Sábado 28 de marzo de 2020
LA GLOBALIZACIÓN EN PEDAZOS, LA NECESARIA COOPERACION
Y EL COMUNISMO DEL SIGLO XXI
Los tiempos actuales nos
demuestran muchas cosas, entre ellas la fragilidad de la sociedad
global ante retos que van más allá de la incesante interconexión
económica; tal vez nos creímos tanto el discurso de sometimiento
hacia la naturaleza, que dimos por hecho que no sería posible lo
imposible… La incertidumbre se sobrepone ante la aldea global en
construcción.
El covid-19 ha sido explicado en
los últimos días de distintas formas: sea como parte de un proceso
evolutivo de tipo virológico derivado de la incorporación de
animales salvajes en la alimentación humana, o como parte de una
“Guerra Fría” a nivel biológico para retener u ostentar el
poder mundial entre naciones desarrolladas y economías emergentes.
Sin resaltar el origen del mismo, lo que realmente evidente es que
este reto mundial nos ha sometido a la reflexión sobre nuestro
actuar y sobre todo nos ha obligado a mirar aquellas injusticias que
aún se presentan como los grandes retos de la humanidad en el siglo
XXI y que, sin embargo, habíamos aceptado mediante la indiferencia.
Es por ello que en esta breve
entrada se abordarán algunos elementos que han salido a la luz
derivado de los intentos por frenar la viralización a escala global.
Las
asimetrías del sistema-mundo o centro-periferia
El reto actual ha mostrado la
pluralidad de acciones que cada Estado-Nación ha implementado en sus
respectivos territorios para garantizar la salud pública de sus
habitantes, así como no sufrir los estragos económicos y
administrativos que derivan la propagación del covid-19,
particularmente su ramo económico y de salud pública.
Sin embargo, esas decisiones
muestran las relaciones asimétricas de poder que permiten el
funcionamiento del sistema global actual; mientras unos países
pueden costear la merma económica de mantener a su población en
casa y suspender pagos de servicios de manera provisional (Val,
2020), otras administraciones no pueden siquiera garantizar las
pruebas para la detección del covid-19 en su población.
Esto nos muestra una vez más que
incluso la desigualdad mundial que se requiere para que el sistema
funcione se presenta en estos retos de diferentes maneras y con
diversas consecuencias. Los estragos de estas asimetrías de poder no
respetan lugar geográfico o adscripción económica; mientras que en
Italia el sistema forense colapsa y trata de solventarlo con el apoyo
de la fuerza armada, en países latinoamericanos están asumiendo
desde ya las desventajas derivadas de la falta de atención en el
sector salud, educativo, económico… lo más que pueden hacer es
obligar al aislamiento de la mayor cantidad de personas que puedan,
ya que la “ventaja demográfica” que poseían como atracción de
inversiones en zonas con abundante mano de obra hoy se les revierte
como una desventaja.
Así pues, comparar acciones
realizada entre países o regiones, debe ser entendido también como
resultado de procesos de desigualdad estructural propia del sistema
económico preponderante. No es que los gobiernos de países
periféricos tengan una indiferencia hacia su población, sino que
hacen lo que pueden con lo que tienen y están en espera de que la
vacuna se genere rápidamente en otros lugares del mundo para que
puedan comprarla y atender lo casos más críticos.
Una
vez más en el caso latinoamericano se hace presente que somos
dependientes del know
how en
todo sentido… esperando la solución externa a problemas externos
que provienen de esta asimetría de poderes a escala global.
Crítica
a la romantización de la cuarentena
El
cierre de fronteras y el llamado al aislamiento voluntario muestran
formas de poder que se ensamblan a nivel económico y de clase. La
romantización
de la cuarentena
se presenta para muchos como una forma experimental para que el home
office
se vuelva la regla y no la excepción; no obstante, para otros (la
gran mayoría de la población en países en vías de desarrollo) esa
idea no es más que un sueño que se desvanece con el amanecer y la
necesidad de buscar el pan de cada día.
Haciendo una crítica más
detallada sobre este discurso romántico del confinamiento social se
podrá observar que esa posibilidad no se puede materializar en su
plenitud en las sociedades periféricas por cuestiones estructurales,
entre las que destaca que muchas de las cadenas productivas están
enfocadas en actividades que requieren el contacto social: comercio
local, turismo y la economía informal.
Lo anterior pone en peligro
economías que dependen de este sector o donde una parte relevante de
la población se dedica a este tipo de actividades económicas.
Por ejemplo, en México se estimó
que la economía informal está conformada por 30.9 millones de
personas (Solís, 2019), es decir, cerca de la cuarta parte de la
población nacional. Este sector “es incluso mayor que aquellos que
están en la formalidad, que pagan impuestos y tienen prestaciones
sociales de distinta característica” (Solís, 2019).
En
este sentido, las condiciones estructurales de cada país son un
factor positivo o negativo para ciertas medidas empleadas; no es que
la gente no entienda la gravedad de contagio por covid-19, pero sus
condiciones de clase
no le permiten asumir los costos de ese cambio en su estilo de vida
porque sabe que es esa persona contra el mundo; el estado no puede
garantizarle su supervivencia.
La
segunda muerte de los excluidos
No
importa la palabra eufemística que se utilice para nombrarlos y
convocarlos, ellos son el grupo más vulnerable en estos tiempos de
crisis global. Sean Homeless,
sin
techo, indigentes,
migrantes,
trashumantes,
o
refugiados,
ellos son quienes están ante condiciones más propensas a ser
olvidados por la historia de aquellos que salgas avante de la
propagación del covid-19.
Son los excluidos del sistema que
hoy se vuelven los primeros victimarios de una fuerza natural (sea
impulsada por cuestiones inmanentes al desarrollo de la vida en la
Tierra o por intervención directa, deshumanizante y patológica del
sujeto social) que pone a reflexionar incluso al más escéptico.
Los gobiernos no sólo deberán
pensar en aquellas personas que no pueden quedarse en casa, sino
también en aquellos que no la tienen o que permanecen en lugares
símiles a los campos de concentración de la segunda Guerra Mundial.
No nos podemos permitir sucumbir ante un problema donde la
solidaridad y la empatía se vuelve un imperativo categórico y
ético.
Conclusiones
El reto que la propagación y
cura del covid-19 representa, pone al descubierto las injusticias del
sistema en que vivimos. La capacidad de enfrentar este problema
sanitario en cada Estado-Nación deriva de sus condiciones históricas
en el ámbito económico, político, social, educativo
cultural; hoy más que nunca la solidaridad se presenta como opción
de supervivencia (y que se ve con el apoyo de países como Cuba a
escala internacional para coadyuvar en esta crisis sanitaria,
TeleSur, 2020), ayudar desinteresadamente en la medida de nuestras
posibilidades es quizá una forma de resistir a un hecho que puede
repetirse en el futuro.
David Quammen: las causas
ambientales de la pandemia y los efectos sociales del distanciamiento
Escrito
por Stella
Levantesi
para Il Manifesto. Traducido por lavaca.org
El
periodista e investigador de temas científicos David Quammen
escribió en 2012 un libro con un título que, en 2020, impresiona:
Spillover
(derrame, o desbordamiento) – Infecciones animales y la próxima
pandemia humana. Allí
describía la propagación de enfermedades de animales a humanos y
explicaba que la próxima gran pandemia sería causada por un virus
zoonótico proveniente de un animal silvestre –probablemente un
murciélago- con el que los humanos estarían en contacto en algún
mercado de China.
En
una entrevista al medio italiano Il Manifesto, realizada por Stella
Levantesi, Quammen explica que el origen de la pandemia era
previsible y las características de los virus al pasar de animales a
humanos. Habla también sobre la relación entre destrucción del
medio ambiente y la crisis climática con la aparición de estas
pandemias. Sobre la desinformación científica, los medios y el
miedo inútil. Y plantea: «Tenemos que tener mucho cuidado de que el
distanciamiento social no conduzca al distanciamiento emocional y que
comencemos a mirar a la otra persona como una amenaza o un enemigo».
David
Quammen es el periodista, investigador y escritor norteamericano que
escribió Spillover
(derrame o desbordamiento) Infecciones animales y la próxima
pandemia humana.
“Las advertencias estaban allí. Los científicos que trabajan
en estas cosas sabían que los coronavirus deberían estar a la
cabeza en la lista de vigilancia, porque los coronavirus mutan con
frecuencia y, por lo tanto, evolucionan rápidamente”.
Spillover
fue considerado en su momento “Libro notable del año” por The
New York Times,
el mejor libro del año por Scientific American, y finalista en los
premios National Book Critics Circle Award, entre otras distinciones.
Quammen colabora con National Geografic, Harper’s, The New York
Times y Rolling Stone, entre otras.
¿Por qué no se hizo caso a las
advertencias que formuló en ese libro? Explicó Quammen a la revista
Orion: “Por dinero, política e indiferencia pública. El
dinero para la respuesta a la enfermedad pandémica estará
disponible solo después de que haya comenzado el brote. Cuando
el último brote desaparece, nunca hay suficiente dinero disponible
para prepararse para el próximo”. Dijo también: “Un bosque
tropical, con su gran diversidad de criaturas y microbios visibles,
es como un hermoso granero viejo: lo derriba con una excavadora y los
virus se elevarán en el aire como el polvo”.
Esta es la entrevista publicada
por Il Manifesto Global (la versión original en Il Manifiesto por
Stella Levantesi.
Distanciamiento
social, conexión emocional
Quammen no previó el futuro,
estudió los datos científicos e investigó e informó sobre la
historia de las epidemias. Desde su casa en Montana, Quammen
respondió algunas de nuestras preguntas para ayudarnos a comprender
mejor la pandemia actual. En esta entrevista, profundizamos en
las causas, la dinámica y las consecuencias de la pandemia de
coronavirus. Está editado ligeramente para mayor claridad.
¿Cómo
se produce el Derrame o Desbordamiento (Spillover)?
Desbordamiento es el término que
se aplica a ese momento cuando una especie de virus u otra enfermedad
pasa de su huésped no humano a su primer huésped humano. Ese
es el derrame. Así, el primer huésped humano es como el
paciente cero. Y las enfermedades que hacen eso se llaman
enfermedades zoonóticas. Al virus en sí, lo llamamos
zoonosis. Entonces, la propagación ocurre cuando una zoonosis
pasa del reservorio donde vive de manera permanente y discreta sin
causar enfermedad, por lo general, en algún tipo de animal no
humano. Cuando pasa de ese animal no humano a su primera víctima
humana: eso es desbordamiento.
Cuando
se rompen ecosistemas
Un
capítulo de su libro se titula: «Todo viene de algún
lado». Entonces, ¿por qué y cómo es que la destrucción
humana de la biodiversidad o la interferencia humana en el medio
ambiente crean las condiciones para que surjan nuevos virus como el
actual?
Nuestros diversos ecosistemas
están llenos de muchos, muchos tipos diferentes de especies de
animales, plantas, hongos, bacterias, otras formas de diversidad
biológica, otras criaturas vivientes, todas criaturas celulares. Un
virus no es una criatura celular. Un virus es solo una tira de
material genético dentro de una cápsula de proteína. Es una
especie de parásito mecánico sobre las criaturas celulares, no
puede reproducirse de forma independiente, solo puede reproducirse al
entrar en una criatura celular y usar la maquinaria de esa célula
para fabricar sus propias proteínas, fabricar su propio genoma y
multiplicarse en cientos de partículas virales.
Entonces, nuestras muchas
especies de animales que viven en diversos ecosistemas tienen sus
propias formas únicas de virus. Ni siquiera sabemos cuántos
virus viven en los animales del bosque del Congo o en los animales
del Amazonas. No tenemos idea. Solo sabemos que son muchos
virus diversos. Y así, cuando los humanos perturbamos esos
diversos ecosistemas, cuando entramos allí y talamos árboles y
construimos campamentos de madera y construimos campamentos mineros y
atrapamos a los animales, los matamos para alimentar a los
trabajadores o los matamos para transportar a otro lugar y vender en
un mercado, o incluso capturarlos en vivo para transportarlos y
venderlos en un mercado, nos ponemos en contacto con esos animales,
perturbamos esos ecosistemas y liberamos, en efecto, nuevos
virus. Ofrecemos a esos virus la oportunidad de aprovechar un
nuevo host (huésped). Y ahí estamos como el nuevo anfitrión
potencial.
Y luego, porque somos tantos y
estamos tan estrechamente interconectados: 7.700 millones de humanos
en el planeta ahora vuelan en aviones por todas partes, transportan
alimentos, transportan otros materiales, si estos virus se apoderan
de un humano, si pueden replicarse en un humano, si evolucionan para
poder transmitir de un humano a otro, entonces han ganado el sorteo,
o como me dijo un científico, han ganado el boleto de oro porque
ahora el anfitrión en el que están es el huésped animal más
abundante en el planeta. Pueden ir a todas partes y pueden
infectar a millones y millones de personas. Y eso es lo que
pasa. Y esa es la causa raíz de los efectos secundarios y la
causa raíz del problema de las enfermedades zoonóticas que se
convierten en pandemias mundiales.
Sobre
los murciélagos
¿La
distinción entre enfermedades zoonóticas y no zoonóticas ayuda a
explicar por qué los humanos han conquistado ciertas enfermedades y
no otras? ¿Es más difícil curar las enfermedades
zoonóticas? Y si es así, ¿por qué?
El 60% de las enfermedades
infecciosas humanas son zoonóticas, lo que significa que el virus o
sus causas provienen de un animal no humano en tiempos relativamente
recientes. Sabemos lo que sucedió y podemos rastrearlo con
investigaciones científicas y decir: «este virus proviene de ese
tipo de animal». El otro 40% de las enfermedades infecciosas
humanas tenía que venir de algún lado. Entonces, debido a que
somos una especie relativamente joven, la mayoría de nuestras
enfermedades infecciosas son causadas por virus u otros agentes
patógenos que son versiones que evolucionaron lentamente de otras
cosas que vinieron de otras especies hace mucho tiempo, quizás miles
de años atrás.
Por ejemplo, el caso más famoso:
hemos erradicado la viruela y ahora existe solo congelada en algunos
laboratorios de investigación. No circula en la población
humana. ¿Por qué hemos podido hacer eso? Porque no vive
también en animales. Si la viruela también viviese en algún
tipo de murciélago o de mono, entonces no podríamos deshacernos de
ella en la población humana a menos que también lo hiciéramos en
esa población animal. Tendríamos que matar a todos esos
murciélagos o curarlos también de la viruela. Es por eso que
podemos erradicar una enfermedad como la viruela, y ahí es donde
nunca podremos erradicar una enfermedad que es zoonótica a menos que
matemos a los animales en los que vive.
Entonces, ¿cuál es la solución
si un murciélago nos transmite un virus? ¿Deberíamos matar a
todos los murciélagos? No, esa no es la solución. La
solución es que debemos dejar a los murciélagos solos, porque
necesitamos murciélagos y nuestros ecosistemas necesitan
murciélagos.
¿Es
relevante el hecho de que los murciélagos y los humanos sean
mamíferos para facilitar que el virus se propague?
Probablemente lo haga más
fácil. Muchos de los virus que causaron el contagio y la
enfermedad zoonótica en los últimos 60 años tienen su reservorio
en los murciélagos. ¿Pero por qué los murciélagos? ¿Por
qué los murciélagos parecen estar demasiado representados?
Primero, son mamíferos como
nosotros. Por lo tanto, es más probable que los virus que se
adaptan a ellos puedan adaptarse a nosotros que un virus que proviene
de, por ejemplo, un reptil o una planta. La segunda razón es
que los murciélagos están excesivamente representados en la
diversidad de mamíferos. Una cuarta parte de todas las especies
de mamíferos en el planeta son especies de murciélagos, el 25%. Por
lo tanto, están excesivamente representados en la diversidad de
mamíferos y, por lo tanto, es natural que parezcan
sobrerrepresentados como fuentes de virus que ingresan a los humanos.
Hay otro par de cosas más allá
de eso. Los murciélagos viven mucho tiempo y tienden a reunirse
en grandes cantidades. En una cueva, podría haber 60,000
murciélagos que se unen en la pared de una cueva. Y esa es una
buena circunstancia para transmitir virus de un individuo a otro y
para que los virus circulen a través de la población. Hay otra
cosa que los científicos están comenzando a investigar y es que los
sistemas inmunes de los murciélagos pueden ser más tolerantes a la
«extrañeza» en sus cuerpos que otros sistemas inmunes.
Aire
contaminado y virus
¿Existe
una correlación entre altas tasas de contaminación en ciertas áreas
y un impacto más fuerte del virus en la población de esa área?
Sí, creo que podría haber una
correlación entre la contaminación del aire y el daño a los
pulmones y las vías respiratorias de las personas y cuán
susceptibles son a este virus en particular. Creo que esa es una
pregunta importante. No creo que tengamos respuestas a eso
todavía, pero ¿es una pregunta que merece investigación y
atención? Si, absolutamente. Es completamente posible que
el daño a los pulmones de las personas, incluso si no se nota en
tiempos normales, podría estar allí y podría ser suficiente para
hacerlos más vulnerables a este virus.
Los
síntomas de este virus aparecen tarde. Así que no hay alarma
del organismo que diga: «estás infectado». ¿Esto lo hace más
peligroso en comparación con otras enfermedades que muestran
síntomas mucho antes?
Absolutamente:
lo hace más peligroso. Creo que dije en Spillover que
tuvimos suerte con el SARS porque incluso si el SARS fuera un virus
muy peligroso y se propagara fácilmente de humano a humano y tuviera
una alta tasa de letalidad, casi 10%, hubiera sido mucho peor si las
personas estaban transmitiendo el virus antes de sentir
síntomas. Hubo otros problemas con el SARS, pero generalmente
ese no fue el caso. Y dije: «Dios no permita que tengamos un
virus tan malo como el SARS, pero que además se propague entre las
personas antes de que sientan síntomas».
En este momento tenemos
exactamente ese caso de virus. La tasa de mortalidad no es tan
mala, aunque en Italia está cerca de eso.
El
entusiasmo negativo
¿Cuán
importante es abordar la desinformación científica en temas como el
del calentamiento climático o este virus?
Es sumamente importante abordar
la desinformación científica. Absolutamente hay una
superposición. Hay personas que están impacientes, enojadas y
personas que no están muy bien informadas. Reciben sus noticias
de fuentes de noticias poco confiables, y tienen un apetito de
entusiasmo negativo. Tienen más interés en las conspiraciones
que en la ciencia. Ciertos tipos de personas prefieren ese tipo
de explicación porque es más satisfactorio para sus prejuicios. Y
la desinformación se propaga fácilmente.
Vivimos en un mundo donde los
medios electrónicos están disponibles las 24 horas del día y
quieren actualizaciones, quieren ojos, quieren que las personas
recurran a su canal porque su canal tiene algo un minuto antes que el
otro canal. Así que existe ese tipo de competencia que no
beneficia a nadie, excepto a los accionistas del canal.
Así que creo que nosotros, como
consumidores de noticias, debemos resistirnos a estar obsesionados
con cuál es el último número, cuál es el último caso, cuáles
son las últimas noticias de última hora. Tenemos que seguir
eso, prestarle alguna atención, pero necesitamos otras
cosas. Necesitamos informaciones sobre el coronavirus que
profundicen la causa y el efecto, lo que se puede hacer. Y
necesitamos historias que no sean sobre coronavirus. Necesitamos
música, necesitamos comedia, necesitamos artes, libros.
Distanciamiento
social y emocional
¿Cómo
juega el miedo en este tipo de escenario, en el comportamiento
colectivo durante una pandemia? Es negativo? ¿Es
positivo? ¿O es solo humano?
El miedo es muy humano. El
miedo es natural. El pánico también es humano. Pero no
son útiles. La gente me pregunta a veces, bueno, hay un nuevo
virus que sale de China. ¿Qué tan asustados deberíamos
estar? Quiero respetar esa pregunta, pero generalmente digo que
es la pregunta equivocada. Porque estar asustado, preocupado no
te hará ningún bien. Aprenda más sobre este virus y luego
tome medidas y ayude a la sociedad a tomar medidas para controlarlo.
Tenemos que tener mucho cuidado
de que el distanciamiento social no conduzca al distanciamiento
emocional y que comencemos a mirar a la otra persona como una amenaza
o un enemigo. Manténgase saludable, haga el distanciamiento
social y lo superaremos. Pero me parece que el miedo a la otra
persona es algo de lo que tenemos que tener mucho cuidado o enfermará
nuestra cultura y nuestras sociedades tanto como este
virus. Entonces, el distanciamiento social sí, pero mantengamos
la conexión emocional.
¿Qué
podemos aprender de esta pandemia?
Bueno, antes que nada, podemos
aprender que las enfermedades zoonóticas pueden ser muy peligrosas y
muy costosas y debemos estar preparados para ellas. Necesitamos
gastar el dinero y ejercer la voluntad cuando termine la pandemia,
antes de que suceda la próxima. Necesitamos gastar muchos
recursos y mucha atención en la preparación. Más camas de
hospital, más unidades de cuidados intensivos, más ventiladores,
más máscaras, más capacitación de trabajadores de la salud, más
capacitación de científicos que estudian estas cosas. Los
planes de emergencia a nivel local, a nivel provincial, a nivel
nacional para hacer frente a esto, todo eso cuesta dinero.
La otra cosa que necesitamos
aprender es que la forma en que vivimos en este planeta tiene
consecuencias, consecuencias negativas. Dominamos este planeta
como ninguna otra especie ha dominado este planeta. ¡Hurra por
nosotros! Pero hay consecuencias y algunas toman la forma de una
pandemia de coronavirus. Esto no es algo terrible que nos acaba
de pasar. Es el resultado de las cosas que hacemos, las
elecciones que hacemos. Hay suficiente responsabilidad para
todos. Necesitamos entender eso.
¿Cómo
ves el mundo después del coronavirus? ¿Qué va a cambiar para
las sociedades? ¿Qué va a cambiar en la vida de las personas?
Bueno, espero que incluso
personas como Donald Trump aprendan por las malas que estas cosas
deben tomarse en serio. Tenemos que hacer ajustes. Es
posible que comencemos a reducir nuestros impactos en términos de
clima, todos los combustibles fósiles que quemamos, la destrucción
de la diversidad biológica, invasión de los diversos
ecosistemas. Tal vez comencemos a dar un paso más cuidadoso y
más ligero en este planeta. Eso es lo que espero y ese es el
único bien que puede salir de esta experiencia.
En plena pandemia de coronavirus,
hay quienes -desde la derecha pero también desde ciertos
progresismos- miran a los Estados autoritarios como modélicos.
Mientras, otros piensan en la necesidad de recuperar y reinventar la
mejor tradición socialista: la que piensa en términos de Estado y
bienestar en democracia, apelando a sociedades civiles robustas que
sean capaces de producir un nuevo pacto social global para enfrentar
el miedo. ¿Qué tipo de Estados queremos?
De la amarga experiencia del
siglo pasado hemos aprendido que hay cosas que los Estados
definitivamente no deben hacer. Hemos sobrevivido a una era de
doctrinas que pretenden decir, con un aplomo alarmante, cómo deben
actuar nuestros gobernantes y recordar a los individuos -mediante el
empleo de la fuerza en caso necesario- que quienes están en el poder
saben lo que es bueno para ellos. No podemos volver a todo eso».
Tony Judt, Algo va mal (2011)
Autoritarismos a la carta
«Observamos un cierto vínculo
entre el coronavirus y los inmigrantes ilegales», dijo el primer
ministro húngaro Viktor Orbán, el 3 de marzo pasado. Cuando le
preguntaron por los datos, solo se limitó a hacer silencio. Para
Orbán, los lazos entre la epidemia y los inmigrantes ilegales
deberían ser evidentes para todos. Tras su declaración, aprovechó
para hacer lo que mejor sabe: limitar los derechos de asilo a los
extranjeros. Ahora Orbán, líder autoritario de un régimen al que
no duda en llamar «iliberal» se prepara para gobernar por decreto
de manera indefinida. Si bien asegura que lo hará solo durante la
crisis del coronavirus, no hay buenas razones para pensar que no está
utilizando la epidemia para fortalecer su poder y su gobierno. En
Hungría el Estado es fuerte. Para perseguir opositores políticos,
hacer proclamas antisemitas, atacar a las diversidades sexuales,
étnicas y religiosas. En definitiva, para producir control social.
Xi Jinping, el líder de la
República Popular China, está mostrando una relativa eficacia para
controlar la pandemia de coronavirus dentro de sus fronteras. Pero en
China la eficacia dista mucho de estar fundada en un orden
democrático. De hecho, esto se hizo patente desde las primeras
semanas del brote del virus. Primero, el gobierno obligó retractarse
a las dos enfermeras que denunciaron la falta de equipamiento y las
condiciones ominosas a las que eran sometidas en Wuhan en una carta a
la revista médica The Lancet. Después, la policía del Ministerio
de Seguridad Pública de China, obligó a Li Wenliang, el médico que
alertó de la enfermedad a principios de enero, a decir que estaba
difundiendo «falsas noticias». Li murió de coronavirus al poco
tiempo.
Tras la expansión del virus, el
gobierno chino actuó rápidamente para atajarlo. Pero también para
reprimir y fortalecer sus dispositivos de control social. China que,
recordémoslo, vive bajo un régimen de partido único cuyo líder Xi
Jinping quiere incluso emular en fortaleza a Mao Tse-Tung que posee
el poder de un big data al servicio del control que es, como lo han
llamado Maya Wang y Kenneth Roth, un «Leviatán de los Datos».
China tiene una capacidad
instalada para controlar a la ciudadanía. Pero, a diferencia de las
grandes empresas del capitalismo occidental –que pretenden capturar
a los Estados–, allí no hay ningún contrapeso jurídico: el
control de datos es llevado a cabo directamente por el gobierno.
Lamentablemente, no son pocos los sectores políticos del mundo
occidental, y particularmente algunos autoproclamados progresistas y
liberales, que están celebrando a China. Aseguran que en el país
asiático la ciudadanía acata seria y responsablemente las órdenes
del Estado, que se construyen hospitales y que los científicos
muestran una especial responsabilidad con la situación. Celebran, en
definitiva, el rol eficiente del Estado Chino. Solo que esa
eficiencia –que, para colmo, no siempre es cierta y está plagada
de gobiernos provinciales corruptos que falsean información al
propio Estado– viene por debajo de un régimen de partido único,
con escasas garantías para las libertades individuales y en el que
lo que se sindica como «responsabilidad» puede ser mera obediencia
por temor.
En China el Estado es fuerte y,
en ocasiones y en temas específicos, efectivo ¿pero es el Estado
que queremos?
Algo similar sucede en Rusia,
donde Vladímir Putin –que está intentando perpetuarse en el poder
a través de una consulta popular que, hasta ahora, no se suspende
por la epidemia. Putin es otro de los líderes mundiales que agradece
al virus: las protestas en su contra amainaron por el pánico que
conlleva la enfermedad. El de las protestas es, justamente, uno de
los argumentos que utiliza el líder ruso: asegura que su gobierno
debe seguir hasta el año 2036 porque garantiza la paz y el orden en
el país. Al igual que en el caso de China, no son pocos los que ven
en la mano firme de Putin un Estado presente. Su accionar rápido
frente a la crisis del coronavirus, también le dio crédito entre
sectores progresistas de Occidente, que han visto el desmoronamiento
de sus Estados de bienestar, la inacción o la acción lenta de sus
gobiernos y las crisis de los sistemas de salud. Pero, nuevamente,
¿es un Estado como el ruso, con sus facetas autoritarias y
autocráticas, lo que deben buscar los progresistas?
Los ejemplos son de lo más
variados. La líder de la derecha radical francesa Marine Le Pen
también quiere un Estado presente y apela a él en tiempos de
coronavirus. De hecho, pidió una medida que ya tenía en mente: el
cierre de la frontera con Italia –algo que lleva, según su modo de
ver, al principio del fin del Espacio Schengen–. Matteo Salvini,
líder de la extrema derecha italiana, empezó, por supuesto,
culpando a los inmigrantes y, particularmente a los «minimercados
étnicos». Y el gobierno de la extrema derecha griega encontró en
el coronavirus una estrategia perfecta para reivindicar uno de sus
proyectos más reaccionarios: el desarrollo de centros de detención
forzados –llamados eufemísticamente «campamentos cerrados» –
para solicitantes de asilo en las islas de Chios y Lesbos.
En Israel, donde la derecha
gobierna, pero estaba dada la posibilidad de que fuera desalojada del
poder por una alianza entre fuerzas centristas y progresistas,
Benjamin Netanyahu también aprovechó el coronavirus. Según afirma
el periodista Sylvain Cypel, el primer ministro israelí está
provocando un «golpe de Estado en cámara lenta». Bernard Avishai,
profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, apunta en la misma
dirección. Según su criterio, Netanyahu aprovechó el necesario
aislamiento para perpetuarse en el cargo, luego de que, hace dos
semanas, tras el recuento oficial de votos de la última elección se
evidenciara que su bloque político se encontraba con tres escaños
menos que el dirigido por Benny Gantz, el líder de la coalición
Azul y Blanca. La polémica llegó a tal punto que la presidenta de
la Corte Suprema de Israel, Esther Hayut, afirmó que «las llaves de
la Knesset (el Parlamento israelí) están encima de la mesa: quien
gana las elecciones va y las toma, pero resulta que alguien se ha
guardado las llaves en el bolsillo». Y Yuval Noah Harari afirmó que
«en Italia, España y Francia, los decretos de emergencia los
promulga un gobierno que el pueblo ha elegido, no alguien que no
tiene el mandato de su pueblo». Finalmente, Netanyahu consiguió
salirse con la suya aprovechando la urgencia ciudadana originada por
la crisis coronavirus: logró que Gantz le diera su apoyo para
gobernar durante dieciocho meses, con el compromiso de que dejará el
cargo en ese momento y que será Gantz quien lo asuma.
En América Latina, las derechas
punitivistas también aprovecharon. Martín Vizcarra, el presidente
peruano que se presentaba como un liberal pero que acabó mostrando
su faceta autoritaria, declaró un toque de queda que ya habilitó
abusos del Ejército contra los sectores más vulnerables de la
sociedad. El ministro del Interior del gobierno de Bolivia que depuso
a Evo Morales, Arturo Murillo, viste de policía para anunciar el
combate al coronavirus con un discurso castrense y amenaza a todo el
mundo con meterlo preso. A ellos se suman los negadores como Jair
Bolsonaro que, por supuesto, no necesitan del coronavirus para creer
en un Estado que reprime a la población.
Hay muchos progresistas en el
mundo felices por la posible vuelta del Estado. Pero la
globalización, como aseguran numerosos analistas, está lejos de
terminar. E incluso ellos, los autoritarios, lo saben. De hecho, lo
que pretenden algunos es, en realidad, autoritarismo para adentro y
globalismo mercantil hacia afuera (lo que algunos llaman
«nacional-liberalismo»). Lo peor de los dos mundos se ve claramente
en Estados Unidos: un sistema de salud desestructurado, un Estado de
bienestar que nunca terminó de desarrollarse y una retórica de
autoritarismo presidencialista en manos de Donald Trump.
La crisis y la ineficiencia de
los liberales económicos (y de su versión farsesca, los
libertarios) no debería llevarnos a admirar a cualquier régimen por
la fortaleza de su Estado. Tampoco a desterrar toda idea de
globalización y a cerrarnos en un imposible –y, probablemente
indeseable– retorno del Estado-nación como único estructurador
social. La globalización parece, como apuntan diversos economistas y
cientistas sociales, lejos de tocar el suelo. El globalismo liberal y
el Estado autoritario no son las únicas alternativas: un mundo
global con Estados y sociedades civiles robustas, con bienestar,
cuidado y democracia, quizás también sea posible.
Si queremos Estado, no estaría
mal preguntarnos cuál.
¿La ineficiencia de la
(social)democracia?
Pero, frente a las imágenes de
autoritarismo –y de efectividad, solo en algunos casos–, ¿cuál
ha sido la respuesta de la avanzada Europa? Ha sido, ciertamente,
disímil. Sería fácil englobar a todos los países, arrojar un
número de cifras y culpar de todo al desarticulado Estado de
Bienestar. Y puede que eso sea parcialmente cierto. Pero no
totalmente. Italia aparece devastada por el virus y plagada de
muertos, con niveles de inacción o de acción a destiempo imposibles
de entender. Alemania, en cambio, no: tiene muchos infectados pero
poca cantidad de muertos. Su sistema de salud –que ahora se
encuentra bajo una importante presión– es más robusto que el de
otros países de Europa Occidental y realizó más tests que los
otros países de la región. ¿La diferencia entre Italia y Alemania
es solo la robustez del Estado de bienestar o su posición de
liderazgo en Europa? Evidentemente no. También se trata de
decisiones políticas. Así es, claro, como funciona la democracia.
Lo mismo puede decirse respecto de Francia, que aún sostiene
estructuras de sanidad derivadas del bienestarismo, pero que está en
plena crisis: tiene casi 700 muertos y más de 20.000 infectados.
¿Todo se debe a las flaquezas del bienestarismo (que Macron defiende
en tiempos de pandemia pero que muchas veces pone en duda fuera de
ella)? Evidentemente no: también se trata de decisiones políticas.
Macron no postergó, en plena pandemia, la primera vuelta de las
elecciones municipales (que, como es lógico, tuvieron un récord de
abstención).
Pese a las diferencias en las
decisiones, es igualmente cierto que la ya muy discutida crisis del
Estado de bienestar se volvió más evidente. Y no es solo por el
coronavirus. Hubo problemas en los sistemas de salud, pero también
en las decisiones vinculadas a las cuarentenas: parte de la
ciudadanía que no perciben ingresos –o que reciben muy poco dinero
mensual a través de políticas focalizadas de asistencia– debieron
aislarse del mismo modo que aquellos que sí cuentan con recursos
para hacerlo. Esto fue claramente visible en los países de la
periferia y en los países más empobrecidos de Europa. Países como
Suecia, Dinamarca o Noruega, enfrentaron la epidemia correctamente,
no solo por la rapidez, sensatez y agilidad política, sino también
por poseer, aún hoy, estructuras de bienestar más robustas. Aún
con estrategias diferenciadas –Suecia apuesta por ejemplo por
aconsejar, en lugar de imponer, el aislamiento–, los países
ridiculizados permanentemente por el nacionalismo –y por parte de
la izquierda, que los critica por ser «modelos no exportables»
debido a la lógica de funcionamiento del capitalismo– dieron,
hasta ahora y otra vez, en la tecla. Aun así, todos ellos también
se encuentran en serios problemas: algunos incluso han cedido a
tentaciones nacionalistas cerradas.
Lo cierto es que, frente a los
modelos autoritarios, puede que la democracia sea más lenta –e
incluso en ocasiones más ineficaz–, pero ese sigue siendo un
precio a pagar. De lo que se trata, quizás, es de volver a pensar
esa eficiencia, esa celeridad y esa capacidad de resolver en
democracia.
Una nueva imaginación
política
Don Quijote imaginaba sus aventuras caballerescas.
«Los grandes trastornos, como la
actual pandemia de coronavirus, a menudo pueden reducir la
desigualdad. La primera y más inmediata razón es que tienden a
dañar económicamente a casi todos, y los ricos tienen más riqueza
que perder. La caída de la fortuna de estas personas acomodadas los
acerca relativamente a cómo están los demás», dice Adam Rasmi,
periodista de Quartz y del Finantial Times. Su perspectiva, como la
planteada por el economista serbo-estadounidense Branko Milanovic, es
sintomática de estos tiempos: la desigualdad se hace más visible
cuando un fenómeno inesperado toca las puertas de las casas de los
más beneficiados.
Rasmi recupera la posición del
profesor de la Universidad de Stanford Walter Scheidel. En su libro
The Great Leveler: Violence and the History of Inequality from the
Stone Age to the Twenty-First Century (El gran nivelador: violencia e
historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra al Siglo XXI),
Scheidel apunta cuatro fenómenos brutalmente igualadores: las
epidemias, las revoluciones, las guerras masivas y los colapsos
estatales. La gran igualadora, para Scheidel, siempre es la
catástrofe.
Ahora, el mundo vive una. El
coronavirus se lleva vidas humanas allí donde llega. Y llega a
todos. El miedo se apodera de millones de seres humanos. La pregunta
por el futuro del orden global vuelve a ponerse encima de la mesa.
Algunos aseguran que estamos atravesando otra de las grandes crisis
de la historia sistémica. Hay quienes afirman que este es el
verdadero comienzo del siglo XXI y que pronto entraremos en un
escenario en el que habrá que barajar las cartas con las que
querremos jugar. Otros, aventuran que viviremos una situación
análoga a la del contexto de la segunda postguerra: la recuperación
de un acuerdo que tendrá al Estado como actor central, pero con
problemas y circunstancias muy diferentes a aquellas del pasado.
En medio de la vorágine, es muy
probable que algunos piensen así. Y quizás sea correcto. Pero,
¿cuáles serán las bases sociales, éticas y programáticas para un
nuevo contrato? ¿Qué es lo que es dable esperar y qué es lo que
verdaderamente se puede pretender?
No alcanza solo con esperar el
desenlace de esta crisis. Es evidente que, en términos más o menos
generales, los ultraliberales de mercado están perdidos: reclaman
Estado, el mismo que contribuyeron ferozmente a desguazar, incluso en
sus funciones esenciales. Pero es igualmente evidente que el peligro
del Estado de control y represivo, no puede ser la alternativa a
ello. ¿No se trata, más bien, de reconstruir una comunidad en la
que el Estado tenga una dimensión central, pero comprendiendo que
este ya no es ni será el del pasado?
El Estado es hoy, como dice, Tony
Judt en su libro Sobre el Olvidado Siglo XX, «una institución
intermedia». «La idea de un Estado activo hoy significa reconocer
los límites del empeño humano, en contraste con las utópicas y
soberbias ambiciones del pasado reciente: porque no todo puede
hacerse, hay que seleccionar lo más deseable o importante entre lo
que es posible. La idealización del mercado, con el supuesto
concomitante de que, en principio, todo es posible, encargándose las
fuerzas del mercado de determinar qué posibilidades se harán
realidad, es la más reciente (si no la última) ilusión moderna.
(…) Únicamente el Estado puede representar un consenso sobre qué
bienes son posicionales y sólo pueden obtenerse cuando hay
prosperidad, y cuáles son básicos y deben proporcionarse en todas
las circunstancias».
El coronavirus no producirá
necesariamente un nuevo pacto social. Pero no tiene por qué producir
el aplauso del progresismo al fortalecimiento de un tipo de Estado
que no le es propio. Más bien, el coronavirus debería ser la
ventana de oportunidad para retomar la tradición de una izquierda
comunitarista, que piense la necesidad de un potente sistema de salud
público, una sociedad civil robusta, un Estado presente como garante
de acuerdos sociales, unas fuerzas de seguridad estructuradas bajo
principios democráticos. Aplaudir a Rusia o a China, o adoptar una
posición acrítica entre vínculos entre la ciencia (y la
tecnología) y el Estado –un vínculo muy parecido al que tantas
veces se critica respecto de la religión organizada– no va a
ayudarnos. La tradición socialista democrática es, aunque no esté
pasando por su momento más luminoso, la mejor variable a tener en
cuenta. La ciencia y la tecnología al servicio del bien público
(pero no para controlar a la población ni para ejercer vigilancia o
experimentos sociales), la religión como asunto social que dota
valores morales por los más débiles (pero no para regular las vidas
individuales, como sucede cuando la intromisión en el Estado se hace
patente). Los mejores exponentes del antiguo socialismo democrático
confiaron en que la ciencia ayudaría a paliar enfermedades, en que
los aspectos misericordiosos de la religión podrían ser
incorporados a un credo social laico, en que el Estado debería estar
ahí para garantizar acuerdos fundamentales, pero nunca para
sobrepasar la vida de cada ciudadana y ciudadano.
Dicho de otro modo. Si el
coronavirus y las reacciones estatales que produce no escriben
automáticamente un nuevo pacto social, la lectura lineal que hace
creer que la pandemia denota una restablecimiento del Estado-nación,
y que en clave progresista eso es leído con la voluntad de que sea
en la versión del viejo Estado de bienestar puede ser, no solo
apresurado, sino que en el mismo apresuramiento no advierte la tarea
que a la izquierda le toca: construir ese escenario y separar la paja
del trigo para que no sea el establecimiento de un Estado policial.
Es decir: hacer que esa lectura construya la realidad efectiva de un
Estado social frente a una pandemia que descubre en él un rol
intransferible: recuperar las dimensiones no mercantilizarles de su
función social. La salud. La vida.
En Algo va mal, uno de sus
mejores ensayos sobre la socialdemocracia, Judt propone exactamente
eso: desarrollar una política de izquierdas, no ya solo por
imperativo ético, sino por temor. Los autoritarios siempre se han
hecho cargo de él, pero el temor a futuras catástrofes y muertes
también llevó a los mejores acuerdos sociales democráticos. ¿No
es eso lo que la izquierda podría pensar ahora? El modo de enfrentar
al temor es la seguridad en un sentido extenso (seguridad social,
cuidado público, lazos sociales comunitarios, Estado presente,
ciudadanía garantizada). Pero el temor, y esto lo saben bien los
socialistas, no puede ser el único vector: el temor a perder
derechos y a catástrofes sociales no puede construir nada por sí
mismo. Son necesarios los valores positivos que expliquen por qué
ese orden es mejor para garantizar una comunidad. Quizás los
socialistas tengan qué explicar por qué es necesaria la democracia,
por qué y qué Estado se necesita, por qué creen en sistemas de
salud públicos, por qué una sociedad de iguales produce mejores
resultados –incluso en término productivos y utilitaristas– que
una sociedad desigual.
Para esto sí serán necesarios
los intelectuales y los imaginadores políticos. Los que ahora piden
que solo «hablen los médicos» y «la ciencia», porque la
necesidad apremiante es la vacuna contra el coronavirus, son, como
los llamaba Leszek Kołakowski, «los intelectuales contra el
intelecto». Esos que, en virtud de las situaciones apremiantes del
presente se niegan a pensar con imaginación –y racionalidad– el
futuro. En el fondo, se parecen a los analistas que, durante la
Segunda Guerra Mundial, pedían hacer silencio y reclamaban
reflexiones sobre el futuro para después de la contienda.
Afortunadamente, estaban los Malraux, los Gide, los Keynes, los
Orwell, los Benda, los Beveridge. Fue sobre esas cabezas sobre las
que se edificaron los fundamentos morales, económicos y políticos
del mundo nuevo. Quizás hoy nos preocupemos porque solo hablan
filósofos –o sofistas– y porque no contemos con cabezas como
aquellas. Pero ahí están también Branko Milanovic, Mariana
Mazzucato, Paul Mason, Dani Rodrik, Sheri Berman, por nombrar solo a
algunos de los exponentes globales más importantes que, también
ahora, están imaginando una salida a esta crisis.
Un óptimo por izquierda
Puede que la palabra
«socialdemocracia» remita demasiado a una «idea europea». A
veces, de hecho, se la confunde acríticamente con el tibio «liberal
progresismo», del que tanto se han burlado escritores como
Houllebecq –empeñado en negar, o en desconocer, una genealogía
histórica de la izquierda–. Pero su expresión bien podría ser la
de una “sociedad del bienestar”, algo que, en muchos países no
europeos también se desarrolló –con sus propias características–
durante la segunda postguerra.
No será posible volver, como
decía Stefan Zweig, al «mundo de ayer». Pero quizás si sea
posible tenerlo en cuenta para una nueva imaginación colectiva que
reponga el valor de la comunidad y de una sociedad organizada y con
reglas claras y derechos para los más vulnerables. Recordar y evocar
las imágenes de ayer, en medio y tras la pandemia, no implica
reponer aquel mundo. Implica reubicar sus ideas fuerza para hacernos
cargo de un horizonte en el que, probablemente, la izquierda pueda
forzar la combinación de elementos pasados con proyectos claramente
futuros. Y es justamente ahí donde los «melancólicos de izquierda»
y los futuristas y aceleracionistas se unen: en pensar una idea de
comunidad en la que habrá que reinventar ya no solo los sistemas de
salud y educación, sino también avanzar en temas como la
automatización, la economía colaborativa, el cambio climático, las
relaciones de género, la renta básica universal. ¿Qué servicios
queremos que sean públicos? ¿Bajo que marco estatal podremos
desarrollar las políticas que imaginamos como progresistas? ¿De qué
forma podemos desarrollar algo más que un acuerdo social general
para qué efectivamente un nuevo pacto tenga como privilegiados a los
que nunca lo son? ¿Qué se hará con las deudas y con las empresas?
¿Cómo se pensarán las reformas tributarias? Ninguno de estos
puntos son necesariamente de izquierda: la automatización y la renta
básica también pueden ser capturadas por la derecha. Incluso el
sistema de cuidados puede ser una alternativa para la flexibilización
salarial. Que las proclamas sean de izquierda no quiere decir que lo
sean “esencialmente”.
Para conseguir un resultado de
izquierdas se necesitará gente dispuesta a pelear por plataformas
radicales. Es momento de recordar que las ganancias tibias del pasado
no fueron encaradas por programas igualmente tibios. Los
socialdemócratas tienen, por ejemplo, mucho que agradecerle a los
comunistas y trotskistas. Los nuevos temas vinculados a una agenda
que algunos llaman postcapitalista precisan una militancia activa:
por el sistema de cuidados que pone en debate el género, por
ingresos ciudadanos que no sean apropiados por perspectivas puramente
(neo)liberales, por división de jornadas de trabajo, por economías
solidarias y populares que ya tienen ensayos en organizaciones
territoriales del Tercer Mundo. Solo con programas más o menos
máximos, algunos se atreverán a garantizar programas mínimos.
En la América Latina periférica,
donde los arreglos entre Estado y sociedad civil, están sometidos a
otra ecuación, es posible que las fuerzas populares hagan arreglos
desde una lógica defensiva. Pero en estos países ya hay una
experiencia: las organizaciones de trabajadores desocupados, las
redes de salud comunitarias, la defensa de estructuras de cuidado
organizadas desde el mundo periférico, quizás sean ahora necesarias
para encarar ese combate. No se trata solo de cosas por ganar, sino
de muchas otras por defender.
Hace pocos días, y en medio del
contexto de la pandemia de coronavirus, el asesor político y
periodista de la BBC, Alex Bell escribía en las páginas de The
Courier: «La función principal del gobierno es proteger a sus
ciudadanos de los caprichos de la vida moderna, no solo de la guerra,
como alguna vez se pensó. Cambio climático, conmoción económica,
contagios, desigualdad: estos son los enemigos modernos. Deberían
convertirse en los pilares de un nuevo Informe Beveridge, un nuevo
tipo de bienestar, donde el individuo sea igual a la empresa
económica, donde los rescates públicos sean para el público. (…)
Pero la prioridad ahora es hacer cosas radicales que ayuden a las
personas de inmediato. Eso significa poner dinero en efectivo en el
bolsillo de los que quedaron atrás por el daño que le hicimos al
gran legado de la última guerra, el Estado de bienestar». La
reciente propuesta del presidente argentino ante el G-20 de un Plan
Marshall global parece apuntar en este sentido.
Sin embargo, hay algo más. No se
trata solo de luchas radicales, de memoria de los aspectos positivos
del Estado de bienestar ni de los proyectos futuristas. Es cierto que
uno de los aprendizajes que el progresismo puede capitalizar en esta
crisis es el que refiere a la importancia del Estado, a la necesidad
de planificación racional, a un acuerdo basado en sistemas de salud
robustos. Pero también, probablemente, el progresismo tenga que
asimilar el valor de la productividad y la existencia de una sociedad
que, a diferencia de las de postguerra, es mucho más heterogénea
que en el pasado. Una sociedad donde los intereses individuales
existen -donde los deseos de las clases subalternas no son los
imaginarios de la izquierda sino, muchas veces, coincidentes con los
consumos propiciados por las derechas- y no dejarán de existir. El
Estado de excepción no puede asimilarse como la normalidad. ¿Pero
cuál es la normalidad que nos imaginamos?
El 15 de enero de este año, poco
antes de que se desatara la crisis del coronavirus, la politóloga
Sheri Berman escribía: «el mundo no está cerca de la situación
que enfrentó en las décadas de 1930 y 1940, pero las señales de
advertencia son claras. Uno solo puede esperar que no haga falta otra
tragedia para hacer que las personas de todo el espectro político
reconozcan las ventajas de una solución socialdemócrata a nuestra
crisis contemporánea».
¿Será esta tragedia que estamos
viviendo?
na muy frágil molécula,
mutación de un virus muy estudiado como el de la gripe, nos tiene a
casi toda la población del planeta, siete mil millones, en
cuarentena. Esta molécula, de rápida multiplicación y también de
fácil supresión con elementos sencillos –lavandina, jabón,
alcohol-, nos obligó a recurrir a métodos medievales de profilaxis,
el aislamiento.
Si, en pleno siglo XXI, habiendo
decodificado el genoma humano, calculado la velocidad de expansión
el universo, produciendo energía de la colisión controlada de
neutrones, teniendo personas en estaciones espaciales, y sobre todo:
internet 4.0 en el bolsillo, solo podemos evitar esta forma de gripe,
el Covid19, con los métodos del siglo XI. Y esto ocurre, no porque
la tasa de mortalidad sea alta – es muy baja: 5% - sino porque ese
pequeño porcentaje no lo podemos resolver con los sistemas de salud
públicos y privados que tenemos. Es decir, que la mayoría de
quienes se agravaran por debilidad de su sistema inmunitario,
morirían.
En nuestro país, de modo
inteligente y oportuno, se tomaron las medidas de emergencia en un
momento incipiente de contagios, viendo el colapso de Europa por la
atención tardía. Lo cual nos aporta un grado de tranquilidad
nacional, que no pueden vivir los brasileros ni los estadounidenses,
entre otros pueblos irresponsablemente conducidos.
En medio de estos días
inciertos, la noticia diaria importante es el número de muertos y
contagiados, y nuestro objetivo personal, familiar y social
prioritario y casi exclusivo es mantenernos sanos y vivos.
Además de la certeza de nuestra
muerte – a cuyo disimulo dedica nuestra civilización millones de
dólares y de religiones-, la reclusión general y obligatoria nos
enfrenta a otra verdad: lo valioso de la libertad ambulatoria. Esta
prisión domiciliaria, inimaginable hace escasos 8 días, que nos
angustia, también nos impide olvidar a quienes viven hacinados, a
quienes son privados de libertad sin tener condena, a los ancianos en
sus asilos, a las personas en campos de refugiados. Confrontar la
verdad inexorable que nadie es libre si la sociedad está sometida,
por caso a una enfermedad; la Libertad individual depende de lo
humanamente sanos que seamos como sociedad. Nadie sobrevive solo. El
filósofo Spinoza ya planteaba que la conquista de la Libertad
personal dependía del grado de conciencia de la realidad interna y
externa al hombre.
El coronavirus nos ha sujetado a
todos en nuestras casas, nos puso ineludiblemente frente a nuestras
familias, a nuestra sociedad, y frente a lo más aterrador: nosotros
mismos. Nuestra condición de ser humano nos interpela; vemos que
podemos morir inminentemente, sin ninguna defensa material; vemos qué
vínculos humanos forjamos; vemos que por un factor ajeno e injusto
no podemos andar libremente; vemos nuestras miserias normalmente
disimuladas por la vorágine de la actividad diaria, nuestros
pánicos, nuestras fortalezas, nos vemos. Y a todas las escalas:
individual, familiar, social, estatal y global. ¿Quién puede
soportar las respuestas que le da este espejo?
La cualidad principal de éste
espejo molécula es que en todos los niveles proporciona un reflejo
absolutamente fiel: las sociedades deshumanizadas como la
norteamericana, agotó la compra de armas para uso personal, no tiene
respuesta sanitaria para la pandemia, y su gobierno asume, como el de
la sociedad inglesa, que habrá miles de muertos. China se refracta
como un país organizado, de híper control digital de la sociedad,
que ya ha superado con un Estado diligente, el pico de contagio. Cuba
confía en su sistema de salud y en su organización como sociedad;
se ven a sí mismos como lo que siempre han sido.
Todos y todas se refractan, todes
nos reflejamos fielmente.
En cuanto al ser humano hoy
forzosamente recluido, no comparto las miradas románticas de la
oportunidad de volverse buenos al estar en familia, ni tampoco las
miradas apocalípticas ni las mágicas. Si creo que esta
obligatoriedad de vernos, nos impone asumir la responsabilidad de lo
que somos y de lo que hacemos en todos esos planos.
Preguntarnos: ¿Esta sociedad he
construido? ¿Con una enfermedad más letal cómo nos organizaríamos?
¿Estos vínculos familiares en sus perversiones y en sus gozos me
son atribuibles? ¿Se puede llamar vida a la privación de libertad
ambulatoria? ¿Ese ser humano aterrado frente a una molécula soy
Yo?... podría ser un comienzo. Tenemos varios días para aprender de
las respuestas que nos dé este Espejo.
En estos tiempos de estadísticas
y percepciones, al parecer, los miedos ganan por goleada y las
percepciones respecto a que un Estado policial (Y quizá lo sea
siendo el individualismo alimentado por el neoliberalismo la
condición que agrava el potencial peligro de la pandemia), es la
mejor arma contra el virus y la enfermedad de contagio que provoca.
Las medidas que adoptó el
gobierno de Alberto Fernández para enfrentar el coronavirus tienen
respaldo mayoritario (94,7%), según la última encuesta de la
consultora Analogías, un trabajo que además revela que existe un
gran consenso para continuar con el aislamiento obligatorio más allá
del 31 de marzo (72,7%).
El sondeo de Analogías muestra
un gran apoyo por parte de la población al presidente, tanto cuando
se indaga por la “imagen” que las personas tienen de él, y que
supera el 90%, como en la aprobación hacia su gestión de gobierno y
las medidas que está tomando frente a la pandemia del coronavirus,
además de estar de acuerdo en gran medida con la importancia del rol
del Estado en esta situación.
Hay una alta valoración positiva
(74,5%) del consenso alcanzado para enfrentar la pandemia de todo el
arco político y de la articulación de las acciones en todos los
niveles gubernamentales (80%).
La imagen positiva del presidente
alcanzó un 93,8%; con un 50,2% que lo evaluó como “muy bueno”,
un 28% como “bueno” y un 15,7% como “regular” o “bueno”.
A su vez, un 79,2% aprueba la gestión de gobierno de Fernández,
mientras que solo un 8,4% no lo hace.
El informe de la consultora
afirma que “los niveles de aprobación sobre la actuación del
gobierno frente a los peligros de la pandemia son inéditamente
altos, se siguen concentrando entre los encuestados de menor nivel de
instrucción; esa intensidad del apoyo al gobierno disminuye
claramente a medida que sube el nivel de instrucción y presenta gran
regularidad territorial y etaria”.
También observa una “alta
valoración de la coordinación y unidad que efectivamente se observa
respecto de la articulación entre el gobierno nacional, los otros
niveles ejecutivos y la oposición”, ya que hay casi un 80% que
está de acuerdo con este accionar. Y un 74,5% de los encuestados
sostuvo que está “de acuerdo” o “muy de acuerdo” con la idea
de que para enfrentar la pandemia hay consenso de todo el arco
político, y que desapareció la llamada “grieta”.
Cuando se indaga acerca de las
expectativas sobre la situación económica para los próximos dos
años, hay un 50% de los encuestados que responde positivamente y
casi un 40% de forma negativa.
En el informe aclararon que “la
palabra de Alberto Fernández es esperada y muy atendida por la gran
mayoría de los entrevistados”, ya que un 71,9% indicó que le
interesan “mucho” sus mensajes y un 21.7% que le importan
“bastante”.
Un aspecto importante en el marco
de la pandemia es el del aislamiento, y según explica el trabajo,
un 72,7% de quienes respondieron a la encuesta consideraron que se
debe prolongar la cuarentena más allá del 31 de marzo, mientras que
un 10% cree que no.
En el marco de este proceso, los
encuestadores verificaron que “las medidas” que tomó el gobierno
“tienen una alta aprobación, que coincide con una expectativa
optimista sobre sus resultados y la eventual mejora de la situación
sanitaria en los próximos 30 días”.
Un 94,7% está “muy de acuerdo”
o “de acuerdo” con las decisiones del gobierno para enfrentar la
pandemia, y 8 de cada 10 encuestados cree que las medidas podrían
servir para frenarla o hacerla menos grave.
El
rol del Estado
“En un marco de excepción
aparecen de manera nítida las opiniones mayoritarias acerca de la
centralidad del rol del Estado, y la necesidad de que intervenga
directamente en el control de actividades estratégicas para la
población”, destaca la consultora Analogías.
Un total del 82,1% está “muy
de acuerdo” (58,8%) o “de acuerdo” (23,3%) con que el Estado
debe tomar el control de la producción y la distribución de los
bienes esenciales si los empresarios especulan con los precios, y un
67,8% considera que es el Estado quien debe garantizar la salud
pública en esta situación.
Además, en coincidencia con los
casi 9 de cada 10 encuestados que creen que el coronavirus va a
afectar negativamente a la economía argentina, hay un 81,8% que está
de acuerdo con que el país debería posponer hasta nuevo aviso todos
los pagos de la deuda externa por la crisis económica internacional.
Desigualdad
y especuladores
“Acerca de qué sector social
se verá más afectado en el caso de que se extienda la pandemia, se
produjeron casi las mismas respuestas respecto a que serán los
pobres diferencialmente más afectados y las que optaron por decir
que no reconocerá diferencias de clase”, describe el informe, ya
que un 39,5% dijo que afectará más a los pobres y un 39,3% a todos
por igual.
Donde se observa un amplio
consenso social es en la opinión sobre la especulación con los
precios por parte de los empresarios, porque casi 9 de cada 10
consideran que lo están haciendo.
La encuesta, que se realizó el
23 de marzo con 2.308 casos efectivos a través de entrevistas
telefónicas en el formato IVR, indaga también en el comportamiento
de la sociedad frente al coronavirus.
Sobre este asunto, más de la
mitad cree que en general la población está respetando las pautas
de prevención y cuarentena: un 38,9% cree que se respetan
“bastante”, un 12% que se cumplen “mucho”, un 41,6% cree que
“poco” y un 5,9% opina que “nada”.
Pero cuando los encuestadores
preguntaron sobre si los propios encuestados cumplen con la norma, un
95,2% contesta afirmativamente.
A la vez, “la preocupación
sobre las consecuencias que tenga la pandemia es muy alta”, ya que
un 60,1% contestó que está “muy preocupado” por las
consecuencias en la salud que pueda traer la pandemia y un 31,9% se
mostró “bastante preocupado”.
Sobre el incumplimiento de las
normativas, un 95% de los encuestados se mostró conforme con aplicar
el Código Penal a quienes no cumplan con la cuarentena, según
relevó la consultora Analogías.
El comunismo y la colaboración
que demanda el siglo XXI
La pandemia de COVID-19 pone en
primera plana la crisis sanitaria en la que el mundo se encuentra
inmerso. Las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud
(OMS) resaltan la urgencia de que los países adopten medidas de
distanciamiento físico y solidaridad social que puedan ayudar a
frenar el aumento de contagios y ganar tiempo hasta aumentar
capacidades de respuesta y desarrollar alternativas terapéuticas y
de inmunización. Es por ello que, a los fines de reducir el impacto
de la pandemia, junto a las medidas que cada país adopte, resulta
fundamental fortalecer la coordinación político-sanitaria dentro de
los países y entre gobiernos, así como la cooperación
internacional en los campos de la salud, la ciencia, la tecnología y
el desarrollo social.
La importancia de la salud como
derecho, y además objetivo y condición de los procesos de
desarrollo, se pone aún más de manifiesto en un escenario de
profundización de brechas de inequidad y de aumento de riesgos
epidémicos a escala global. A la hora de actuar rápidamente contra
el COVID-19, las respuestas nacionales demandan coordinación y
estrategias de convergencia a nivel multilateral y regional. Esto se
hace aún más evidente y necesario en las regiones más vulnerables
del mundo y en aquellas con profundas inequidades, como por ejemplo
América Latina.
Arabia Saudita, en su condición
de presidente pro tempore del G20, ha convocado para esta semana una
Cumbre Virtual Extraordinaria de Líderes con el objetivo de
coordinar respuestas frente a la pandemia. Su realización
seguramente habría sido más propicia en enero o febrero de este
año. De todos modos, resulta una ocasión idónea para que la
comunidad internacional asuma el desafío de ejercer una gobernanza
multilateral en esta crisis. Con ese fin, ponemos en conocimiento
algunas propuestas que podrían impulsarse:
1. Coordinar mecanismos para
promover una mayor y mejor inversión a largo plazo en los sistemas
de salud pública que garantice el acceso de toda la ciudadanía a la
atención médica y asegure la protección frente a nuevas epidemias.
La pandemia ha puesto en evidencia la importancia del fortalecimiento
de los sistemas sanitarios y del acceso universal y equitativo a la
salud como derecho humano fundamental. Es necesario que los acuerdos
que sean adoptados contemplen el principio elemental de que la salud,
la educación, la ciencia y la innovación tecnológica no sean
considerados bienes del mercado ni se apliquen criterios de
minimización de gastos y maximización de rentabilidad financiera.
2. Establecer bases regulatorias
permanentes para garantizar la supervisión primaria de los Estados
en la provisión de bienes y servicios esenciales en la prevención y
manejo de problemáticas sanitarias transfronterizas globales.
3. Garantizar la cooperación
humanitaria bilateral y multilateral, con criterios equitativos de
distribución y en base a las necesidades y capacidades estructurales
de cada sistema de salud.
4. Fortalecer un sistema
integrado de datos a nivel global que permita compartir más recursos
e información confiable desde los países que están atravesando las
fases más críticas hacia los que están en etapas iniciales de
contagio o no están aún en situación de pandemia.
5. Consensuar estrategias
generales que permitan el desarrollo y la utilización de capacidades
instaladas de los sistemas de ciencia y tecnología locales y las
instituciones académicas con las cuales están estrechamente
vinculadas. Por ejemplo, para la realización de testeos masivos o el
acceso remoto a herramientas, capacitaciones y know-how. Las
instituciones académicas de nuestra región aún deben modernizarse
y asegurar sus capacidades. En este sentido, estrategias de
cooperación internacional que permitan aprovechar experiencias
previas jugarán un rol central para acelerar el crecimiento en esta
dirección.
6. Impulsar una red y/o cuerpo
internacional de científicos y expertos coordinados por la OMS que
apoye iniciativas e instituciones de cooperación internacional en
salud, cuya labor se extienda más allá de la actual crisis y
configure un espacio que sistematice aprendizajes y contribuya al
manejo coordinado de posibles futuras pandemias. La cooperación
internacional es una potente herramienta epidemiológica. Es por ello
que urge fortalecer las capacidades de respuesta en los diferentes
niveles de coordinación.
7. Crear una red de contención
económica mundial para apoyar a países y sectores más afectados,
fortaleciendo los sistemas nacionales de innovación y los sistemas
de salud, especialmente en los países y regiones más vulnerados.
Ello requerirá del impulso de líneas de financiamiento acordes con
objetivos previamente definidos por los países a nivel multilateral,
tales como la Agenda 2030 del desarrollo sostenible de Naciones
Unidas.
8. Formular un acuerdo mundial
para el movimiento y circulación de personas que habilite el cruce
de fronteras de especialistas y sanitaristas de manera rápida y
efectiva. Contemplar una normativa que regule el apoyo de empresas
aeronáuticas privadas, además de las públicas, para poder hacer
más efectivas las medidas.
9. Crear un comité para la
coordinación, el seguimiento y la implementación de medidas
farmacéuticas, como vacunas y drogas antivirales, promoviendo
prácticas de investigación abierta, intercambio de información, y
acción coordinada para su distribución que considere las
necesidades y capacidades de los países en desarrollo.
10. Generar un fondo común de
inversión con aporte de corporaciones transnacionales que fomente el
aprovechamiento de las tecnologías digitales y de la telemedicina en
países en desarrollo, y en forma conjunta con ellos, en base a sus
necesidades. La cooperación internacional es clave para que el
potencial de tecnologías como los diagnósticos remotos de
enfermedades, sensores de epidemias, y cadenas de bloques estén al
alcance de todos los países.
El COVID-19 no es el agente
causal de la crisis sanitaria global. Es, por el contrario, un
detonante que pone de relieve las fallas estructurales de los
frágiles sistemas de salud y de ciencia y tecnología del mundo.
Creemos firmemente que para la construcción de sociedades
equitativas y sostenibles se requiere de la regulación y
participación activa del Estado y de la sociedad civil velando por
los intereses e integridad de tres pilares centrales: salud,
educación y ciencia y tecnología. Dejar en manos del mercado su
regulación sería una falacia, además de una temeridad que nos
haría más vulnerables. La próxima Cumbre Virtual del G20 debería
ser el disparador para poner en marcha una gobernanza multilateral
que haga frente a la nueva pandemia de manera coordinada y
equitativa, considerando las necesidades de los países en desarrollo
y anticipándose también a otros eventos futuros.
--*--
La iniciativa surgió de un grupo
de científicos y científicas de América Latina miembros de TYAN,
la red de Afiliados Jóvenes de TWAS (The World Academy of Sciences),
en colaboración con investigadores e investigadoras del CONICET
(Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas),
Argentina. Con la premisa de que la cooperación científica es clave
para salir de la emergencia sanitaria global, extendemos la
colaboración a nivel regional y global para sensibilizar a los
gobiernos, instituciones multilaterales, organismos regionales,
corporaciones transnacionales y organizaciones de la sociedad civil
sobre la gravedad del asunto.
Firmantes:
Adriana Erthal Abdenur
(Amassuru), Agustina Garino (FLACSO), Agustina Marchetti
(CONICET-UNR), Alejandra Kern (UNSAM), Alejandro Frenkel (UNSAM),
Alejandro Simonoff (IRI-IdIcsh-UNLP), Alejo Vargas Velasquez
(Universidad Nacional de Colombia), Anabella Busso (UNR-CONICET),
Andrea Lima (Universidad de Chile-TYAN), Andrés Malamud (Universidad
de Lisboa), Ariel González Levaggi (UCA), Bárbara Bavoleo
(CONICET-UNLP), Belén Herrero (CONICET-FLACSO), Bernabé Malacalza
(CONICET-UNQ), Bruno Ayllón (UCM), Bruno Dalponte (FLACSO), Camila
Santos (BRICS Policy Center/ IRI PUC-Rio), Camille Amorim Leite
Ribeiro (PPGEEI-UFRGS), Camilo López Burian (UDELAR Uruguay), Carla
Morasso (UNR), Carlos R. S. Milani (IESP-UERJ/CNPq); Carolina Sampó
(CONICET-UNLP), Cecilia Inés Jiménez (IDH CONICET-UNC), Celeste
Ceballos (CIECS CONICET-UNC), Cintia Quiliconi (FLACSO-Ecuador),
Clarissa Giaccaglia (CONICET-UNR), Cristina Lazo (Universidad
Católica de Chile), Daniel Blinder (UNSAM), Deisy Ventura
(USP/ABRI), Desiree D'Amico (UCC), Diana Tussie (CONICET-FLACSO),
Elodie Brun (COLMEX), Emanuel Porcelli (UBA), Ernesto Vivares (FLACSO
Ecuador), Esteban Actis (UNR), Eva Acosta Rodríguez
(CONICET-UNC-TYAN), Fabián Britto (OITTEC-UNQ), Federico Brown (USP,
Academia Ciencias Ecuador, TYAN), Federico Merke (CONICET-UDESA),
Federico Rojas de Galarreta (ICP-PUCC), Fernando Nivia-Ruiz
(Universidad Javeriana de Colombia), Fernando Porta (UNQ), Florencia
Rubiolo (CONICET-UCC), Francisco Leal (Universidad Nacional de
Colombia), Francisco Urdínez (PUC Chile), Franco Cabrerizo
(CONICET-UNSAM-TYAN), Geovana Zoccal Gomes (BRICS Policy Center),
Gilberto M. A. Rodrigues (Universidade Federal do ABC, Brazil), Gino
Pauselli (Universidad de Pensilvania), Giovanni Molano Cruz
(Universidad Nacional de Colombia, IEPRI), Gladys Lechini
(CONICET-UNR), Guadalupe González González (El Colegio de México),
Gustavo Lugones (OITTEC-UNQ), Gustavo Rojas (CADEP Paraguay), Hernán
Grecco (CONICET-UBA-TYAN), Iván Maisuls (Universidad de Münster,
Alemania), Iván Miranda Balcázar (Universidad Mayor de San
Andrés-UMSA), Janneth Karime Clavijo (CIECS CONICET-UNC), Javier
Surasky (IRI-UNLP), Javier Vadell (PUC-Minas), Jean-Francois
Prud'homme (COLMEX), Jorge A. Schiavon (CIDE), Jorge Pérez-Pineda
(Universidad Anáhuac México), Jorge Resina (Universidad Complutense
de Madrid), Jorgelina Loza (IGG-CONICET), José A. Sanahuja
(Universidad Complutense de Madrid, España), José Fernández Alonso
(CONICET-UNR), Juan Cruz Olmeda (El Colegio de México), Juan Gabriel
Tokatlian (UTDT), Juan José Vagni (CONICET-UNC), Juan Pablo Prado
Lallande (BUAP, México), Juan Santarcángelo (CONICET-UNQ), Juliana
Peixoto (CONICET-FLACSO), Julieta Zelicovich (CONICET-UNR), Leonardo
Stanley (CEDES), Lia Baker Valls Pereira (UERJ), Lorena Ruano (CIDE),
Luciana Ghiotto (CONICET-UNSAM), Maria Esperanza Casullo (Universidad
Nacional de Río Negro), Maria Noel Dussort (CONICET-UNR), Mariana
Albuquerque (UERJ), Mariana P. Serrano (CONICET), Mariano Mosqueira
(UCC), Mario Lozano (UNQ-CONICET), Matias Rafti (UNLP, CONICET),
Mauro Sola-Penna (UFRJ), Mayte Anais Dongo Sueiro (Pontificia
Universidad Católica del Perú), Melisa Deciancio (CONICET-FLACSO
Argentina), Miriam Gomes Saraiva (UERJ Brasil), Monica Cingolani
(UCC), Mónica Hirst (UNQ-UTDT), Nahuel Oddone (ISM), Nicole Jenne
(Pontificia Universidad Católica de Chile), Norberto Consani
(IRI-UNLP), Oscar Vidarte (Pontificia Universidad Católica del
Perú), Pablo Bolaños Villegas (Universidad de Costa Rica-TYAN),
Pablo Nemiña (CONICET-FLACSO-UNSAM), Patricia Gutti (UNQ), Patricia
Zancan (UFRJ-TYAN), Paula Ruiz (Universidad Externado de Colombia),
Paulo Esteves (BRICS Policy Center / PUC-Rio), Pía Riggirozzi
(Universidad de Southampton), Pilar Gaitan (Corporación La Paz
Querida Colombia), Raquel Drovetta (UNVM-CONICET), Ronald
Vargas-Balda (CONICET-UNSAM), Santiago Lombardi Bouza (OCIPEx),
Silvia Fontana (UCC), Silvio Miyazaki (USP Brasil), Sofía Conrero
(UCC), Thiago Rodrigues (INEST/UFF, Brasil), Valeria Pattacini
(UNSAM), Verónica Basile (CONICET-UNC), Yraima Cordero (UFRJ-TYAN).
( https://www.cenital.com/2020/03/24/frente-al-covid&45;19--mas-multilateralismo-y-cooperacion-internacional/64768 )
Yo también firmo, ¿Vos
firmarías?
Daniel Roberto Távora Mac
Cormack
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