Viernes 24 de julio de 2020

Entre mates y lecturas, la posibilidad de pensar con tranquilidad no debería ser desaprovechada mientras los medios nos inundan con sus miedos para sostener el interés de que “informarse” es alimentar el negocio de sus odios y temores mejor defendidos … el de tus miedos a pensarte y pensar la realidad para participar con otros en las transformaciones que se hacen imprescindibles.




La falsa disputa entre economía y salud es en realidad el telón que se corre frente a la mirada desprevenida de quienes creían y aún creen, pese a las evidencias, de que el neoliberalismo es la mejor forma de relación humana globalizada … solo porque ostentan allí algún lugar de mediana comodidad o privilegios. Un Sistema diseñado para pocos, que coloca a algunos en roles “forzados” a decidir quién vive y quién muere porque las leyes del mercado tornan “poco” rentable” sostener sistemas de salud capaces de atender a todos los integrantes de sus comunidades, por tanto solo se diseñan para un porcentaje estadísticamente determinado en esas funciones matemáticas que dependen de costos y beneficios, rentas y lucro en lugar de principiar el valor supremo de la vida y la salud de las personas.

Crisis, Valor y Esperanza

Repensar la economía es un proyecto ambicioso, y la selección de los tres conceptos de crisis, valor y esperanza busca desplegar un debate más amplio cuyo punto de partida son las “crudas” realidades de las mayorías, de las personas comunes. Colocando allí el foco, intentamos reflejar el hecho de que –aun cuando sus capacidades de toma de decisiones se encuentran restringidas por recursos limitados, en términos de riqueza o poder– las personas comunes y corrientes pueden desarrollar complejas estrategias individuales y/o colectivas para mejorar su bienestar individual y el de las generaciones futuras. Aquí definimos “bienestar” como el logro de expectativas socialmente razonables de comodidad material y emocional, que dependen del acceso a los diversos recursos necesarios para alcanzarlas. La crisis global ha producido en muchas regiones del mundo un contexto de ruptura de las expectativas, y ocasionó la reconfiguración de los valores ( N. del T. Traducimos el término en inglés “value” como “valor” o “valor de cambio” cuando corresponda. En el caso del término “worth”, para el cual no existe un equivalente literal en español, acompañamos la traducción al español con una aclaración del término en inglés.) y la reorganización de los marcos de obligación moral. Como resultado, la imaginación de futuros posibles y de los modos para alcanzarlos también han cambiado. En este sentido, los trabajos que reunimos aquí combinan y entrelazan diversos interrogantes en torno a la cuestión central de “ganarse la vida”.

Los tres conceptos interrelacionados de crisis, valor y esperanza sostienen una perspectiva metodológica en la que se destaca el análisis de escala, a la vez que hacen foco en las prácticas y comprensiones de la vida diaria. “Crisis” refiere a aquellos procesos estructurales que generalmente son entendidos como por fuera del control de las personas, pero que a la vez expresan su pérdida de confianza en los elementos que les proporcionaban una relativa estabilidad sistémica y expectativas razonables para el futuro. “Valor” indica un terreno en el que las personas negocian los límites que definen lo socialmente valioso (worth), y opera en la intersección entre los marcos institucionales y normativos “de arriba abajo” y los significados y obligaciones colectivas “de abajo arriba”. Finalmente, “esperanza” señala la tensión entre las expectativas personales, la capacidad para diseñar proyectos y la posibilidad real de llevarlos a cabo en una coyuntura determinada. Queremos privilegiar una perspectiva desde “la base de la pirámide”, centrada en las prácticas cotidianas que la mayoría de las personas comunes realizan para ganarse la vida. Sin embargo, el uso de la escala como método sitúa inmediatamente nuestra investigación en un campo de conexiones con otros actores sociales, a saber, aquellos que acumulan riqueza, conocimiento y poder, y que pueden operar a escalas institucionales y de amplio alcance.

Nuestro objetivo es desarrollar una teoría de la reproducción social del capitalismo actual, pero creemos que esto solo es posible si se entiende que la separación entre el modelo abstracto y sus manifestaciones concretas es en sí misma un aspecto de la ideología económica dominante que debemos abordar críticamente. En este sentido, las constelaciones específicas de relaciones sociales y disposiciones culturales que producen el tejido de la vida cotidiana se vuelven, en sus conexiones mutuas, estructuralmente significativas para la acumulación capitalista. Producidas históricamente, las especificidades regionales y locales de las formas en que se integran las prácticas económicas son decisivas en un proceso complejo que articula una multiplicidad de actores sociales y disposiciones institucionales en un espacio global de acumulación. Sostenemos que la etnografía es un instrumento privilegiado para abordar la producción histórica de esa especificidad y su papel en la estructuración de la diferenciación.

Las formas en que las personas se ganan la vida en diferentes contextos sociales y culturales constituyen un campo de interés de larga data para la antropología. Durante décadas, las y los antropólogos han generado un gran corpus de materiales etnográficos que documentan la diversidad de prácticas y razonamientos que están implicados en el ganarse la vida en diferentes situaciones. El tema ha sido abordado en distintos momentos de la historia de la disciplina a partir de diversas perspectivas teóricas y metodológicas. Un conjunto de antropólogos (Wolf, 1982; Mintz, 1986; Roseberry, 1988) centraron su análisis en las condiciones materiales y las relaciones sociales que hacen posible la producción (por ejemplo, el acceso a recursos, la propiedad), mientras que otros han colocado el énfasis en la circulación de recursos y en los marcos de obligaciones que movilizan las transferencias y definen la asignación diferencial de recursos (por ejemplo, el don, la mercancía) (Malinowski, 1961a, 1961b; Gregory 1982, 1997). No obstante, trabajos recientes han tendido a abordar producción y circulación como inextricablemente vinculadas entre sí en la práctica social.


En un contexto de gradual expansión mundial del sistema de mercado en tanto que modo dominante de distribución de los recursos, el intercambio se ha impuesto a la vez como concepto y como preocupación antropológica. Además, la creciente preeminencia que adquirió la ciencia económica en el transcurso del siglo XX –como disciplina científica cuyo objetivo principal es la creación de modelos de coordinación de mercado basados en la posibilidad del cálculo– ha contribuido a que el principio de mercado se convirtiera en una poderosa metonimia de la economía misma. Esto se ha visto facilitado por la expansión de los principios de mercado a la mayoría de los dominios sociales y áreas del mundo. De esta manera, el intercambio y el cálculo se han convertido en temas que las y los antropólogos han tenido que abordar para conceptualizar el valor y los procesos de valoración.

El interés antropológico por el intercambio se remonta al período fundacional de la disciplina, particularmente a las obras de Malinowski (1961a, 1961b) y Mauss (2003), y ha dado lugar a importantes debates en torno al valor. Algunos de los más prolíficos trabajos del último medio siglo se han centrado en el reconocimiento de que, en su vida cotidiana, las personas se involucran simultáneamente en diferentes "esferas" o "regímenes" de valor (Bohannan, 1959; Appadurai, 1988a y b; Bloch y Parry, 1989). Un aspecto importante de lo que hace que algo sea valioso es su capacidad para preservar, aumentar o transformar su valor social (worth) a medida que se mueve en el tiempo y el espacio (Munn, 1992; Graeber, 2001), lo que a menudo implica alterar las escalas de valor existentes, o construirlas en formas complejas (Thomas, 1991; Guyer, 2004; Besnier, 2011). Aquí, sin embargo, buscamos ir más allá del intercambio como paradigma principal. En efecto, investigamos la economía poniendo el foco en la reproducción social, es decir, en las continuidades y las transformaciones de los sistemas colectivos que sustentan la vida.

Ganarse la vida 
 
Nuestro objetivo principal es contribuir a repensar la economía desde la riqueza del conocimiento antropológico –tanto empírico como teórico– que ha documentado las prácticas para ganarse la vida en diferentes partes del mundo. En particular, nos interesamos por aquello que las personas comunes entienden como “una vida que vale la pena vivir” y lo que hacen para alcanzar ese propósito, especialmente en condiciones de incertidumbre radical (“crisis”). Nuestro énfasis en la investigación etnográficamente fundada tiene como objetivo comparar sociológica y culturalmente aquello que emerge como valioso en distintos casos etnográficos (“valor”). Finalmente, recentramos la comprensión de la economía en torno a la reproducción social, esto es, a las posibilidades objetivas y subjetivas de las personas para proyectar su vida en el futuro (“esperanza”).

La reproducción social implica abordar las diferentes escalas en términos de las cuales las personas evalúan la posibilidad de continuidades, transformaciones o bloqueos. Por ejemplo, las y los residentes de la Sarajevo de posguerra son plenamente conscientes de la falta de “progreso” en su existencia actual, teñida por los múltiples obstáculos en el “camino hacia Europa”, en contraste con la realización de expectativas “normales” y la esperanza de un futuro mejor de preguerra, un contraste que proyecta el futuro en diferentes escalas en cada caso (Jansen, 2014). La reproducción social es selectiva, y para comprenderla debemos lidiar con las definiciones de lo que necesita ser reproducido, categorías cuyos límites son el resultado de negociaciones sociales. Lo que nos lleva a centrarnos en la reproducción social es el hecho de que la angustia de las personas sobre sus medios de vida se expresa generalmente en términos de relaciones entre generaciones, ya sea a nivel individual y doméstico (“¿Encontrarán mis hijos un trabajo? ¿Podré formar una familia?”), como a nivel estatal (los jóvenes de hoy como una “generación perdida”). La recurrencia de estos temas pone de manifiesto la importancia de la dimensión espacio-temporal en la forma en que las personas razonan sobre el bienestar y su realización. Las experiencias pasadas proporcionan un horizonte de expectativas que configura las aspiraciones presentes y las esperanzas cara al futuro.

Proponemos repensar las prácticas para ganarse la vida, su materialidad y los conceptos que contribuyen a producirlas formulando los siguientes interrogantes: “¿De qué maneras las experiencias de las personas comunes dan forma a los proyectos de vida que emprenden?” y “¿cómo las realidades materiales, sociales, y culturales constriñen estos proyectos?”. Proponemos no pensar “la economía” como un dominio de investigación reificado y aislado del resto de la existencia humana, ni como una forma particular de acción social como el cálculo. Más bien, conceptualizamos la economía en sentido amplio, es decir, a partir de todos los procesos que están involucrados, de una manera u otra, en “ganarse la vida”, haciendo énfasis tanto en el “esfuerzo” que implica como en el objetivo de “sostener la vida”. Pero “ganarse la vida” también tiene que ver con la cooperación y con formar parte de colectivos que dan sentido a una vida que “valga la pena”. Si bien concordamos con la reinterpretación de Graeber de la teoría del valor trabajo –que define al valor como el gasto de energía creativa en la producción y el mantenimiento de la sociedad (Graeber, 2001, p. 68)–, también subrayamos la perspectiva, presente en numerosas descripciones etnográficas, de que la forma en que una sociedad representa el valor social (worth) de las personas es una clara expresión de su organización económica y política (Terradas, 1992; Wolf, 1999). Por lo tanto, debemos comprender cuáles son las diferencias significativas (límites, instituciones, categorías de personas) que quienes están en el poder se esfuerzan por reproducir para mantener su valor social (worth) y su riqueza.


Esta comprensión “en sentido amplio” de la economía atraviesa una amplia gama de actividades humanas más allá de lo puramente material, y atiende a la coexistencia entre distintos regímenes de valor. Ganarse la vida no solo depende de que las personas participen en el mercado vendiendo su fuerza de trabajo a cambio de un salario –o, de manera alternativa, vendiendo sus productos o servicios fuera de los marcos de regulación estatales, utilizando el financiamiento de microcrédito, o solicitando subsidios al Estado o a alguna ONG–. También implica dinámicas que no son comúnmente consideradas como "económicas" o que a menudo son definidas por la economía convencional como inadecuadas, deficientes o como signos de "atraso en el desarrollo". Por ejemplo, el sacrificio entre los luo, para quienes los dominios de la religión y de las lógicas económicas se superponen, forja conexiones entre entidades materiales e inmateriales, y entre fuerzas pasadas y futuras que son fundamentales para la producción de un sentido de pertenencia, esperanza de futuro, y bienestar físico y espiritual a lo largo de las generaciones (Shipton, 2014). Muchos de los recursos de subsistencia se producen y circulan fuera o al margen de las prácticas de mercado, incluso en los escenarios dominados por el mercado en los que viven la mayoría de las personas. Los circuitos de aprovisionamiento siguen caminos impredecibles, que alternan entre formas de valoración mercantilizada y no mercantilizada, dependiendo del marco de oportunidades disponibles, condicionados por instrumentos políticos y regulados por diferentes modalidades de responsabilidad (Besnier, 2011; Narotzky, 2012b). En tiempos de crisis, las personas desarrollan estrategias que les permiten localizar recursos cada vez más difíciles de alcanzar. Estas estrategias incluyen relaciones de confianza y cuidado, economías de afecto, redes de reciprocidad que abarcan recursos tangibles e intangibles, y transferencias materiales y emocionales que están respaldadas por obligaciones morales. Muchas consisten en actividades no reguladas o actividades que no pueden ser reguladas (Hart, 1973; Stack, 1974; Lomnitz, 1975; Smart y Smart, 1993; Humphrey, 2002; Procoli, 2004). Pero estas estrategias también pueden tener el efecto de definir y marginar categorías de personas (por ejemplo, por razones de origen étnico, género o raza) para quienes el acceso a los recursos se verá restringido violentamente (Sider, 1996; Li, 2001; Smith, 2011).

Con el fin de conseguir que la vida merezca ser vivida, las personas invierten en múltiples aspectos de la existencia que, si bien a primera vista parecen tener poca sustancia económica, terminan teniendo consecuencias económicas. A la inversa de los supuestos que subyacen a las políticas de desarrollo –que priorizan el microcrédito y el espíritu emprendedor–, entre los sectores populares, las relaciones sociales a menudo constituyen una “inversión” mucho más segura que la microemprendeduría. Así, los brasileños pobres de la región de Pernambuco afirman que “el dinero es bueno, pero un amigo es mejor”. En este sentido, mientras que el dinero desaparece tan pronto como se obtiene, en tiempos de necesidad se puede contar con los lazos de amistad (de L'Estoile, 2014). De manera similar, las mujeres de las zonas rurales de Tamil Nadu, que hace mucho que están familiarizadas con una amplia gama de prácticas de préstamo, incluidas aquellas promovidas por los programas de microcrédito, saben que el endeudamiento genera reconocimiento y apoyo (pero también clientelismo político, obligaciones laborales, y vergüenza) a través del amplio entramado social que supone (Guérin, 2014). Mientras, los migrantes latinoamericanos en Barcelona combinan complejas dinámicas de reciprocidad, cuidados mutuos y transacciones financieras para “salir adelante” en circunstancias difíciles (Palomera, 2014). Pero, aunque las personas en condiciones de profunda precariedad son las más hábiles en el desarrollo de complejas estrategias de aprovisionamiento, la frugalidad de los no tan ricos pero no tan pobres también se constituye sobre múltiples y diversos proyectos para sostener la vida. Estas dinámicas han sido extensamente analizadas en el marco de las empresas familiares, emprendedores étnicos y grupos industriales en la mayoría de las regiones del mundo (Blim, 1990; Portes y Sensenbrenner, 1993; Yanagisako, 2002; Smart y Smart, 2005). También han recibido considerable atención analítica en los “países en desarrollo”, donde incluso médicos y funcionarios públicos trabajan de noche como taxistas o en sus pequeños emprendimientos para asegurar la base económica familiar, o donde los funcionarios públicos pueden convertirse en prestamistas o en la puerta de acceso a subsidios (Owusu, 2008; Besnier, 2009). De manera similar, en la Sudáfrica pos apartheid, son las nuevas clases medias negras (así como las blancas) las que participan en lo que algunos denominan “préstamos temerarios”, que atestiguan el hecho de que estas familias necesitan algo más que el salario que reciben para mantener las prácticas de consumo asociadas a su posición de clase (James, 2014).

Queremos reflexionar sobre “ganarse la vida” sin privilegiar un dominio particular, ya sea un tipo de actividad (el intercambio), una intencionalidad particular de acción (el beneficio), o un proceso de valoración en particular (el cálculo). Queremos enfatizar que las prácticas que definimos como económicas tienen un objetivo significativo, esto es, sostener la vida a lo largo de las generaciones. Si bien nuestra perspectiva puede ser considerada como neosustantivista, preferimos pensarla como realista y resultante de una larga historia intelectual, centrada en la pregunta sobre cómo las personas cooperan o se enfrentan en torno a la voluntad de producir y reproducir sus medios de vida.

Esta perspectiva se posiciona en la intersección de diversas tradiciones teóricas. En primer lugar, la tradición de la economía política en sus variantes neomarxistas y posmarxistas, que ha inspirado a las y los científicos sociales a explicar la distribución desigual de la riqueza a partir del análisis de los procesos históricos que producen las relaciones de producción –de cooperación, de conflicto o de explotación (Roseberry, 1988, 1989)–. Esta tradición –cuya relevancia para la comprensión de la realidad mundial actual no ha disminuido– aborda la reproducción social a través del lente de la dialéctica estructural que produce la diferenciación política y económica (Wolf, 1982; Mintz, 1986; Harvey, 2003).


En segundo lugar, los enfoques teóricos que iluminan las economías morales buscan comprender los marcos de obligaciones y responsabilidades mutuas que hacen aceptable la explotación (al menos por un tiempo) y facilitan que perduren formas particulares de diferenciación socioeconómica (Thompson, 1971, 1993; Scott, 1976; Moore, 1978). Las dimensiones morales de las prácticas económicas han suscitado una creciente atención durante la última década (Sayer, 2000; Edelman, 2005; Fontaine, 2008; Browne, 2009; Fassin, 2009; Robbins, 2009; Hann, 2010), como alternativa a la teoría de la acción racional para la explicación de las motivaciones que guían el comportamiento humano. Sin embargo, queremos señalar que es necesario articular esta visión con aquella de la economía política para que resulte en aportes significativos. De hecho, los momentos de disyuntiva entre nuevas prácticas de explotación y marcos de obligación pasados evidencian los aspectos morales de la economía en el momento en que están siendo impugnados por quienes están en el poder.

Finalmente, los enfoques de la economía feminista constituyen una base importante para pensar en la “economía de otra manera”. La perspectiva feminista ha revelado que el trabajo no remunerado y la ética del cuidado resultan claves para comprender los procesos económicos más allá de la maximización del interés individual (Elson, 2001; Benería, 2003; McDowell, 2004; Nelson, 2006; Lawson, 2007). Fundamental para el bienestar, el cuidado puede ser provisto dentro o fuera de los circuitos de intercambio del mercado, pero también está enmarcado por la tensión entre amor y dinero (Ferber y Nelson, 1993, 2003; Zelizer, 1997). Las prácticas de cuidado implican una configuración de actores sociales que operan en los sectores doméstico, de mercado, estatal y sin fines de lucro, que forman lo que Razavi (2007) llama el "diamante del cuidado". La interdependencia entre los diversos actores sociales indica que los cambios en las prácticas de cuidado en uno de los sectores (por ejemplo, en el hogar) a menudo están relacionados con cambios en otro sector (por ejemplo, en los servicios estatales). Del mismo modo, el “cuidar” se articula con el “recibir cuidado” a lo largo de las cadenas de cuidado que vinculan a los múltiples actores sociales (Hondagneu-Sotelo, 2001; Parreñas, 2001; Hochschild, 2003; Weber, Gojard y Gramain, 2003; Yeates, 2004). Las teóricas feministas también han problematizado la distribución desigual de los recursos y las responsabilidades en el hogar, su relación con las dinámicas de los ciclos de vida y su articulación con otras desigualdades sociales (Dalla Costa y James, 1975; Hareven, 1977; Hartmann, 1981; Narotzky, 1988). El aporte teórico más importante de la economía feminista ha sido, posiblemente, el de demostrar que las relaciones de dependencia personal (en oposición a la autonomía imaginada del actor racional individual) y el valor emocional son elementos fundamentales para la reproducción social. En las prácticas contemporáneas de ganarse la vida subyace la tensión entre los marcos morales que enfatizan la dependencia y los que ponen de relieve la autonomía.

La articulación de estas tres líneas teóricas responde a la metodología de análisis de escala. Las relaciones de cuidado que se observan en el ámbito doméstico, por ejemplo, son el resultado de marcos generizados de obligación moral en una sociedad particular. Generalmente, estos son producidos como expresiones locales o diaspóricas de movimientos globales de diferenciación social y acumulación de la riqueza, y están sujetos a procesos de institucionalización. Por ejemplo, las y los trabajadores migrantes polacos, provenientes de distintas partes del país y en diferentes períodos, establecen particulares configuraciones de cuidado con familiares y amistades, que están determinadas por los distintos contextos económicos y políticos que influyen en la decisión de migrar (Pine, 2014). De manera similar, las y los trabajadores migrantes mexicanos en California hacen malabarismos entre diferentes regímenes de valor, que se entretejen con las diversas obligaciones para con sus familias en su país de origen, con la necesidad de mostrar que “lo han logrado”, con las estructuras políticas y económicas del trabajo y con las políticas migratorias (Villarreal, 2014). En síntesis, mientras que la economía feminista permite recentrar la economía en torno a la necesidad humana de apoyo mutuo, y la economía política presta atención a los movimientos que producen la diferenciación – que facilitan la acumulación de riqueza y su distribución desigual–, la economía moral indaga en las bases para realizar reivindicaciones, los marcos de adjudicación de derechos y el diseño de expectativas razonables.
( “Crisis, valor y esperanza: repensar la economía”
Susana Narotzky Universidad de Barcelona, Barcelona, España. Es Doctora en Ciencias Sociales y Políticas (New School Social Research, NY) y Doctora en Historia y Geografía (con orientación en antropología) por la Universidad de Barcelona. Ha dirigido el ERC Grassroots Economics: Meaning, Project and practice in the pursuit of livelihood. Entre 2019 y 2020 ha sido investigadora invitada del Social Science School, Institute for Advanced Study, Princeton con el tema “Valuations of life: struggling for a future in Southern Europe”. Sus temas de investigación giran en torno a la antropología económica, las relaciones de género, los modelos económicos, los procesos de crisis así como en la relación entre memoria y producción de la agencia política
Niko Besnier Universidad de Ámsterdam, Ámsterdam, Países Bajos Profesor de Antropología Cultural de la University of Amsterdam e investigador Honorario del Departamento de Investigación Social en La Trobe, Melbourne. Realizó su doctorado en lingüística en la University of Southern California Entre 2016 y 2019 fue Editor en Jefe de American Ethnologist y entre 2019-2020 Fellow en el Helsinki Collegium for Advanced Studies. Se ha especializado en temas relativos a la Antropología de la globalización, género, sexualidad, deporte, movilidad y lenguaje.)
 

La vida en suspenso (editado conjuntamente por Siglo XXI y el Colectivo Editorial Crisis) reúne 16 escritos urgentes de Paula Abal Medina, Alejandro Bercovich, Ximena Tordini, Marcelo Leira, Paula Litvachky, Horacio González, Natalia Gelós, Diego Golombek, Rita Segato, Juan Gabriel Tokatlian, Mariano Llinás, Martín Rodríguez, Juan Grabois y Mario Santucho, entre otros. “El coronavirus muestra las profundidades tenebrosas de la pobreza extrema que no está en los extremos: es el núcleo de la sociedad neoliberal. Verbos como ‘mitigar’ y sus mil desgraciados sinónimos no devolverán la salud que millones pierden por las carencias de sus barrios, por los olores, la contaminación, la falta de cloacas, la mala alimentación”, plantea Abal Medina en el primer texto del libro y agrega: “La pandemia es el ajustador más letal que hayamos podido imaginar. El derrumbe de los ingresos de los trabajadores encuarentenados resultó fulminante. A fines de abril, la OIT publicó un informe devastador sobre la situación de los trabajadores y trabajadoras en los países afectados por la pandemia: concluyó que los informales sufrirán reducciones de más del 80% de sus ingresos en países de ingresos medios-bajos como el nuestro”.



La mitad de los textos de La vida en suspenso -que se puede descargar gratuitamente en la web de Siglo XXI - está orientada a describir esta coyuntura inaudita en tiempo real. Algunos de los temas que se despliegan son el descubrimiento de la necropolítica, la consolidación de una precariedad estructural, el gobierno de los científicos y el impuesto que los ricos no quieren pagar, entre otros. La otra mitad del libro intenta explorar el mundo que vendrá. “El sector privado argentino, según estima el Indec, acumula en el exterior un total de U$S 355.377 millones. Es casi un 70% del PBI y cinco veces lo que declaran ante la AFIP los 32.484 contribuyentes con patrimonios mayores a U$S 1 millón –advierte Alejandro Bercovich-. El Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo Argentino (Cefid-AR) calculaba una década atrás que era un 109% del PBI y con ese dato coincidió hace poco el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA). Aunque otras estimaciones más recientes son más conservadoras, todas coinciden en algo: la Argentina está entre los cinco países con más riqueza offshore del planeta”.

Bercovich afirma que la relación entre la élite económica argentina y el resto de la sociedad está mediada por la fuga de capitales. “Las 10.000 familias ricas o las 1.000 súper ricas (…) sienten el impuesto a las grandes fortunas como una ‘doble imposición’. Aun cuando todas tributen bienes personales solo por el valor fiscal ficticio de sus campos y mansiones; aun cuando muchas registren las ganancias de sus empresas en guaridas fiscales para pagar menos impuestos acá; y aun cuando la mayoría mantenga gigantescos depósitos en negro en el exterior. Es sencillo: buena parte de su riqueza offshore está invertida en los bonos que se multiplicaron vertiginosamente en los últimos años. Y si va a haber una quita sobre esa deuda -termine como termine la renegociación-, es lógico que respondan como el vecino de un suburbio residencial cuando le toca el timbre el segundo o tercer pordiosero del domingo: ‘Ya colaboré’”.

El biólogo Diego Golombek subraya que lo novedoso y bienvenido es que la ciencia ocupa un lugar central en el teatro contemporáneo. “No era nada usual escuchar a líderes manifestando que toman sus decisiones basadas en evidencias, en expertos, en lo que les dicen ‘los científicos’. Será que por fin llegó el momento en que los gobiernos no solo apoyen a la ciencia (que deben hacerlo, claro está) sino que también se apoyen en la ciencia”, precisa Golombek. “Ya vendrán tiempos de intereses, de ver quién tiene la vacuna más grande (o más cara), pero mientras los líderes políticos cierran sus fronteras, los científicos abren las suyas, compartiendo protocolos y resultados preliminares para que, luego de rascarse mucho la cabeza y los pizarrones, lleguemos a entender un poco mejor de qué se trata. Solo la verdad os hará libres (de virus). Estamos, en fin, donde y cuando nunca quisimos estar: en la niebla de la incertidumbre. Pero en ese camino nuboso también aparecen luces que nos marcan el camino, y la mirada científica es una de ellas”.


La antropóloga Rita Segato reflexiona sobre el mundo que vendrá. “Que nadie venga a decirnos ahora que ‘no es posible ensayar otras formas de estar en sociedad’ u otras formas de administrar la riqueza: se puede parar la producción y se puede parar el comercio. Estamos presenciando un acto de desobediencia fenomenal sin poder adivinar cuál será la ruta de salida. El mundo se ha transformado en el vasto laboratorio donde un experimento parece ser capaz de reinventar la realidad. Se revela, de repente, que el capital no es una maquinaria independiente de la voluntad política. Todo lo contrario. Estamos ahora frente a la evidencia que siempre los dueños de la riqueza y sus administradores buscaron esconder: la llave de la economía es política, y las leyes del capital no son las leyes de la naturaleza”. Mario Santucho señala que las alternativas en la historia no prosperan de manera espontánea ni son hijas del consenso. “Hay que empujar para que nazcan, derrotar a las fuerzas que intentan impedir su aparición, y cuidar muy bien el sentido de esa emergencia –propone Santucho-. Para eso sirve la política: para inventar los modos de acción que plasmen en lo real aquello que existe como promesa o posibilidad”.



Vivimos un tiempo absolutamente excepcional. Por primera vez la historia está en suspenso, atónita por un acontecimiento cuyo protagonista es la naturaleza. No va hacia delante, tampoco retrocede, y sin embargo se mueve en el mismo lugar. La situación es tan insólita, que ni las más perennes máximas de la sabiduría conservan sentido: “no llorar, no reír, tampoco comprender” bien podría ser la consigna de la hora. Desde el punto de vista político el desconcierto también se impone. Ningún poder posee autoridad en el plano global para conducir a la humanidad en medio de la pandemia. Las principales potencias intensifican sus disputas y puede escucharse el ronroneo sordo de la guerra. La grieta ideológica adquiere dimensión mundial, con preeminencia de las derechas, dejando en el recuerdo aquel gélido primado del pensamiento único de centro. En estas condiciones cualquier cosa parece posible, pero casi nada resulta pensable. Bienvenidos a la nueva anormalidad.


(…) El suspenso no es quietud, todo lo contrario. Es como si la historia se estuviera reseteando. Esta publicación se inscribe en la coyuntura argentina, donde un nuevo gobierno peronista intenta abrir resquicios de justicia social en un país desvastado económicamente y al borde del default. Pero cada paso que ensaya rebota ante el rechazo de las élites, que no pierden la oportunidad de demostrar quién manda. De hecho, son las empresas quienes han decidido ocupar la primera línea de la oposición, luego del fracaso de sus representan-tes políticos a la hora de gobernar. Los dilemas que comienzan a manifestarse en plena pandemia están cargados de una intensidad particular: renta universal, impuesto a los ricos, soberanía alimentaria. La noción de propiedad privada, tan esencial y al mismo tiempo siempre tan disimulada, aparece en la superficie de cada conflicto. La dinámica que organiza el sistema político sigue siendo la polarización, pese a los repetidos llamados a la moderación y la responsabilidad. Cada vez resulta más evidente que la grieta echa raíces en la estructura social y toma la forma de una desigualdad obscena, de una impunidad intolerable. No hay espacio para la negociación y el compromiso entre fuerzas heterogéneas. Los po-deres económicos reclaman la subordinación, lisa y llana, de la sociedad a sus dictados. Solo hay un horizonte democrático posible, y depende de nuestra capacidad para empujar cambios radicales. No habrá paz si renunciamos a barajar y dar de nuevo. Agazapado, listo para capitalizar el triunfo del miedo y la frustración, el fascismo aguarda su oportunidad.
( Presentación:
Los cien días que desorientaron al mundo
colectivo editorial crisis)

El fascismo de esta neomodernidad neoliberal (El prefijo neo deviene en la idea de que lo nuevo ya es viejo y debe ser nuevamente “neovedado” ¿La novedad permanente como las crisis permanentes no deberían ser enendidas como “vieja normalidad”?), radica en la subversión de los conceptos y la toma por asalto de las subjetividades mínimas, cotidianas, dónde pensar las estructuras deviene de pensar la cotidianidad y justificar la propia posición en la estructura social sin comprender las interdependencias y relaciones que se suscitan para permitir tales posiciones. Así, superficial, fantasmagórica, autoreferencial, los conceptos solo atienden e informan de lo que cada quién en su libertad mínima y cotidiana comprende y quiere o alcanza a comprender sin demasiado esfuerzo y sin importar la comprensión del otro. De este modo el individualismo arrecia y toda comprensión objetivamente colectiva y comunitaria se reduce a “masa” y se etiqueta como “fascismo” “manada” “ fanatismos” que se colocan en el espacio contrario del pensamiento independiente, libre, individual, propio …

Sin embargo, ese supuesto pensamiento libre, individual e independiente es una construcción desde el poder económico y sus instrumentos mediáticos de construcción de subjetividades. Se instalan en símbolos y metáforas que modifican conceptos y reducen la capacidad del pensamiento y del lenguaje en las distinciones de los elementos que constituyen la realidad cotidiana y la realidad mas generalizada que surge de la información y del compartir experiencias con otros en distintas funciones y roles que van armando el puzzle de la realidad trascendente a la propia experiencia y constitutiva de como pensamos el mundo, la naturaleza y las categorías que definen aquello que escapa a nuestras experiencias mínimas. Es así que ideas como las de “Ganarse la vida”, imponen esas subjetividades de mercado que el neoliberalismo explota con gran capacidad para sostener las formas que benefician a pocos y someten a muchos a condiciones precarias de vida.


La situación de crisis sanitaria global corre el telón a tanta subjetividad “inventada” para esos fines del privilegio concentrado y de la estratificación estúpida que sostiene un “individualismo” patético que actúa como deformador de conceptos y fabricador de “grietas” que dividen lo que debería convertirse en los múltiples aportes para la construcción de una mentalidad inclusiva, colectiva y comunitaria que produzca minimización de conflictos y mejor calidad de vida y reparto equilibrado de los esfuerzos y bienes que producimos entre todos.

La verdadera economía es la que intenta contar y distribuir bienes y recursos según necesidades y demandas, en relación a los esfuerzos y capacidades de los integrantes con un criterio solidario y de cuidados mutuos. No se trata de “ángeles” y “demonios” sino de entender de que no hay buena vida que se logra por el propio esfuerzo, sino buenas vidas que se logra con el mejor reparto equilibrado de los esfuerzos de todos y cada uno de los que formamos parte de nuestras comunidades organizadas.

Territorio, recursos, cuidados solidarios y cuidados de la naturaleza y los conocimientos que nos permiten hacer el mejor uso posible de esos recursos y habitar de modos mas sostenibles esos territorios, es una tarea que nos incluye. La falsa división entre esfuerzo físico y pensamiento, produce parte de las falsas “grietas” entre quienes deciden y quienes acatan. Las decisiones son colectivas. Los modos de representación son construcciones históricas que nos damos. Importa el pasado y la historia en tanto legado y conocimiento de como se van superando las dificultades y como se van identificando los problemas y desarrollando las soluciones o propuestas de solución. Importa el futuro en tanto horizonte imaginado donde esas propuestas e intentos producen mejores realidades. Importa el presente porque es el tiempo del hacer, pensar, decir de modos colectivos construyendo la realidad.

Este es el tiempo de los pueblos … ¿Sabremos comportarnos como tales?

Daniel Roberto Távora Mac Cormack




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