Lunes 1 de junio de 2020

Se mueven desde el pie aunque las elites mundiales no lo quieran y les teman.

La pandemia del nuevo coronavirus ha saturado absolutamente todo. Incluso la memoria, que ya venía siendo atropellada y convulsionada permanentemente por el eterno presente de esta sociedad hiper-informada, inundada de datos, imágenes, video-cápsulas, memes y múltiples acontecimientos impactantes.

Así que, como un acto para recobrar el aliento, como quien sofocado se quita el tapabocas para tomar una bocanada de aire fresco, hagamos nuevamente memoria de vida, recordemos los meses y semanas atrás, que determinaron todo 2019: calles calientes, millones de voces; marchas, piquetes, pancartas, consignas, pañuelos, enjambres, multitudes. Corazones latiendo, rabia, anhelo, hartazgo, esperanza. Chile, Ecuador, Colombia, Haití, Perú, Honduras, Puerto Rico, Venezuela, Costa Rica, Bolivia, Nicaragua; y fuera de las tierras del Abya Yala, Hong Kong, Francia, Irak, Líbano, Catalunya, Argelia, Zimbabwe.

Todos, de una u otra forma, diciendo ¡Ya Basta! Basta a la precarización neoliberal, a los ajustes económicos, a las desigualdades y la exclusión, al autoritarismo y el estado de excepción, basta a ser condenados a un mundo sin futuro.




Pero las ondas de esta vibración socio-política mundial terminaron chocado con las ondas de la pandemia global 2020, siendo esta última otro resultado de la expansión neoliberal y colonizadora del capital. Además de los millones de contagios y los cientos de miles de fallecidos, la pandemia ha generado una parálisis de buena parte del sistema; un shock concreto en las dinámicas globalizadas (a escala macro, meso y micro), y un shock simbólico, al provocar un considerable impacto en las perspectivas y expectativas de las sociedades. Y sobre todo, nos revela que no estamos sólo ante una enfermedad muy contagiosa, sino que en realidad todo este sistema capitalista en decadencia es una máquina de intoxicación de la vida, una máquina de patologización de cuerpos y ecosistemas; que es el vector fundamental de la insalubridad global que experimentamos.

Ciertamente nos encontramos ante una situación muy complicada y enigmática. Pero para algunos, entre derechas e incluso izquierdas, y ante las fuerzas de saturación y parálisis que provoca la pandemia, parece haberse olvidado el actor social, el mundo de los de abajo, la micro-política; parece que los han ubicado en una especie de campo de invisibilidad, de desmérito, de imposibilidad. Como si estos actores sociales dejaran de contar en el curso de los acontecimientos actuales y futuros; como si la política ahora fuese un estadio vacío donde sólo juegan el poder de las corporaciones transnacionales, la geopolítica tradicional y el Estado (que gestiona la biopolítica, el estado de excepción, la sociedad de control o incluso para algunos, un nuevo y ‘posible’ welfare state).

Visto así, ese es un mundo muerto. Un mundo de comandos, de tránsitos lineales, sin agonismo popular, sin sustancia y de dominio espectral irremediable. Un mundo desde el cual nos negamos a pensar, buscando en cambio resaltar las múltiples rutas que trazan las resistencias de las fuerzas vivas, las pulsiones de vida de los de abajo: alimento y horizonte, salud y comunidad, oxígeno y dignidad. Vida, tanto desde su perspectiva productiva y reproductiva cotidiana, hasta en su sentido ontológico y filosófico.

Estas rutas de escape/reproducción/emancipación se encuentran hoy obstaculizadas, militarizadas, contagiadas. Pero hay que derribar la clausura de posibilidades que propone el ‘mundo muerto’, y señalar al menos tres expresiones cruciales de la política –o la otra bio-política– de estas fuerzas vivas: la primera, que lo que emergió y rugió desde los pueblos en 2019 sigue hoy latiendo, sigue hoy respirando. Y sobre todo, que el problema de fondo, lo que ha originado las protestas, sigue sin resolverse. Hay por tanto, no sólo una materialidad sino también una ontología de la revuelta.

La segunda, que durante el tiempo de la cuarentena y la crisis de la pandemia de Covid-19, también se han desarrollado procesos que han sido poco visibilizados y difundidos –para algunos ‘invisibles’– y que han consistido en la construcción de soluciones desde los de abajo para los de abajo, así como un énfasis del trabajo hacia adentro por parte de comunidades, organizaciones y movimientos sociales en los territorios, orientándose hacia el fortalecimiento de la autonomía y la autogestión.

Vale resaltar experiencias de redes de alimentación solidaria entre territorios, como la ‘Minga de la Comida’, propuesta por el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), que llevan alimentos para el intercambio y así ayudar a aliviar la situación de las familias vulnerables de Popayán y de comuneros indígenas que no han podido regresar a sus territorios; otras de estas redes se producen no sólo en algunas partes de Colombia, sino en regiones de otros países, como ocurre en Ecuador, y en Bolivia, siendo principalmente alimentos recolectados del campo que se aportan para familias pobres en las ciudades. Sistemas de trueque urbano y campesino de diverso tipo se han también establecido para enfrentar los efectos socio-económicos de la pandemia, como en el caso de Cochabamba en Bolivia o en varias regiones de México. En Brasil, organizaciones sociales como el Frente Brasil Popular y el Frente Pueblo Sin Miedo (que agrupan a cientos de organizaciones brasileñas) crearon una plataforma no sólo de solidaridad alimentaria, sino también para apoyar con artículos de limpieza y un fondo de emergencia para trabajadores informales. Cabe también señalar las experiencias de las ‘ollas comunitarias’ en Chile –como la de la comuna popular de Puente Alto, en Santiago, que asiste a 5.000 habitantes–, en Cali (Colombia), en varios municipios de Guatemala o en Buenos Aires, lugares del conurbano y otros puntos del interior de Argentina; o las de las Asambleas territoriales en Valparaíso (Chile), desde las cuales se han impulsado cosas como campañas de desinfección colectiva de espacios públicos, fondos solidarios, cuadrillas de seguridad alimentaria o la elaboración de manuales de pan. Aunque en primera instancia estas experiencias descritas no se orientan a confrontar a los poderes constituidos, tienen una importancia constitutiva para los procesos de fortalecimiento de las iniciativas populares y territoriales, y sobre todo, marcan claramente la ruta de una respuesta social ante la pandemia.

La tercera expresión contiene las posibilidades de horizonte y expansión de estas fuerzas, y se resume en la siguiente disyuntiva vital: es cierto que la pandemia tiene un poderoso efecto paralizante, pero en realidad todo esto es mucho más paradójico. Mientras busca confinar, desmoviliza y genera miedos, al mismo tiempo potencia escenarios de movilización, al profundizar drásticamente todas las contradicciones y causas que habían generado las protestas y descontentos. Más precariedad, más desigualdad, más estado de excepción. Esta contradicción fundamental es un muy claro ejemplo de lo que es este tiempo paradójico de colapso/oportunidades que vivimos en la actualidad.

Algunos, entre derechas e incluso izquierdas, ven con malos ojos los llamados a la movilización. Es verdad que la pandemia ha generado enfermedad, sufrimiento y muerte en los sectores populares, con la muy dolorosa pérdida incluso de referentes y líderes sociales como Ramona Medina (de la Villa 31 en Buenos Aires) o el cacique Messías Kokama, uno de los principales líderes de la Amazonía brasileña. Pero lo que resulta más dramático es precisamente que la pandemia de COVID19 no tiene el monopolio de la muerte, ni de la infección, ni de la precarización. Que esta pandemia es en realidad el síntoma de una constelación de males y enfermedades que aquejan y acechan a la mayoría de la población, para la cual la lucha es una cuestión cotidiana y fundamental para la sobrevivencia, para la reproducción de la vida. Y especialmente por eso, la pandemia vulnera más cuando se conjuga con esos otros males sociales, como la pobreza, la desnutrición, la falta de agua o el racismo. Que esto que muchos han llamado la ‘normalidad’ que existía previamente, en realidad era una pesadilla para millones de personas en la región, y principalmente en todo el Sur Global.


Por eso la cuarentena en América Latina para una parte de la población, desde sus inicios sencillamente no se podía cumplir (y aún no se puede), o bien no se podía sostener por mucho tiempo, sobre todo para quienes se buscan la vida en el día a día. Por eso se fueron evidenciando múltiples micro-protestas territoriales, a medida que se ampliaba la precariedad (morir de Covid o morir de hambre). Por eso en las últimas semanas, el escenario de movilizaciones retoma vuelo, como ha ocurrido en Ecuador, Bolivia, Chile, Colombia, Venezuela, o en Córdoba (Argentina) –lo que ciertamente ocurre mientras otras tantas se producen por parte de sectores conservadores y de extrema derecha en nombre de las libertades económicas–, mientras se reavivan las protestas de Irak, Líbano, Hong Kong, India, entre otras.

La ecuación es muy complicada y nos encontramos ante un proceso de reorganización del sistema tal y como lo conocemos. Pero esta re-organización no ocurre ni ocurrirá de manera unilateral, estable, lineal e irresistible por los designios del gran capital y los Estados potencia. Esta nueva coyuntura se produce al interior de un sistema global que es en realidad más frágil que nunca, mucho más vulnerable y mucho más inviable. Lo que está en crisis es todo un orden histórico civilizatorio y esto nos ha traído a un tiempo límite, de umbrales ecológicos, económicos, energéticos; a un tiempo de eventos extremos donde la turbulencia es la normalidad. Así que nada está garantizado, nadie puede ya garantizar el control de la situación. Todo, absolutamente todo, está en disputa y el muy diverso campo popular juega, y es onda de choque en esta crisis.

En el corto plazo, por un lado, ante la agudización de las contradicciones y factores causales del descontento, podríamos presenciar una nueva ola de protestas en la región encabezada por la revuelta de los precarizados, provocada por el mundo extremo que va dejando la pandemia. Eso podría abrirnos a una nueva correlación de fuerzas que eventualmente podría allanar caminos a nuevas posibilidades y alternativas populares.
Por otro lado, en el devenir y transitar de esta crisis, las particulares condiciones que se desarrollan abren un campo de redefinición de lo común, de la autogestión, de lo público, de la gobernanza, que tendría importantes repercusiones. Estamos al interior de ese proceso.

Sentidos y dilemas de la revuelta, el antagonismo y lo común

 

Tenemos hoy muchísimas más preguntas que respuestas. ¿Cómo reproducir una vida digna, cómo transitar una vía alternativa, ante tal nivel de insalubridad global, ante tal nivel de precariedad de las condiciones de vida en el planeta, de las democracias, ante los sistemáticos bloqueos de alternativas? En este mundo en emergencia, de tiempos ajustados, parece que tendremos que ir caminando y resolviendo estas preguntas sobre la marcha. Pero, además de resolver las cuestiones básicas de la reproducción de la vida, seguiremos necesitando comprender y dotar de sentido la existencia, la revuelta, la re-existencia; la transformación socio-ecológica; nuestra forma de ser y estar en la Tierra. No parece bastar el antagonismo puro, mucho menos hoy cuando extremas derechas protestan, ocupan calles, se rebelan, se presentan como ‘anti-sistemas’ y piden un ‘cambio’; o bien cuando el crimen organizado o el narcotráfico insurgen, desafían a los poderes formales o crean violentas economías que logran incluir a parte de los sectores sociales más vulnerados, ganando adeptos entre ellos.

De manera que, el propio antagonismo, la forma y los significados que pueda tener, está en disputa. Es en este sentido que resaltamos el valor del proyecto y horizonte de lo común. Sobre todo en la medida en la que el antagonismo se enraíza en la acción colectiva, en el re-encuentro de los iguales y las diversidades, en la re-articulación integral de nuestros modos de ser y estar con las tramas de la vida, lo cual es fundamental ante un mundo que sufre los terribles efectos de la fragmentación. Lo común hoy, es una posición crítica ante la crisis, ante la posible nueva ola de privatización y mercantilización corporativa; ante el avance de las extremas derechas y sus posturas radicalmente anti-Vida; ante la idea de que el humano es un ‘virus’ depredador y no en cambio esta cultura moderno/occidental colonizante; ante la lógica del ‘sálvese quien pueda’ y la competencia feroz; ante la marginación económica e institucional del mundo de los cuidados; pero también, ante los nuevos Leviatanes de la emergencia o los posibles avances de un nuevo estadocentrismo ‘social’ que recanalice el potente descontento popular hacia una nueva ilusión de cambio desde arriba.

Sin embargo, esta idea de lo común como proyecto y horizonte no se presenta sólo como un lugar filosófico desde donde pensar ese antagonismo, sino tal vez principalmente como un modo de hacer: es una política productiva porque pone en el centro y punto de origen la transformación y la re-existencia en el aquí y en el ahora; no se sienta a esperar mediaciones, sino que territorializa ese otro mundo que imagina. Esto tiene un valor tremendo precisamente porque, en un mundo caótico y muy incierto, de grandes perturbaciones, es la comunidad el principio de orden. Comunizar es hoy un factor vital, pues se trata de tejer y re-tejer la comunidad, desgarrada por décadas de neoliberalismo y violencia neocolonial; es repotenciar la noción de interdependencia a partir de una política común del cuidado (y más en estos tiempos de insalubridad global y capitalismo enfermo); es por tanto, generar resiliencia y sumar en la correlación de fuerzas; es reconocernos en un nosotros-común entre iguales, que es esencialmente diverso (no un común homogéneo), y recomponer nuestra relación simbiótica con la naturaleza (el común con la trama de la vida ecológica), trascendiendo el antropocentrismo y dando cuenta que el planeta Tierra es en realidad la casa común.

Pero ante este sentido del antagonismo y del re-existir, la gran pregunta que ha surgido es cómo se reproduce ese común ante dinámicas de distanciamiento social, o bien en contextos de caos, conflicto armado o eventos ambientales extremos. Es la gran pregunta sobre lo común en el antropoceno. Algunos parecen haber declarado la muerte de lo común ante los escenarios actuales. Pero esta idea/clausura es muy limitada, por varias razones: primero, plantea una visión normativa y rígida que, ante ciertas condiciones, parece proponer que lo común está o no está, sin reconocer que más bien este se encuentra en permanente producción, adaptación, reformulación y flujo. No se trata pues de una forma pura a la cual se llega, sino, como hemos mencionado, es básicamente un referente, un lugar para pensarnos y sobre todo un modo político de hacer (que ciertamente también podría institucionalizarse). Lo segundo, hay numerosos ejemplos de cómo, en contextos adversos, lo común ha podido persistir, como ha ocurrido en comunidades que resisten en conflictos armados (teniendo como casos emblemáticos las experiencias kurdas y varias del sur de México) e incluso se reajustan para fortalecerse a partir de ellos. Lo tercero, en relación con lo segundo, nos señala que justamente en períodos de profunda crisis, lo común es un componente fundamental para allanar el camino para lograr salidas y alternativas, trazando un horizonte de restitución, autocuidado, sanación y recomposición vital; y cuarto y último, se trata también de reconocernos en las dinámicas propias de la trama de la vida y los ecosistemas, que son eminentemente cooperativas y simbióticas, es decir, que lo común nos constituye como parte de este tejido de vida en la Tierra.

La otra gran pregunta que surge tiene que ver con los alcances y límites de las iniciativas sociales, desde abajo, ante enormes desafíos como las pandemias de la globalización neoliberal o los grandes eventos ambientales del antropoceno. ¿Cómo nos sanamos ante un virus como este y una pandemia que en buena parte sale de nuestras manos, ante lo cual  pareciese que las grandes tecnologías y las instituciones estatales y privadas están mejor provistas para enfrentarlo? ¿Cómo se enfrentan grandes inundaciones, o algo de las dimensiones del cambio climático, desde los pueblos, sin que esto suponga una dramática y extraordinaria exposición social a tales peligros? Estas fundamentales preguntas nos remiten ineludiblemente a una discusión sobre la relación con el Estado y con lo público que, por su densidad, no podemos abarcar aquí. Pero sí quisiéramos plantear una idea: la protesta, organización y movilización social como una proyección del campo popular en la política global. Esto implica no ver única y necesariamente la contraposición pura y compartimentalizada de lo común, el Estado y lo privado (estos asuntos no pueden ser abordados en blanco y negro), sino también las relaciones conflictivas y ‘transfronterizas’ entre estos ámbitos, que en la medida en que la protesta y organización popular ganan terreno, posibilitan la transformación de la política en ámbitos más amplios que lo local.

Sobre esta idea de lo común como una política multi-escalar, de la proyección del campo popular en la política global, nos parece vital resaltar tres aspectos: primero, hay que recordar que las protestas populares que han llenado las calles latinoamericanas han demandado en muy buena medida justicia social y ambiental, soluciones a la crisis y políticas de protección y asistencia del Estado, ante el muy alto nivel de desamparo, sobre todo de los sectores más vulnerables de la sociedad. Segundo, la idea de la centralidad de lo común, de su política situada como punto de origen, no es excluyente con la disputa política hacia otras escalas. Eso implica, por un lado, que su avance suma a una correlación de fuerzas más favorable para los pueblos, lo que a su vez crea un marco menos adverso para su accionar; por otro lado, la calle y la comunicación son una de las principales arenas donde se canaliza la disputa por lo público y en ellas es fundamental la lucha por demandas hoy centrales, como la condonación de la deuda externa a los países del Sur Global, la salud como derecho universal y la instauración de la renta básica. Toda posibilidad de creación de lo que podríamos llamar barreras de derecho ha provenido y provendrá fundamentalmente de las luchas desde abajo. Se trata de obligar al Estado a mantener y respetar esos derechos. Tercero, y no menos importante, que ante la situación de emergencia ambiental y climática, económica, social, y en general todo lo que supone esta crisis civilizatoria, se requiere de transformaciones tan vastas y aceleradas, que va a ser necesario que profundos cambios se realicen en todas las escalas globales, y en todas ellas el ámbito social y el campo popular necesitarán incidir.

No hay pizca de simplicidad en estos asuntos y, como ya hemos dicho, el tiempo de pandemia y reestructuración sistémica nos podría también abrir a nuevos tiempos de “Estadolatría” (Gramsci), bio-paternalismo y euforia estatal que legitimen que dicha reestructuración favorezca en el fondo mayores formas de explotación, expolio y despojo, y que las dinámicas suicidas que nos llevaron a esta situación crítica actual no sean afectadas. De ahí que es crucial poder respondernos a la pregunta, ¿cómo abordar una política no-estadocéntrica en estos tiempos? ¿Cómo lo común puede reproducir una política desde las autonomías en semejantes circunstancias?

El tan mentado frenazo de emergencia a la locomotora benjaminiana ha ocurrido. El futuro es hoy y la posibilidad de un giro radical de todo el orden civilizatorio se ha abierto. Algunos se organizan para una “nueva normalidad”. ¿Cuál es su posición ante el curso de lo que acontece?

Somos posibilidad en la asunción de nuestro derecho a existir, en la potencia de nuestra pulsión de re-existir; somos raicillas en las grietas de un sistema senil y decadente. Estamos vivas y vivos.
Caracas, mayo 2020
*Emiliano Teran Mantovani es sociólogo venezolano y ecologista político, miembro del Observatorio de Ecología Político de Venezuela


Iván Noble estuvo como crítico invitado en "Sobredosis de Tv" y opinó sobre la marcha anticuarentena y los políticos que promueven esa medida.
"Seguramente ahí hay gente desesperada y gente angustiada, no me gusta ser sommerlier de las angustias ajenas en esta circunstancia que es espantosa, hay gente que de verdad debe estar pasandola pésimo con privaciones, con desesperación de todo tipo, después hay un lumpenaje psiquiátrico clarísimo, casi capusottiano", manifestó al músico.

"El problema son los tipos que a caballo de esa desesperación hacen lo de siempre, unos sabandijas, que además de no tener ningún tipo de autoridad sanitaria, lo único que están haciendo es expresar su ardiente AntiPeronismo, que eso es histórico, si Alberto hubiese decretado el fin de la cuarentena estarían exactamente diciendo que habría que volver a la cuarentena...en este país siempre estuvieron y fueron muy gritones, y siempre tuvieron mucha camára, en un punto hace 60 años bombardeaban la Plaza de Mayo, ahora firman solicitadas, no deja de ser un avance cívico", comentó Noble con ironía.


"Evitar contagios y muertes sigue estando en nuestras manos"


Un grupo intelectuales dió a conocer una carta en apoyo a la medidas de aislamiento. Señalan en ella que "convivir con COVID-19 en Argentina será un proceso largo que requerirá de esfuerzos permanentes por parte de todas y todos, y de la aplicación de estrategias inteligentes y cambiantes. Esto es opuesto al mensaje equivocadamente pregonado de ‘sentarse a esperar que pase el pico’, como si fuese un fenómeno climático ante el cual nada puede hacerse, un discurso simplista que no se hace cargo del problema y que sólo puede tener consecuencias graves e irreparables." El texto replica otra carta difundida días atrás , que criticó la cuarentena dispuesta por el gobierno nacional, calificándola de “infectadura”



El documento está firmado por Jorge Aliaga, Adrián Paenza, Alberto Kornblihtt, Valeria Levi e Irina Izaguirre, entre otros reconocidos investigadores, que remarcaron la importancia de que haya “responsabilidad política, civil y periodística” en las respuestas ante la pandemia.

Debemos entender que la cuarentena es una medida excepcional, y no habiendo vacunas ni tratamientos farmacológicos efectivos para covid19, se vuelve una herramienta clave cuando la situación así lo requiere. Consideramos que no es el momento de relajar el aislamiento en el AMBA y el Gran Resistencia, donde los casos, lejos de estar controlados, están en crecimiento. No hablamos de números , sino de miles de vidas que se perderían, pero que estamos a tiempo de salvar”, señala la carta, que reunía en la noche del domingo cerca de 11 mil adhesiones.

La carta completa

"Un esfuerzo adicional para salvar vidas"

La declaración temprana del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO) en Argentina logró resultados positivos: no solo permitió multiplicar la capacidad de atención del sistema de salud y avanzar en la provisión de los tests necesarios para el diagnóstico de COVID-19, sino que además, redujo los casos diarios a prácticamente cero en 21 de las 24 divisiones territoriales del país, logrando que un altísimo porcentaje de nuestro territorio nacional hoy esté iniciando una reactivación administrada de actividades.

En comparación con los demás países latinoamericanos con grandes metrópolis, Argentina es el que obtuvo mejores resultados en el control de la pandemia de COVID-19. Como lo muestran las estadísticas de todo el mundo, disminuir la movilidad de la población funciona.


No debería llamar la atención, entonces, que el aumento de la movilidad que se viene observando en el área metropolitana de Buenos Aires (AMBA) desde mediados de abril haya tenido un efecto drástico en el aumento de casos en las últimas semanas. Son objeto de particular preocupación algunos barrios de CABA, del centro y el sur de la Ciudad, con tiempos de duplicación inferiores a los 6 días. Estos datos indican que, si no logramos disminuir la velocidad de contagio de manera urgente, es inminente la saturación de las camas de terapia intensiva (es decir, que las/los profesionales de la salud se verían en la dramática situación de elegir quiénes recibirán la atención necesaria y quiénes no). El primer impactado sería el sistema de salud de CABA. Se trata de una saturación inminente porque, con una duplicación de casos menor a 15 días, esto ocurriría antes de fines de julio.


Prolongar una cuarentena solo parcialmente efectiva en el AMBA conduce a que una parte de la sociedad dude de su utilidad y reclame su fin. Sin embargo, la cuarentena es una medida excepcional que, no habiendo vacunas ni tratamientos efectivos para covid19, se vuelve una herramienta clave cuando la situación así lo requiere. Todos los países del hemisferio norte que cuentan los muertos por miles hicieron uso de ella, algunos de ellos tarde, para lograr una disminución drástica y veloz del contagio. Los países que se negaron a utilizar esta herramienta cuando era aconsejable, como Brasil, hoy viven una realidad dramática y las muertes parecen no tener fin. Por otro lado, todos los países del mundo que están flexibilizando sus cuarentenas lo hacen en una situación donde la transmisión del virus está bajo control y los casos en franca disminución. Asimismo, corren el riesgo de sufrir segundas olas de contagios debido a que en la mayoría de los países la población infectada es del 5-10% del total. En este momento Irán e Irak están con segundas olas de contagio peores que la primera, y hubo un brote también en Corea del Sur. Por todo esto consideramos que no es el momento de relajar el aislamiento en el AMBA y el Gran Resistencia, donde los casos, lejos de estar controlados, están en crecimiento. No hablamos de números, sino de miles de vidas que se perderían, pero que estamos a tiempo de salvar.

Pensamos que hoy, más que nunca, es necesario maximizar la efectividad de la cuarentena en el AMBA y el Gran Resistencia. Si esta cuarentena se respeta y resulta efectiva, los casos activos circulantes serán inferiores a los actuales, el rastreo de contactos será más simple y el riesgo de colapso del sistema de salud, casi nulo. En esas condiciones, será razonable comenzar la flexibilización de las medidas. Para que la nueva etapa de la cuarentena sea efectiva, es necesario que se conjuguen tres responsabilidades: política, civil y periodística.

Responsabilidad política. Es preciso fortalecer de manera urgente los sistemas de monitoreo, la vigilancia activa de casos y multiplicar los esfuerzos de rastreo de contactos estrechos en los focos ya identificados en AMBA y el Gran Resistencia. Las provincias que mayor esfuerzo pusieron en el rastreo de contactos hoy tienen la situación controlada. Solo así podremos cortar las cadenas de contagio del virus. A su vez, es de vital importancia garantizar a los infectados la posibilidad de aislarse con las necesidades básicas cubiertas. Se deben diseñar estrategias específicas, estrictas y segmentadas para distintos sectores de la economía y para los trabajadores esenciales. El impacto de la propagación viral se vio intensificado en los barrios populares, pero no se halla confinado a los mismos sino que hay circulación en todo el AMBA. Es de vital importancia un accionar unificado de todos los distritos del país, puesto que el virus no reconoce ni respeta límites políticos ni geográficos.

Responsabilidad civil. Todos debemos hacernos cargo de que somos potenciales portadores y propagadores del virus, aun cuando no tengamos signos ni síntomas, y comportarnos como tales, sin salir de nuestras viviendas excepto en casos absolutamente necesarios, extremando el lavado de manos, distanciamiento social, utilización de barbijo para cubrir la nariz, boca y mentón, y respetando a rajatabla las recomendaciones del Ministerio de Salud de la Nación. Vimos en varias jurisdicciones en los últimos días cómo una sola conducta irresponsable puede conducir a que se tengan que retrotraer las medidas de apertura.

Responsabilidad periodística. Resulta indispensable que los medios de comunicación asuman su rol entendiendo que, aun con sus imperfecciones y efectos colaterales negativos, la cuarentena continúa siendo la mejor herramienta que tenemos para controlar la propagación del virus y evitar miles de muertes. Cuanto mejor se explique desde los medios masivos que si se respeta el aislamiento necesitaremos menos tiempo de cuarentena, más posibilidades de éxito tendremos.

Convivir con COVID-19 en Argentina será un proceso largo que requerirá de esfuerzos permanentes por parte de todas y todos, y de la aplicación de estrategias inteligentes y cambiantes. Esto es contrario a “sentarse a esperar que pase el pico”, como si fuese un fenómeno estacional ante el cual nada puede hacerse, un discurso que puede tener consecuencias graves e irreparables.

El pico se habrá producido cuando, a través de acciones coordinadas, logremos comenzar a bajar el número de nuevos casos. Como decíamos al principio, 21 de nuestros 24 distritos ya están cerca de “aplastar” la curva de contagios.

Si actuamos en conjunto con una fuerte responsabilidad política, civil y periodística podemos lograrlo en todo el país, es cuestión de no bajar los brazos y actuar con decisión y urgencia. Evitar contagios y muertes sigue estando en nuestras manos.


El tiempo para desacelerar la propagación de la COVID-19 se está acortando en las Américas, los países deben actuar ahora /


Comunicado de prensa
Así lo afirmó la Directora de la OPS, quien llamó a tomar medidas urgentes para garantizar el espacio hospitalario, las camas, el personal de salud y el equipo médico necesarios para hacer frente a la posible afluencia de personas con la enfermedad.


Con muchos países de las Américas que reportan ahora transmisión comunitaria de la COVID-19, todavía hay un corto período de tiempo para desacelerar la propagación del virus, reducir el impacto en los sistemas de salud y salvar vidas, afirmó hoy la directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Carissa F. Etienne, durante una conferencia de prensa.


Al 31 de marzo de 2020, tres meses después de que se informara el primer caso de la COVID-19 en China, se reportaron 188.949 casos confirmados en las Américas y 3.561 personas perdieron la vida.


Como se ha visto en otras regiones del mundo, se espera que los casos aumenten. "Los países de la Región deben tomar medidas urgentes para preparar los hospitales y centros de salud para lo que viene: una afluencia de pacientes con la COVID-19 que necesitarán espacio hospitalario, camas, profesionales de salud y equipos médicos. Este virus no ha sido ni será detenido por las fronteras trazadas en los mapas”, dijo la doctora Etienne.



La Directora de la OPS destacó que los países también deben proteger a su personal de salud como nunca antes. Esto incluye capacitación sobre cómo evitar las infecciones y acceso a suministros adecuados y equipos de protección personal. "Es nuestro deber protegerlos y cuidarlos, ya que estarán en la primera línea de esta batalla", manifestó.


También es vital que los países decidan qué medidas de distanciamiento deben ponerse en marcha, cómo y por cuánto tiempo. Esta es la única forma de evitar que los hospitales se vean abrumados por un número demasiado grande de personas enfermas en un período muy corto. Sobre la base de la experiencia de países en otras regiones, la doctora Etienne señaló que "parece razonable planificar estas medidas para que duren dos o tres meses al menos".


"Sin evidencia sólida sobre los tratamientos efectivos y sin vacunas disponibles, el distanciamiento social y otras medidas preventivas enérgicas siguen siendo nuestra mejor apuesta para prevenir las consecuencias más graves de la pandemia de COVID-19 en nuestra Región", consideró. "Este momento exige que haya un liderazgo audaz y compasivo".


No será fácil, y sabemos que le estaremos pidiendo a las personas que se adapten a una situación extraordinaria que está teniendo un impacto en todos los aspectos de su vida. Pero permítanme remarcar que esta pandemia es grave y necesitamos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para mitigar el impacto de la COVID-19 en nuestra población”, remarcó la doctora Etienne.


La Directora de la OPS enfatizó que la solidaridad de la región y la necesidad de los países de trabajar juntos: compartir recursos y experiencias, y tomar decisiones conjuntas que aceleren el acceso a los servicios de salud, promuevan la investigación y la innovación. También subrayó que la OPS seguirá facilitando el intercambio entre países y trabajará intensamente con los Estados Miembros, particularmente aquellos con los sistemas de salud más débiles, para fortalecer la vigilancia y la detección temprana de casos y garantizar la preparación de los servicios de salud.


La solidaridad en nuestra Región nunca ha tenido un significado más profundo que el de hoy. La única forma de salir de esta situación será si todos hacen su parte, a la vez que apoyan a los demás", reflexionó la doctora Etienne.
Washington, DC, 31 de marzo de 2020 (OPS)


Hay que entender las razones de todos, pero atender las razones de quienes mas padecen y cuyas vidas peligran por la acción de otros.
Razonar: Verbo intransitivo … Establecer relación entre ideas o conceptos distintos para obtener conclusiones o formar un juicio.
verbo transitivo … Justificar una respuesta, opinión, hecho, etc., mediante razones o argumentos.

Razón tenemos todos en tanto capacidad de ejercer la posibilidad de producir razonamientos, de ejercer el acto de razonar.

En sentido amplio, se entiende por razonamiento a la facultad que permite resolver problemas, extraer conclusiones y aprender de manera consciente de los hechos, estableciendo conexiones causales y lógicas necesarias entre ellos.

Pese a que es, esa posibilidad de la conciencia de razonar, la que mejor obtiene resultados en su intento por entender y comprender la realidad y actuar sobre esta para mejorar problemas y minimizar conflictos en las comunidades humanas, es su negación la que impera y la que domina el juego de las decisiones individuales y sociales.


El peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor.”
Jorge Riechmann y Adrián Almazán
Pese a que se hable hasta el cansancio de “democracia” (palabra manoseada que da para todo: para invadir países, asesinar impunemente, torturar, mentir, manipular), lo que menos hacen “los pueblos” es justamente eso: decidir su futuro, gobernarse. El mundo moderno, el capitalismo surgido en Europa desde el Renacimiento en adelante que hoy día se globalizó aplastando otras opciones, tiene en la “democracia” y en la “libertad” sus íconos por antonomasia. Íconos, sin embargo, que no pasan de una deslucida opacidad muy engañosa.
Lo que hacemos, pensamos, consumimos, cómo nos divertimos, nuestra forma de relacionarnos con el mundo, en otros términos: nuestra vida en general, cada vez más está digitada por poderes que nos sobrepasan en manera inconmensurable. Inmediatamente hay que hacer una imprescindible y capital aclaración: decir esto no es ninguna conducta paranoica, una delirante visión de conspiraciones que obran en nuestra contra.
La paranoia, llamada por Freud “demencia paranoide” a inicios del siglo XX, hoy día preferiblemente conocida, según los manuales de psicopatología al uso, como “Trastorno de ideas delirantes”, es un “Grupo de trastornos caracterizado por la aparición de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes, y que incluso pueden durar hasta el final de la vida del individuo. El contenido del tema o conjunto de ideas delirantes es muy variable. A menudo es de persecución, hipocondríaco o de grandeza, pero también puede referirse a temas de litigio o de celos o poner de manifiesto la convicción de que una parte del propio cuerpo está deformada o de que otros piensan que se despide mal olor o que se es homosexual.


El delirio paranoico existe, sin lugar a dudas; de hecho, en muchos casos esa “desconfianza” patológica (las celotipias extremas, por ejemplo) puede llevar al asesinato. El otro, el “perseguidor”, es vivido como enemigo: antes que me agreda, lo aniquilo. Lamentablemente, dada la precariedad del abordaje de los “problemas mentales” que se sigue padeciendo (el Psicoanálisis aún es resistido y prima la Psiquiatría manicomial), los “enfermos paranoicos” suelen terminar en el loquero (donde, por supuesto, nadie se cura).


El mundo, sin dudas, está atravesado por una serie de ideas de talante paranoico, muchas veces tomadas con cierta seriedad o, al menos, presentadas con un grado de credibilidad, pero absurdas e insostenibles, en definitiva: “los judíos o ciertas sectas esotéricas (Illuminati, masones, etc.) manejan el mundo”, “los extraterrestres están entre nosotros”, “las vacunas son un experimento en masa que provocan autismo”, “la actual enfermedad COVID-19 se activa por las emisiones de ondas 5G”, “la aparición de un comenta anuncia el fin de nuestro planeta”, “las pirámides de Egipto fueron construidas por alienígenas”, y un largo etcétera.


Por supuesto que la dinámica de las sociedades no puede explicarse por estas elucubraciones, sin base ni sustento científico. El delirio, definitivamente, está entre nosotros, a veces medianamente tolerado, lo cual evidencia que la “normalidad” es siempre una pregunta abierta, una cuestión de grado. Es decir: no hay una normalidad definitiva, dada de una vez, única e inamovible (Adolf Hitler era un loco que creía en la eugenesia, aunque no debe olvidarse que el pueblo alemán masivamente lo siguió). Pero ni la historia de la humanidad ni el mundo actual no se mueven por ideas delirantes, por fuerzas sobrenaturales ni mensajes apocalípticos de seres extraordinarios: son las relaciones sociales, concretas y materiales, que establecemos los seres humanos para asegurar nuestra existencia (individual y colectiva) las que explican la arquitectura general de las cosas. De ahí que el materialismo histórico, por ejemplo, y su concepto de lucha de clases da mucho más en el blanco para entender las sociedades y sus conflictos, que la apelación a poderes malignos o conjuras de grupos ocultos en las sombras. Dicho de otro modo: una clase social, detentadora de los medios de producción (tierra, maquinaria, dinero) explota la fuerza de trabajo de una mayoría, la otra clase social, la clase trabajadora, con lo que se genera una riqueza que queda mayoritariamente en la clase explotadora.
Ahora bien: esa clase beneficiada, que asienta su riqueza y poderío en el trabajo de enormes mayorías a las que sojuzga, hace lo imposible para mantener sus privilegios. Para ello, apela a los mecanismos más sórdidos, más perversos, más sanguinarios llegado el caso. Como sin miramientos lo dijo uno de los más connotados intelectuales orgánicos de esa clase dominante, el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, miembro de connotados tanques de pensamiento de Estados Unidos y catedrático en la Universidad Johns Hopkins: “La sociedad será dominada por una elite de personas libres de valores tradicionales que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta. (…) Esta elite buscará todos los medios para lograr sus fines políticos tales como las nuevas técnicas para influenciar el comportamiento de las masas, así como para lograr el control y la sumisión de la sociedad”.


Pensar, entonces, que hay grandes, inconmensurables grupos de poder que le dan forma al mundo en que vivimos, que nos obligan a seguir siendo esclavos (asalariados), mundo “en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”, como agudamente dijera Aldous Huxley, no es ningún delirio paranoico. Es la constatación de una cruda y descarnada realidad: hacemos, pensamos y actuamos según lo que poderes determinados nos dicen. No importa si esos grupos son judíos, católicos, musulmanes, ateos, hombres, mujeres, bisexuales, amantes del samba brasileño o la salsa colombiana: son grupos de poder que tienen en sus manos monumentales decisiones. Eso ¿es paranoico?


II


Para ejemplificar lo anterior, dos rápidos ejemplos. 1) En Guatemala, Centroamérica, pequeño país “bananero” con una gran riqueza acumulada (onceava economía latinoamericana) injustamente distribuida (grandes familias que viven como magnates de Wall Street con una inmensa población precarizada -el salario mínimo cubre apenas un tercio de la canasta básica-), la corrupción es una constante histórica. Corrupción e impunidad son parte absolutamente normalizada del paisaje social. Pero en ese escenario sociopolítico y cultural surgió hacia el 2015 una fabulosa “cruzada contra la corrupción”. Eso resultó altamente llamativo, por cuanto Guatemala se caracteriza -como todos los países de Latinoamérica- por una inveterada cultura de corrupción que alcanza todos los niveles. Para ese entonces, llamativamente todos los medios de comunicación comerciales (de derecha, conservadores, grandes empresas privadas lucrativas al fin, corruptas en muchos casos) pusieron en la agenda pública como tema totalmente dominante la lucha contra la corrupción. Por unos meses no se hablaba de otra cosa: la corrupción pasó a ser la peor plaga bíblica sufrida, causa última de todos los males del país. Queda claro ahora que eso fue un muy sofisticado mecanismo geoestratégico de Washington, probado en estas tierras para luego iniciar su trabajo de reversión (roll-back) de gobiernos que no le eran muy afines (el Partido de los Trabajadores, PT , en Brasil, Cristina Fernández en Argentina). Esa desatada “lucha monumental contra la corrupción” (se llegó a decir que “Guatemala daba un ejemplo al mundo”) trajo como consecuencia una relativa movilización de la sociedad, terminando en una crisis política que finalizó mandando a la cárcel al por entonces binomio presidencial (Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti). Pero luego de esa bien manejada crisis (asegurando “gobernabilidad” con la llegada a la presidencia de un candidato idóneo para seguir el guión: Jimmy Morales, supuestamente no tachado de corrupto) la corrupción salió de escena. Años después corrupción e impunidad siguen marcando el pan nuestro de cada día, y no volvieron a aparecer en la agenda mediática. ¿Es paranoico pensar que hubo allí una bien montada operación de “psicología militar de masas”? ¿Por qué sería delirante? ¿Qué argumento científico de peso puede oponérsele? ¿Movilización popular espontánea? Nada lo indica, porque las clases oprimidas siguieron tan oprimidas como siempre.

2) Hasta hace unos años, las mujeres occidentales solían pintarse las uñas de las manos con los cinco dedos llevando el mismo color. De pronto, cuatro dedos empezaron a mostrar un color, y un quinto dedo -preferentemente el anular- otro. Se hizo moda, y una enorme cantidad de mujeres empezó a hacerlo así. Puede parecer superficial la pregunta, pero pretende no serlo, en absoluto: ¿quién marcó esa pauta? Seguramente no fueron los platos voladores, los masones ni los Illuminati. Sin dudas, alguien lo decidió (así como se deciden las modas). ¿Es paranoico, delirante, es apelar a teorías conspirativas considerar que alguien estableció una pauta de consumo determinado? ¿No es eso la moda acaso?


Estos dos ejemplos intentan poner en evidencia que las conductas de las masas, del grueso de la población, no son -en general- producto de una reflexión sopesada, de actitudes críticas. Esto no significa que las masas sean “tontas”, que la población sea felizmente una esclava silenciosa que “gracias al consumo y al entretenimiento, amaría su servidumbre”. Las masas a veces reaccionan, se enardecen, revolucionan lo existente, y el mundo cambia. Eso, y no otra cosa, es la lucha de clases. El mundo sigue cambiando (de la Edad de Piedra o la época de los faraones a la fecha hubo muchos cambios), pero justamente los grupos detentadores del poder hacen lo imposible para que las cosas no cambien. Y desde las sombras elucubran cómo mantener el estado de cosas. ¿O acaso es distinta la historia de la Humanidad?


¿Por qué ahora la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, según un paper secreto recién filtrado, está tan sumamente preocupada por la situación de la pandemia de COVID-19? No por la salud de la población, sino por la posibilidad real de estallidos sociales a que el hambre podría dar lugar.


Si algo se busca a toda costa, es la “gobernabilidad”, es decir: que nada cambie (que los privilegios de la clase dominante se mantengan). Un estallido social puede encender mechas que luego se vuelven inmanejables (por eso, por ejemplo, Mike Pompeo, Secretario de Estado de Estados Unidos, pudo decir refiriéndose a las protestas populares de Chile del año pasado: “América del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad solidaria del general Augusto Pinochet”). ¿Es acaso paranoico pensar que la recomendación de la Embajada de Estados Unidos en Santiago a las fuerzas armadas trasandinas se cumplió al pie de la letra? Cada explicación alternativa a los discursos oficiales (siempre mentirosos, manipuladores, que trastocan los hechos), cada explicación que contradice el “mundo feliz” que nos transmiten los medios masivos de comunicación, ¿es un delirio paranoico, es ver marcianos y conspiraciones? Pero… en Chile mucha gente perdió la vista por la represión de los carabineros. Alguien dio esa orden, ¿verdad? ¿Por qué Pompeo diría eso en una reunión en Washington? No parece muy delirante pensar que unos cuantos funcionarios en Estados Unidos deciden lo que debe pasar en Latinoamérica. ¿O hay que mandar al manicomio a quien denuncie algo así?


III


La marcha del mundo tiene una lógica. Lo que hacemos cada día, responde en muy buena medida a planes trazados. Y esos planes no los traza la mayoría en decisiones populares, en asambleas abiertas. ¡En absoluto! Eso que se nos presenta como democracia es la más artera mentira, manipulada muy eficientemente. Por supuesto que sí, hay formas auténticas de democracia de base, de poder popular donde se deciden las líneas por donde transitará una comunidad. Pero, a todas luces, esas son de momento expresiones muy embrionarias. Solo las experiencias socialistas las han permitido en parte, de ahí que el socialismo siga siendo la única esperanza real de un mundo más justo. Este mito de la democracia parlamentaria actual no es sino eso: mito, ficción, fantasía, burda manipulación.


El orden del mundo no lo decide el “ciudadano” votando cada cierto tiempo. Eso es patéticamente absurdo. Los presidentes -todos, de todos los países- son, en definitiva, empleados de los verdaderos tomadores de decisiones. ¿Quién establece el precio del petróleo, lo que un país debe producir, el inicio de las guerras, el entretenimiento para mantener “felices a los esclavos”? La gente, el ciudadano de a pie, la persona que está leyendo este mediocre opúsculo: ¡no! Eso se decide a puertas cerradas entre muy pocas personas en el mundo. En las sociedades de clase, siempre fue así: el rey y su séquito, el faraón, el sumo sacerdote, los mandarines, la gente que maneja el Fondo Monetario Internacional o los que se sientan en un lujoso pent house climatizado con enormes jacuzzis, esos a los que “la plebe” no puede acceder jamás, esos de quienes ni siquiera conocemos sus nombres, esos son los que deciden (¿quiénes son los dueños de la Exxon-Mobil, o de la Coca-Cola Company, o del JPMorgan Chase & Company?). ¿Cuándo cambiará eso? …, no lo sabemos ni lo estamos previendo. Lo que sí está por demás de claro, como dijo el francés Honoré de Balzac, que “todo poder es una conspiración permanente.” Las leyes, lo sabemos, no son justas ni equitativas, y no las deciden las mayorías: “La ley es lo que conviene al más fuerte”, expresó Trasímaco de Calcedonia en el siglo IV antes de nuestra era. “Las leyes están hechas para y por los dominadores, y conceden escasas prerrogativas a los dominados”, dijo Sigmund Freud en 1932.



¿Por qué ahora los Estados, a partir de las políticas neoliberales vigentes en estas últimas décadas, se adelgazaron terriblemente siendo reemplazados por la “beneficencia” de eso que se llama “cooperación internacional”, o sustituidos por grandes mecenas? ¿Una forma de precarizar cada vez más la vida de la clase trabajadora global, para someterla más y más? Los servicios básicos los debe brindar el Estado y no bienhechores magnánimos. Daniel Espinosa nos informa que “Los “Silicon Six”, como se conoce a Microsoft, Google, Apple, Facebook, Netflix y Amazon, son expertos en elusión tributaria, una realidad que han sabido ocultar tras su imagen de modernidad, de empresas “cool” (y muchos millones en donaciones “caritativas” a medios de comunicación). De acuerdo con una investigación reciente de Fair Tax Mark, esas seis compañías lograron ahorrarse cerca de 100 mil millones de dólares en impuestos entre 2010 y 2019”. ¿Qué mortal de a pie decidió acabar con los Estados nacionales y precarizar sus servicios básicos: salud, educación, infraestructura, seguridad? ¿Es una elucubración delirante pensar que esa desaparición del estado de bienestar se hizo para explotar más aún a los explotados de siempre?


¿Por qué sería un “trastorno de ideas delirantes” típico del Presidente Schreber (caso de psicosis teorizado por Freud a partir de la lectura de “Memorias de un neurópata”) pensar que grupitos minúsculos de poderosos magnates deciden lo que pasa en el mundo?


De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y de financieros mundiales”, pudo decir el recientemente fallecido David Rockefeller, nieto del legendario John Davison Rockefeller, en su momento la persona más acaudalada del mundo, fundador de la mítica dinastía de banqueros e industriales petroleros de Estados Unidos. “Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”, agregó en su momento, él, que  fuera uno de los más grandes conspiradores, arquitecto de la política mundial, factótum de importantes grupos “selectos” que deciden la marcha de la sociedad planetaria, donde no puede llegar “la chusma”, instancias por el Grupo Bilderberg, o la Comisión Trilateral (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), según su propio decir, “altas personalidades” que deciden lo que ha de suceder en la humanidad: “el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca”. ¿Es ver fantasmas pensar que todo eso existe? El 1% de la población mundial detenta el 50% de la riqueza mundial; y de ese mínimo porcentaje, solo el 0.01% es el que da las órdenes a los presidentes. Decir eso, ¿es ser paranoico?


No es ninguna novedad (¿o es un delirio paranoico, una voz alucinada?) constatar que infinidad de hechos políticos que suceden están pergeñados en oficinas de la más alta secretividad, sin que las poblaciones tengan la más remota idea: Pearl Harbor, el asesinato de John F. Kennedy para continuar con la guerra de Vietnam a la que él se oponía, la caída de las Torres Gemelas, las supuestas armas de destrucción masiva en Irak, el ataque a Nicaragua antes de que el sandinismo -cuando aún era revolucionario- “invadiera Texas”, el financiamiento de la Ford Motors Company al nazismo en sus inicios -para que invadiera y terminara con la Unión Soviética-, los experimentos sobre la sífilis hechas, sin conocimiento de las autoridades, con población guatemalteca en la década de 1950, armas bacteriológicas desconocidas por el público, los secretos revelados por la crisis de conciencia del ex espía estadounidense Edward Snowden, y la lista puede continuar interminable. El medicamento cubano Interferón alfa 2B recombinante sirvió para parar la epidemia en China, ¿por qué no se dijo una palabra de eso en el “mundo libre”? ¿Es ser un desubicado psicótico preguntarse el porqué de ese silencio? ¿Son todas elucubraciones paranoicas, afiebradas visiones conspirativas del mundo, delirios insanos para mandar al manicomio a quien exprese preguntas sobre todo esto?


IV


Hoy día cursamos una pandemia de un virus nuevo, desconocido en todo su potencial, el coronavirus.


La nueva neumonía por coronavirus no es tan grave como otras enfermedades contagiosas de clase A (peste y cólera) todavía. Sin embargo, debido a que es una enfermedad recién descubierta, con un riesgo relativo considerable para la salud pública, todos deben estar atentos y bien protegidos. Tomar las medidas de control de Clase A genera notificaciones y publicidad más rápidas; Esto facilita a los trabajadores de la salud en la prevención y el control de la enfermedad, así como al público en la adquisición de la información más reciente para una mejor respuesta a la epidemia”, puede leerse en el Manual de prevención del coronavirus puesto a circular por el gobierno de la República Popular China recientemente, al aparecer el brote en la ciudad de Wuhan.
Efectivamente, no es tan grave, pues según el grado de letalidad, tenemos que hay afecciones mucho más dañinas: Peste (Yersinia pestis): 100%, peste pulmonar: 100%, VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral: 100%, rabia: 100%, viruela hemorrágica: 95%, carbunco: 93%, ébola: 80%, viruela en embarazadas: 65%, MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio): 45%, fiebre amarilla: 35%, dengue hemorrágico: 26%, malaria: 20%, fiebre tifoidea: 18%, tuberculosis: 15%. El índice de letalidad de la COVID-19 está alrededor del 4% (puesto en entredicho, incluso, por estudiosos del tema, que estiman que es menor).


Como es un agente patógeno nuevo, no se sabe mucho acerca de él. Lo que sí ya se ha podido ver es que tiene un potencial de contagio muy alto, de ahí que las autoridades sanitarias recomendaron confinamientos. De todos modos, hay algo llamativo en esta cuarentena militarizada que vivimos. El mundo se detuvo prácticamente, cuando hay voces -tan autorizadas como quienes dicen lo contrario- que alientan sobre lo llamativo del pánico creado. El destacado inmunólogo colombiano Manuel Elkin, quien trabajara en una vacuna contra la malaria, llama la atención sobre “la desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a 250 millones de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al día”. Nos llama a reflexionar: “Paremos un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la enfermedad del coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una enfermedad a la que hay que ponerle cuidado, pero no para una histeria colectiva que no sirve para nada”.


Del mismo modo Johan Giesecke, destacado epidemiólogo consejero del gobierno sueco y miembro del Grupo Asesor Estratégico y Técnico para Riesgos Infecciosos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dijo que “Esta enfermedad se propaga como un incendio y lo que uno hace no cambia demasiado. Todos se van a contagiar, todo en el mundo al final”.


Lo curioso es que una enfermedad que no es especialmente letal (el 96% de infectados se recupera), que ataca mortalmente solo a un segmento pequeño (ancianos, gente con inmunodeficiencias, población que se puede reinfectar muchas veces como el personal sanitario), ha causado un revuelo sin precedentes, paralizando el mundo. El epidemiólogo británico de la Universidad de Oxford, Christopher Fraser, considera que la proporción de casos sin reportar podría ser del 50%, por lo que “la tasa de letalidad rondaría el 1%”. El experto en virus, el español Adolfo García-Sastre, investigador del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, piensa que “existen de cinco a diez veces más infectados que lo que se está contabilizando actualmente, lo cual reduce mucho su letalidad”.


Considerando que la curva epidemiológica comenzó a aplanarse en los países que mayor número de contagios presentaron -con tasas de mortalidad diversas, pero siempre manteniendo una tasa de letalidad similar, que no supera el 5% (o quizá mucho menos)- la proyección en muertes nos muestra que al final del año el número total de decesos podría ser similar a la de la gripe estacional: entre 600 y 700 mil. Seguramente las medidas de confinamiento podrán haber evitado más muertes. Pero allí es donde se abre la pregunta.


Acusar de paranoia a quien se plantee preguntas críticas puede ser peligroso. Como dijo Luis Tuchán: “Llamar teoría conspirativa a toda explicación alternativa a la del poder, es ahora la forma de satanizarla”. La crisis actual, sanitaria en principio, abre preguntas. No es ninguna novedad -porque está reportado hasta el cansancio, incluso por las mismas Bolsas de Valores de distintas partes del mundo-, que el sistema capitalista en su conjunto entró en una terrible, tremenda, catastrófica crisis, similar -o peor- que la Gran Depresión de 1930. “No solo la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la prosecución del aumento de precio de los activos financieros constituían un indicador muy claro, sino que, además, una crisis del sector de la producción había comenzado mucho antes de la difusión de la COVID, en diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos otros países”, anunciaba una voz autorizada como el economista Erick Toussaint. Es ahí, entonces, donde entran las preguntas críticas, acusadas de delirio paranoico por algunos.


Sabemos que el sistema capitalista, o más aún, quienes disfrutan los beneficios de ser la clase dirigente allí, están dispuestos a hacer lo imposible para mantener sus prebendas: ¿no alcanza todo lo dicho para entenderlo? ¿Habrá que agregar dos millones y medio de muertos en Irak y más de un millón para mantener, respectivamente, el petróleo y el gas/negocio de la heroína? ¿Habrá que agregar Guantánamo? ¿Habrá que agregar dos bombas atómicas arrojadas impunemente sobre población civil no combatiente en Japón cuando la guerra ya estaba decidida? ¿Habrá que agregar todos los golpes de Estado en Latinoamérica, y su cohorte de muertos, torturados y desaparecidos, aconsejados por “expertos” estadounidenses? (recuérdese la cita anterior de Mike Pompeo). El sistema está dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerse: por eso miente, embauca, distorsiona. Las enseñanzas de Goebbels (“Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad”) fueron amplificadas en un grado sumo en la tierra “de la democracia y la libertad”. Se nos vive mintiendo todo el tiempo, y eso no parece un delirio paranoico. En Guatemala se hizo creer que la “ciudadanía” sacaba del poder a un presidente corrupto…. Y no era así. ¿Quién dijo que la uña del dedo anular de una mujer es más bonito y que hay que seguir el dictado de la moda pintándoselo de otro color? ¿Los marcianos? ¿Los masones? ¿Los Rosacruces? ¿O quienes fijan la moda, y venden las mercaderías correspondientes?


Pensar que hay “gato encerrado” en las políticas que digitan nuestras vidas parece muy sano, porque demuestra una actitud crítica, algo más que la feliz y pasiva aceptación del entretenimiento con que se mantiene a la esclavitud. El tratamiento militarizado y compulsivo que se le da a la actual pandemia, según se puede pensar, perfectamente podría entenderse como “honrosa” salida del capitalismo global ante una crisis fenomenal. La desocupación y el hambre son “culpa” de este agente patógeno entonces.


¿Estaba todo esto ya pergeñado? ¿Hay agendas ocultas trazadas? Como son temas álgidos, complejos, con infinidad de aristas en juego, se hace difícil -con la orfandad de datos que existe todavía- expedirse categóricamente. Las ciencias, por otro lado, nunca se expiden “categóricamente”: formulan saberes, que son siempre cambiantes, relativos (la física newtoniana no alcanza para ciertas cosas, por lo que surge la física cuántica; la descripción psiquiátrica no alcanza, por lo que surge el Psicoanálisis, la geometría euclidiana es ampliada por la geometría fractal, etc.). No puede aún darse una visión globalizante del fenómeno de esta pandemia, pero quedan cabos sueltos.


¿Es realmente necesaria la militarización de la vida cotidiana, o hay allí otras perspectivas en juego? ¿Un ensayo de lo que vendrá? “La crisis sanitaria ha sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar muchos proyectos económicos y políticos previamente existentes: docencia virtual, teletrabajo masivo, salud digital, Internet de las Cosas, robotización, supresión del dinero en metálico y sustitución por el dinero virtual, promoción del 5Gsmart city… A esa lista se puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento de los individuos haciendo uso de sus smartphones, que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como la vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en internet. En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”, razonan Jorge Riechmann y Adrián Almazán.


Definitivamente hay manejos en todo esto que dejan interrogantes. Hay una crisis sanitaria, porque la enfermedad existe y los muertos ahí están, pero también existe el peligro real que las cosas vayan a bastante peor, y no por el coronavirus precisamente. ¿Es paranoico pensar que el mundo que seguirá a la pandemia (vigilancia absoluta, distanciamiento de las personas, control omnímodo de nuestras vidas) puede ser aterrador? ¿Ya no más apretones de manos ni besos en la mejilla? Pero peor aún: ¿quién manejará esa información total, completa, omnímoda de nuestras vidas, información a la que no podremos resistirnos suministrar? Más aún: ni siquiera habrá que suministrarla, porque las técnicas de control la obtendrán de otra manera, sin esfuerzo, sin violencia. ¿Ese es el mundo post pandemia?


Está claro que se ha creado un pánico monumental, evidentemente desproporcionado en relación a lo que es la enfermedad de la COVID-19 propiamente dicha. Ningún otro hecho colectivo había causado tamaño estupor. Y como los números lo indican, la nueva enfermedad no es sinónimo de muerte inmediata y masiva (según algunas voces autorizadas, muchísima gente la cursa asintomáticamente, o se cura sola. Solo población en riesgo -tercera y cuarta edad e inmunodeprimidos- tiene posibilidades reales de fallecer). ¿Por qué tanto pánico? ¿Está inducido? Recuérdese el manejo sobre la corrupción en Guatemala antes citado. Los climas sociales, esto no es ninguna novedad, se crean. ¿Por qué masivamente se piensa que “los musulmanes son terroristas”, o que “los colombianos son narcotraficantes”? ¿Por qué nos la pasamos hablando de fútbol o de series chabacanas y no podemos pensar críticamente en otros asuntos? ¿Alguien lo decide? ¿Es delirante pensar que allí hay agendas de grandes poderes que digitan la vida colectiva? “La televisión es muy instructiva, porque cada vez que la encienden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, dijo Groucho Marx. ¿Delirio paranoico?


Luego de la pandemia de coronavirus todo indica que viene la vacunación masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta -propietario de una de esas empresas antes citadas, campeonas de la evasión fiscal- es uno de los más grandes filántropos en el mundo y promotor de esa vacunación. “Las próximas guerras serán con microbios, no misiles”, dijo repetidamente. De hecho, él y su cónyuge Belinda constituyen uno de los principales sostenes financieros de la Organización Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si desconfiamos de tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos da que pensar, ¿no?). La sociedad global cada vez más se encamina hacia tecnologías de vanguardia, revolucionarias (en las que China ya le está tomando la delantera a Estados Unidos). Las fortunas más grandes se van acumulando ahora en las empresas ligadas a la cibernética, la inteligencia artificial, la informática, la robótica. Como ejemplo representativo, el cambio que se ha venido dando en la dinámica económica de la principal potencia capitalista, Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes empresas icónicas, la General Motos Company, fabricante de ocho marcas de vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba trabajo a la mitad de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-, con ganancias anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día Microsoft, en Silicon Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma con apenas 300 mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con ganancias anuales de 14,000 millones de dólares. El capitalismo está cambiando. En el año 2017 la familia Rockefeller se alejó del negocio petrolero. ¿Vamos hacia las energías renovables? ¿Las próximas guerras serán por el agua? ¿Quién decide eso?


Llama la atención que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es tamaño evasor fiscal y destructor de los Estados nacionales -la beneficencia no puede suplir al Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. Quizá deba incluirse también en los negocios de futuro (¿el petróleo dejará de serlo?) a la gran corporación farmacéutica, la Big Pharma. Según datos que llegan dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada.


¿Seguirá a toda esta parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que habrá que pagar? ¿Será toda esta militarización de la vida cotidiana una muestra de cómo es el futuro inmediato? China, con un “socialismo” en el que no puede mirarse la clase trabajadora mundial -por ser un capitalismo desaforado disfrazado de socialismo-, al igual que las potencias occidentales -o más aún-, desarrolla un hipercontrol monumental sobre su población. Las tecnologías informáticas sirven para eso (y no hay duda que en eso llevan la delantera, pues ya están en la 5G, preparando la 6G). ¿Ese es el modelo a seguir?


¡Los marcianos existen, son verdes y con antenitas!” Asegurar con toda convicción cosas de las que no se tiene pruebas es patológico: “aparición de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes”, según la oportuna descripción psiquiátrica. Pero abrirse preguntas críticas no es enfermizo: es muestra de salud. Definitivamente la pandemia nos ha venido a conmover. Dado que las cosas están confusas, nadie tiene la verdad con certeza ni puede predecir con exactitud qué continúa ahora. Lo que está claro es que seguirá más capitalismo (socialismo no se ve cercano por ahora), quizá más reconcentrado en menos manos y más controlador (¿alguien puede explicar por qué Estados Unidos reacciona tan desesperadamente anta la delantera china en la 5G?). La organización popular para plantearse cambios no parece muy en alza hoy. Si estamos antes la presencia de grandes poderes que deciden sobre la vida de la Humanidad con planes a largo plazo de los que nada sabemos, preguntarse por todo ello no es un delirio enfermizo: es casi una obligación.

La realidad es lo que es y está allí y acá ... somos parte, espectadores, actores, utileros y directores de su trama. Abocado a al interminable tarea (Que mas intento que búsqueda) imposible, pero humanamente necesaria, imprescindible, de entenderla en la razón consciente para hacer algo mejor de lo que es.

Así, individual y colectiva, personal y social, territorial, barrial, vecinal y tan grande como el mundo y la globalización y los procesos transnacionales, internacionales y geopolíticos que entrelazan los niveles de las decisiones que la dibujan y determinan.

Esa realidad tan propia como ajena, común como individual, Secreta como Clara, paradojal en cuanto a algún absoluto o algún conocimiento que intente cerrarla a la comprensión de nuestro escaso intelecto ... Una realidad que mueve al humano a interpretar su sentido...
 
Gracias a ustedes por compartir con su tiempo a la lectura de estos textos, mi humilde intento ...

Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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