Individuo, trabajo y política.


El trabajo en el siglo XXI

Si como se suele decir “El trabajo dignifica al hombre”, la pregunta de estos tiempos es ¿Porque la marcada tendencia a lo que se ha dado en llamar “el fin del trabajo”?

En tiempos neoliberales y posverdaderos, las palabras suelen confundir mas de lo que pensamos, en tanto dicen mucho mas de lo que dicen, si las pensamos.

La apuesta por la “automatización” de funciones y procesos de producción que reducen la injerencia del hacer humano, supone, según alguna mirada, la mejor calidad de vida en tanto mas “tiempo libre” que puede ser dedicado al “ocio” “disfrute” o la “creatividad”.

Pero lamentablemente esta “automatización” no surge en formas que han repartido equitativamente el fruto de los trabajos y esfuerzos y que por tanto, lo hace de igual manera con los tiempos de “ocio” “disfrute” y “creación”, sino en formas que concentran en pocos, las posibilidades de su ejercicio.

El fin del trabajo

Jane Humphries, Universidad de Oxford y Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres, Reino Unido y Benjamin Schneider, estudiante de doctorado en Economía e Historia Social de la Universidad de Oxford, Reino Unido, son coautores de “ El trabajo en el siglo XXI” artículo publicado el 08 Sep 2020 en “El trimestre económico”, una de las revistas académicas sobre economía más antiguas de habla hispana. Fue fundada por Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor en 1936. En sus 86 años de historia se ha posicionado firmemente como una de las revistas de economía más importantes de Iberoamérica: ha contribuido de manera importante al desarrollo del pensamiento económico latinoamericano, ha sido el foco de difusión científica de economistas latinoamericanos paradigmáticos como el argentino Raúl Prebisch, quien en 1950 publicó su artículo seminal de modelos de sustitución de importaciones en esta revista; asimismo, muchas de las principales políticas económicas que se han implementado en la región han sido discutidas y analizadas en primera instancia en la revista. Actualmente es uno de los principales canales de discusión sobre los fenómenos económicos de Iberoamérica.

El trabajo, eso que tanto consume nuestras vidas y nuestras energías! Pero cómo trabajamos y lo que obtenemos por ello son cosas que han cambiado drásticamente con el paso del tiempo, y, como lo muestran los tres libros de los que hablamos aquí, ( Richard Baldwin (2019). The Globotics Upheaval: Globalization, Robotics, and the Future of Work. Nueva York: Oxford University Press; David G. Blanchflower (2019). Not Working: Where Have All the Good Jobs Gone? Princeton: Princeton University Press, y Carl Benedikt Frey (2019). The Technology Trap: Capital, Labor, And Power in the Age of Automation. Princeton: Princeton University Press.).

Se avecinan nuevos cambios radicales. 

Como es de esperar de unos libros sobre el futuro del trabajo en el siglo xxi, la automatización, la globalización y la desigualdad son temas recurrentes. Sin embargo, cada libro aporta algo original a la discusión.
David G. Blanchflower, el autor de Not Working: Where Have All the Good Jobs Gone?, cuenta con una larga trayectoria como economista laboral, durante la cual se ha opuesto tanto al asalto neoliberal al Estado de bienestar como a la obsesión de los “halcones de la austeridad” con el déficit fiscal y las supuestas amenazas de inflación.
Es un firme partidario de que los economistas deben llevar a cabo una investigación pragmática del estado real de la economía y no sólo plegarse a modelos que quizá ya no son vigentes.
Cuando se trata de evaluar las perspectivas económicas, Blanchflower insiste en que debemos poner más atención a las señales del mundo real, incluyendo encuestas a empleadores, consumidores y hogares. A menudo se refiere a indicadores como el optimismo de los taxistas o las intuiciones de gerentes de negocios, y recomienda que se contemplen otros indicadores aún más esotéricos, como la frecuencia de procedimientos quirúrgicos estéticos. Una baja en los estiramientos faciales, señala, podría anunciar el comienzo de una recesión.
Algunos economistas ortodoxos podrán desestimar el estilo de Blanchflower de “pasear por la economía” y considerarlo anecdótico y desordenado. Pero, tomando en cuenta lo bien que su enfoque ha seguido el desempeño eco nómico real de los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países europeos desde 2008, quizá sean los ortodoxos quienes tienen que observar un poco más lejos.

I. Una brecha engañosa

En un argumento secundario de Not Working, Blanchflower narra su experiencia en el Comité de Políticas Monetarias del Banco de Inglaterra, en el que por muchos años fue una voz solitaria que se oponía a los aumentos de las tasas de interés. Mientras los otros miembros se preocupaban por la inflación, Blanchflower libró una batalla de un solo hombre para mantener las tasas bajas, una posición que parece justificada por la débil recuperación y la persistencia de una baja inflación.
Blanchflower sospecha que la tasa de desempleo ya no refleja la brecha del mercado laboral,(La diferencia entre el volumen de empleos demandados por los trabajadores y la oferta real [nota del traductor] o sea, los recursos que podrían utilizarse durante la expansión antes de que los precios comiencen a subir. Nos recuerda que muchos trabajadores potenciales, desanimados por los bajos salarios y las condiciones precarias de los trabajos disponibles para ellos, han dejado de formar parte de la población económicamente activa (es decir, ya no buscan trabajo). Algunos de estos (no) trabajadores pueden aparecer en los registros como individuos incapaces de trabajar debido a su edad o a alguna enfermedad. Los que pertenecen a grupos más jóvenes pudieron haber prolongado sus estudios.
Otros, al haber agotado todos los beneficios del desempleo, entrarán al sector informal al trabajar por salarios no registrados.
Otra causa de la brecha en el mercado laboral se debe a quienes desean pasar de un empleo de medio tiempo a uno de tiempo completo, o a quienes quieren trabajar más horas o más días. Finalmente, están los retirados que podrían verse tentados a volver a trabajar. En cualquier caso, Blanchflower sostiene que muchos de estos desempleados, subempleados o informales podrían volver al mercado laboral si hubiese trabajos decentes disponibles.
Según Blanchflower, la brecha oculta del mercado laboral explica por qué los salarios no han podido subir a pesar de que el desempleo registrado ha descendido —un enigma que ha dejado perplejos a muchos economistas laborales y confundidos a muchos formuladores de políticas—. La relación in versa entre el desempleo y el alza de salarios que se presenta cuando hay bajos niveles de desocupación, conocida como la curva de Phillips, estuvo sustentada por las estadísticas durante mucho tiempo y ha respaldado los pronósticos macroeconómicos y las políticas adoptadas desde la década de los setenta.
Se dio por hecho que la disminución del desempleo era señal de agotamiento de la brecha en el mercado laboral y que esto presagiaba una inflación. 


Por ende, en el pasado, cuando las tasas de desempleo se acercaban a niveles que presagiaban una espiral inflacionaria, los economistas se ponían nerviosos. Estas ideas son la causa de las preocupaciones de los colegas de Blanchflower miembros del Comité de Política Monetaria, así como de muchos otros que han defendido las alzas preventivas en las tasas de interés para evitar la inflación. Sus posturas dependen completamente de la estabilidad de la curva de Phillips, o sea, de la relación entre la tasa de desempleo y la brecha existente en el mercado laboral.
Pero, por supuesto, las presiones inflacionarias no se han materializado a pesar de las bajas tasas de desempleo registradas. Para Blanchflower, esto sustenta su opinión de que el nivel real de la brecha en el mercado laboral es mucho mayor a lo que sugiere la tasa de desempleo. En otras palabras, la curva de Phillips ya no funciona. Peor aún, los formuladores de políticas de los Estados Unidos y del Reino Unido, atrapados en modelos anticuados, han adaptado medidas de “estabilización” que, en realidad, han obstaculizado la recuperación tras la crisis de 2008, con efectos particularmente adversos en regiones con industrias en declive.

II. algún mal escritor académico de algunos años atrás

Los resultados de estos errores han sido catastróficos. Por su parte, Blanchflower es (una vez más) de los pocos economistas que reconocen el sufrimiento causado por el desempleo, el subempleo o simplemente por vivir en un pueblo o una ciudad en decadencia. Posee un dominio increíble de fuentes (entre las cuales podemos contar algunos de sus trabajos) que relacionan el declive económico con los indicadores de aflicción, incluyendo encuestas transparentes de bienestar subjetivo y medidas objetivas de carencias personales y comunitarias, por ejemplo, tasas de alcoholismo, drogadicción, suicidio, obesidad, carencia de vivienda, crimen y encarcelamiento.
El malestar general, afirma Blanchflower, es una fuente de descontento político y división social. Además, da pie a que se originen retóricas populistas que rechacen a las élites políticas establecidas, a los expertos y a los principales medios de comunicación. Cuando la gente sufre, se suele culpar a alguien. Hace años, uno de nosotros publicó un artículo que mostraba que, durante la Gran Depresión, se culpó a las mujeres trabajadoras por las altas tasas de desempleo y la baja en los salarios. Pero, tras un largo periodo de alta participación femenina en el campo laboral, ya no es posible interpretar el declive económico mediante un punto de vista misógino, ni maquinar la expulsión de las mujeres de dicho ámbito. En la actualidad, los nuevos chivos expiatorios en los Estados Unidos y en Europa son los inmigrantes.
Los inmigrantes son acusados de forma rutinaria de tomar los trabajos de los nativos, abaratar los salarios, exigir una cantidad desproporcionada de beneficios del gobierno y evadir impuestos, especialmente en regiones “atrasadas” y en apuros. De hecho, la mayoría de los estudios, incluyendo varios metaanálisis de datos micro y macroeconómicos, demuestra que los inmigrantes no son la causa de la reducción de empleos y salarios. Tampoco representan una carga para los fondos o los servicios públicos. Al contrario, en general son más jóvenes y están mejor preparados que los trabajadores nativos, y, a la larga, suelen pagar más impuestos que lo que cuestan en beneficios y servicios públicos.
No obstante, los argumentos racionales y una poderosa evidencia empírica poco pueden hacer contra la retórica dirigida a sentimientos profundamente arraigados de dolor, pesadumbre y desconfianza, sobre todo cuando se retrata como élites hostiles a quienes brindan opiniones informadas. Pero, entonces, ¿cómo podemos encarar estos problemas? Desafortunadamente, Not Working carece de convicción en este punto. Apegándose a un anticuado keynesianismo, la solución principal de Blanchflower es “dejar que la economía se caliente” al incrementar la demanda agregada.

Debido a que la curva de Phillips heredada de la década de los setenta ya no es vigente, Blanchflower propone que nuestro punto de referencia sea la década de los cincuenta, cuando la expansión macroeconómica y el alza de salarios eran constantes. En una expansión, explica, los salarios deberían aumentar y los términos y las condiciones de los empleos deberían mejorar, puesto que los empleadores compiten por los trabajadores. Una marea alta debería elevar todos los barcos y traer buenos trabajos incluso a las regiones donde hay escasez.
La tradicional insistencia keynesiana sobre la prioridad de la demanda agregada en la política propuesta por Blanchflower explica su curiosa aseveración, recurrente en todo el libro, de que el subempleo y el desempleo son cíclicos y no estructurales. No obstante, sus propios datos sobre los efectos de las industrias al borde de la extinción contradicen esta conclusión. Si bien el sub-empleo y el desempleo cíclicos pueden responder a una política expansionista fiscal y monetaria, los problemas estructurales requieren otras soluciones.

En última instancia, aún no estamos seguros de que la clara distinción entre ciclo y estructura de los keynesianos de mitad de siglo pueda resucitar.
Como lo demuestra el mismo Blanchflower, el subempleo y el desempleo cíclicos hacen que los trabajadores afectados sean aún más difíciles de contratar, lo que genera problemas estructurales. Blanchflower complementa su propuesta de expansión keynesiana con políticas para mejorar la infraestructura, elevar la intensidad del trabajo en la producción y fomentar intervenciones locales eficaces. Sin embargo, aún hay grandes problemas que pasa por alto, en particular las amenazas de la automatización y la globalización.
¿Será posible recuperar los “buenos trabajos” de antaño al manejar la economía con altos niveles de demanda agregada, o los salarios más elevados sólo alentarían a los empleadores a automatizar o a subcontratar ciertos trabajos? ¿Rechazarían los consumidores los bienes de menor precio producidos en países de menores salarios? Con el fin de entender estas amenazas para los “buenos trabajos” de los que habla Blanchflower, debemos recurrir a otros libros.

 

III. El verdadero gran desplazamiento

En The Globotics Upheaval, Richard Baldwin, del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales, sostiene que dos fuerzas, la globalización y los robots, implican una seria amenaza para muchos trabajos de cuello blanco en países ricos. Hace referencia a los empleos que perduraron tras la deslocalización de puestos de trabajo manufactureros y el desarrollo de la tecnología de la información (ti) en los servicios desde la década de los setenta.
El libro inicia con un resumen histórico del cambio tecnológico y del impacto que ha tenido en los trabajos con el paso del tiempo. Baldwin presenta una narrativa en tres partes: la “Gran Transformación” producida por la Revolución industrial desplazó a los trabajadores de zonas rurales y agrícolas a zonas urbanas. Luego, la revolución de las ti movilizó a más trabajadores al sector servicios. Finalmente, el periodo de “globótica” —caracterizado por la globalización y la automatización— obligará a los trabajadores a desplazarse a ocupaciones profesionales y de servicios que no compitan con telemigrantes ni robots.
La primera amenaza, la globalización en forma de telemigración (o “inteligencia remota”), consiste primordialmente en compañías de países ricos que contratan trabajadores de países de salarios bajos para que realicen tareas específicas en plataformas en línea, a veces con la ayuda de técnicas de realidad aumentada o realidad virtual. Estos trabajadores pueden ser profesionales de ti, correctores de textos o trabajadores de cuello blanco en campos similares. La principal ventaja comercial para las compañías es que éstos trabajarán por salarios mucho más bajos que sus contrapartes en países ricos y que suelen ser contratados como autónomos.
Por consiguiente, la telemigración ha causado que sea mucho más fácil para las compañías de países ricos prescindir de los trabajadores de cuello blanco de tiempo completo. Entre los principales impulsores de esta tendencia están la mejora en la traducción con máquinas (lo que permite a muchos trabajadores desempeñar funciones para las compañías en un lenguaje que no dominan), una mejor conectividad de internet y una creciente población de graduados universitarios en países de salarios bajos. En pocas palabras, los trabajadores de países ricos ya no tienen el monopolio del uso de tecnología avanzada producida por compañías establecidas en el mismo lugar que ellos.

IV. Robots de cuello blanco

La segunda amenaza que identifica Baldwin es conocida: los robots que llegan a tomar nuestros trabajos. El autor concibe el término “robots” en forma amplia, pero se enfoca en el aprendizaje de las máquinas (machine learning): el proceso por el cual las computadoras catalogan patrones y aplican su “conocimiento” con base en estos patrones para desempeñar diversas tareas. 

Muchas corporaciones ya están haciendo uso de la inteligencia artificial para automatizar tareas repetitivas, como el registro de datos o el servicio al cliente. De este modo, mientras la telemigración remplaza a un trabajador de un país rico por un trabajador de un país de salarios bajos, la inteligencia artificial reducirá el número total de trabajos disponibles en muchas ocupaciones, incluso si no elimina dichas ocupaciones por completo. Los trabajos repetitivos y los empleos en jurisdicciones con una sólida protección laboral serán particularmente vulnerables. La inteligencia artificial también amenaza a los especialistas —por ejemplo, los del campo de la medicina— más que a los no especializados, dándole la vuelta a esa vieja historia de un cambio tecnológico que favorece a los trabajadores mejor calificados. 

De acuerdo con Baldwin, la reacción política ante la globótica en países ricos será particularmente agresiva, pues representa una competencia “increíblemente injusta”. En su resumen histórico, señala que ha habido grandes efectos negativos en episodios previos de cambio tecnológico y de globalización, todos los cuales terminaron con una combinación de represión y reforma. El mundo capitalista del siglo xx, por ejemplo, se mantuvo a flote mediante el control de las fuerzas revolucionarias y el establecimiento de sistemas de bienestar social. 

Un resultado posible de la inteligencia artificial es la “descalificación”, y Baldwin afirma que los trabajadores encontrarán la amenaza inminente de la globótica “increíblemente injusta”. No obstante, no brinda ejemplos de cuándo los trabajadores han encontrado “justo” el desempleo tecnológico —ni podemos esperar ver muchos—. En respuesta al riesgo del desempleo tecnológico, sostiene que los votantes podrían exigir lo que él denomina shelterism: es decir, políticas de protección o prevención ante el cambio tecnológico. Pero, sorprendentemente, no discute las implicaciones de un posible escenario en el que algunos países permitan el cambio tecnológico para avanzar rápidamente mientras que otros intentan restringirlo. 

Los trabajos que sobrevivan a la era de la globótica serán diferentes a los trabajos que mucha gente tiene en la actualidad. En este respecto, Baldwin se remite a la investigación de McKinsey & Company, Alan S. Blinder, de la Universidad de Princeton, y Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, de la Universidad de Oxford, para identificar los trabajos y las tareas que tienen más probabilidades de perdurar. Entre ellos están los trabajos que carecen de grandes conjuntos de datos de los que las máquinas puedan aprender, los que requieren creatividad e inteligencia social o aquellos que exigen un entendimiento de por qué ocurren determinadas tendencias (más que simplemente reconocerlas cuando aparecen). 

Muchos trabajadores podrían decepcionarse al saber que los puestos de gerentes tienen alta probabilidad de sobrevivir, al igual que los de consultores. 

Los trabajos que impliquen interactuar con personas también son más seguros. Muy probablemente, el contacto cara a cara en actividades humanas y en el trabajo adquirirá más importancia, lo cual alentará la urbanización. Al mismo tiempo, los trabajadores no podrán asegurar sus trabajos con tan sólo adquirir más habilidades, sino que necesitarán enfocarse en el aprendizaje de habilidades específicas que no puedan ser automatizadas.

V. Una carrera cuesta abajo

Baldwin es muy optimista respecto de las implicaciones de la globótica, pero admite que la perturbación que se avecina producirá un efecto negativo en el futuro a mediano plazo. En su opinión, tanto el referéndum del Brexit como la elección del presidente Donald Trump en los Estados Unidos en 2016 fueron el resultado de la globalización y la automatización. Ambos hitos políticos (se podrían mencionar otros) fueron impulsados por trabajadores que se sentían amenazados o “abandonados” por un cambio tecnológico que favorecía algunas cualificaciones, lo cual “vaciaba” los trabajos de clase media. Aún peor, Baldwin afirma que los trabajos de cuello blanco que están en mayor riesgo son los que aún se encuentran entre los “buenos trabajos”. Sin embargo, al igual que los otros libros de los que aquí se habla, The Globotics Upheaval no define lo que es un buen trabajo. Si los economistas van a luchar férreamente contra las implicaciones de la automatización y la globalización, necesitarán un enfoque holístico ante el futuro del trabajo que abarque variables fácilmente mensurables (salarios) y más cualitativas (satisfacción laboral).
Una idea breve pero de gran utilidad presente en este libro es que las alteraciones en el trabajo durante periodos de cambio tecnológico conllevan una carrera entre la productividad y la demanda. En retrospectiva, en tiempos de la Revolución industrial, Baldwin señala que, cuando los incrementos de productividad superaron la demanda de un producto, el empleo en esos sectores descendió; pero cuando la demanda “ganaba” la carrera, los sectores relevantes contrataban a más personas. Actualmente, Amazon está reduciendo su tiempo de empaquetado con el uso de robots, y la mayor rapidez de este servicio genera una mayor demanda. Pero Amazon también canaliza el sector del comercio minorista tradicional. Eso es lo que hace que sea tan importante observar esta particular carrera entre la pro ductividad y la demanda en la década de 2020 y en lo sucesivo.
Quizás el principal defecto de The Globotics Upheaval es que está escrito desde la perspectiva de un país rico. Baldwin admite que los trabajadores de cuello blanco en los países en desarrollo encontrarán beneficios en la telemigración, pero no explica cómo los afectará la inteligencia artificial. Si las corporaciones de los países ricos subcontratan por medio de la telemigración y luego revierten la deslocalización con inteligencia artificial, ¿en qué lugar quedan los antiguos telemigrantes? 

El enfoque preferido de Baldwin para mejorar el impacto de la telemigración y la inteligencia artificial es un modelo danés de “flexiguridad” compuesto de tres partes: fácil contratación y despidos, seguro de desempleo y políticas activas para ayudar a los trabajadores desempleados a asegurar sus nuevos trabajos. ¿Pero acaso los países en desarrollo tendrán la capacidad tributaria y administrativa para proveer la red de seguridad y la asistencia para la búsqueda de trabajo que esto implica? El economista de la Universidad de Harvard, Dani Rodrik, ha mostrado que la automatización ya está debilitando el potencial que tienen los países en desarrollo de apoyarse en la exportación de manufacturas para impulsar el crecimiento; esto lleva a lo que él llama una “desindustrialización pre matura”. Si los trabajos del sector servicios también se automatizan, no es claro qué empleos quedarán para los trabajadores de estos países. Debido a este desafío a largo plazo, el amplio optimismo de Baldwin parece ser cuestionable.

vI. la marcha de la tecnología

Carl Frey es reconocido por los estudiantes de tecnología por su famoso estudio (junto con Osborne) sobre las posibles consecuencias de la automatización. Frey y Osborne buscaron medir la automaticidad de 702 ocupaciones que representan 97% de la fuerza laboral de los Estados Unidos, con base en 20 000 descriptores únicos de tareas. Increíblemente (y de forma terrorífica), descubrieron que 47% de los empleos de los Estados Unidos son susceptibles a la automatización. En The Technology Trap, Frey pone esta amenaza en una perspectiva histórica, remitiéndose ampliamente a los recuentos de historiadores de la economía sobre las causas y las consecuencias de los cambios tecnológicos del pasado.
Frey examina los contextos social, político y económico de los cambios laborales del pasado e identifica las condiciones que han alentado o desanimado la invención y la introducción de nuevas tecnologías. Así, muestra el gran impacto que tienen los efectos de la tecnología, reales o anticipados, en los individuos, las comunidades y el Estado. El cambio tecnológico siempre genera ganadores y perdedores: hombres y mujeres cuyos trabajos (que a menudo exigen habilidades realmente difíciles de adquirir) ya no fueron necesarios. Frey insiste en que la distribución del poder económico y político es lo que determina si una tecnología ha de ser adoptada y a qué ritmo.
A partir de esto último se deduce que la política —y particularmente el derecho al voto— es el factor decisivo para determinar los resultados de las luchas de clase en la tecnología. 

Los inventos y los métodos mecánicos existían mucho antes de la primera Revolución industrial, pero rara vez se materializaban, pues los gobiernos que le temían al cambio los prohibían o les ponían un freno. Las administraciones bajo el mando de los Tudor y de la reina Isabel eran esencialmente fisiocráticas y desalentaron los avances industriales que no generaban un beneficio inmediato, basándose en la idea de que una población cambiante tendería al alboroto y la inquietud. Pero alrededor del siglo xviii, el poder político había pasado a manos de los que se beneficiaron con las nuevas tecnologías.
Los trabajadores que se ahogaron en la “ola de dispositivos” de la primera Revolución industrial no tenían voz en los asuntos económicos o políticos, pero no por ello se quedaron de brazos cruzados. Los tejedores, los cardadores de lana y los agricultores que se dedicaban a la trilla durante el invierno, así como los empleados de manufacturas locales, desplazados por la producción industrial, se propusieron destruir las máquinas.

Hicieron disturbios, quemaron las instituciones que los amenazaban y trataron de exponer su caso ante el parlamento.
No obstante, estaban condenados. El gobierno británico aseguró el éxito del cambio tecnológico y apoyó a quienes se beneficiaban de las nuevas máquinas. El papel que desempeñó el gobierno fue crucial, pues tuvieron que pasar décadas para que los beneficios de las nuevas tecnologías llegaran hasta la clase obrera. El largo periodo de estancamiento de salarios —en contraste con los prósperos ingresos de los dueños de las máquinas— hizo crecer la ira de los desplazados. En un artículo de 2009, el historiador econó mico Robert C. Allen acuñó el término la “pausa de Engels” (llamado así por el colaborador de Karl Marx, Friedrich Engels) para describir el periodo de 1800 a 1840. 

Durante este periodo, el aparato represor del Estado británico acrecentó su fuerza; en particular, por medio del “Bloody Code”, que iba dirigido a los amotinados contra los cercamientos, a los conspiradores y a los luditas. El Estado francés, en cambio, frenó el desarrollo tecnológico con leyes ambivalentes y regulaciones anticuadas. Habiendo vivido ya una revolución, las élites de Francia temían a la ira de las masas aún más que Gran Bretaña.

VII. El otro camino

La segunda Revolución industrial (de finales del siglo xix a inicios del xx) se desenvolvió en un contexto político diferente. A finales del siglo xix, algunos políticos tenían motivos para atender las voces de los perdedores, algunos de los cuales podían hacerse oír en las boletas electorales. Además, los cambios tecnológicos empezaron a tomar otra forma. De acuerdo con Frey, en esos momentos los cambios favorecieron el trabajo en lugar de eliminarlo. Mientras que las tecnologías que remplazan tareas desplazan a los trabajadores, las tecnologías que las facilitan aumentan su productividad en sus mismos empleos, o bien crean nuevas oportunidades en otros sitios.

Sin embargo, como lo han indicado otros críticos del libro de Frey, la distinción entre ambas tecnologías no es precisamente clara. Incluso cuando las máquinas desplazan a los trabajadores, quienes logren conservar su trabajo podrán gozar de los beneficios de la productividad. Si estos beneficios se manifiestan en los consumidores en forma de precios más bajos, y en los trabajadores en forma de salarios más altos, la demanda podría aumentar y generar más empleos. 

En la segunda Revolución industrial, los cambios tecnológicos desencadenaron un círculo virtuoso de este tipo. Los nuevos trabajos tenían buenos términos y condiciones, y los trabajadores que sólo contaban con educación secundaria podían aspirar a ellos. Éstos eran los “buenos trabajos” cuya desaparición lamenta Blanchflower. Su proliferación significaba que las filas de los ganadores crecieran velozmente, cediendo más recursos para amortiguar los golpes a los perdedores.

El ritmo del cambio tecnológico también es importante. En la primera Revolución industrial los beneficios para las masas se fueron dando lentamente, mientras que en la segunda Revolución industrial el efecto positivo fue rápido, por lo que fue más sencillo compensar los costos. Sin embargo, históricamente, a menudo ha tomado tiempo darnos cuenta de los efectos totales de las mayores y nuevas tecnologías de usos generales. Por ello, Frey, al igual que Blanchflower, advierte que incluso el desempleo tecnológico de supuesta “corta duración” puede arruinar la vida de un individuo y dejar un legado de amargura y de carencias a las futuras generaciones. El mercado podrá funcionar bien a largo plazo, pero los individuos, las familias y las comunidades sufrirían durante ese lapso, lo que llevará posiblemente a un efecto negativo que podría obstaculizar a las nuevas tecnologías antes de que se resientan sus mayores beneficios. 

En efecto, la odisea histórica de Frey tiene una conclusión perturbadora.
El cambio tecnológico reciente, junto con la globalización no sólo han eliminado empleos individuales, sino industrias enteras. Las experiencias del Rust Belt( El viejo cinturón industrial [nota del traductor]) de los Estados Unidos y de las antiguas minas de carbón en Gran Bretaña y Europa continental nos recuerdan más a la primera Revolución industrial que a los episodios posteriores a ella. De igual modo, la creciente desigualdad que ha acompañado la pérdida de empleos de cuello azul o de gerencia inferior en los Estados Unidos y en Europa Occidental es similar a la transferencia de ingresos del trabajo al capital que tuvo lugar a finales del siglo xviii.

VIII. ¿Este tiempo es distinto?

Existe una diferencia clave entre la primera Revolución industrial y la época actual. Quienes se han quedado atrás en la “pausa de Engels” de hoy en día tienen mucho más poder político y lo han usado en las boletas electorales, otorgándole la victoria a los políticos populistas. 

Los tres libros coinciden en que la mayoría de la gente considera que la pérdida de empleos y el deterioro en la calidad del trabajo son resultado del outsourcing, de las importaciones realizadas desde economías de salarios bajos y (erradamente) de la inmigración. Hasta la fecha, los desplazados no han dirigido su furia hacia las tecnologías que ahorran trabajo, sino hacia el comercio y los inmigrantes, lo que lleva a refugiarse tras barreras proteccionistas y a un incremento en la hostilidad contra la globalización y la migración. 


Sin embargo, esto no siempre tiene que ser así. Los trabajadores que se han quedado atrás podrían, eventualmente, volverse en contra de las otras causas de su descontento, incluyendo la automatización. De hecho, es muy probable que la oposición política al progreso tecnológico aumente, a menos que los beneficios de la automatización se dividan de forma más equitativa. No obstante, una “transición justa” —con una compensación que les permita a los individuos y las comunidades marginales recuperarse y crecer— difícilmente podrá lograrse con una sola medida redistributiva.

Irremediablemente, la forma en la que las personas y las comunidades organizamos el trabajo y la vida tendrá que cambiar. Blanchflower, Baldwin y Frey exponen sus ideas sobre lo que se necesita hacer y cómo, pero ninguna de sus soluciones es tan clara como el análisis de los problemas. Los tres están de acuerdo con que estamos al filo de la navaja: hay mucho que ganar, pero mucho que perder. Todo dependerá de si somos capaces de llegar a una respuesta de una magnitud similar al problema surgido de nuestra propia creatividad.

Medidas de gobierno

 
Planes sociales por trabajo genuino, el proyecto oficialista que ingresó a Diputados

El Gobierno nacional avanza en su objetivo de reconvertir los planes en puestos de trabajo, una idea que el presidente Alberto Fernández viene expresando desde el comienzo de su mandato.

El presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, anunció el ingreso a ese cuerpo legislativo de un proyecto de ley para convertir los planes sociales "en trabajo genuino", con impacto en diversas actividades de la economía nacional que se están reactivando.

De hecho, Massa ultima los detalles del proyecto que presentará esta misma tarde y decidió suspender el viaje que tenía previsto realizar a Roma para participar de la 7ma Cumbre de Presidentes de Parlamentos del G20, en la que finalmente tendrá una participación de manera virtual.

"Este jueves ingresaremos la ley que convierte los planes sociales en trabajo genuino. Con metas, capacitaciones y herramientas de promoción para salir de la emergencia del plan y construir un puente hacia el trabajo para casi un millón de argentinos y argentinas", publicó Massa en su cuenta en la red social Twitter, aunque no incluyó los detalles del proyecto.

Las fuentes adelantaron que el proyecto contempla "un alivio económico para pymes, capacitación, y establecer un puente del plan social a un plan de empleo".

El presidente Alberto Fernández destacó desde el comienzo de su gestión la decisión gubernamental de transformar los planes sociales en trabajo, lo cual se concretó en anuncios en diversos rubros.

Fuentes oficiales habían adelantado que el Gobierno nacional avanza en su objetivo de reconvertir los planes sociales en puestos de trabajo genuino, una idea que Fernández viene expresando desde el comienzo de su mandato, y ya incorporó a trabajadores rurales y de la construcción al plan que forma parte de la reactivación económica y de la etapa actual de la pospandemia.

También Massa había destacado esa idea durante recorridas diversas, por ejemplo en una pyme de impresiones gráficas en el municipio de Pilar.

"Ese trabajo es el que tenemos que recuperar y potenciar, transformando los planes sociales en planes de empleo. El plan social es la emergencia, lo permanente y digno es el trabajo. Tenemos que hacerlo por Ley, para obligar al Estado a recorrer ese camino", expresó en esa ocasión el exintendente de Tigre.

En esa línea, el ministro de Desarrollo Social de la Nación, Juan Zabaleta, también destacó este miércoles que el Gobierno busca "reconvertir los planes sociales en empleo genuino" con diversas iniciativas para la reconstrucción del país .
"Toda herramienta, instrumento o decisión que vaya en el camino al trabajo genuino, registrado y la reconstrucción del empleo, el Gobierno del presidente Fernández no va a tener dudas en discutirlo; así lo hacemos con empresarios y empresarias, con dirigentes de organizaciones sociales y sindicatos", indicó.

Si bien la decisión había sido tomada antes de la irrupción del coronavirus, la emergencia sanitaria obligó al Poder Ejecutivo a reordenar sus prioridades, por lo que recién iniciado 2021 el Gobierno retomó ese punto de la agenda enfocado en la coexistencia entre la asistencia social y el mercado laboral.
Así, tanto el Presidente como los dos ministros de Desarrollo Social de su gestión (Daniel Arroyo, de 2019 a 2021, y su sucesor Zabaleta) pusieron el foco en la necesidad de transformar los distintos planes en puestos de trabajo, en un acuerdo tripartito con las cámaras empresarias y las organizaciones de trabajadores.

El primer paso fue dado en agosto pasado con los rurales, que en un total de 250 mil pasaron a desempeñar sus funciones en el terreno mientras mantienen la asistencia del Estado, sin perder las asignaciones ni ninguna de sus atribuciones.

A ese inicio le siguió el programa "Construir Trabajo e Igualdad", anunciado el lunes último por el Gobierno y que implica la transformación de planes en trabajo en el sector de la construcción.

(Telam)

LOS ORÍGENES DE LA DERROTA DEL 12 DE SETIEMBRE: ¿QUÉ HACER AHORA?

Escrito sobre POLÍTICA ARGENTINA ,en su blog, por Gustavo Argañaraz, militante y dirigente político, oriundo de la provincia de Córdoba.

Interpretar la derrota sufrida en las PASO es menos sencillo de lo que pretende aquél que se limita a ver “el factor económico”. Por nuestra parte, creemos que el malhumor que hizo perder votos al FdT tiene un origen multicausal. La pérdida de empleos, la reducción del ingreso, la parálisis de millares de emprendimientos diversos, en fin, la suma de problemas que sufrieron aquellos que no tienen un ingreso fijo, por graves que sean, deben ser integrados en un marco referencial para comprender las razones que llevaron al electorado a castigar al gobierno y favorecer directa o indirectamente a los opositores. Es obvio que pudo hacerse más, para mitigar las penurias relacionadas con el dinero. Sin embargo, los datos señalan que el gobierno de Alberto Fernández superó a otros de América Latina y el resto del mundo en cuidar el empleo y el ingreso de los actores de la vida económica, con énfasis en la franja más vulnerable. Era posible, se alega hoy, llegar con el IFE algunos meses más. Pero, no es menos cierto que basta con imaginar qué hubiese hecho Macri, estando en el poder, para admitir que el cuadro de premios y castigos que trazan las PASO prueba que la equidad no es un atributo de la historia humana y descifrarla exige una mirada sin prejuicios y no lineal. Algo semejante cabe decir de la política sanitaria vigente, superior al promedio de la mayoría de los países, y merecedora de aplausos si se la coteja con los desatinos y la irresponsabilidad macrista. Así las cosas, el examen requiere incorporar datos que otros ignoran para encontrar la racionalidad de un comportamiento electoral que desafía la inteligencia. Mientras no entendamos que sucede, estaremos sumergidos en una confusión abrumadora y desmoralizante.

Ahora bien, si el malestar prevaleciente obedece a razones múltiples y complejas, y las carencias que acusan nuestras mayorías no se resuelven sólo “poniendo dinero”, la conclusión es muy inquietante. En primer lugar, porque aun así no existen dudas de que la pobreza es vasta y, habida cuenta de que el FdT no se propone rechazar la deuda con el FMI, los márgenes de maniobra son muy estrechos, de cara a noviembre. Si además hay demandas intangibles, no vemos en los jefes del campo nacional una predisposición a interesarse por ellas. Los “analistas” amigos y los dirigentes más encumbrados del FdT sólo repiten aquella sentencia del General Perón, según la cual “la víscera más sensible del ser humano es el bolsillo”. Parecen ignorar, esos discípulos, que los pueblos alcanzan la condición de sujeto respondiendo a interpelaciones menos pedestres; es por lo menos curioso que, siendo que en nuestro caso somos nacionales, pero no peronistas, tengamos que recordar los discursos de Evita y que Perón supo siempre hablar al corazón del pueblo argentino. Sus seguidores actuales parecen ser sordos a los asuntos del espíritu; su brutal utilitarismo recuerda a esos padres que en lugar de afecto y comprensión dan un billete. El hambre no puede saciarse con afecto, pero ¿cómo no advertir que el ser humano también precisa valorar su vida, trabajar para sostenerse, sentirse digno, no vivir con miedo, creer en la justicia, un entorno de valores y solidaridad social, y que en ciertas circunstancias es capaz, en pos de ideales, sacrificarse y llegar incluso al heroísmo? Los que otorgan “al bolsillo” ese poder determinante exclusivo, que para colmo en la billetera sólo tienen monedas, subestiman a los de abajo, carecen de un alimento que las circunstancias reclaman, pero que las masas apreciarían si la elite es capaz de dar el ejemplo, con actos claros, no solo retórica. Los apóstoles del dinero ¿cómo creen que los libertadores de América llevaron al combate a nuestro pueblo? ¿creen que San Martín utilizaba un power point para explicarle a los pueblos cómo incrementar la demanda agregada?

El reino del desamparo

La noción de desamparo resume, a nuestro juicio, cómo vivieron las grandes masas la experiencia de la pandemia. El desamparo incluye las carencias y temores de índole material, pero abarca otras que son intangibles. Ahora bien, la dificultad mayor para aceptar este enfoque es que adoptarlo conduce a la conclusión de que son débiles, cuando no inexistentes, los lazos que vinculan a las estructuras y la militancia del campo nacional y las fuerzas sociales que constituyen sus bases o, mejor dicho, se las registra como tales. En ese espectro, uno de los sectores es la clase obrera, cuya representación y activismo no rehízo el vínculo deteriorado por el conflicto entre el último gobierno de CFK y la CGT de Hugo Moyano, agravado por el sostenimiento del Impuesto a las Ganancias. La jerarquía sindical, aunque respalda al gobierno de Alberto Fernández, luce alejada del quehacer político y nada se hace para involucrarla más, por parte de la llamada “rama política”, que la apartó de la conducción del PJ  en tiempos de Alfonsín. La base obrera, todo lo indica, no es ajena a la crisis de la representación; su  identidad peronista, inconmovible durante décadas, tiene hoy mucho de mito. Los marginalizados y excluidos no son políticamente más estables; los resultados electorales no dejan al respecto lugar a dudas. Es de pensar que han retrocedido en conciencia social desde el momento en que emergieron, con los movimientos sociales de la década del 90, enfrentando al neoliberalismo. Al fin y al cabo, en aquel momento su condición obrera era todavía una pérdida reciente, mientras que la marginalidad, hoy, se ha vuelto crónica.  Y el amplio sector de clases medias pobres, semi marginales suburbanos,  oscila también, sin referencias que las protejan contra el influjo mediático. Este estado de cosas, que resumimos brevemente, es clave para entender el cuadro de situación que encontró la pandemia, en los primeros meses del 2020.

Ahora bien, si hay resistencia en el seno del peronismo (también en la UCR) para asumir que vivimos en la crisis de la representación, y se carece entonces de vínculos fluidos con las grandes masas (algo que explica que el FdT advierta en la medianoche del 12 de setiembre el malestar reinante), también es cierto que admitir el fenómeno del desamparo general colocaría al gobierno frente a la necesidad de enfrentar un problema insoluble para el liderazgo burgués del movimiento nacional, a saber: si se quiere superar este momento, además de reactivar la economía y redistribuir el ingreso es necesario levantar un programa capaz de enamorar (verbo manoseado, pero elocuente) al pueblo argentino, llamándolo a movilizarse contra los opresores del país, imponerles el poder de las grandes mayorías, alterar el orden de jerarquías sociales, liberar a la patria y liberarse él mismo del aciago destino que sufre el país desde la caída de Perón en 1955 ¿ O alguien cree posible “enamorarlo” con “proyectos que madurarán en el mediano plazo” y otros espejitos de colores gratos al empresariado, pero que nada le dicen al corazón de las masas? Y no se trata sólo de una cuestión de semántica.

El desamparo, a su vez, no apareció con el covid, al menos en las franjas sumidas en la marginalidad,  cada vez más amplias, que sufren esta situación sin haber perdido, felizmente, la memoria de que el país tuvo épocas mejores. Sin embargo, ni siquiera allí la desprotección es sólo material. Con sólidos      argumentos se ha señalado que la inseguridad se sufre en estos ámbitos con particular crudeza. Pero además se carece, en el conjunto social, de continencia espiritual, referencias ideológicas y universos simbólicos que provean identidad y otorguen sentido. No ignoramos que este fenómeno tiene un alcance muy extenso; es anterior a la pandemia, que lo tornó visible en diversos países, sin excluir al primer mundo. Por el contrario, sabemos que esa situación explica que hayan perdido en diversos países casi todos los oficialismos que enfrentaron elecciones después del covid. Y que en ese marco, cuando alguna concordia domina la escena, es transitoria. El presidente argentino, en los primeros meses, fue investido por el público con los atributos del protector; su imagen creció en prestigio y autoridad. Este fenómeno, sin vínculos con lo económico, aunque coincide con la invención del IFE y ATP, que amparaban económicamente a vastos sectores, incluía notoriamente la gestión de la salud, pero también expresaba confianza en el presidente, investido con las cualidades de la moderación y la  sensatez. Al prolongarse en el tiempo y adquirir una creciente gravedad los problemas, el vínculo del poder con las grandes mayorías imponía apelar a recursos movilizadores del ánimo social, a una solidaridad más extensa y sólida, algo que supera al liderazgo y la vertebración del peronismo actual,  tal cual es.

El contexto histórico: una crisis terminal

La armonía inicial se esfumó velozmente. Las desigualdades sociales fueron cada vez más visibles, en la pandemia. Aislarse en el hogar es muy diferente cuando la casa es amplia, cuenta con los servicios y el dinero alcanza, que si carecemos de todo y estamos hacinados en una pieza. La escuela virtual sin internet no existe, y es un tormento con un celular para cuatro hijitos. Para aquel que goza de una buena jubilación, mientras no se enferme, el drama se reduce a soportar la soledad o limitar sus intercambios al círculo de los convivientes. Para quien depende de un negocio o actividad afectada por las clausuras sanitarias, la zozobra se extiende de lo económico a lo vital: no sabe qué hacer, sin su habitual rutina. Si además son “adictos” al trabajo, estar en casa es un infierno. Deliberadamente, dejamos para el final el miedo al covid, el contagio propio o de seres queridos, la muerte.

Este cuadro, que es global pero se agrava en nuestros países, y particularmente en la Argentina que nos dejó Macri, sólo estaba cambiando muy imperceptiblemente cuando nos tocó votar y explica, a nuestro juicio, el malhumor generalizado, que la oposición logró canalizar contra el gobierno. No hay un voto al PRO, sin embargo, y menos aún una irracionalidad patológica del pueblo argentino. Los virajes en su conducta, que han signado las últimas décadas, desconciertan al “analista” que aísla un momento (una instantánea), pero se tornan comprensibles adoptando un enfoque más abarcador, histórico, desprejuiciado. En relación a lo ocurrido el 12 de setiembre, si se quiere entender “la voz del pueblo”, luego de inventariar las causas inmediatas, visibles y cercanas del malhumor público, es preciso integrarlas a un cuadro histórico más abarcador; evitar el riesgo de pasear por las ramas y no ver el árbol. En el pasado próximo y más lejano, hay claves que si se ignoran reducen el análisis a una reunión de lugares comunes y frases de utilería. Las “conclusiones”, aun cuando sirvieran para corregir la acción del actual gobierno –sus límites y contradicciones le impiden adoptar una política de liberación nacional–no son lo nuestro: pese a la voluntad de apoyarlo con firmeza contra el poder  oligárquico, no está en nuestras manos influir sobre su marcha. Podemos, sí, aportar una reflexión al activo militante, que advierte impotente los peligros que enfrentamos.

No vemos, en las cumbres del poder, una voluntad de analizar objetivamente el drama nacional, con miras a superarlo. Encontramos, sí, visiones facciosas. Los datos se eligen para llevar agua al molino propio y se desecha lo demás. Claro que cada intérprete buscará apoyo en el mundo de lo real, para ser convincente. Pero, tampoco basta con ser honrado, si falta un enfoque totalizador concreto. Sin insertarlo en la cadena, cada eslabón es un misterio y, sin perspectiva, el investigador da un cuadro acotado, superficial, impresionista, incapaz de brindar resultados serios, útiles para la acción.

Intentemos hacer otra ruta metodológica, al volver al tema del “malestar económico” y al presunto ajuste que lo habría causado. Desde luego, era posible una mayor “generosidad”, pese al quebranto estatal y los límites implicados por la negociación de la deuda con el FMI. Pero, antes de seguir, cabe  decir que los críticos de la gestión de Guzmán no se atreven a plantear la denuncia de la deuda, como alternativa a la adoptada por el ministro de Economía. Se habla de la estafa consumada por Macri y el Fondo Monetario, pero no se sugiere, dentro del campo del FdT, el desconocimiento de la deuda. Con lo cual el debate se limita al tema de un punto más o un punto menos del déficit fiscal en   la ejecución presupuestaria que tuvo lugar antes de las PASO. Nos preguntamos: ¿esa diferencia, por sí sola, hubiese cambiado el ánimo colectivo? No rechazamos la idea de auxiliar más a los afectados por la pandemia y dar más impulso al consumo popular. Pero, en un país quebrado, paralizado por el covid, aunque el auxilio del Estado hubiera podido ser mayor ¿cómo afirmar que se hubiese logrado satisfacer necesidades tan excepcionales? La protesta social ha conmovido a todos los países y casi todos los oficialismos fueron sancionados por la opinión pública, tal como dijimos. Y, si el rechazo al gobierno debe evaluarse como “una respuesta racional” ¿por qué no sancionó la conducta de la oposición, que hundió a la Argentina en un abismo notorio y se ensañó en obstruir la lucha contra la pandemia, con el único fin de atacar al gobierno? 

No ignoramos, al argumentar de este modo, otros factores, como el papel de la prensa, pero aquellos que absolutizan el poder de los Medios deberían recordar que no pudo evitar en el 2019 la derrota de Macri[Ver http://aurelioarganaraz.com/ideologia-y-politica/los-gurues-los-medios-las-identidades-politicas-y-la-autocritica-del-movimiento-popular/]. Para no pifiar, debe hacerse un enfoque menos sesgado, más fértil. Sin identidad política, el pueblo es permeable a presiones nefastas, que obrarán contra él. En situaciones límites, castigará al primero que la prensa señale con gran culpable de todos los males. No insinuamos que el pueblo argentino es irracional. Tuvo razones para votar así. Pero son complejas. Para identificarlas y hacer un diagnóstico más congruente, diríamos: (1) hay que abandonar el dictamen economicista; admitir la presencia de un malestar difuso, alimentado por los  trastornos de diverso orden que nos impuso la pandemia, que se parece a la guerra; (2) advertir que “la racionalidad” emerge cuando el análisis incorpora un “dato” que omite el autor sólo atento a los hechos relacionados con el dinero. Ese “dato”, que todos los políticos esconden bajo la alfombra, es la crisis de la representación y las identidades ideológicas vigente en el país, que salió a la luz en el 2001 y no está resuelta. En ese contexto, el malestar se canalizó contra un gobierno peronista cuyo vínculo con las masas es muy precario, como se comprobó en las elecciones del 2015 y el 2017, sin omitir las limitaciones del triunfo electoral del 2019. Esa debilidad política estructural impidió que el gobierno dirigiese el malhumor popular contra el poder económico, que en el curso de la epidemia, atendiendo con egoísmo sus intereses de clase, se negó a parar, desprotegió a sus empleados, que el Estado Nacional fue el único en sostener y, como si todo eso fuese poco, elevó los precios que pagan los consumidores y resistió la sanción del Impuesto a los millonarios, demostrando su absoluta falta de solidaridad. Y aquí sí cabe reconocer la debilidad del gobierno, que sancionó el impuesto, pero no castigó a los especuladores y sus cómplices, causantes y beneficiarios del agravamiento de los males que el país sufría. De todos modos, advertir que debe corregirse el rumbo, priorizar las necesidades de los marginalizados por el sistema, los asalariados y el escalón inferior de las clases medias es, sin duda, de buena política y se torna imprescindible para cambiar el humor de las bases electorales. No obstante, también debemos examinar la gestación del actual momento, sus coordenadas históricas, para definir una estrategia y construir los medios aptos para defender el terreno ganado en el 2019 con la derrota de Macri, y librar una lucha capaz de superar los límites programáticos y los modos de estructuración que se advierten hoy en el movimiento nacional, que obstaculizan la lucha por liberar a la patria.

Identidades políticas y estructuras de representación

Al desatarse la pandemia, señalamos que el país sería sometido a una prueba mayor, con similitud a las que impone una guerra librada en el propio territorio. En una declaración de Iniciativa Política, se planteaba la propuesta de que el Estado fuese provisto de la facultad de establecer cómo contribuía cada sector de la economía y la sociedad al esfuerzo colectivo, reemplazando el “dejar hacer” propio de “la normalidad” por un estatuto tan excepcional como era la situación que debía enfrentarse. Esa fórmula no fue en absoluto un fruto de la imaginación; sugeríamos, en realidad, lo que hicieron ante las guerras del siglo XX diversas potencias, como la Alemania monárquica en 1914, para estructurar y ordenar el esfuerzo que impone un conflicto bélico, que exige subordinar los intereses particulares a las exigencias de la nación, cuyo destino está en juego. Si consideramos que la pandemia impuso la paralización de casi todas las actividades durante un periodo de duración incierta, se entenderá que no había exageración alguna en aquella proposición.

Para no fracturarse, en esos momentos, la sociedad depende en buena medida de la autoridad que el pueblo reconoce a sus gobernantes, investidos de legitimidad, y de la identificación de la elite con los intereses del país. Así, el desafío, que implica sacrificios, puede enfrentarse sin desmayos.

Como cabe suponer, dicha cohesión es más sólida cuando las mayorías sostienen un ideario nacional y el liderazgo que las encarna. En 1951, después de dos años de sequías que obligaron a la Argentina a comer pan negro (entonces, eso se vivía como una desdicha), el General Perón ganó las elecciones con el 63% de los votos, pese a que la oposición intentó responsabilizarlo del padecimiento aquél. Ningún trabajador, ni una sola obrera de aquellas que votaban por primera vez, encontró motivos para votar contra el peronismo y la reelección de su líder fue plebiscitada.

En el presente, domina la escena la crisis de las identidades y representaciones políticas[El dominio del capital especulativo ha generado una destrucción del sistema de partidos en muchos países y la crisis de la representación no es un problema sólo argentino. Una de las manifestaciones de esa dilución de las identidades ideológicas es que las hegemonías son muy precarias. Pero hay excepciones, para probar que el fenómeno puede superarse si un movimiento logra “enamorar al pueblo”. En Bolivia la apatía no afecta al MAS; en durísimas condiciones, el pueblo venezolano sostiene a su gobierno. A favor, o en contra, en estos casos, el pueblo se identifica con fuerzas que lo expresan. Eso no impide que los jefes populares puedan errar en distintos momentos, pero las mayorías exhiben una conducta más fiel hacia ellos, otorgándoles márgenes de tolerancia imprescindibles para enfrentar las situaciones complejas. Ahora bien, omitir el dato de que estas fidelidades –pensar en Perón– son la respuesta a políticas que apostaron a transformar de raíz las condiciones de vida de las grandes masas, sin limitarse a encarar reformas menores es omitir lo principal del asunto, para hablar después, como vimos ahora en algunos casos, de un “pueblo desagradecido”.]. La UCR, que  fue la expresión de nuestras clases medias democráticas, ha pasado a ser siervo del PRO, esa fuerza de ocupación extranjera que dirigen Macri y Rodríguez Larreta, que expresa directamente al núcleo de poder económico, adicto a la especulación y fuga de divisas. Y el peronismo, aun siendo capaz de sostener una política defensivamente nacional, con algún arresto más enérgico, como se vio con la estatización de las AFJP, de YPF y Aerolíneas, no levanta un programa de liberación nacional, que lo llevaría a luchar contra los pulpos económicos que engordaron en el Proceso, el ciclo menemista y el gobierno de Macri, a costa de la destrucción del Estado que edificó el General Perón.

En otras condiciones, con los partidos populares actuando como expresión de nuestras mayorías, es de suponer que el pueblo argentino no habría sufrido la orfandad que padeció durante la pandemia, y hasta cabe creer que aquellas fuerzas que protagonizaron el abrazo de Perón y Balbín, con el covid         amenazando al pueblo argentino, no hubieran estado en veredas opuestas, con la UCR obrando cual peón del PRO, clara expresión del bloque oligárquico. Pero el sistema político, incluido el peronismo, es una cáscara desprendida del ser vivo, que se dirige al elector– las personas no cuentan, sino como votantes– por medio de la televisión, sin tener militantes que convivan con las masas, con la única y limitada excepción de aquellos ligados al “territorio”, en el universo de los excluidos.

De tal modo, no hay una corriente sanguínea entre el gobierno popular que supimos conquistar y los ciudadanos de a pie. En consecuencia, el FdT sólo se entera del malhumor popular en la medianoche del 12 de setiembre, cuando todos esperan, incluida la oposición, un resultado distinto. Por nuestra parte, sin haberlo previsto, con algunos sondeos en la clase trabajadora, estábamos preocupados. La razón consiste en que venimos advirtiendo que es imposible reconstruir el movimiento nacional sin actualizarlo doctrinariamente y establecer modos de liderazgo y estructuración capaces de impulsar un amplio debate de los problemas nacionales y un claro protagonismo de las masas populares. Y tal cuestión, acuciante ya, no es asumida por las actuales jefaturas.

La conducción verticalista, venimos diciendo, despolitiza a las fuerzas del campo popular, de diverso modo. [Ver http://aurelioarganaraz.com/politica-argentina/la-conduccion-vertical-despues-de-peron/] En primer lugar, establece vías de selección “al revés” de los cuadros militantes: en el marco de la verticalidad, un liderazgo individual que carece de contrapesos premia o castiga, situación en la  cual la militancia no debe prestigiarse abajo, en la base del movimiento, sino arriba, ante el jefe.       

En lugar de una estructura piramidal que crece eligiendo los líderes naturales del pueblo, surge una burocracia desligada del mismo, que representa al jefe ante las masas, ese “gigante invertebrado”, que mencionaba Cooke. En ese marco, el debate de ideas, la tarea de encontrar la mejor respuesta a cada momento, la función de auscultar cuál es el ánimo y los deseos de la base, mueren desplazados por la espera pasiva de que “bajen línea”. La figura  del invertebrado es así literal. El lugar del análisis lo ocupa el intercambio de las sentencias de Perón, Evita, Néstor o Cristina. Eso rinde, para aquél o aquella que quiere ascender en la carrera política; nadie cometerá el error, al observar esa anomalía, de advertirle al rey que está desnudo. Finalmente, como un alcahuete suele ser un traidor potencial, los ideales ocupan poco lugar, en su universo. Nunca fortalecerá al movimiento nacional, dentro del cual es un peso muerto.

Aunque se trata de un problema mucho más general y amplio, las PASO mostraron las proporciones del problema, que impide reconstruir las fuerzas nacionales y, en lo inmediato, obstruye la necesaria circulación sanguínea entre el liderazgo popular y los sectores que lo sustentan. Esto se agrava, a su vez, con la marginación sufrida por el movimiento obrero que tuvo lugar, según dijimos, en la década del 80, al imponerse en el peronismo “la rama política” que impulso “la renovación”, sancionando la conclusión de que la derrota ante Alfonsín en 1983 sugería “blanquear” la imagen del movimiento, al que habían desprestigiado los “cabecitas negras”. Esas circunstancias, que parecían superarse en los primeros años del ciclo kirchnerista, fueron acentuadas después por la ruptura del gobierno de CFK con la CGT de Hugo Moyano y otras acciones lesivas para los trabajadores[Gorojovsky - http://www.formacionpoliticapyp.com/2021/08/la-clase-trabajadora-el-gobierno-y-las-elecciones-de-2013/], entre las que sobresale la imposición del Impuesto a “las Ganancias” del trabajador, que obraron a favor del triunfo de Macri.

Conclusiones

Nuestra mayor esperanza, frente a las elecciones del 14 de noviembre, se funda en creer que el voto popular quiso señalar al actual gobierno su fuerte disgusto con una gestión que no supo amparar, en múltiples sentidos, a nuestras mayorías, en las condiciones dramáticas creadas por la pandemia. Esta suposición se apoya en la premisa, ampliamente aceptada, de que no hubo un voto a favor de Juntos por el Cambio u otras fuerzas de la oposición actual. En realidad, pensamos que obró una mezcla de protesta dirigida al gobierno con un rechazo indiscriminado a la política; siendo de vieja data, con la crisis del coronavirus éste creció exponencialmente, mientras la sociedad enfrentaba una catástrofe sin precedentes, en un momento de la historia signado por la ausencia de los recursos espirituales que nos sirvieron de refugio y contención en otros tiempos.

Ese cuadro, generado por la pandemia, que alimentó fantasías de cambios civilizatorios[Ver http://aurelioarganaraz.com/economia-y-sociedad/hacia-donde-vamos-la-aldea-global-despues-de-la-pandemia/], desafía al análisis; no es posible aún saber hasta dónde determinará cambios, en un orden global que era frágil y de incierto futuro antes del covid. En esas condiciones, se cuentan con los dedos los gobiernos y las naciones que superaron la prueba sin mostrar grietas. En nuestro caso, nos atrevemos a decir que el gobierno del país no será condenado por el juicio histórico, cuando el análisis comparado coteje su desempeño en relación al resto. Pero esa presunción no implica ignorar que fue incapaz de advertir la magnitud del drama y de brindarle a nuestro pueblo una contención espiritual. Su diagnóstico del origen del malhumor público, luego de las PASO, seguido de la fórmula de “poder dinero en los bolsillos”, es desafortunadamente pobre. Un diagnóstico errado, con la medicina consiguiente, torna dudoso el éxito de la empresa de recuperar la confianza de las mayorías populares. De todos modos, hay varias razones para pensar que todo puede pasar. La oposición, envalentonada con su victoria, ha resuelto apostar a un discurso anti obrero, que fideliza sus bases electorales gorilas, pero podría generar una reacción defensiva en la clase trabajadora y el movimiento sindical. Por nuestra parte, vamos a impulsar su lucha y apostar a que la llamada “columna vertebral” recupere la iniciativa, y adquiera la centralidad que necesita hoy el movimiento nacional, si queremos revitalizarlo y proveerlo de un programa capaz de liberar a la patria.

Sea cual fuere el resultado coyuntural, fieles a nuestro pueblo y a la defensa de la patria, analizamos para entender y compartir los resultados; en las buenas y las malas debe preservarse la unidad de las fuerzas del campo nacional, distinguiendo con claridad al enemigo principal. Ningún patriota sentirá haber faltado a sus deberes con la nación y las grandes mayorías si pelea por vencer electoralmente al PRO y el poder económico. Al mismo tiempo ¿cómo ignorar las falencias actuales del movimiento nacional y la necesidad de reconstruirlo doctrinaria y estructuralmente? Lo coyuntural y el futuro no pueden escindirse, sin traicionar nuestra causa. Para emprender la lucha por liberar a la patria hoy colonizada, la clase obrera, los sectores empobrecidos de nuestras clases medias, lo excluidos, y los patriotas que, sea cuál sea su profesión u oficio, sufren de ver a la nación arrodillada por una elite vil cuyo único Dios es el dinero, deben probar, en esta coyuntura, que distinguen quién es el enemigo y sus cómplices. Sin la capacidad de identificarlos, sin la sensibilidad de advertir donde está la Nación y cómo honrarla, nada más importante podrá construirse.

Algunas cosas cambian. Otras no.

 

Si es la capacidad de razonamiento y en especial de razonamiento lógico lo que en el lenguaje, caracteriza al humano como tal, y que de esa cualidad se desprende la posibilidad (poder) de discernir respecto de la realidad tomando partes y relacionándolas para su comprensión consciente y cognitiva generando conocimiento y la posibilidad de su transmisión por medio de la comunicación, es obvio que los debates actuales, pasados y seguramente los que vendrán en relación a la realidad que vivimos, en estos esfuerzos e intentos por conocer, ofrecerán aspectos que pueden distinguirse como novedosos o que han cambiado respecto al pasado y otros que no. Lo que no es modificable es la realidad que en tanto tal, se produce como resultado de las relaciones que los humanos entablamos con el resto de aquello que, por esa capacidad que nos hace humanos conscientes de la consciencia y productores de conocimiento, atinamos en el uso de la razón lógica, a distinguir. Ya sea naturaleza viva o inerte, instrumental o creación del hombre o relaciones humanas, ya en la dimensión de las relaciones individuales, ya en aquellas sociales, comunitarias que se ofrecen a las experiencias concretas, ya en aquellas formas del pensamiento que nos permiten algún modelo de conocimiento del mundo y de la ubicación que como individuo, grupo, país … nos damos en él.

Cuándo hablamos de sistema, neoliberalismo, globalización, Estados, Mercado, política … nos referimos, en el lenguaje, a los conceptos que refieren a esas “partes” que relacionan algunas personas y grupos de personas actuando, pensando, diciendo … como producto de un pasado donde otros actuaron, pensaron y dijeron produciendo aquello que como continuidad, nos ubica en este tiempo. Al mismo tiempo corresponde a quienes vivimos este tiempo, producir los cambios y sostener las formas que creamos convenientes para nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Lo universal y lo local, lo general y lo particular, el mundo y la familia, el planeta y la casa no son mas que dimensiones o espacios que en el pensamiento nos damos para distinguir esos “algos” y generar conocimiento necesario para que nuestras acciones, pensamientos y decires sean humanos, es decir, conscientes de la consciencia que ostentamos, racionales y lógicos como característica distintiva del resto de las especies, y emocionales y sensibles como esas “otras”. No hay individuo sin sociedad y sociedad sin un “orden común” que minimice conflictos y distribuya deberes y derechos, esfuerzos y obligaciones y disfrutes y repartos de lo que se logra con esos esfuerzos, que siempre son resultado de acciones colectivas. No hay esfuerzo individual que nos asegura una vida buena y digna. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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