Miércoles
24 de junio de 2020
Desde
la Cuna al Cementerio
En
el mientras tanto … Desempleo, pobreza, enfermedad, desigualdad de
oportunidades, distribución inequitativa de los esfuerzos y
constituciones de identidades que sostienen el sistema de relaciones
donde pocos deciden y pocos ejercen el poder que les sostiene
privilegios respecto de muchos que viven sus vidas en esos
intermedios.
La
pandemia nos devuelve la conciencia de la subjetividad alienada
pretendiendo que la incertidumbre, en la ilusión de las seguridades
que supone otorgar ese sistema de privilegios, nos prevenga de un
final tortuoso y de una agonía dolorosa, que dejamos para las
victimas de nuestros modos de vida.
Luego
de que el desempleo en el país se ubicara en 8,9% en el último
trimestre de 2019, durante los primeros tres meses de este año la
desocupación se incrementó 1,5 puntos porcentuales y volvió a los
dos dígitos. Así lo expuso ayer el Indec, que informó que entre
enero y marzo de 2020 el desempleo se ubicó en 10,4%. Respecto al
mismo período del año pasado, durante el trimestre analizado el
desempeño aumentó 0,3 puntos porcentuales.
De
esta manera, la desocupación en el país afecta a casi 1,4 millones
de personas. Es la peor cifra para ese período desde el primer
trimestre de 2006. Los datos oficiales detallan que entre enero y
marzo la tasa de actividad se ubicó en 47,1% y la tasa de empleo en
42,2%.
Según
la consultora LCG, la suba interanual del desempleo responde a la
combinación de una mayor cantidad de trabajadores dentro del mercado
laboral en paralelo con un menor nivel de ocupación. En tanto, las
expectativas hacia adelante son aún más negativas.
“En
términos de desocupación, lo peor aún está por venir. Todavía no
hemos llegado al pico. Básicamente, porque la pandemia y la
cuarentena impactaron más fuerte durante el segundo trimestre del
año, y ni hablar del tercero, que está por empezar. Los períodos
de más fuerte desocupación y crisis serán los que vienen”,
advirtió ante El Economista Matías Ghidini, gerente general de la
consultora de recursos humanos GhidiniRodil.
De
acuerdo con el especialista, el otro motivo por el cual el desplome
será aún mayor es porque “el desempleo real está artificialmente
contenido por las diferentes decisiones políticas que restringen las
desvinculaciones”. “Habrá que ver cuándo se termina de sincerar
el nivel de desocupación real”, señaló.
“Creo
que este año seguramente terminemos en un número de desempleo real
más alto que el del año pasado. Aunque habrá que ver si esa
desocupación real estará reflejada en los indicadores oficiales.
Probablemente, 2020 termine con la tasa de desocupación más alta de
por lo menos los últimos quince años”, indicó Ghidini.
No
obstante, destacó que hay que recordar que en materia laboral el
país viene mal desde hace mucho tiempo. “Es un tema de por lo
menos quince o veinte años, en el cual ningún gobierno realmente
pudo tener políticas de creación de trabajo genuino de calidad.
Como
muchos otros aspectos de la sociedad, en el trabajo nos encuentra con
los papeles flojos, sin hacer los deberes, y por eso la pandemia
termina generando un horizonte muy oscuro y preocupante”, sostuvo.
En
ese mismo sentido, LCG prevé que pesar de la contención del Estado
hacia las empresas para que mantengan los niveles de empleo, “parece
inevitable que el desempleo vuelva a crecer este año también”.
“El mercado de trabajo seguirá moviéndose en la dirección menos
deseada: alta participación en paralelo con escasa demanda laboral
en los sectores todavía activos y destrucción de empleo en los
sectores que sufrieron el prolongado parate económico”, afirmó.
Según
los cálculos de esta consultora, asumiendo una tasa de actividad
semejante a la del segundo trimestre del año pasado, (47,7%, niveles
máximos de la serie) y un nivel de ocupación apenas 1 punto
porcentual más bajo que el promedio 2018-19 (41%), durante el
segundo trimestre de este año el desempleo treparía por encima del
14%.
Sin
embargo, sus proyecciones son un poco más pesimistas. “Esperamos
una desocupación en torno al 15% en lo que resta del año, asumiendo
que el confinamiento obligatorio en la zona núcleo del país se
extenderá hasta bien entrado el invierno”, indicaron. “Si la
tendencia continúa en la misma dirección pasado el segundo
trimestre, le puede dar un carácter de persistencia al elevado
desempleo de cara a los años venideros”, agregaron, al tiempo que
señalaron que el dato del trimestre en curso será decisivo para
analizar la cantidad de empleo perdido por la cuarentena.
Gran
parte de la realidad social de los argentinos desde nuestros albores
-que incluye los factores políticos y económicos- podría ser
explicada analizando el desarrollo del Gran Buenos Aires (el puerto,
la aduana, las relaciones exteriores, la sede del gobierno nacional,
la inmigración y las migraciones internas y de países limítrofes,
etc.).
En
los inicios de la tradición sociológica sobre la ciudad, el
fenómeno urbano es considerado como un hecho hostil. Ya Louis Wirth
5 había planteado las tres grandes dimensiones sobre las cuales se
derivan otras subordinadas: 1) La cantidad de la
población;
2) la densidad geográfica y 3) la heterogeneidad de la población.
La
segregación y agrupamiento espacial obedece a razones de nivel
económico y estatus social, la herencia étnica, los gustos y
presencias, proximidad laboral, etc.
La
dimensión “cantidad” conspira contra el conocimiento mutuo por
lo que prevalece el “anonimato”, con pérdida de la solidaridad y
alta segmentación de los papeles sociales.
Escribía
Wirth, L. (1938):
“Ciertamente
los contactos de la ciudad puede ser cara a cara, pero son sin
embargo impersonales, superficiales, transitorios y segmentados. La
reserva, la indiferencia y el aspecto de hastío que los humanos
manifiestan en sus relaciones, pueden ser considerados, por lo tanto,
como recurso de auto-inmunización contra las exigencias personales y
las expectativas de los otros. La superficialidad, el anonimato y el
carácter transitorio de las relaciones sociales urbanas hacen
también inteligible la
sofisticación
y la racionalidad adscriptas generalmente a los habitantes de la
ciudad”. ( Wirth, L. (1938) “El urbanismo como modo de vida”,
en AJS N°44.)
La
descripción que hace Wirth del fenómeno de las ciudades más de 70
años atrás sigue vigente, y podría decir que ha complicado aún
más.
Esto
nos lleva a considerar otro hecho, que la ciudad puede ser vista como
dameros o enclaves, con topologías superpuestas (p.e. el country
convive con asentamientos) interconectados por relaciones del campo
del trabajo, centros comerciales y servicios
(educación,
salud, etc.), lo que hace en principio difícil tipificar vía la
simplificación del promedio estadístico. Por ejemplo, si decimos
que San Isidro es una zona de poder adquisitivo alto y medio alto, y
borramos de su consideración Villa La Cava. ( Los 24 Partidos del
GBA el INDEC los tiene categorizados en cuatro niveles
socioecónomicos, y San Isidro junto con Vicente López, tienen el
nivel más alto.)
De
cualquier modo, según el enfoque teórico del cual se parte para
elucidar el concepto de “segmentación socio-espacial” tiene
implicancias en la explicación de las relaciones sociales.
Las
desigualdades que se viven en la ciudad moderna entre pobres y
sectores favorecidos cada día son más amplias y persistentes,
adquiriendo la brecha características permanente, es decir, lo que
se llama condiciones estructurales de la pobreza.
El
problema de la pobreza tiene un interés especial entre los
profesionales de las ciencias sociales de entre quienes han hecho
contribuciones a partir de su formación, significando que nunca es
más cierto el dicho “El que tiene martillo solo ve clavos”. Los
economistas
en general se refieren casi exclusivamente al nivel de ingreso y al
consumo, como variables centrales de la pobreza. Otros especialistas
ven en la pobreza la falta de capacidades individuales, como la
educación y la salud, para alcanzar un nivel básico de bienestar.
Por
su parte, los antropólogos y sociólogos han considerado la
limitación de los factores sociales, culturales y políticos del
bienestar humano. Lo que se está necesitando es una visión
multidisciplinaria y un enfoque práctico que ayude a resolver
el
problema.
(
Hermenéutica de la Pobreza
Con
especial mención del caso argentino
Héctor
Diomede)
Comprender
las conductas y experiencias que producen malestar psicológico como
sintomatología vinculada a la desigualdad requiere del análisis de
la operatividad de los sistemas que la constituye (Genero, rol
social, etc. y de su impacto en la subjetividad. Las formas
subjetivas (Foucault 1984a) son sociohistóricas, dependen en alto
grado de las prácticas y de los discursos de sus contextos de
emergencia. Los procesos subjetivos —en interacción constante con
el medio y subordinados a lossistemas
simbólicos que dotan de inteligibilidad a la experiencia— están
radicalmente atravesados por relaciones de poder.
Los individuos se conforman en espacios compartidos por los que sonafectados, dada la precariedad existencial que nos hace interiorizar normas en un proceso simultáneo de configuración identitaria y de adecuación subjetiva (López-Gil 2014; Butler 2001).
Los sujetosson parcialmente producidos por los dispositivos de poder que operan en el cuerpo social. En este sentido, la subjetivación implica sujeción, así como prácticas de sí 1 (Foucault 1984a; [1984b] 1999), tanto para cumplir los mandatos normativos comopara resistirlos y transformarlos. El poder produce y alimenta la desigualdad, en tanto genera una subjetividad de dependencia y sometimiento respecto de las formas que condicionan la capacidad del pensamiento y de la constitución identataria que en el lenguaje se va configurando.
Los individuos se conforman en espacios compartidos por los que sonafectados, dada la precariedad existencial que nos hace interiorizar normas en un proceso simultáneo de configuración identitaria y de adecuación subjetiva (López-Gil 2014; Butler 2001).
Los sujetosson parcialmente producidos por los dispositivos de poder que operan en el cuerpo social. En este sentido, la subjetivación implica sujeción, así como prácticas de sí 1 (Foucault 1984a; [1984b] 1999), tanto para cumplir los mandatos normativos comopara resistirlos y transformarlos. El poder produce y alimenta la desigualdad, en tanto genera una subjetividad de dependencia y sometimiento respecto de las formas que condicionan la capacidad del pensamiento y de la constitución identataria que en el lenguaje se va configurando.
Las
estatuas de nuestro malestar
Pasado
y presente del colonialismo y el patriarcado
Las
estatuas se parecen mucho al pasado, por lo que cada vez que se ponen
en cuestión recurrimos a los historiadores.
La
verdad es que las estatuas solo son pasado cuando están tranquilas
en las plazas, compartiendo la indiferencia mutua entre nosotros y
ellas.
En esos momentos, que a veces duran siglos, son más visitadas
intencionalmente por las palomas que por los seres humanos. Cuando,
sin embargo, se convierten en objeto de disputa, las estatuas saltan
del pasado y se convierten en parte de nuestro presente.
De
lo contrario, ¿cómo podríamos dialogar con ellas y ellas con
nosotros? Por supuesto, hay estatuas que nunca son objeto de disputa,
bien porque pertenecen a un pasado demasiado remoto para saltar al
presente, bien porque pertenecen al presente eterno del arte. Estas
estatuas no están a salvo de extremistas desquiciados, como es el
caso de los Budas de Bamiyan, del siglo V, destruidos por los
talibanes de Afganistán en 2001.
Las
estatuas que dan este salto y se ofrecen al diálogo forman parte de
nuestro presente y son cuestionadas porque representan cuentas que no
han sido saldadas, destrucciones e injusticias que no fueron
reparadas.
Quienes las cuestionan no les piden cuentas ni les exigen
reparaciones a ellas. Las cuentas deben hacerlas y las reparaciones
deben realizarlas los herederos o detentores del poder injusto que
las estatuas representan. Siempre que el poder que las mandó erigir
fue derrotado justa o injustamente, las estatuas fueron rápidamente
retiradas sin ninguna conmoción e incluso con aplausos.
Si
el actual movimiento de rechazo a las estatuas es tan fuerte,
iniciado por el movimiento #blacklivesmatter, se debe a la
continuidad en el presente del poder que en el pasado originó las
destrucciones e injusticias de las que las estatuas son testigos
involuntarios. Y si el poder continúa, la destrucción y la
injusticia también continúan.
La disputa es contra estas.
¿Y
qué poder es este? En el contexto europeo y eurodescendiente, ese
poder es el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, tres
formas articuladas de poder que dominan desde hace casi seis
siglos. La
primera es del siglo XV y las otras dos existieron mucho antes, pero
fueron reconfiguradas por el capitalismo moderno y puestas a su
servicio. Las tres se articulan de manera que ninguna existe sin las
otras. Lo que consideramos pasado es, por tanto, una ilusión óptica,
una ceguera con relación al presente.
¿El colonialismo es
pasado? No. Lo que forma parte del pasado (y no del todo, como
demuestran los casos del Sáhara Occidental, de Papúa Occidental y
de Palestina) es una forma específica de colonialismo, el
colonialismo histórico resultado de la ocupación territorial por
parte de una potencia extranjera. Pero el colonialismo ha continuado
hasta hoy bajo otras formas, desde el neocolonialismo hasta el saqueo
de los recursos naturales de las antiguas colonias y el racismo. Si
nada de esto formara parte de nuestro presente, las estatuas estarían
sosegadas y entregadas a las palomas.
Para
ser más concretos, si en las afueras de Lisboa no existiera el
barrio de Jamaica, si el color de la piel de las poblaciones más
expuestas al virus no fuera el que es y fuera el mismo de quienes
teletrabajan, si no hubiera brutalidad policial racista ni grupos
neonazis infiltrados en sus organizaciones profesionales, las
estatuas permanecerían en su calma pétrea o metálica.
¿Y
qué ocurre con el patriarcado?
¿No es cosa del pasado con todas las leyes y políticas
existentes
en defensa de la igualdad de género? No. Si los movimientos
feministas fueran plenamente exitosos, el femicidio no aumentaría,
ni la pandemia tampoco habría disparado la violencia contra las
mujeres en todos los países.
Y
el capitalismo,
¿no ha terminado? No. Esta es quizá la ilusión más perversa,
propagada por los medios, por los economistas y por muchos
científicos sociales. Para muchos, el capitalismo era una ideología;
ahora lo que hay son mercados, empleados, emprendedores, economía de
mercado, PIB, desarrollo. De hecho, el capitalismo ha aumentado su
capacidad de producir injusticia en los últimos cuarenta años, bien
reflejada en la erosión de los derechos de los trabajadores, en el
estancamiento de los salarios (en los Estados Unidos, desde 1969).
Es
en este caldo de poder injusto donde aumentan el racismo, la negación
de otras historias, la violencia contra las mujeres y la homofobia.
Es contra este poder que se dirige el rechazo a las estatuas. Este
desafío da un énfasis especial a la lucha antirracista y
anticolonial, pero no olvidemos que es tan importante como la lucha
antisexista y anticapitalista.
Las
estatuas no descansarán mientras existan estas formas de poder,
especialmente con la virulencia que tienen hoy. Y las estatuas solo
parecen objetivos inocentes y desenfocados porque hoy domina la
política del resentimiento: como dejamos de conocer las causas del
descontento, rechazamos sus consecuencias.
Es
por eso que el trabajador estadounidense blanco y empobrecido piensa
que su peor enemigo es el trabajador inmigrante, latino, aún más
empobrecido que él. Es por eso que la clase media europea, temerosa
de perder lo poco que conquistó, cree que sus peores enemigos son
los inmigrantes y los refugiados.
Mientras
este poder permanezca, si quien lo posee tuviera alguna conciencia
histórica e incluso está disponible para hacer concesiones, debería
tener la prudencia de recolectar ordenadamente todas las estatuas y
construir un museo para ellas. Luego pediría a artistas, escritores
y científicos del país y de los países que con tanta ligereza
consideramos hermanos que construyan diálogos interculturales con
las estatuas y hagan de ello una pedagogía creativa de la
liberación. Cuando eso suceda, el pasado saldrá del presente a
través de la puerta principal.
Hay
buenas condiciones para hacer esto porque los pueblos ofendidos,
además de resistir tanta humillación, son creativos e incluso
pueden reconocer que el poder que los ofendió también quiere ser
rescatado.
Voy
a contar dos historias de mi experiencia de investigación como
sociólogo.
En
2002, estaba haciendo trabajo de campo en la Isla de Mozambique, en
el norte del país, cuando me contaron la primera historia. Hay una
estatua del poeta portugués Luís de Camões (1524-1580) en la Isla,
colocada en la época colonial. Con los turbulentos cambios de la
independencia en 1975, la estatua fue retirada y guardada en los
depósitos. Entretanto, dejó de llover durante años en la Isla. Los
antiguos sabios de la Isla se reunieron, realizaron sus rituales y
llegaron a la conclusión de que la falta de lluvia quizás se
debiese a la retirada prematura de la estatua. Pidieron que se
repusiera la estatua y Camões está allí, mirando la inmensidad del
Océano Índico y trayendo la lluvia que llena la cisterna. La
estatua de Camões y su historia fueron así reapropiadas por los
mozambiqueños.
La
segunda historia ocurrió el 24 de julio de 2014, cuando los
descendientes de los niños indígenas que están en la polémica
estatua del padre António Vieira (1608-1697), erigida en una plaza
de Lisboa en 2017, visitaron el Centro de Estudios Sociales de la
Universidad de Coimbra. Eran nueve líderes indígenas que
representaban a los pueblos Guajajara, Macuxi, Munduruku, Terena,
Taurepang, Tukano, Yanomami y Maya, la mayor delegación de indios
brasileños que haya estado en Europa.
Vinieron
a agradecerme por mediar con el Tribunal Federal Supremo de Brasil en
la demarcación de la tierra indígena Raposa Serra do Sol. Sin
desmerecer a la Universidad McGill de Canadá, que inició la lista,
ni a las dieciocho universidades que me concedieron luego el grado de
doctor honoris causa, considero que el tocado indígena y el bastón
de mando que me dieron en la ceremonia son uno de los honores más
preciados para mí. La que se equivocó fue la estatua del padre
António Vieira, porque nos hace creer que esos niños siguieron
siendo niños hasta hoy. Y hay buenas personas que continúan
pensando lo mismo.
Hoy
todos vivimos en la incertidumbre. Esta es una obviedad. La repetimos
con insistencia. La dicen reconocidos filósofos, pensadores que no
lo son tanto sin que ello desmerezca sus reflexiones, periodistas,
“opinadores” y cualquier ciudadano de a pie. Esta obviedad es
reiterada no sólo por tratarse de una evidencia generalizada sino
también, en el campo del pensamiento teórico, pues busca
preservarnos ante el riesgo de las respuestas rápidas que, sin
aportar nada específico, promuevan una paz mental engañosa, por
necesaria que esa paz resulte para nuestra mente. Es que terminar
siendo una respuesta apresurada sin fundamento crítico es un riesgo
mayor que corre cualquier reflexión o escrito hoy en día. Éste,
sin duda, también; por provisional que pretenda ser.
De
igual modo, sabemos que el coronavirus nos amenaza con su destino más
o menos probable de muerte, aislamiento forzoso, cotidianeidad de
cuerpos esquivos o contactos austeros por tiempos que no podemos
predecir. Mientras tanto, deseamos un retorno a cierta normalidad que
sospechamos perdida cuando la vemos ir desapareciendo entre
comunicaciones tartamudas por zoom,
sexting
y una propagación infinita de vida virtual e inminentes
ciberaplicaciones de control sanitario que parecen haber llegado para
quedarse bajo el riesgo del cibercontrol total hacia el que mundo
avanza desde mucho antes de la pandemia, no sólo a cargo de los
estados (cosa en la que más se insiste desde las usinas mediáticas
corporativas) sino fundamentalmente por enormes corporaciones
privadas que cada segundo se van apropiando de masas incalculables de
información de los ciudadanos.
Corporaciones
mucho más ricas que la mayoría de las naciones de la tierra. Black
Mirror
es mucho más que una serie de ciencia ficción.
No
hay duda (es decir, hay certeza de ello, y también se lo reitera) de
que la incertidumbre genera angustia pero, vale resaltarlo, al menos
es lo que observo, también
genera angustia una particular certeza que la incertidumbre actual
activa: es decir, la de nuestra inevitable mortalidad.
Con
o sin coronavirus “sabemos” de ella, pero ese “saber” no
necesariamente se impone en nuestra mente con su autoridad fatal como
en momentos como los que vivimos. No sólo porque la muerte está
rondando como una amenaza próxima a la que se suele llamar
invisible; esto es también una obviedad que vivimos cada vez que las
bolsas del supermercado devienen un riesgo fatal a vencer a base de
alcohol y lavandina, sino también porque (en un nivel que considero
más estructural) ante
la incertidumbre radical, la muerte se impone en nuestra mente con y
por su propia dimensión de certeza;
probablemente,
porque se trata de la única certeza plena que como humanos podemos
tener a lo largo de nuestra vida.
Ante la angustiosa incertidumbre la muerte se instala en nuestra
mente como paradójica certeza “tranquilizante” y angustiante, a
la vez.
“Todos
nos vamos a morir”, dijeron en estos días un par de pacientes, en
una totalización por cierto contradicha por cualquier estadística
epidemiológica. No siendo personas de riesgo su miedo inmediato
arraiga en esa certeza a corto o largo plazo que nos involucra como
humanos. Víctima de la incertidumbre radical el psiquismo parece
apelar a la certeza de la muerte, muchas veces como a un hierro al
rojo vivo. “Ma sí, salgo, me enfermo y que pase lo que Dios
quiera”, dijo otro que expresa a muchos.
Hierro
al rojo, en la medida que la certeza de la muerte, vale también
enfatizarlo, también es incierta pues, en la medida en que no
tenemos modos de representarla, adviene siempre como una certeza sin
representación cierta. Sabemos que ocurrirá, pero no adónde
nos llevará: ¿a cielos, infiernos, paraísos, limbos,
reencarnaciones… a la nada absoluta? Cada cual da sus respuestas de
acuerdo a sus campos de creencia, que no son necesariamente
excluyentes; pueden coexistir más de uno en la misma mente. Es que
la muerte no tiene representación cierta pero no existe sin
representaciones de algún orden. Existe sólo como pura
representación aquello que no ancla sus posibilidades de
representarse en ninguna experiencia posible (nadie volvió de la
muerte para contarla). Cuando Freud decía que la muerte no tiene
representación aludía a ello, pero sin detenerse en que la muerte,
como Dios, existe sólo en la representación que como humanos nos
hacemos de ella.
La
incertidumbre siempre convoca construcciones imaginarias de distinto
orden, mágicas, pseudoracionales, religiosas, míticas o las que
fuere según los casos, pero cuando parecen caer casi todas las
certezas (como hoy ocurre) sólo queda la muerte como la única
certeza inexorable. Los que permanecen anclados a sus mundos
mágico-religiosos pueden, tal vez, desmentirla, negarla o arrojarse
en sus brazos de modo sacrificial o sacrificante (“no nos va a
pasar nada”, “que se mueran los que se tengan que morir”). Allí
están esas formas que políticamente se vehiculizan en los diversos
negacionismos, de Trump a Bolsonaro y sus huestes pentecostales o
neonazis, o ambas cosas a la vez. También cuando se construyen
teorías que no parecen ser más que la expresión de deseos de
quienes las enuncian (el neocomunismo de Zizek o Badiou) o la
aplicación mecánica de una teoría previa que puede ser valedera
para un campo de análisis (la referencia al control del biopoder
tecnologizado de Agamben, por ej.) pero que no se condice con los
hechos inmediatos (por ahora, no hay ninguna prueba de que el virus
haya sido fabricado en algún laboratorio, ni que su incidencia letal
sea baja en condiciones de no cuarentena mientras la pandemia está
en su momento de expansión; Italia, España, EEUU, Gran Bretaña,
Brasil, etc. lo desmienten).
Vayamos a nuestro acotado campo
de observación. En estos tiempos en que todos los psicoanalistas
(incluso aquellos que siempre se sintieron seguros en el alojamiento
de un encuadre bien encuadrado) nos encontramos trabajando de modos
más o menos diferentes a los usuales, viejos problemas y debates
retornan, nuevos problemas y debates se instalan, nuevos encuadres
deben ser construidos. La tensión entre lo nuevo y lo viejo, lo
consagrado y lo inédito, la tranquilidad de un saber relativamente
verificado y la angustia de un saber que impone el trabajo de lograr
alguna verificación siquiera parcial se hacen presentes en nuestra
vida y nuestra labor clínica. Ante tamaña incertidumbre escucho
entre la mayoría de mis pacientes y en otros ámbitos sociales
(públicos y privados digitalizados, o en lo analógicos que nos
quedan), cómo y cuánto se destaca esa única certidumbre que los
humanos podemos afirmar sin error: nos vamos a morir; eso dicho bajo
diferentes formatos más o menos directos o desplazados, a veces como
miedo a veces como agresión, o ambos entrelazados. Aunque no sabemos
cuándo, aunque no sabemos cómo, se nos ha impuesto la conciencia de
que es así.
Ni la edad, ni la salud de la que
gocemos, ni los cuidados ni los descuidos con que llevemos nuestras
vidas nos eximen de lo inexorable, aunque habrá actitudes que pueden
darnos ciertas ventajas estadísticas (de seguro, la cuarentena, hoy,
ha mostrado comparativamente su eficacia en el mundo entero).
Eso
es lo que en mi experiencia observo como un aspecto destacable en los
enunciados explícitos o fantasmas implícitos que he escuchado
predominar en estos dos meses; fantasmas que por momentos funcionan
como sombra en la superficie de lo que los pacientes han ido diciendo
en estas sesiones que se despliegan todas (no algunas, como antes; y
fruto de una imposición externa y extrema a ambos miembros de la
pareja terapéutica) por los modos de la instrumentalidad virtual…
y sus inconvenientes.
Propongo
entonces que no
nos limitemos a pensarlo en relación con la obvia amenaza mortal del
coronavirus y su afectación psíquica (manifiesta
en el cansancio que casi todos sentimos de modo mayor en nuestro
trabajo actual – la muerte y la angustia que la acompaña funciona
como fondo insidioso-)
sino principalmente en cómo la amenaza de la incertidumbre lleva al
psiquismo en dirección a lo único siempre cierto.
He escuchado esto, tanto en momentos de las sesiones como, a veces, a
lo largo sesiones enteras de modo excluyente, de un modo mucho más
reiterado desde que la cuarentena nos obliga a todos a estar en
nuestras casas y hasta las compras básicas han devenido una lucha
contra la muerte agazapada entre bolsas y proveedores. Cuando los
pacientes nos preguntan al iniciar la sesión, como nunca antes lo
hicieron, “¿cómo
estás?”,
o al terminar nos dicen “cuidate”
parece ser que nos hemos hecho mortales para ellos. La transferencia
positiva sublimada aloja con amor nuestro riesgo ¿No lo sabían?
Claro que sí, siempre lo hemos sido…. pero. Es que la escisión
del yo y la desmentida hacen a nuestro humano modo de lidiar con la
muerte, con la peculiaridad de que hoy el coronavirus y los formatos
mediáticos de su propagación que se acompañan de un saldo de
muertes diarios dichos en tono catástrofe, nos afecta de continuo.
En
Francia, bastó que incluyeran de golpe en el registro los muertos en
geriátricos para que pasaran de 12.500 a 20.000 muertos en un día.
¡7500 muertos! Una catástrofe, sin duda. Una prueba de la crisis
profunda del sistema del prestigiado sistema de salud francés,
también. Pero no se puede olvidar que en Francia se dice que hay
casi 700.000 personas alojadas en geriátricos. 693.000 estaban vivos
al momento de dar la información. ¿Significa esto minimizar la
catástrofe de las muertes ocurridas o el abandono sanitario que
Francia viene sufriendo desde hace muchos años y que los geriátricos
pueden padecer?, de ninguna manera; minimizarla lleva a promover la
catástrofe sanitaria que aumenta los riesgos exponencialmente; por
el contrario, se trata de ponderar su gravedad sin las trompetas
apocalípticas que promueven nuestro morbo angustioso. Cuestión
sobre la que a veces hay que intervenir poniendo en escala el
problema ante la angustia que alguien puede manifestar. “¿Por
qué tanta angustia cuando sabe que su riesgo es bajo?”,
es la pregunta que a veces resulta necesaria. Esa dimensión
mediática tiene, por lo menos, una doble función que opera en una
relación contradictoria y tensa: una, pedagógica, hacer consciente
a la población que prefiere minimizarla, de que la cosa va en serio
y es grave; pero por otro, performativa; eso de la mano del sistema
de venta mediática de su propia información-entretenimiento, que
busca despertar y pulsar nuestros fantasmas más oscuros. Opera
promoviendo el goce ambivalente que producen, por ejemplo, las
películas de terror. A veces, en épocas donde el terror ha venido
siendo una estrategia política de poder desde mucho antes del Covid,
apelando a estrategias de guerra psicológica que buscan movilizar
los miedos más profundos (entre ellos, hoy, insistiendo en la
amenaza del hambre, por cierto innegable, más que en el riesgo de
pérdida de vidas por la enfermedad. sin ninguna genuina preocupación
por las desigualdades imperantes que imponen el hambre. Mentan el
hambre, no el capitalismo que lo ha hecho exponencial)
Sin
duda, el tema de la incertidumbre es lo que impera entre todxs,
pacientes y analistas, no pacientes y no analistas; una totalidad
aparente nos reúne en el campo de lo incierto, “¿cómo
será el mundo pospandemia?”,
nos preguntamos de modo reiterado por distintas vías. Sin embargo,
también en ese aspecto, esa incertidumbre pulsa también lo único
de lo que los humanos tenemos certeza aunque en ese punto en una de
destino planetario: “¿Habrá
mundo? ¿Será su –nuestro- final?”,
también nos preguntamos con igual insistencia. La desmintamos, más
o menos, de modos instrumentalmente necesarios para poder vivir, allí
también parece comprobarse que la muerte impuso su certeza en lo
incierto, en este plano, bajo formatos apocalípticos. El desastre
planetario evidente del que desde hace tanto se habla, cobró otra
densidad (aunque esto no lleve necesariamente a una mayor consciencia
política de su escala y su lógica – a veces su denuncia sirve a
los argumentos más absurdos en las manifestaciones anticuarentena-
). Es que lo incierto radical convoca paradójicamente la certeza de
la muerte, aunque sea como defensa angustiosa (la fantasía de muerte
como fuga) y, en los peores derroteros, puede llevarnos por sus
senderos más sombríos.
El miedo a la muerte localiza una angustia que en el marco de la incertidumbre deambula difusa y sin referencias. De allí que el miedo a morir pueda ser en un aspecto más tranquilizante que la angustia sin objeto (hablamos de la muerte y no de la llamada pulsión de muerte), al tiempo que una vez que se instala, suele reavivar la incertidumbre que la cierta muerte siempre lleva consigo; en ese sentido, la tranquilidad suele durar poco. Aquello tal vez explique la sorpresiva tranquilidad que pacientes angustiados ante la incertidumbre del resultado de una biopsia puedan llegar a sentir, siquiera de un modo momentáneo, incluso cuando el resultado es malo. El resultado disminuye la incertidumbre y su angustia, aunque a continuación moviliza otra: esa incerteza y esa angustia que la propia cierta muerte porta. Por otro lado, otra relación con la muerte, la que la reconoce como límite, puede explicar algunos movimientos de desinhibición que comprobamos que se producen en estos días en pacientes que se han puesto en movimiento de un modo en el que antes no daban señales. La apropiación de la propia muerte como parte consustancial de la vida y no como su opuesto, es un motorizador del deseo.
El miedo a la muerte localiza una angustia que en el marco de la incertidumbre deambula difusa y sin referencias. De allí que el miedo a morir pueda ser en un aspecto más tranquilizante que la angustia sin objeto (hablamos de la muerte y no de la llamada pulsión de muerte), al tiempo que una vez que se instala, suele reavivar la incertidumbre que la cierta muerte siempre lleva consigo; en ese sentido, la tranquilidad suele durar poco. Aquello tal vez explique la sorpresiva tranquilidad que pacientes angustiados ante la incertidumbre del resultado de una biopsia puedan llegar a sentir, siquiera de un modo momentáneo, incluso cuando el resultado es malo. El resultado disminuye la incertidumbre y su angustia, aunque a continuación moviliza otra: esa incerteza y esa angustia que la propia cierta muerte porta. Por otro lado, otra relación con la muerte, la que la reconoce como límite, puede explicar algunos movimientos de desinhibición que comprobamos que se producen en estos días en pacientes que se han puesto en movimiento de un modo en el que antes no daban señales. La apropiación de la propia muerte como parte consustancial de la vida y no como su opuesto, es un motorizador del deseo.
Las
condiciones en las que los procesos identitarios se producen,
imbuidos en lenguajes que manifiestan no siempre de modos concientes
las tensiones de poder y de estructuras de sistema que impiden
desarrollos colectivos mas humanos y menos desiguales en términos de
oportunidades, y de los mecanismos de cohersión subjetivas y
objetivas que direccionan hacia “normalizaciones” (Hoy llamadas
“nuevas normalizaciones” ), que intenta ordenar los cambios
producidos por la epidemia global, intentando que se afecte lo menos
posible las estructuras de poder y los intereses de las elites),
están viendo como se desmoronan ante sus ojos la posibilidad de
seguir ocultando tanta irracionalidad y tanta violencia cosechada por
siglos …
El
patriarcado colonial capitalista neoliberal que signa las formas en
que organizamos Estados y sociedades en el planeta, esta presenciando
como se caén sus símbolos de opresión, sometimiento y muerte, con
la misma violencia con la que instalaron tales formas. Las Estatuas
que levantan como símbolos del triunfo del poder de varón, blanco,
exitoso, ganador y multimillonario, intelectual y capaz de liderazgo
y conducción de masas, se desmorona como se desmoronan las piedras
de sus soberbias y de sus perversiones.
La
pobreza resulta en evidencia. La riqueza en resultado del poder de la
violencia ejercida por pocos en perjuicio de muchos … aún así son
muchos los alienados que aplauden al poder sin posibilidad de
ejercerlo … pero estos tiempos de incertidumbre resultarán en algo
nuevo que aún no podemos vislumbrar.
Si
la muerte es el destino final de la conciencia, todo asunto adquiere
valor y significado en el mientras tanto, desde la cuna al
cementerio.
Daniel
Roberto Távora Mac Cormack
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