas, de telas adhesivas, sudan, huelen mal… pero después de ese entrenamiento lo que consiguen cuando salen a bailar es que parece que no tienen cuerpo. ¿Qué es lo importante? Hacer una cosa con soltura, hacer una cosa con gracia… pero no sólo es el baile. Pensar con soltura es una cosa bonita. Tener relaciones amorosas con soltura es una cosa muy bonita» (Gordon, 36).

El arte de escribir, entonces, consiste en transformar ese esfuerzo inicial por llenar planas y planas con mayúsculas y minúsculas, más tarde con nuestro nombre, luego con dictados, después con oraciones y resúmenes, en algo más gracioso, en algo que fluya, en textos originales donde las ideas, científicas o humanísticas, se enlacen con armonía. La cuestión es, ¿quiénes alcanzan esta maestría con las palabras?

Felipe Garrido, en su obra Para leerte mejor (2004), señala que muy pocos, pues se trata de un grupo selecto al que se ha identificado como lectores letrados, el último nivel de la pirámide de la lectura, pues son aquéllos que:

Leen y escriben, en pantallas y en papel, por utilidad y por placer. Están plenamente incorporados a la cultura escrita. Entienden lo que leen; lo traducen a imágenes mentales y sensoriales; pueden parafrasearlo, glosarlo, resumirlo, compararlo con otros textos; aceptarlo o rechazarlo. Compran diarios, revistas y libros; van a las bibliotecas a leer, no sólo a buscar información. Encuentran leer y escribir tan naturales e indispensables como escuchar y hablar.

Así, el arte de escribir resulta doblemente complicado, pues su dominio guarda una estrecha relación con haber alcanzado antes la gracia de leer; con haber superado la lectura como mera comprensión de «la significación de los caracteres empleados» (DRAE), al asumirla como una actividad placentera e indispensable (forzosamente en ese orden). Sin embargo, la realidad es que, para muchos niños y jóvenes, la lectura se asocia de forma inmediata con escuela, pues en casa no hubo quien reclamara antes dicha actividad para clasificarla en la caja de placer. Así que el papel de la escuela, en este sentido, se vuelve trascendental, pues como lo dice Margarita Zorrilla, citada en la obra de Felipe Garrido: «Al niño que no tiene el privilegio de nacer y vivir en un ambiente de cultura, civilidad y saber, la educación pública tiene el deber de proporcionarle aquello que su familia no puede darle. La escuela es el único contrapoder cultural que pueden compartir todos los niños». Por lo tanto, enseñar a leer no sólo se trata de reducir la tasa de analfabetismo, sino de otorgarle al niño (más adelante al adolescente y después, incluso, al joven universitario) una herramienta para estar en el mundo y, al mismo tiempo, para participar en él.

Enseñar a escribir, por otro lado, tendría que ser una encomienda más ambiciosa que lograr nuestro nombre con letra clara, proponer oraciones coherentes o elaborar resúmenes precisos; enseñar a escribir debería ser el detonante para que un buen lector se convierta en un buen escritor, es decir, en un escritor entrenado, que logre compartir con gracia ideas y argumentos (científicos, sociales o literarios) que enfrenten y transformen el mundo.

Ilusionismo: el arte de la narrativa

El arte siempre ha mantenido una relación estrecha con nuestros sentidos y, de alguna manera, busca estimularlos al ofrecerles algo fuera de lo cotidiano, sensaciones inesperadas que nos conmuevan, por ejemplo, a través de la música, el baile, la pintura o el cine. Así que, bajo esta premisa, bien podríamos preguntarnos qué sentidos estimula la literatura.

Una salida fácil, evidente, es que la literatura estimula al tacto con ese roce de hojas flexibles, tan lejano al peligroso roce con el papel bond de la oficina; o que estimula el olfato, tanto con su perfume libro nuevo como con su fragancia libro viejo. Sin embargo, al considerar el rumbo de nuestros tiempos, sabemos que el culto al libro como objeto va perdiendo terreno. Así lo reconoce, por ejemplo, el bibliófilo español Jesús Marchamalo en su obra Tocar los libros (2016): «Pero ¿para qué guardar tantos libros? Tal vez pretendamos buscar una justificación apoyándonos en la falacia de la herencia que vamos a dejar a nuestros hijos. Y digo falacia porque es ilusorio pretender que nuestros herederos —todos ellos nativos digitales, además— vayan a cargar gustosos con un patrimonio bibliográfico cuyo valor, desde la aparición del libro de bolsillo, es casi exclusivamente sentimental».

Ahora que, si consideramos los detalles íntimos acerca de la posición y el lugar que ocupamos para leer, los sentidos estimulados se amplían: en un sillón, en la cama, bajo un árbol, en la tina, en el regazo de alguien más, frente al mar, con un perro a nuestros pies, con un gato ovillado a nuestro lado, cerca de la ventana en un día lluvioso, etcétera.


 

Pero tanto la textura del libro, como la calidad de nuestro sofá, son factores accesorios que poco o nada tienen que ver con el verdadero y profundo placer que puede provocar la literatura, pues éste es experimentado por los valientes lectores de metro, los comodinos lectores de café, los lectores (a veces forzados) en la escuela, e incluso los lectores de rebote, ésos a quienes alguien les lee y que nunca tocan el libro (o el gadget) donde se almacena el texto y que, en ocasiones, nos escuchan desde una no tan cómoda cama de hospital.

Es evidente entonces que el gusto por la lectura de obras literarias va más allá de nuestros sentidos, pues se asocia con el placer de imaginar, con el placer de creer, con el placer de regocijarse en lo intangible. Dichos placeres no nos son otorgados por el libro en sí mismo, sino que uno los conquista a pulso, en el ejercicio de decodificación elemental que comenzó en nuestros años escolares y que tanto las buenas compañías como las lecturas entrañables nos llevaron a transformar en hábito para consagrarnos, más tarde, como lectores por placer. De ésos que, como Borges, están orgullosos de lo que han leído y de ésos que reconocen, con sabiduría, que no es el libro, sino la historia, lo que debemos conservar para siempre. Benito Taibo incluye en su novela Cómplices (2015) un episodio al respecto entre dos personajes anónimos:

Exacto. Así, justamente. La casa se quema, ella arriba, la biblioteca abajo. ¿Me podrías decir qué libro te llevarías?

Ninguno —contesta él tranquilamente.

¿Ninguno? ¿No eres un gran lector? Eso me dijeron tus amigos…

Soy un lector. Seré un gran lector en el futuro. Cuando haya leído todo eso que me falta por leer y la casa se queme.

¿Y no te llevarías ninguno de tus preciados, queridos, admirados libros?

No.

¿Se puede saber por qué?

Se puede. Si la casa del futuro se quema y mi esposa está arriba y los libros abajo, iría a buscarla a ella.

El que pregunta se tranquiliza un poco.

Lo entiendo. De acuerdo. Tú y tu esposa salen de la casa sin un rasguño. Te da tiempo de ir corriendo y rescatar un solo libro de la casa en llamas del futuro. ¿Cuál escogerías?

Ninguno.

¿Por qué? ¡Carajo!

La estaría consolando a ella. A mi esposa, que también será lectora como yo…

El que pregunta cierra la libreta, se mete el lápiz en la camisa, se da media vuelta y se marcha diciendo maldiciones. Él no tiene que rescatar ningún libro de los que ha leído porque los recuerda perfectamente. Y no tiene que rescatar ningún libro de los que no ha leído porque puede volver a tenerlo, comprado, prestado, regalado, sacado de la biblioteca pública (Taibo, 158-59).

Entonces, si el arte de escribir literatura, especialmente narrativa, consiste en la confección de un objeto que en sí mismo no es más que papel y tinta, pero que, al mismo tiempo, puede ser un mundo entero, el arte literario, en realidad, se asemeja mucho al arte del ilusionista, ese sujeto que ha logrado tal maestría en el control de sus movimientos (y en la creación de distractores) que puede engañarnos con objetos tan cotidianos como los pañuelos o con objetos tan espectaculares como las espadas o el fuego.

Y es que, al leer narrativa, mientras alcanzamos tal grado de abstracción para sentir que lo leído es real, nunca dejamos de estar conscientes acerca de nuestro acto lector. Tal y como ocurre al presenciar un acto de ilusionismo: de entrada, sabemos que hay un truco, que nuestros sentidos nos engañarán, pero al desconocer el mecanismo, o nos cuesta mucho trabajo reconocer que lo visto no fue real o nos encanta la idea de creer que sí lo fue.

En términos narratológicos, todo creador de ficción narrativa tiene, en vez de palomas y naipes, cuatro elementos básicos para envolver a su lector en un mundo que sólo existirá en su mente gracias a la mediación de las palabras: el espacio, el tiempo, los personajes y el narrador. Veamos, a través de un microrrelato, cómo funciona el truco detrás de cada categoría.

El príncipe azul
Luis Bernardo Pérez

La dama del décimo piso ya no piensa más en el matrimonio. Sabe que a su edad lo mejor es resignarse a permanecer soltera para siempre. No obstante, todavía sueña con su príncipe azul y, en ocasiones, mientras toma su té en medio de gatos somnolientos y carpetitas bordadas, se pregunta cuál sería el aspecto de éste y por qué nunca apareció.

Lo triste del caso es que el príncipe sí acudió a la cita. Hace veinte años, se apeó del caballo frente al edificio donde ella ha vivido desde que era una niña y, al encontrar descompuesto el ascensor, intentó subir por las escaleras. Desgraciadamente, la pesada armadura y la fatiga producida por el largo viaje le impidieron llegar: en el séptimo piso se desmayó a causa del agotamiento. Allí lo encontró una mujer, quien lo ayudó a quitarse el yelmo, lo cuidó, lo alimentó y se casó con él.

La dama del décimo piso baja casi todas las tardes al séptimo para ver la televisión con su vecina. En ocasiones, observa de soslayo al marido de ésta (un señor calvo y mofletudo que sólo habla de futbol) y se sorprende al sentir un ligero hormigueo recorriéndole la espalda.

a) Espacio

La primera ilusión a la que nos enfrentamos como lectores es a la de espacio, pero estamos tan familiarizados con la idea de que una historia debe ocurrir en algún lugar y que, muchas veces, el lugar es lo de menos, que ni siquiera detectamos el engaño: lo esperamos y lo aceptamos sin cuestionamientos.

En este microrrelato, la ilusión referencial se construye, por un lado, a partir de una iconización semántica, es decir, a través de lexemas que nombran los objetos del mundo (edificio, ascensor, escaleras) «cuyas propiedades semánticas relativamente estables y particularizantes subrayan su función referencial y los convierten en el lugar privilegiado de los diversos sistemas descriptivos» (Pimentel, 30).

Por otro lado, el autor también recurre a una iconización discursiva, al empleo de adjetivos que den cuenta de la forma, tamaño, color, textura, cantidad, etcétera, de los objetos que conforman el espacio para la acción: décimo y séptimo piso, gatos somnolientos, carpetitas bordadas.

Existe un tercer tipo de iconización, la extratextual, que no está presente en esta historia, pues consiste en nombrar espacios bien definidos que existen en el mundo del lector, por ejemplo, Nueva York o Tokio, para facilitar al narrador su tarea de provocar cierto efecto de sentido, ya que el lector, aun si nunca ha estado en ellos, cuenta con una idea pre-fabricada de éstos como parte de su cultura general.

b) Tiempo

La segunda ilusión a la que nos sometemos de manera inconsciente al disfrutar un texto narrativo constituye la dimensión temporal del relato. Al respecto, el truco más descarado es aquel que configura el tiempo diegético o del relato, pues imita nuestra temporalidad humana al emplear términos como minutos, días, semanas, meses, años, etcétera. En el caso de nuestro ejemplo, nos dijo el narrador que «hace veinte años» sí acudió el príncipe azul. En cambio, el truco fino y, en términos narratológicos, más interesante, es el que emplea todo narrador para construir el tiempo del discurso, es decir, para engarzar la sucesión de secuencias narrativas a partir de tres principios: orden, duración y frecuencia.


 

En el relato El príncipe azul hay una notoria discrepancia de orden entre lo que pasó primero (hace veinte años el príncipe llegó al edificio) y lo que se narra primero («La dama del décimo piso ya no piensa más en el matrimonio»), por lo tanto, la narración es discordante, a diferencia de los cuentos clásicos, de narración concordante, donde el príncipe azul llega a tiempo, generalmente, al final para que todos puedan ser felices por siempre.

Para abordar la duración en el tiempo del discurso hay que considerar también la extensión del texto, por ejemplo, las pausas descriptivas que abundan en las novelas históricas abarcan una extensión de varias líneas y al mismo tiempo exigen mayor tiempo para su lectura, veamos una de El corazón de piedra verde (2007), novela escrita por Salvador de Madariaga:

El rey echó su acayetl o cigarro sobre las ascuas de un pebetero que ardía en un rincón de su cámara y se dirigió a las habitaciones de su mujer favorita. Iba cruzando salas ricamente decoradas con toda suerte de animales reales e imaginarios, cuyas siluetas doradas caracoleaban sobre un fondo de estuco bruñido; pisando con pie ligero, calzado con zapatos de piel de tigre teñidos de verde y suela de oro, sobre pisos de madera primorosamente decorados y tan brillantes que reflejaban su figura como un agua quieta (12).

A cambio de una nítida imagen de aquel palacio azteca, el narrador tuvo que sacrificar tiempo de narración, es decir, de acción y, como lectores, nos sumergimos en un ritmo narrativo lento. En cambio, el microrrelato de Luis Bernardo Pérez condensa mucho tiempo en dos o tres líneas de rápida lectura como «ya no piensa más en el matrimonio», «Hace veinte años, se apeó del caballo frente al edificio donde ella ha vivido desde que era una niña» o «el largo viaje», lo que provoca un ritmo narrativo acelerado.

Por último, dado que la microficción es un reto narrativo donde siempre menos es más, la frecuencia tiende a ser sencilla, a veces, tipo singulativa, lo que pasa una vez se narra una vez (el príncipe sí llegó); a veces, iterativa, lo que pasa varias veces se cuenta sólo una vez («En ocasiones, observa de soslayo al marido de ésta (un señor calvo y mofletudo que sólo habla de futbol) y se sorprende al sentir un ligero hormigueo recorriéndole la espalda»). Sin embargo, en artefactos narrativos más complejos, la frecuencia singulativa también se manifiesta cuando aquello que pasa en varias ocasiones se cuenta en varias ocasiones. Y se echa mano también de la frecuencia repetitiva, lo que pasa una vez se cuenta varias veces, por ejemplo, dentro de la saga Harry Potter, cada vez que se retoma el asesinato de Lily y James.

c) Personajes y narrador

Entonces, aunque espacio y tiempo son ejes primordiales del universo diegético, apenas son el escenario para esos seres a los que acompañamos a lo largo de páginas y páginas de aventuras o desventuras, a quienes llegamos a amar y a odiar, o que incluso nos han llevado al borde de las lágrimas. Sin embargo, para la narratología no pasan de ser «un efecto de sentido, que bien puede ser del orden de lo moral o de lo psicológico, pero siempre un efecto de sentido logrado por medio de estrategias discursivas y narrativas» (Pimentel, 59). Como ven, se trata de trucos muy elaborados.

El primer anzuelo que mordemos para creer que los personajes son reales está en que éstos poseen un nombre propio como nosotros: Aureliano Buendía, Héctor, Sabina, Alejandra Varela, Paloma o Sebastián; pero también aceptamos que es una cualidad prescindible, tal como ocurre en el relato El príncipe azul, donde sólo tenemos a la mujer del décimo piso, a su vecina del séptimo y a un príncipe convertido en un marido bastante convencional.

Sea como sea, a lo largo del relato iremos conociendo al personaje, poco a poco, exactamente como conocemos, en el mundo real, a las personas reales que nos rodean. He ahí otro de los trucos del narrador.

No obstante, en el caso de la microficción, no hay espacio suficiente para conocer a los personajes a través de varios párrafos, así que un recurso muy útil es invocar personajes pre-codificados, en este caso, de tipo social (las vecinas de un edificio de departamentos, una casada y otra soltera; o el marido calvo y mofletudo que sólo habla de futbol); y también, de tipo literario, el famosísimo Príncipe Azul. Así, el narrador no tiene más que soltarnos las palabras precisas para que nuestra mente haga el resto, por ejemplo, con la solterona, a quien nunca se refiere usando esa palabra, pero a quien cortésmente presenta como La dama del décimo piso que ya no piensa más en el matrimonio y que vive rodeada de gatos y carpetitas.

Tampoco es casual que el narrador evite señalar a la mujer del décimo piso como solterona, pues otra de las ilusiones más empleadas en narrativa es la objetividad y para alcanzarla «no basta con que la narración de los actos del personaje provenga de un narrador en tercera persona, supuestamente objetivo, para hacerla confiable; es necesario tomar en cuenta la relación que ese narrador establece con el personaje» (Pimentel, 70). Así, mientras más lejana sea esta relación, sin juicios, más fácilmente caeremos en la ilusión de realidad que se nos presenta.

Observemos cómo la relación del narrador con el Príncipe Azul se modifica dentro del relato:

La primera mención es objetiva, «el príncipe sí acudió a la cita. Hace veinte años, se apeó del caballo frente al edificio donde ella ha vivido desde que era una niña y, al encontrar descompuesto el ascensor, intentó subir por las escaleras»; inmediatamente después, la relación se transforma cuando el narrador se muestra empático con el héroe venido a menos, «Desgraciadamente, la pesada armadura y la fatiga producida por el largo viaje le impidieron llegar»; pero, al finalizar el relato, no quedan rasgos de esta empatía, pues ese príncipe ahora es nombrado como «un señor calvo y mofletudo que sólo habla de futbol», lo que dista mucho de una descripción objetiva o empática al describirlo como «mofletudo» y señalar que «sólo» habla de futbol.

De esta manera, podemos observar que, con una lectura atenta, quedan desveladas ciertas estrategias de configuración del personaje que, además, nos permiten acceder a la ideología manifiesta del narrador: la dama del décimo piso no merece ser llamada solterona porque el Príncipe Azul responsable de dicha situación ya no vale la pena. En otras palabras, porque es mejor estar solo que mal acompañado.

¿Locura?

Relacionar la locura con el arte o con la decisión de dedicar una vida a su dominio o a su estudio es bastante recurrente. Por ejemplo, el crítico literario Terry Eagleton, en su obra ensayística Cómo leer un poema (2016) confiesa:

«Los críticos académicos vivimos en un permanente estado de terror, temiendo el día en que algún funcionario menor de una oficina estatal, perezosamente repasando un documento, se tropiece con la embarazosa evidencia de que en realidad se nos paga por leer poemas y novelas. Esto resultaría tan escandaloso como recibir un salario por tomar el sol o por tener relaciones sexuales.


 

Pero no se trata sólo de que se nos pague por leer libros. Lo inaudito es que se nos paga por leer libros sobre personas que nunca han existido o sobre hechos que nunca han tenido lugar. En la vida común, a hablar de gente imaginaria como si fuese real se le denomina psicosis; en las universidades, se le llama crítica literaria» (32).

También sabemos que la imagen del poeta como individuo que no encaja, pues siempre anda en las nubes o en los rincones más miserables buscando la belleza de lo marginal, es bien conocida. De tal suerte que la belleza del mundo queda así reservada para unos cuantos a los que nos les interesan los temas normales: el clima, el trabajo, el tráfico, las deudas. Por ejemplo, en La señora Dalloway (2003), Virginia Woolf, además de recrear los pensamientos de una señora preocupadísima por su fiesta, incluye a un personaje que encarna la mítica sensibilidad del poeta, un joven veterano de guerra llamado Septimus Warren Smith:

«Sólo tenía que abrir los ojos; pero un peso, un miedo, los mantenía cerrados. Se esforzó, luchó, miró; vio que tenía delante Regent’s Park. Largos rayos de sol le acariciaban los pies. Los árboles se movían, se balanceaban. Nos alegramos, parecía decir el mundo, aceptamos, creamos la belleza. Y, como para probarlo (científicamente), dondequiera que miraba, a las casas, a las balaustradas, a los antílopes que estiraban el cuello por encima de las rejas, la belleza surgía al instante. Contemplar una hoja estremecida por una ráfaga de aire le proporcionaba una alegría incomparable. En lo alto del cielo las golondrinas se dejaban caer, se desviaban, iban y venían dando vueltas y más vueltas, pero siempre con un dominio absoluto, como si estuvieran sujetas con elásticos; y las moscas subiendo y bajando; y el sol, iluminando primero esta hoja, luego aquélla, travieso, manchándolas de oro suave, lleno de buen humor; y de cuando en cuando algún carrillón (podía ser la bocina de algún automóvil) tintineando gloriosamente entre los tallos de hierba; todo aquello, tranquilo y razonable como era, hecho, como estaba, de cosas ordinarias, era ahora la verdad; ahora la verdad era la belleza. La belleza estaba en todas partes» (79-80).

 

El poeta está loco. Y debe estarlo si realmente quiere lograr poesía en sus textos. Veamos cómo lo justifica un maestro del haiku ante un aprendiz llamado Dientes Salientes, ambos personajes de la novela Loco por el haiku (2011), escrita por el norteamericano David G. Lanoue:

«¡Dientes Salientes, ser poeta significa que debes enloquecer! […]

¿Para qué enloquecer? Veamos la cuestión desde otra perspectiva: ¿por qué aferrarte a tu mente, la así llamada “mente normal”? ¿Qué es lo que tu “mente normal” ha logrado? ¿Felicidad? ¿Amor? ¿El perfecto haikú? No lo creo. ¿Has tomado en cuenta la posibilidad, Dientes Salientes, de que quizás tú seas el origen mismo de todos tus problemas? ¿Más precisamente, tu así llamada “mente normal”?

Nada importante ha sido adquirido por ese pequeño tirano. Oh, sí, puede planear, medir y ensamblar escalones, construir templos, castillos con pisos apilados unos sobre otros hasta alcanzar las nubes, ¿pero la “mente normal” alguna vez, desde el comienzo del tiempo, ha creado arte? ¡Nunca!» (87-88).

En defensa de aquellos que imaginamos historias o que jugamos con las palabras de manera voluntaria y bajo un estatuto clínico de individuos saludables, cuerdos, he de decir que, si bien nuestras ideas, en el mejor de los casos pueden parecer bonitas para nuestros seres queridos o cercanos, en más de una ocasión terminan etiquetadas como productos de una mente enloquecida, cuando, definitivamente, más que producto de arrebatos irracionales o de trances místicos, en muchas ocasiones representan el fruto de un arduo trabajo escritural, consciente y crítico. Tal como lo señala Felipe Bohórquez en su artículo «El sargento inspirado»:

«A los creyentes de la musa, la musa los encuentra escribiendo; a los ateos de la creatividad, ese abismo creativo los impulsa a escribir y a requerir de una rutina que les ayude frente a la falta de inspiración. Ese vértigo de tomar vuelo y comenzar a distribuir palabras sobre la página en blanco es la única forma de derrocar su tiranía. Es un ejercicio como cualquier otro y requiere su entrenamiento. Por supuesto, no todo lo que se escribe es publicable; en alguna otra ocasión se podrá hablar de saber dar pausas al texto, dejarlo reposar y aprender a llenar la papelera con ejercicios que no llegaron a buen término. Hay sesiones de levantamiento de personajes, rutinas métricas, manejo de campos semánticos, repetición y variaciones» (77-78).

El arte de escribir consiste, por lo tanto, en asumir que aquello que las musas nos susurran (o nos gritan) nunca es suficiente. Hay que buscar ideas. Leer a otros autores (no sólo literarios) y observar cuidadosamente nuestro alrededor. De esta manera, podremos redescubrir lo que José Antonio Marina identifica como «ver poéticamente», es decir, «con ese aspecto de novedad, de interés, de excepcionalidad que tienen o pueden tener las cosas» (Gordon, 34). Esto nos ayudará a construir una alternativa para nuestra mirada normal. Tomemos como ejemplo un poema de Fabio Morábito dedicado a los elefantes y que se encuentra en el poemario Alguien de lava (2002, 51-52):

Los elefantes nacen viejos,
tener desde el comienzo todas
las arrugas
es su sabiduría.
Pueden averiguarlo todo
porque reducen a su mínima
expresión, a su interior
desnudo y sin escoria,
lo que les sale al paso,
como hacen con los árboles,
o sea que pueden ignorarlo todo.
Su trompa es la extensión
de sus arrugas,
es la culminación de su vejez.
Tanta vejez anda en manada
para defenderse,
tantas arrugas juntas
para lograr
la calma de los elefantes,
su extraordinaria falta
de locura.
Llegar a todas las arrugas
de la tierra,
al fondo de los surcos
donde no hay sol, ni clima, ni deseos,
llegar
a la sabiduría de la esponja
y recibirlo todo, abrirse a todo,
envejecer de tanto abrirse,
palidecer por falta de carácter
y ser interiormente una manada,
nunca uno solo.

De esta manera, gracias a la visión del poeta, los elefantes dejan de ser meros mamíferos ungulados del suborden proboscídeos, herbívoros, con la piel muy gruesa, largos incisivos superiores que utilizan como defensa, y con una trompa prensil que constituye la nariz y labio superior (Pequeño Larousse Ilustrado, 2012) para transformarse en un emblema de la sabiduría y en seres que reivindican la vejez en un mundo obsesionado con la juventud.

El poeta no está loco, pero sí está obsesionado con las palabras y con la magia, el poder o la incapacidad de éstas para nombrar o recrear todo aquello que nos rodea, desde elefantes, hasta la luna, pasando por gatos, rosas, mujeres, hombres, tristezas, injusticias, amaneceres e incluso la misma poesía.

A manera de conclusión

Finalmente, como todas las artes, el arte de escribir estará reservado para quien esté dispuesto a entrenar arduamente, todos los días, en este caso, leyendo, escribiendo, reescribiendo, tachando, borrando, y empezando de cero, una y otra vez, lo que quizá para una mente normal constituya una locura: ¿Cómo es posible que un texto requiera de tanta atención?

Dichosos aquellos que lo comprendan porque han leído, pues este deseo por dominar y redescubrir el lenguaje comienza con el amor por la lectura, por esa fe en la creatividad del ser humano que ha insistido en revelar las dudas o los sentimientos más íntimos a través de un poema; o en su prodigiosa imaginación que sigue apostando por ofrecernos mundos inexistentes, pero a la vez, tan humanos, que nos toquen profundamente y nos ayuden a ver aquello que nuestra mente normal jamás hubiera considerado valioso.

( https://elcuadernodigital.com/2020/09/04/el-arte-de-escribir-gracia-ilusionismo-locura/ )


Sin la escritura, esa maravillosa posibilidad de lo humano de trascender su propio trazo de existencia en existencias venideras, habiendo sido atravesado por tanto escrito del pasado … tiene en las historias, como relatos y metáforas que permitan imaginar otras realidades posibles, pero especialmente en las historias que cuentan lo que el pueblo hace, dice, siente, sueña y padece en su tiempo y su espacio, el valor universal de la memoria y el valor concreto del conocimiento, dando sentido y dirección a esa frase popular con la que comenzamos este escrito … “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla” .


De aquí la importancia y la enorme responsablidad de contar este, nuestro tiempo, recordando nuestra historia y recorrido como pueblo … para que nunca más … la desmemoria nos lleve de nuevo por aquellos nefastos derroteros … Nunca mas dictaduras, Nunca mas gobiernos neoliberales en nuestro suelo.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack



Imágenes:

Obras de León Ferrari. Artista plástico Argentino nacido Un 3 de septiembre de hace un siglo nacía quien hizo del arte una forma de militancia social.




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