Martes
7 de julio de 2020
Entre Depresiones y optimismos:
El arte de educar.
«Nuestros
malos alumnos (de los que se dice que no tienen porvenir) nunca van
solos a la escuela. Lo que entra en clase es una cebolla: unas capas
de pesadumbre, de miedo, de inquietud, de rencor, de cólera, de
deseos insatisfechos, de furiosas renuncias acumuladas sobre un fondo
de vergonzoso pasado, de presente amenazador, de futuro condenado.»
Daniel
Pennac.
Mal de Escuela. p.58
No
podemos vivir sin la escuela. Nos hicieron falta solo unos días para
darnos cuenta. Nos hicieron falta solo unos días para comprobar lo
importante que son las escuelas en nuestras vidas y los problemas que
produce abandonar las aulas y cerrar físicamente las escuelas.
Problemas de sociabilidad, bienestar, equilibrio emocional, salud,
integridad física, convivencia y conciliación, pero también,
evidentemente, de aprendizaje. No solo por las dificultades para
sostener la enseñanza y el aprendizaje a distancia, sino, sobre
todo, por las dificultades que supone tratar de aprender solos.
Porque si algo caracteriza al aprendizaje es que es una actividad
esencialmente social. La escuela es, dejando a un lado la familia, el
primer lugar donde aprendemos junto a otros.
En
la escuela aprendemos con los otros y de los otros.
En la escuela, aprendemos simultáneamente, dice Philippe
Meirieu,
a
decir yo y a hacer el nosotros.
En
la escuela aprendemos a estar juntos para hacer cosas en común.
«No enseñamos cosas, sino nuestra relación con las cosas. Daniel Brailovsky»
La
relación
didáctica
encierra, de hecho, una triple relación, la del profesor con el
contenido, la del alumno con el contenido, y la que se establece
entre alumnos y profesores (Basabe, L. y Cols, E., 2007). Todo en la
escuela es una cuestión de relaciones. Sin relación, sin relaciones, no hay
escuela posible. Tampoco aprendizaje. Somos en relación y hacemos en
relación (Duschatzky, L. y Skliar, C., 2014). Necesitamos la doble
vinculación con los otros y con los saberes que propicia la escuela.
«En la escuela aprendemos a estar juntos para hacer cosas en común»
La
escuela no es un lugar cualquiera de aprendizaje. La scholè
griega
significó tiempo libre. Para los romanos era el lugar destinado a la
enseñanza. Un tiempo (libre)
y un espacio (público)
desvinculado
del tiempo y del espacio tanto de la sociedad, como del hogar. Un
tiempo y un espacio que nos pone en relación y vincula con el mundo
y con los mundos de los saberes (las
disciplinas en tanto que lenguajes de apropiación del mundo),
que nos permiten comprender y actuar sobre el mundo. La escuela
surgió cuando decidimos que “para
hacer y aprender ciertas cosas y de determinada manera había que
salir de casa, dejar la plaza, el mercado o el trabajo por un tiempo
e ir a otro sitio, a un espacio separado, a un lugar despejado e
iluminado”.
La
escuela surgió para ponernos en contacto con lo común.
Con aquello que hemos decidido salvaguardar y compartir. Con nuestra
historia, pero también con nuestros futuros comunes posibles. En
la escuela aprendemos además porque alguien nos enseña.
La enseñanza es una acción orientada hacia los otros y realizada
con el otro. En la escuela aprendemos porque alguien quiere
enseñarnos algo.
La
escuela es un espacio social especializado,
en el que se enseña de manera descontextualizada. El tipo de
aprendizaje que se produce no es natural, no tiene nada que ver con
los aprendizajes informales que muchas veces se le contraponen.
Aunque cada día es más cuestionada, la escuela permite una
suspensión del orden usual de las cosas (Masschelein y Simons, 2014,
p.11).
Un
tanto
a
contratiempo,
en un mundo crecientemente acelerado y obsesionado con los
resultados, la
escuela aún nos permite demorarnos, darnos tiempo, entretenernos con
el conocimiento y con el mundo,
prestar atención a las cosas, dar
valor a lo inútil (Ordine,
2013).
En
estos meses de encierro con la ausencia de ese espacio y tiempo
diferencial desapereció el llamado efecto escuela. Un efecto,
advierten Xavier
Bonal y Sheila González, “casi
irrelevante para aquellos colectivos con capacidad de sustitución
inmediata, pero fundamental para aquellos con menor capital
cultural”.
Durante el confinamiento ese lugar diferenciado se quebró y, a pesar
de los esfuerzos de unos y otros por mantenerlo, también “se
puso en riesgo la posibilidad que otorga la escuela de lograr una
autonomía intelectual y afectiva, tanto de los niños respecto a sus
familias como de las familias respecto a sus niños”,
dice Inés
Dussel.
Durante
el confinamiento, quedó claro, que la
escuela no es solo lo que sucede en el aula,
y aunque pudimos, en algunos casos, rearmar aulas virtuales (que no
las dinámicas que proponen los maestros a los estudiantes, o no
todas), no pudimos en ningún caso recuperar la escuela. Nos faltaron
los compañeros y, consecuentemente, el efecto positivo que éstos
producen en el aprendizaje.
A
pesar de su aparente igualdad, el desarrollo de la
covid19
ha hecho evidente que la enfermedad no afectaba a todos por igual,
mostrándonos, como dice Boaventura
de Sousa Santos,
que la
incertidumbre, el miedo y la esperanza no están igualmente
distribuidos entre todos los grupos sociales,
y cuestionando argumentos habitualmente utilizados en el debate
educativo como el de la ideología
del esfuerzo
o el de la meritocracia.
De
hecho, la escuela es, junto con la sanidad pública, “el
instrumento más poderoso que tenemos hasta ahora para luchar contra
la desigualdad y dar pasos a favor de la equidad” (Rivera y Coll,
2019, p.16). “La escuela es el tiempo y el espacio en el que los
estudiantes pueden abandonar todo tipo de reglas y expectativas
relacionadas con lo sociológico, lo económico, lo familiar y lo
cultural…hacer la escuela tiene que ver con una especie de
suspensión del peso de todas esas reglas” (Masschelein y Simons,
2014, p.15).
Hicieron
falta solo unos días para darnos cuenta de lo
difícil que es escolarizar los hogares,
pero también para comprender, que la escuela sola no puede. No
podemos vivir sin la escuela, pero la escuela por sí sola no es
suficiente.
La educación en casa no es, no puede ser la escuela, porque,
precisamente, la escuela es lo que rompe con las desigualdades
familiares y sociales, lo que permite acceder a la alteridad. Pero la
escuela aislada tampoco es capaz de combatir esas desigualdades.
Desigualdades que están en la base del que es,probablemente, el
principal reto que tiene, a día de hoy, nuestro sistema educativo,
el fracaso
escolar
en sus múltiples expresiones: repetición, desafección escolar,
desvinculación, absentismo, no titulación, abandono escolar
temprano.
Hay,
además, un acuerdo generalizado en que a la crisis sanitaria le va a
suceder una crisis, social y económica profunda, que va a acrecentar
unas desigualdades que ya estaban previamente desbocadas, generando
aún más diferencias educativas.
La
pandemia nos ha mostrado que el
principal reto educativo no es realmente (o exclusivamente)
educativo, sino social.
No es solo, como dice César Coll, “que
se herede la pobreza o la riqueza, es que se heredan las
oportunidades de aprender”
(Coll, 2017).
Uno
de los aspectos que ha evidenciado la pandemia es que necesitamos
políticas educativas integrales y no solo políticas escolares.
Tiene poco sentido pensar exclusivamente en políticas educativas
como si la escuela actuase en un vacío social. Aminorar al máximo
las consecuencias que la crisis va a generar en muchas familias,
niños y jóvenes implica también hacer intervenciones educativas
fuera
de la escuela
que impacten en familias y sus entorno. Las políticas educativas
deben ser en primer lugar políticas sociales, de distribución,
reconocimiento y participación.
Durante
estos meses hemos hablado mucho de las brechas tecnológicas que
afectan a la educación. Siendo cierto que la brecha
primaria
(la del acceso) se ha mostrado mayor de lo esperado, no lo es menos
que para la continuidad de la enseñanza y el aprendizaje ha sido aún
más determinante la brecha
secundaria
(la del uso), que tiene que ver con las capacidades de escuelas,
docentes, estudiantes y familias para utilizar la tecnología para
enseñar y aprender, y que reproduce, amplificadas, las viejas
brechas sociales y de capital cultural conocidas por los sociólogos
de la educaión desde hace décadas.
Hay,
además, un aspecto que apenas ha sido discutido. Las
actuales tecnologías, lejos de constituir simplemente una caja de
herramientas, definen un nuevo entorno de enseñanza y aprendizaje,
que va más allá de la escuela; amplía nuestro concepto de
alfabetización; modifica nuestra relación con los contenidos;
demanda nuevas formas de enseñanza y aprendizaje; y difumina las
fronteras entre el aula y el hogar, lo formal y lo informal. Un
escenario que compromete, queramos o no, ese espacio y tiempo
especial y diferencial que hemos descrito en los primeros párrafos
de este texto.
Las
tecnologías constituyen “una ecología de medios
en la cual conviven aparatos y prácticas diferentes, a menudo
combinados entre la escuela, el hogar, el espacio de ocio y las
sociabilidades con pares” (Dussel, 2010, p. 22) y conforman “el
ecosistema en el
que ya se desenvuelven la información y la comunicación
y, por consiguiente, el aprendizaje”
(Fernández Enguita, 2018, p.170), y planteándonos tres grandes
desafíos: 1) la puesta en valor de las trayectorias
individuales de aprendizaje;
2) la personalización
del aprendizaje
y su ubicuidad; y 3) la falta de demarcación nítida entre los
diferentes espacios físicos e institucionales en los que tiene lugar
este aprendizaje (Coll, 2013).
En
este contexto, las escuelas se constituyen como un nodo fundamental,
pero ya no exclusivo, en un entramado de entornos y espacios abiertos
al aprendizaje, en el que, sin ser totalmente nuevo, ni una
consecuencia exclusivamente de la tecnología, la existencia de otros
contextos de actividad no escolares y otros agentes que ofrecen
recursos y oportunidades para aprender suponen un nuevo desafío para
la educación desde la perspectiva de la equidad.
Cuanto
más nos apoyemos en la tecnología, más tendremos que compensar,
desde las políticas públicas, las desigualdades que se generan.
Por tanto, no se trata solo de dotar de tecnología a los centros,
sino de proveer de tecnología y de recursos a docentes, alumnos y
familias. Tampoco es solo un reto tecnológico, es también un
desafío en términos de sentido y significatividad de lo enseñado y
lo aprendido.
La
frontera entre lo escolar y lo no escolar, lo formal y lo informal,
ya no se define por los límites del espacio y el tiempo de la
escuela. Hay mucho de no-escuela
en el horario escolar, y hay mucho de escuela en el espacio y tiempo
posterior al horario escolar (Pérez Goméz, 2012, p.44). Es
necesario volver a pensar, una y otra vez, qué es la escuela y cuál
es su sentido en este nuevo ecosistema. Necesitamos,
simultáneamente, desescolarizar
la vida,
pero también dar
un sentido educativo
integrado a partes de esa vida.
Resolver
los retos educativos actuales va más allá de diseñar políticas
escolares. Necesitamos diseñar medidas que tengan en cuenta las
redes de actividad por las que transitan y a las que acceden los
niños y los jóvenes. Redes que no están igualmente distribuidas,
ni accesibles. Atender a los retos educativos que hemos planteado
supone diseñar políticas que actúen sobre lo escolar, pero que
tengan también en cuenta el contexto familiar y vital de los niños
y jóvenes. La educación necesita políticas que involucren a las
familias, la comunidad y las escuelas. Quitar presión a la escuela
pasa por abrir la escuela.
Aprender
es más que nunca un asunto no circunscrito a unos espacios concretos
(las instituciones educativas, las aulas), ni a unos tiempos (los de
escolaridad, la educación formal), ni a unos ámbitos de
conocimientos determinados (conocimientos declarativos, abstractos o
factuales), ni a unas habilidades (cognitivas), ni, por supuesto, a
un único currículo ni a unas metodologías únicas.
Los
centros educativos “deben dejar de pensar exclusivamente en
términos de aprendizaje de contenidos escolares y empezar a pensar
en términos de aprendizaje del alumnado, más allá de donde tenga
lugar este aprendizaje” (Rivera y Coll, 2019, p.17). “Ayudar a
los alumnos a construir significados sobre sí mismos como aprendices
que les habiliten para seguir aprendiendo es probablemente una de las
funciones más importantes de las instituciones de educación formal
y escolar en el marco de esta nueva ecología del aprendizaje”
(Coll, 2013, p. 166). El
reto es enorme y no lo pueden hacer las escuelas, ni los docentes
solos.
Hacer
escuela y estar en la escuela
hoy pasa por abrir la escuela y salir al barrio, al museo y al campo,
pasa por no
quedarnos solos en la escuela.
Hacer escuela hoy implica mucha más coordinación entre
instituciones (comunidades, ayuntamientos, distritos o, incluso,
barrios en ciudades grandes) y mucho más trabajo entre equipos
multidisciplinares y personas especializadas en distintos ámbitos.
Hacer
escuela hoy
es también hacer una sociedad más justa.
No hay mejora posible de lo escolar sin una mejora de lo social. Como
no hay mejora de lo social sin una mejora de lo escolar. Son dos
caras de la misma moneda. Garantizar el derecho a aprender de todas
en la escuela es también apostar por garantizar los aprendizajes de
todos fuera de la escuela.
El
viejo mundo se ve superado por los hechos
Salir
de la pandemia con alternativas de futuro
En
medio de los ecos de la pandemia que siguen resonando y condicionan
muchos sectores de la actividad cotidiana, la necesidad de
conceptualizar “el mañana” parece imprescindible. Y también
urgente, según los promotores del “Manifiesto 2020”, que una
veintena de personalidades sociales presentaron en Suiza la última
semana de junio.
Las
y los firmantes se autodefinen como “individuos preocupados por el
futuro de la humanidad”, y con sus reflexiones intentan alimentar
un movimiento planetario que busca, luego de la crisis del
coronavirus, “construir un mundo mejor y armonioso”.
Entre
ellos, por citar alguna-os, el ex experto de las Naciones Unidas,
Jean Ziegler; Jacques Dubochet, investigador y Premio Nobel de
Química 2017; el oncólogo Franco Cavalli, ex presidente de la Unión
Internacional contra el Cáncer, así como las dirigentes sindicales,
sociales, ambientalistas y feministas Cora Antonioli, Liliane
Christinat, Amanda Ioset, Anne Papilloud y Ana Ziegler. Dos de los
más destacados dibujantes políticos del país, Thierry Barrigue y
Vicent L’Epée, enriquecen con su arte el Manifiesto 2020.
“El
viejo mundo mostró sus límites”
“Lo
denominamos Manifiesto, como lo podríamos llamar Declaración o
Convocatoria”, explica el cantante y escritor helvético Michel
Bühler, uno de los promotores que lanzaron la iniciativa
(https://www.manifeste2020.ch/)
No
pretende ser un documento ni cerrado ni perfecto, aclara. “Es
perfectible, es un espacio de reflexión nacido a partir de nuestra
responsabilidad ciudadana”. Ante la crisis, había dos actitudes:
cruzarse de brazos y esperar, o bien, promover una reflexión
colectiva sobre el día después, puntualiza.
Todos
los que contribuimos con nuestros aportes, explica Michel Bühler,
provenimos de un espacio amplio, con diversidad de visiones,
progresistas. Y compartimos la convicción que las sociedades son
creaciones humanas. Y la nuestra no escapa a la regla. Está basada,
en una concepción que acepta el poder ilimitado de la economía, la
explotación de la naturaleza y la competencia entre los seres
humanos. “Esta sociedad favoreció la aparición y el desarrollo de
la crisis sanitaria que desembocó en una importante crisis económica
y social”, enfatiza.
El
documento subraya que “volver a la organización de la sociedad que
prevalecía antes de la pandemia, sería reproducir las condiciones
que favorecerán la emergencia de nuevas crisis. Esto sería
irresponsable y suicida”.
¿Se
aprenderá algo de esta situación, se interroga el Manifiesto 2020?
Y la respuesta es inmediata: “el viejo mundo mostró sus límites,
es necesario imaginar el de mañana, centrado en lo humano, solidario
y respetuoso del medio ambiente”.
Reflexiones
y aportes
“Suprimir
inmediatamente y de forma radical la deuda externa de los países más
pobres del planeta”, es una de las propuestas enarboladas por el
sociólogo Jean Ziegler, ex – Relator Especial da las Naciones
Unidas sobre el derecho a la alimentación
El
Premio Nobel de Química 2017 Jacques Dubochet, avanza iniciativas
concretas y recomendaciones “para salvar la biodiversidad y
asegurar un futuro durable”.
La
joven militante a favor de los derechos de los migrantes, Amanda
Ioset, sugiere la regulación inmediata de todos los extranjeros
presentes en territorio suizo desde hace tres años.
En
tanto el doctor en medicina y fundador de Médicos del Mundo/Suiza,
Nago Humbert, – promotor de la iniciativa junto con Michel Bühler-,
insiste en una reivindicación histórica de la sociedad civil
helvética: destinar el 0.7% del Producto Nacional Bruto a la
cooperación internacional.
Humbert,
junto con el prestigioso oncólogo Franco Cavalli, ex presidente de
la Unión Internacional contra el Cáncer, se pronuncian a favor del
reforzamiento del sistema de salud pública, del freno a la
privatización de este sector y de la creación de una Caja de Salud
única, donde cada habitante cotice proporcionalmente a sus
ingresos.
Anne
Papilloud, secretaria general del sindicato suizo (región
francófona) del espectáculo, da pistas a favor de una cultura
durable, local, abierta, inclusiva y portadora de esperanza.
“Sostener las culturas y no *la* cultura”, enfatiza.
Un reto fundamental de futuro es priorizar y favorecer a los jóvenes, enfatiza Pierre-Yves Maillard, diputado nacional y presidente de la Unión Sindical Suiza, la más importante organización confederal de los trabajadores. Y reivindica, en todas partes del mundo, los derechos fundamentales a la formación profesional y a un primer empleo, para evitar así, el impacto creciente del desempleo.
“Un
impuesto a las grandes fortunas y a los grandes salarios”, propone
el profesor de Economía de la Universidad de Friburgo Sergio Rossi.
Las políticas fiscales, presupuestarias y monetarias “deben
permitir dar respuesta a las necesidades del conjunto de la
población” apostando a la sostenibilidad social y ambiental.
Ana
Ziegler, joven estudiante y activista de la «Huelga del Clima”,
enumera 9 puntos para repensar el nuevo mundo luego de la pandemia.
El más universal, tal vez, el reemplazo del concepto Producto
Interno Bruto (PBI) por el de Índice de Desarrollo Durable (IDD), en
tanto “indicador decisivo de la calidad de vida y la prosperidad a
nivel internacional”.
“Botella
al mar”
El
Manifiesto 2020 es, en cierta forma, una botella lanzada al mar.
Ejercitando, colectivamente, el deber ciudadano de participar en la
elaboración de propuestas alternativas, reflexiona Michel Bühler.
Casi
misión imposible elaborar una síntesis exacta de propuestas tan
ricas como originales. No tendría sentido, argumenta el escritor y
cantante. “Lanzamos esta propuesta como una construcción
de tela de araña. Invitando a amigos y personalidades de diferentes
sectores, acumulando y reuniendo, pero sin pensar en que lograremos
dar respuesta a todos los desafíos de la sociedad y del mundo post
pandémicos”.
Y
recuerda que fue importante convocar, elaborar y reunir los
materiales aceleradamente. “Lo hicimos en la urgencia. En medio de
una situación de semi confinamiento y con el objetivo de estar
presentes con nuestras primeras reflexiones a corto plazo”, aclara.
Lo
más significativo de este Manifiesto es que “nadie de las personas
que contactamos respondió negativamente”. Todas y todos
demostraron su disposición a participar. Hay una fuerza motora de
edades diferentes, de mujeres y hombres comprometida-os, “conscientes
que no podemos volver a la anormalidad del mundo anterior. Y
convencidos en la necesidad de soñar y diagramar aportes para otra
sociedad suiza y para otro mundo posible, concluye.
Frederic
Jameson escribió en el libro Las
semillas del tiempo
su famosa frase: “Parece que hoy en día nos resulta más fácil
imaginar el total deterioro de la tierra y de la Naturaleza que el
derrumbe del capitalismo.” Cuando se lo cita no se aclara que para
tener esta sensación fue necesario separar el deterioro ecológico
del desarrollo del capitalismo tardío. Es decir, este pesimismo
implica que no existe una posible alternativa anticapitalista a los
efectos de la desregulación en la llamada “libertad de mercado”
que, en realidad, es el poder de las grandes empresas mundializadas.
En este sentido poder dar cuenta de estas circunstancias adquiere
cierto sentido de urgencia de época por los efectos que produce en
el colectivo social. De allí la necesidad de entender que el sujeto
es portador de cultura y, como tal, manifiesta los síntomas de la
civilización en la que vive. Podemos decir que en la actualidad
predominan aquellos que refieren a la negatividad; entre ellos se
destaca la depresión. Según la Organización Mundial de la Salud
(OMS) se calcula que la depresión afecta a más de 300 millones de
personas en el mundo, que cerca de 800.000 personas se suicidan al
año, el 78% de los suicidios se produce en países de bajos y
medianos ingresos: es la segunda causa principal de defunción en
jóvenes de 15 a 29 años. Sin embargo, hablar de “depresión” de
un modo tan amplio recubre una gran variedad de matices y posiciones
subjetivas que conlleva una cultura donde triunfan las pasiones
tristes.
Transformar las pasiones tristes en pasiones alegres y éstas en acciones transformadoras
Spinoza
en la
Ética concibe
a Dios como causa inmanente de todas las cosas, las cuales son en
Dios a la manera de atributos en que se expresa su esencia. Cada
singularidad es un grado de la potencia que le corresponde a la
totalidad del Universo. Por ello Dios es la Naturaleza entendiendo
ésta como todo lo existente desde un clavo hasta una montaña.
Para
Spinoza Dios no está en la Naturaleza como pretenden aquellos que lo
refieren a una filosofía panteísta sino Dios es la Naturaleza que
se expresa en los dos modos que conocemos: el modo pensamiento (el
alma) y el modo extensión (el cuerpo).
Es decir, el alma está con el cuerpo y la relación con uno mismo;
no está por fuera de las relaciones con los otros. Esta perspectiva
que funda el ateísmo moderno rompe con las divisiones alma-cuerpo y
con la de sujeto-objeto; el sujeto forma parte de la totalidad de la
Naturaleza que llama Dios y todos tenemos a Dios como Naturaleza
dentro de nosotros ya que todos estamos constituidos por la misma
sustancia.
La
urgencia de lo necesario.
Estos
tiempos nos dan tiempo para repensar el rumbo y las formas, los
contenidos y las significaciones de esos contenidos. Los actos. Como
seguir. Si esta claro que el Capitalismo nos trajo beneficios pero
también produjo los males que padecemos … ¿Porque no
transformarnos y transformar en algo mejor lo que hasta aquí hemos
hecho? ¿Que cambio nos puede resultar mas traumático o peor que el
temor a morirnos o producir la muerte en otros contagiando un virus
que siquiera vemos o podemos predecir o percibir salvo en su mortal
consecuencia y en sus secuelas de padecimiento? No
se trata de que nada sirve, sino mas bien de cambiar lo que hay que
cambiar y sostener lo que hay que sostener. Resolver colectivamente
que queremos para cada uno de los que habitamos este bendito planeta,
para nosotros y como legado para nuestros hijos y los hijos de
nuestros hijos. Si queremos un mundo con menos muertes evitables y
menos conflictos es hora. La urgencia de lo necesario no da tiempo
para seguir esperando …
Daniel
Roberto Távora Mac Cormack
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