Martes
2 de junio de 2020
Charlas
de bar, la teoría del 30%
En
una conversación de bar como tantas, mirando la gente pasar a través
de los amplios ventanales, un amigo ensaya una teoría para resolver
los problemas del mundo. No sabe que pocos días después el planeta
experimentará una situación límite.
Tomé
un trago de cerveza antes que se vaya entibiando, lo miré con un
gesto benevolente, dispuesto a escucharlo sin interrumpirlo, y él
también le entró a la cerveza para arrancar.
“Tengo
la teoría del 30%”, remarcó. “Para resolver gran parte de la
problemática mundial, la que quieras, calentamiento global, cambio
climático, sobreproducción, distribución, etcétera, hay que
reducir todo el consumo y la producción mundial en un 30%.
Obviamente
eso implica que muchos reduzcan sus niveles de consumo y ganancias en
un 30%. Imagináte (acá empezó a tomar carrera para lo que antes se
sirvió un vaso y lo dejo por la mitad de un trago), que las miles de
ciudades que hay en el planeta redujeran su consumo de electricidad
en un 30%. ¿Hace falta iluminar todas las calles como si fuera de
día? ¿Mantener carteles, escaparates, qué sé yo, lo que se te
ocurra, encendidos toda la noche? ¿Hacen faltan millones de autos
yendo a todos lados incesantemente por todo el planeta? ¿Aviones
trasladando millones de personas?, ¿adónde van? ¿Hace falta
producir miles, millones de objetos que van a parar a la basura o son
absolutamente innecesarios? Ni hablemos de la basura.
Trasladá
esto a lo que se te ocurra. Si todo, todo lo que se produce se
redujera en un 30% podríamos empezar a ver las cosas de otro modo.
Todos tendríamos que reducir nuestros consumos en un 30%. Ahora,
llegar a esto no es fácil”.
Empezamos
con las obviedades, pensé, pero no le dije nada, dispuesto a seguir
con paciencia su relato, mientras me distraía mirando de reojo las
otras mesas y a la gente que pasaba.
“¿Por
qué no le podés sacar parejo el 30% a todos por igual?, acá no
corre ninguna idea de que es igual para todos, al contrario“… Ahí
yo miro para el costado y señalo a un cartonero que pasaba, “¿para
qué le vas a sacar el 30 % al cartonero?, le digo.
-Claro
que no. Debe haber un 20% de la población mundial que usufructúa el
70% de lo que se produce y extrae, a esos les tenés que sacar mucho
más que el 30.
Después
hay otro porcentaje que recibe también una buena parte como para que
se sienta ligeramente tranquila y no se le ocurra hacer ninguna
revolución mientras los tienen entretenidos con la zanahoria del
consumo y debe haber un 50%, que esta muy por debajo de llegar a
vivir con dignidad. El problema es que si haces esto afectas todo el
sistema productivo y financiero que sostiene un esquema a mediano
plazo insostenible”.
A
esta altura, ya me estaba mareando con los porcentajes y sin mucho
entusiasmo lo paro y le pregunto: ¿de dónde sacás esas cifras?
¿Leíste algún reporte del Banco Mundial o de Naciones Unidas?
¿Tiene algún sentido lo que estás diciendo?
Tito
miró con fastidio hacia la calle, llamó al mozo para pedirle otra
cerveza, espero a que volviera y la destapara, llenó los dos vasos y
continuó. “Lo de las porcentajes es una forma de graficar, ajustá
los números si querés, pero más o menos es eso, hay que reducir
todo en un 30%. Hacélo con el sistema y orden político que
quieras, pero para equilibrar vas a necesitar una fuerza mundial muy
potente, no va a venir, ponéle Putin, ponéle Trump o quien quieras,
y decir: muchaches, mañana se corta el chorro.
No.
Vas a necesitar algo muy tremendo para poder parar todo y que la
gente no te salga a prender fuego y reacomodar todo. Yo no sé cómo
se hace, pero si no lo hacemos se va todo a la mierda.”
“Bueno,
Tito, me voy a almorzar, está buena tu teoría, fíjate si encontrás
a alguien que te de bola”, le dije y me levanté para irme.
Unos
días después, ya con marzo bastante avanzado, me llega un whatsapp
de Tito con un link del anuncio de la cuarentena y la frase: “¿te
acordás de la teoría del 30%?, me parece que empezó”.
Un
antes y un después
Paradojas
que trajo la covid-19 al 2020, mientras hay quienes siguen añorando
la vida previa a la pandemia, se habla de “nueva normalidad”, eso
que pasa cuando algo anómalo se vuelve normal. ¿Qué será lo
normal ahora que se convive con el virus? ¿Este presente futurista
que se instaló con sus tapabocas y sus amagues para esquivar al
otro, con colectivos semivacíos y controles aceptados por todos?
¿Qué será lo normal dentro de dos meses o un año? ¿Será
costumbre alguna vez el beso pixelado? Si hay algo claro de la nueva
normalidad es que la incertidumbre por el futuro nunca se sintió más
real. En este artículo, expertos de distintas disciplinas dan
algunas pistas sobre el presente y lo que se supone que se viene. “Se
habla de nueva normalidad porque evidentemente hay cambios de
conducta que se van a mantener. El primero, el que más va a mejorar
nuestra calidad de vida, es el frecuente lavado de mandos. También
hasta no tener una solución definitiva a este problema, medidas como
el distanciamiento social, el uso del tapabocas se van a seguir
manteniendo”, dice Juan Manuel Carballeda, doctor en Biología e
investigador del Conicet especializado en virología. “Mientras
tengamos una solución, creemos, con muchísimo miedo a equivocarnos,
que lo que va a haber son medidas de aislamiento y medidas de
relajación del aislamiento que se van a ir intercalando. Hasta que
no haya una vacuna o un tratamiento, vamos a estar yendo y viniendo”,
agrega.
El espacio público va a ser seguramente de los últimos
lugares que se abra. Por mucho tiempo no vamos a ver aglomeraciones.
“Tenemos que olvidarnos de eventos masivos”, dice Carballeda. En
cuanto a la vuelta a la escuela presencial, continúa, “la
respuesta más honesta es no sé”. Sin embargo, agrega: “Creo que
hay posibilidades de que vuelvan las clases. Porque al principio se
pensaba que los chicos eran portadores sanos y eran transmisores,
pero ahora se está viendo que no son tan transmisores como se pensó
en un primer momento. De nuevo, estamos en niveles preliminares de
entender lo que pasa. Yo tendría una luz de esperanza en que
vuelvan, en las primeras etapas de aprendizaje”. De todas formas,
Carballeda no se anima a decir cuándo.
Volver el tiempo atrás es hoy,
como tanto ha recreado el cine, una de las utopías recurrentes para
muchos y muchas. El abrazo y el encuentro con familia, amigos,
amores, están entre las necesidades más urgentes por cubrir y
recuperar. Pero también están el trabajo, la libertad, la sensación
de no vivir en una pesadilla sin fin. Así y todo, esa normalidad
previa tampoco era tan normal para muchos o era una normalidad que
naturalizaba problemas, desigualdades, violencias también. Sergio
Visacovsky, doctor en Antropología e investigador del CONICET,
cuenta que desde fines de marzo está pidiendo testimonios vía
WhatsApp o correo electrónico para conocer cómo se vive la
situación presente y, dentro de ello, las expectativas, deseos o
anhelos. “Basándome en estos testimonios, podemos decir que en
gran medida se ansía volver a la “normalidad” (algo así como
que las agujas del reloj retrocedan), un restablecimiento o
restauración del tiempo “normal". Por supuesto, este es un
anhelo legítimo, pero imposible: no solo el reloj no retrocederá,
sino que aún volviendo a salir por más tiempo a la calle o
permitiéndose más actividades comerciales o industriales, la
pandemia ha producido efectos destructivos”, dijo. Claro está que
esa “normalidad perdida" no es algo necesariamente compartido.
Mientras algunos “han podido elaborar respuestas creando una nueva
“normalidad” dentro de sus hogares, diversa, por supuesto, en
función de las posibilidades, hay otro enorme sector para el cual
tales cosas resultan imposibles. En las villas de emergencia de la
Ciudad de Buenos Aires, donde hoy se cierne el mayor peligro de
crecimiento del número de contagios en el país (y que constituye
una amenaza para el Conurbano Bonaerense), la “normalidad" a
recuperar parece circunscribirse a que, al menos, el riesgo de
infección cese”, analiza. Según Visacovsky, cuando conversa con
personas que viven en las villas, “cuentan sus penurias, sus
temores, pero por sobre todo aspiran a tener trabajo, a recuperarlo
si lo tuvieron o conseguirlo si hace tiempo que están desempleados.
Por eso, tengo cierta cautela cuando se piensa en un “retorno a la
normalidad”, si por este retorno solo se tiene en cuenta una sola
perspectiva”.
Algunas
investigaciones ya están indagando sobre ese nuevo estatus de vida
cotidiana y de lo que se estará dispuesto a resignar y qué no como
sociedad. La manera de viajar es una de las cuestiones que más
preocupa. El transporte público genera miedo, aunque sigue siendo el
principal medio de transporte que la gente usaría si se levanta la
cuarentena. La encuesta “Movilidad pública, activa y segura.
Transporte y pandemia en el AMBA”, preguntó de qué modo preferirían
viajar después de la cuarentena. Los resultados: utilizar el
transporte público y la movilidad activa (caminar, bicicleta) son
las opciones más destacadas. El uso del auto particular alcanza a un
cuarto de las y los encuestados. Sólo una pequeña minoría
preferiría no viajar. Los expertos celebran que no haya habido un
vuelco rotundo al uso del auto, algo contra lo que vienen trabajando
hace años. ¿Será que con la pandemia se podrá viajar mejor que
antes? Aquí las respuestas también hacen retroceder a la tan
ansiada “normalidad” previa con mirada crítica. “Era inseguro
antes también el transporte público: se viajaba apretujado, se
descarrilaba, existía el acoso sexual, nuestra normalidad no era tan
normal. Esto nos trae un modo de viajar más cuidado. Esta práctica
más lenta, más cuidadosa puede introducir cambios para futuro. Esa
es la parte positiva. Sabiendo que hay gente que sigue teniendo
temor”, apuntó el experto en movilidad Dhan Zunino Singh.
La
investigación “Cambios en los usos y valoraciones de los espacios
públicos y privados en la Región Metropolitana de Buenos Aires: la
vida cotidiana en tiempos de aislamiento obligatorio por COVID-19
”entre otras cuestiones indagó sobre el día después al
levantamiento del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO).
La llamada nueva normalidad,
según el estudio, incorporaría el lavado frecuente de manos y el
estornudar o toser en el pliegue del codo, como dice Carballeda. Sin
embargo, la población encuestada se mostró “resistente a cambiar
prácticas culturales y que implicarían un riesgo de contagio
después de levantado el aislamiento obligatorio: el 72,5% manifestó
que no dejaría de saludar con un beso o con la mano a otra persona,
el 70,4% sostuvo que no dejaría de compartir el mate y el 70,2% de
las personas no estaría dispuesta a mantener el distanciamiento
social de un metro y medio con respecto a un otro. El 90,8% refirió
que no regularía su tiempo de permanencia en espacios públicos
tales como la calle, las plazas y los parques; el 77,2% manifestó
que no evitaría el uso de ciertos transportes públicos y el 82,5%
valorizó la realización de actividades presenciales por sobre la
modalidad virtual”, dice el informe. “El ASPO impactó en el
vaciamiento del espacio público en tanto lugar de encuentro con el
otro, es que el espacio público se restringió a ser un mero espacio
de tránsito y circulación, un espacio en el que no se puede ni se
debe permanecer. El temor y miedo que sienten lxs encuestadxs al
salir a la calle puede tener que ver también con esta ciudad
vacía/vaciada y no sólo con el peligro que representa el contagio
del virus. Y además otro dato que dialoga con esto es que 8 de cada
10 encuestadxs se siente seguro en su vivienda”, apunta la
socióloga Juliana Marcús.
Hoy hay tantas reuniones y clases
virtuales casi como en la vida presencial, sin embargo, esto no
quiere decir que se las prefiera a largo plazo. “El 82% valorizó
realizar actividades presenciales por sobre la modalidad virtual. Es
decir, a pesar de realizar más que antes actividades por internet
(cursos, clases virtuales, actividad física, videollamadas), una vez
levantada la cuarentena prefieren volver a las actividades
presenciales”, apuntó Marcús. El teletrabajo claramente dio un
salto adelante bajo la pandemia. ¿En qué términos se quedará?
Desempleo, trabajo flexible. Se habla de semanas laborales de cuatro
días o de cuatro días de actividad y diez de reclusión, según los
modelos que proponen distintos países. Ensayo y error, tal vez sea
lo más acertado en la nueva normalidad.
Está
visto que cambios culturales no serán automáticos pero el nuevo
escenario de circulación tendrá su impacto. En la nueva normalidad,
la situación de los sectores más vulnerables, como dice Visacosky,
es/será crítica. En estos meses de confinamiento, por ejemplo, la
situación de las mujeres en general empeoró. No solo porque el
espacio público siempre fue más afín a los varones y ahora con el
vaciamiento de la ciudad se hace más expulsivo aún, sino porque en
la casa las mujeres han multiplicado sus jornadas laborales, ya que
tienen más tareas domésticas y de cuidado que los hombres.
Reflexión aparte merecen aquellas mujeres que están en situación
de violencia, la pandemia es el marco ideal para que los violentos
aumenten sus controles. En una nueva normalidad con la post
cuarentena, sería deseable que estas situaciones se revirtieran,
pero, otra paradoja, no para volver a lo que eran, porque la realidad
de la mayoría de las mujeres estaba atravesada por la desigualdad
y/o por la violencia.
Los números abruman. Cada mañana
los medios dictan la cantidad de infectados, curados, muertos por
covid-19. La nueva normalidad incluye y lo seguirá haciendo, quizás,
levantarse y acostarse con la muerte demasiado cerca de la almohada.
¿Las pesadillas habrán llegado para quedarse? Preguntas, como
tantas otras, sin respuestas aún en un mundo que se ve cambiar tan
rápido que marea.
En
medio de tanta incertidumbre y tanto desvarío, un poco de mesura no
viene nada mal.
Se
jodió la cosa, nuevamente, en Argentina. La curva de la grieta ya es
exponencial, como si no bastara con la del bicho que a todos nos
desvela. El armisticio de marzo y abril fue un oasis para quienes
creen en el diálogo, el pragmatismo y en la gimnasia cívica de ir
apoyándose en los puntos en común para luego ir desanudando las
diferencias, aunque siempre algunas persistan.
Lo de hoy ya es un show patético.
Enumerar la lista de golpes bajos, errores, chicanas improcedentes
que volaron entre ambas orillas insumiría la nota entera. Además,
¿para qué alimentar a la fiera? Hoy, todo debe ser altisonante e
incitar a la violencia propia y la del otro. Semanas atrás, cuanto
menos, se discutía “Estado versus mercado”. Hoy, el clivaje es
entre los que denuncian “infectadura” y los paladines de la
“antimuerte”. El debate se ha degradado y las partes, a veces
promocionadas por ciertos medios, se tiran con todo. Las
irrespetuosas comparaciones con dictaduras genocidas en serio, un
recuerdo aun vívido para millones, ya “pasan” y no hay filtros.
La descripción no es justa.
Cuanto menos, no es completa. No todo el gran público ni todos “los
políticos” han ingresado a esa lógica binaria. Afortunadamente,
en ese lote se ubican el Presidente República y los gobernadores. Es
decir, los que detentan una parte sustancial del poder público que,
a diferencia de otras ocasiones, no juegan a la grieta. Porque, es
obvio, no es serio y no ayuda. El mundo está ante la mayor amenaza a
la salud pública en décadas. Es todo un dato que una de las
cuarentenas subnacionales más estricta fue la de Jujuy. No se quedó
atrás Horacio Rodríguez Larreta, también de Juntos por el Cambio.
Como para trazar un primer clivaje no partidario.
Los
que gobiernan y deciden cosas están todos en una sintonía similar.
Hubo, y hay, diferencias en las grandes urbes. Mayra Mendoza y
algunos pares suyos del Gran Buenos Aires se quejaron de que Larreta
se haya excedido con las aperturas comercial, pero después se
sentaron a hablar y acordaron. No debe ser fácil mover la botonera
con la crisis sanitaria avanzando y menos aún de un monstruo de más
de 16 millones de cabezas, como es el AMBA.
Por
cierto, el clima ejecutivo, serio y responsable del Presidente y los
que él llamó sus “socios” en la tarea de gobernar Argentina no
impregna en todos. Aunque, por cierto, la mayoría se manifieste de
acuerdo con la orientación y las medidas, un dato que no esconde que
muchos también estén preocupados por sus economías.
Pero hay algunas voces de la
sociedad civil y la propia política (por suerte, sin cargos
ejecutivos) que andan más sueltos de boca, puño y teclado. Los “300
intelectuales” están en todo su derecho de hacer y escribir cosas
equivocadas (como que la democracia está en su mayor peligro desde
el ‘83) y obvias (como el hecho de que los Ejecutivos avanzan en
todo el mundo y concentran funciones). Y lo mismo ocurre con los
oficialistas que creen que las pulsiones aperturistas solo provienen
de los grandes grupos económicos, como si millones de argentinos no
estuvieran preocupados por sus ingresos y su cotidianeidad. Una
alternativa superadora para ambos: moderarse, no convertir una
pandemia en una lucha de ideologías y, también, aprovechando que
los hay, basarse más en los datos y la evidencia.
A nivel de políticas, Argentina
está actuando como casi todos los países del mundo: aplicó una
cuarentena (con poco testeo, es cierto), practica el diálogo
político (gobernadores) y científico (Pedro Cahn y Cía) y, además,
apoyo económicamente a empresas y familias.
A nivel de diálogo
institucional, Argentina está bastante mejor que otros países
federales, como Brasil y Estados Unidos. Sin duda alguna. Ver un poco
más allá de la frontera a veces ayuda a contextualizar. ¿Será
casual que Estados Unidos y Brasil lideran el podio de contagios?
El
bombeo económico no tendrá el tamaño de un Plan Marshall y
probablemente no sea suficiente para evitar que el PIB se desplome
10% en 2020, pero un gasto primario que crece casi 100% en abril no
es síntoma, precisamente, del supuesto desinterés oficial por la
economía.
¿Argentina
está atrás con respecto al Viejo Continente, ese equívoco faro
eterno? Depende cómo se lo mire. En salud, está adelante: España
cuenta más de 27.000 muertos e Italia, más de 33.000. En
“economía”, está atrás porque la cuarentena se alarga en la
populosa AMBA y puede terminar siendo la más larga del mundo, es
cierto. Tan cierto como que la OMS advierte que América Latina ya es
el nuevo foco infeccioso planetario, con Brasil (con quien tenemos
más de 1.000 kilómetros de porosa frontera) cerca de los 500.000
contagios. Hoy, 40% de las muertes globales son en el vecindario.
Europa ya pasó su pico y comparar realidades hoy es un error
metodológico.
También es cierto, como
documenta Daniel Schteingart, que al inicio de la cuarentena, el 43%
del empleo privado formal estaba habilitado para circular y hoy esa
cifra asciende a 65%. “En el AMBA (en fase 3) ronda el 50% y en la
mitad de las provincias ya supera el 80%”, agregó el sociólogo.
Como para poner datos y mirada federal.
Pero la curva se está empinando,
se viene el invierno y el pico aun no pasó. “Todo el mercado que
sea posible y todo el Estado que sea necesario” decía la
socialdemocracia alemana hace más de medio siglo. Hoy, la consigna
es “toda la apertura que sea posible y todos los cuidados
sanitarios que sean necesarios”. Quién encontró la fórmula
justa, que pase por caja. Están todos los gobernantes del mundo
haciendo equilibrio en ese péndulo. Fernández, incluido. Que la
tendencia a creernos excepcionales (a ambos lados de la grieta), aun
cuando hacemos las cosas normales (es decir, con imperfecciones), no
nos sumerja en una disputa agonal innecesaria.
Daniel Roberto Távora Mac Cormack
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