Arte, Humor, memoria, y el presente neoliberal ...

 


Toda gran metrópolis es ella misma una obra de arte. Tal vez el lugar donde el arte se vuelve más descarnado y abismal. A la ciudad moderna es necesario darle forma, sentido, hacerla propia. De lo contrario, se torna pesadillesca. Peter Fritzsche afirma que, lejos de suponer que determinadas estéticas favorecen el orden o la anarquía, la ciudad es "frustrante para el dictador y también para el ropavejero". Velocidad, movimiento constante, aceleración, cambios, la ciudad moderna es siempre una experiencia estética.

CABA no es la excepción: la gran capital, la que sostiene tanto a sus habitantes permanentes y temporarios como a los millones que acuden a ella cada año. Por turismo, sí, pero también por educación, salud, trabajo, cultura, que no poseen o no pueden acceder en sus lugares de origen. CABA recibe a argentinos del interior, del conurbano, y a habitantes de países limítrofes. CABA, como toda gran capital, es la consignataria tanto material como espiritual de la Argentina. Y esto no es caprichoso ni fraudulento: es el funcionamiento mundial de toda gran ciudad. Que oficia de interlocutora con las grandes metrópolis del resto del mundo.

La hipertrofia es el mal y a la vez la necesidad. Pero las grandes ciudades no crecen necesariamente a expensas de las otras. Al constituirse como capital simbólico y material de un país, es en ella donde se afincan, precisamente, los grandes capitales, simbólicos y materiales. Ver sino Nueva York, París, Londres, Barcelona. Intentar cambiar este orden es lisa y llanamente una estafa disfrazada de progresismo: lo único que se conseguirá con empobrecer a una gran metrópolis es, precisamente, el empobrecimiento de todo el resto del país. No solo porque se dejarán de percibir las millonarias divisas del turismo, sino porque como es imposible que de la noche a la mañana las otras ciudades, más pequeñas, se pongan “a tono” solamente por haber saqueado los fondos de esa metrópolis, o “redistribuido” las riquezas, millones de personas sufrirán esta falta.

CABA, aunque el Gobierno adoctrine lo contrario, no es solo de los porteños. Y si la relación con la provincia no funciona como debería, el problema es nacional, no distrital. Si se diseña una política económica que considere al país en su totalidad, el saqueo de su capital no es el camino. No por lo menos si las intenciones son honestas. Lo que habría que diseñar son políticas territoriales. Esto hará que en lugar de depender de CABA (lo mismo para toda gran capital, como Rosario, Córdoba), los pueblos y ciudades pequeñas que funcionan como satélites serán parte productiva y fundamental del conglomerado.

La conurbación es positiva cuando todos los elementos se enriquecen por igual. Habría que pensar en políticas que definan el modelo de país que queremos, con justicia social y realmente solidario, más allá de apetencias electoralistas y denominaciones. La "normalidad" no existió nunca, por lo que definir si volver o no volver a ella es una cuestión semántica, una pérdida de tiempo.

Pero sobre todo, habría que pensar en un modelo de país libre del virus de la corrupción. Porque ese virus no solo empobrece sino que también, mata. De hambre, de desolación, de desesperanza. O en forma directa, como en el caso de la masacres de Once y Cromañón o las inundaciones de La Plata. Esos son los verdaderos flagelos argentinos. Y no CABA.

La ciudad de Buenos Aires no es opulenta en el sentido clásico del término, aquí la gran mayoría no vive en mansiones, ni tiene "personal doméstico" o campos de golf y yates privados. No: esa población está por lo general en el Nordelta, que como todos sabemos no pertenece a CABA. La ciudad tiene zonas acomodadas así como otras degradadas. Hay que reconocer sin embargo que sobre estas zonas, ubicadas preferentemente en la zona sur, se ha hecho mucho trabajo y muy valioso. El sur ha mejorado su calidad de vida y emprendimientos como la Costanera, Constitución, Barracas, intentan equilibrar lo históricamente desequilibrado. En Buenos Aires vive una clase media que tiene que trabajar, como en toda metrópolis privilegiada, para sostenerse y pagar el derecho a pertenecer a ella. Que es alto.

La Ciudad ofrece infraestructura habitacional, buenas instituciones educativas, sanitarias, amplia oferta cultural, de entretenimiento, espectáculos, consumo (tal vez como pocas ciudades de América Latina), posibilidades laborales en los buenos tiempos. Pero sobre todo, una sociedad cultivada para acompañar esos procesos, para alentar esos emprendimientos, y pudiente para solventar aquellos beneficios.

Para una gran metrópolis es fundamental también la estrecha conexión con el afuera, y no solo a través de los artefactos tecnológicos sino de los viajes. Y principalmente, conformar un destino apetecible para el turismo, que dejará divisas pero también reforzará ese diálogo mundial. Aquí, la cuestión urbana, más allá de organizar la vida del territorio, está pensada para crear focos de interés que trasciendan al habitante capitalino. Toda gran metrópolis se instala siempre en el imaginario desde donde se potencia, otorgando identidad dentro de sus límites y deseo fuera de ellos. Ese es el capital opulento de una ciudad mundial. Que por supuesto debe ir acompañado del bienestar material que lo posibilite. Pero no es en lo material donde radica dicha fortaleza sino en los rituales de verdad que ella instaura (por eso sufre más cuando se desmantela un eje como la Av. Corrientes con sus librerías, teatros y centros culturales a cuando se cierra un shopping). 

 

La Buenos Aires de los años 20, la de los años 60, la floreciente de la pos dictadura fueron ciudades opulentas porque crearon determinadas atmósferas míticas, y no por las mansiones de Barrio Parque o por jardines y balcones de Belgrano o Palermo. Por lo que el resentimiento hacia una gran ciudad, y su intento por “empobrecerla” para “igualarla” al resto del territorio siempre serán tareas infértiles. Una gran metrópolis empieza a morir cuando se le sustraen aquellos elementos intangibles. Pero también, cuando el individualismo gana la partida y atenta contra el sentido comunitario que en tácita complicidad construye esa atmósfera. Cuando el cuentapropismo no solo es un medio de vida material sino también existencial. Aquí la experiencia estética juega un rol determinante: una gran ciudad tiene el deber de ser siempre una cuestión estética. Y no importa si dicha experiencia acontece en un Museo o en la calle. Solo tiene que seguir aconteciendo. Nada se consigue, sin embargo, con prohibiciones. La fuerza creadora encuentra nuevos cauces y sigue, a la luz del día o en la clandestinidad. Desobedece, tiene historia para hacerlo. Tiene razones que trascienden largamente un gobierno.

(http://www.revistacontratiempo.com.ar/caba_males_argentinos.htm)

El pasado 6 de diciembre se cumplieron 40 años de la construcción de las autopistas 25 de mayo y Perito Moreno imaginadas, edificadas e inauguradas por la dictadura. La exposición La Violencia en el Espacio, coordinada por Pamela Colombo y Carlos Salamanca (inaugurada en 2018) ofrece un abordaje analítico de las políticas espaciales y de transformación territorial a través de las cuáles la última dictadura cívico-militar intentó construir un nuevo orden. La creación de autopistas no sólo es un ejemplo central de estos programas de reconfiguración territorial, sino que nos invita a pensar en los efectos a largo plazo de la dictadura a partir de la infraestructura heredada de aquella época que continúa siendo utilizada a diario. En esta nota revisamos el proyecto de autopistas urbanas desde una perspectiva más amplia que se propone reconocer la violencia inherente a los procesos de modernización autoritaria posteriormente compartimos dos textos que hicieron parte de la exposición y que abordan distintas facetas de este proceso.

 La “destrucción creativa” o la “producción destructiva”

Cientos de casas fueron destruidas en la ciudad como consecuencia de la construcción del plan de autopistas impulsado por el gobierno militar. Si bien hubo autopistas que se realizaron como la Autopista 25 de Mayo o la Autopista Perito Moreno, hubo otras que aunque no se realizaron sí dejaron la huella de lo destruido. Es el caso del llamado sector de “la traza” en donde estaba prevista la construcción de la Autopista 3 al norte de la ciudad. Destrucción de espacios de vida, producción incesante de escombros.

Con su promesa de velocidad, confort y modernidad, las autopistas formaban parte del amplio repertorio de proyectos de “modernización” forzada llevados a cabo en Buenos Aires. El cemento, la accesibilidad y los motores, parecían definir el camino ineluctable hacia el “progreso”. Los grandes medios de comunicación, los colegios profesionales, las cámaras de la construcción y el propio gobierno militar llamaban a celebrar estas obras como una gesta de tintes patrióticos.

La destrucción de viviendas produjo cantidades importantes de escombros que fueron depositados en su gran mayoría en la zona de la costanera sur de la ciudad, a orillas del río de La Plata como relleno para “ganarle tierra” al río. En su conjunto, los escombros estaban destinados a convertirse en las bases del centro administrativo de la ciudad. El proyecto, como tantos otros proyectos de la dictadura, nunca vería la luz. 

En el plan de autopistas, como tantas otras iniciativas de la dictadura, el gobierno militar estableció un marco de “legalidad” que incluyó un nuevo código de planeamiento urbano y la modificación de la ley de expropiaciones. No obstante, la velocidad con la que se construía la obra pública, que en los diarios se presentaba como prueba de eficacia, sólo era posible en un contexto autoritario en el que las libertades de los habitantes se encontraban restringidas y las protestas acalladas. En sus trabajos sobre este proyecto, Gabriela Tavella (2014 y 2016) muestra que la oposición vecinal (solicitadas, cartas al intendente y conferencias de prensa) se producía en un contexto generalizado de temor, y se enfrentó a las modalidades del terrorismo de Estado que imperaban en todo el país (Tavella 2014: 106). Como concluye la autora, un Estado con rasgos autoritarios en un contexto represivo fue la condición de posibilidad del proyecto de las autopistas. 

Con proyectos como la erradicación de las villas o la construcción de las autopistas, los procesos de transformación urbana implicaron la exclusión de los sectores populares de la ciudad de Buenos Aires. Las mismas autopistas, al priorizar el auto privado individual por encima del transporte público, implicaban un modelo de ciudad pensado para ciertas clases sociales; las clases populares no solamente carecían de autos, tampoco podían pagar los peajes. Guillermo J. del Cioppo, el intendente que reemplazaría a Cacciatore, ya al final de periodo militar lo resumiría el principio en una frase: “Hay que merecer vivir en Buenos Aires” (Oszlak, 1991).

El gobierno militar estableció las condiciones de posibilidad para que en la ciudad emergieran con rapidez espacialidades hasta entonces excepcionales como la autopista, el rascacielos, el shopping center y el country o barrio cerrado. Como ya afirmamos, el poder represivo del gobierno militar impidió la emergencia de acciones de resistencia y más bien intentó por diferentes medios reorganizar el país en función de sus propios paradigmas. 

 

En la película “Las baldosas del patio” de Marcelo Rest se refiere el caso de un vecino que se llevó las baldosas de sus casas “para hacerse el patio en otro lado”, y del vecino de la calle California al 1800, ya desaparecida, que se llevó un objeto de cada casa de la cuadra de las casas que serían destruidas, le puso el número catastral a cada objeto y los guardo en una caja”. En la obra de teatro comunitario “zurcido a mano” de Ricardo Talento con vecinos actores del circuito cultural Barracas, los objetos, atesorados por algunos antiguos habitantes, funcionan como anclajes de un relato. Pero en las baldosas del patio se aborda también la discusión sobre la singularidad de la memoria, la pregunta por la vulgaridad de un escombro repetido en tipologías reiteradas, el interrogante acerca de si aquellos ladrillos son solo ladrillos. 

Autopistas

Por Guillermo Jajamovich y Luján Menazzi

Ciudad moderna, ciudad veloz, ciudad en obra, ciudad en transformación. La construcción de las Autopistas de la ciudad de Buenos Aires dispara una serie de imágenes y representaciones autocelebratorias que el gobierno municipal asoció a muchas de sus intervenciones. Emblemas de la capacidad de materialización de obras del Proceso, de la eficacia de la comuna y de la férrea voluntad de transformar de modo drástico e irreversible el espacio urbano, también se convirtieron en paradigma de las peores prácticas del período. 

Una imagen muestra una etapa de la construcción: se ve la larga hilera de columnas sobre las cuales se elevarán las autopistas. Parte del trabajo ya ha sido realizado: las expropiaciones y demoliciones de viviendas, comercios y galpones. Subrayando su momento constructivo, la imagen oculta la etapa destructiva. Lo que no se muestra, es decir, el destino de las viviendas y comercios destruidos, la población y sus relaciones sociales ausentadas, parece referir, asimismo, a la población desaparecida. A medio camino entre la destrucción y construcción, el paisaje se asemeja a una suerte de cementerio urbano donde las lápidas se multiplican casi hasta el infinito. Pareciera difícil encontrar una imagen más elocuente sobre el vínculo entre intervenciones urbanas y contextos dictatoriales: la ciudad desgarrada como símbolo del desgarro de los cuerpos y las subjetividades. 

Sin embargo, el panorama es más complejo. Las relaciones entre técnica y política son siempre un poco más escurridizas. La última dictadura militar materializó estas autopistas aunque, vale recordarlo, planes de ese tipo venían siendo promovidos hace décadas, y no sólo bajo gobiernos de facto. El universo del planeamiento urbano y los ingenieros venían discutiendo la construcción de autopistas para la ciudad; la cultura del automóvil festejaba estos avances como parte del tan mentado progreso, aunque internacional y paulatinamente el debate técnico abandonaba esta clase de iniciativas. 

A su vez, si se afila la mirada, muchos de los méritos que se autoadjudicaba la comuna mostraron sus grietas en el plan de autopistas: sólo una parte de lo diagramado se construyó en tanto las restricciones económicas y las internas políticas también corroyeron la capacidad de materialización de la Municipalidad. El resultado fueron manzanas semi-demolidas, casas abandonadas y paisajes de escombros en sectores de la ciudad. El esquema económico que se promovía como sin costos para el Estado resultó en gastos millonarios de expropiaciones, demoliciones y construcciones que alimentaron la deuda pública. El enraizamiento de las autopistas en las tradiciones técnicas previas fue negado enfáticamente por los técnicos y expertos vinculados a la producción de ciudad, que señalaron los efectos perniciosos del Plan de Autopistas en términos urbanos (por la violenta ruptura de la trama de los barrios), ambientales (por la contaminación visual, sonora y del aire en plena ciudad) y de movilidad (en tanto incentivaba el uso del automóvil individual).


La administración del agua y de la energía, entre otros elementos básicos, constituyen pilares fundamentales de toda organización urbana en el planeta. El neoliberalismo intenta someter a las ciudades al manejo de sus concentraciones financieras, apropiándose de forma privada de esos recursos públicos y de los derechos de acceso a estos. Lo vienen haciendo a partir de la subrepticia forma del “financierismo”. Ninguna obra o idea humana puede ser realizada sin el aporte de alguien que posee el dinero para llevarla adelante. Pero no les parece suficiente … Ahora apuestan al recurso material y su posesión y administración directa … que venía siendo mediante la idea de concesionar (La administración pública concesiona a privados la administración del recurso cuya propiedad sigue en manos públicas pero confiere su administración y gestión al grupo privado).

Agua y neoliberalismo: la incompatibilidad entre la vida humana y los negocios corporativos

El agua comenzó a cotizar en Wall Street dentro del mercado de futuros de materias primas, cuando hay 1.700 millones de personas que no consiguen acceder al bien

/ Por Fernanda Vallejos (economista y diputada nacional) y Alejandro Romero(filósofo )

Cada tanto, algo saca a la luz los principios y fines del orden imperante. La noticia de que el agua dulce cotiza en los mercados a futuro lo hizo. El agua es un bien fundamental y escaso. Hoy, 2.300 millones de personas padecen "presión hídrica" (apenas satisfacen sus necesidades). Y 1.700 millones sufren "penuria hídrica" (no lo logran). Para el 2025, ambas cifras habrán crecido un 50%. Como remedio, las corporaciones quieren privatizar el recurso. El CEO de Nestlé, Peter Brabeck, sostuvo que debería ser manejado "por los hombres de negocios" (sic). Como un bien mercantil más, su consumo sería regulado por el precio, siempre creciente. Ello reduciría el desperdicio, y "la haríamos llegar a todos".

La falacia es clara: ya hoy en los países ricos, de América del Norte y Europa, se consume cuatro veces más agua per cápita y por año que en los de desarrollo intermedio, como Argentina; dos veces más que en Asia y seis veces más que en África. La mitad de lo que se extrae, para colmo, se pierde. En cuanto a su destino, en Europa y América del Norte, el 40% del consumo va a parar a la industria, el 45% es agrícola-ganadero y el 15% es de uso doméstico. En América del Sur, el 60% es agrícola-ganadero, mientras que en África cerca del 80% va al sector rural.

Más desarrollo, más agua

A medida que aumentan el desarrollo y la riqueza, aumenta el consumo per cápita de agua potable y en mayor proporción va a parar a una industria ambientalmente destructiva, dedicada en gran medida a bienes suntuarios y armamentos, que privilegia la ganancia y practica la obsolescencia planificada. Es lo que pasa con los otros recursos de origen natural, apropiados y consumidos en un 75% por los países "ricos": el 25% de la humanidad. Y, en su seno, ante todo por las élites: 5% de la población.

En cuanto al orden mercantil-financiero que llamamos neoliberalismo, hegemónico desde hace cuatro décadas, orientado a la exclusiva acumulación de ganancia privada y que avanzó en la privatización de energía, alimentos, salud y educación, se conocen sus consecuencias en términos de concentración exponencial de la riqueza y de pauperización y exclusión de crecientes mayorías.

Hoy el 1% de la población mundial goza del 90% de la riqueza, con la brutal acumulación de poder económico e influencia política que ello trae aparejado. Así, pues, la privatización del agua agravará la carencia y excluirá de su acceso a porciones crecientes de la población mundial, haciendo la fortuna de las corporaciones.

Carencia y apropiación del agua

Porque ese estado de carencia mayoritaria y apropiación concentrada forma parte de los objetivos estratégicos de los sectores que promueven la globalización neoliberal desde mediados de 1970. Y cumple diversas funciones. El neoliberalismo, teorizado en los 30 y 40 por los economistas austríacos Friederick Hayek y Ludwig von Mises, luego retomado y desarrollado por la escuela de Chicago, liderada por Milton Friedman, es por principio una escuela de pensamiento contraria al concepto de bien común.

La competencia por la apropiación y concentración de recursos vitales, así como la desigualdad y aun la miseria resultantes para las mayorías, son el reflejo, según sus defensores, de una desigualdad humana fundamental, entre quienes traen consigo virtudes innatas de agresividad, inteligencia y proactividad y quienes no las tienen. Los primeros dominan. A los segundos les toca someterse, y aun perecer.

Es la "meritocracia", el "neodarwinismo social". No hay pues, en el orden neoliberal, o entre sus promotores y beneficiarios de cualquier sector, preocupación por el bien común. La atención a las necesidades colectivas y el considerar que constituyen derechos inalienables, como lo establecen la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 y el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales firmado veinte años después, son considerados rémoras inútiles. Perversiones.

No hay pues lugar para ilusiones. El neoliberalismo, hoy programa e ideología de las grandes corporaciones, es un proyecto de dominación vía concentración sistemática de la riqueza. Gesta una humanidad dual: minorías dominantes capaces de apropiarse de todos los recursos planetarios y mayorías privadas de lo elemental, en lo posible, resignadas. Si no, reprimidas y acosadas.

El programa es lúcido en un punto central: los avances de la democratización y de los derechos humanos, especialmente los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA), ponen en cuestión el privilegio del derecho de propiedad y el principio de acumulación constante de las tasas de ganancia, obligando a los sectores y naciones dominantes a entrar en un régimen de negociación que implicaría ceder parte de sus privilegios, tanto en términos de riqueza como de poder de dominación, de arbitrariedad discrecional. Los obligaría a integrarse como "un sector más" en el juego democrático y a asumir una parte creciente de los esfuerzos por garantizar un bienestar general compartido.

Los commodities, la Bolsa y la especulación Por eso, el neoliberalismo instrumenta la carencia como un arma. Los carenciados, al límite de la sobrevivencia, terminarán sometiéndose con tal de sobrevivir. La inclusión del agua como un commodity más en el juego de especulación financiera global es un paso decisivo en ese proyecto. No cabe esperar que los beneficiarios del neoliberalismo (grandes empresas, círculos profesionales, socios políticos), "entren en razón" y participen de buena fe en la construcción de un orden orientado a la satisfacción de derechos y a la construcción de un bienestar colectivo.

Una economía capaz de satisfacer las necesidades de todas y todos, garantizando la satisfacción de los DESCA, encontrará en ellos no a un rival civilizado sino a un enemigo dispuesto a todo. Es imperativo para quienes participan de la vida pública y política comprender que, si en democracia no hay más que rivales, existen enemigos: de la democracia, de la igualdad y de la solidaridad. Esos enemigos tienen su programa, y lo llevan a cabo.

Construir un futuro que enmarque la vida en una auténtica democracia, capaz de garantizar derechos y bienestar a todos los seres humanos, exige una acción decidida de los Estados que ponga límite a la voracidad corporativa, atendiendo el clamor popular de las amplias mayorías que merecen gozar de una vida digna en un planeta sano.

(Tomado de BAE en Motor Económico)


Claudio Lozano, dirigente nacional de "Unidad Popular" sostuvo que "ya hemos señalado junto a otras organizaciones, que la venta del paquete accionario mayoritario de Edenor es una oportunidad inmejorable para que el estado argentino avance en una dirección absolutamente imprescindible y necesaria: el control público sobre el sistema energético. Decisión ésta absolutamente imprescindible cuando se observan los efectos devastadores que en todos los planos ha tenido el proceso de privatización del sistema energético en la Argentina. Sería un despropósito que el ENRE autorizara la venta del citado paquete accionario de EDENOR, al Grupo Vila-Manzano, los cuales a su vez son propietarios de las distribuidoras eléctricas de Mendoza y La Rioja.

"Esta decisión, resulta a todas luces más cuestionable aún, al observar que a finales del 2020 las distribuidoras de energía eléctrica le adeudaban a CAMMESA (el Estado), 142.000 millones de pesos siendo EDENOR, la segunda deudora en importancia por un monto de 18.000 millones de pesos. A la vez, EDEMSA, la distribuidora mendocina que pertenece a Vila-Manzano, le debe al Estado argentino (CAMMESA), 9.813 millones de pesos", Agregó Lozano.

El economista de UP concluyó "Mientras Mindlin, dueño de Pampa Energía, y quien controla hasta hoy la principal distribuidora eléctrica de la Argentina que es EDENOR, vende su paquete mayoritario por 100 millones de dólares, al mismo tiempo, le está debiendo al Estado argentino prácticamente el doble de la cifra por la cual está vendiendo EDENOR. Este dato, sumado a las irregularidades que cualquier auditoría sobre EDENOR, encontraría y permitiría mostrar los incumplimientos múltiples en la prestación del servicio, son la demostración palpable de que el Estado argentino está en condiciones en la situación actual de avanzar sobre EDENOR, sin poner un peso."

(Motor Económico)

Las Imagenes que acompañan el texto de hoy son “rescatadas” por Mara Burkat en un proyecto de investigación.

El humor es cosa seria: humor gráfico en dictadura

Por Mara Burkart


Durante el siglo XX se hizo cada vez más común encontrar caricaturas, viñetas humorísticas o tiras cómicas publicadas en diarios y revistas. Intercaladas con las noticias o fotografías consideradas como serias o agrupadas en una página dedicada especialmente al humor, estas expresiones gráficas que buscan provocar la risa muchas veces son consideradas un simple entretenimiento. Ante las preocupaciones serias, muchos editores consideran positivo ofrecerle al lector unos pequeños interludios cómicos, de distención. Una mirada similar hay sobre las publicaciones dedicadas exclusivamente al humor gráfico, motivo por el cual por muchos años no hubieron políticas archivísticas que las contemplasen adecuadamente ni estudios académicos suficientes sobre el tema. Más aún, esta mirada que considera intranscendente a lo risible es habitual cuando alguien trata de restarle importancia a un chiste que resultó ofensivo, cuántas veces hemos escuchado decir “¡pero es solo una broma!”. Es decir, “no deben tomárselo en serio”. Sin embargo, ¿es el humor tan banal e intranscendente? O, en otras palabras, ¿es lo cómico lo contrario a lo serio? 

El humor se encuentra en todas las culturas y esta universalidad se debe a que es una parte central y necesaria de la vida social. Sin la posibilidad de la risa, la vida social “seria” no podría sostenerse. El humor entretiene sí, pero a la vez es una forma de percepción y de acceso al conocimiento. Para el sociólogo Peter Berger, lo cómico es la visión del mundo más seria que existe y volcado a temas políticos tiene la particularidad de poner en entredicho la realidad de la vida cotidiana. Esto se debe a que el humorista tiene la capacidad de enseñar a ver de manera novedosa y ridícula la realidad, de revelar incoherencias, de desvelar las otras realidades que acechan detrás de las fachadas del orden social y del sentido común, y de desenmascarar (y, si recurre a la sátira, de atacar) a los poderosos. El humorista ofrece una visión del mundo que no es necesariamente la consagrada, de ahí su potencial peligrosidad como agente de disrupción. 

A esta capacidad de enseñar a ver las cosas de otro modo se suma la capacidad cohesiva del humor producto de la complicidad que el humorista genera en quien, identificado en la humorada, se ríe con él. Estas características del humor cobran un significado especial bajo coyunturas políticas autoritarias y dictatoriales en las cuales el espacio público se ve fuertemente restringido y controlado, el miedo es impuesto y genera autocensuras y retraimiento de la sociabilidad. En estos casos, la risa tiene el plus de convertirse en acto político, micro y cotidiano pero acto político al fin. Es un gesto de rebeldía incluso de resistencia ante regímenes que procuran disciplinar las sociedades y controlar y limitar las acciones de los individuos. El humor consuela, puede hacer soportable el dolor y contribuye al procesamiento de los hechos y situaciones traumáticas. 

 Daniel Roberto Távora Mac cormack

1.- The clinic Enero 2020

2.- Revista HUM®, número 54, marzo 1981, p.13. Dibujante: Fati.

3.- Home Office. Angel Boliga Cagel

4.- Revista HUM®, número 50, enero 1981, p. 103. Dibujante: Suar.

5.- Revista HUM®,, número 15, julio 1979, p.40. Dibujante: Tacho.

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