Lunes
23 de marzo de 2020
Actualmente
circulan noticias dando cuenta de un “boom editorial”,
primeramente ocurrido en Italia, y luego en los demás países de
Europa: la novela La peste (1947), de Albert Camus, disparó sus
ventas, junto a toda una serie de libros de temática “apocalíptica”:
El último hombre, de Mary Shelley, el relato “La peste escarlata”,
de Jack London, la novela Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago,
La carretera, de Cormac McCarthy, y más. Todo, al calor de la
pandemia mundial del Corona virus o COVID-19: una crisis sanitaria
que ya permite ver sus vastas consecuencias económicas y sociales,
conviviendo a la par con otros letales fenómenos como la “guerra
del petróleo” entre Arabia Saudita, Estados Unidos y Rusia, y los
enfrentamientos armados, otra guerra, en Siria, lo que además derivó
en una crisis migratoria.
Tan o más rápido que las
noticias sobre el mismo, el Coronavirus se propagó, y es visto como
un “efecto no deseado” de la llamada globalización: las
constantes e intensas interrelaciones entre los países del mundo por
vía aérea, especialmente, y por diversos motivos: negocios,
turismo, vacaciones. Una intensidad que tiene que ver con el avance
del capitalismo, que todo lo mercantiliza y precariza; piénsese en
las empresas de vuelos low cost, por caso.
Aunque hay voces de algún modo optimistas en Europa ante el freno abrupto de lo que se condena como “sobreturismo” (consumismo), lo cierto es que esta “globalización”, comenzada en la década de 1980, fue la “desregulación” y transnacionalización del capital financiero a diversas áreas antes no regimentadas –o no regimentadas a fondo– para la obtención de ganancias. El circuito cultural del turismo, que incluye museos y edificios y sitios históricos, hoteles y alojamientos, gastronomía, restaurantes y transportes de diversa índole, hoy está en estado crítico, atravesado por la pandemia.
Aunque hay voces de algún modo optimistas en Europa ante el freno abrupto de lo que se condena como “sobreturismo” (consumismo), lo cierto es que esta “globalización”, comenzada en la década de 1980, fue la “desregulación” y transnacionalización del capital financiero a diversas áreas antes no regimentadas –o no regimentadas a fondo– para la obtención de ganancias. El circuito cultural del turismo, que incluye museos y edificios y sitios históricos, hoteles y alojamientos, gastronomía, restaurantes y transportes de diversa índole, hoy está en estado crítico, atravesado por la pandemia.
Mientras el streaming reaparece y se reafirma, en un nuevo auge de
las tecnologías digitales, óptimas, o al menos funcionales, para
soportar el encierro de las cuarentenas dictaminadas por las
autoridades de turno, otros establecimientos, como los museos y las
universidades, adaptan y difunden sus contenidos también vía web.
Las librerías también se adaptan a la situación, y ofrecen sus productos en versión digital (e-book), y, para el caso del papel, el envío a domicilio.
Las librerías también se adaptan a la situación, y ofrecen sus productos en versión digital (e-book), y, para el caso del papel, el envío a domicilio.
Volviendo a La peste, Camus se
inspiró en el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe.
Publicado en 1722, el libro impactó, y fue inspirador para diversos
artistas: Jean-Louis Barrault dirigió en teatro la obra Estado de
sitio –escrita por el mismo Camus, poco después de haber publicado
su novela–, y Gabriel García Márquez eligió el Diario… como el
libro que se llevaría para leer en una isla desierta.
La invención de Defoe, una
versión de hechos históricos reales –la peste bubónica en
Londres, en 1665–, presumiblemente basada en los diarios de un tío,
tiene tantas similitudes como obvias diferencias con nuestro
presente. Ya en su primera página se lee: “En aquellos días
carecíamos de periódicos impresos para divulgar rumores y noticias
de los hechos, o para embellecerlos por obra de la imaginación
humana, como hoy se ve hacer”. Hoy, a la velocidad del “en vivo y
en directo”, los móviles y “enviados especiales”, las redes
sociales y demás ventajas tecnológicas, arrecian los memes, y
también las fake news, además de la monomanía temática
–machacante, estresante– en los noticieros y demás programas
televisivos, y en muchos medios de prensa, promoviendo la histeria
con el tema candente del tipo “Vea las imágenes más impactantes
del Coronavirus”. Y, ayer como hoy, la enfermedad se ha ido
extendiendo, a cuentagotas, con velocidades diferentes, sorprendiendo
y abarcando diversos países y regiones.
Se lee en el libro de Defoe:
“Todos los que podían ocultar sus malestares lo hacían, para
evitar que los vecinos rehuyeran su presencia y se negaran a
conversar con ellos, y también para evitar que las autoridades
clausuraran sus casas; amenaza que aunque todavía no era cumplida,
pendía sobre la población, en extremo asustada ante la sola idea
del asunto”. Y poco después: “se murmuraba que el Gobierno
estaba por expedir la orden de instalar barreras y vallas en la ruta
para evitar que la gente viajara”. Llegan las restricciones, la
prohibición de circular, y se apostan vigilantes en las puertas
(marcadas) de las casas afectadas: hay cuarentena generalizada, y la
crisis continúa. Cada casa es una situación particular, con uno o
más miembros infectados, con médicos y funcionarios incapaces de
ingresar, con sobornos a los guardias apostados las veinticuatro
horas para poder escaparse en la noche –en algunos casos huyendo de
la ciudad al campo, en otros vagando con demencia o desesperación,
sin rumbo o destino fijo–. Ahora, se ve la militarización de las
calles de España, y se conoció el actual caso de un italiano, el
actor napolitano de la serie Gomorra, Luca Franzese, encerrado con su
familia y el cadáver de su hermana, reclamando asistencia: “las
instituciones me abandonaron”, dijo en un video que circuló
ampliamente. Y en Argentina, otro video: el de un hombre que,
regresado de los Estados Unidos, atacó a golpes al guardia de
seguridad del edificio, en Olivos, quien le indicó que estaba
violando la cuarentena.
En la novela de Defoe, tras largos
meses –y mucho rezo a Dios–, la peste finalmente se calma,
mengua, y todo retorna a la normalidad (las casas completamente
abandonadas pasaron a ser propiedad del rey). Tanto en aquella
experiencia como en la de ahora, hubo ganadores y perdedores: se
beneficiaron charlatanes de todo tipo, como astrólogos y curanderos.
Hubo robos y toda clase de bajezas humanas, al mismo tiempo que
algunas acciones de solidaridad y altruismo. La crisis actual también
dejará ganadores y perdedores.
Seguramente, entre los primeros, los grandes supermercados, los laboratorios y farmacias, servicios médicos privados. Incluso, en el terreno de la posible y urgentemente necesaria vacuna contra el Coronavirus se encuentra la puja –tan “intelectual” como económica– por la patente del medicamento. ¿Surgirá, como vaticinó hace algunas semanas el filósofo Slavoj Žižek en un artículo, un cuestionamiento social, político e ideológico más profundo del sistema, y el impulso de cambiarlo? De cualquier modo, esta novela-catástrofe del siglo XXI llegó para quedarse un buen tiempo, y está en pleno desarrollo, al igual que sus posibilidades de narrarse.
Seguramente, entre los primeros, los grandes supermercados, los laboratorios y farmacias, servicios médicos privados. Incluso, en el terreno de la posible y urgentemente necesaria vacuna contra el Coronavirus se encuentra la puja –tan “intelectual” como económica– por la patente del medicamento. ¿Surgirá, como vaticinó hace algunas semanas el filósofo Slavoj Žižek en un artículo, un cuestionamiento social, político e ideológico más profundo del sistema, y el impulso de cambiarlo? De cualquier modo, esta novela-catástrofe del siglo XXI llegó para quedarse un buen tiempo, y está en pleno desarrollo, al igual que sus posibilidades de narrarse.
Los
apologetas del libre mercado detestan la actual Carta Orgánica del
BCRA. Algunos de ellos que manchan la tradición anarquista,
nominándose libertarios, venían machacando por la disolución del
Banco Central, lo que no es otra cosa que quitarle al Estado su
soberanía monetaria y su capacidad de creación de crédito. También
es recurrente en muchos economistas de esa vertiente la prédica de
la dolarización de la economía, extinguiendo la moneda nacional
para reemplazarla por la divisa norteamericana. El condimento que
agregan los neoliberales y su extremo “libertario” es la violenta
crítica a la política. Su intención es la promoción de la
ausencia estatal en el manejo de las políticas distributivas y
productivas.
Hoy, ante la pandemia, como
ocurrió durante la crisis de 2001, frente a circunstancias que
muestran, incontrastablemente, la incapacidad del mercado de
organizar la vida de la sociedad, eligen el bajo perfil, el silencio
y/o el retiro.
Inmediatamente luego de que
Alberto Fernández anunció el DNU por el cual se dispuso la
cuarentena total hasta el 31 de marzo, el Banco Central tomó medidas
para expandir la capacidad prestable de las entidades financieras.
Esa expansión se instrumentará con la liberación de encajes (la
parte de los depósitos que las entidades financieras están
obligadas a mantener sin prestar) para los créditos que los bancos
otorguen para los fines que el BCRA disponga, ligados a atender los
efectos sobre el nivel de actividad que las medidas de prevención
provocarán. También fijó una tasa anual máxima del 24% para esa
gran masa de créditos a volcarse al sistema. Esas medidas están
encuadradas dentro de la actual Carta Orgánica de la entidad
sancionada cuando Mercedes Marco del Pont conducía la entidad y el
actual presidente, Miguel Pesce, era su vice. No podrían haberse
adoptado si hubiera regido la promulgada a principios de los ’90
por Menem-Cavallo, ni tampoco en el marco de una nueva que el
gobierno de Macri se había comprometido a establecer cuando firmó
la carta de intención con el FMI.
Matías Kulfas,Ministro
deDesarrolloProductivo, anunció una resolución estableciendo
precios máximos para productos esenciales, disponiendo que «las
empresas que forman parte integrante de la cadena de producción,
distribución y comercialización —de aquellos bienes considerados
sensible— deberán incrementar su producción al máximo de su
capacidad para satisfacer la demanda y asegurar el acceso de todas y
de todos los ciudadanos a los productos».
Ni las tasas máximas, los
encajes diferenciales, los precios máximos ni tampoco la expansión
crediticia del 50% decidida por el BCRA son herramientas aceptadas
por los economistas neoliberales ni por los organismos de la
financiarización. Tampoco la asignación específica del crédito,
ni la fijación de obligaciones cuantitativas de producción, como lo
hace la resolución del ministerio de desarrollo productivo.
Los controles de precios que
fueran devaluados por el permanente discurso del dispositivo de la
economía de la financiarización articulada con el aparato
mediático, muestran ser un instrumento necesario de la política
económica. Hoy por la pandemia que atravesamos, pero también lo son
cuando las políticas nacional populares necesitan doblegar las
resistencias de grandes capitales al establecimiento de sus
definiciones productivas y distributivas para una mayor justicia
social. Unas veces son necesarios para evitar la inmoralidad de los
“vivos” en momentos de emergencia, otras para lidiar con la
indolencia de los “poderosos” cuando un gobierno democrático
quiere mitigar la pobreza y reducir la desigualdad.
¿Cuáles hubieran sido las
posibilidades de acción con un Banco Central maniatado, o sin
siquiera su misma existencia? ¿O con un país sin moneda propia? ¿O
con un gobierno sin la fuerza del Estado para controlar los precios?
¿O sin la exigencia de utilizar la capacidad productiva sobre los
que tienen la propiedad de los medios para la producción de bienes
esenciales?
Los más pragmáticos
(oportunistas) de los neoliberales intentarán argüir que se trata
de un hecho exógeno, extraordinario, que requiere de un modo de
funcionamiento de emergencia. No lo es. Ni las enfermedades son
ajenas a la vida habitual de las sociedades, ni las epidemias y
pandemias transcurren en sociedades sin especificidades. Tampoco la
capacidad para afrontarlas son una cuestión independiente de las
relaciones sociales estructuradas con un tipo determinado de
desarrollo tecnológico.
Con el estado de conocimiento
actual, con la disposición para la producción aportada por el grado
de desarrollo de la ciencia y la tecnología, con los recursos que la
naturaleza dispone, el desarrollo de las capacidades para enfrentar
esta pandemia podría haber sido mucho más potente y con mayor
alcance y eficiencia. Sin embargo, el neoliberalismo y su combate
contra los Estados del bienestar y otros modos de economía social
desestructuró los sistemas de salud y redujo sensiblemente sus
posibilidades y eficiencia. No sólo lo hizo en los países
periféricos, sino que también en las naciones centrales. El
predominio del libre mercado y la financiarización ha sido
devastador para una correcta asignación de recursos para la salud.
Las endebles infraestructuras en países europeos denotan que la
pandemia del coronavirus no se despliega sobre el género humano en
abstracto, sino en una instancia determinada de una formación
económica y social: el capitalismo de la financiarización. Eso se
traduce en la insuficiencia de número de camas, de respiradores, de
establecimientos. No sólo en su número absoluto, sino en el número
relativo por habitante comparado entre países (inclusive entre
aquéllos de desarrollo no muy dispar). Además se expresa en la
presencia de sistemas de salud quebrados, tabicados entre hospitales
públicos, otras formas de medicina social, regímenes prepagos y
medicina privada. El neoliberalismo desorganiza la salud.
Los intelectuales orgánicos del
capital financiero no sólo cuestionaron la existencia de bancos
centrales y monedas propias en los países con dependencia
periférica. Impugnaron la propia existencia de los derechos humanos
en su sentido positivo (de acceso, los que el Estado debe proveer).
Negaron ese carácter a los Derechos Económicos y Sociales.
Confrontaron con el paradigma de la Declaración Universal de
posguerra, sin haber alcanzado a sustraerlos de la institucionalidad.
Pero las políticas que pregonaron e impulsaron debilitaron su
vigencia en la práctica. Los servicios sociales que cubren esos
derechos fueron mercantilizados. Esa mercantilización no sólo
implica la eliminación de su gratuidad, también define la
posibilidad de su disposición en condiciones de igualdad, y
transfiere las condiciones de su propia producción, en su cantidad,
calidad y estructura a la lógica de la ganancia. La salud y la
educación fueron degradadas en los últimos treinta años, época en
que paradójicamente hubo una verdadera revolución diagnóstica y de
posibilidades terapéuticas. Hayek, el pensador emblemático de la
corriente neoliberal, los caracterizaba como falsos derechos, que al
ser reconocidos como tales pondrían en peligro a los que él
reconocía como únicos verdaderos derechos, los civiles de tradición
liberal (que incluían el de propiedad) y los políticos con una
lógica restrictiva.
Siendo las pandemias una cuestión
de la medicina social, las deficiencias frente al coronavirus,
manifiestas en la desesperada necesidad de “achatar” la curva de
concentración de casos, indican hasta qué punto el acontecimiento
actual no sólo es una catástrofe adjudicable a la relación del
hombre con la naturaleza, sino también a la naturaleza de su
organización social. A la financiarización.
En la crisis mundial sanitaria
que hoy vivimos han resurgido por parte de los gobiernos, de las
organizaciones políticas, de referentes sociales, los llamados a la
solidaridad y a la responsabilidad social. El lazo social, el cuidado
propio unido al cuidado del otro. La noción de una vida compartida.
La necesidad de interrumpir la vorágine consumista. Esta lógica
comunitaria se une a la reaparición de una irremplazable presencia
estatal en roles sociales y económicos.
Mientras se trazan estas abruptas modificaciones culturales, los mercados se derrumban, los incentivos de éstos a la producción se despedazan, incapaces de organizar nada emergen como espacios anárquicos donde el pánico inversor se despliega. Impotente, el régimen de la financiarización relegará su dinámica autorregulatoria por un tiempo, para que la sociedad se haga cargo en su conjunto de un drama cuya solución no se compadece con ninguna de sus lógicas. Es que el hombre solidario no es una categoría de su reino.
Mientras se trazan estas abruptas modificaciones culturales, los mercados se derrumban, los incentivos de éstos a la producción se despedazan, incapaces de organizar nada emergen como espacios anárquicos donde el pánico inversor se despliega. Impotente, el régimen de la financiarización relegará su dinámica autorregulatoria por un tiempo, para que la sociedad se haga cargo en su conjunto de un drama cuya solución no se compadece con ninguna de sus lógicas. Es que el hombre solidario no es una categoría de su reino.
La
de su reino es que, como Casparrino señala en su tesis de maestría
defendida esta semana en FLACSO, La
relación entre Economía y Derechos Humanos. Acumulación, hegemonía
y genocidio, “(el)
consumidor racional es el soberano absoluto en la representación
neoclásica de la sociedad… constituye el centro de la teorización
del agente económico… Las inversiones y distribución de recursos
están marcados por sus gustos y elecciones racionales…
Esta hipotética ilusión de soberanía supone, junto con la anulación de la concepción de clases basada en el conflicto por la distribución del excedente de los clásicos, un borramiento del poder económico, que sucumbe ante este sujeto… el agente representativo neoclásico (neoliberal), ya sea en su función de consumidor como de propietario indiscriminado de un factor productivo, se constituye no sólo en una caracterización de comportamiento de los sujetos del proceso económico. Representa el punto de apoyo de una modelización social exenta de ejercicio de poder económico y de contradicciones que deban ser gestionadas por actores o lógicas extraeconómicas, bajo la égida de un sujeto que transforma la soberanía política en la soberanía del consumidor”.
Esta hipotética ilusión de soberanía supone, junto con la anulación de la concepción de clases basada en el conflicto por la distribución del excedente de los clásicos, un borramiento del poder económico, que sucumbe ante este sujeto… el agente representativo neoclásico (neoliberal), ya sea en su función de consumidor como de propietario indiscriminado de un factor productivo, se constituye no sólo en una caracterización de comportamiento de los sujetos del proceso económico. Representa el punto de apoyo de una modelización social exenta de ejercicio de poder económico y de contradicciones que deban ser gestionadas por actores o lógicas extraeconómicas, bajo la égida de un sujeto que transforma la soberanía política en la soberanía del consumidor”.
La
anulación de la sociedad como un ámbito de contradicciones, que no
sólo suprime la clase social, sino también la categoría de pueblo,
implica componer la vida actual a partir de la relación del
individuo con las cosas, y lo social por la simple sumatoria de las
relaciones que cada individuo sostiene con el mundo de los objetos,
sobre la base de sus deseos. La necesidad como concepto resulta
suprimida, las necesidades de los sectores populares no es su
problemática.
Como dice Wendy Brown, los deseos o necesidades humanas se convierten en una empresa rentable, desde la preparación para ingresar a las universidades hasta los trasplantes de órganos, desde las adopciones hasta los derechos de contaminación. Hasta arribar al punto máximo de la financiarización de todo.
Como dice Wendy Brown, los deseos o necesidades humanas se convierten en una empresa rentable, desde la preparación para ingresar a las universidades hasta los trasplantes de órganos, desde las adopciones hasta los derechos de contaminación. Hasta arribar al punto máximo de la financiarización de todo.
¿Qué
comportamiento solidario puede transcurrir en esta arquitectura de lo
social? Brown en El
pueblo sin atributos sostiene
que la “interpretación del homo
economicus
como capital humano no sólo deja atrás de sí la de homo
políticus,
sino la del humanismo mismo”. Las ideas de igualdad y libertad
mutan del espacio de lo político al de lo económico, siendo
sustraídas a la democracia para ser entregadas al mercado. La
igualdad deviene en desigualdad y la inclusión se transforma en
desregulación mercantil.
Estas sociedades desintegradas
—organizadas en el paradigma expuesto—, con capacidades
productivas abundantes pero pésimamente asignadas, con Estados
debilitados a favor de los intereses corporativos, han recibido el
impacto de la pandemia. Asociar los dolores y devastaciones sólo a
una guerra con un enemigo inesperado emergente de la naturaleza
indómita, omite los fuertes ingredientes socio-económicos que han
condicionado y limitado la posibilidad de enfrentarla con todas las
potencialidades que la Humanidad hoy tiene. Tanto en la atención y
cura médica, como en la contención y remediación de las graves y
dolorosas consecuencias económicas y sociales que provoca en el
presente y legará para el futuro.
Cristina Fernández, en la carta
que escribió previamente a su regreso de Cuba, expresa que “(la)
salud… en tiempos de pandemias con ribetes bíblicos, vuelve a ser
un bien comunitario que exige de todos y todas, solidaridad,
humanismo y, sobre todo, compromiso social”.
Un verdadero programa que
recupera a la salud como un bien y derecho social. Cuando superemos
la pandemia, empezando ya ahora, habrá que emprender el camino de
desmercantilizar y desfinanciarizar sustancialmente el sistema de
salud. No solamente en la Argentina. Es una tarea para la Humanidad.
La lógica individualista, de Estado ausente y poder en manos del
capital financiero desarticuló muchas posibilidades para enfrentar
el coronavirus con todas las (y mejores) armas.
“Vivir
es una invención arrancada del terror”, escribe Anne
Dufourmantelle (París, 1964). Encendida opositora de la obediencia,
filósofa y psicoanalista, escarba con pasión en las miserias
emocionales de hombres y mujeres de clase media urbana bajo el
capitalismo. “Un terror que algunos apaciguan entre brazos siempre
distintos, otros en el alcohol, otros aún en una hiperactividad
enfermiza: los seres son desiguales ante la angustia”. Nada más
tramposo que la mentalidad del autoayudismo asustado y narcisista,
plantea. Vivir ya es un riesgo, opina. Y sale al cruce de la
conformidad con uno mismo, esa profusión de libros que forman el
mercado mundial del reaseguramiento en un mundo donde no hay nada
seguro. Nada más lejos del publicitado riesgo cero. Si
Dufourmantelle carga contra los tabúes individuales, no menos va
contra los sociales. Por ejemplo, en su “Trabajar, el undécimo
mandamiento”, dispara: “El trabajo libera son palabras de
siniestra memoria. En nuestras sociedades democráticas llamadas
liberales, el trabajo es aquello sobre lo que reposa todo el sistema
económico-político de la deuda. ¿Qué libertad permite esta
sociedad a los individuos que preferirían no hacerlo? El imperativo,
repetido desde el jardín de infancia hasta la vejez, que dicta que
el trabajo es aquello que nos hará libres, ¿nos deja aún la opción
de aceptarlo o de rechazarlo? De ahí se deriva —y de esto soy
testigo como psicoanalista— una falta afectiva que mina a los seres
hasta conducirlos, en ocasiones, a querer salir del juego”.
Dufourmantelle
se aparta de los rebusques del hermetismo y prefiere la claridad. Su
prosa es capaz de irrumpir en medio de un razonamiento discursivo con
una frase cortante, una imagen que, con la potencia de la metáfora,
descubre otra cosa, una que acechaba en lo reprimido y no podía ser
expresada de otra forma. Y pregunta: “¿Por qué será que la
extrañeza del mundo deja a ciertos seres como desollados en vida?
Muchas veces éstos se vuelven creadores, a menos que sucumban – la
angustia es insoportable en altas dosis o cuando dura demasiado
tiempo – o bien abdiquen inmediatamente, se agarren de un objeto
balsa (la botella, la jeringa, la crisis), único proveedor de esa
posibilidad de un refugio que no han recibido o no han sabido recibir
en la cuna. ¿Y por qué será que otros parecen haber sido
inmunizados desde el nacimiento?”
A Dufourmantelle no le intimida arriesgarse en sus intervenciones clínicas mediante la formulación de interrogantes tanto cuando se encuentra ante un paciente o en la situación silenciosa y meditativa de la escritura. Y sí, la escritura es esencial, constitutiva en ella. Reflexionando, anota que “el gesto de la escritura se parece a un deshechizo, a una promesa de fidelidad, pero, ¿a quién? ¿Lo sabrá el escritor en el instante en que escribe?”. Otra reflexión: “Contra la extrañeza del mundo, la escritura inventa un lenguaje para traducir lo intraducible, para hacer oír lo innombrable e intentar inscribir en él una forma nueva. Así nace una lengua propia, para parafrasear a Virginia Woolf, un recinto particular donde el sujeto a cubierto por un tiempo ha negociado su paso en la tormenta de lo real”. Importa señalarlo, además de haber escrito un ensayo sobre la hospitalidad con Jacques Derrida, Dufourmantelle ha publicado novelas.
A Dufourmantelle no le intimida arriesgarse en sus intervenciones clínicas mediante la formulación de interrogantes tanto cuando se encuentra ante un paciente o en la situación silenciosa y meditativa de la escritura. Y sí, la escritura es esencial, constitutiva en ella. Reflexionando, anota que “el gesto de la escritura se parece a un deshechizo, a una promesa de fidelidad, pero, ¿a quién? ¿Lo sabrá el escritor en el instante en que escribe?”. Otra reflexión: “Contra la extrañeza del mundo, la escritura inventa un lenguaje para traducir lo intraducible, para hacer oír lo innombrable e intentar inscribir en él una forma nueva. Así nace una lengua propia, para parafrasear a Virginia Woolf, un recinto particular donde el sujeto a cubierto por un tiempo ha negociado su paso en la tormenta de lo real”. Importa señalarlo, además de haber escrito un ensayo sobre la hospitalidad con Jacques Derrida, Dufourmantelle ha publicado novelas.
La literatura, define, es la
búsqueda de la belleza, “una parte desnuda del mundo que se nos
revela”. Y escribe: “Seamos o no creyentes, la belleza abre un
espacio a la trascendencia, o por lo menos a aquello que señala
hacia lo que posibilita. Alcanza nuestro caos interior en la
aflicción de nuestra relación con nosotros mismos, la desherencia
de lo que dejamos al abandono”. No obstante, no es ingenua y va
contra la idea de lo bello como salvación. “Hay en la belleza un
espanto del que ha hablado toda una literatura. Aquello hacia lo cual
nos señala desiste al mismo tiempo completamente”.
El año pasado, en una librería,
encontré su “En caso de amor”, un pequeño tratado de
psicopatología amorosa contemporánea, relaciones devastadas
traducidas en una serie de ensayos provenientes de su labor clínica,
pero no sólo. Si “En caso de amor” me impresionó, apenas al
hojearlo, se debió a su estilo, eso que decía al principio, una
legibilidad infrecuente en la escritura psi, por lo general
engrupida. Sus temas: humillaciones, derrotas, vergüenzas, culpas,
secretos que se resisten a la luz. Este es su material de trabajo y
sus experiencias pueden leerse tanto como con un interés psi como de
simple y pura curiosidad ficcional. ¿Acaso la novela familiar, esa
que nos inventamos para seguir aguantando y aguantándonos, no es una
ficción?
Con sólo leer uno de sus nuevos
–nuevos para nosotros– breves y punzantes ensayos del 2011 que
integran “Elogio del riesgo” uno ya se da cuenta con qué clase
de inteligencia está entrando en tránsito, porque, hay que decirlo,
Dufourmantelle exige eso, dejarse llevar, estar dispuesto a una
introspección cuestionadora, ser otro, sentir de pronto que le
tiraron a uno de la alfombra o como proponía Wittgenstein, al llegar
a lo alto de la escalera, en el último peldaño, animarse a patearla
sin tener de qué agarrarse. Pero, me pregunto, ¿acaso no es esta la
impresión del comienzo desconcertante de un tratamiento, animarse a
la primera sesión?
“La
vida es un riesgo inconsiderado que nosotros los vivos, corremos”
escribe. Le importa dejar en claro que no se trata de otra cosa que
arriesgarla. “Vivimos bajo anestesia local, envueltos en celofán,
buscando desesperadamente una sustancia o un amor que pueda
despertarnos sin asustarnos”. En esto coincide con Kierkegaard:
somos nuestros propios enterradores. Entonces, nos desafía, por qué
no arriesgar el porvenir. Su coherencia es profunda. Y sus apuestas
al riesgo deben ser leídas como proféticas, un saber por anticipado
acerca de cuál será su destino, un destino que sólo se puede
captar desde la responsabilidad de la elección y reside, como en lo
escritural, en una decisión ante una circunstancia que, como en una
tragedia griega, no parece fortuita. Que este libro tan deslumbrante
y sabio como su angustia existencial se titule “Elogio del riesgo”
cobra un sentido admirable al enterarnos cómo terminó sus días. En
julio de 2017, a los cincuenta y tres años, estaba en una playa de
la Riviera cuando cambió el clima y el área de nado se volvió
peligrosa. Divisó a dos chicos de una pareja amiga en peligro y, sin
vacilar, se lanzó al mar. Logró salvarlos, pero sufrió un paro
cardíaco. Unos rescatistas la sacaron inconsciente del agua y
trataron de reanimarla pero no lo lograron. Los chicos
sobrevivieron.
En
estos tiempos de pestes virulentas,
el presente no debe alimentar la desmemoria. Hay un imperativo ético
impostergable en transmitir a las nuevas generaciones sobre lo
acontecido en esa época oscura, época de terror, desapariciones,
torturas, exilio, cárcel, centros de exterminio para imponer un
modelo económico neoliberal reaccionario y excluyente violando todos
los principios e instituciones democráticas de los pueblos. No fue
un hecho aislado, se implantó la Doctrina de Seguridad Nacional
impulsada por los Estados Unidos y el Plan Cóndor en toda la región.
Democráticamente
se concluyó una etapa de cuatro años que consistió en la
prosecución de ese modelo excluyente, a través de una política del
miedo, de una represión sistemática a toda manifestación de
resistencia a las medidas del gobierno neoliberal, valiéndose de
métodos como el lawfare,
el accionar coordinado de las fuerzas de seguridad, más
persecuciones de todo tipo y encarcelamiento de dirigentes, tal como
ya ha sido denunciado por la ONU y otros organismos como Amnistía
Internacional. Para imponer su programa económico oligárquico y la
deuda con el FMI, se hacía necesario terminar con la práctica
política y, así como en su momento se tuvieron que servir de las
fuerzas represivas del estado para imponer un modelo de exclusión y
cambiar la matriz de acumulación, hoy se sirvieron del poder
judicial y el lawfare
para consumar ese sistema. Una muestra de un nuevo modo de sojuzgar a
los Pueblos, la vía de la dictadura institucional con el uso
discrecional de las instituciones democráticas pero al servicio de
un plan de exclusión. De más está aclarar que se trata nuevamente
de un plan global. Basta mencionar los ejemplos de Bolivia, Ecuador,
Chile y el avance de modelos neoliberales proto-fascistas como es el
caso de Brasil.
Se trata de recuperar una vez más
las marcas legadas en la memoria del pueblo, frente a «la
nueva razón del mundo» que se sirve de los métodos más diversos
para custodiar su hegemonía, desde los más deleznables, que dan
rienda suelta a las pulsión de aniquilar y las pasiones más oscuras
hasta los recursos republicanos de las democracias. El objetivo es el
mismo. Se trata entonces de señalar sin ambages que el
neoliberalismo es incompatible con la democracia plural, igualitaria
e inclusiva. Las luchas de los diferentes movimientos feministas y de
los movimientos sociales nos iluminan el camino en ese sentido.
Una vez más, y a 44 años de la
dictadura genocida de 1976, decimos: ¡Nunca Más!
Daniel
Roberto Távora Mac Cormack
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