Domingo 21 de junio de 2020

La sociedad infectada

Esta pandemia llega ahora, hoy, en este momento histórico del mundo globalizado, fuertemente impregnado de los valores neoliberales y caracterizado por décadas de profundización de las desigualdades. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD indicaba en 2019 que el 80% de la población mundial (unos 6.500 millones de personas) sólo cuentan con el 4.5% de la riqueza; y de ellos 4.500 millones se encontraba bajo condiciones de pobreza o indigencia. Hace más de 500 años que el capitalismo viene extendiendo esta realidad social, pero en las ultimas 7 décadas el despojo y la pobreza se extienden más profundamente. El progreso, el desarrollo de los medios de producción, gracias al cual la clase obrera debería haber podido romper sus cadenas e instaurar la libertad universal, en realidad ha desposeído a los trabajadores de sus últimas parcelas de soberanía. El crecimiento económico, que debía garantizar la abundancia y el bienestar para todos, ha hecho crecer las necesidades y la población bajo condiciones humillantes de vida.



Esta epidemia que parecía más vinculada a las rutas de los hombres de negocio y a los sectores sociales que pueden viajar por el mundo, en pocas semanas se desplaza sobre las capas y clases sociales donde siempre golpean las epidemias desde que, en el año 165, Galeno describió la primera epidemia de la medicina moderna (la Peste Antonina que extendida entre los pobres de Roma mataba 2.000 personas por día hasta llegar al Emperador). En Barcelona, la georeferenciación de casos muestra que la incidencia de la Covid-19 es del doble en los distritos obreros de NouBarris y Sant Andreu que en barrios de clases medias y zonas exclusivas. Los pobres ponen el doble o más de los casos también en Nueva York, la población que sufre más inequidad social y sanitaria son los hispanos y afrodescendientes.

En este contexto recibimos la pandemia en Nuestrámerica que es la región más inequitativa del mundo, la más desigual y un lugar donde las policías neoliberales de los últimos 40 años concentraron más la riqueza y destruyeron los imperfectos recursos de contención y cuidado social que tenían los estados.  En Argentina entre 1974 y 2020, la pobreza pasó de comprometer al 6% de la población a más del 40%; el 90% de los trabajadores estaban en blanco y con derechos sociales antes de la dictadura y hoy solo el 48%, el resto está precarizado, en negro o desocupado; el desempleo creció desde el 3% al 12%. Además Argentina pagó más de 530.000 millones de dólares en concepto de deuda. A lo cual se agrega un nuevo endeudamiento irracional, que pasó del 52.6% del PBI en 2016 al 91.7% en 2019; y en su mayor parte fue destinado a la especulación financiera y la fuga de capitales. Todas estas acciones de despojo y concentración de la riqueza implementadas por gobiernos de legalidad constitucional-democrática. Estas décadas de hegemonía neoliberal han reconfigurado la sociedad exacerbando el individualismo competitivo, las desigualdades segregacionistas, el miedo y la violencia discriminatoria hacia las alteridades, desplazando la solidaridad, la reciprocidad en las relaciones sociales y la identidad en el colectivo propio (el pueblo) al rincón de los principios de los “no existosos”. En este contexto, llega el coronavirus.

El estado del sistema de salud que recibe la epidemia también es crítico. Se siente el paso de las políticas neoliberales en nuestra región, sobre todo desde que la OMS, al subordinarse al Banco Mundial, abandonó la consigna épica de “Año 2000 Salud Para Todos” para adherir al manifiesto: “Invertir en Salud”, de 1998, que guió las reformas  neoliberales para desmontar lo público y ampliar el mercado debilitando notablemente las redes de hospitales y sobre todo la atención primaria.

En ese sentido en 2017 la inversión en salud pública cayó un 30% en este país. En 2016 se le destinaron $11.000 millones menos; el gasto público per cápita en sanidad en la Argentina fue de 642 euros por habitante mientras que en 2015 había llegado a 913 euros. El gobierno de Macri ahorró 271 euros por argentino, llevándolos cada vez más a afrontar el cuidado de la salud con su propio bolsillo. El gasto público en salud como porcentaje del PBI fue de 6.82% en 2015 para caer 1,2 puntos en 2016 (a 5,62% del PIB). Y más allá de la cantidad de camas (5 por mil habitantes en Argentina, la OMS aconseja 10 y Brasil tiene 2,2 igual que Chile y México 1,7 cuando Corea del Sur o Japón tienen más de 11 camas por mil) los cuidados de salud son cuidados que brindan “personas” a otras personas, es crítico el equipo de salud. En nuestro país el 80% de sus miembros reciben ingresos levemente por encima de la línea de pobreza y sus vínculos laborales son muy precarios como consecuencia del creciente proceso de mercantilización de la salud.

El problema principal del sistema de salud es precisamente esta última característica mencionada, su proceso de mercantilización. Negando la salud y su cuidado como un derecho social principal de cada ciudadano y promoviendo como signo del éxito personal que cada individuo garantice su cuidado de su bolsillo o adhiriendo a un seguro privado, la salud pública se relega a la marginalidad y se desvaloriza a sus integrantes y prácticas. Hoy, en la pandemia recurrimos a esos equipos de salud denigrados y ninguneados no solo por el estado, sino por esta sociedad que reniega no solo del cuidado de sus miembros sino del cuidado de todo el planeta.

El ambiente de la pandemia

Vivimos en este comienzo de siglo en un planeta seriamente degrado, con calentamiento global desencadenado, grave contaminación del agua, con una compulsiva destrucción de bosques por la voracidad del agronegocio mundial que limita seriamente el proceso de regeneración del aire de la atmosfera, con alimentos generados en proceso tóxicos y que llegan a nuestra mesa contaminados con numerosos agrovenenos, con radiaciones electromagnéticas que se multiplican a niveles nunca soportados por las especies vivas, sobre todo en las ciudades. En menos de 70 años el capitalismo está destruyendo la naturaleza por un ritmo de extracción que supera su capacidad de regeneración causando pasivos ambientales de donde emerge… el coronavirus y muchas pandemias venidas y por venir si no paramos esta forma de vincularnos con la madre tierra.


Los humanos no somos de otro planeta ni de plástico, los estudios de radioisótopos muestran como incluso nuestro esqueleto cambia todos sus átomos en un año, las membranas y organellas de las neuronas cerebrales cambian todas sus moléculas varias veces al año, solo metales pesados como cobre, hierro o manganeso persiste en nuestro cuerpo más tiempo; toda nuestra materia ingresa y sale día a día a nuestro cuerpo en un tourover que solo concluye cuando morimos, muerte que significa básicamente que ya no podemos incorporar ni eliminar materia ni energía y nos convertimos en polvo… es decir en humus, que es de donde venimos los humanos. Pero el Capitalismo no solo aliena al trabajador de su objeto de trabajo sino que aliena a la humanidad de la naturaleza y nos ubica fuera de ella y como sus conquistadores no como sus hijos, desarrollando prácticas de despojo y rapiña y no de cuidado.

Sabemos que las sociedades industrializadas viven del pillaje acelerado de stocks cuya constitución ha exigido decenas de millones de años, como el petróleo del subsuelo o la riqueza de nuestro suelo pampeano. El capitalismo es una verdadera economía de guerra a la naturaleza, de explotación y destrucción. Hoy hay hambre en 1000 millones de habitantes del mundo pero el mundo produce suficientes alimentos para todos y de más aun; se tiran a la basura anualmente una cantidad de alimentos que podrían alimentar a 2500 millones de personas, pero los hambrientos siguen existiendo, no por falta de comida, sino porque no tiene dinero para pagarla en el mercado. Injusticia social y daño ambiental van de la mano en la economía de guerra en esta época denominada acertadamente como Capitaloceno.La economía capitalista ya no es la ciencia de la buena administración del hogar de Aristóteles.Por eso, hoy en los debates públicos se escucha con absoluta naturalidad acrítica la incongruencia de “cuidar la salud” o “atender la economía”. Se ha naturalizado lo económico como modo de producción que atenta contra la vida, el ejemplo más patético es la agricultura argentina con la aplicación anual de 500 millones de kilos de agrotóxicos en un territorio habitado por 12 millones de personas.

El Capitaloceno inauguró una era donde la producción de los medios de vida se transformó en una maquinaria de destrucción de las fuentes de vida y de producción de desigualdades abismales y crecientes, al interior de la población humana y entre ésta y el resto de las comunidades bióticas. “Producción” pasó a significar “explotación”; explotación de los cuerpos y de los territorios. La prioridad de la satisfacción de las necesidades vitales humanas se suplantó por la ganancia como combustible de las subjetividades que dirigen el “aparato productivo”.

Como Clarín y Papel Prensa, las empresas de la familia Macri, Los blaquier y Ledesma o la Ford y General Motors, la oligarquía Argentina participó activamente de aquellos años de horror en Argentina …

La novedad de los tribunales de Salta es que, un año y medio después que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ordenara avanzar con las indagatorias, el juez federal Julio Bavio dio sus primeros pasos, tan demorados. Es en la causa del dueño de la empresa de transporte La Veloz del Norte, Marcos Levin, y tres policías a su servicio que habían secuestrado y torturado a quince trabajadores de esa firma.


La causa fue desdoblada. En 2016 Levin fue condenado a 12 años de prisión por esos delitos en perjuicio del delegado gremial Víctor Manuel Cobos.

Por otro lado, esos delitos contra otros quince laburantes fueron a una causa aparte, desdoblada. Y ante la apelación de las defensas de estos trabajadores esta semana hubo aquella novedad: luego que la Corte ordenara a la justicia salteña reanudar las indagatorias, éstas empezaron pero con las demoras de siempre. Uno de los policías alegó enfermedad y no poder declarar. Y así harán los otros.

Si bien Levin tiene el dudoso mérito de primer empresario condenado por complicidad civil con la dictadura militar, sus pesares fueron mínimos. La condena de 12 años no satisfizo a la querella ni al movimiento de derechos humanos. Y encima en octubre de 2017 la Cámara de Casación anuló ese módico castigo. Juan Carlos Gemignani, Eduardo Riggi y Carlos Mahiques anularon esa pena afirmando que no se trató de un delito de lesa humanidad, considerando prescriptos los cargos contra el empresario. También anularon las dos condenas a 12 y otra a 8 años impuestas a los tres policías. Al lector debe sonarle el apellido Mahiques…

Ese fallo tan favorable a la complicidad empresarial fue apelado, pero hasta que la Corte Suprema dictamine, los beneficiados gozarán de libertad. Y si dentro de uno o dos años hubiera un fallo adverso, verán de cumplirlo en casa.

Lo que motivó a Levin urdir con esos policías el plan para secuestrar, torturar y despedir activistas, fue similar al afán de tantos empresarios. Querían ganancias extraordinarias durante la dictadura por la vía de amedrentar a su personal y superexplotarlo sin que molestos delegados les marcaran la cancha con los convenios y protestas.

Vicentin

Promediando 2019 se supo que esta empresa agroexportadora había entrado extrañamente en cesación de pagos y luego abierto un concurso de acreedores. Hasta ese momento sus números eran superavitarios en dólares, ubicada en el podio de las seis exportadoras de granos y aceites.

Diez atrás, cuando Alberto Fernández comunicó al país su decisión de intervenir la compañía y luego expropiarla, recién ahí el caso Vicentin ganó notoriedad.

Por un lado, una gran parte del país apoyando esas medidas con doble argumento: voluminosa deuda de 18.300 millones de pesos de Vicentin con el Banco Nación y defensa de miles de puestos de trabajo directos e indirectos. Otra parte, quizás no tan amplia como aquélla, simpatiza con la idea de contar con una empresa estatal en un rubro vital para controlar el precio de los alimentos y chequear las liquidaciones de dólares del agrobusiness.

En la vereda de enfrente, los directivos de Vicentin, sus colegas de la AEA, la Unión Industrial y la Suciedad Rural, con el acompañamiento de Clarín y los dirigentes del PRO-Cambiemos. Este bando por supuesto se opone en nombre de la seguridad jurídica y la defensa de la propiedad privada. Los delitos que podrían imputarse a aquellos directivos, por vaciamiento, fuga de capitales, evasión fiscal, etcétera, no tendrían mayor importancia.
Ni el gobierno ni el sector que defiende a Vicentin menean el delito mayor cometido por esos empresarios santafesinos: su complicidad con el terrorismo de Estado.

En noviembre de 1976 la aceitera entregó a las fuerzas policiales a 22 de sus trabajadores y delegados. Fueron secuestrados y llevados a la Jefatura de Policía en Reconquista, a Santa Fe y la Brigada Aérea, donde los torturaron y encarcelaron. La patronal, socia y cómplice de esos delitos, aprovechó para intimarlos y despedirlos del trabajo. Varias víctimas denunciaron y recordaron sus pesares: Heraldo Salvador Sánchez, Efrén Venturini y Oscar Zarza, entre otros.

La relación de Vicentin con los delitos de lesa humanidad de la dictadura estuvo hasta hoy bajo una espesa capa de hielo. Judicialmente no dio lugar a ninguna condena a los Padoan y Nardelli, sus controlantes.

La impunidad

Con enormes dificultades y notables retrasos, la justicia pudo ir abriéndose camino para juzgar y condenar a los militares, policías y gendarmes responsables directos o autores mediatos de horribles crímenes de la dictadura militar-cívica.
El puntapié inicial fue el juicio a las primeras Juntas de Comandantes (la última quedó impune). El pueblo argentino, los organismos de DDHH, y las organizaciones humanitarias solidarias del extranjero, debieron sortear muchos obstáculos, amenazas, leyes de impunidad («Punto Final» y «Obediencia Debida», alfonsinistas), levantamientos «carapintadas» y decretos menemistas.

A fines de 2019 el informe de la Procuración daba cuenta que había 962 condenados por delitos de lesa humanidad, 606 procesados y 576 imputados. El límite de esta buena marca es que la justicia llegó muy tarde y que el 50 por ciento de los represores gozan hoy del inmerecido beneficio de la prisión domiciliaria, incrementado durante el macrismo.

Esos buenos números no tienen nada que ver con los registrados respecto a los civiles involucrados en aquellos crímenes. Son una abrumadora minoría: Jaime Smart (ex ministro del general Ibérico Saint Jean), una media docena de excamaristas y jueces en Mendoza y Santa Fe, el cura Von Wernich y unos pocos más.
Los empresarios se salvaron en masa. Apenas está el fallo de 2016 contra Levin, anulado posteriormente, y otro de 2018 contra dos gerentes de la Ford por delitos de lesa humanidad contra 24 trabajadores (7 desaparecidos).

Los monopolios donde se cometieron secuestros, torturas y desapariciones con muertes de activistas, están impunes. Los dueños de Ledesma, Mercedes Benz, Techint, Socma, Clarín, Fiat, Perkins, Renault, Acindar, Loma Negra, La Nueva Provincia, Tandanor, Roggio, etcétera, fueron responsables de centenares de desapariciones. Están blindados hasta hoy, como Vicentin.

El Estado ni siquiera puso en marcha la «Comisión Bicameral de Identificación de las Complicidades Económicas durante la última dictadura militar para la búsqueda de la Verdad, la Memoria, la Justicia, la reparación y el fortalecimiento de las instituciones de la democracia», aprobada en octubre de 2015 a propuesta del diputado Héctor Recalde. Largo e inútil nombre.

Eso fue ser cómplices de los cómplices de Videla. ¿No es hora que la democracia levante ese pagaré de 44 años?
Fuente: La Arena

La historia y el presente no surgen por casualidad sino por intencionalidad de los humanos que la protagonizan y de los intereses y valores deshumanizante que sostienen, sostenían y sostendrán en tanto los egos en el ejercicio del poder, puestos por encima de la vida de muchos otros …

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


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