Lunes
1 de junio de 2020
Se mueven desde el pie aunque las elites mundiales no lo quieran y les teman.
La
pandemia del nuevo coronavirus ha saturado absolutamente todo.
Incluso la memoria, que ya venía siendo atropellada y convulsionada
permanentemente por el eterno presente de esta sociedad
hiper-informada, inundada de datos, imágenes, video-cápsulas, memes
y múltiples acontecimientos impactantes.
Así
que, como un acto para recobrar el aliento, como quien sofocado se
quita el tapabocas para tomar una bocanada de aire fresco, hagamos
nuevamente memoria de vida, recordemos los meses y semanas atrás,
que determinaron todo 2019: calles calientes, millones de voces;
marchas, piquetes, pancartas, consignas, pañuelos, enjambres,
multitudes. Corazones latiendo, rabia, anhelo, hartazgo, esperanza.
Chile, Ecuador, Colombia, Haití, Perú, Honduras, Puerto Rico,
Venezuela, Costa Rica, Bolivia, Nicaragua; y fuera de las tierras del
Abya Yala, Hong Kong, Francia, Irak, Líbano, Catalunya, Argelia,
Zimbabwe.
Todos,
de una u otra forma, diciendo ¡Ya Basta! Basta a la precarización
neoliberal, a los ajustes económicos, a las desigualdades y la
exclusión, al autoritarismo y el estado de excepción, basta a ser
condenados a un mundo sin futuro.
Pero
las ondas de esta vibración socio-política mundial terminaron
chocado con las ondas de la pandemia global 2020, siendo esta última
otro resultado de la expansión neoliberal y colonizadora del
capital. Además de los millones de contagios y los cientos de miles
de fallecidos, la pandemia ha generado una parálisis de buena parte
del sistema; un shock concreto en las dinámicas globalizadas (a
escala macro, meso y micro), y un shock simbólico, al provocar un
considerable impacto en las perspectivas y expectativas de las
sociedades. Y sobre todo, nos revela que no estamos sólo ante una
enfermedad muy contagiosa, sino que en realidad todo este sistema
capitalista en decadencia es una máquina de intoxicación de la
vida, una máquina de patologización de cuerpos y ecosistemas; que
es el
vector fundamental de la insalubridad global que experimentamos.
Ciertamente
nos encontramos ante una situación muy complicada y enigmática.
Pero para algunos, entre derechas e incluso izquierdas, y ante las
fuerzas de saturación y parálisis que provoca la pandemia, parece
haberse olvidado el actor social, el mundo de los de abajo, la
micro-política; parece que los han ubicado en una especie de campo
de invisibilidad, de desmérito, de imposibilidad. Como si estos
actores sociales dejaran de contar en el curso de los acontecimientos
actuales y futuros; como si la política ahora fuese un estadio vacío
donde sólo juegan el poder de las corporaciones transnacionales, la
geopolítica tradicional y el Estado (que gestiona la biopolítica,
el estado de excepción, la sociedad de control o incluso para
algunos, un nuevo y ‘posible’ welfare
state).
Visto
así, ese es un mundo
muerto.
Un mundo de comandos, de tránsitos lineales, sin agonismo popular,
sin sustancia y de dominio espectral irremediable. Un mundo desde el
cual nos negamos a pensar, buscando en cambio resaltar las múltiples
rutas que trazan las resistencias de las fuerzas vivas, las pulsiones
de vida de los de abajo: alimento y horizonte, salud y comunidad,
oxígeno y dignidad. Vida, tanto desde su perspectiva productiva y
reproductiva cotidiana, hasta en su sentido ontológico y filosófico.
Estas
rutas
de escape/reproducción/emancipación se
encuentran hoy obstaculizadas, militarizadas, contagiadas. Pero hay
que derribar la clausura de posibilidades que propone el ‘mundo
muerto’, y señalar al menos tres expresiones cruciales de la
política –o la otra bio-política–
de estas fuerzas vivas: la primera, que lo que emergió y rugió
desde los pueblos en 2019 sigue hoy latiendo, sigue hoy respirando. Y
sobre todo, que el problema de fondo, lo que ha originado las
protestas, sigue sin resolverse. Hay por tanto, no sólo una
materialidad sino también una ontología de la revuelta.
La
segunda, que durante el tiempo de la cuarentena y la crisis de la
pandemia de Covid-19, también se han desarrollado procesos que han
sido poco visibilizados y difundidos –para algunos ‘invisibles’–
y que han consistido en la construcción de soluciones desde los de
abajo para los de abajo, así como un énfasis del trabajo hacia
adentro por parte de comunidades, organizaciones y movimientos
sociales en los territorios, orientándose hacia el fortalecimiento
de la autonomía y la autogestión.
Vale
resaltar experiencias de redes de alimentación solidaria entre
territorios, como la ‘Minga de la Comida’, propuesta por el
Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), que llevan alimentos
para el intercambio y así ayudar a aliviar la situación de las
familias vulnerables de Popayán y de comuneros indígenas que no han
podido regresar a sus territorios; otras de estas redes se producen
no sólo en algunas partes de Colombia, sino en regiones de
otros países, como ocurre en Ecuador, y en Bolivia, siendo
principalmente alimentos recolectados del campo que se aportan para
familias pobres en las ciudades. Sistemas de trueque urbano y
campesino de diverso tipo se han también establecido para enfrentar
los efectos socio-económicos de la pandemia, como en el caso de
Cochabamba en Bolivia o en varias regiones de México. En
Brasil, organizaciones sociales como el Frente Brasil Popular y
el Frente Pueblo Sin Miedo (que agrupan a cientos de
organizaciones brasileñas) crearon una plataforma no sólo de
solidaridad alimentaria, sino también para apoyar con artículos de
limpieza y un fondo de emergencia para trabajadores informales. Cabe
también señalar las experiencias de las ‘ollas comunitarias’
en Chile –como la de la comuna popular de Puente Alto, en
Santiago, que asiste a 5.000 habitantes–, en Cali (Colombia),
en varios municipios de Guatemala o en Buenos Aires,
lugares del conurbano y otros puntos del interior de Argentina;
o las de las Asambleas territoriales en Valparaíso (Chile),
desde las cuales se han impulsado cosas como campañas de
desinfección colectiva de espacios públicos, fondos solidarios,
cuadrillas de seguridad alimentaria o la elaboración de manuales de
pan. Aunque en primera instancia estas experiencias descritas no se
orientan a confrontar a los poderes constituidos, tienen una
importancia constitutiva para los procesos de fortalecimiento de las
iniciativas populares y territoriales, y sobre todo, marcan
claramente la ruta de una respuesta social ante la pandemia.
La
tercera expresión contiene las posibilidades de horizonte y
expansión de estas fuerzas, y se resume en la siguiente disyuntiva
vital: es cierto que la pandemia tiene un poderoso efecto
paralizante, pero en realidad todo esto es mucho más paradójico.
Mientras busca confinar, desmoviliza y genera miedos, al mismo tiempo
potencia escenarios de movilización, al profundizar drásticamente
todas las contradicciones y causas que habían generado las protestas
y descontentos. Más precariedad, más desigualdad, más estado de
excepción. Esta contradicción fundamental es un muy claro ejemplo
de lo que es este tiempo paradójico de colapso/oportunidades que
vivimos en la actualidad.
Algunos,
entre derechas e incluso izquierdas, ven con malos ojos los llamados
a la movilización. Es verdad que la pandemia ha generado enfermedad,
sufrimiento y muerte en los sectores populares, con la muy dolorosa
pérdida incluso de referentes y líderes sociales como Ramona
Medina (de la Villa 31 en Buenos Aires) o el cacique
Messías Kokama, uno de los principales líderes de la Amazonía
brasileña. Pero lo que resulta más dramático es precisamente
que la
pandemia de COVID19 no tiene el monopolio de la muerte,
ni de la infección, ni de la precarización. Que esta pandemia es en
realidad el síntoma de una constelación de males y enfermedades que
aquejan y acechan a la mayoría de la población, para la cual la
lucha es una cuestión cotidiana y fundamental para la sobrevivencia,
para la reproducción de la vida. Y especialmente por eso, la
pandemia vulnera más cuando se conjuga con esos otros males
sociales, como la pobreza, la desnutrición, la falta de agua o el
racismo. Que esto que muchos han llamado la ‘normalidad’ que
existía previamente, en realidad era una pesadilla para millones de
personas en la región, y principalmente en todo el Sur Global.
Por
eso la cuarentena en América Latina para una parte de la población,
desde sus inicios sencillamente no se podía cumplir (y aún no se
puede), o bien no se podía sostener por mucho tiempo, sobre todo
para quienes se buscan la vida en el día a día. Por eso se fueron
evidenciando múltiples micro-protestas territoriales, a medida que
se ampliaba la precariedad (morir de Covid o morir de hambre). Por
eso en las últimas semanas, el escenario de movilizaciones retoma
vuelo, como ha ocurrido en Ecuador, Bolivia, Chile, Colombia,
Venezuela, o en Córdoba (Argentina) –lo que ciertamente ocurre
mientras otras tantas se producen por parte de sectores conservadores
y de extrema derecha en nombre de las libertades económicas–,
mientras se reavivan las protestas de Irak, Líbano, Hong Kong,
India, entre otras.
La
ecuación es muy complicada y nos encontramos ante un proceso de
reorganización del sistema tal y como lo conocemos. Pero esta
re-organización no ocurre ni ocurrirá de manera unilateral,
estable, lineal e irresistible por los designios del gran capital y
los Estados potencia. Esta nueva coyuntura se produce al interior de
un sistema global que es en realidad más frágil que nunca, mucho
más vulnerable y mucho más inviable. Lo que está en crisis es todo
un orden histórico civilizatorio y esto nos ha traído a un
tiempo límite, de umbrales ecológicos, económicos, energéticos; a
un tiempo de eventos extremos donde la turbulencia es la
normalidad. Así que nada está garantizado, nadie puede ya
garantizar el control de la situación. Todo,
absolutamente todo, está en disputa y el muy diverso campo popular
juega, y es onda de choque en esta crisis.
En
el corto plazo, por un lado, ante la agudización de las
contradicciones y factores causales del descontento, podríamos
presenciar una nueva ola de protestas en la región encabezada
por la revuelta
de los precarizados,
provocada por el mundo extremo que va dejando la pandemia. Eso podría
abrirnos a una nueva correlación de fuerzas que eventualmente podría
allanar caminos a nuevas posibilidades y alternativas populares.
Por
otro lado, en el devenir y transitar de esta crisis, las particulares
condiciones que se desarrollan abren un campo de redefinición de lo
común, de la autogestión, de lo público, de la gobernanza, que
tendría importantes repercusiones. Estamos al interior de ese
proceso.
Sentidos y dilemas de la revuelta, el antagonismo y lo común
Tenemos
hoy muchísimas más preguntas que respuestas. ¿Cómo reproducir una
vida digna, cómo transitar una vía alternativa, ante tal nivel de
insalubridad global, ante tal nivel de precariedad de las condiciones
de vida en el planeta, de las democracias, ante los sistemáticos
bloqueos de alternativas? En este mundo en emergencia, de tiempos
ajustados, parece que tendremos que ir caminando y resolviendo estas
preguntas sobre la marcha. Pero, además de resolver las cuestiones
básicas de la reproducción de la vida, seguiremos necesitando
comprender y dotar de sentido la existencia, la revuelta, la
re-existencia; la transformación socio-ecológica; nuestra forma de
ser y estar en la Tierra. No parece bastar el antagonismo puro, mucho
menos hoy cuando extremas derechas protestan, ocupan calles, se
rebelan, se presentan como ‘anti-sistemas’ y piden un ‘cambio’;
o bien cuando el crimen organizado o el narcotráfico insurgen,
desafían a los poderes formales o crean violentas economías que
logran incluir a parte de los sectores sociales más vulnerados,
ganando adeptos entre ellos.
De
manera que, el propio antagonismo, la forma y los significados que
pueda tener, está en disputa. Es en este sentido que resaltamos el
valor del proyecto
y horizonte de lo común.
Sobre todo en la medida en la que el antagonismo se enraíza en la
acción colectiva, en el re-encuentro de los iguales y las
diversidades, en la re-articulación integral de nuestros modos de
ser y estar con las tramas de la vida, lo cual es fundamental ante un
mundo que sufre los terribles efectos de la fragmentación. Lo común
hoy, es una posición crítica ante la crisis, ante la posible nueva
ola de privatización y mercantilización corporativa; ante el avance
de las extremas derechas y sus posturas radicalmente anti-Vida; ante
la idea de que el humano es un ‘virus’ depredador y no en cambio
esta cultura moderno/occidental colonizante; ante la lógica del
‘sálvese quien pueda’ y la competencia feroz; ante la
marginación económica e institucional del mundo de los cuidados;
pero también, ante los nuevos Leviatanes de la emergencia o los
posibles avances de un nuevo estadocentrismo ‘social’ que
recanalice el potente descontento popular hacia una nueva ilusión de
cambio desde arriba.
Sin
embargo, esta idea de lo común como proyecto y horizonte no se
presenta sólo como un lugar filosófico desde donde pensar ese
antagonismo, sino tal vez principalmente como un modo de hacer: es
una política productiva porque pone en el centro y punto de origen
la transformación y la re-existencia en el aquí y en el ahora; no
se sienta a esperar mediaciones, sino que territorializa ese otro
mundo que imagina. Esto tiene un valor tremendo precisamente porque,
en un mundo caótico y muy incierto, de grandes perturbaciones, es la
comunidad el principio de orden. Comunizar es
hoy un factor vital, pues se trata de tejer y re-tejer la comunidad,
desgarrada por décadas de neoliberalismo y violencia neocolonial; es
repotenciar la noción de interdependencia a partir de una política
común del cuidado (y más en estos tiempos de insalubridad global y
capitalismo enfermo); es por tanto, generar resiliencia y sumar en la
correlación de fuerzas; es reconocernos en un nosotros-común entre
iguales, que es esencialmente diverso (no un común homogéneo), y
recomponer nuestra relación simbiótica con la naturaleza (el común
con la trama de la vida ecológica), trascendiendo el
antropocentrismo y dando cuenta que el planeta Tierra es en realidad
la casa común.
Pero
ante este sentido del antagonismo y del re-existir, la gran pregunta
que ha surgido es cómo se reproduce ese común ante dinámicas de
distanciamiento social, o bien en contextos de caos, conflicto armado
o eventos ambientales extremos. Es
la gran pregunta sobre lo común en el antropoceno.
Algunos parecen haber declarado la muerte de lo común ante los
escenarios actuales. Pero esta idea/clausura es muy limitada, por
varias razones: primero, plantea una visión normativa y rígida que,
ante ciertas condiciones, parece proponer que lo común está o no
está, sin reconocer que más bien este se encuentra en permanente
producción, adaptación, reformulación y flujo. No se trata pues de
una forma pura a la cual se llega, sino, como hemos mencionado, es
básicamente un referente, un lugar para pensarnos y sobre todo un
modo político de hacer (que ciertamente también podría
institucionalizarse). Lo segundo, hay numerosos ejemplos de cómo, en
contextos adversos, lo común ha podido persistir, como ha ocurrido
en comunidades que resisten en conflictos armados (teniendo como
casos emblemáticos las experiencias kurdas y varias del sur de
México) e incluso se reajustan para fortalecerse a partir de ellos.
Lo tercero, en relación con lo segundo, nos señala que justamente
en períodos de profunda crisis, lo común es un componente
fundamental para allanar el camino para lograr salidas y
alternativas, trazando un horizonte de restitución, autocuidado,
sanación y recomposición vital; y cuarto y último, se trata
también de reconocernos en las dinámicas propias de la trama de la
vida y los ecosistemas, que son eminentemente cooperativas y
simbióticas, es decir, que lo común nos constituye como parte de
este tejido de vida en la Tierra.
La
otra gran pregunta que surge tiene que ver con los alcances y límites
de las iniciativas sociales, desde abajo, ante enormes desafíos como
las pandemias de la globalización neoliberal o los grandes eventos
ambientales del antropoceno. ¿Cómo nos sanamos ante un virus como
este y una pandemia que en buena parte sale de nuestras manos, ante
lo cual pareciese que las grandes tecnologías y las
instituciones estatales y privadas están mejor provistas para
enfrentarlo? ¿Cómo se enfrentan grandes inundaciones, o algo de las
dimensiones del cambio climático, desde los pueblos, sin que esto
suponga una dramática y extraordinaria exposición social a tales
peligros? Estas fundamentales preguntas nos remiten ineludiblemente a
una discusión sobre la relación con el Estado y con lo público
que, por su densidad, no podemos abarcar aquí. Pero sí quisiéramos
plantear una idea: la
protesta, organización y movilización social como una proyección
del campo popular en la política global.
Esto implica no ver única y necesariamente la contraposición pura y
compartimentalizada de lo común, el Estado y lo privado (estos
asuntos no pueden ser abordados en blanco y negro), sino también las
relaciones conflictivas y ‘transfronterizas’ entre estos ámbitos,
que en la medida en que la protesta y organización popular ganan
terreno, posibilitan la transformación de la política en ámbitos
más amplios que lo local.
Sobre
esta idea de lo común como una política multi-escalar, de la
proyección del campo popular en la política global, nos parece
vital resaltar tres aspectos: primero, hay que recordar que las
protestas populares que han llenado las calles latinoamericanas han
demandado en muy buena medida justicia social y ambiental, soluciones
a la crisis y políticas de protección y asistencia del Estado, ante
el muy alto nivel de desamparo, sobre todo de los sectores más
vulnerables de la sociedad. Segundo, la idea de la centralidad
de lo común, de su política situada como punto de origen, no es
excluyente con la disputa política hacia otras escalas. Eso implica,
por un lado, que su avance suma a una correlación de fuerzas más
favorable para los pueblos, lo que a su vez crea un marco menos
adverso para su accionar; por otro lado, la calle y la comunicación
son una de las principales arenas donde se canaliza la disputa por lo
público y
en ellas es fundamental la lucha por demandas hoy centrales, como la
condonación de la deuda externa a los países del Sur Global, la
salud como derecho universal y la instauración de la renta básica.
Toda posibilidad de creación de lo que podríamos llamar barreras
de derecho ha
provenido y provendrá fundamentalmente de las luchas desde abajo. Se
trata de obligar al Estado a mantener y respetar esos
derechos. Tercero, y no menos importante, que ante la situación
de emergencia ambiental y climática, económica, social, y en
general todo lo que supone esta crisis civilizatoria, se requiere de
transformaciones tan vastas y aceleradas, que va a ser necesario que
profundos cambios se realicen en todas las escalas globales, y en
todas ellas el ámbito social y el campo popular necesitarán
incidir.
No
hay pizca de simplicidad en estos asuntos y, como ya hemos dicho, el
tiempo de pandemia y reestructuración sistémica nos podría también
abrir a nuevos tiempos de “Estadolatría” (Gramsci),
bio-paternalismo y euforia estatal que legitimen que dicha
reestructuración favorezca en el fondo mayores formas de
explotación, expolio y despojo, y que las dinámicas suicidas que
nos llevaron a esta situación crítica actual no sean afectadas. De
ahí que es crucial poder respondernos a la pregunta, ¿cómo
abordar una política no-estadocéntrica en estos tiempos? ¿Cómo
lo común puede reproducir una política desde las autonomías en
semejantes circunstancias?
El
tan mentado frenazo de emergencia a la locomotora benjaminiana ha
ocurrido. El futuro es hoy y la posibilidad de un giro radical de
todo el orden civilizatorio se ha abierto. Algunos se organizan para
una “nueva normalidad”. ¿Cuál es su posición ante el curso de
lo que acontece?
Somos
posibilidad en la asunción de nuestro derecho a existir, en la
potencia de nuestra pulsión de re-existir; somos raicillas en las
grietas de un sistema senil y decadente. Estamos vivas y vivos.
Caracas,
mayo 2020
*Emiliano
Teran Mantovani es sociólogo venezolano y ecologista político,
miembro del Observatorio de Ecología Político de Venezuela
Iván
Noble estuvo como crítico invitado en "Sobredosis de Tv" y
opinó sobre la marcha anticuarentena y los políticos que promueven
esa medida.
"Seguramente
ahí hay gente desesperada y gente angustiada, no me gusta ser
sommerlier de las angustias ajenas en esta circunstancia que es
espantosa, hay gente que de verdad debe estar pasandola pésimo con
privaciones, con desesperación de todo tipo, después hay un
lumpenaje psiquiátrico clarísimo, casi capusottiano",
manifestó al músico.
"El
problema son los tipos que a caballo de esa desesperación hacen lo
de siempre,
unos
sabandijas, que además de no tener ningún tipo de autoridad
sanitaria, lo único que están haciendo es expresar su ardiente
AntiPeronismo,
que eso es histórico, si Alberto hubiese decretado el fin de la
cuarentena
estarían exactamente diciendo que habría que volver a la
cuarentena...en
este país siempre estuvieron y fueron muy gritones, y siempre
tuvieron mucha camára, en un punto hace 60 años bombardeaban la
Plaza de Mayo, ahora firman solicitadas, no deja de ser un avance
cívico",
comentó Noble con ironía.
"Evitar
contagios y muertes sigue estando en nuestras manos"
Un
grupo intelectuales dió a conocer una carta en apoyo a la medidas de
aislamiento. Señalan en ella que "convivir con COVID-19 en
Argentina será un proceso largo que requerirá de esfuerzos
permanentes por parte de todas y todos, y de la aplicación de
estrategias inteligentes y cambiantes. Esto es opuesto al mensaje
equivocadamente pregonado de ‘sentarse a esperar que pase el pico’,
como si fuese un fenómeno climático ante el cual nada puede
hacerse, un discurso simplista que no se hace cargo del problema y
que sólo puede tener consecuencias graves e irreparables." El
texto replica otra carta difundida días atrás , que criticó la
cuarentena dispuesta por el gobierno nacional, calificándola de
“infectadura”
El
documento está firmado por Jorge Aliaga, Adrián Paenza, Alberto
Kornblihtt, Valeria Levi e Irina Izaguirre, entre otros reconocidos
investigadores, que remarcaron la importancia de que haya
“responsabilidad política, civil y periodística” en las
respuestas ante la pandemia.
“Debemos
entender que la cuarentena es una medida excepcional, y no habiendo
vacunas ni tratamientos farmacológicos efectivos para covid19, se
vuelve una herramienta clave cuando la situación así lo requiere.
Consideramos que no es el momento de relajar el aislamiento en el
AMBA y el Gran Resistencia, donde los casos, lejos de estar
controlados, están en crecimiento. No hablamos de números , sino de
miles de vidas que se perderían, pero que estamos a tiempo de
salvar”, señala la carta, que reunía en la noche del domingo
cerca de 11 mil adhesiones.
La carta completa
"Un
esfuerzo adicional para salvar vidas"
La
declaración temprana del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio
(ASPO) en Argentina logró resultados positivos: no solo permitió
multiplicar la capacidad de atención del sistema de salud y avanzar
en la provisión de los tests necesarios para el diagnóstico de
COVID-19, sino que además, redujo los casos diarios a prácticamente
cero en 21 de las 24 divisiones territoriales del país, logrando que
un altísimo porcentaje de nuestro territorio nacional hoy esté
iniciando una reactivación administrada de actividades.
En
comparación con los demás países latinoamericanos con grandes
metrópolis, Argentina es el que obtuvo mejores resultados en el
control de la pandemia de COVID-19. Como lo muestran las estadísticas
de todo el mundo, disminuir la movilidad de la población funciona.
No
debería llamar la atención, entonces, que el aumento de la
movilidad que se viene observando en el área metropolitana de Buenos
Aires (AMBA) desde mediados de abril haya tenido un efecto drástico
en el aumento de casos en las últimas semanas. Son objeto de
particular preocupación algunos barrios de CABA, del centro y el sur
de la Ciudad, con tiempos de duplicación inferiores a los 6 días.
Estos datos indican que, si no logramos disminuir la velocidad de
contagio de manera urgente, es inminente la saturación de las camas
de terapia intensiva (es decir, que las/los profesionales de la salud
se verían en la dramática situación de elegir quiénes recibirán
la atención necesaria y quiénes no). El primer impactado sería el
sistema de salud de CABA. Se trata de una saturación inminente
porque, con una duplicación de casos menor a 15 días, esto
ocurriría antes de fines de julio.
Prolongar
una cuarentena solo parcialmente efectiva en el AMBA conduce a que
una parte de la sociedad dude de su utilidad y reclame su fin. Sin
embargo, la cuarentena es una medida excepcional que, no habiendo
vacunas ni tratamientos efectivos para covid19, se vuelve una
herramienta clave cuando la situación así lo requiere. Todos los
países del hemisferio norte que cuentan los muertos por miles
hicieron uso de ella, algunos de ellos tarde, para lograr una
disminución drástica y veloz del contagio. Los países que se
negaron a utilizar esta herramienta cuando era aconsejable, como
Brasil, hoy viven una realidad dramática y las muertes parecen no
tener fin. Por otro lado, todos los países del mundo que están
flexibilizando sus cuarentenas lo hacen en una situación donde la
transmisión del virus está bajo control y los casos en franca
disminución. Asimismo, corren el riesgo de sufrir segundas olas de
contagios debido a que en la mayoría de los países la población
infectada es del 5-10% del total. En este momento Irán e Irak están
con segundas olas de contagio peores que la primera, y hubo un brote
también en Corea del Sur. Por todo esto consideramos que no es el
momento de relajar el aislamiento en el AMBA y el Gran Resistencia,
donde los casos, lejos de estar controlados, están en crecimiento.
No hablamos de números, sino de miles de vidas que se perderían,
pero que estamos a tiempo de salvar.
Pensamos
que hoy, más que nunca, es necesario maximizar la efectividad de la
cuarentena en el AMBA y el Gran Resistencia. Si esta cuarentena se
respeta y resulta efectiva, los casos activos circulantes serán
inferiores a los actuales, el rastreo de contactos será más simple
y el riesgo de colapso del sistema de salud, casi nulo. En esas
condiciones, será razonable comenzar la flexibilización de las
medidas. Para que la nueva etapa de la cuarentena sea efectiva, es
necesario que se conjuguen tres responsabilidades: política, civil y
periodística.
Responsabilidad
política. Es preciso fortalecer de manera urgente los sistemas de
monitoreo, la vigilancia activa de casos y multiplicar los esfuerzos
de rastreo de contactos estrechos en los focos ya identificados en
AMBA y el Gran Resistencia. Las provincias que mayor esfuerzo
pusieron en el rastreo de contactos hoy tienen la situación
controlada. Solo así podremos cortar las cadenas de contagio del
virus. A su vez, es de vital importancia garantizar a los infectados
la posibilidad de aislarse con las necesidades básicas cubiertas. Se
deben diseñar estrategias específicas, estrictas y segmentadas para
distintos sectores de la economía y para los trabajadores
esenciales. El impacto de la propagación viral se vio intensificado
en los barrios populares, pero no se halla confinado a los mismos
sino que hay circulación en todo el AMBA. Es de vital importancia un
accionar unificado de todos los distritos del país, puesto que el
virus no reconoce ni respeta límites políticos ni geográficos.
Responsabilidad
civil. Todos debemos hacernos cargo de que somos potenciales
portadores y propagadores del virus, aun cuando no tengamos signos ni
síntomas, y comportarnos como tales, sin salir de nuestras viviendas
excepto en casos absolutamente necesarios, extremando el lavado de
manos, distanciamiento social, utilización de barbijo para cubrir la
nariz, boca y mentón, y respetando a rajatabla las recomendaciones
del Ministerio de Salud de la Nación. Vimos en varias jurisdicciones
en los últimos días cómo una sola conducta irresponsable puede
conducir a que se tengan que retrotraer las medidas de apertura.
Responsabilidad
periodística. Resulta indispensable que los medios de comunicación
asuman su rol entendiendo que, aun con sus imperfecciones y efectos
colaterales negativos, la cuarentena continúa siendo la mejor
herramienta que tenemos para controlar la propagación del virus y
evitar miles de muertes. Cuanto mejor se explique desde los medios
masivos que si se respeta el aislamiento necesitaremos menos tiempo
de cuarentena, más posibilidades de éxito tendremos.
Convivir
con COVID-19 en Argentina será un proceso largo que requerirá de
esfuerzos permanentes por parte de todas y todos, y de la aplicación
de estrategias inteligentes y cambiantes. Esto es contrario a
“sentarse a esperar que pase el pico”, como si fuese un fenómeno
estacional ante el cual nada puede hacerse, un discurso que puede
tener consecuencias graves e irreparables.
El
pico se habrá producido cuando, a través de acciones coordinadas,
logremos comenzar a bajar el número de nuevos casos. Como decíamos
al principio, 21 de nuestros 24 distritos ya están cerca de
“aplastar” la curva de contagios.
Si
actuamos en conjunto con una fuerte responsabilidad política, civil
y periodística podemos lograrlo en todo el país, es cuestión de no
bajar los brazos y actuar con decisión y urgencia. Evitar contagios
y muertes sigue estando en nuestras manos.
El
tiempo para desacelerar la propagación de la COVID-19 se está
acortando en las Américas, los países deben actuar ahora /
Comunicado
de prensa
Así
lo afirmó la Directora de la OPS, quien llamó a tomar medidas
urgentes para garantizar el espacio hospitalario, las camas, el
personal de salud y el equipo médico necesarios para hacer frente a
la posible afluencia de personas con la enfermedad.
Con
muchos países de las Américas que reportan ahora transmisión
comunitaria de la COVID-19, todavía hay un corto período de tiempo
para desacelerar la propagación del virus, reducir el impacto en los
sistemas de salud y salvar vidas, afirmó hoy la directora de la
Organización Panamericana de la Salud (OPS), Carissa F. Etienne,
durante una conferencia de prensa.
Al
31 de marzo de 2020, tres meses después de que se informara el
primer caso de la COVID-19 en China, se reportaron 188.949 casos
confirmados en las Américas y 3.561 personas perdieron la vida.
Como
se ha visto en otras regiones del mundo, se espera que los casos
aumenten. "Los países de la Región deben tomar medidas
urgentes para preparar los hospitales y centros de salud para lo que
viene: una afluencia de pacientes con la COVID-19 que necesitarán
espacio hospitalario, camas, profesionales de salud y equipos
médicos. Este virus no ha sido ni será detenido por las
fronteras trazadas en los mapas”, dijo la doctora Etienne.
La
Directora de la OPS destacó que los países también deben proteger
a su personal de salud como nunca antes. Esto incluye capacitación
sobre cómo evitar las infecciones y acceso a suministros adecuados y
equipos de protección personal. "Es nuestro deber protegerlos y
cuidarlos, ya que estarán en la primera línea de esta batalla",
manifestó.
También
es vital que los países decidan qué medidas de distanciamiento
deben ponerse en marcha, cómo y por cuánto tiempo. Esta es la única
forma de evitar que los hospitales se vean abrumados por un
número demasiado grande de personas enfermas en un período muy
corto. Sobre la base de la experiencia de países en otras
regiones, la doctora Etienne señaló que "parece razonable
planificar estas medidas para que duren dos o tres meses al menos".
"Sin
evidencia sólida sobre los tratamientos efectivos y sin vacunas
disponibles, el distanciamiento social y otras medidas preventivas
enérgicas siguen siendo nuestra mejor apuesta para prevenir las
consecuencias más graves de la pandemia de COVID-19 en nuestra
Región", consideró. "Este momento exige que haya un
liderazgo audaz y compasivo".
“No
será fácil, y sabemos que le estaremos pidiendo a las personas que
se adapten a una situación extraordinaria que está teniendo un
impacto en todos los aspectos de su vida. Pero permítanme remarcar
que esta pandemia es grave y necesitamos hacer todo lo que esté a
nuestro alcance para mitigar el impacto de la COVID-19 en nuestra
población”, remarcó la doctora Etienne.
La
Directora de la OPS enfatizó que la solidaridad de la región y la
necesidad de los países de trabajar juntos: compartir recursos
y experiencias, y tomar decisiones conjuntas que aceleren el acceso a
los servicios de salud, promuevan la investigación y la innovación.
También subrayó que la OPS seguirá facilitando el intercambio
entre países y trabajará intensamente con los Estados Miembros,
particularmente aquellos con los sistemas de salud más débiles,
para fortalecer la vigilancia y la detección temprana de casos y
garantizar la preparación de los servicios de salud.
“La
solidaridad en nuestra Región nunca ha tenido un significado más
profundo que el de hoy. La única forma de salir de esta situación
será si todos hacen su parte, a la vez que apoyan a los demás",
reflexionó la doctora Etienne.
Washington,
DC, 31 de marzo de 2020 (OPS)
Hay
que entender las razones de todos, pero atender las razones de
quienes mas padecen y cuyas vidas peligran por la acción de otros.
Razonar:
Verbo intransitivo … Establecer relación entre ideas o conceptos
distintos para obtener conclusiones o formar un juicio.
verbo
transitivo … Justificar una respuesta, opinión, hecho, etc.,
mediante razones o argumentos.
Razón
tenemos todos en tanto capacidad de ejercer la posibilidad de
producir razonamientos, de ejercer el acto de razonar.
En
sentido amplio, se entiende por razonamiento a la facultad que
permite resolver problemas, extraer conclusiones y aprender de manera
consciente de los hechos, estableciendo conexiones causales y lógicas
necesarias entre ellos.
Pese
a que es, esa posibilidad de la conciencia de razonar, la que mejor
obtiene resultados en su intento por entender y comprender la
realidad y actuar sobre esta para mejorar problemas y minimizar
conflictos en las comunidades humanas, es su negación la que impera
y la que domina el juego de las decisiones individuales y sociales.
“El
peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden
como estaban», sino que vayan a bastante peor.”
Jorge
Riechmann y Adrián Almazán
Pese
a que se hable hasta el cansancio de “democracia” (palabra
manoseada que da para todo: para invadir países, asesinar
impunemente, torturar, mentir, manipular), lo que menos hacen “los
pueblos” es justamente eso: decidir su futuro, gobernarse. El mundo
moderno, el capitalismo surgido en Europa desde el Renacimiento en
adelante que hoy día se globalizó aplastando otras opciones, tiene
en la “democracia” y en la “libertad” sus íconos por
antonomasia. Íconos, sin embargo, que no pasan de una deslucida
opacidad muy engañosa.
Lo
que hacemos, pensamos, consumimos, cómo nos divertimos, nuestra
forma de relacionarnos con el mundo, en otros términos: nuestra vida
en general, cada vez más está digitada por poderes que nos
sobrepasan en manera inconmensurable. Inmediatamente hay que hacer
una imprescindible y capital aclaración: decir esto no es ninguna
conducta paranoica, una delirante visión de conspiraciones que obran
en nuestra contra.
La
paranoia, llamada por Freud “demencia paranoide” a inicios del
siglo XX, hoy día preferiblemente conocida, según los manuales de
psicopatología al uso, como “Trastorno de ideas delirantes”, es
un “Grupo
de trastornos caracterizado por la aparición de un único tema
delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí
que normalmente son muy persistentes, y que incluso pueden durar
hasta el final de la vida del individuo. El contenido del tema o
conjunto de ideas delirantes es muy variable. A menudo es de
persecución, hipocondríaco o de grandeza, pero también puede
referirse a temas de litigio o de celos o poner de manifiesto la
convicción de que una parte del propio cuerpo está deformada o de
que otros piensan que se despide mal olor o que se es homosexual.”
El
delirio paranoico existe, sin lugar a dudas; de hecho, en muchos
casos esa “desconfianza” patológica (las celotipias extremas,
por ejemplo) puede llevar al asesinato. El otro, el “perseguidor”,
es vivido como enemigo: antes que me agreda, lo aniquilo.
Lamentablemente, dada la precariedad del abordaje de los “problemas
mentales” que se sigue padeciendo (el Psicoanálisis aún es
resistido y prima la Psiquiatría manicomial), los “enfermos
paranoicos” suelen terminar en el loquero (donde, por supuesto,
nadie se cura).
El
mundo, sin dudas, está atravesado por una serie de ideas de talante
paranoico, muchas veces tomadas con cierta seriedad o, al menos,
presentadas con un grado de credibilidad, pero absurdas e
insostenibles, en definitiva: “los judíos o ciertas sectas
esotéricas (Illuminati, masones, etc.) manejan el mundo”, “los
extraterrestres están entre nosotros”, “las vacunas son un
experimento en masa que provocan autismo”, “la actual enfermedad
COVID-19 se activa por las emisiones de ondas 5G”, “la aparición
de un comenta anuncia el fin de nuestro planeta”, “las pirámides
de Egipto fueron construidas por alienígenas”, y un largo
etcétera.
Por
supuesto que la dinámica de las sociedades no puede explicarse por
estas elucubraciones, sin base ni sustento científico. El delirio,
definitivamente, está entre nosotros, a veces medianamente tolerado,
lo cual evidencia que la “normalidad” es siempre una pregunta
abierta, una cuestión de grado. Es decir: no hay una normalidad
definitiva, dada de una vez, única e inamovible (Adolf Hitler era un
loco que creía en la eugenesia, aunque no debe olvidarse que el
pueblo alemán masivamente lo siguió). Pero ni la historia de la
humanidad ni el mundo actual no se mueven por ideas delirantes, por
fuerzas sobrenaturales ni mensajes apocalípticos de seres
extraordinarios: son las relaciones sociales, concretas y materiales,
que establecemos los seres humanos para asegurar nuestra existencia
(individual y colectiva) las que explican la arquitectura general de
las cosas. De ahí que el materialismo histórico, por ejemplo, y su
concepto de lucha de clases da mucho más en el blanco para entender
las sociedades y sus conflictos, que la apelación a poderes malignos
o conjuras de grupos ocultos en las sombras. Dicho de otro modo: una
clase social, detentadora de los medios de producción (tierra,
maquinaria, dinero) explota la fuerza de trabajo de una mayoría, la
otra clase social, la clase trabajadora, con lo que se genera una
riqueza que queda mayoritariamente en la clase explotadora.
Ahora
bien: esa clase beneficiada, que asienta su riqueza y poderío en el
trabajo de enormes mayorías a las que sojuzga, hace lo imposible
para mantener sus privilegios. Para ello, apela a los mecanismos más
sórdidos, más perversos, más sanguinarios llegado el caso. Como
sin miramientos lo dijo uno de los más connotados intelectuales
orgánicos de esa clase dominante, el polaco-estadounidense Zbigniew
Brzezinsky, miembro de connotados tanques de pensamiento de Estados
Unidos y catedrático en la Universidad Johns Hopkins: “La
sociedad será dominada por una elite de personas libres de valores
tradicionales que no dudarán en realizar sus objetivos mediante
técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del
pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto
que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente
sobre cada uno de los ciudadanos del planeta.
(…) Esta
elite buscará todos los medios para lograr sus fines políticos
tales como las nuevas técnicas para influenciar el comportamiento de
las masas, así como para lograr el control y la sumisión de la
sociedad”.
Pensar,
entonces, que hay grandes, inconmensurables grupos de poder que le
dan forma al mundo en que vivimos, que nos obligan a seguir siendo
esclavos (asalariados), mundo “en el
que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían
su servidumbre”,
como agudamente dijera Aldous Huxley, no es ningún delirio
paranoico. Es la constatación de una cruda y descarnada realidad:
hacemos, pensamos y actuamos según lo que poderes determinados nos
dicen. No importa si esos grupos son judíos, católicos, musulmanes,
ateos, hombres, mujeres, bisexuales, amantes del samba brasileño o
la salsa colombiana: son grupos de poder que tienen en sus manos
monumentales decisiones. Eso ¿es paranoico?
II
Para
ejemplificar lo anterior, dos rápidos ejemplos. 1) En
Guatemala, Centroamérica, pequeño país “bananero” con una gran
riqueza acumulada (onceava economía latinoamericana) injustamente
distribuida (grandes familias que viven como magnates de Wall Street
con una inmensa población precarizada -el salario mínimo cubre
apenas un tercio de la canasta básica-), la corrupción es una
constante histórica. Corrupción e impunidad son parte absolutamente
normalizada del paisaje social. Pero en ese escenario sociopolítico
y cultural surgió hacia el 2015 una fabulosa “cruzada contra la
corrupción”. Eso resultó altamente llamativo, por cuanto
Guatemala se caracteriza -como todos los países de Latinoamérica-
por una inveterada cultura de corrupción que alcanza todos los
niveles. Para ese entonces, llamativamente todos los medios de
comunicación comerciales (de derecha, conservadores, grandes
empresas privadas lucrativas al fin, corruptas en muchos casos)
pusieron en la agenda pública como tema totalmente dominante la
lucha contra la corrupción. Por unos meses no se hablaba de otra
cosa: la corrupción pasó a ser la peor plaga bíblica sufrida,
causa última de todos los males del país. Queda claro ahora que eso
fue un muy sofisticado mecanismo geoestratégico de Washington,
probado en estas tierras para luego iniciar su trabajo de reversión
(roll-back)
de gobiernos que no le eran muy afines (el Partido de los
Trabajadores, PT , en Brasil, Cristina Fernández en Argentina). Esa
desatada “lucha monumental contra la corrupción” (se llegó a
decir que “Guatemala daba un ejemplo al mundo”) trajo como
consecuencia una relativa movilización de la sociedad, terminando en
una crisis política que finalizó mandando a la cárcel al por
entonces binomio presidencial (Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti).
Pero luego de esa bien manejada crisis (asegurando “gobernabilidad”
con la llegada a la presidencia de un candidato idóneo para seguir
el guión: Jimmy Morales, supuestamente no tachado de corrupto) la
corrupción salió de escena. Años después corrupción e impunidad
siguen marcando el pan nuestro de cada día, y no volvieron a
aparecer en la agenda mediática. ¿Es paranoico pensar que hubo allí
una bien montada operación de “psicología militar de masas”?
¿Por qué sería delirante? ¿Qué argumento científico de peso
puede oponérsele? ¿Movilización popular espontánea? Nada lo
indica, porque las clases oprimidas siguieron tan oprimidas como
siempre.
2)
Hasta hace unos años, las mujeres occidentales solían pintarse las
uñas de las manos con los cinco dedos llevando el mismo color. De
pronto, cuatro dedos empezaron a mostrar un color, y un quinto dedo
-preferentemente el anular- otro. Se hizo moda, y una enorme cantidad
de mujeres empezó a hacerlo así. Puede parecer superficial la
pregunta, pero pretende no serlo, en absoluto: ¿quién marcó esa
pauta? Seguramente no fueron los platos voladores, los masones ni los
Illuminati. Sin dudas, alguien lo decidió (así como se deciden las
modas). ¿Es paranoico, delirante, es apelar a teorías conspirativas
considerar que alguien estableció una pauta de consumo determinado?
¿No es eso la moda acaso?
Estos
dos ejemplos intentan poner en evidencia que las conductas de las
masas, del grueso de la población, no son -en general- producto de
una reflexión sopesada, de actitudes críticas. Esto no significa
que las masas sean “tontas”, que la población sea felizmente una
esclava silenciosa que “gracias
al consumo y al entretenimiento, amaría su servidumbre”.
Las masas a veces reaccionan, se enardecen, revolucionan lo
existente, y el mundo cambia. Eso, y no otra cosa, es la lucha de
clases. El mundo sigue cambiando (de la Edad de Piedra o la época de
los faraones a la fecha hubo muchos cambios), pero justamente los
grupos detentadores del poder hacen lo imposible para que las cosas
no cambien. Y desde las sombras elucubran cómo mantener el estado de
cosas. ¿O acaso es distinta la historia de la Humanidad?
¿Por
qué ahora la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, según
un paper secreto
recién filtrado, está tan sumamente preocupada por la situación de
la pandemia de COVID-19? No por la salud de la población, sino
por la posibilidad real de estallidos sociales a que el hambre podría
dar lugar.
Si
algo se busca a toda costa, es la “gobernabilidad”, es decir: que
nada cambie (que los privilegios de la clase dominante se mantengan).
Un estallido social puede encender mechas que luego se vuelven
inmanejables (por eso, por ejemplo, Mike Pompeo, Secretario de
Estado de Estados Unidos, pudo decir refiriéndose a las protestas
populares de Chile del año pasado: “América
del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos
siempre a la mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto
reclama un jefe de la calidad solidaria del general Augusto
Pinochet”).
¿Es acaso paranoico pensar que la recomendación de la Embajada de
Estados Unidos en Santiago a las fuerzas armadas trasandinas se
cumplió al pie de la letra? Cada explicación alternativa a los
discursos oficiales (siempre mentirosos, manipuladores, que trastocan
los hechos), cada explicación que contradice el “mundo feliz”
que nos transmiten los medios masivos de comunicación, ¿es un
delirio paranoico, es ver marcianos y conspiraciones? Pero… en
Chile mucha gente perdió la vista por la represión de los
carabineros. Alguien dio esa orden, ¿verdad? ¿Por qué Pompeo diría
eso en una reunión en Washington? No parece muy delirante pensar que
unos cuantos funcionarios en Estados Unidos deciden lo que debe pasar
en Latinoamérica. ¿O hay que mandar al manicomio a quien denuncie
algo así?
III
La
marcha del mundo tiene una lógica. Lo que hacemos cada día,
responde en muy buena medida a planes trazados. Y esos planes no los
traza la mayoría en decisiones populares, en asambleas abiertas. ¡En
absoluto! Eso que se nos presenta como democracia es la más artera
mentira, manipulada muy eficientemente. Por supuesto que sí, hay
formas auténticas de democracia
de base, de poder popular donde se deciden las líneas por donde
transitará una comunidad. Pero, a todas luces, esas son de momento
expresiones muy embrionarias. Solo las experiencias socialistas las
han permitido en parte, de ahí que el socialismo siga siendo la
única esperanza real de un mundo más justo. Este mito de la
democracia parlamentaria actual no es sino eso: mito, ficción,
fantasía, burda manipulación.
El
orden del mundo no lo decide el “ciudadano” votando cada cierto
tiempo. Eso es patéticamente absurdo. Los presidentes -todos, de
todos los países- son, en definitiva, empleados de los verdaderos
tomadores de decisiones. ¿Quién establece el precio del petróleo,
lo que un país debe producir, el inicio de las guerras, el
entretenimiento para mantener “felices a los esclavos”? La gente,
el ciudadano de a pie, la persona que está leyendo este mediocre
opúsculo: ¡no! Eso se decide a puertas cerradas entre muy pocas
personas en el mundo. En las sociedades de clase, siempre fue así:
el rey y su séquito, el faraón, el sumo sacerdote, los mandarines,
la gente que maneja el Fondo Monetario Internacional o los que se
sientan en un lujoso pent
house climatizado
con enormes jacuzzis, esos a los que “la plebe” no puede acceder
jamás, esos de quienes ni siquiera conocemos sus nombres, esos son
los que deciden (¿quiénes son los dueños de la Exxon-Mobil, o de
la Coca-Cola Company, o del JPMorgan Chase & Company?). ¿Cuándo
cambiará eso? …, no lo sabemos ni lo estamos previendo. Lo que sí
está por demás de claro, como dijo el francés Honoré de Balzac,
que “todo
poder es una conspiración permanente.”
Las leyes, lo sabemos, no son justas ni equitativas, y no las deciden
las mayorías: “La
ley es lo que conviene al más fuerte”,
expresó Trasímaco de Calcedonia en el siglo IV antes de nuestra
era. “Las
leyes están hechas para y por los dominadores, y conceden escasas
prerrogativas a los dominados”,
dijo Sigmund Freud en 1932.
¿Por
qué ahora los Estados, a partir de las políticas neoliberales
vigentes en estas últimas décadas, se adelgazaron terriblemente
siendo reemplazados por la “beneficencia” de eso que se llama
“cooperación internacional”, o sustituidos por grandes mecenas?
¿Una forma de precarizar cada vez más la vida de la clase
trabajadora global, para someterla más y más? Los servicios básicos
los debe brindar el Estado y no bienhechores magnánimos. Daniel
Espinosa nos informa que “Los
“Silicon Six”, como se conoce a Microsoft, Google, Apple,
Facebook, Netflix y Amazon, son expertos en elusión tributaria, una
realidad que han sabido ocultar tras su imagen de modernidad, de
empresas “cool” (y muchos millones en donaciones “caritativas”
a medios de comunicación). De acuerdo con una investigación
reciente de Fair Tax Mark, esas seis compañías lograron ahorrarse
cerca de 100 mil millones de dólares en impuestos entre 2010 y
2019”.
¿Qué mortal de a pie decidió acabar con los Estados nacionales y
precarizar sus servicios básicos: salud, educación,
infraestructura, seguridad? ¿Es una elucubración delirante pensar
que esa desaparición del estado de bienestar se hizo para explotar
más aún a los explotados de siempre?
¿Por
qué sería un “trastorno de ideas delirantes” típico del
Presidente Schreber (caso de psicosis teorizado por Freud a partir de
la lectura de “Memorias de un neurópata”) pensar que grupitos
minúsculos de poderosos magnates deciden lo que pasa en el mundo?
“De
lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que
se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de
una elite de técnicos y de financieros mundiales”,
pudo decir el recientemente fallecido David Rockefeller, nieto
del legendario John Davison Rockefeller, en su momento la
persona más acaudalada del mundo, fundador de la mítica dinastía
de banqueros e industriales petroleros de Estados Unidos. “Todo
lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el
Nuevo Orden Mundial”,
agregó en su momento, él, que fuera uno de los más grandes
conspiradores, arquitecto de la política mundial, factótum de
importantes grupos “selectos” que deciden la marcha de la
sociedad planetaria, donde no puede llegar “la chusma”,
instancias por el Grupo Bilderberg, o la Comisión Trilateral
(Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), según su propio decir,
“altas personalidades” que deciden lo que ha de suceder en la
humanidad: “el
conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo
haya conocido nunca”. ¿Es
ver fantasmas pensar que todo eso existe? El 1% de la población
mundial detenta el 50% de la riqueza mundial; y de ese mínimo
porcentaje, solo el 0.01% es el que da las órdenes a los
presidentes. Decir eso, ¿es ser paranoico?
No
es ninguna novedad (¿o es un delirio paranoico, una voz alucinada?)
constatar que infinidad de hechos políticos que suceden están
pergeñados en oficinas de la más alta secretividad, sin que las
poblaciones tengan la más remota idea: Pearl Harbor, el asesinato de
John F. Kennedy para continuar con la guerra de Vietnam a la que
él se oponía, la caída de las Torres Gemelas, las supuestas armas
de destrucción masiva en Irak, el ataque a Nicaragua antes de que el
sandinismo -cuando aún era revolucionario- “invadiera Texas”, el
financiamiento de la Ford Motors Company al nazismo en sus inicios
-para que invadiera y terminara con la Unión Soviética-, los
experimentos sobre la sífilis hechas, sin conocimiento de las
autoridades, con población guatemalteca en la década de 1950, armas
bacteriológicas desconocidas por el público, los secretos revelados
por la crisis de conciencia del ex espía estadounidense Edward
Snowden, y la lista puede continuar interminable. El medicamento
cubano Interferón alfa 2B recombinante sirvió para parar la
epidemia en China, ¿por qué no se dijo una palabra de eso en el
“mundo libre”? ¿Es ser un desubicado psicótico preguntarse el
porqué de ese silencio? ¿Son todas elucubraciones paranoicas,
afiebradas visiones conspirativas del mundo, delirios insanos para
mandar al manicomio a quien exprese preguntas sobre todo esto?
IV
Hoy
día cursamos una pandemia de un virus nuevo, desconocido en todo su
potencial, el coronavirus.
“La
nueva neumonía por coronavirus no es tan grave como otras
enfermedades contagiosas de clase A (peste y cólera) todavía. Sin
embargo, debido a que es una enfermedad recién descubierta, con un
riesgo relativo considerable para la salud pública, todos deben
estar atentos y bien protegidos. Tomar las medidas de control de
Clase A genera notificaciones y publicidad más rápidas; Esto
facilita a los trabajadores de la salud en la prevención y el
control de la enfermedad, así como al público en la adquisición de
la información más reciente para una mejor respuesta a la
epidemia”,
puede leerse en el Manual
de prevención del coronavirus puesto a circular por el
gobierno de la República Popular China recientemente, al aparecer el
brote en la ciudad de Wuhan.
Efectivamente,
no es tan grave, pues según el grado de letalidad, tenemos que hay
afecciones mucho más dañinas: Peste (Yersinia
pestis):
100%, peste pulmonar: 100%, VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral:
100%, rabia: 100%, viruela hemorrágica: 95%, carbunco: 93%, ébola:
80%, viruela en embarazadas: 65%, MERS (Síndrome respiratorio de
Oriente Medio): 45%, fiebre amarilla: 35%, dengue hemorrágico: 26%,
malaria: 20%, fiebre tifoidea: 18%, tuberculosis: 15%. El índice de
letalidad de la COVID-19 está alrededor del 4% (puesto en
entredicho, incluso, por estudiosos del tema, que estiman que es
menor).
Como
es un agente patógeno nuevo, no se sabe mucho acerca de él. Lo que
sí ya se ha podido ver es que tiene un potencial de contagio muy
alto, de ahí que las autoridades sanitarias recomendaron
confinamientos. De todos modos, hay algo llamativo en esta cuarentena
militarizada que vivimos. El mundo se detuvo prácticamente, cuando
hay voces -tan autorizadas como quienes dicen lo contrario- que
alientan sobre lo llamativo del pánico creado. El destacado
inmunólogo colombiano Manuel Elkin, quien trabajara en una vacuna
contra la malaria, llama la atención sobre “la
desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a 250
millones de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al
día”.
Nos llama a reflexionar: “Paremos
un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la enfermedad
del coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una
enfermedad a la que hay que ponerle cuidado, pero no para una
histeria colectiva que no sirve para nada”.
Del
mismo modo Johan Giesecke, destacado epidemiólogo consejero del
gobierno sueco y miembro del Grupo Asesor Estratégico y Técnico
para Riesgos Infecciosos de la Organización Mundial de la Salud
(OMS), dijo que “Esta
enfermedad se propaga como un incendio y lo que uno hace no cambia
demasiado. Todos se van a contagiar, todo en el mundo al final”.
Lo
curioso es que una enfermedad que no es especialmente letal (el 96%
de infectados se recupera), que ataca mortalmente solo a un segmento
pequeño (ancianos, gente con inmunodeficiencias, población que se
puede reinfectar muchas veces como el personal sanitario), ha causado
un revuelo sin precedentes, paralizando el mundo. El epidemiólogo
británico de la Universidad de Oxford, Christopher Fraser, considera
que la proporción de casos sin reportar podría ser del 50%, por lo
que “la
tasa de letalidad rondaría el 1%”.
El experto en virus, el español Adolfo García-Sastre, investigador
del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, piensa que “existen
de cinco a diez veces más infectados que lo que se está
contabilizando actualmente, lo cual reduce mucho su letalidad”.
Considerando
que la curva epidemiológica comenzó a aplanarse en los países que
mayor número de contagios presentaron -con tasas de mortalidad
diversas, pero siempre manteniendo una tasa de letalidad similar, que
no supera el 5% (o quizá mucho menos)- la proyección en muertes nos
muestra que al final del año el número total de decesos podría ser
similar a la de la gripe estacional: entre 600 y 700 mil. Seguramente
las medidas de confinamiento podrán haber evitado más muertes. Pero
allí es donde se abre la pregunta.
Acusar
de paranoia a quien se plantee preguntas críticas puede ser
peligroso. Como dijo Luis Tuchán: “Llamar
teoría conspirativa a toda explicación alternativa a la del poder,
es ahora la forma de satanizarla”.
La crisis actual, sanitaria en principio, abre preguntas. No es
ninguna novedad -porque está reportado hasta el cansancio, incluso
por las mismas Bolsas de Valores de distintas partes del mundo-, que
el sistema capitalista en su conjunto entró en una terrible,
tremenda, catastrófica crisis, similar -o peor- que la Gran
Depresión de 1930. “No
solo la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y
la prosecución del aumento de precio de los activos financieros
constituían un indicador muy claro, sino que, además, una crisis
del sector de la producción había comenzado mucho antes de la
difusión de la COVID, en diciembre de 2019. Antes del cierre de
fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil
de fines de febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo
de una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo en el
sector del automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles
en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos otros países”,
anunciaba una voz autorizada como el economista Erick Toussaint. Es
ahí, entonces, donde entran las preguntas críticas, acusadas de
delirio paranoico por algunos.
Sabemos
que el sistema capitalista, o más aún, quienes disfrutan los
beneficios de ser la clase dirigente allí, están dispuestos a hacer
lo imposible para mantener sus prebendas: ¿no alcanza todo lo dicho
para entenderlo? ¿Habrá que agregar dos millones y medio de muertos
en Irak y más de un millón para mantener, respectivamente, el
petróleo y el gas/negocio de la heroína? ¿Habrá que agregar
Guantánamo? ¿Habrá que agregar dos bombas atómicas arrojadas
impunemente sobre población civil no combatiente en Japón cuando la
guerra ya estaba decidida? ¿Habrá que agregar todos los golpes de
Estado en Latinoamérica, y su cohorte de muertos, torturados y
desaparecidos, aconsejados por “expertos” estadounidenses?
(recuérdese la cita anterior de Mike Pompeo). El sistema está
dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerse: por eso miente,
embauca, distorsiona. Las enseñanzas de Goebbels (“Una
mentira repetida mil veces se transforma en una verdad”)
fueron amplificadas en un grado sumo en la tierra “de la democracia
y la libertad”. Se nos vive mintiendo todo el tiempo, y eso no
parece un delirio paranoico. En Guatemala se hizo creer que la
“ciudadanía” sacaba del poder a un presidente corrupto…. Y no
era así. ¿Quién dijo que la uña del dedo anular de una mujer es
más bonito y que hay que seguir el dictado de la moda pintándoselo
de otro color? ¿Los marcianos? ¿Los masones? ¿Los Rosacruces? ¿O
quienes fijan la moda, y venden las mercaderías correspondientes?
Pensar
que hay “gato encerrado” en las políticas que digitan nuestras
vidas parece muy sano, porque demuestra una actitud crítica, algo
más que la feliz y pasiva aceptación del entretenimiento con que se
mantiene a la esclavitud. El tratamiento militarizado y compulsivo
que se le da a la actual pandemia, según se puede pensar,
perfectamente podría entenderse como “honrosa” salida del
capitalismo global ante una crisis fenomenal. La desocupación y el
hambre son “culpa” de este agente patógeno entonces.
¿Estaba
todo esto ya pergeñado? ¿Hay agendas ocultas trazadas? Como son
temas álgidos, complejos, con infinidad de aristas en juego, se hace
difícil -con la orfandad de datos que existe todavía- expedirse
categóricamente. Las ciencias, por otro lado, nunca se expiden
“categóricamente”: formulan saberes, que son siempre cambiantes,
relativos (la física newtoniana no alcanza para ciertas cosas, por
lo que surge la física cuántica; la descripción psiquiátrica no
alcanza, por lo que surge el Psicoanálisis, la geometría euclidiana
es ampliada por la geometría fractal, etc.). No puede aún darse una
visión globalizante del fenómeno de esta pandemia, pero quedan
cabos sueltos.
¿Es
realmente necesaria la militarización de la vida cotidiana, o hay
allí otras perspectivas en juego? ¿Un ensayo de lo que vendrá? “La
crisis sanitaria ha sido la oportunidad perfecta para reforzar
nuestra dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar
muchos proyectos económicos y políticos previamente existentes:
docencia virtual, teletrabajo masivo, salud digital, Internet de las
Cosas, robotización, supresión del dinero en metálico y
sustitución por el dinero virtual, promoción del 5G, smart
city… A esa lista se puede añadir los nuevos proyectos de
seguimiento de los individuos haciendo uso de sus smartphones,
que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como la
vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en
internet. En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no
es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a
bastante peor”,
razonan Jorge Riechmann y Adrián Almazán.
Definitivamente
hay manejos en todo esto que dejan interrogantes. Hay una crisis
sanitaria, porque la enfermedad existe y los muertos ahí están,
pero también existe el peligro real que las cosas vayan a bastante
peor, y no por el coronavirus precisamente. ¿Es paranoico pensar que
el mundo que seguirá a la pandemia (vigilancia absoluta,
distanciamiento de las personas, control omnímodo de nuestras vidas)
puede ser aterrador? ¿Ya no más apretones de manos ni besos en la
mejilla? Pero peor aún: ¿quién manejará esa información total,
completa, omnímoda de nuestras vidas, información a la que no
podremos resistirnos suministrar? Más aún: ni siquiera habrá que
suministrarla, porque las técnicas de control la obtendrán de otra
manera, sin esfuerzo, sin violencia. ¿Ese es el mundo post pandemia?
Está
claro que se ha creado un pánico monumental, evidentemente
desproporcionado en relación a lo que es la enfermedad de
la COVID-19 propiamente dicha. Ningún otro hecho colectivo
había causado tamaño estupor. Y como los números lo indican, la
nueva enfermedad no es sinónimo de muerte inmediata y masiva (según
algunas voces autorizadas, muchísima gente la cursa
asintomáticamente, o se cura sola. Solo población en riesgo
-tercera y cuarta edad e inmunodeprimidos- tiene posibilidades reales
de fallecer). ¿Por qué tanto pánico? ¿Está inducido? Recuérdese
el manejo sobre la corrupción en Guatemala antes citado. Los climas
sociales, esto no es ninguna novedad, se crean. ¿Por qué
masivamente se piensa que “los musulmanes son terroristas”, o que
“los colombianos son narcotraficantes”? ¿Por qué nos la pasamos
hablando de fútbol o de series chabacanas y no podemos pensar
críticamente en otros asuntos? ¿Alguien lo decide? ¿Es delirante
pensar que allí hay agendas de grandes poderes que digitan la vida
colectiva? “La
televisión es muy instructiva, porque cada vez que la encienden, me
voy al cuarto contiguo a leer un libro”,
dijo Groucho Marx. ¿Delirio paranoico?
Luego
de la pandemia de coronavirus todo indica que viene la vacunación
masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta
-propietario de una de esas empresas antes citadas, campeonas de la
evasión fiscal- es uno de los más grandes filántropos en el mundo
y promotor de esa vacunación. “Las
próximas guerras serán con microbios, no misiles”,
dijo repetidamente. De hecho, él y su cónyuge Belinda constituyen
uno de los principales sostenes financieros de la Organización
Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la
humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto,
si desconfiamos de tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos
da que pensar, ¿no?). La sociedad global cada vez más se encamina
hacia tecnologías de vanguardia, revolucionarias (en las que China
ya le está tomando la delantera a Estados Unidos). Las fortunas más
grandes se van acumulando ahora en las empresas ligadas a la
cibernética, la inteligencia artificial, la informática, la
robótica. Como ejemplo representativo, el cambio que se ha venido
dando en la dinámica económica de la principal potencia
capitalista, Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes empresas
icónicas, la General Motos Company, fabricante de ocho marcas de
vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba trabajo a la
mitad de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-, con
ganancias anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día Microsoft,
en Silicon Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma
con apenas 300 mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con
ganancias anuales de 14,000 millones de dólares. El capitalismo está
cambiando. En el año 2017 la familia Rockefeller se alejó del
negocio petrolero. ¿Vamos hacia las energías renovables? ¿Las
próximas guerras serán por el agua? ¿Quién decide eso?
Llama
la atención que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo
limpio”, si es tamaño evasor fiscal y destructor de los Estados
nacionales -la beneficencia no puede suplir al Estado-) se preocupe
tanto de las vacunaciones. Quizá deba incluirse también en los
negocios de futuro (¿el petróleo dejará de serlo?) a la gran
corporación farmacéutica, la Big Pharma. Según datos que llegan
dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines
and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates
con su benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad
de una inmunización universal. Como todo esto de la pandemia está
aún muy confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada.
¿Seguirá
a toda esta parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que
habrá que pagar? ¿Será toda esta militarización de la vida
cotidiana una muestra de cómo es el futuro inmediato? China, con un
“socialismo” en el que no puede mirarse la clase trabajadora
mundial -por ser un capitalismo desaforado disfrazado de socialismo-,
al igual que las potencias occidentales -o más aún-, desarrolla un
hipercontrol monumental sobre su población. Las tecnologías
informáticas sirven para eso (y no hay duda que en eso llevan la
delantera, pues ya están en la 5G, preparando la 6G). ¿Ese es el
modelo a seguir?
“¡Los
marcianos existen, son verdes y con antenitas!” Asegurar con toda
convicción cosas de las que no se tiene pruebas es patológico:
“aparición
de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes
relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes”,
según la oportuna descripción psiquiátrica. Pero abrirse preguntas
críticas no es enfermizo: es muestra de salud. Definitivamente
la pandemia nos ha venido a conmover. Dado que las cosas están
confusas, nadie tiene la verdad con certeza ni puede predecir con
exactitud qué continúa ahora. Lo que está claro es que seguirá
más capitalismo (socialismo no se ve cercano por ahora), quizá más
reconcentrado en menos manos y más controlador (¿alguien puede
explicar por qué Estados Unidos reacciona tan desesperadamente anta
la delantera china en la 5G?). La organización popular para
plantearse cambios no parece muy en alza hoy. Si estamos antes la
presencia de grandes poderes que deciden sobre la vida de la
Humanidad con planes a largo plazo de los que nada sabemos,
preguntarse por todo ello no es un delirio enfermizo: es casi una
obligación.
La realidad es lo que es y está allí y acá ... somos parte, espectadores, actores, utileros y directores de su trama. Abocado a al interminable tarea (Que mas intento que búsqueda) imposible, pero humanamente necesaria, imprescindible, de entenderla en la razón consciente para hacer algo mejor de lo que es.
Así, individual y colectiva, personal y social, territorial, barrial, vecinal y tan grande como el mundo y la globalización y los procesos transnacionales, internacionales y geopolíticos que entrelazan los niveles de las decisiones que la dibujan y determinan.
Esa realidad tan propia como ajena, común como individual, Secreta como Clara, paradojal en cuanto a algún absoluto o algún conocimiento que intente cerrarla a la comprensión de nuestro escaso intelecto ... Una realidad que mueve al humano a interpretar su sentido...
Gracias a ustedes por compartir con su tiempo a la lectura de estos textos, mi humilde intento ...
Daniel
Roberto Távora Mac Cormack
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