Lunes 20 de junio de 2020

Malos tiempos son aquellos en los que hay que demostrar lo evidente”.
Bertolt Brecht

En tiempos de pandemia el día a día avanza al compás de las cifras de contagios y la incertidumbre constante pone en duda la solidez del estado de bienestar. El enfoque en lo económico y lo sanitario desplaza las cuestiones sociales, las cuales deberían ser incuestionablemente atendidas en contexto de pandemia, donde las dinámicas del distanciamiento social rearticulan los modos de interacción habitual entre la población. 
 

¿De qué modo el aislamiento modifica los modos de relacionarse? ¿La tendencia es hacía el individualismo o buscamos modos de generar vinculación?

Cuando en enero del 2020 los medios de comunicación dieron parte de una enfermedad aparecida en la lejana China, en las calles la noticia era comentada como un drama distante. Fue precisamente por esta razón que cuando el Coronavirus cruzó las puertas de Europa la población española vio con desconcierto como los contagios se extendían. Una vulnerabilidad desprevenida tomó fuerza entre la gente y el discurso del miedo se apoderó de la vida pública y privada. A mitad de marzo el fenómeno se había convertido ya en la preocupación principal de gran parte de lapoblación, y las conversaciones giraban alrededor de la COVID como eje vertebrador de la cotidianidad del momento. La llegada de la pandemia desveló, como indica D. Harvey (2020), una falta de preparación por parte de las autoridades y la opinión pública para enfrentar una crisis sanitaria de esta magnitud. La urgencia por disminuir el riesgo desembocó en medidas de prevención y control (entre ellas el confinamiento).

La realidad muestra que, a pesar de que el virus no discrimina
(Butler, 2020), la pandemia sí lo hace. Las particularidades económicas, geográficas y sociales revelan una desigualdad profunda en el modo en que se experimentan las consecuencias de la pandemia.

Mientras algunas personas hablan de la cuarentena como posibilidad de obtener el recurso menos accesible de la modernidad, el tiempo, otras lo perciben justamente como un problema: “Siento que estoy en una pausa que no podré recuperar, pero los pagos, las deudas y el futuro siguen su curso” (entrevistado, Lleida). La incertidumbre lleva a sentir el paso del tiempo “en toda su lentitud” (Camus, 2002 [1957]) y la gente trata de apropiárselo, ya sea colmando el día de actividades o tratando de gestionar sus consecuencias. 

Al etnografiar la cotidianidad, se acaba por entrever que, a pesar de los esfuerzos por normalizar el confinamiento, existen ansiedades debidas a la precariedad laboral, económica y de cuidados sumado a la preocupación del contagio, que acecha desde las esquinas de supermercados, calles y transporte público. Esta realidad hace necesario entender que, aunque el distanciamiento es imprescindible, el hiperindividualismo puede suponer un grave problema. De aquí que N. Quiroga (2020) afirme que, en una crisis como la actual, la única respuesta efectiva está dada por la fuerza de las estrategias de cuidado solidarias, y no siempre estatales. Las prácticas sociales pueden subvertir la precariedad tanto económica como emocional en momentos de pandemia.
( Pandemia y rearticulación de las relaciones sociales
revistes.uab.cat/periferia Junio 2020
LAURA FONTANA SIERRA)


«¿Por qué combatimos por persistir en la servidumbre, como si esta fuera nuestra salvación?»
Spinoza

La revista Charlie Hebdo publicó en su edición del 29 de junio que la cuarentena demuestra tres cosas: que la economía se derrumba tan pronto como deja de vender cosas inútiles a personas sobre-endeudadas, que es perfectamente posible reducir la contaminación y que las personas peor pagadas son las más esenciales para el funcionamiento del sistema.


Las tres cosas son verdad. Lo de la contaminación es comprobable científicamente. La otra verdad que demuestra la cuarentena es que nuestros consumos habituales no obedecían a nuestras verdaderas necesidades, sino a las necesidades del capital globalizado. Y por último, que si la economía se ha detenido es porque lxs trabajadorxs no han podido ir a los lugares de trabajo. La curva de distribución entre capital concentrado y salarios se ha inclinado colosalmente a favor del primero, cuando son precisamente las y los asalariados quienes resultan esenciales para crear esa ganancia.

Cómo demostrar lo evidente

¿Cómo puede ser, entonces, que algo que es tan obvio para millones de personas comunes, no pueda ser abordado por la política? Alejar a la política de las tecno-burocracias y acercarla a las necesidades de los pueblos. Siendo los pueblos quienes legitiman con su voto a esas autoridades políticas.
En su lugar, son los desquiciados del mundo y de nuestro país quienes pretenden marcar nuestras agendas.
Los desquiciados no pueden apropiarse del centro de la escena. Millones de argentinas y argentinos merecemos un debate de alta calidad, y no el asedio de las mentiras canallescas y los mensajes de odio, que además, hablan siempre en nombre de los intereses financieros que ahogan a nuestro pueblo.

El contexto mundial, regional y nacional

Enaltecer ese debate es tarea de la política, aunque el actual contexto mundial, regional y nacional no sea el más propicio. El mundo político que más influye en nosotros, el eje Europa occidental-Estados Unidos, se debate entre el neoliberalismo clásico y opciones de ultra-nacionalismo de extrema derecha. Nuestra región también.

Y en el plano interno, el cansancio luego de varios meses de aislamiento social sumado al apremio económico, predispone más a reacciones propias del agobio que a una reflexión serena sobre la realidad.




Para quienes apoyamos con toda nuestra energía a los gobiernos populares de América Latina durante el primer tramo de este siglo, lejos han quedado, por el momento, las condiciones objetivas de esa etapa. Mirando a nuestro alrededor, hoy no sería posible la épica del No al ALCA, cuya nueva versión es el Plan “América crece” expresado por Donald Trump. El sueño de la integración energética a través de un eje que una las reservas del Orinoco con la Amazonía, el polo productivo del sur de Brasil y la cuenca hídrica del Paraná-Río de la Plata, ha sido remplazado –insisto, momentáneamente— por un Mercosur donde Venezuela está suspendida y cuya capacidad de negociar en bloque pende de un hilo.

Y en la Argentina, si bien la desmesura de adjudicar a Cristina un nuevo crimen político y acusar al Presidente de encubrirla no logró un arraigo masivo, corrió tan al extremo la aguja de la discusión política que generó un daño colateral: aquel empresario que haya saqueado al país, abusado de su posición dominante en el mercado y fugado sus utilidades hacia una guarida fiscal, se convierte en moderado por el solo hecho de no haber acusado a Cristina de asesina, y se gana el derecho de participar en la mesa de la reconstrucción del país.

Días atrás un grupo de periodistas cuya mirada comparto, recordaba que en 1973, en el momento de mayor adhesión en torno de la figura del General Perón, aún así, el 38% del electorado se inclinó por las opciones del antiperonismo. Es cierto, pero el clima general era distinto. Como una clara demostración de aquel clima de época, y aunque parezca inverosímil, la plataforma del partido radical propiciaba la reforma agraria.

Hoy nuestro Presidente no cesa de expresar su afán de construir un capitalismo inclusivo, basado en la producción y el trabajo. Tal ha sido el disciplinamiento intelectual del neoliberalismo, que el objetivo es retornar a un sistema que, hacia fines de los ’60 y principios de los ’70 era calificado como profundamente injusto. Los trabajadores que hicieron el Cordobazo gozaban de un nivel de salarios, de sindicalización, de prestaciones sociales, de salud, de crédito y de consumo que hoy sería una quimera. Y los estudiantes acudían a una Universidad pública con menor dispersión de científicos y mayor presupuesto que la actual. Sin embargo, era precisamente por gozar de aquel status económico y de un mayor grado de organización como correlato de ello, que aumentaba la capacidad para luchar por un sistema justo.


Es decir, no contamos ni con el desarrollo ideológico de las masas de los ’70, ni con el mapa político sudamericano de principios de siglo, ni con los precios internacionales de nuestros productos exportables del primer tramo del gobierno kirchnerista. ¿Qué significa esto? ¿Qué debemos claudicar de nuestros principios, valores e ideales? Decididamente no. Significa ponderar correctamente cuáles son las condiciones del sujeto social y político “Pueblo” –masa más conciencia— con el que contamos para lograrlos. Y actuar inteligentemente en consecuencia.

Estado, gobernabilidad y correlación de fuerzas

Nadie que haga política puede desentenderse del concepto “correlación de fuerzas”: Pero, una vez reconocido con crudeza el contexto desfavorable, la correlación de fuerzas ¿sólo se describe o también se crea?

Y es aquí donde presento algunas ideas que concluyen en un mismo objetivo que para la política es irrenunciable: crear las condiciones para que la correlación de fuerzas sea favorable; apelar a todas las herramientas de que se dispone para ello.

La primera idea es que tenemos la conducción del Estado, lo que nos sitúa en una mejor posición respecto de los pueblos hermanos que luchan por reconquistarlo. Aún con todas sus falencias y sabiendo que conducir el Estado no es manejar el poder, la conducción del Estado ofrece todo un dispositivo de posibilidades.

Tener acceso a los gobiernos provinciales, convocar a actores políticos, económicos, sociales y sindicales, fijar estrategias de comunicación, colocar temas en la agenda pública y echar mano a múltiples instrumentos de información, legitimación y persuasión. Es decir, desde el Estado se puede desplegar un sinnúmero de acciones. Y no nos está permitido poner como argumento de imposibilidad a una insuficiente correlación de fuerzas, sin haber hecho uso de tan diversa gama de herramientas que la conducción del Estado nos permite.

La segunda idea es que el entusiasmo es un factor principal de acumulación política, en estos momentos más poderoso aún que los llamados aparatos partidarios. Me refiero a la motivación, a la capacidad de irradiar adhesión y transformarla en la energía necesaria para la propagación de las ideas y los contenidos. Y así como el entusiasmo genera acumulación política, el desaliento de los seguidores des-acumula, es decir, conlleva a un retroceso de eso tan importante que es la correlación de fuerzas. La necesidad de contar con quienes sostienen otras ideas encuentra su límite en la desazón de quienes profesan las propias. Debemos construir consensos, pero al mismo tiempo tener mucho cuidado en que lo que parece sumarse por un lado no reste por otro. Y también en que no se desvanezcan los puntos fundamentales de la agenda propia a expensas de los requerimientos externos.

El último punto a considerar en este tramo es que, partiendo de la premisa de que hay poderes fácticos que intentan amansar al Estado, no se debe ceder posiciones frente a la presión que ejercen. Con toda la experticia que estos han acumulado, saben muy bien cómo sacar ventajas cuando intuyen de un gobierno el menor signo de debilidad.

En síntesis,
  1. No se puede conducir el Estado y al mismo tiempo situarse en una posición de debilidad;
  2. La correlación de fuerzas no es un concepto estático. La política, tanto a través de la palabra como de la intervención, crea acontecimiento, abre camino a una nueva correlación;
  3. No se debe llegar al desaliento de la ‘tropa propia’; me costaría sostener que si el encanto suma, el desencanto no resta;
  4. Impedir que el poder huela que ante su presión puede movernos de los ejes centrales.

La política como pedagogía y como liderazgo

Néstor y Cristina generaron cuatro hechos orientados a autonomizar nuestra economía respecto del desplome del capitalismo mundial que detonó en septiembre de 2008: la reestructuración de la deuda privada, la negativa a formar el ALCA, la cancelación de la deuda con el FMI y la recuperación de los fondos previsionales. Si hoy quisieran repetirse, no tendrían el mismo contexto de época. Aquel respaldo de gobiernos afines en la región está ausente, asistimos a una fuerte retracción del comercio internacional y han descendido los precios de nuestros productos exportables. Tampoco acudimos al impacto exportador surgido de la furibunda devaluación de nuestra moneda. Pretender hacer lo mismo y obtener los mismos resultados sin tener en cuenta contextos tan diferentes, sería confundir peligrosamente lo imaginario con lo simbólico, en términos de Jorge Alemán.


Sin embargo, el nuevo contexto derivado de Covid-19 nos sitúa ante otras posibilidades que eran hasta hace poco inexistentes. Por ejemplo, relativiza el peso de la deuda argentina en medio del endeudamiento de tantos otros países; se ha legitimado la eficacia del Estado y de las políticas públicas; se han puesto al descubierto la depredación de la naturaleza, la desmesura ética de las grandes fortunas, la inoperancia de la democracia formal, el riesgo de dejar el mundo en manos de los grandes servidores digitales. En definitiva, la ilegitimidad de todo un sistema absurdo de acumulación.

Por lo tanto, puede ser que no estemos en presencia de un contexto propicio para repetir aquellas heterodoxias, pero seguramente hay un entorno favorable para otras nuevas. Para otros cambios de paradigma. Y es aquí donde poner en juego toda la potencia del liderazgo ético y pedagógico de la política, frente a quienes procuran su degradación definitiva. La potencia de lo colectivo y universal frente al individualismo y la fragmentación.

Cuando el FMI exija reformas previsionales y laborales en nombre del capital financiero, contrapongamos decididamente la dimensión humana. Cuando intente relajar los derechos de trabajadores y trabajadoras en nombre de las nuevas tecnologías, convenzamos de que la variable de ajuste de la nueva mediación tecnológica entre el trabajo y el capital, es la tasa de renta del capital, y no los ya abrumados derechos de las personas. Cuando intente suprimir los derechos de lxs adultxs mayores, en nombre de una nueva relación entre la masa salarial, el menor número de activos por cada pasivo y la mayor expectativa de vida, lo que debe ajustarse es la tasa de ganancia del capital, no la dignidad de las personas mayores. El punto fijo es el ser humano, no la acumulación desenfrenada de riqueza.

La palabra performativa no describe un significado, sino que lo crea, lo instituye. Lo que no existía comienza a existir. En el mismo sentido, la palabra enunciada desde la política con un sentido performativo tiene la misión de crear escenarios nuevos, nuevas energías sociales, nuevas correlaciones de fuerza. Aquí también, lo que no existía comienza a existir.

La democracia profunda, como expresión auténtica de los intereses de las grandes mayorías postergadas, como factor éticamente igualador de la condición humana (en todo lo que deba ser igual, para poder ser diferente en todo lo que decida ser diferente), como elemento integrador de la dimensión económica con la de los derechos y los afectos, como tendencia permanente hacia la concreción de los anhelos personales y colectivos, es una suerte de combinación entre ética y política. Pone en movimiento interactivo la valoración y la acción, el sustrato cultural de una sociedad con la administración y distribución de sus recursos materiales. Se hace cargo de resolver la pobreza interpelando y removiendo las causas de la extrema riqueza.

Covid-19 ha suscitado una mayor conciencia moral en gran parte de la sociedad acerca de valores como el Estado y la solidaridad. Pero se necesita de la intervención política para erigirla en movimiento transformador, en democracia profunda. De lo contrario, nos seguiremos debatiendo entre dos desamparos, aparentemente diferentes, pero convergentes en su efecto desarticulador: el neoliberalismo y el neofascismo.

Vale para el mundo, vale para nuestro país.

Estructuras y coyunturas: ciudades en crisis

El componente conflictivo es una dimensión insoslayable de cualquier protesta social y constituye uno de los perfiles que los noticieros televisivos privilegian por su carácter impactante.”
Adriana Rizzo

Para poder dimensionar los resortes sociales que se activan frente a las crisis, consideramos necesario conceptualizarlas guiadas por dos dimensiones que inexorablemente se entrecruzan y/o yuxtaponen, una de carácter estructural y otra coyuntural (Rosboch, 2017 b). En ciencias sociales cuando hablamos de fenómenos de estructuración social, nos remitimos a procesos históricos formativos y transformadores del devenir cultural; es así como, en el caso que analizamos, propusimos entablar el estudio tomando como marco de referencia dos momentos de crisis de modelos de pensar y vivir la sociedad: la ruptura entre modernidad y posmodernidad o segunda modernidad; y el quiebre del modelo neoliberal que en la Argentina se materializó en el estallido social del 2001.


Ambos procesos, aún inconclusos, conducen a investigar cómo eclosionan en el tejido social y, en consecuencia, qué tipo de vínculos conforman los ciudadanos en sus centros poblacionales.

Esto lo podemos observar claramente en la decisión social de nuclearse para enarbolar sus protestas en tono a las organizaciones autoconvocadas, experiencia que se puede rastrear desde la crisis del 2001, enraizada en procesos profundos de significación cultural donde se resquebrajan los clásicos modelos de representación política propuestos por la modernidad que, en aquel entonces, se tradujeron en “que se vayan todos” en clara alusión a los mandatarios partidarios (Cáneva, 2016).

Como se pude inferir, frente a las crisis de características estructurales, podemos observar las que confluyen de forma coyuntural e impactan en la ciudad de tal forma que suponen un antes y un después en la vida cívica, nos referimos a los fenómenos eco-ambientales que, dada la imprevisión de los sujetos, rápidamente se transforman en crisis político-sociales.

Incluir esos estados de situación nos orientó a formular dos dimensiones, solo discernibles en términos analíticos, de la acción que cumplen la conformación de los imaginarios sociales a la hora
de analizar la acción social frente a la emergencia. Una que interpreta específicamente las características estructurales de los mismos y que abordamos desde las propuestas de Benedit Anderson (1993) y de Ernest Gelner (1995); y otra que indaga en la construcción imaginaria profunda incluyendo su raíz emotiva, la propuesta por Armando Silva Tellez (2012).

La movilización de la ciudad, nos conduce a pensar al habitante desde otras perspectivas, para ello recurrimos a Gravano que analiza la participación ciudadana como modos de gestión social,
esto es “...como un proceso cultural, como forma de organizar y organizarse significativamente en la acción, en la cooperación social, en el más amplio de los sentidos” (Gravano, 2008:10).
La noción de gestor, propuesta por Gravano, nos coloca frente a un ciudadano con poder de decisión y acción ante los problemas que atraviesa en su cotidianeidad. Visualizar ese empoderamiento
es fundamental para poder analizar nuestras problemáticas a nivel barrial, haciendo especial énfasis en las acciones que llevan a cabo los miembros que la componen. Es así que nuestro recorte de estudio está dado por focalizar en las relaciones sociales que tejen la trama urbana desde sus expresiones cotidianas. Para ello nos situamos en el núcleo básico de construcción urbana, esto es, sus barrios, formaciones, organizaciones e instituciones comunitarias.
( Comunicar en momentos de crisis. Emergencia
de lazos sociales María Eugenia Rosboch
Laboratorio de Investigación de Lazos Socio Urbanos (LILSU)
Facultad de Periodismo y Comunicación Social
Universidad Nacional de la Plata y
Comisión de Investigaciones Científicas Gob. Buenos Aires
TEMAS Y PROBLEMAS DE COMUNICACION
CICOM / Departamento Ciencias de la Comunicación /Facultad de Ciencias Humanas. UNRC /
Este artículo pertenece a la Revista Temas y Problemas de Comunicacion AÑO 18. Vol. 17 2019 y fue descargado desde: http://www2.hum.unrc.edu.ar/ojs/index.php/TyPC/issue/view/61 )


¿Quién habría imaginado que la tormenta sopla con
más furía cuanto más atrás deja al Paraíso?
BENEDlCT ANDERSON

Benedict Richard O'Gorman Anderson Nació en Kunming, China un 26 de agosto de 1936. De padre anglo-irlandés y madre inglesa. Era hermano del historiador Perry Anderson. Se crio principalmente en California, y estudió en Cambridge. Falleció en la provincia de Batu, Java Oriental el 13 de diciembre de 2015. Fue un estudioso del nacionalismo y de las relaciones internacionales, y uno de los más reconocidos especialistas sobre la Indonesia del siglo XX.

Fue principalmente conocido por su obra Comunidades Imaginadas, en la que describe sistemáticamente, utilizando la metodología del materialismo histórico, los principales factores que contribuyen al surgimiento del nacionalismo durante los últimos tres siglos. Anderson definía la nación como una comunidad política imaginada [que es] imaginada tanto limitada inherentemente como soberana. Quizás el libro más leído sobre nacionalismo.


Anderson adhiere al argumento de que la modernización explica el origen de las naciones. En otras palabras, las naciones se desarrollaron como un componente necesario de la sociedad industrial, aunque ni el 'interés económico, el liberalismo ni la Ilustración podían crear, ni crearon en sí mismos el tipo, la forma o la comunidad imaginada'.

Ernest Gellner fue un filósofo y antropólogo social británico de origen checo. Nacido en Paris un 9 de diciembre de 1925 y fallecido en Praga el 5 de noviembre de 1995. A través de una serie de publicaciones de principios de los años 60 hasta su muerte en 1995, Gellner analizó el nacionalismo en una serie de obras, comenzando con Pensamiento y Cambio (1964), y más particularmente desarrollado en Naciones y Nacionalismo (1983).

En su obra “ANTROPOLOGÍA Y POLÍTICA” sostiene que “la antropología es inevitablemente política porque se encuentra con la política en no pocos puntos. La antropología teórica no puede dejar de tener implícita una visión de lo que somos, de lo que es nuestra sociedad y de lo que ésta pueda ser:
los límites de las posibles formas de organización social constituyen prueba evidente de ias aspiraciones políticas, tanto sensatas como absurdas. Dichos límites nos dicen lo que está a nuestro alcance y lo que no lo está.”

Gellner criticó otras explicaciones teóricas del nacionalismo, incluida la "teoría de la naturalidad", que afirma que es "natural, evidente y autogenerado" y una cualidad básica del ser humano, y una cualidad neutral o positiva; su versión oscura, la "teoría de los Dioses Oscuros", que ve el nacionalismo como una expresión inevitable de las pasiones atávicas e irracionales humanas básicas. El argumento idealista de Elie Kedourie de que fue un desarrollo accidental, un error intelectual por diseminar ideas inútiles, y no relacionado con la industrialización y la teoría marxista en la cual las naciones se apropiaron del papel principal de las clases sociales.

Para Gellner, el nacionalismo era una condición sociológica y probable pero no garantizada (señaló excepciones en estados multilingües como Suiza, Bélgica y Canadá) resultado de la modernización, la transición de la sociedad agraria a la industrial. Su teoría se centró en los aspectos políticos y culturales de esa transición.

Crítico de las posiciones relativistas, enfrentó el dilema de las diversidades de imaginarios que organizan colectivamente las sociedades humanas, desde un punto de vista kantiano … “ La variedad de agrupaciones que reciben el nombre de sociedad humana es enorme y las diversas sociedades hacen cosas sorprendentemente diferentes. Es bien sabido que esto constituye un problema o que por lo menos da origen a un problema que es el del relativismo. Puesto que existe la diversidad, y puesto que a veces dos sociedades se encuentran entre sí y hasta viven en un mismo territorio, ¿cómo podemos saber cuál de ellas es mejor, cuál encarna los principios que deberían prevalacer? Por cierto que ésta es una pregunta seria, pero no es la única que me preocupa aquí. La pregunta no es ¿cómo afrontamos las consecuencias y las implicaciones de esa diversidad? Más bien la pregunta es: ¿cómo es posible que se dé la diversidad? Y ésta es una pregunta kantiana.
Normalmente la gente no suele ver en esto un problema. La diversificación tiene ventajas evidentes. Proporciona variedad.
Cuantas más opciones puedan ensayarse, mayor será la oportunidad de obtener éxito. El hecho de que la gente sea capaz de construir órdenes sociales tan diversos y culturas tan diversas tiene una implicación inmediata: una especie capaz de producir esa diversidad a través del espacio también es capaz de producirla a través del tiempo y por lo tanto es capaz de experimentar un crecimiento sostenido, sea cual fuere la dirección
deseada”

Por su parte, Armando Silva Tellez, Nacido en Bogota, Colombia un 19 de Agosto de 1948, es un filósofo y semiólogo colombiano, más conocido por su trabajo de los “Imaginarios Urbanos” desarrollado en varias ciudades de América Latina y España.


En la perspectiva de estos estudios para abordar lo urbano desde los ciudadanos impera el orden imaginario. Siempre que un “fantasma” ronde por la ciudad hay un orden fantasioso que marca un comportamiento o una reacción ciudadana.
Estos fantasmas se rotan, se transforman y viven el proceso de urbanización. Los lugares del imaginario son entonces múltiples, tan amplios y variados como la imaginación. Lo imaginario se impone, de principio, como un conjunto de imágenes y de signos, de objetos de pensamiento, cuyo alcance, coherencia y eficacia puede variar y cuyos límites se redefinen sin cesar. Para tratar de acotar el término nos referimos a tres acepciones de los imaginarios que hemos venido construyendo en nuestra teorización urbana: lo imaginario asociado a la pregnancia simbólica del lenguaje, lo imaginario como inscripción psíquica y en la perspectiva de una lógica inconsistente y lo imaginario en cuanto a construcción social de la realidad. (En Armando Silva, Urban Imaginaries From Latin América, Documenta 11, Kassel, Hatje Cantz, Alemania, 2003)

Se llega a la imaginación simbólica, propiamente dicha, cuando el significado no se podrá presentar con una cosa específica, en cuanto tal, una palabra exacta o una descripción única, y lo que se reconoce, más que una cosa, viene a ser un sentido o muchos que pueden abarcar la expresión simbólica. Ernest Cassirer ( En: Esencia y efecto del concepto del símbolo, Ciudad de México: Fondo de Cultura de México, 1998. p. 14) empleó un bello término como pregnancia simbólica, para referirse a la impotencia que condena al pensamiento a no poder intuir algo sin dejar de relacionarlo con uno o muchos sentidos. Esta pregnancia es la consecuencia de que en la conciencia humana nada sea simplemente presentado, sino representado. Desde esta pregnancia el término imaginario puede ser usado en el sentido de la invención de algo, como inventarse una novela, o bien de colocar una historia en lugar de otra que se sabe verdadera. El filósofo griego Cornelius Castoriadis ( En: La institución imaginaria de la sociedad, Barcelona:Tusquets, 1982, p., 220) , nos facilita varias explicaciones sobre la fusión entre lo imaginario y lo real al recalcar que en la historia de la humanidad las imaginaciones fundamentales han sido el origen de nuestros órdenes sociales.


De la “sociedad disciplinaria” (“biopoder”) a la “sociedad de
control” (“psicopoder”)


El capitalismo industrial es uno de los rostros (quizás, el más representativo) de una realidad pretendidamente omniabarcante, holística y poliédrica: la “sociedad disciplinaria”. Como consecuencia del giro de la forma de producción agraria a la industrial, la naturaleza del poder experimenta en el siglo XVII una metamorfosis radical:
concebido tradicionalmente como un poder de muerte, el poder “soberano” se trueca en “disciplinario” o “biopolítico”, en el sentido de que su cometido ya no sería matar, sino la “administración de los cuerpos” y la “gestión calculadora dela vida”. Se trata, aclara Foucault, de una “ortopedia concertada” , un control minucioso y una coacción calculada para disciplinar el cuerpo en términos de docilidad-utilidad, o sea, sujetar constantemente sus fuerzas y ajustarlas con rutinaria precisión a los ritmos marcados por la “maquinaria” (Machenschaft).
En suma, la “biopolítica disciplinaria” se define esencialmente como una forma de gobierno normativo, mientras que su principal resultado sería la construcción del sujeto como una máquina de producción obediente y eficiente al mismo tiempo.

En tal disposición de los términos, Foucault identifica el panopticon de Bentham como el modelo generalizable de la vigilancia moderna, un modelo que conecta inextricablemente las relaciones de poder con la vida cotidiana de los hombres. Como síntesis de la sociedad disciplinaria, el panóptico se fundamenta en una relación de dependencia entre vigilantes y vigilados (en el caso concreto que nos ocupa, la burguesía y el proletariado), en el marco de un espacio fijo y cerrado sobre sí mismo en todos sus puntos (la fábrica) donde todo movimiento y todo acontecimiento vienen inmediatamente controlados y registrados como conditio sine qua non para normalizar y encauzar la conducta. A tenor del criterio seguido en cada caso (obediencia, productividad, eficiencia, utilidad, etc.), el panóptico localiza y clasifica exhaustivamente a los individuos que trabajan o conviven juntos, instaurando de este modo el orden social. Distribuidos y ordenados en el espacio-tiempo, individualizados y separados, los objetos de la vigilancia se ven impelidos a asumir las normas prescritas por sus vigilantes como propias, bajo la certeza de saberse sometidos constantemente al más riguroso escrutinio. Así pues, el panópticose mantiene siempre visible y, al mismo tiempo, inverificable, garantizando el funcionamiento automático del poder en el sistema donde se aplique.


En otro orden de cosas, Marx presenta el capitalismo en su perspicaz análisis del proceso de transformación del dinero en capital como el reino de lo ilimitado por excelencia, en virtud de lo cual le atribuye una naturaleza más metafísica que económica: “La circulación del dinero como capital es [...] un fin en sí, pues la valorización del valor existe únicamente en el marco de este
movimiento renovado sin cesar. El movimiento del capital [...] es carente de medida” .

Desde este prisma, para nosotros, el principio de “acumulación
originaria” tiene como sustrato y soporte metafísico el concepto nietzscheano de “voluntad”. En su particular deconstrucción de la historia de la metafísica (esto es, del “olvido del ser” o “nihilismo impropio”), Heidegger advierte que la noción de “voluntad de poder” (Der Wille zur Macht) reduce el ser a valor hasta convertirlo, parafraseando al mismo Nietzsche cuando critica,curiosamente, el concepto de “ser”, en el “último humo de la realidad que se evapora” . En otras palabras, Nietzsche llevaría hasta el extremo, a juicio de Heidegger, la metafísica de la subjetividad (del ego cogito al ego volo), de tal suerte que su pensamiento “ha recorrido el círculo de las posibilidades que le estaban señaladas de antemano” . Una vez consumada la metafísica, sus principios fundamentales se encarnan de forma ineluctable en la estructura material de la realidad efectiva, propiciando la instalación manipulable de un mundo científico-técnico. En este contexto, la idea metafísica de “voluntad” setorna “voluntad de voluntad”, a saber, la característica principal de la técnica a nivel planetario. Se trata de la producción absoluta de la totalidad del ente por la sola voluntad, en el sentido de un insaciable “producir por producir” …
Políticas de la subjetividad en el régimen neoliberal.
El “psicopoder” o la fábrica del homo consumens
Borja García Ferrer
Universidad Nacional Autónoma de México (México)
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, año 22, no 43.
Primer semestre de 2020. Pp. 55-76. ISSN 1575-6823 e-ISSN 2340-2199 https://dx.doi.org/10.12795/araucaria.2020.i43.03

La crisis del neoliberalismo es la misma crisis que la pandemia acelera. La misma crisis que la modernidad sitúa, en su vorágine urbanizadora, en tiempos y espacios de crisis permanentes en tanto la imposibilidad de alcanzar a integrar y comprender de modos reflexivos y colectivos los cambios que los ritmos de producción de la globalización imponen como formas de sostener las relaciones y organizaciones sociales capitalistas en las comunidades del planeta.

Las formas de pensar estos desarrollos, sus significaciones e imaginarios, sus efectos culturales, sus formas de apropiación representativa y simbólica, los imaginarios que sitúan ordenes y caos en crisis que se reciclan de modos periódicos dónde lo excepcional es algún corto período de calma o relativa estabilidad.

La incertidumbre es fruto de las crisis permanentes, transformadas en hechos que sostienen un orden caótico. Sin las crisis recurrentes, el sistema no podría concebirse como “bueno”, en tanto solo lo es en la medida que inventa Salidas a cada nueva crisis generada …

Daniel Roberto Távora Mac Cormack






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