Domingo 7 de junio de 2020

Hace unos dias, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, afirmó que los acreedores privados están trabajando en encontrar una solución para la reestructuración de deuda, pero advirtió que el acuerdo que se alcance entre ambas partes "no va a hipotecar el futuro de la Argentina".



"Lo que los acreedores corroboran día a día es nuestra voluntad de encontrar una solución. No nos hemos encerrado en dogmas ni en actitudes tercas, lo que sí queremos es garantizar que el acuerdo que hagamos lo podamos cumplir en el futuro", indicó el presidente en declaraciones al canal de televisión argentino El Trece.
En esta línea, Fernández explicó que el país está "mucho más necesitado" de alcanzar un acuerdo ahora que antes de la propagación de la pandemia, por lo que ha asegurado que la prudencia es necesaria.


"Yo siempre digo lo mismo, yo no tengo ningún interés en decir que resolviste el problema para tu Gobierno y le dejaste el problema al que viene. Yo quiero que esto no sea más un problema para los argentinos, que la deuda no sea un condicionante para el desarrollo de los argentinos", ha agregado.


El mandatario ha reconocido que en las negociaciones entre las partes existen diferentes posturas, entre las que hayan algunas "más tercas, más duras, más firmes y algunos acreedores que hacen más difícil la negociación".


Sin embargo, el presidente aseguró que esto forma parte de la propia negociación y el Ejecutivo continuará con las conversaciones y escuchando las contraofertas de los diferentes bonistas. "Estamos trabajando con el ministro (Martín Guzmán) para ver de qué manera podemos acercarnos a la propuesta de ellos sin que esto signifique poner en riesgo el presente y el futuro argentino", remarcó.


La organización civil de una Nación que es su Estado se define como tal si cuenta con su propia moneda y con su propio ejército, esa es la razón fundamental por la que al tratar de debilitar un país se debilita primero su dinero.


El dinero debe tener doble función, la de ser medio de cambio (y de esa manera ser el nexo entre la producción, la distribución, el comercio y el consumo) y la de ser instrumentos de ahorro para convertirse en crédito que permita financiar mayores niveles de inversión y de consumos.


Sin embargo, el crédito total otorgado por el conjunto de las entidades financieras, incluidos los subsidios a tasa del 24% anual para PyMes y a tasa 0% para monotributistas y autónomos, se acrecentó en lo que va del  año solo un 9,1%. Y lo mismo pasa con el total del dinero emitido y puesto en circulación por el BCRA (Base Monetaria) que solo se incrementó en un 8,45%. Mientras el dólar blue lo hacía en un 61% (de $ 78,5 a $ 127.- al 27/05/2020).  
La esterilización del dinero creció un 77,1% en el período referido, si a eso le sumamos las necesidades del Tesoro por $ 1.162.030 millones, suma que representa el 42,3% del total del crédito al sector privado y el 58,5% de la base monetaria, que es de por sí un despropósito y explican la falta de medios de pagos en la Argentina de la pandemia. Se rompen las cadenas de pagos y se acumulan los cheques rechazados por que el dinero no alcanza para cumplir el rol de nexo (no hay dinero en la calle) y, sin embargo, el sistema financiero y cambiario se retroalimenta a escalas siderales, reflejados en el valor del dólar blue.



Otra forma de ver la limitada presencia del crédito en la economía Argentina es analizar su importancia macroeconómica. A mayo de 2020 el total de créditos concedido por el conjunto de las entidades del sistema financiero local al sector privado era del 11,35 del PBI, nivel muy inferior no solo al verificado en las principales economías desarrolladas, sino también de nuestra propia historia monetaria. Esa baja participación del crédito indica que las empresas se deben financiar con su propio capital, y/o deben obtener financiamiento fuera del sistema financiero argentino y explica la fuerte “extranjerización” de la economía Argentina, pero no es el caso dell al grueso de las 600.000  pequeñas y medianas compañías que dependen del crédito y no lo obtienen.


Estamos hablando que 13 bancos públicos (Banco de la Nación Argentina; Banco de la Provincia de Buenos Aires; Banco de la Provincia de Córdoba; Banco de la Ciudad de Buenos Aires; Banco Municipal de Rosario; Banco del Chubut; Banco de la Pampa; Banco de Corrientes; Banco provincia del Neuquén; Banco Provincia de Tierra del Fuego; Banco de Inversión y Comercio Exterior; Banco Rioja; y Nuevo Banco del Chaco) generan el 40% del crédito total y 10 bancos privados (Banco Galicia y Buenos Aires SA; Banco Macro SA; Banco Patagonia SA; Banco Santander Rio SA; Banco BBVA Argentina SA; HSBC Bank Argentina SA; ICBC; Citibank NA; Banco Credicoop Coop. Ltdo.; y Banco Supervielle SA) el 55% de los préstamos.


La conclusión es obvia, sube sin parar el precio del dólar marginal y la gran mayoría de las empresas no venden y no obtienen créditos para financiar stocks y poder pagar los salarios  a los trabajadores parados o semi parados por la pandemia.


Las soluciones son dos.  En lo inmediato, se debe obligar a los 23 bancos nombrados a  prestar a las empresas de acuerdo a la nómina salarial del año pasado, antes de la pandemia.  Y en lo mediato, crear un Banco Nacional de Desarrollo que financie proyectos de inversión y  de sustitución de importaciones y de promoción de exportaciones, incluso puede hacerse en base al BICE y al Banco de la Nación Argentina. 


LA SOBERANIA CAMBIARIA 


En nuestro país existe una relación inversamente proporcional entre el valor del tipo de cambio (del dólar) y el salario, cuando el dólar sube, el poder adquisitivo del salario se cae.  En ese marco la soberanía cambiaria es que el gobierno continúe administrando el tipo de cambio y con ello protegiendo el poder adquisitivo de nuestro salario, no solo por una cuestión de justicia social, sino porque además nuestro país históricamente crece cuando crece el mercado interno, mercado que se nutre y se sustenta del salario. Para ello debe prohibir, mientras dure la pandemia la compra y venta de dólares (incluido los 200 dólares por mes), también prohibir todas las operaciones de compra y venta de acciones y títulos que se pasen a dólares y, si se quiere importar, que en todos los casos  se financie con el exportador del otro país. 


La prueba de fuego de defensa de la soberanía monetaria y cambiaria va a estar dada en la medida en que no se ceda a la presión de los “devaluacionistas”, en que se impulse el crédito a la producción y se defienda el trabajo y el mercado interno en un marco de crisis internacional  agudizada por el coronavirus covid -19, y ante la necesidad imperiosa de disciplinar a los que más se han beneficiado en la historia de nuestro país.



Con lo que es claro que se torna imprescindible que se discipline a los poseedores de capital y organizadores de gran parte de la producción, como sucede en Corea del Sur, en Japón, en Malasia, en Australia o en cualquier país que ha avanzado en su economía y en el bienestar de la población, y ese disciplinamiento es posible, en primer lugar, con un mayor conocimiento del sector. 


Es el Estado el garante del crecimiento, de expandir la “demanda efectiva”,  con un análisis inteligente amalgamar la lógica de la formación de los precios con la existencia de mercado interno y externo, y la preservación del poder adquisitivo, y con ello el nivel de vida presente y futuro de la población.


De otro modo vamos lenta pero inexorablemente a una híper devaluación con cambios de precios relativos que tarde o temprano reproducirán los fenómenos del año 1989 o de los años 2001/2002.

¿Cómo será el mundo que se está construyendo en estos instantes? Quizás una forma de entenderlo sea pensar en las “nuevas líneas de fractura” que dejará la pandemia, que se superponen y reatroalimentan con otras, más antiguas. Por ejemplo, a la clásica desigualdad de ingresos se suma la decisiva división entre quienes perciben ingresos fijos y aquellos que no, dos fisuras que pueden converger pero que no son necesariamente iguales: es probable que en estos meses de cuarentena la esté pasando mejor un mecánico de SMATA, incluso si ha sido suspendido, que un arquitecto free-lance registrado en el monotributo, aunque el primero viva en el conurbano y el segundo en un PH en Almagro. Del mismo modo, la cuestión del acceso, que en el mundo de la pre pandemia podía limitarse a una molestia logística, se vuelve, como explica Ariel Wilkis (“Una nueva economía moral”, en www.revistaanfibia.com), central: la falta de acceso al home banking, por ejemplo, determina que millones de personas se vean obligadas a hacer largas colas frente a los bancos para hacerse de efectivo, lo que redunda en una pérdida de tiempo pero también, más dramáticamente, en una mayor exposición al contagio. El mismo riesgo, por otra parte, que enfrentan los que se encuentran del lado peligroso de la otra frontera ardiente establecida por la pandemia: aquella que separa a las ocupaciones que implican exponer el cuerpo –y que van de un neurocirujano a una cajera de supermercado, de un policía a un camionero– de las que no.



La economía global también se reconfigura. Silenciosa pero visiblemente, las cadenas globales de suministros se están rompiendo. Sucede que una de las enseñanzas de la pandemia es que en el siglo XXI la soberanía no pasa solo por la capacidad para resguardar las fronteras territoriales sino también por la disposición de una industria nacional que garantice cierta autosuficiencia: Estados Unidos importa dos tercios de los principios activos a partir de los cuales produce sus medicamentos de empresas chinas, es decir de empresas sobre las cuales el Estado de su principal rival estratégico ejerce algún tipo de control. La pandemia demostró que una industria nacional potente, igual que un complejo de ciencia y tecnología dinámico, constituye una herramienta de soberanía más relevante que los aviones o los barcos de guerra. Y obliga a revisar viejas ideas: las economías abiertas y globalizadas seguramente sentirán el shock de la crisis en mayor medida que aquellas más protegidas y mercadointernistas.


Igual que la industria, el sector servicios, que ocupa a la mayor parte de la población en los países más ricos y en algunos de desarrollo medio como Argentina, también se está transformando. El primer sentido de la transformación es obvio: lo digitalizable crece, lo no digitalizable sufre. Las plataformas viven el mejor momento de su historia, pero también las empresas de logística que las alimentan: Mercado Libre, por recurrir a un ejemplo argentino, vale hoy unos 40.000 millones de dólares, el doble que las 19 empresas argentinas que cotizan en Wall Street… sumadas (https://www.infobae.com/economia/2020/05/20/mercado-libre-marca-un-record-en-wall-street-y-ya-vale-mas-de-usd-40000-millones/). Como señaló el analista internacional Ian Bremmer, el caso extremo de este nuevo esquema de ganadores y perdedores de la economía global es el de las apps de reuniones y las aerolíneas: Zoom pasó de 10 a 330 millones de suscriptores en un mes y elevó su cotización en bolsa a 48.000 millones de dólares, superando a las siete grandes líneas aéreas del mundo… también sumadas (Southwest, Delta, United, IAG, Lufthansa, American, Air France/KLM.). La fractura se reproduce al interior del mundo digital: mientras que Netflix incorporó 16 millones de nuevos suscriptores en dos meses, Airbnb despidió a la mitad de su personal y admitió que este año sus ingresos serán la mitad que los del año pasado.


Las fracturas son también regionales. La pandemia creó nuevas fronteras en Europa, entre los países que lograron contener el virus y aquellos que no: 525 muertos por millón de habitantes en España y 436 en Italia, contra 79 en Alemania, 65 en Austria y 78 en Dinamarca. Aunque en términos generales los países del Norte europeo salieron mejor parados, la fractura no sigue exactamente la línea Norte-rico Sur-pobre: Grecia, por ejemplo, tiene 10 muertos por millón de habitantes, y Gran Bretaña 480. Algo similar sucede en América Latina, donde países como Chile, Ecuador, Perú y sobre todo Brasil atraviesan situaciones dramáticas, que contrastan con el éxito relativo de Argentina, Venezuela, Colombia y Uruguay.


Estas fracturas definen nuevas divisiones entre zonas en las que el virus circula libremente y otras más seguras. Letonia, Estonia y Lituania anunciaron la creación de un área báltica de libre tránsito, y lo mismo negocian Israel y Grecia, Australia y Nueva Zelanda, y China y Corea del Sur: burbujas o corredores de turismo y negocios, mini-acuerdos Schengen transitorios que permitan rehabilitar la circulación de personas, quizás exigiendo un test al estilo “libre de aftosa” 48 horas antes de viajar. No sería insensato imaginar un tratado similar para el verano austral entre Argentina y Uruguay o entre Argentina y Colombia (o ahora, sin ir más lejos, entre Santa Fe y Entre Ríos).



Volvamos al comienzo. La experiencia extrema del coronavirus, primera pandemia que afecta a la totalidad del planeta al mismo tiempo, no se limita a acelerar procesos previos ni a profundizar divisiones o desigualdades preexistentes: crea, casi diríamos fabrica, nuevas fracturas en los amplios campos de la sociedad, la economía y la política. Inesperado y total, el virus constituye un shock externo cuya potencia disruptiva es justamente ésa: su capacidad para crear un mundo nuevo. Por eso parece atinada la perspectiva del historiador británico John Gray (¿Otro apocalipsis?”, El País, 23-5-20.), que descarta por extemporáneas las comparaciones con las pandemias del pasado como la gripe española, que avanzó en medio de la guerra y en un mundo totalmente diferente al actual, y elige como punto de referencia el terrorismo, una amenaza que se fue cocinando silenciosamente hasta que, igual que el coronavirus, irrumpió de un solo golpe letal, el 11 de septiembre de 2001, y se volvió endémica. Como un virus, el terrorismo también muta, de Al Qaeda al Estado Islámico, y aunque en América Latina puede resultar lejano, lo cierto es que ha logrado alterar la vida cotidiana de zonas enteras del planeta que se han acostumbrado a convivir con él: de hecho, buena parte de la tecnología de cibervigilancia (cámaras de seguridad, reconocimiento facial), intrusión a la privacidad (espionaje de correos electrónicos, redes sociales) y seguimiento (controles en aeropuertos, geolocalización) creada para prevenir eventuales ataques terroristas se usa hoy como barrera contra el COVID-19.


El virus está creando una “nueva normalidad”, el término de moda para definir el mundo que viene. Como escribió Pablo Touzon en el Dipló (https://www.eldiplo.org/notas-web/salir-de-la-matrix/), si alguna ventaja tiene la situación que estamos viviendo es que nos sacó de una normalidad que dábamos por hecha, que llegamos a considerar como una segunda piel, un hecho antropológico inevitable, y nos puso frente a los límites del modelo de desarrollo en el que vivimos. Al trastocar profundamente nuestra cotidianidad, el virus nos sacó de la matrix y nos permitió ver nuestra normalidad desde un afuera nuevo. No todas, pero muchas cosas están cambiando. Forzados por el miedo al contagio, aceptamos como tolerables medidas que hace dos o tres meses nos hubieran parecido inconcebibles: la muerte en soledad de los mayores (el Auschwitz de la pandemia) o la decisión de sitiar Villa Azul y cortar la libertad de movilidad de sus habitantes para evitar contagios.


¿Cómo saldremos del trauma? ¿La pandemia nos hará más individualistas, aislados, distantes, paranoicos, vigilados y delatores? ¿O más cercanos, más conscientes de nuestros límites, más responsables, justos y solidarios? El sociólogo Luis Alberto Quevedo dice que a una “nueva normalidad” subyace siempre una “nueva moralidad”. Su discípulo Ignacio Ramírez precisa: lo normal no remite solo a “lo frecuente” sino, fundamentalmente, a lo normalizado, a lo que está bien y lo que no (“El tiempo de la imaginación política”, en www.nuso.org). El después se está construyendo ahora, y no está definido. La pandemia es un campo de batalla.

En América Latina no ocurre algo diferente. El conteo de casos y fallecidos arroja la misma “grieta” entre quienes “hicieron bien las cosas” y quienes privilegiaron la economía, sin lograr ningún éxito en ninguno de los dos frentes. 
 

El intento por sostener privilegios e ideologías por encima del cuidado de la salud de nuestros pueblos, lo hacen con consignas ey slogans que argumentan, fundado en datos, lo que en realidad anima sus intereses. Esta pandemia los confronta con sus propias hipocresias y contradicciones. Chile y Brasil son dos ejemplos cercanos de como privilegiar la economia les lleva a situaciones nefastas tanto respecto a la salud y la vida por el virus, como al desmoronamiento de la economía por las modificaciones que la pandemia produce en el comportamiento de consumo y en las acciones conservadores y de preservación patrimonial por encima del sentido social y de bien común de los sectores mas acomodados. Los despidos y las quiebras de fuentes de trabajo son cuantiosos en todos los Casos. 
 

El Servicio de Información del Sistema Económico para America Latina (SELA) viene desarrollando un interesante trabajo comparativo de las politicas covid19 en la región ( http://www.sela.org/es/centro-de-documentacion/base-de-datos-documental/bdd/64455/infografia-resumen-de-las-principales-politicas-acciones-miembros-sela-covid-19 )


Daniel Roberto Távora Mac Cormack


Comentarios

Entradas populares de este blog