Sábado 28 de marzo de 2020

LA GLOBALIZACIÓN EN PEDAZOS, LA NECESARIA COOPERACION  
Y EL COMUNISMO DEL SIGLO XXI

Los tiempos actuales nos demuestran muchas cosas, entre ellas la fragilidad de la sociedad global ante retos que van más allá de la incesante interconexión económica; tal vez nos creímos tanto el discurso de sometimiento hacia la naturaleza, que dimos por hecho que no sería posible lo imposible… La incertidumbre se sobrepone ante la aldea global en construcción.


El covid-19 ha sido explicado en los últimos días de distintas formas: sea como parte de un proceso evolutivo de tipo virológico derivado de la incorporación de animales salvajes en la alimentación humana, o como parte de una “Guerra Fría” a nivel biológico para retener u ostentar el poder mundial entre naciones desarrolladas y economías emergentes. Sin resaltar el origen del mismo, lo que realmente evidente es que este reto mundial nos ha sometido a la reflexión sobre nuestro actuar y sobre todo nos ha obligado a mirar aquellas injusticias que aún se presentan como los grandes retos de la humanidad en el siglo XXI y que, sin embargo, habíamos aceptado mediante la indiferencia.

Es por ello que en esta breve entrada se abordarán algunos elementos que han salido a la luz derivado de los intentos por frenar la viralización a escala global.

Las asimetrías del sistema-mundo o centro-periferia

El reto actual ha mostrado la pluralidad de acciones que cada Estado-Nación ha implementado en sus respectivos territorios para garantizar la salud pública de sus habitantes, así como no sufrir los estragos económicos y administrativos que derivan la propagación del covid-19, particularmente su ramo económico y de salud pública.

Sin embargo, esas decisiones muestran las relaciones asimétricas de poder que permiten el funcionamiento del sistema global actual; mientras unos países pueden costear la merma económica de mantener a su población en casa y suspender pagos de servicios de manera provisional (Val, 2020), otras administraciones no pueden siquiera garantizar las pruebas para la detección del covid-19 en su población.

Esto nos muestra una vez más que incluso la desigualdad mundial que se requiere para que el sistema funcione se presenta en estos retos de diferentes maneras y con diversas consecuencias. Los estragos de estas asimetrías de poder no respetan lugar geográfico o adscripción económica; mientras que en Italia el sistema forense colapsa y trata de solventarlo con el apoyo de la fuerza armada, en países latinoamericanos están asumiendo desde ya las desventajas derivadas de la falta de atención en el sector salud, educativo, económico… lo más que pueden hacer es obligar al aislamiento de la mayor cantidad de personas que puedan, ya que la “ventaja demográfica” que poseían como atracción de inversiones en zonas con abundante mano de obra hoy se les revierte como una desventaja.



Así pues, comparar acciones realizada entre países o regiones, debe ser entendido también como resultado de procesos de desigualdad estructural propia del sistema económico preponderante. No es que los gobiernos de países periféricos tengan una indiferencia hacia su población, sino que hacen lo que pueden con lo que tienen y están en espera de que la vacuna se genere rápidamente en otros lugares del mundo para que puedan comprarla y atender lo casos más críticos.

Una vez más en el caso latinoamericano se hace presente que somos dependientes del know how en todo sentido… esperando la solución externa a problemas externos que provienen de esta asimetría de poderes a escala global.

Crítica a la romantización de la cuarentena

El cierre de fronteras y el llamado al aislamiento voluntario muestran formas de poder que se ensamblan a nivel económico y de clase. La romantización de la cuarentena se presenta para muchos como una forma experimental para que el home office se vuelva la regla y no la excepción; no obstante, para otros (la gran mayoría de la población en países en vías de desarrollo) esa idea no es más que un sueño que se desvanece con el amanecer y la necesidad de buscar el pan de cada día.

Haciendo una crítica más detallada sobre este discurso romántico del confinamiento social se podrá observar que esa posibilidad no se puede materializar en su plenitud en las sociedades periféricas por cuestiones estructurales, entre las que destaca que muchas de las cadenas productivas están enfocadas en actividades que requieren el contacto social: comercio local, turismo y la economía informal.

Lo anterior pone en peligro economías que dependen de este sector o donde una parte relevante de la población se dedica a este tipo de actividades económicas.

Por ejemplo, en México se estimó que la economía informal está conformada por 30.9 millones de personas (Solís, 2019), es decir, cerca de la cuarta parte de la población nacional. Este sector “es incluso mayor que aquellos que están en la formalidad, que pagan impuestos y tienen prestaciones sociales de distinta característica” (Solís, 2019).

En este sentido, las condiciones estructurales de cada país son un factor positivo o negativo para ciertas medidas empleadas; no es que la gente no entienda la gravedad de contagio por covid-19, pero sus condiciones de clase no le permiten asumir los costos de ese cambio en su estilo de vida porque sabe que es esa persona contra el mundo; el estado no puede garantizarle su supervivencia.

La segunda muerte de los excluidos

No importa la palabra eufemística que se utilice para nombrarlos y convocarlos, ellos son el grupo más vulnerable en estos tiempos de crisis global. Sean Homeless, sin techo, indigentes, migrantes, trashumantes, o refugiados, ellos son quienes están ante condiciones más propensas a ser olvidados por la historia de aquellos que salgas avante de la propagación del covid-19.

Son los excluidos del sistema que hoy se vuelven los primeros victimarios de una fuerza natural (sea impulsada por cuestiones inmanentes al desarrollo de la vida en la Tierra o por intervención directa, deshumanizante y patológica del sujeto social) que pone a reflexionar incluso al más escéptico.

Los gobiernos no sólo deberán pensar en aquellas personas que no pueden quedarse en casa, sino también en aquellos que no la tienen o que permanecen en lugares símiles a los campos de concentración de la segunda Guerra Mundial. No nos podemos permitir sucumbir ante un problema donde la solidaridad y la empatía se vuelve un imperativo categórico y ético.

Conclusiones

El reto que la propagación y cura del covid-19 representa, pone al descubierto las injusticias del sistema en que vivimos. La capacidad de enfrentar este problema sanitario en cada Estado-Nación deriva de sus condiciones históricas en el ámbito económico, político, social, educativo  cultural; hoy más que nunca la solidaridad se presenta como opción de supervivencia (y que se ve con el apoyo de países como Cuba a escala internacional para coadyuvar en esta crisis sanitaria, TeleSur, 2020), ayudar desinteresadamente en la medida de nuestras posibilidades es quizá una forma de resistir a un hecho que puede repetirse en el futuro.

David Quammen: las causas ambientales de la pandemia y los efectos sociales del distanciamiento
Escrito por Stella Levantesi para Il Manifesto. Traducido por lavaca.org
El periodista e investigador de temas científicos David Quammen escribió en 2012 un libro con un título que, en 2020, impresiona: Spillover (derrame, o desbordamiento) – Infecciones animales y la próxima pandemia humana. Allí describía la propagación de enfermedades de animales a humanos y explicaba que la próxima gran pandemia sería causada por un virus zoonótico proveniente de un animal silvestre –probablemente un murciélago- con el que los humanos estarían en contacto en algún mercado de China.

En una entrevista al medio italiano Il Manifesto, realizada por Stella Levantesi, Quammen explica que el origen de la pandemia era previsible y las características de los virus al pasar de animales a humanos. Habla también sobre la relación entre destrucción del medio ambiente y la crisis climática con la aparición de estas pandemias. Sobre la desinformación científica, los medios y el miedo inútil. Y plantea: «Tenemos que tener mucho cuidado de que el distanciamiento social no conduzca al distanciamiento emocional y que comencemos a mirar a la otra persona como una amenaza o un enemigo».

David Quammen es el periodista, investigador y escritor norteamericano que escribió Spillover (derrame o desbordamiento) Infecciones animales y la próxima pandemia humana. “Las advertencias estaban allí. Los científicos que trabajan en estas cosas sabían que los coronavirus deberían estar a la cabeza en la lista de vigilancia, porque los coronavirus mutan con frecuencia y, por lo tanto, evolucionan rápidamente”. 

Spillover fue considerado en su momento “Libro notable del año” por The New York Times, el mejor libro del año por Scientific American, y finalista en los premios National Book Critics Circle Award, entre otras distinciones. Quammen colabora con National Geografic, Harper’s, The New York Times y Rolling Stone, entre otras.
¿Por qué no se hizo caso a las advertencias que formuló en ese libro? Explicó Quammen a la revista Orion: “Por dinero, política e indiferencia pública. El dinero para la respuesta a la enfermedad pandémica estará disponible solo después de que haya comenzado el brote. Cuando el último brote desaparece, nunca hay suficiente dinero disponible para prepararse para el próximo”. Dijo también: “Un bosque tropical, con su gran diversidad de criaturas y microbios visibles, es como un hermoso granero viejo: lo derriba con una excavadora y los virus se elevarán en el aire como el polvo”.
Esta es la entrevista publicada por Il Manifesto Global (la versión original en Il Manifiesto por Stella Levantesi.

Distanciamiento social, conexión emocional

Quammen no previó el futuro, estudió los datos científicos e investigó e informó sobre la historia de las epidemias. Desde su casa en Montana, Quammen respondió algunas de nuestras preguntas para ayudarnos a comprender mejor la pandemia actual. En esta entrevista, profundizamos en las causas, la dinámica y las consecuencias de la pandemia de coronavirus. Está editado ligeramente para mayor claridad.

¿Cómo se produce el Derrame o Desbordamiento (Spillover)?

Desbordamiento es el término que se aplica a ese momento cuando una especie de virus u otra enfermedad pasa de su huésped no humano a su primer huésped humano. Ese es el derrame. Así, el primer huésped humano es como el paciente cero. Y las enfermedades que hacen eso se llaman enfermedades zoonóticas. Al virus en sí, lo llamamos zoonosis. Entonces, la propagación ocurre cuando una zoonosis pasa del reservorio donde vive de manera permanente y discreta sin causar enfermedad, por lo general, en algún tipo de animal no humano. Cuando pasa de ese animal no humano a su primera víctima humana: eso es desbordamiento.

Cuando se rompen ecosistemas

Un capítulo de su libro se titula: «Todo viene de algún lado». Entonces, ¿por qué y cómo es que la destrucción humana de la biodiversidad o la interferencia humana en el medio ambiente crean las condiciones para que surjan nuevos virus como el actual?

Nuestros diversos ecosistemas están llenos de muchos, muchos tipos diferentes de especies de animales, plantas, hongos, bacterias, otras formas de diversidad biológica, otras criaturas vivientes, todas criaturas celulares. Un virus no es una criatura celular. Un virus es solo una tira de material genético dentro de una cápsula de proteína. Es una especie de parásito mecánico sobre las criaturas celulares, no puede reproducirse de forma independiente, solo puede reproducirse al entrar en una criatura celular y usar la maquinaria de esa célula para fabricar sus propias proteínas, fabricar su propio genoma y multiplicarse en cientos de partículas virales.



Entonces, nuestras muchas especies de animales que viven en diversos ecosistemas tienen sus propias formas únicas de virus. Ni siquiera sabemos cuántos virus viven en los animales del bosque del Congo o en los animales del Amazonas. No tenemos idea. Solo sabemos que son muchos virus diversos. Y así, cuando los humanos perturbamos esos diversos ecosistemas, cuando entramos allí y talamos árboles y construimos campamentos de madera y construimos campamentos mineros y atrapamos a los animales, los matamos para alimentar a los trabajadores o los matamos para transportar a otro lugar y vender en un mercado, o incluso capturarlos en vivo para transportarlos y venderlos en un mercado, nos ponemos en contacto con esos animales, perturbamos esos ecosistemas y liberamos, en efecto, nuevos virus. Ofrecemos a esos virus la oportunidad de aprovechar un nuevo host (huésped). Y ahí estamos como el nuevo anfitrión potencial. 

Y luego, porque somos tantos y estamos tan estrechamente interconectados: 7.700 millones de humanos en el planeta ahora vuelan en aviones por todas partes, transportan alimentos, transportan otros materiales, si estos virus se apoderan de un humano, si pueden replicarse en un humano, si evolucionan para poder transmitir de un humano a otro, entonces han ganado el sorteo, o como me dijo un científico, han ganado el boleto de oro porque ahora el anfitrión en el que están es el huésped animal más abundante en el planeta. Pueden ir a todas partes y pueden infectar a millones y millones de personas. Y eso es lo que pasa. Y esa es la causa raíz de los efectos secundarios y la causa raíz del problema de las enfermedades zoonóticas que se convierten en pandemias mundiales.

Sobre los murciélagos

¿La distinción entre enfermedades zoonóticas y no zoonóticas ayuda a explicar por qué los humanos han conquistado ciertas enfermedades y no otras? ¿Es más difícil curar las enfermedades zoonóticas? Y si es así, ¿por qué? 

El 60% de las enfermedades infecciosas humanas son zoonóticas, lo que significa que el virus o sus causas provienen de un animal no humano en tiempos relativamente recientes. Sabemos lo que sucedió y podemos rastrearlo con investigaciones científicas y decir: «este virus proviene de ese tipo de animal». El otro 40% de las enfermedades infecciosas humanas tenía que venir de algún lado. Entonces, debido a que somos una especie relativamente joven, la mayoría de nuestras enfermedades infecciosas son causadas por virus u otros agentes patógenos que son versiones que evolucionaron lentamente de otras cosas que vinieron de otras especies hace mucho tiempo, quizás miles de años atrás.  

Por ejemplo, el caso más famoso: hemos erradicado la viruela y ahora existe solo congelada en algunos laboratorios de investigación. No circula en la población humana. ¿Por qué hemos podido hacer eso? Porque no vive también en animales. Si la viruela también viviese en algún tipo de murciélago o de mono, entonces no podríamos deshacernos de ella en la población humana a menos que también lo hiciéramos en esa población animal. Tendríamos que matar a todos esos murciélagos o curarlos también de la viruela. Es por eso que podemos erradicar una enfermedad como la viruela, y ahí es donde nunca podremos erradicar una enfermedad que es zoonótica a menos que matemos a los animales en los que vive. 
Entonces, ¿cuál es la solución si un murciélago nos transmite un virus? ¿Deberíamos matar a todos los murciélagos? No, esa no es la solución. La solución es que debemos dejar a los murciélagos solos, porque necesitamos murciélagos y nuestros ecosistemas necesitan murciélagos.

¿Es relevante el hecho de que los murciélagos y los humanos sean mamíferos para facilitar que el virus se propague?

Probablemente lo haga más fácil. Muchos de los virus que causaron el contagio y la enfermedad zoonótica en los últimos 60 años tienen su reservorio en los murciélagos. ¿Pero por qué los murciélagos? ¿Por qué los murciélagos parecen estar demasiado representados?


 Primero, son mamíferos como nosotros. Por lo tanto, es más probable que los virus que se adaptan a ellos puedan adaptarse a nosotros que un virus que proviene de, por ejemplo, un reptil o una planta. La segunda razón es que los murciélagos están excesivamente representados en la diversidad de mamíferos. Una cuarta parte de todas las especies de mamíferos en el planeta son especies de murciélagos, el 25%. Por lo tanto, están excesivamente representados en la diversidad de mamíferos y, por lo tanto, es natural que parezcan sobrerrepresentados como fuentes de virus que ingresan a los humanos.

Hay otro par de cosas más allá de eso. Los murciélagos viven mucho tiempo y tienden a reunirse en grandes cantidades. En una cueva, podría haber 60,000 murciélagos que se unen en la pared de una cueva. Y esa es una buena circunstancia para transmitir virus de un individuo a otro y para que los virus circulen a través de la población. Hay otra cosa que los científicos están comenzando a investigar y es que los sistemas inmunes de los murciélagos pueden ser más tolerantes a la «extrañeza» en sus cuerpos que otros sistemas inmunes.

Aire contaminado y virus

¿Existe una correlación entre altas tasas de contaminación en ciertas áreas y un impacto más fuerte del virus en la población de esa área?

Sí, creo que podría haber una correlación entre la contaminación del aire y el daño a los pulmones y las vías respiratorias de las personas y cuán susceptibles son a este virus en particular. Creo que esa es una pregunta importante. No creo que tengamos respuestas a eso todavía, pero ¿es una pregunta que merece investigación y atención? Si, absolutamente. Es completamente posible que el daño a los pulmones de las personas, incluso si no se nota en tiempos normales, podría estar allí y podría ser suficiente para hacerlos más vulnerables a este virus.

Los síntomas de este virus aparecen tarde. Así que no hay alarma del organismo que diga: «estás infectado». ¿Esto lo hace más peligroso en comparación con otras enfermedades que muestran síntomas mucho antes?

Absolutamente: lo hace más peligroso. Creo que dije en Spillover que tuvimos suerte con el SARS porque incluso si el SARS fuera un virus muy peligroso y se propagara fácilmente de humano a humano y tuviera una alta tasa de letalidad, casi 10%, hubiera sido mucho peor si las personas estaban transmitiendo el virus antes de sentir síntomas. Hubo otros problemas con el SARS, pero generalmente ese no fue el caso. Y dije: «Dios no permita que tengamos un virus tan malo como el SARS, pero que además se propague entre las personas antes de que sientan síntomas». 

En este momento tenemos exactamente ese caso de virus. La tasa de mortalidad no es tan mala, aunque en Italia está cerca de eso. 

El entusiasmo negativo

¿Cuán importante es abordar la desinformación científica en temas como el del calentamiento climático o este virus?

Es sumamente importante abordar la desinformación científica. Absolutamente hay una superposición. Hay personas que están impacientes, enojadas y personas que no están muy bien informadas. Reciben sus noticias de fuentes de noticias poco confiables, y tienen un apetito de entusiasmo negativo. Tienen más interés en las conspiraciones que en la ciencia. Ciertos tipos de personas prefieren ese tipo de explicación porque es más satisfactorio para sus prejuicios. Y la desinformación se propaga fácilmente.


Vivimos en un mundo donde los medios electrónicos están disponibles las 24 horas del día y quieren actualizaciones, quieren ojos, quieren que las personas recurran a su canal porque su canal tiene algo un minuto antes que el otro canal. Así que existe ese tipo de competencia que no beneficia a nadie, excepto a los accionistas del canal. 

Así que creo que nosotros, como consumidores de noticias, debemos resistirnos a estar obsesionados con cuál es el último número, cuál es el último caso, cuáles son las últimas noticias de última hora. Tenemos que seguir eso, prestarle alguna atención, pero necesitamos otras cosas. Necesitamos informaciones sobre el coronavirus que profundicen la causa y el efecto, lo que se puede hacer. Y necesitamos historias que no sean sobre coronavirus. Necesitamos música, necesitamos comedia, necesitamos artes, libros.

Distanciamiento social y emocional

¿Cómo juega el miedo en este tipo de escenario, en el comportamiento colectivo durante una pandemia? Es negativo? ¿Es positivo? ¿O es solo humano?

El miedo es muy humano. El miedo es natural. El pánico también es humano. Pero no son útiles. La gente me pregunta a veces, bueno, hay un nuevo virus que sale de China. ¿Qué tan asustados deberíamos estar? Quiero respetar esa pregunta, pero generalmente digo que es la pregunta equivocada. Porque estar asustado, preocupado no te hará ningún bien. Aprenda más sobre este virus y luego tome medidas y ayude a la sociedad a tomar medidas para controlarlo. 
Tenemos que tener mucho cuidado de que el distanciamiento social no conduzca al distanciamiento emocional y que comencemos a mirar a la otra persona como una amenaza o un enemigo. Manténgase saludable, haga el distanciamiento social y lo superaremos. Pero me parece que el miedo a la otra persona es algo de lo que tenemos que tener mucho cuidado o enfermará nuestra cultura y nuestras sociedades tanto como este virus. Entonces, el distanciamiento social sí, pero mantengamos la conexión emocional.

¿Qué podemos aprender de esta pandemia?

Bueno, antes que nada, podemos aprender que las enfermedades zoonóticas pueden ser muy peligrosas y muy costosas y debemos estar preparados para ellas. Necesitamos gastar el dinero y ejercer la voluntad cuando termine la pandemia, antes de que suceda la próxima. Necesitamos gastar muchos recursos y mucha atención en la preparación. Más camas de hospital, más unidades de cuidados intensivos, más ventiladores, más máscaras, más capacitación de trabajadores de la salud, más capacitación de científicos que estudian estas cosas. Los planes de emergencia a nivel local, a nivel provincial, a nivel nacional para hacer frente a esto, todo eso cuesta dinero. 

La otra cosa que necesitamos aprender es que la forma en que vivimos en este planeta tiene consecuencias, consecuencias negativas. Dominamos este planeta como ninguna otra especie ha dominado este planeta. ¡Hurra por nosotros! Pero hay consecuencias y algunas toman la forma de una pandemia de coronavirus. Esto no es algo terrible que nos acaba de pasar. Es el resultado de las cosas que hacemos, las elecciones que hacemos. Hay suficiente responsabilidad para todos. Necesitamos entender eso.

¿Cómo ves el mundo después del coronavirus? ¿Qué va a cambiar para las sociedades? ¿Qué va a cambiar en la vida de las personas?

Bueno, espero que incluso personas como Donald Trump aprendan por las malas que estas cosas deben tomarse en serio. Tenemos que hacer ajustes. Es posible que comencemos a reducir nuestros impactos en términos de clima, todos los combustibles fósiles que quemamos, la destrucción de la diversidad biológica, invasión de los diversos ecosistemas. Tal vez comencemos a dar un paso más cuidadoso y más ligero en este planeta. Eso es lo que espero y ese es el único bien que puede salir de esta experiencia.

En plena pandemia de coronavirus, hay quienes -desde la derecha pero también desde ciertos progresismos- miran a los Estados autoritarios como modélicos. Mientras, otros piensan en la necesidad de recuperar y reinventar la mejor tradición socialista: la que piensa en términos de Estado y bienestar en democracia, apelando a sociedades civiles robustas que sean capaces de producir un nuevo pacto social global para enfrentar el miedo. ¿Qué tipo de Estados queremos?

De la amarga experiencia del siglo pasado hemos aprendido que hay cosas que los Estados definitivamente no deben hacer. Hemos sobrevivido a una era de doctrinas que pretenden decir, con un aplomo alarmante, cómo deben actuar nuestros gobernantes y recordar a los individuos -mediante el empleo de la fuerza en caso necesario- que quienes están en el poder saben lo que es bueno para ellos. No podemos volver a todo eso».
Tony Judt, Algo va mal (2011)

Autoritarismos a la carta

«Observamos un cierto vínculo entre el coronavirus y los inmigrantes ilegales», dijo el primer ministro húngaro Viktor Orbán, el 3 de marzo pasado. Cuando le preguntaron por los datos, solo se limitó a hacer silencio. Para Orbán, los lazos entre la epidemia y los inmigrantes ilegales deberían ser evidentes para todos. Tras su declaración, aprovechó para hacer lo que mejor sabe: limitar los derechos de asilo a los extranjeros. Ahora Orbán, líder autoritario de un régimen al que no duda en llamar «iliberal» se prepara para gobernar por decreto de manera indefinida. Si bien asegura que lo hará solo durante la crisis del coronavirus, no hay buenas razones para pensar que no está utilizando la epidemia para fortalecer su poder y su gobierno. En Hungría el Estado es fuerte. Para perseguir opositores políticos, hacer proclamas antisemitas, atacar a las diversidades sexuales, étnicas y religiosas. En definitiva, para producir control social.



Xi Jinping, el líder de la República Popular China, está mostrando una relativa eficacia para controlar la pandemia de coronavirus dentro de sus fronteras. Pero en China la eficacia dista mucho de estar fundada en un orden democrático. De hecho, esto se hizo patente desde las primeras semanas del brote del virus. Primero, el gobierno obligó retractarse a las dos enfermeras que denunciaron la falta de equipamiento y las condiciones ominosas a las que eran sometidas en Wuhan en una carta a la revista médica The Lancet. Después, la policía del Ministerio de Seguridad Pública de China, obligó a Li Wenliang, el médico que alertó de la enfermedad a principios de enero, a decir que estaba difundiendo «falsas noticias». Li murió de coronavirus al poco tiempo.

Tras la expansión del virus, el gobierno chino actuó rápidamente para atajarlo. Pero también para reprimir y fortalecer sus dispositivos de control social. China que, recordémoslo, vive bajo un régimen de partido único cuyo líder Xi Jinping quiere incluso emular en fortaleza a Mao Tse-Tung que posee el poder de un big data al servicio del control que es, como lo han llamado Maya Wang y Kenneth Roth, un «Leviatán de los Datos».

China tiene una capacidad instalada para controlar a la ciudadanía. Pero, a diferencia de las grandes empresas del capitalismo occidental –que pretenden capturar a los Estados–, allí no hay ningún contrapeso jurídico: el control de datos es llevado a cabo directamente por el gobierno. Lamentablemente, no son pocos los sectores políticos del mundo occidental, y particularmente algunos autoproclamados progresistas y liberales, que están celebrando a China. Aseguran que en el país asiático la ciudadanía acata seria y responsablemente las órdenes del Estado, que se construyen hospitales y que los científicos muestran una especial responsabilidad con la situación. Celebran, en definitiva, el rol eficiente del Estado Chino. Solo que esa eficiencia –que, para colmo, no siempre es cierta y está plagada de gobiernos provinciales corruptos que falsean información al propio Estado– viene por debajo de un régimen de partido único, con escasas garantías para las libertades individuales y en el que lo que se sindica como «responsabilidad» puede ser mera obediencia por temor.

En China el Estado es fuerte y, en ocasiones y en temas específicos, efectivo ¿pero es el Estado que queremos?

Algo similar sucede en Rusia, donde Vladímir Putin –que está intentando perpetuarse en el poder a través de una consulta popular que, hasta ahora, no se suspende por la epidemia. Putin es otro de los líderes mundiales que agradece al virus: las protestas en su contra amainaron por el pánico que conlleva la enfermedad. El de las protestas es, justamente, uno de los argumentos que utiliza el líder ruso: asegura que su gobierno debe seguir hasta el año 2036 porque garantiza la paz y el orden en el país. Al igual que en el caso de China, no son pocos los que ven en la mano firme de Putin un Estado presente. Su accionar rápido frente a la crisis del coronavirus, también le dio crédito entre sectores progresistas de Occidente, que han visto el desmoronamiento de sus Estados de bienestar, la inacción o la acción lenta de sus gobiernos y las crisis de los sistemas de salud. Pero, nuevamente, ¿es un Estado como el ruso, con sus facetas autoritarias y autocráticas, lo que deben buscar los progresistas?

Los ejemplos son de lo más variados. La líder de la derecha radical francesa Marine Le Pen también quiere un Estado presente y apela a él en tiempos de coronavirus. De hecho, pidió una medida que ya tenía en mente: el cierre de la frontera con Italia –algo que lleva, según su modo de ver, al principio del fin del Espacio Schengen–. Matteo Salvini, líder de la extrema derecha italiana, empezó, por supuesto, culpando a los inmigrantes y, particularmente a los «minimercados étnicos». Y el gobierno de la extrema derecha griega encontró en el coronavirus una estrategia perfecta para reivindicar uno de sus proyectos más reaccionarios: el desarrollo de centros de detención forzados –llamados eufemísticamente «campamentos cerrados» – para solicitantes de asilo en las islas de Chios y Lesbos.


En Israel, donde la derecha gobierna, pero estaba dada la posibilidad de que fuera desalojada del poder por una alianza entre fuerzas centristas y progresistas, Benjamin Netanyahu también aprovechó el coronavirus. Según afirma el periodista Sylvain Cypel, el primer ministro israelí está provocando un «golpe de Estado en cámara lenta». Bernard Avishai, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, apunta en la misma dirección. Según su criterio, Netanyahu aprovechó el necesario aislamiento para perpetuarse en el cargo, luego de que, hace dos semanas, tras el recuento oficial de votos de la última elección se evidenciara que su bloque político se encontraba con tres escaños menos que el dirigido por Benny Gantz, el líder de la coalición Azul y Blanca. La polémica llegó a tal punto que la presidenta de la Corte Suprema de Israel, Esther Hayut, afirmó que «las llaves de la Knesset (el Parlamento israelí) están encima de la mesa: quien gana las elecciones va y las toma, pero resulta que alguien se ha guardado las llaves en el bolsillo». Y Yuval Noah Harari afirmó que «en Italia, España y Francia, los decretos de emergencia los promulga un gobierno que el pueblo ha elegido, no alguien que no tiene el mandato de su pueblo». Finalmente, Netanyahu consiguió salirse con la suya aprovechando la urgencia ciudadana originada por la crisis coronavirus: logró que Gantz le diera su apoyo para gobernar durante dieciocho meses, con el compromiso de que dejará el cargo en ese momento y que será Gantz quien lo asuma.

En América Latina, las derechas punitivistas también aprovecharon. Martín Vizcarra, el presidente peruano que se presentaba como un liberal pero que acabó mostrando su faceta autoritaria, declaró un toque de queda que ya habilitó abusos del Ejército contra los sectores más vulnerables de la sociedad. El ministro del Interior del gobierno de Bolivia que depuso a Evo Morales, Arturo Murillo, viste de policía para anunciar el combate al coronavirus con un discurso castrense y amenaza a todo el mundo con meterlo preso. A ellos se suman los negadores como Jair Bolsonaro que, por supuesto, no necesitan del coronavirus para creer en un Estado que reprime a la población. 
 
Hay muchos progresistas en el mundo felices por la posible vuelta del Estado. Pero la globalización, como aseguran numerosos analistas, está lejos de terminar. E incluso ellos, los autoritarios, lo saben. De hecho, lo que pretenden algunos es, en realidad, autoritarismo para adentro y globalismo mercantil hacia afuera (lo que algunos llaman «nacional-liberalismo»). Lo peor de los dos mundos se ve claramente en Estados Unidos: un sistema de salud desestructurado, un Estado de bienestar que nunca terminó de desarrollarse y una retórica de autoritarismo presidencialista en manos de Donald Trump.

La crisis y la ineficiencia de los liberales económicos (y de su versión farsesca, los libertarios) no debería llevarnos a admirar a cualquier régimen por la fortaleza de su Estado. Tampoco a desterrar toda idea de globalización y a cerrarnos en un imposible –y, probablemente indeseable– retorno del Estado-nación como único estructurador social. La globalización parece, como apuntan diversos economistas y cientistas sociales, lejos de tocar el suelo. El globalismo liberal y el Estado autoritario no son las únicas alternativas: un mundo global con Estados y sociedades civiles robustas, con bienestar, cuidado y democracia, quizás también sea posible.

Si queremos Estado, no estaría mal preguntarnos cuál.

¿La ineficiencia de la (social)democracia?

Pero, frente a las imágenes de autoritarismo –y de efectividad, solo en algunos casos–, ¿cuál ha sido la respuesta de la avanzada Europa? Ha sido, ciertamente, disímil. Sería fácil englobar a todos los países, arrojar un número de cifras y culpar de todo al desarticulado Estado de Bienestar. Y puede que eso sea parcialmente cierto. Pero no totalmente. Italia aparece devastada por el virus y plagada de muertos, con niveles de inacción o de acción a destiempo imposibles de entender. Alemania, en cambio, no: tiene muchos infectados pero poca cantidad de muertos. Su sistema de salud –que ahora se encuentra bajo una importante presión– es más robusto que el de otros países de Europa Occidental y realizó más tests que los otros países de la región. ¿La diferencia entre Italia y Alemania es solo la robustez del Estado de bienestar o su posición de liderazgo en Europa? Evidentemente no. También se trata de decisiones políticas. Así es, claro, como funciona la democracia. Lo mismo puede decirse respecto de Francia, que aún sostiene estructuras de sanidad derivadas del bienestarismo, pero que está en plena crisis: tiene casi 700 muertos y más de 20.000 infectados. ¿Todo se debe a las flaquezas del bienestarismo (que Macron defiende en tiempos de pandemia pero que muchas veces pone en duda fuera de ella)? Evidentemente no: también se trata de decisiones políticas. Macron no postergó, en plena pandemia, la primera vuelta de las elecciones municipales (que, como es lógico, tuvieron un récord de abstención).

Pese a las diferencias en las decisiones, es igualmente cierto que la ya muy discutida crisis del Estado de bienestar se volvió más evidente. Y no es solo por el coronavirus. Hubo problemas en los sistemas de salud, pero también en las decisiones vinculadas a las cuarentenas: parte de la ciudadanía que no perciben ingresos –o que reciben muy poco dinero mensual a través de políticas focalizadas de asistencia– debieron aislarse del mismo modo que aquellos que sí cuentan con recursos para hacerlo. Esto fue claramente visible en los países de la periferia y en los países más empobrecidos de Europa. Países como Suecia, Dinamarca o Noruega, enfrentaron la epidemia correctamente, no solo por la rapidez, sensatez y agilidad política, sino también por poseer, aún hoy, estructuras de bienestar más robustas. Aún con estrategias diferenciadas –Suecia apuesta por ejemplo por aconsejar, en lugar de imponer, el aislamiento–, los países ridiculizados permanentemente por el nacionalismo –y por parte de la izquierda, que los critica por ser «modelos no exportables» debido a la lógica de funcionamiento del capitalismo– dieron, hasta ahora y otra vez, en la tecla. Aun así, todos ellos también se encuentran en serios problemas: algunos incluso han cedido a tentaciones nacionalistas cerradas.

Lo cierto es que, frente a los modelos autoritarios, puede que la democracia sea más lenta –e incluso en ocasiones más ineficaz–, pero ese sigue siendo un precio a pagar. De lo que se trata, quizás, es de volver a pensar esa eficiencia, esa celeridad y esa capacidad de resolver en democracia.

Una nueva imaginación política

Don Quijote imaginaba sus aventuras caballerescas.


«Los grandes trastornos, como la actual pandemia de coronavirus, a menudo pueden reducir la desigualdad. La primera y más inmediata razón es que tienden a dañar económicamente a casi todos, y los ricos tienen más riqueza que perder. La caída de la fortuna de estas personas acomodadas los acerca relativamente a cómo están los demás», dice Adam Rasmi, periodista de Quartz y del Finantial Times. Su perspectiva, como la planteada por el economista serbo-estadounidense Branko Milanovic, es sintomática de estos tiempos: la desigualdad se hace más visible cuando un fenómeno inesperado toca las puertas de las casas de los más beneficiados.

Rasmi recupera la posición del profesor de la Universidad de Stanford Walter Scheidel. En su libro The Great Leveler: Violence and the History of Inequality from the Stone Age to the Twenty-First Century (El gran nivelador: violencia e historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra al Siglo XXI), Scheidel apunta cuatro fenómenos brutalmente igualadores: las epidemias, las revoluciones, las guerras masivas y los colapsos estatales. La gran igualadora, para Scheidel, siempre es la catástrofe.

Ahora, el mundo vive una. El coronavirus se lleva vidas humanas allí donde llega. Y llega a todos. El miedo se apodera de millones de seres humanos. La pregunta por el futuro del orden global vuelve a ponerse encima de la mesa. Algunos aseguran que estamos atravesando otra de las grandes crisis de la historia sistémica. Hay quienes afirman que este es el verdadero comienzo del siglo XXI y que pronto entraremos en un escenario en el que habrá que barajar las cartas con las que querremos jugar. Otros, aventuran que viviremos una situación análoga a la del contexto de la segunda postguerra: la recuperación de un acuerdo que tendrá al Estado como actor central, pero con problemas y circunstancias muy diferentes a aquellas del pasado.

En medio de la vorágine, es muy probable que algunos piensen así. Y quizás sea correcto. Pero, ¿cuáles serán las bases sociales, éticas y programáticas para un nuevo contrato? ¿Qué es lo que es dable esperar y qué es lo que verdaderamente se puede pretender?
No alcanza solo con esperar el desenlace de esta crisis. Es evidente que, en términos más o menos generales, los ultraliberales de mercado están perdidos: reclaman Estado, el mismo que contribuyeron ferozmente a desguazar, incluso en sus funciones esenciales. Pero es igualmente evidente que el peligro del Estado de control y represivo, no puede ser la alternativa a ello. ¿No se trata, más bien, de reconstruir una comunidad en la que el Estado tenga una dimensión central, pero comprendiendo que este ya no es ni será el del pasado?

El Estado es hoy, como dice, Tony Judt en su libro Sobre el Olvidado Siglo XX, «una institución intermedia». «La idea de un Estado activo hoy significa reconocer los límites del empeño humano, en contraste con las utópicas y soberbias ambiciones del pasado reciente: porque no todo puede hacerse, hay que seleccionar lo más deseable o importante entre lo que es posible. La idealización del mercado, con el supuesto concomitante de que, en principio, todo es posible, encargándose las fuerzas del mercado de determinar qué posibilidades se harán realidad, es la más reciente (si no la última) ilusión moderna. (…) Únicamente el Estado puede representar un consenso sobre qué bienes son posicionales y sólo pueden obtenerse cuando hay prosperidad, y cuáles son básicos y deben proporcionarse en todas las circunstancias».

El coronavirus no producirá necesariamente un nuevo pacto social. Pero no tiene por qué producir el aplauso del progresismo al fortalecimiento de un tipo de Estado que no le es propio. Más bien, el coronavirus debería ser la ventana de oportunidad para retomar la tradición de una izquierda comunitarista, que piense la necesidad de un potente sistema de salud público, una sociedad civil robusta, un Estado presente como garante de acuerdos sociales, unas fuerzas de seguridad estructuradas bajo principios democráticos. Aplaudir a Rusia o a China, o adoptar una posición acrítica entre vínculos entre la ciencia (y la tecnología) y el Estado –un vínculo muy parecido al que tantas veces se critica respecto de la religión organizada– no va a ayudarnos. La tradición socialista democrática es, aunque no esté pasando por su momento más luminoso, la mejor variable a tener en cuenta. La ciencia y la tecnología al servicio del bien público (pero no para controlar a la población ni para ejercer vigilancia o experimentos sociales), la religión como asunto social que dota valores morales por los más débiles (pero no para regular las vidas individuales, como sucede cuando la intromisión en el Estado se hace patente). Los mejores exponentes del antiguo socialismo democrático confiaron en que la ciencia ayudaría a paliar enfermedades, en que los aspectos misericordiosos de la religión podrían ser incorporados a un credo social laico, en que el Estado debería estar ahí para garantizar acuerdos fundamentales, pero nunca para sobrepasar la vida de cada ciudadana y ciudadano.

Dicho de otro modo. Si el coronavirus y las reacciones estatales que produce no escriben automáticamente un nuevo pacto social, la lectura lineal que hace creer que la pandemia denota una restablecimiento del Estado-nación, y que en clave progresista eso es leído con la voluntad de que sea en la versión del viejo Estado de bienestar puede ser, no solo apresurado, sino que en el mismo apresuramiento no advierte la tarea que a la izquierda le toca: construir ese escenario y separar la paja del trigo para que no sea el establecimiento de un Estado policial. Es decir: hacer que esa lectura construya la realidad efectiva de un Estado social frente a una pandemia que descubre en él un rol intransferible: recuperar las dimensiones no mercantilizarles de su función social. La salud. La vida.

En Algo va mal, uno de sus mejores ensayos sobre la socialdemocracia, Judt propone exactamente eso: desarrollar una política de izquierdas, no ya solo por imperativo ético, sino por temor. Los autoritarios siempre se han hecho cargo de él, pero el temor a futuras catástrofes y muertes también llevó a los mejores acuerdos sociales democráticos. ¿No es eso lo que la izquierda podría pensar ahora? El modo de enfrentar al temor es la seguridad en un sentido extenso (seguridad social, cuidado público, lazos sociales comunitarios, Estado presente, ciudadanía garantizada). Pero el temor, y esto lo saben bien los socialistas, no puede ser el único vector: el temor a perder derechos y a catástrofes sociales no puede construir nada por sí mismo. Son necesarios los valores positivos que expliquen por qué ese orden es mejor para garantizar una comunidad. Quizás los socialistas tengan qué explicar por qué es necesaria la democracia, por qué y qué Estado se necesita, por qué creen en sistemas de salud públicos, por qué una sociedad de iguales produce mejores resultados –incluso en término productivos y utilitaristas– que una sociedad desigual.

Para esto sí serán necesarios los intelectuales y los imaginadores políticos. Los que ahora piden que solo «hablen los médicos» y «la ciencia», porque la necesidad apremiante es la vacuna contra el coronavirus, son, como los llamaba Leszek Kołakowski, «los intelectuales contra el intelecto». Esos que, en virtud de las situaciones apremiantes del presente se niegan a pensar con imaginación –y racionalidad– el futuro. En el fondo, se parecen a los analistas que, durante la Segunda Guerra Mundial, pedían hacer silencio y reclamaban reflexiones sobre el futuro para después de la contienda. Afortunadamente, estaban los Malraux, los Gide, los Keynes, los Orwell, los Benda, los Beveridge. Fue sobre esas cabezas sobre las que se edificaron los fundamentos morales, económicos y políticos del mundo nuevo. Quizás hoy nos preocupemos porque solo hablan filósofos –o sofistas– y porque no contemos con cabezas como aquellas. Pero ahí están también Branko Milanovic, Mariana Mazzucato, Paul Mason, Dani Rodrik, Sheri Berman, por nombrar solo a algunos de los exponentes globales más importantes que, también ahora, están imaginando una salida a esta crisis.

Un óptimo por izquierda

Puede que la palabra «socialdemocracia» remita demasiado a una «idea europea». A veces, de hecho, se la confunde acríticamente con el tibio «liberal progresismo», del que tanto se han burlado escritores como Houllebecq –empeñado en negar, o en desconocer, una genealogía histórica de la izquierda–. Pero su expresión bien podría ser la de una “sociedad del bienestar”, algo que, en muchos países no europeos también se desarrolló –con sus propias características– durante la segunda postguerra.

No será posible volver, como decía Stefan Zweig, al «mundo de ayer». Pero quizás si sea posible tenerlo en cuenta para una nueva imaginación colectiva que reponga el valor de la comunidad y de una sociedad organizada y con reglas claras y derechos para los más vulnerables. Recordar y evocar las imágenes de ayer, en medio y tras la pandemia, no implica reponer aquel mundo. Implica reubicar sus ideas fuerza para hacernos cargo de un horizonte en el que, probablemente, la izquierda pueda forzar la combinación de elementos pasados con proyectos claramente futuros. Y es justamente ahí donde los «melancólicos de izquierda» y los futuristas y aceleracionistas se unen: en pensar una idea de comunidad en la que habrá que reinventar ya no solo los sistemas de salud y educación, sino también avanzar en temas como la automatización, la economía colaborativa, el cambio climático, las relaciones de género, la renta básica universal. ¿Qué servicios queremos que sean públicos? ¿Bajo que marco estatal podremos desarrollar las políticas que imaginamos como progresistas? ¿De qué forma podemos desarrollar algo más que un acuerdo social general para qué efectivamente un nuevo pacto tenga como privilegiados a los que nunca lo son? ¿Qué se hará con las deudas y con las empresas? ¿Cómo se pensarán las reformas tributarias? Ninguno de estos puntos son necesariamente de izquierda: la automatización y la renta básica también pueden ser capturadas por la derecha. Incluso el sistema de cuidados puede ser una alternativa para la flexibilización salarial. Que las proclamas sean de izquierda no quiere decir que lo sean “esencialmente”.

Para conseguir un resultado de izquierdas se necesitará gente dispuesta a pelear por plataformas radicales. Es momento de recordar que las ganancias tibias del pasado no fueron encaradas por programas igualmente tibios. Los socialdemócratas tienen, por ejemplo, mucho que agradecerle a los comunistas y trotskistas. Los nuevos temas vinculados a una agenda que algunos llaman postcapitalista precisan una militancia activa: por el sistema de cuidados que pone en debate el género, por ingresos ciudadanos que no sean apropiados por perspectivas puramente (neo)liberales, por división de jornadas de trabajo, por economías solidarias y populares que ya tienen ensayos en organizaciones territoriales del Tercer Mundo. Solo con programas más o menos máximos, algunos se atreverán a garantizar programas mínimos.

En la América Latina periférica, donde los arreglos entre Estado y sociedad civil, están sometidos a otra ecuación, es posible que las fuerzas populares hagan arreglos desde una lógica defensiva. Pero en estos países ya hay una experiencia: las organizaciones de trabajadores desocupados, las redes de salud comunitarias, la defensa de estructuras de cuidado organizadas desde el mundo periférico, quizás sean ahora necesarias para encarar ese combate. No se trata solo de cosas por ganar, sino de muchas otras por defender.



Hace pocos días, y en medio del contexto de la pandemia de coronavirus, el asesor político y periodista de la BBC, Alex Bell escribía en las páginas de The Courier: «La función principal del gobierno es proteger a sus ciudadanos de los caprichos de la vida moderna, no solo de la guerra, como alguna vez se pensó. Cambio climático, conmoción económica, contagios, desigualdad: estos son los enemigos modernos. Deberían convertirse en los pilares de un nuevo Informe Beveridge, un nuevo tipo de bienestar, donde el individuo sea igual a la empresa económica, donde los rescates públicos sean para el público. (…) Pero la prioridad ahora es hacer cosas radicales que ayuden a las personas de inmediato. Eso significa poner dinero en efectivo en el bolsillo de los que quedaron atrás por el daño que le hicimos al gran legado de la última guerra, el Estado de bienestar». La reciente propuesta del presidente argentino ante el G-20 de un Plan Marshall global parece apuntar en este sentido. 
 
Sin embargo, hay algo más. No se trata solo de luchas radicales, de memoria de los aspectos positivos del Estado de bienestar ni de los proyectos futuristas. Es cierto que uno de los aprendizajes que el progresismo puede capitalizar en esta crisis es el que refiere a la importancia del Estado, a la necesidad de planificación racional, a un acuerdo basado en sistemas de salud robustos. Pero también, probablemente, el progresismo tenga que asimilar el valor de la productividad y la existencia de una sociedad que, a diferencia de las de postguerra, es mucho más heterogénea que en el pasado. Una sociedad donde los intereses individuales existen -donde los deseos de las clases subalternas no son los imaginarios de la izquierda sino, muchas veces, coincidentes con los consumos propiciados por las derechas- y no dejarán de existir. El Estado de excepción no puede asimilarse como la normalidad. ¿Pero cuál es la normalidad que nos imaginamos?

El 15 de enero de este año, poco antes de que se desatara la crisis del coronavirus, la politóloga Sheri Berman escribía: «el mundo no está cerca de la situación que enfrentó en las décadas de 1930 y 1940, pero las señales de advertencia son claras. Uno solo puede esperar que no haga falta otra tragedia para hacer que las personas de todo el espectro político reconozcan las ventajas de una solución socialdemócrata a nuestra crisis contemporánea».
¿Será esta tragedia que estamos viviendo?

na muy frágil molécula, mutación de un virus muy estudiado como el de la gripe, nos tiene a casi toda la población del planeta, siete mil millones, en cuarentena. Esta molécula, de rápida multiplicación y también de fácil supresión con elementos sencillos –lavandina, jabón, alcohol-, nos obligó a recurrir a métodos medievales de profilaxis, el aislamiento. 

Si, en pleno siglo XXI, habiendo decodificado el genoma humano, calculado la velocidad de expansión el universo, produciendo energía de la colisión controlada de neutrones, teniendo personas en estaciones espaciales, y sobre todo: internet 4.0 en el bolsillo, solo podemos evitar esta forma de gripe, el Covid19, con los métodos del siglo XI. Y esto ocurre, no porque la tasa de mortalidad sea alta – es muy baja: 5% - sino porque ese pequeño porcentaje no lo podemos resolver con los sistemas de salud públicos y privados que tenemos. Es decir, que la mayoría de quienes se agravaran por debilidad de su sistema inmunitario, morirían. 


En nuestro país, de modo inteligente y oportuno, se tomaron las medidas de emergencia en un momento incipiente de contagios, viendo el colapso de Europa por la atención tardía. Lo cual nos aporta un grado de tranquilidad nacional, que no pueden vivir los brasileros ni los estadounidenses, entre otros pueblos irresponsablemente conducidos.

En medio de estos días inciertos, la noticia diaria importante es el número de muertos y contagiados, y nuestro objetivo personal, familiar y social prioritario y casi exclusivo es mantenernos sanos y vivos.

Además de la certeza de nuestra muerte – a cuyo disimulo dedica nuestra civilización millones de dólares y de religiones-, la reclusión general y obligatoria nos enfrenta a otra verdad: lo valioso de la libertad ambulatoria. Esta prisión domiciliaria, inimaginable hace escasos 8 días, que nos angustia, también nos impide olvidar a quienes viven hacinados, a quienes son privados de libertad sin tener condena, a los ancianos en sus asilos, a las personas en campos de refugiados. Confrontar la verdad inexorable que nadie es libre si la sociedad está sometida, por caso a una enfermedad; la Libertad individual depende de lo humanamente sanos que seamos como sociedad. Nadie sobrevive solo. El filósofo Spinoza ya planteaba que la conquista de la Libertad personal dependía del grado de conciencia de la realidad interna y externa al hombre.

El coronavirus nos ha sujetado a todos en nuestras casas, nos puso ineludiblemente frente a nuestras familias, a nuestra sociedad, y frente a lo más aterrador: nosotros mismos. Nuestra condición de ser humano nos interpela; vemos que podemos morir inminentemente, sin ninguna defensa material; vemos qué vínculos humanos forjamos; vemos que por un factor ajeno e injusto no podemos andar libremente; vemos nuestras miserias normalmente disimuladas por la vorágine de la actividad diaria, nuestros pánicos, nuestras fortalezas, nos vemos. Y a todas las escalas: individual, familiar, social, estatal y global. ¿Quién puede soportar las respuestas que le da este espejo? 

La cualidad principal de éste espejo molécula es que en todos los niveles proporciona un reflejo absolutamente fiel: las sociedades deshumanizadas como la norteamericana, agotó la compra de armas para uso personal, no tiene respuesta sanitaria para la pandemia, y su gobierno asume, como el de la sociedad inglesa, que habrá miles de muertos. China se refracta como un país organizado, de híper control digital de la sociedad, que ya ha superado con un Estado diligente, el pico de contagio. Cuba confía en su sistema de salud y en su organización como sociedad; se ven a sí mismos como lo que siempre han sido.

Todos y todas se refractan, todes nos reflejamos fielmente. 

En cuanto al ser humano hoy forzosamente recluido, no comparto las miradas románticas de la oportunidad de volverse buenos al estar en familia, ni tampoco las miradas apocalípticas ni las mágicas. Si creo que esta obligatoriedad de vernos, nos impone asumir la responsabilidad de lo que somos y de lo que hacemos en todos esos planos. 

Preguntarnos: ¿Esta sociedad he construido? ¿Con una enfermedad más letal cómo nos organizaríamos? ¿Estos vínculos familiares en sus perversiones y en sus gozos me son atribuibles? ¿Se puede llamar vida a la privación de libertad ambulatoria? ¿Ese ser humano aterrado frente a una molécula soy Yo?... podría ser un comienzo. Tenemos varios días para aprender de las respuestas que nos dé este Espejo.

En estos tiempos de estadísticas y percepciones, al parecer, los miedos ganan por goleada y las percepciones respecto a que un Estado policial (Y quizá lo sea siendo el individualismo alimentado por el neoliberalismo la condición que agrava el potencial peligro de la pandemia), es la mejor arma contra el virus y la enfermedad de contagio que provoca.

Las medidas que adoptó el gobierno de Alberto Fernández para enfrentar el coronavirus tienen respaldo mayoritario (94,7%), según la última encuesta de la consultora Analogías, un trabajo que además revela que existe un gran consenso para continuar con el aislamiento obligatorio más allá del 31 de marzo (72,7%).
El sondeo de Analogías muestra un gran apoyo por parte de la población al presidente, tanto cuando se indaga por la “imagen” que las personas tienen de él, y que supera el 90%, como en la aprobación hacia su gestión de gobierno y las medidas que está tomando frente a la pandemia del coronavirus, además de estar de acuerdo en gran medida con la importancia del rol del Estado en esta situación. 
Hay una alta valoración positiva (74,5%) del consenso alcanzado para enfrentar la pandemia de todo el arco político y de la articulación de las acciones en todos los niveles gubernamentales (80%).
La imagen positiva del presidente alcanzó un 93,8%; con un 50,2% que lo evaluó como “muy bueno”, un 28% como “bueno” y un 15,7% como “regular” o “bueno”. A su vez, un 79,2% aprueba la gestión de gobierno de Fernández, mientras que solo un 8,4% no lo hace.
El informe de la consultora afirma que “los niveles de aprobación sobre la actuación del gobierno frente a los peligros de la pandemia son inéditamente altos, se siguen concentrando entre los encuestados de menor nivel de instrucción; esa intensidad del apoyo al gobierno disminuye claramente a medida que sube el nivel de instrucción y presenta gran regularidad territorial y etaria”.
También observa una “alta valoración de la coordinación y unidad que efectivamente se observa respecto de la articulación entre el gobierno nacional, los otros niveles ejecutivos y la oposición”, ya que hay casi un 80% que está de acuerdo con este accionar. Y un 74,5% de los encuestados sostuvo que está “de acuerdo” o “muy de acuerdo” con la idea de que para enfrentar la pandemia hay consenso de todo el arco político, y que desapareció la llamada “grieta”. 

Cuando se indaga acerca de las expectativas sobre la situación económica para los próximos dos años, hay un 50% de los encuestados que responde positivamente y casi un 40% de forma negativa.
En el informe aclararon que “la palabra de Alberto Fernández es esperada y muy atendida por la gran mayoría de los entrevistados”, ya que un 71,9% indicó que le interesan “mucho” sus mensajes y un 21.7% que le importan “bastante”.
Un aspecto importante en el marco de la pandemia es el del aislamiento, y según explica el trabajo,  un 72,7% de quienes respondieron a la encuesta consideraron que se debe prolongar la cuarentena más allá del 31 de marzo, mientras que un 10% cree que no.
En el marco de este proceso, los encuestadores verificaron que “las medidas” que tomó el gobierno “tienen una alta aprobación, que coincide con una expectativa optimista sobre sus resultados y la eventual mejora de la situación sanitaria en los próximos 30 días”.
Un 94,7% está “muy de acuerdo” o “de acuerdo” con las decisiones del gobierno para enfrentar la pandemia, y 8 de cada 10 encuestados cree que las medidas podrían servir para frenarla o hacerla menos grave.
El rol del Estado
En un marco de excepción aparecen de manera nítida las opiniones mayoritarias acerca de la centralidad del rol del Estado, y la necesidad de que intervenga directamente en el control de actividades estratégicas para la población”, destaca la consultora Analogías.
Un total del 82,1% está “muy de acuerdo” (58,8%) o “de acuerdo” (23,3%) con que el Estado debe tomar el control de la producción y la distribución de los bienes esenciales si los empresarios especulan con los precios, y un 67,8% considera que es el Estado quien debe garantizar la salud pública en esta situación.
Además, en coincidencia con los casi 9 de cada 10 encuestados que creen que el coronavirus va a afectar negativamente a la economía argentina, hay un 81,8% que está de acuerdo con que el país debería posponer hasta nuevo aviso todos los pagos de la deuda externa por la crisis económica internacional.

Desigualdad y especuladores
Acerca de qué sector social se verá más afectado en el caso de que se extienda la pandemia, se produjeron casi las mismas respuestas respecto a que serán los pobres diferencialmente más afectados y las que optaron por decir que no reconocerá diferencias de clase”, describe el informe, ya que un 39,5% dijo que afectará más a los pobres y un 39,3% a todos por igual.
Donde se observa un amplio consenso social es en la opinión sobre la especulación con los precios por parte de los empresarios, porque casi 9 de cada 10 consideran que lo están haciendo.
La encuesta, que se realizó el 23 de marzo con 2.308 casos efectivos a través de entrevistas telefónicas en el formato IVR, indaga también en el comportamiento de la sociedad frente al coronavirus. 
Sobre este asunto, más de la mitad cree que en general la población está respetando las pautas de prevención y cuarentena: un 38,9% cree que se respetan “bastante”, un 12% que se cumplen “mucho”, un 41,6% cree que “poco” y un 5,9% opina que “nada”.
Pero cuando los encuestadores preguntaron sobre si los propios encuestados cumplen con la norma, un 95,2% contesta afirmativamente.
A la vez, “la preocupación sobre las consecuencias que tenga la pandemia es muy alta”, ya que un 60,1% contestó que está “muy preocupado” por las consecuencias en la salud que pueda traer la pandemia y un 31,9% se mostró “bastante preocupado”.
Sobre el incumplimiento de las normativas, un 95% de los encuestados se mostró conforme con aplicar el Código Penal a quienes no cumplan con la cuarentena, según relevó la consultora Analogías.

El comunismo y la colaboración que demanda el siglo XXI

La pandemia de COVID-19 pone en primera plana la crisis sanitaria en la que el mundo se encuentra inmerso. Las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) resaltan la urgencia de que los países adopten medidas de distanciamiento físico y solidaridad social que puedan ayudar a frenar el aumento de contagios y ganar tiempo hasta aumentar capacidades de respuesta y desarrollar alternativas terapéuticas y de inmunización. Es por ello que, a los fines de reducir el impacto de la pandemia, junto a las medidas que cada país adopte, resulta fundamental fortalecer la coordinación político-sanitaria dentro de los países y entre gobiernos, así como la cooperación internacional en los campos de la salud, la ciencia, la tecnología y el desarrollo social.

La importancia de la salud como derecho, y además objetivo y condición de los procesos de desarrollo, se pone aún más de manifiesto en un escenario de profundización de brechas de inequidad y de aumento de riesgos epidémicos a escala global. A la hora de actuar rápidamente contra el COVID-19, las respuestas nacionales demandan coordinación y estrategias de convergencia a nivel multilateral y regional. Esto se hace aún más evidente y necesario en las regiones más vulnerables del mundo y en aquellas con profundas inequidades, como por ejemplo América Latina.


Arabia Saudita, en su condición de presidente pro tempore del G20, ha convocado para esta semana una Cumbre Virtual Extraordinaria de Líderes con el objetivo de coordinar respuestas frente a la pandemia. Su realización seguramente habría sido más propicia en enero o febrero de este año. De todos modos, resulta una ocasión idónea para que la comunidad internacional asuma el desafío de ejercer una gobernanza multilateral en esta crisis. Con ese fin, ponemos en conocimiento algunas propuestas que podrían impulsarse:


1. Coordinar mecanismos para promover una mayor y mejor inversión a largo plazo en los sistemas de salud pública que garantice el acceso de toda la ciudadanía a la atención médica y asegure la protección frente a nuevas epidemias. La pandemia ha puesto en evidencia la importancia del fortalecimiento de los sistemas sanitarios y del acceso universal y equitativo a la salud como derecho humano fundamental. Es necesario que los acuerdos que sean adoptados contemplen el principio elemental de que la salud, la educación, la ciencia y la innovación tecnológica no sean considerados bienes del mercado ni se apliquen criterios de minimización de gastos y maximización de rentabilidad financiera.
2. Establecer bases regulatorias permanentes para garantizar la supervisión primaria de los Estados en la provisión de bienes y servicios esenciales en la prevención y manejo de problemáticas sanitarias transfronterizas globales.
3. Garantizar la cooperación humanitaria bilateral y multilateral, con criterios equitativos de distribución y en base a las necesidades y capacidades estructurales de cada sistema de salud.
4. Fortalecer un sistema integrado de datos a nivel global que permita compartir más recursos e información confiable desde los países que están atravesando las fases más críticas hacia los que están en etapas iniciales de contagio o no están aún en situación de pandemia.
5. Consensuar estrategias generales que permitan el desarrollo y la utilización de capacidades instaladas de los sistemas de ciencia y tecnología locales y las instituciones académicas con las cuales están estrechamente vinculadas. Por ejemplo, para la realización de testeos masivos o el acceso remoto a herramientas, capacitaciones y know-how. Las instituciones académicas de nuestra región aún deben modernizarse y asegurar sus capacidades. En este sentido, estrategias de cooperación internacional que permitan aprovechar experiencias previas jugarán un rol central para acelerar el crecimiento en esta dirección.
6. Impulsar una red y/o cuerpo internacional de científicos y expertos coordinados por la OMS que apoye iniciativas e instituciones de cooperación internacional en salud, cuya labor se extienda más allá de la actual crisis y configure un espacio que sistematice aprendizajes y contribuya al manejo coordinado de posibles futuras pandemias. La cooperación internacional es una potente herramienta epidemiológica. Es por ello que urge fortalecer las capacidades de respuesta en los diferentes niveles de coordinación.
7. Crear una red de contención económica mundial para apoyar a países y sectores más afectados, fortaleciendo los sistemas nacionales de innovación y los sistemas de salud, especialmente en los países y regiones más vulnerados. Ello requerirá del impulso de líneas de financiamiento acordes con objetivos previamente definidos por los países a nivel multilateral, tales como la Agenda 2030 del desarrollo sostenible de Naciones Unidas.
8. Formular un acuerdo mundial para el movimiento y circulación de personas que habilite el cruce de fronteras de especialistas y sanitaristas de manera rápida y efectiva. Contemplar una normativa que regule el apoyo de empresas aeronáuticas privadas, además de las públicas, para poder hacer más efectivas las medidas.
9. Crear un comité para la coordinación, el seguimiento y la implementación de medidas farmacéuticas, como vacunas y drogas antivirales, promoviendo prácticas de investigación abierta, intercambio de información, y acción coordinada para su distribución que considere las necesidades y capacidades de los países en desarrollo.
10. Generar un fondo común de inversión con aporte de corporaciones transnacionales que fomente el aprovechamiento de las tecnologías digitales y de la telemedicina en países en desarrollo, y en forma conjunta con ellos, en base a sus necesidades. La cooperación internacional es clave para que el potencial de tecnologías como los diagnósticos remotos de enfermedades, sensores de epidemias, y cadenas de bloques estén al alcance de todos los países.

El COVID-19 no es el agente causal de la crisis sanitaria global. Es, por el contrario, un detonante que pone de relieve las fallas estructurales de los frágiles sistemas de salud y de ciencia y tecnología del mundo. Creemos firmemente que para la construcción de sociedades equitativas y sostenibles se requiere de la regulación y participación activa del Estado y de la sociedad civil velando por los intereses e integridad de tres pilares centrales: salud, educación y ciencia y tecnología. Dejar en manos del mercado su regulación sería una falacia, además de una temeridad que nos haría más vulnerables. La próxima Cumbre Virtual del G20 debería ser el disparador para poner en marcha una gobernanza multilateral que haga frente a la nueva pandemia de manera coordinada y equitativa, considerando las necesidades de los países en desarrollo y anticipándose también a otros eventos futuros.
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La iniciativa surgió de un grupo de científicos y científicas de América Latina miembros de TYAN, la red de Afiliados Jóvenes de TWAS (The World Academy of Sciences), en colaboración con investigadores e investigadoras del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Argentina. Con la premisa de que la cooperación científica es clave para salir de la emergencia sanitaria global, extendemos la colaboración a nivel regional y global para sensibilizar a los gobiernos, instituciones multilaterales, organismos regionales, corporaciones transnacionales y organizaciones de la sociedad civil sobre la gravedad del asunto.
Firmantes:
Adriana Erthal Abdenur (Amassuru), Agustina Garino (FLACSO), Agustina Marchetti (CONICET-UNR), Alejandra Kern (UNSAM), Alejandro Frenkel (UNSAM), Alejandro Simonoff (IRI-IdIcsh-UNLP), Alejo Vargas Velasquez (Universidad Nacional de Colombia), Anabella Busso (UNR-CONICET), Andrea Lima (Universidad de Chile-TYAN), Andrés Malamud (Universidad de Lisboa), Ariel González Levaggi (UCA), Bárbara Bavoleo (CONICET-UNLP), Belén Herrero (CONICET-FLACSO), Bernabé Malacalza (CONICET-UNQ), Bruno Ayllón (UCM), Bruno Dalponte (FLACSO), Camila Santos (BRICS Policy Center/ IRI PUC-Rio), Camille Amorim Leite Ribeiro (PPGEEI-UFRGS), Camilo López Burian (UDELAR Uruguay), Carla Morasso (UNR), Carlos R. S. Milani (IESP-UERJ/CNPq); Carolina Sampó (CONICET-UNLP), Cecilia Inés Jiménez (IDH CONICET-UNC), Celeste Ceballos (CIECS CONICET-UNC), Cintia Quiliconi (FLACSO-Ecuador), Clarissa Giaccaglia (CONICET-UNR), Cristina Lazo (Universidad Católica de Chile), Daniel Blinder (UNSAM), Deisy Ventura (USP/ABRI), Desiree D'Amico (UCC), Diana Tussie (CONICET-FLACSO), Elodie Brun (COLMEX), Emanuel Porcelli (UBA), Ernesto Vivares (FLACSO Ecuador), Esteban Actis (UNR), Eva Acosta Rodríguez (CONICET-UNC-TYAN), Fabián Britto (OITTEC-UNQ), Federico Brown (USP, Academia Ciencias Ecuador, TYAN), Federico Merke (CONICET-UDESA), Federico Rojas de Galarreta (ICP-PUCC), Fernando Nivia-Ruiz (Universidad Javeriana de Colombia), Fernando Porta (UNQ), Florencia Rubiolo (CONICET-UCC), Francisco Leal (Universidad Nacional de Colombia), Francisco Urdínez (PUC Chile), Franco Cabrerizo (CONICET-UNSAM-TYAN), Geovana Zoccal Gomes (BRICS Policy Center), Gilberto M. A. Rodrigues (Universidade Federal do ABC, Brazil), Gino Pauselli (Universidad de Pensilvania), Giovanni Molano Cruz (Universidad Nacional de Colombia, IEPRI), Gladys Lechini (CONICET-UNR), Guadalupe González González (El Colegio de México), Gustavo Lugones (OITTEC-UNQ), Gustavo Rojas (CADEP Paraguay), Hernán Grecco (CONICET-UBA-TYAN), Iván Maisuls (Universidad de Münster, Alemania), Iván Miranda Balcázar (Universidad Mayor de San Andrés-UMSA), Janneth Karime Clavijo (CIECS CONICET-UNC), Javier Surasky (IRI-UNLP), Javier Vadell (PUC-Minas), Jean-Francois Prud'homme (COLMEX), Jorge A. Schiavon (CIDE), Jorge Pérez-Pineda (Universidad Anáhuac México), Jorge Resina (Universidad Complutense de Madrid), Jorgelina Loza (IGG-CONICET), José A. Sanahuja (Universidad Complutense de Madrid, España), José Fernández Alonso (CONICET-UNR), Juan Cruz Olmeda (El Colegio de México), Juan Gabriel Tokatlian (UTDT), Juan José Vagni (CONICET-UNC), Juan Pablo Prado Lallande (BUAP, México), Juan Santarcángelo (CONICET-UNQ), Juliana Peixoto (CONICET-FLACSO), Julieta Zelicovich (CONICET-UNR), Leonardo Stanley (CEDES), Lia Baker Valls Pereira (UERJ), Lorena Ruano (CIDE), Luciana Ghiotto (CONICET-UNSAM), Maria Esperanza Casullo (Universidad Nacional de Río Negro), Maria Noel Dussort (CONICET-UNR), Mariana Albuquerque (UERJ), Mariana P. Serrano (CONICET), Mariano Mosqueira (UCC), Mario Lozano (UNQ-CONICET), Matias Rafti (UNLP, CONICET), Mauro Sola-Penna (UFRJ), Mayte Anais Dongo Sueiro (Pontificia Universidad Católica del Perú), Melisa Deciancio (CONICET-FLACSO Argentina), Miriam Gomes Saraiva (UERJ Brasil), Monica Cingolani (UCC), Mónica Hirst (UNQ-UTDT), Nahuel Oddone (ISM), Nicole Jenne (Pontificia Universidad Católica de Chile), Norberto Consani (IRI-UNLP), Oscar Vidarte (Pontificia Universidad Católica del Perú), Pablo Bolaños Villegas (Universidad de Costa Rica-TYAN), Pablo Nemiña (CONICET-FLACSO-UNSAM), Patricia Gutti (UNQ), Patricia Zancan (UFRJ-TYAN), Paula Ruiz (Universidad Externado de Colombia), Paulo Esteves (BRICS Policy Center / PUC-Rio), Pía Riggirozzi (Universidad de Southampton), Pilar Gaitan (Corporación La Paz Querida Colombia), Raquel Drovetta (UNVM-CONICET), Ronald Vargas-Balda (CONICET-UNSAM), Santiago Lombardi Bouza (OCIPEx), Silvia Fontana (UCC), Silvio Miyazaki (USP Brasil), Sofía Conrero (UCC), Thiago Rodrigues (INEST/UFF, Brasil), Valeria Pattacini (UNSAM), Verónica Basile (CONICET-UNC), Yraima Cordero (UFRJ-TYAN). 
(  https://www.cenital.com/2020/03/24/frente-al-covid&45;19--mas-multilateralismo-y-cooperacion-internacional/64768 )
Yo también firmo, ¿Vos firmarías?

Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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