Viernes
24 de julio de 2020
Entre
mates y lecturas, la posibilidad de pensar con tranquilidad no
debería ser desaprovechada mientras los medios nos inundan con sus
miedos para sostener el interés de que “informarse” es alimentar
el negocio de sus odios y temores mejor defendidos … el de tus
miedos a pensarte y pensar la realidad para participar con otros en
las transformaciones que se hacen imprescindibles.
La
falsa disputa entre economía y salud es en realidad el telón que se
corre frente a la mirada desprevenida de quienes creían y aún
creen, pese a las evidencias, de que el neoliberalismo es la mejor
forma de relación humana globalizada … solo porque ostentan allí
algún lugar de mediana comodidad o privilegios. Un Sistema diseñado
para pocos, que coloca a algunos en roles “forzados” a decidir
quién vive y quién muere porque las leyes del mercado tornan “poco”
rentable” sostener sistemas de salud capaces de atender a todos los
integrantes de sus comunidades, por tanto solo se diseñan para un
porcentaje estadísticamente determinado en esas funciones
matemáticas que dependen de costos y beneficios, rentas y lucro en
lugar de principiar el valor supremo de la vida y la salud de las
personas.
Crisis,
Valor y Esperanza
Repensar
la economía es un proyecto ambicioso, y la selección de los tres
conceptos de crisis, valor y esperanza busca desplegar un debate más
amplio cuyo punto de partida son las “crudas” realidades de las
mayorías, de las personas comunes. Colocando allí el foco,
intentamos reflejar el hecho de que –aun cuando sus capacidades de
toma de decisiones se encuentran restringidas por recursos limitados,
en términos de riqueza o poder– las personas comunes y corrientes
pueden desarrollar complejas estrategias individuales y/o colectivas
para mejorar su bienestar individual y el de las generaciones
futuras. Aquí definimos “bienestar” como el logro de
expectativas socialmente razonables de comodidad material y
emocional, que dependen del acceso a los diversos recursos necesarios
para alcanzarlas. La crisis global ha producido en muchas regiones
del mundo un contexto de ruptura de las expectativas, y ocasionó la
reconfiguración de los valores ( N. del T. Traducimos el término en
inglés “value” como “valor” o “valor de cambio” cuando
corresponda. En el caso del término “worth”, para el cual no
existe un equivalente literal en español, acompañamos la traducción
al español con una aclaración del término en inglés.) y la
reorganización de los marcos de obligación moral. Como resultado,
la imaginación de futuros posibles y de los modos para alcanzarlos
también han cambiado. En este sentido, los trabajos que reunimos
aquí combinan y entrelazan diversos interrogantes en torno a la
cuestión central de “ganarse la vida”.
Los
tres conceptos interrelacionados de crisis, valor y esperanza
sostienen una perspectiva metodológica en la que se destaca el
análisis de escala, a la vez que hacen foco en las prácticas y
comprensiones de la vida diaria. “Crisis” refiere a aquellos
procesos estructurales que generalmente son entendidos como por fuera
del control de las personas, pero que a la vez expresan su pérdida
de confianza en los elementos que les proporcionaban una relativa
estabilidad sistémica y expectativas razonables para el futuro.
“Valor” indica un terreno en el que las personas negocian los
límites que definen lo socialmente valioso (worth),
y opera en la intersección entre los marcos institucionales y
normativos “de arriba abajo” y los significados y obligaciones
colectivas “de abajo arriba”. Finalmente, “esperanza” señala
la tensión entre las expectativas personales, la capacidad para
diseñar proyectos y la posibilidad real de llevarlos a cabo en una
coyuntura determinada. Queremos privilegiar una perspectiva desde “la
base de la pirámide”, centrada en las prácticas cotidianas que la
mayoría de las personas comunes realizan para ganarse la vida. Sin
embargo, el uso de la escala como método sitúa inmediatamente
nuestra investigación en un campo de conexiones con otros actores
sociales, a saber, aquellos que acumulan riqueza, conocimiento y
poder, y que pueden operar a escalas institucionales y de amplio
alcance.
Nuestro
objetivo es desarrollar una teoría de la reproducción social del
capitalismo actual, pero creemos que esto solo es posible si se
entiende que la separación entre el modelo abstracto y sus
manifestaciones concretas es en sí misma un aspecto de la ideología
económica dominante que debemos abordar críticamente. En este
sentido, las constelaciones específicas de relaciones sociales y
disposiciones culturales que producen el tejido de la vida cotidiana
se vuelven, en sus conexiones mutuas, estructuralmente significativas
para la acumulación capitalista. Producidas históricamente, las
especificidades regionales y locales de las formas en que se integran
las prácticas económicas son decisivas en un proceso complejo que
articula una multiplicidad de actores sociales y disposiciones
institucionales en un espacio global de acumulación. Sostenemos que
la etnografía es un instrumento privilegiado para abordar la
producción histórica de esa especificidad y su papel en la
estructuración de la diferenciación.
Las
formas en que las personas se ganan la vida en diferentes contextos
sociales y culturales constituyen un campo de interés de larga data
para la antropología. Durante décadas, las y los antropólogos han
generado un gran corpus de materiales etnográficos que documentan la
diversidad de prácticas y razonamientos que están implicados en el
ganarse la vida en diferentes situaciones. El tema ha sido abordado
en distintos momentos de la historia de la disciplina a partir de
diversas perspectivas teóricas y metodológicas. Un conjunto de
antropólogos (Wolf, 1982; Mintz, 1986; Roseberry, 1988) centraron su
análisis en las condiciones materiales y las relaciones sociales que
hacen posible la producción (por ejemplo, el acceso a recursos, la
propiedad), mientras que otros han colocado el énfasis en la
circulación de recursos y en los marcos de obligaciones que
movilizan las transferencias y definen la asignación diferencial de
recursos (por ejemplo, el don, la mercancía) (Malinowski, 1961a,
1961b; Gregory 1982, 1997). No obstante, trabajos recientes han
tendido a abordar producción y circulación como inextricablemente
vinculadas entre sí en la práctica social.
En
un contexto de gradual expansión mundial del sistema de mercado en
tanto que modo dominante de distribución de los recursos, el
intercambio se ha impuesto a la vez como concepto y como preocupación
antropológica. Además, la creciente preeminencia que adquirió la
ciencia económica en el transcurso del siglo XX –como disciplina
científica cuyo objetivo principal es la creación de modelos de
coordinación de mercado basados en la posibilidad del cálculo– ha
contribuido a que el principio de mercado se convirtiera en una
poderosa metonimia de la economía misma. Esto se ha visto facilitado
por la expansión de los principios de mercado a la mayoría de los
dominios sociales y áreas del mundo. De esta manera, el intercambio
y el cálculo se han convertido en temas que las y los antropólogos
han tenido que abordar para conceptualizar el valor y los procesos de
valoración.
El
interés antropológico por el intercambio se remonta al período
fundacional de la disciplina, particularmente a las obras de
Malinowski (1961a, 1961b) y Mauss (2003), y ha dado lugar a
importantes debates en torno al valor. Algunos de los más prolíficos
trabajos del último medio siglo se han centrado en el reconocimiento
de que, en su vida cotidiana, las personas se involucran
simultáneamente en diferentes "esferas" o "regímenes"
de valor (Bohannan, 1959; Appadurai, 1988a y b; Bloch y
Parry, 1989). Un aspecto importante de lo que hace que algo sea
valioso es su capacidad para preservar, aumentar o transformar su
valor social (worth)
a medida que se mueve en el tiempo y el espacio (Munn, 1992;
Graeber, 2001), lo que a menudo implica alterar las escalas de
valor existentes, o construirlas en formas complejas (Thomas, 1991;
Guyer, 2004; Besnier, 2011). Aquí, sin embargo, buscamos
ir más allá del intercambio como paradigma principal. En efecto,
investigamos la economía poniendo el foco en la reproducción
social, es decir, en las continuidades y las transformaciones de los
sistemas colectivos que sustentan la vida.
Ganarse
la vida
Nuestro
objetivo principal es contribuir a repensar la economía desde la
riqueza del conocimiento antropológico –tanto empírico como
teórico– que ha documentado las prácticas para ganarse la vida en
diferentes partes del mundo. En particular, nos interesamos por
aquello que las personas comunes entienden como “una vida que vale
la pena vivir” y lo que hacen para alcanzar ese propósito,
especialmente en condiciones de incertidumbre radical (“crisis”).
Nuestro énfasis en la investigación etnográficamente fundada tiene
como objetivo comparar sociológica y culturalmente aquello que
emerge como valioso en distintos casos etnográficos (“valor”).
Finalmente, recentramos la comprensión de la economía en torno a la
reproducción social, esto es, a las posibilidades objetivas y
subjetivas de las personas para proyectar su vida en el futuro
(“esperanza”).
La
reproducción social implica abordar las diferentes escalas en
términos de las cuales las personas evalúan la posibilidad de
continuidades, transformaciones o bloqueos. Por ejemplo, las y los
residentes de la Sarajevo de posguerra son plenamente conscientes de
la falta de “progreso” en su existencia actual, teñida por los
múltiples obstáculos en el “camino hacia Europa”, en contraste
con la realización de expectativas “normales” y la esperanza de
un futuro mejor de preguerra, un contraste que proyecta el futuro en
diferentes escalas en cada caso (Jansen, 2014). La reproducción
social es selectiva, y para comprenderla debemos lidiar con las
definiciones de lo que necesita ser reproducido, categorías cuyos
límites son el resultado de negociaciones sociales. Lo que nos lleva
a centrarnos en la reproducción social es el hecho de que la
angustia de las personas sobre sus medios de vida se expresa
generalmente en términos de relaciones entre generaciones, ya sea a
nivel individual y doméstico (“¿Encontrarán mis hijos un
trabajo? ¿Podré formar una familia?”), como a nivel estatal (los
jóvenes de hoy como una “generación perdida”). La recurrencia
de estos temas pone de manifiesto la importancia de la dimensión
espacio-temporal en la forma en que las personas razonan sobre el
bienestar y su realización. Las experiencias pasadas proporcionan un
horizonte de expectativas que configura las aspiraciones presentes y
las esperanzas cara al futuro.
Proponemos
repensar las prácticas para ganarse la vida, su materialidad y los
conceptos que contribuyen a producirlas formulando los siguientes
interrogantes: “¿De qué maneras las experiencias de las personas
comunes dan forma a los proyectos de vida que emprenden?” y “¿cómo
las realidades materiales, sociales, y culturales constriñen estos
proyectos?”. Proponemos no pensar “la economía” como un
dominio de investigación reificado y aislado del resto de la
existencia humana, ni como una forma particular de acción social
como el cálculo. Más bien, conceptualizamos la economía en sentido
amplio, es decir, a partir de todos los procesos que están
involucrados, de una manera u otra, en “ganarse la vida”,
haciendo énfasis tanto en el “esfuerzo” que implica como en el
objetivo de “sostener la vida”. Pero “ganarse la vida”
también tiene que ver con la cooperación y con formar parte de
colectivos que dan sentido a una vida que “valga la pena”. Si
bien concordamos con la reinterpretación de Graeber de la teoría
del valor trabajo –que define al valor como el gasto de energía
creativa en la producción y el mantenimiento de la sociedad
(Graeber, 2001, p. 68)–, también subrayamos la perspectiva,
presente en numerosas descripciones etnográficas, de que la forma en
que una sociedad representa el valor social (worth)
de las personas es una clara expresión de su organización económica
y política (Terradas, 1992; Wolf, 1999). Por lo tanto, debemos
comprender cuáles son las diferencias significativas (límites,
instituciones, categorías de personas) que quienes están en el
poder se esfuerzan por reproducir para mantener su valor social
(worth)
y su riqueza.
Esta
comprensión “en sentido amplio” de la economía atraviesa una
amplia gama de actividades humanas más allá de lo puramente
material, y atiende a la coexistencia entre distintos regímenes de
valor. Ganarse la vida no solo depende de que las personas participen
en el mercado vendiendo su fuerza de trabajo a cambio de un salario
–o, de manera alternativa, vendiendo sus productos o servicios
fuera de los marcos de regulación estatales, utilizando el
financiamiento de microcrédito, o solicitando subsidios al Estado o
a alguna ONG–. También implica dinámicas que no son comúnmente
consideradas como "económicas" o que a menudo son
definidas por la economía convencional como inadecuadas, deficientes
o como signos de "atraso en el desarrollo". Por ejemplo, el
sacrificio entre los luo, para quienes los dominios de la religión y
de las lógicas económicas se superponen, forja conexiones entre
entidades materiales e inmateriales, y entre fuerzas pasadas y
futuras que son fundamentales para la producción de un sentido de
pertenencia, esperanza de futuro, y bienestar físico y espiritual a
lo largo de las generaciones (Shipton, 2014). Muchos de los recursos
de subsistencia se producen y circulan fuera o al margen de las
prácticas de mercado, incluso en los escenarios dominados por el
mercado en los que viven la mayoría de las personas. Los circuitos
de aprovisionamiento siguen caminos impredecibles, que alternan entre
formas de valoración mercantilizada y no mercantilizada, dependiendo
del marco de oportunidades disponibles, condicionados por
instrumentos políticos y regulados por diferentes modalidades de
responsabilidad (Besnier, 2011; Narotzky, 2012b). En tiempos de
crisis, las personas desarrollan estrategias que les permiten
localizar recursos cada vez más difíciles de alcanzar. Estas
estrategias incluyen relaciones de confianza y cuidado, economías de
afecto, redes de reciprocidad que abarcan recursos tangibles e
intangibles, y transferencias materiales y emocionales que están
respaldadas por obligaciones morales. Muchas consisten en actividades
no reguladas o actividades que no pueden ser reguladas (Hart, 1973;
Stack, 1974; Lomnitz, 1975; Smart y Smart, 1993; Humphrey, 2002;
Procoli, 2004). Pero estas estrategias también pueden tener el
efecto de definir y marginar categorías de personas (por ejemplo,
por razones de origen étnico, género o raza) para quienes el acceso
a los recursos se verá restringido violentamente (Sider, 1996; Li,
2001; Smith, 2011).
Con
el fin de conseguir que la vida merezca ser vivida, las personas
invierten en múltiples aspectos de la existencia que, si bien a
primera vista parecen tener poca sustancia económica, terminan
teniendo consecuencias económicas. A la inversa de los supuestos que
subyacen a las políticas de desarrollo –que priorizan el
microcrédito y el espíritu emprendedor–, entre los sectores
populares, las relaciones sociales a menudo constituyen una
“inversión” mucho más segura que la microemprendeduría. Así,
los brasileños pobres de la región de Pernambuco afirman que “el
dinero es bueno, pero un amigo es mejor”. En este sentido, mientras
que el dinero desaparece tan pronto como se obtiene, en tiempos de
necesidad se puede contar con los lazos de amistad (de L'Estoile,
2014). De manera similar, las mujeres de las zonas rurales de Tamil
Nadu, que hace mucho que están familiarizadas con una amplia gama de
prácticas de préstamo, incluidas aquellas promovidas por los
programas de microcrédito, saben que el endeudamiento genera
reconocimiento y apoyo (pero también clientelismo político,
obligaciones laborales, y vergüenza) a través del amplio entramado
social que supone (Guérin, 2014). Mientras, los migrantes
latinoamericanos en Barcelona combinan complejas dinámicas de
reciprocidad, cuidados mutuos y transacciones financieras para “salir
adelante” en circunstancias difíciles (Palomera, 2014). Pero,
aunque las personas en condiciones de profunda precariedad son las
más hábiles en el desarrollo de complejas estrategias de
aprovisionamiento, la frugalidad de los no tan ricos pero no tan
pobres también se constituye sobre múltiples y diversos proyectos
para sostener la vida. Estas dinámicas han sido extensamente
analizadas en el marco de las empresas familiares, emprendedores
étnicos y grupos industriales en la mayoría de las regiones del
mundo (Blim, 1990; Portes y Sensenbrenner, 1993; Yanagisako, 2002;
Smart y Smart, 2005). También han recibido considerable atención
analítica en los “países en desarrollo”, donde incluso médicos
y funcionarios públicos trabajan de noche como taxistas o en sus
pequeños emprendimientos para asegurar la base económica familiar,
o donde los funcionarios públicos pueden convertirse en prestamistas
o en la puerta de acceso a subsidios (Owusu, 2008; Besnier, 2009). De
manera similar, en la Sudáfrica pos apartheid,
son las nuevas clases medias negras (así como las blancas) las que
participan en lo que algunos denominan “préstamos temerarios”,
que atestiguan el hecho de que estas familias necesitan algo más que
el salario que reciben para mantener las prácticas de consumo
asociadas a su posición de clase (James, 2014).
Queremos
reflexionar sobre “ganarse la vida” sin privilegiar un dominio
particular, ya sea un tipo de actividad (el intercambio), una
intencionalidad particular de acción (el beneficio), o un proceso de
valoración en particular (el cálculo). Queremos enfatizar que las
prácticas que definimos como económicas tienen un objetivo
significativo, esto es, sostener la vida a lo largo de las
generaciones. Si bien nuestra perspectiva puede ser considerada como
neosustantivista, preferimos pensarla como realista y resultante de
una larga historia intelectual, centrada en la pregunta sobre cómo
las personas cooperan o se enfrentan en torno a la voluntad de
producir y reproducir sus medios de vida.
Esta
perspectiva se posiciona en la intersección de diversas tradiciones
teóricas. En primer lugar, la tradición de la economía política
en sus variantes neomarxistas y posmarxistas, que ha inspirado a las
y los científicos sociales a explicar la distribución desigual de
la riqueza a partir del análisis de los procesos históricos que
producen las relaciones de producción –de cooperación, de
conflicto o de explotación (Roseberry, 1988, 1989)–. Esta
tradición –cuya relevancia para la comprensión de la realidad
mundial actual no ha disminuido– aborda la reproducción social a
través del lente de la dialéctica estructural que produce la
diferenciación política y económica (Wolf, 1982; Mintz, 1986;
Harvey, 2003).
En
segundo lugar, los enfoques teóricos que iluminan las economías
morales buscan comprender los marcos de obligaciones y
responsabilidades mutuas que hacen aceptable la explotación (al
menos por un tiempo) y facilitan que perduren formas particulares de
diferenciación socioeconómica (Thompson, 1971, 1993; Scott, 1976;
Moore, 1978). Las dimensiones morales de las prácticas económicas
han suscitado una creciente atención durante la última década
(Sayer, 2000; Edelman, 2005; Fontaine, 2008; Browne, 2009; Fassin,
2009; Robbins, 2009; Hann, 2010), como alternativa a la teoría de la
acción racional para la explicación de las motivaciones que guían
el comportamiento humano. Sin embargo, queremos señalar que es
necesario articular esta visión con aquella de la economía política
para que resulte en aportes significativos. De hecho, los momentos de
disyuntiva entre nuevas prácticas de explotación y marcos de
obligación pasados evidencian los aspectos morales de la economía
en el momento en que están siendo impugnados por quienes están en
el poder.
Finalmente,
los enfoques de la economía feminista constituyen una base
importante para pensar en la “economía de otra manera”. La
perspectiva feminista ha revelado que el trabajo no remunerado y la
ética del cuidado resultan claves para comprender los procesos
económicos más allá de la maximización del interés individual
(Elson, 2001; Benería, 2003; McDowell, 2004; Nelson, 2006; Lawson,
2007). Fundamental para el bienestar, el cuidado puede ser provisto
dentro o fuera de los circuitos de intercambio del mercado, pero
también está enmarcado por la tensión entre amor y dinero (Ferber
y Nelson, 1993, 2003; Zelizer, 1997). Las prácticas de cuidado
implican una configuración de actores sociales que operan en los
sectores doméstico, de mercado, estatal y sin fines de lucro, que
forman lo que Razavi (2007) llama el "diamante del cuidado".
La interdependencia entre los diversos actores sociales indica que
los cambios en las prácticas de cuidado en uno de los sectores (por
ejemplo, en el hogar) a menudo están relacionados con cambios en
otro sector (por ejemplo, en los servicios estatales). Del mismo
modo, el “cuidar” se articula con el “recibir cuidado” a lo
largo de las cadenas de cuidado que vinculan a los múltiples actores
sociales (Hondagneu-Sotelo, 2001; Parreñas, 2001; Hochschild, 2003;
Weber, Gojard y Gramain, 2003; Yeates, 2004). Las teóricas
feministas también han problematizado la distribución desigual de
los recursos y las responsabilidades en el hogar, su relación con
las dinámicas de los ciclos de vida y su articulación con otras
desigualdades sociales (Dalla Costa y James, 1975; Hareven, 1977;
Hartmann, 1981; Narotzky, 1988). El aporte teórico más importante
de la economía feminista ha sido, posiblemente, el de demostrar que
las relaciones de dependencia personal (en oposición a la autonomía
imaginada del actor racional individual) y el valor emocional son
elementos fundamentales para la reproducción social. En las
prácticas contemporáneas de ganarse la vida subyace la tensión
entre los marcos morales que enfatizan la dependencia y los que ponen
de relieve la autonomía.
La
articulación de estas tres líneas teóricas responde a la
metodología de análisis de escala. Las relaciones de cuidado que se
observan en el ámbito doméstico, por ejemplo, son el resultado de
marcos generizados de obligación moral en una sociedad particular.
Generalmente, estos son producidos como expresiones locales o
diaspóricas de movimientos globales de diferenciación social y
acumulación de la riqueza, y están sujetos a procesos de
institucionalización. Por ejemplo, las y los trabajadores migrantes
polacos, provenientes de distintas partes del país y en diferentes
períodos, establecen particulares configuraciones de cuidado con
familiares y amistades, que están determinadas por los distintos
contextos económicos y políticos que influyen en la decisión de
migrar (Pine, 2014). De manera similar, las y los trabajadores
migrantes mexicanos en California hacen malabarismos entre diferentes
regímenes de valor, que se entretejen con las diversas obligaciones
para con sus familias en su país de origen, con la necesidad de
mostrar que “lo han logrado”, con las estructuras políticas y
económicas del trabajo y con las políticas migratorias (Villarreal,
2014). En síntesis, mientras que la economía feminista permite
recentrar la economía en torno a la necesidad humana de apoyo mutuo,
y la economía política presta atención a los movimientos que
producen la diferenciación – que facilitan la acumulación de
riqueza y su distribución desigual–, la economía moral indaga en
las bases para realizar reivindicaciones, los marcos de adjudicación
de derechos y el diseño de expectativas razonables.
(
“Crisis, valor y esperanza: repensar la economía”
Susana
Narotzky Universidad de Barcelona, Barcelona, España. Es Doctora en
Ciencias Sociales y Políticas (New School Social Research, NY) y
Doctora en Historia y Geografía (con orientación en antropología)
por la Universidad de Barcelona. Ha dirigido el ERC Grassroots
Economics: Meaning, Project and practice in the pursuit of
livelihood. Entre 2019 y 2020 ha sido investigadora invitada del
Social Science School, Institute for Advanced Study, Princeton con el
tema “Valuations of life: struggling for a future in Southern
Europe”. Sus temas de investigación giran en torno a la
antropología económica, las relaciones de género, los modelos
económicos, los procesos de crisis así como en la relación entre
memoria y producción de la agencia política
Niko
Besnier Universidad de Ámsterdam, Ámsterdam, Países Bajos Profesor
de Antropología Cultural de la University of Amsterdam e
investigador Honorario del Departamento de Investigación Social en
La Trobe, Melbourne. Realizó su doctorado en lingüística en la
University of Southern California Entre 2016 y 2019 fue Editor en
Jefe de American Ethnologist y entre 2019-2020 Fellow en el Helsinki
Collegium for Advanced Studies. Se ha especializado en temas
relativos a la Antropología de la globalización, género,
sexualidad, deporte, movilidad y lenguaje.)
La
vida en suspenso (editado conjuntamente por Siglo XXI y el Colectivo
Editorial Crisis) reúne 16 escritos urgentes de Paula Abal Medina,
Alejandro Bercovich, Ximena Tordini, Marcelo Leira, Paula Litvachky,
Horacio González, Natalia Gelós, Diego Golombek, Rita Segato, Juan
Gabriel Tokatlian, Mariano Llinás, Martín Rodríguez, Juan Grabois
y Mario Santucho, entre otros. “El coronavirus muestra las
profundidades tenebrosas de la pobreza extrema que no está en los
extremos: es el núcleo de la sociedad neoliberal. Verbos como
‘mitigar’ y sus mil desgraciados sinónimos no devolverán la
salud que millones pierden por las carencias de sus barrios, por los
olores, la contaminación, la falta de cloacas, la mala
alimentación”, plantea Abal Medina en el primer texto del libro y
agrega: “La pandemia es el ajustador más letal que hayamos podido
imaginar. El derrumbe de los ingresos de los trabajadores
encuarentenados resultó fulminante. A fines de abril, la OIT publicó
un informe devastador sobre la situación de los trabajadores y
trabajadoras en los países afectados por la pandemia: concluyó que
los informales sufrirán reducciones de más del 80% de sus ingresos
en países de ingresos medios-bajos como el nuestro”.
La
mitad de los textos de La vida en suspenso -que se puede descargar
gratuitamente en
la web de Siglo XXI - está orientada a describir esta coyuntura
inaudita en tiempo real. Algunos de los temas que se despliegan son
el descubrimiento de la necropolítica, la consolidación de una
precariedad estructural, el gobierno de los científicos y el
impuesto que los ricos no quieren pagar, entre otros. La otra mitad
del libro intenta explorar el mundo que vendrá. “El sector privado
argentino, según estima el Indec, acumula en el exterior un total de
U$S 355.377 millones. Es casi un 70% del PBI y cinco veces lo que
declaran ante la AFIP los 32.484 contribuyentes con patrimonios
mayores a U$S 1 millón –advierte Alejandro Bercovich-. El Centro
de Economía y Finanzas para el Desarrollo Argentino (Cefid-AR)
calculaba una década atrás que era un 109% del PBI y con ese dato
coincidió hace poco el presidente de la Unión Industrial Argentina
(UIA). Aunque otras estimaciones más recientes son más
conservadoras, todas coinciden en algo: la Argentina está entre los
cinco países con más riqueza offshore del planeta”.
Bercovich
afirma que la relación entre la élite económica argentina y el
resto de la sociedad está mediada por la fuga de capitales. “Las
10.000 familias ricas o las 1.000 súper ricas (…) sienten el
impuesto a las grandes fortunas como una ‘doble imposición’. Aun
cuando todas tributen bienes personales solo por el valor fiscal
ficticio de sus campos y mansiones; aun cuando muchas registren las
ganancias de sus empresas en guaridas fiscales para pagar menos
impuestos acá; y aun cuando la mayoría mantenga gigantescos
depósitos en negro en el exterior. Es sencillo: buena parte de su
riqueza offshore está invertida en los bonos que se multiplicaron
vertiginosamente en los últimos años. Y si va a haber una quita
sobre esa deuda -termine como termine la renegociación-, es lógico
que respondan como el vecino de un suburbio residencial cuando le
toca el timbre el segundo o tercer pordiosero del domingo: ‘Ya
colaboré’”.
El
biólogo Diego Golombek subraya que lo novedoso y bienvenido es que
la ciencia ocupa un lugar central en el teatro contemporáneo. “No
era nada usual escuchar a líderes manifestando que toman sus
decisiones basadas en evidencias, en expertos, en lo que les dicen
‘los científicos’. Será que por fin llegó el momento en que
los gobiernos no solo apoyen a la ciencia (que deben hacerlo, claro
está) sino que también se apoyen en la ciencia”, precisa
Golombek. “Ya vendrán tiempos de intereses, de ver quién tiene la
vacuna más grande (o más cara), pero mientras los líderes
políticos cierran sus fronteras, los científicos abren las suyas,
compartiendo protocolos y resultados preliminares para que, luego de
rascarse mucho la cabeza y los pizarrones, lleguemos a entender un
poco mejor de qué se trata. Solo la verdad os hará libres (de
virus). Estamos, en fin, donde y cuando nunca quisimos estar: en la
niebla de la incertidumbre. Pero en ese camino nuboso también
aparecen luces que nos marcan el camino, y la mirada científica es
una de ellas”.
La
antropóloga Rita Segato reflexiona sobre el mundo que vendrá. “Que
nadie venga a decirnos ahora que ‘no es posible ensayar otras
formas de estar en sociedad’ u otras formas de administrar la
riqueza: se puede parar la producción y se puede parar el comercio.
Estamos presenciando un acto de desobediencia fenomenal sin poder
adivinar cuál será la ruta de salida. El mundo se ha transformado
en el vasto laboratorio donde un experimento parece ser capaz de
reinventar la realidad. Se revela, de repente, que el capital no es
una maquinaria independiente de la voluntad política. Todo lo
contrario. Estamos ahora frente a la evidencia que siempre los dueños
de la riqueza y sus administradores buscaron esconder: la llave de la
economía es política, y las leyes del capital no son las leyes de
la naturaleza”. Mario Santucho señala que las alternativas en la
historia no prosperan de manera espontánea ni son hijas del
consenso. “Hay que empujar para que nazcan, derrotar a las fuerzas
que intentan impedir su aparición, y cuidar muy bien el sentido de
esa emergencia –propone Santucho-. Para eso sirve la política:
para inventar los modos de acción que plasmen en lo real aquello que
existe como promesa o posibilidad”.
Vivimos
un tiempo absolutamente excepcional. Por primera vez la historia está
en suspenso, atónita por un acontecimiento cuyo protagonista es la
naturaleza. No va hacia delante, tampoco retrocede, y sin embargo se
mueve en el mismo lugar. La situación es tan insólita, que ni las
más perennes máximas de la sabiduría conservan sentido: “no
llorar, no reír, tampoco comprender” bien podría ser la consigna
de la hora. Desde el punto de vista político el desconcierto también
se impone. Ningún poder posee autoridad en el plano global para
conducir a la humanidad en medio de la pandemia. Las principales
potencias intensifican sus disputas y puede escucharse el ronroneo
sordo de la guerra. La grieta ideológica adquiere dimensión
mundial, con preeminencia de las derechas, dejando en el recuerdo
aquel gélido primado del pensamiento único de centro. En estas
condiciones cualquier cosa parece posible, pero casi nada resulta
pensable. Bienvenidos a la nueva anormalidad.
(…)
El suspenso no es quietud, todo lo contrario. Es como si la historia
se estuviera reseteando. Esta publicación se inscribe en la
coyuntura argentina, donde un nuevo gobierno peronista intenta abrir
resquicios de justicia social en un país desvastado económicamente
y al borde del default. Pero cada paso que ensaya rebota ante el
rechazo de las élites, que no pierden la oportunidad de demostrar
quién manda. De hecho, son las empresas quienes han decidido ocupar
la primera línea de la oposición, luego del fracaso de sus
representan-tes políticos a la hora de gobernar. Los dilemas que
comienzan a manifestarse en plena pandemia están cargados de una
intensidad particular: renta universal, impuesto a los ricos,
soberanía alimentaria. La noción de propiedad privada, tan esencial
y al mismo tiempo siempre tan disimulada, aparece en la superficie de
cada conflicto. La dinámica que organiza el sistema político sigue
siendo la polarización, pese a los repetidos llamados a la
moderación y la responsabilidad. Cada vez resulta más evidente que
la grieta echa raíces en la estructura social y toma la forma de una
desigualdad obscena, de una impunidad intolerable. No hay espacio
para la negociación y el compromiso entre fuerzas heterogéneas. Los
po-deres económicos reclaman la subordinación, lisa y llana, de la
sociedad a sus dictados. Solo hay un horizonte democrático posible,
y depende de nuestra capacidad para empujar cambios radicales. No
habrá paz si renunciamos a barajar y dar de nuevo. Agazapado, listo
para capitalizar el triunfo del miedo y la frustración, el fascismo
aguarda su oportunidad.
(
Presentación:
Los
cien días que desorientaron al mundo
colectivo
editorial crisis)
El
fascismo de esta neomodernidad neoliberal (El prefijo neo deviene en
la idea de que lo nuevo ya es viejo y debe ser nuevamente “neovedado”
¿La novedad permanente como las crisis permanentes no deberían ser
enendidas como “vieja normalidad”?), radica en la subversión de
los conceptos y la toma por asalto de las subjetividades mínimas,
cotidianas, dónde pensar las estructuras deviene de pensar la
cotidianidad y justificar la propia posición en la estructura social
sin comprender las interdependencias y relaciones que se suscitan
para permitir tales posiciones. Así, superficial, fantasmagórica,
autoreferencial, los conceptos solo atienden e informan de lo que
cada quién en su libertad mínima y cotidiana comprende y quiere o
alcanza a comprender sin demasiado esfuerzo y sin importar la
comprensión del otro. De
este modo el individualismo arrecia y toda comprensión objetivamente
colectiva y comunitaria se reduce a “masa” y se etiqueta como
“fascismo” “manada” “ fanatismos” que se colocan en el
espacio contrario del pensamiento independiente, libre, individual,
propio …
Sin
embargo, ese supuesto pensamiento libre, individual e independiente
es una construcción desde el poder económico y sus instrumentos
mediáticos de construcción de subjetividades. Se instalan en
símbolos y metáforas que modifican conceptos y reducen la capacidad
del pensamiento y del lenguaje en las distinciones de los elementos
que constituyen la realidad cotidiana y la realidad mas generalizada
que surge de la información y del compartir experiencias con otros
en distintas funciones y roles que van armando el puzzle de la
realidad trascendente a la propia experiencia y constitutiva de como
pensamos el mundo, la naturaleza y las categorías que definen
aquello que escapa a nuestras experiencias mínimas. Es así que
ideas como las de “Ganarse la vida”, imponen esas subjetividades
de mercado que el neoliberalismo explota con gran capacidad para
sostener las formas que benefician a pocos y someten a muchos a
condiciones precarias de vida.
La
situación de crisis sanitaria global corre el telón a tanta
subjetividad “inventada” para esos fines del privilegio
concentrado y de la estratificación estúpida que sostiene un
“individualismo” patético que actúa como deformador de
conceptos y fabricador de “grietas” que dividen lo que debería
convertirse en los múltiples aportes para la construcción de una
mentalidad inclusiva, colectiva y comunitaria que produzca
minimización de conflictos y mejor calidad de vida y reparto
equilibrado de los esfuerzos y bienes que producimos entre todos.
La
verdadera economía es la que intenta contar y distribuir bienes y
recursos según necesidades y demandas, en relación a los esfuerzos
y capacidades de los integrantes con un criterio solidario y de
cuidados mutuos. No se trata de “ángeles” y “demonios” sino
de entender de que no hay buena vida que se logra por el propio
esfuerzo, sino buenas vidas que se logra con el mejor reparto
equilibrado de los esfuerzos de todos y cada uno de los que formamos
parte de nuestras comunidades organizadas.
Territorio,
recursos, cuidados solidarios y cuidados de la naturaleza y los
conocimientos que nos permiten hacer el mejor uso posible de esos
recursos y habitar de modos mas sostenibles esos territorios, es una
tarea que nos incluye. La falsa división entre esfuerzo físico y
pensamiento, produce parte de las falsas “grietas” entre quienes
deciden y quienes acatan. Las decisiones son colectivas. Los modos de
representación son construcciones históricas que nos damos. Importa
el pasado y la historia en tanto legado y conocimiento de como se van
superando las dificultades y como se van identificando los problemas
y desarrollando las soluciones o propuestas de solución. Importa el
futuro en tanto horizonte imaginado donde esas propuestas e intentos
producen mejores realidades. Importa el presente porque es el tiempo
del hacer, pensar, decir de modos colectivos construyendo la
realidad.
Este
es el tiempo de los pueblos … ¿Sabremos comportarnos como tales?
Daniel
Roberto Távora Mac Cormack
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