Las tensiones irreductibles entre los temores y el conocimiento

 

Bajo sospecha”

En 1944, el economista Karl Polanyi en su clásico “La gran transformación” (Polanyi, Karl. (1989). La gran transformación. Crítica del liberalismo económico Madrid: Quipu editorial.), nos alertaba que aquello que llamamos comúnmente como el “sistema económico” no es algo que pueda ser visto separado de la vida social. Para Polanyi sería necesario recuperar algo que parecemos haber olvidado con nuestrasupuesta modernidad: el significado sustantivo de “economía”, esa búsqueda por la reproducción material de la propia vida. Una acepción que nos recuerda el propio sentido etimológico de la palabra y que remete a una combinación de oikos–casa o morada- y nomos– ley, gobierno o administración, o némein como la acción de gestionar o distribuir. En una publicación reciente, Fernández y Perelman (2020) (Dossier “Perspectivas antropológicas sobre las formas de (ganarse la) vida”. Cuadernos de Antropología social n. 51, 2020. DOI: 10.34096∕cas.i518270) revitalizan esta discusión clásica y la amplían poniendo en diálogo una serie de trabajos etnográficos que se proponen “repensar la economía” a partir de una mirada hacía las maneras múltiples y creativas en que diversos sujetos, en diferentes contextos sociales y nacionales buscanmodos de sostener y de “ganarse la vida”. 

BAJO SOSPECHA es una linda publicación colectiva acerca de y con clases trabajadoras en la Argentina que se incluye también en este debate, y en sus casi 200 páginas se nos muestra como diariamente trabajadores y trabajadoras de las llamadas clases populares ponen en marcha los engranajes, o, mejor dicho, en palabras de Silvia -vendedora ambulante del tren y una de las protagonistas de esta publicación- “las refacciones sociales” de la vida de la economía argentina, de esa que es la casa de casi 45 millones de personas.

En bajo sospecha hay un claro recorte político-temporal, el gobierno Macri y sus efectos sociales, un momento, como se menciona en la introducción “de deterioro de las condiciones generales de la vida de los y las argentinas por un recrudecimiento de las acciones represivas, y por una serie de medidas económicas orientadas a la distribución regresiva del ingreso, medidas que afectaron particularmente a las clases trabajadoras”.

En ese contexto palabras como mafia, esclavos, vagos, planeros, violentos, ocupan los titulares de la prensa, y términos como chorros, cazadores de planes sociales, son repetidos por el sentido común poniendo justamente BAJO SOSPECHA a estos trabajadores, y como en un juego metonímico-moral, por añadidura, también son sospechosos y moralmente etiquetados los espacios de habitación y de trabajo que ocupan. De esta manera, todo un ensamblaje de personas, lugares y prácticas son vistos con desconfianza, con temor, son puestos bajo duda, y muchas veces, es esta “sospecha” la que marca el tono de políticas públicas o de acciones de gobierno dirigidas a las clases trabajadoras. Esta apreciación valorativa del mundo social que se expresa en el lenguaje es terreno fértil para el trabajo antropológico (Sigaud, 2013). (Sigaud, Lygia. (2013). O mundo desmagicizado. Revista Mana 19 ) Didier Fassin (2015) (Fassin, Didier. (2015). A companion to moral Anthropology.UK: Willey Blackwel), en la introducción a la compilación “A companion to moral Anthropology”, se inspira en toda una genealogía de autores, que va de Durkheim a Weber, Malinowski o inclusive Foucault y enfatiza la actualidad de una agenda de estudios etnográficos que interrogan las categorías morales a través de las cuales no solo aprendemos el mundo social sino también lo recriamos, evidenciando así los vínculos existentes y no siempre evidentes entre moral y política.

En BAJO SOSPECHA, las autoras (y digo autoras pues es casi enteramente un libro escrito por mujeres) no solo interrogan estas afirmaciones de sentido común acerca de las clases trabajadoras en la Argentina, sino que asumen como desafío metodológico el “dejarse encantar” por determinadas visiones de mundo, es decir “compartir y tomar como propios para el análisis, determinadas lecturas y posicionamientos políticos” de las organizaciones de trabajadores y trabajadoras, y a partir de este ejercicio de reflexión colaborativa nos muestran la compleja trama de relaciones producidas cotidianamente en los barrios, en las casas, en los talleres, en las familias de los y las trabajadoras que permiten el sostén de la vida, vidas que dependen unas de las otras, y que en las palabras de la organizadora de esta publicación, María Inés Fernández: “mantienen obligaciones recíprocas, no por ello simétricas”. A las marcas estigmatizantes y generalizantes de la sospecha los y las trabajadoras contraponen otras, las suyas propias, y en este proceso, el trabajo, aquello a lo que dedican tanto de sí es sin duda, también, lo que las produce.

Como nos describe la antropóloga María Inés Fernández en el primer capítulo del libro, entre las vendedoras ambulantes del tren, como Silvia, es en el esfuerzo cotidiano para no desaparecer que producen diariamente formas de ser vistas, de ganarse la vida, pero al mismo tiempo, el trabajo en el tren también se porta en el cuerpo, en las venas, en el nombre y parece extensible a generaciones familiares, que a partir del tren pueden también heredar una vida mejor. Ya en un barrio Quom de la ciudad de Rosario, el esfuerzo cotidiano del dirigente indígena Osvaldo y de las familias que él representa, es también el de aparecer, pero no de cualquier manera, se niegan a ser folclorizados. Su lucha cotidiana por existir en ese lugar, como así lo describe María Victoria Taruselli en el noveno capítulo, no pasa por demostrar autenticidad, como lo quiere el sentido común, sino por un “trabajo territorial” que implica toda una compleja actividad de organización y un conocimiento particular sobre el barrio y sobre lo que vecinos y vecinas necesitan. Es en este proceso de producción de trabajo territorial que dirigentes como Osvaldo también se producen políticamente. El trabajo activa, produce la participación política pero también la vida política de dirigente puede volverse un trabajo. Ese es también el caso de sindicalistas de la telefonía, como lo describe Sandra Wolanski en el segundo capítulo. El know how de la lucha cotidiana para proteger la estabilidad de los y las trabajadoras telefónicas no es algo que se aprenda de la noche a la mañana. Saber negociar, crear alianzas, unidad, requiere una serie de habilidades sociales que muchas veces se aprenden en el seno familiar, y es así como jóvenes hijos, sobrinos, ahijados, conocidos de activistas de la lucha sindical se integran a la larga genealogía sindicalista, un mundo social en donde la “continuidad” es un valor.

Apoyarse en la familia y los vínculos con paisanos constituyen un modo de construir una forma de trabajo vivenciada como autonomía o independiente” como nos dice Dolores Señorans sobre el cotidiano de los trabajadores y trabajadoras costureras, paraguayos y bolivianos instalados en Buenos Aires. Es produciendo el trabajo como costureros y costureras que también se produce casa, un techo donde vivir con la familia. Como lo demuestran numerosos trabajos etnográficos sobre los procesos migratorios en diversos contextos nacionales, los vínculos previos existentes en las ciudades de destino son fundamentales para la instalación y reconversión de actividad o trabajo y todo lo que implica una adaptación al nuevo lugar. En este proceso, inclusive se percibe que es necesario preparar el cuerpo”como le describe una interlocutora a la antropóloga. En la búsqueda por “cambiar de vida” se aprenden nuevas profesiones, se van tejiendo también organizaciones y se pone en marcha todo un engranaje particular para la producción de derechos y de ciudadanía.

Como nos lo describe Santiago Sorroche en el octavo capítulo, el trabajo también implica creatividad, es invención . Es así como Nancy, una joven integrante de una cooperativa de cartoneros define su actividad. Es también en este proceso de invención de su propia fuente de trabajo que se despliegan algo más que circuitos de recolección en el caso de los y las cartoneras, o algo más que esfuerzos personales o libertad individual, como también nos lo dice en uno de los capítulos la antropóloga Carmina Pederiva, cuando describe el trabajo que hace Norma, vendiendo sus golosinas en la feria, una actividad y todo un esfuerzo colectivo que integra relaciones de afecto y de ayuda mutua, difícilmente resumible a un discurso del emprendedurismo, como quiere un gobierno neoliberal. Es en ese proceso creativo de producirse colectivamente como trabajadores y trabajadoras que se mejoran condiciones de vida.

Esta invención constante tiene la potencia también de crear espacios de cuidado locales como guarderías o escuelas, pero también otros, más amplios espacialmente, como el propio barrio.

Rutinas, calles, parientes, conocidos” como se describe en el rap de jóvenes Quom del barrio Las Quintas, etnografiado en el séptimo capítulo por Silvana Sciortino, conforman el foco de lo que la antropóloga llama de “geografías de cuidado”, acciones producidas cotidianamente por migrantes chaqueños que se empeñan colectivamente en hacer, de ese espacio, un lugar propio. Ya en el caso de villa banana, un barrio periférico de la ciudad de Rosario, presentado en el capítulo de Cecilia Cavigliaso, el cuidado, como trabajo, y el trabajo de cuidado se fueron produciendo como tarea central de organizaciones del barrio y adquieren un sentido amplio, pues como nos dice la autora “abarca la vida en su totalidad e implica construir colectivamente alternativas para hacer frente a las distintas violencias que permean la cotidianidad de los habitantes del barrio”.

Parece ser que cuidar, producir casa, escuelas, barrios, producirse en cuanto trabajadores y trabajadoras, defender derechos conquistados, representar, y ganarse la vida para sí y para sus próximos es un conjunto que necesita de toda una compleja red de personas, esfuerzos y de relaciones, muy lejos del “facilismo” expresado por Macri, como nos describe Florencia Pacífico en el cuarto capítulo del libro. Este entramado de vinculaciones “de amistad, afectivas, familiares y políticas” como defiende Paz Laurens en el sexto capítulo, muchas veces puede ser el parteaguas, aquello que cambia la vida a alguien que pasó por la experiencia de encarcelamiento, por ejemplo. Para los “liberados” la propia experiencia de trabajo produciendo cooperativa es lo que abre el camino a otros en situación semejante, y también se torna muchas veces el propio sentido de su vida fuera de la cárcel. “La salida, para ellos, es siempre colectiva”.

Tal vez el término que mejor describe este conjunto de acciones variadas y producciones sociales que se hacen posible a partir de la actividad, del trabajo que surge de las cooperativas de la Economía popular sea el de “Refacciones sociales” como nos describe Florencia Pacífico, pues no se trata solo de hacer, implica crear. En BAJO SOSPECHA el trabajo no es un término vacío, muy por el contrario, es continuamente alimentado y producido cotidianamente por vendedoras ambulantes, cartoneros, dirigentes sindicales e indígenas, por costureras, por liberados y tantos otros y otras trabajadoras que ponen en marcha la Economía argentina. Pero el trabajo, en este conjunto etnográfico es también lo que las autoras y el autor consideran un “profundo compromiso” “con quienes impulsan, sostienen, participan o simplemente se vinculan a las organizaciones”.

El compromiso como una categoría de la práctica que conecta el trabajo antropológico de este conjunto de autoras, al de las personas involucradas en las organizaciones y cooperativas de la Economía popular argentina ya había sido abordado en otro trabajo y formulado analíticamente como un “Hacer juntos” (Fernández, 2016), ( Fernández Álvarez, María Inés. (2016). Hacer juntos(as). Dinámicas, contornos y relieves de la política colectiva. Buenos Aires: Biblos. ) una práctica colaborativa y una forma de construir conocimiento en conjunto y en su transcurrir. Así, el compromiso, como una forma de “hacer juntos” tiene como base el mutuo aprendizaje y una relación de largo plazo, proceso también en el que se produce mutualidad. En las palabras del antropólogo Marshal Sahlins, mutualidad como “personas que participan intrínsicamente en la existencia del otro, que están co-presentes uno en el otro, que tienen un involucramiento activo con relación al otro” (2013:21). (Sahlins, Marshal. (2013). What Kinship is - and is not. Chicago: University of Chicago Pres)

De esta manera, esta publicación colectiva es fruto de un trabajo prolongado y de los vínculos producidos por un equipo de investigación consolidado y dirigido por María Inés Fernández Álvarez, conformado por antropólogas y un antropólogo ya formados y en formación que acumulan años de experiencia y estudio entre los llamados “sectores populares” en la Argentina y sus dinámicas de organización y prácticas políticas.

Finalizo entonces invitando a la lectura cuidadosa de este trabajo que se organiza en una introducción y diez capítulos. Este conjunto parte de una reflexión antropológica, pero construye la posibilidad de un “camino compartido”, ya sea con otros especialistas de las ciencias sociales, de la economía, de la política, pero también con un público más amplio interesado en la actividad de las clases trabajadoras y en su contribución para la producción de conocimiento sobre el mundo social. Finalmente, esta obra colaborativa puede ser sin duda una fuente de inspiración y reconocimiento para las propias organizaciones de la Economía Popular de Argentina, y un medio de continuar construyendo “puentes” entre el trabajo académico y aquellos y aquellas que “bajo sospecha”, ponen en marcha la vida económica de todo un país.

BAJO SOSPECHA Debates urgentes sobre las clases trabajadoras en la Argentina Programa de antroPología en colabor . (2019). ciudad de Buenos Aires: Callao Cooperativa Cultural 19 pp

Reseña de Nashieli Rangel Loera Departamento de Antropología-Unicamp. Brasil.

Fellow 2020-2021 del Institut d’Études Avancées de Nantes . Francia.

Grant 2020/11197-3, São Paulo Research Foundation (FAPESP).

Revista de Antropología “Runa” /42.2 julio - diciembre (2021)

Un nobel para el mercado laboral argentino

Uno de los grandes problemas que tiene es la falta de generación de puestos de trabajo en el sector privado. ¿Qué hay que hacer para resolverlo? El flamante premio Nobel nos puede dar la respuesta.

La falta de generación de empleo es, sin dudas, una de las asignaturas pendientes de los últimos años. Los datos del SIPA muestran que el empleo total registrado pasó de 11.118.000 de puestos de trabajo en 2012 a 12.151.400 en la actualidad. Esto significa que, en promedio, se crearon 115.000 puestos por año, lo cual está muy por debajo de la cantidad necesaria para sostener el crecimiento poblacional (alrededor de unos 450.000 jóvenes por año pasan a estar en condiciones de trabajar, aunque no todos deciden buscar trabajo desde el primer año).

La situación se agrava si tenemos en cuenta que no todos los empleos son iguales, tanto en términos de calidad como de remuneración. Entre 2012 y 2021 el empleo privado registrado no solo no se incrementó, sino que se redujo: se perdieron casi 194.000 empleos. Eso fue más que compensado por el empleo público (+634.500 puestos) y los monotributistas (+542.400 puestos), mientras que el empleo doméstico (+73.000) y los autónomos (-22.900) se mantuvieron relativamente constantes.

El panorama global muestra entonces que el mercado laboral presenta un deterioro significativo, reflejado en la falta de creación de puestos de calidad y el incremento del sector informal.

Las elecciones hicieron resurgir este tema, con medidas y propuestas tanto del oficialismo como de la oposición. El gobierno hace unos días lanzó una reducción transitoria de las contribuciones patronales para quienes contraten trabajadores dentro del próximo año, mientras que Cambiemos llevó al Congreso un proyecto para eliminar la indemnización y reemplazarla por un fondo de cese laboral. En ambos casos, la lógica es la misma: el problema por detrás de la falta de generación de trabajo es que el costo salarial es muy elevado, por ende hay que reducirlo y eso llevará a que las empresas contraten a más trabajadores.

Respecto de la propuesta oficial, es algo que ya se hizo varias veces. Es más, puede sonar increíble, pero luego de perder las PASO en 2019, Macri anunció una medida prácticamente idéntica. Sin embargo, el caso paradigmático fue el de Ménem, que entre 1994 y 1999 las redujo más del 50%. La medida evidentemente no tuvo el resultado deseado, dado que el desempleo aumentó del 11,5% al 14,2% en dicho período, además de desfinanciar al sistema previsional (a quien le interese el tema, recomiendo este trabajo de Luis Beccaria y Pedro Galin). Una diferencia importante de la propuesta actual del gobierno respecto de la aplicada en los ’90 es que es una reducción transitoria de las cargas sociales.

Por otro lado, el problema más grave de la propuesta de la oposición es que cercena derechos laborales de los trabajadores, por lo que no solo no sería aceptado por los sindicatos sino directamente por la Corte Suprema, destaca Eduardo Levy Yeyati, especialista en estos temas (y que difícilmente pueda ser asociado con el oficialismo, más bien todo lo contrario).

Como dijimos antes, el razonamiento que está por detrás de ambas propuestas es una idea muy arraigada en la economía de que el desempleo -o la falta de generación de trabajo- se explica por el hecho de que los salarios son muy elevados (técnicamente, que se encuentran por encima del nivel de equilibrio de la economía y eso provoca un “exceso de oferta” de trabajadores, es decir desempleo). Por ende, la solución sería reducir el salario y/o sus costos asociados -cargas sociales, indemnización, entre otras- de modo que eso incentive la contratación por parte de las empresas.

Este modo de razonar tiene varias objeciones. Una que nos interesa mencionar acá es la cuestión empírica. En abril de 1992, el Estado de Nueva Jersey aumentó el salario mínimo casi 20% (pasando de USD 4,25 a 5,05 la hora). A partir de eso, los economistas David Card y Alan Krueger buscaron estimar el efecto que eso tenía en el nivel de empleo. Para eso, se les ocurrió una idea brillante que era comparar con lo sucedido en el Estado de al lado, Pensilvania, donde el salario mínimo no se aumentó y se pagaba exactamente lo mismo (USD 4,25 la hora). De esta manera, tenían lo más parecido a un experimento de laboratorio: dos muestras muy similares (dos Estados aledaños de Estados Unidos), donde una se mantuvo igual, y en la otra solo se modificó una variable: el salario mínimo. Con lo cual, la diferencia entre ambos resultados podía ser atribuida exclusivamente a lo sucedido con el salario mínimo. ¿Cuál fue el resultado? El aumento del salario mínimo en Nueva Jersey llevó a un aumento del 13% en el empleo, concluyendo lo contrario de lo que predecía la teoría. Por ese trabajo, y varios posteriores, David Card obtuvo esta semana el premio Nobel de economía (junto a otros dos colegas).

¿Cómo se explica esto? Pueden haber varios argumentos, pero creo que el más relevante está vinculado al hecho de que el principal motivo que está por detrás de la decisión de una empresa de contratar a un trabajador es para aumentar su producción. Por lo tanto, lo que podría haber sucedido en Nueva Jersey es que el aumento del salario mínimo llevara a que los trabajadores gasten y consuman más. Frente a ese aumento de la demanda, las empresas deciden expandir su producción, y para eso necesitan aumentar el empleo.

Fíjense que esta explicación lleva a una relación entre el nivel de empleo y el salario diametralmente opuesta a la que plantea el enfoque anterior. Acá deberíamos observar que el salario y el empleo se mueven en sintonía (mayores salarios llevan a un mayor nivel de empleo, y viceversa), mientras que el enfoque anterior sostiene lo contrario (mayores salarios reducen el nivel de empleo, y viceversa). Los datos del mercado laboral argentino avalan la idea de que el aumento del salario viene acompañado de mayores niveles de empleo.

De lo anterior se desprende que no parecen apropiadas para incentivar el empleo las medidas que conciben al salario como un mero costo, dado que pierden de vista el hecho de que las empresas aumentan el empleo porque buscan producir más, y para eso primero debe haber un incremento en la demanda de sus productos, es decir, una mejora del poder adquisitivo de los trabajadores. Hacia allí deberían apuntar las medidas para mejorar el mercado laboral.

¿Más economía?

Va el resumen del panorama económico a partir de los datos que salieron durante la última semana: las ventas minoristas en septiembre mantuvieron la recuperación, aunque se desaceleraron respecto de los meses anteriores. Por otro lado, los datos de agosto de la industria y de la construcción consolidan el estancamiento de la actividad. En cambio, el empleo siguió creciendo en julio y ya superó los niveles prepandemia, aunque traccionado por el monotributo, lo que muestra la fragilidad del mercado laboral

Juan Manuel Telechea “Rollover” Cenital

La incertidumbre se apodera de los mercados

Tobias Adrian es el Consejero Financiero y Director de Asuntos Monetarios y Mercados Financieros del Fondo Monetario International (FMI). Desde ese cargo dirige la labor del FMI en lo que se refiere a supervisión del sector financiero, políticas monetarias y macroprudenciales, regulación financiera, gestión de la deuda y mercados de capital. También supervisa las actividades de fortalecimiento de las capacidades en los países miembros del FMI, en especial en cuanto a sistemas de supervisión y regulación financiera, bancos centrales, regímenes monetarios y cambiarios y gestión de activos y pasivos.

Antes de incorporarse al FMI, el Sr. Adrian fue Vicepresidente Principal del Banco de la Reserva Federal de Nueva York y Director Adjunto del Grupo de Investigación y Estadística. En la Reserva Federal, realizó contribuciones en los ámbitos de política monetaria, políticas de estabilidad financiera y gestión de crisis.

El Sr. Adrian tiene un doctorado del Instituto Tecnológico de Massachusetts, una maestría de la London School of Economics, un diploma de la Universidad Goethe de Fráncfort, y una maestría de la Universidad Dauphine de París. Obtuvo su diploma de bachillerato (Abitur) en literatura y matemáticas en la Humboldtschule Bad Homburg.

Escribe en “Diálogo a Fondo” el bog del FMI sobre asuntos económicos para América Latina: “La incertidumbre se apodera de los mercados mientras el optimismo se desvanece”.

En medio de una pandemia larga y dolorosa, los riesgos para la estabilidad financiera mundial se mantienen contenidos, por el momento. No obstante, el desvanecimiento del optimismo económico y la intensificación de las vulnerabilidades financieras hacen que sea el momento de calibrar minuciosamente las políticas. Durante año y medio, bancos centrales, ministerios de Hacienda e instituciones financieras internacionales han brindado en todo el mundo un apoyo sin precedentes al crecimiento económico, a través de sus políticas. Ahora deben elaborar estrategias para preparar de manera segura medidas de política monetaria y fiscal para una nueva etapa.

Los bancos centrales de importancia sistémica de todo el mundo son conscientes de que las consecuencias imprevistas de las medidas que adopten podrían poner en riesgo el crecimiento y, posiblemente, provocarían ajustes bruscos en los mercados financieros mundiales. La incertidumbre es especialmente intensa en un clima acaparado por la persistente pandemia, en el cual la sociedad enfrenta retos inherentes a "las tres C": la COVID-19, las criptofinanzas y el cambio climático, como se analiza en la última edición del Informe sobre la estabilidad financiera mundial (informe GFSR, por sus siglas en inglés).

El optimismo se desvanece

Las masivas políticas de apoyo monetario y fiscal a la economía aplicadas en 2020 y 2021 ayudaron a limitar la contracción económica que se inició al estallar la pandemia y, durante gran parte de este año, han respaldado un fuerte repunte de la economía. En muchas economías avanzadas, las condiciones financieras se han distendido con respecto a los primeros meses de pandemia. De todos modos, el clima de optimismo que impulsó los mercados durante el primer semestre del año corre el riesgo de desvanecerse.

Los inversionistas están cada vez más preocupados por las perspectivas económicas en un contexto de incertidumbre creciente en torno al vigor de la recuperación. El acceso desigual a las vacunas, unido a las mutaciones del virus de la COVID-19, ha provocado un nuevo aumento del número de infecciones, avivando las preocupaciones sobre las perspectivas de mayor divergencia económica entre países. En muchos de ellos, el nivel de inflación ha superado las expectativas. Además, las nuevas incertidumbres surgidas en algunas de las principales economías han alertado a los mercados. Estas incertidumbres tienen su origen en vulnerabilidades financieras que podrían provocar un aumento de los riesgos a la baja, una subida de los precios de las materias primas e incertidumbre en torno a las políticas.

El deterioro de la confianza de los mercados desde la publicación de la edición de abril de 2021 del informe GFSR provocó un fuerte descenso a nivel mundial de los rendimientos nominales a largo plazo durante el verano, impulsado por la caída de las tasas de interés reales como consecuencia de la preocupación por las perspectivas de crecimiento a largo plazo. No obstante, a finales de septiembre, la inquietud de los inversionistas ante las presiones inflacionarias dio un nuevo impulso a las tasas de interés, a la vez que las presiones de los precios comenzaban a considerarse más persistentes de lo que se había previsto en algunos países, lo cual comportó la total reversión de los anteriores descensos.

Si, en un momento dado, los inversionistas revalúan repentinamente las perspectivas económicas y de las políticas, los mercados financieros podrían registrar una revalorización del riesgo que, de mantenerse, podría interactuar con las vulnerabilidades subyacentes y provocar un endurecimiento de las condiciones financieras. Ello podría poner en peligro el crecimiento económico.

Los riesgos obligan a monitorear de cerca otros ámbitos clave. Los mercados de criptoactivos crecen con rapidez y los precios de esta clase de activos siguen siendo muy volátiles. Los riesgos para la estabilidad financiera todavía no son sistémicos en el ecosistema de criptoactivos, pero los riesgos deben vigilarse de cerca, por sus implicaciones monetarias a nivel mundial y las deficiencias que presentan los marcos operativos y regulatorios en la mayoría de las jurisdicciones, sobre todo en economías de mercados emergentes y en desarrollo. Asimismo, mientras el mundo sigue buscando la forma de acelerar la transición a una economía de bajas emisiones de gases de efecto invernadero para evitar los efectos negativos para la estabilidad económica y financiera vinculados al cambio climático, se abre una oportunidad prometedora en el sector financiero. Si bien la cifra de activos bajo gestión en fondos de inversión climáticos sigue siendo relativamente pequeña, las entradas de capital se han disparado y existe la promesa de que los costos de financiamiento de las empresas respetuosas con el medio ambiente se reducirán, así como de que los fondos ejercerán una administración más climática.

La disyuntiva no es tan sencilla

En un contexto general de condiciones financieras todavía favorables, nuestro análisis concluye que las vulnerabilidades financieras siguen siendo elevadas en varios sectores, aunque quedan enmascaradas parcialmente por las masivas políticas de estímulo. Los responsables de la política económica se enfrentan a una compleja disyuntiva: seguir respaldando la economía mundial en el corto plazo a la vez que intentan evitar la acumulación de riesgos para la estabilidad financiera a mediano plazo. Encontrar una solución a esta disyuntiva es un desafío clave para las autoridades económicas.

El prolongado período de condiciones financieras extremadamente favorables durante la pandemia —sin duda necesario para sostener la recuperación económica— ha dejado que persistan tensiones excesivas en las valoraciones de los activos. A su vez, si se mantienen, estas tensiones excesivas podrían intensificar las vulnerabilidades financieras. Algunas señales de alerta —por ejemplo, la mayor asunción de riesgos financieros, así como el aumento de las fragilidades en el sector de las instituciones financieras no bancarias— son indicativas del deterioro de los cimientos de la estabilidad financiera. Si no se corrigen, estas vulnerabilidades podrían persistir en el largo plazo y convertirse en problemas estructurales.

Medidas de política

Los responsables de la política económica deberán elaborar planes de acción que eviten consecuencias imprevistas. Las políticas de apoyo monetario y fiscal deben estar más focalizadas y adaptarse a las circunstancias específicas de cada país, habida cuenta de las diferencias en cuanto al ritmo de recuperación económica de cada uno. Los bancos centrales deberán comunicar con claridad el enfoque futuro de la política monetaria, con el fin de evitar un endurecimiento injustificado o repentino de las condiciones financieras. Las autoridades monetarias deben seguir alerta y, si las presiones de los precios terminan siendo más persistentes de lo que se esperaba, actuar de forma resuelta para evitar el desanclaje de las expectativas de inflación. El respaldo fiscal puede dirigirse según corresponda a medidas más focalizadas y adaptarse a las características específicas de cada país.

Los responsables de la política económica deben intervenir de forma temprana y emplear selectivamente algunas herramientas de política macroprudencial más restrictivas para abordar las bolsas de vulnerabilidad elevada. Hacerlo es esencial para corregir las posibles consecuencias imprevistas de las medidas sin precedentes que han adoptado, ante la posibilidad de que sea necesario prolongar las políticas de apoyo para asegurar una recuperación sostenible.

En la medida de lo posible, las autoridades responsables de la política económica en los mercados emergentes y preemergentes deben comenzar a recomponer sus márgenes de maniobra fiscal y aplicar reformas estructurales. Algunas de esas economías, que enfrentan también varias dificultades internas (subida de la inflación y problemas fiscales), siguen expuestas al riesgo de que se produzca un endurecimiento repentino de las condiciones financieras externas.

En un contexto de mayores presiones sobre los precios, los inversionistas están trasladando a los precios el ciclo de restricción rápida y bastante pronunciada de muchos mercados emergentes, si bien se espera que el aumento de la inflación sea pasajero. Regenerar las reservas y aplicar reformas duraderas para dar impulso a las perspectivas de crecimiento económico será fundamental para protegerse del riesgo de reversión de los flujos de capital y el incremento repentino de los costos de financiamiento.

¿Un segundo «giro a la izquierda» en América Latina?

Mariano Schuster , Es periodista. Es editor de la plataforma digital de Nueva Sociedad, editor de La Vanguardia (Argentina) y corresponsal argentino para el periódico español El Confidencial. Ha colaborado con medios como Letras Libres, La Nación y Le Monde diplomatique, entre otros.

Pablo Stefanoni , Jefe de redacción de Nueva Sociedad. Coautor, con Martín Baña, de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución rusa (Paidós, 2017) y autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo Veintiuno, 2021). Escriben en “Nueva Sociedad”

A mediados de la década de 2010, los gobiernos del denominado «giro a la izquierda» latinoamericano comenzaron a mostrar signos de agotamiento. Estos se explicaban por diversas razones: desgaste por los años en el poder, dificultades de renovación de los liderazgos, cambios económicos globales, inconsistencias de las agendas reformistas, etc. Sin embargo, lo que parecía entonces un movimiento pendular hacia la derecha quedó a medio camino. La llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en México y el retorno del peronismo en Argentina se sumaron a la caída y el regreso al gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, al ascenso electoral de la izquierda chilena, al triunfo de Pedro Castillo en Perú y, más recientemente, a la recuperación de la izquierda brasileña (o al menos del «lulismo»).

De esta forma, desde las instituciones como desde las calles, parece pavimentarse el camino a una suerte de «segundo giro a la izquierda». Las victorias de la izquierda se producen, en todo caso, en un clima muy diferente del «giro a la izquierda» de los primeros años 2000: o bien se trata de otros países (Chile, México o Perú) o bien de otros contextos (Bolivia, Argentina). Por un lado, estamos ante progresismos con horizontes «utópicos» más limitados, que gobiernan en contextos políticos y económicos más complicados, y por el otro, nos encontramos con una diversidad mayor se sensibilidades progresistas, atravesadas por las olas feministas, y circunstancias que están muy lejos de ser homogéneas. La idea «refundacional» se ha diluido y proyectos como el venezolano tienen mucha menos legitimidad entre las izquierdas regionales.

El «segundo giro a la izquierda» se produce, además, en un contexto diferente al del pasado y en una región crecientemente heterogénea y caleidoscópica, que está lejos de los «climas de época» del pasado. No se trata solo de que se evidencien unas condiciones económicas más desfavorables para la región, sino del reacomodamiento de temáticas y perspectivas. Los debates en torno de los feminismos, los ecologismos y los modos de consumo y alimentación han permeado, durante los últimos años, a las «fuerzas progresistas»  y se articulan de manera diferente con temáticas más clásicas como la redistribución de la riqueza y la mejora en las condiciones materiales de vida. Las formas en las que las izquierdas han abordado esos ejes no solo es disímil. Es, en ocasiones, antagónica.

Lejos de las viejas apelaciones grandilocuentes a la «patria grande», a la América Latina unida, a un regionalismo que oficiaba de internacionalismo localista, este momento parece haber dado paso a izquierdas menos interconectadas. Mientras tanto, las derechas han producido sus propios reacomodamientos, abordando en algunos casos cuestiones caras a las tradiciones progresistas y disputando en esos terrenos. En ocasiones, los triunfos electorales de las izquierdas parecen haber ocluido esa dimensión, llevando a un conformismo de los triunfadores. Pero lo cierto es que, en los casos en los que la izquierda se ha dedicado a administrar y ha carecido de una imaginación política más amplia, las derechas –particularmente aquellas que plantean horizontes— continúan en franco crecimiento. Comprender y analizar estas dimensiones resulta crucial en la América Latina contemporánea.

¿Qué potencia tienen hoy las izquierdas de la región? ¿Cómo se relacionan unas con otras? ¿Los giros evidenciados en temáticas posmateriales pueden ser absorbidos desde posiciones progresistas o son, también, parte de una disputa con las derechas? ¿Qué horizontes tienen los espacios progresistas gobernantes más allá del terreno electoral? ¿Y cuál tienen los espacios de izquierda que se manifiestan en las calles pero sin lograr todavía acceder a los espacios gubernamentales de mayor representatividad política?

En este marco, vale la pena debatir qué expresa la persistencia de las izquierdas y los progresismos regionales y cuáles son sus desafíos en un mundo transformado por la pandemia de covid-19 y por cambios geopolíticos y tecnológicos de diversa índole que ponen en tensión los proyectos de reforma social. También está en el terreno de la controversia qué lecciones nos dejaron las experiencias progresistas de los primeros años 2000, con sus ambivalencias en términos democráticos, igualitarios e institucionales.

Post- pandemia: las mismas tensiones, los mismos problemas

A medida que van cediendo los efectos de la pandemia, la realidad globalizada nos devuelve las mismas tensiones y los mismos problemas que ya existían antes de la pandemia. Pero tal constatación no debería desvalorizar ni minimizar las enseñanzas y los efectos que el inédito fenómeno global produjo en sociedades neoliberalizadas que han instalado la idea de la ganancia o lucro financiero o monetario, que el “live Motive” de época.

Expresiones como “ganarse la vida”, “el mango en el bolsillo”, “llevar la comida a casa o a las mesas de la familia” se han constituido casi como absoluto, en el elemento que moviliza y define buena parte de las decisiones cotidianas que, frente a las necesidades e imposibilidades impuestas de esta forma, produce una degradación ética y pérdida de valores humanos y de relación, que generan el estado de declive de las sociedades actuales.

Hacer cualquier cosa para llevar el mango a casa”, se convierte en elemento de distorsión, toda vez que cualquier valoración se hará a partir de la necesidad monetaria o financiera que será “la medida” de toda ética y de todo comportamiento. En estos escenarios, la ley y las conductas como “reglas de convivencia” o “valores para la vida” pierden sentido y dirección.

El problema sistémico obedece a que las relaciones que impone la globalización producen contradicciones y concentraciones insostenibles entre los grupos mas privilegiados y aquellos que, por diversas razones, no tienen las mismas capacidades, posibilidades y oportunidades para integrarse desde algún lugar mejor, a las dinámicas y formas de producción del Capitalismo neoliberal. Pero esto solo es posible porque hay instancias intermedias que frenan la posibilidad de visibilizar la cuestión, al centrar sus miradas hacia abajo y no ver la distancia imposible que les separa de los escalones mas altos del reparto de las riquezas y los privilegios. Intentar observar, mas allá de la propia posición, el sistema de relaciones que nos involucra pero que nos excede pues es mucho mas que lo que nos permite la ubicación individual o grupal en la pirámide social.

Los datos son elocuentes: el 0,6 % de la población adulta del planeta tiene el 39,3 % de la riqueza del mundo para echarse las manos a la cabeza: más de una tercera parte de la riqueza del mundo está controlada por una super élite de apenas 29 millones de personas. Justo por debajo de ellos, una segunda división de la élite mundial representada por 344 millones de personas (el 7,5 % de la población mundial) ostenta otro 43,1 % de la riqueza total del globo terráqueo. Sumando ambos, el 8,1 % de la población mundial posee el 82,4 % de la riqueza del planeta. Si analizamos la pirámide por la parte baja de la misma las conclusiones son aún más desoladoras: alrededor de 3.184 millones de personas, el 69,3 % de la población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares, acumula el 3,3 % de la riqueza del planeta. El dato es aún más preocupante al descubrir que 4.219 millones de personas, el 91,8 % de la población adulta mundial, tan sólo acumula el 17,7 % de la riqueza total.

Esta mirada global y las necesarias adecuaciones a las realidades nacionales, hacen imprescindible una revisión de las miradas políticas y de como gestionamos los recursos públicos para paulatinamente ir revirtiendo estas concentraciones insostenibles que alimentan marginación, pobreza y hambre.

Obviamente nadie quiere perder sus privilegios. El temor a perder “el estilo de vida” adquirido en la ilusión del “propio esfuerzo” es el armado subjetivo que sostiene las injusticias e inequidades. Las tensiones y “grietas” en las precarias democracias actuales reside fundamentalmente en el miedo a perder.

Ayer fue el día del psicologo/a , como cada 13 de octubre, se conmemora en nuestro país el “Día del Psicólogo”, fecha que se instituyó en 1974, cuando la Confederación de Psicólogos de la República Argentina, convocó al Primer Encuentro Nacional de Psicólogos y Estudiantes de Psicología en la ciudad de Córdoba.

Dos de las cuestiones que mas se estudian en esta área del conocimiento tienen que ver en como los miedos y las perdidas son procesadas por nuestras formas de pensar y tomar decisiones y definen conductas y buena parte de la forma de vida que adoptamos. Obviamente los desequilibrios se producen en esos espacios donde sus opuestos no alcanzan a producir “estabilidad”, ya emocional, ya afectiva, que permitan al individuo un desarrollo pleno y estar satisfecho con su vida y como la vive: hace ,piensa, siente.

Al temor, la ilusión de seguridad, control, dominio, poder. A la pérdida, o bien el aferramiento para evitarla o el duelo frente al hecho consumado de su “ya no está”.

Si hablamos de que es el dinero o las formas monetizadas y financiarizadas las que han ocupado la centralidad de la vida de las personas, es obvio que su concentración y el ejercicio de poder que se desprende de esta, es el arma que sostiene la subjetividad desequilibrada que impide transformar su propio placer en un placer colectivo, común. Del mismo modo juega el temor a la perdida de esa concentración, poder, control, seguridad alcanzada por el nivel de concentración que define cada posición en la pirámide del reparto de riquezas en estas globalizaciones neoliberales.

Estas ideas se manifiestan en la realidad concreta en las conductas de los individuos que tienen temores a “perder sus empleos – ingresos -” , su “posición social”, “lo alcanzado o logrado con esfuerzo”, etc. etc. etc.

Cristina Noya, psicóloga ella, expresa “ Perder va acompañado de ganar, perder siempre implica un cambio, una transformación del transcurso de los sucesos.

Quizá, para empezar a tomarnos las perdidas como algo no tan negativo, debemos empezar a asociar las pérdidas con las ganancias.

No es fácil perder, no nos han enseñado a perder, ni tampoco que la pérdida pueda ser algo positivo. La pérdida comporta en muchas ocasiones frustración, ira, tristeza, pena, incluso melancolía por lo que hemos perdido.

La sociedad nos ha inculcado frases como “no llores”, “no estés triste”, “no te enojes”. Yo digo que es necesario llorar si el cuerpo así lo pide, es necesario pasar por la tristeza, por la pena, si el cuerpo así se siente, pues perder implica hacer un cambio, y el cuerpo ha de adaptarse al cambio mediante el duelo.

El dolor, la rabia, la tristeza, aunque sean experiencias duras, son sanas y necesarias. Cuanto antes se pase el duelo, antes empezará la fase de rehabilitación y adaptación. La intensidad, la duración y las características de este duelo dependen de la pérdida y de nuestra disposición a ser conscientes de que estamos viviendo un proceso de duelo.

Por eso, no debemos ignorar las pérdidas. Ahí están, siempre estarán porque la vida es un constante cambio, con constantes perdidas y constantes ganancias.”

Y si en el espacio individual y el de las conductas que allí se definen, esto se traduce en aquellas pérdidas que no pueden ser evitadas o en aquellas producto de los cambios a los que nos vemos enfrentados, podemos explicar de alguna forma las ideas que se confrontan en las llamadas “grietas políticas” como expresiones de esas tensiones entre quienes concentran y se aseguran para si “estilos de vida” y quienes quedan excluidos o al margen de esos repartos y beneficios.

Una sociedad democrática tiende a mayores y mejores equilibrios que transformen las perdidas de los concentrados en ganancias para la sociedad toda una vez que se alcanzan estados mas estables y predecibles y ceden los miedos a transformaciones abruptas y violentas o a las contradicciones e incoherencias a las que nos enfrenta la realidad del deseo de “depender de uno mismo” y la imposibilidad de que esto se produzca sin algún ejercicio de poder que someta a muchos a la imposibilidad para que ese individuo pueda desarrollar la suya propia en lugar de un sistema de relaciones que sea mas equitativo y reparta el poder y lo generado por el esfuerzo de mejores formas. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


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