Miércoles 15 de abril de 2020
Especulación, acaparamiento,
desabastecimiento, aumento explosivo de los precios de la canasta
familiar no son efectos naturales de la crisis sanitaria sino la
manifestación concreta del egoísmo de una clase social privilegiada
que no se inmuta ante amenazas porque se sabe poderosa e impune. Por
tal razón es inútil e ingenuo solicitarle amablemente que cambie su
comportamiento, hay que aplicarle toda la fuerza de la ley para que
cese en sus prácticas antisociales. Una herramienta fundamental es
la ley de Abastecimiento, sancionada en 1974, durante el segundo
gobierno de Juan Perón. La norma, que conserva absoluta vigencia,
fija multas de hasta 10 mil millones, autoriza el decomiso de
mercaderías, el cierre o clausura de establecimientos comerciales o
industriales, la suspensión por dos años para ejercer el comercio y
de 5 para ser proveedor del Estado, entre otras penalidades.
Por un plazo de 180 días, las
autoridades correspondientes pueden intervenir una firma, obligarla a
elaborar una cantidad determinada de productos, fijar precios y
establecer márgenes de ganancia. Las infracciones que justifican
este tipo de medidas van desde el incremento injustificado de los
precios o crear intermediaciones artificiales en una cadena de valor,
hasta negar la venta de bienes de alta demanda y la destrucción de
mercadería.
Un impuesto extraordinario
a las 15.000 personas más ricas del país le permitiría al gobierno
recaudar hasta 3800 millones de dólares, según detalla un informe
elaborado por la consultora Proyecto Económico en base a las
declaraciones juradas de Bienes Personales.
El documento explora tres
alternativas, aunque siempre sobre el mismo universo de
contribuyentes. La opción más conservadora consistiría en aplicar
un impuesto de 1 por ciento sobre esas grandes fortunas, lo que
permitiría recaudar 800 millones de dólares. La segunda alternativa
consistiría en elevar a 2 por ciento el gravamen para las fortunas
declaradas en el exterior. De ese modo, el aporte se elevaría a unos
1435 millones de dólares. “Este esquema presenta ventajas en
relación con el anterior, ya que sería consistente con el objetivo
de desalentar la fuga de capitales fuera del país”, destaca el
documento "Coronavirus: ¿quien paga la crisis?", elaborado
por la consultora que dirige la diputada nacional del Frente de
Todos, Fernanda Vallejos.
Por último, en caso de aplicar 1
punto porcentual adicional para los bienes en el país y, al mismo
tiempo, duplicar las alícuotas para cada tramo en el caso de los
bienes exteriorizados, el Estado Nacional podría elevar esa
recaudación hasta 3800 millones de dólares.
Ese dinero podría servir para
constituir un fondo federal de emergencia que duplique la asistencia
prevista para las provincias. Y aún implementando un fondo federal
como el sugerido, el Estado Nacional seguiría disponiendo de unos
135.000 millones para otras políticas redistributivas instrumentadas
directamente desde la administración central.
El cálculo de la recaudación
potencial del impuesto fue realizado sobre las declaraciones de
Bienes Personales para 2017, último dato disponible. Las
presentaciones fueron por entonces 1.040.258. Los que manifestaban
tenencia de riqueza en la Argentina eran 1.033.308, que acumulaban un
total de 3.763.144 millones de pesos (casi 4 billones de pesos)
mientras que 107.047 reconocían tenencia de bienes en el exterior,
por un total de 1.475.560 millones de pesos (casi 1 billón y medio),
un monto cercano a los 80.000 millones de dólares al tipo de cambio
de 2017.
Según la estructura que surge de
los datos de AFIP, del total de la riqueza declarada por residentes,
el 40 por ciento se encontraba fuera de la Argentina. Entre los que
tienen bienes en el exterior, el 5,5 por ciento concentraba el 60,4
por ciento de los activos externos declarados, mientras que, entre
las declaraciones de bienes en el país, en el tramo superior sólo
un 0,6 por ciento concentraba el 10,7 por ciento de la riqueza
declarada en territorio argentino.
Por su parte, al 31 de diciembre
de 2017, según datos del Indec, los argentinos mantenían activos en
el exterior por 334.839 millones de dólares. “De la diferencia
entre el stock de activos en el exterior y lo declarado ante AFIP,
surge que el 70 por ciento de los activos externos contabilizados por
el Indec no habían sido reconocidos ante la administración fiscal
argentina. Los argentinos no habían declarado ni una tercera parte
de su riqueza en el exterior”, subraya el informe elaborado por
Horacio Rovelli, Federico Vaccarezza y Ricardo Rotsztein.
El texto remarca luego que para
fines de 2019 los residentes argentinos habían incrementado sus
activos en el exterior un 19,3 por ciento en relación con 2017,
alcanzando los 399.550 millones de dólares. Ese total representa un
47 por ciento más que el registrado al final de 2015. Durante el
periodo 2015-2019, Indec arrojó oficialmente una acumulación de
dólares fuera del país de 99.074 millones, más del doble que lo
registrado durante, al menos, cada uno de los dos períodos de
gobierno anteriores (2008-2015)
Descontando lo que pertenece al
Banco Central, al Gobierno general y a tenencias de bancos
comerciales, el 84 por ciento de los activos argentinos en el
exterior en 2019 correspondía a sociedades no financieras y hogares
que poseían un stock de 335.622 millones de dólares, equivalente al
75 por ciento del PIB.
Al comparar los datos
suministrados por el Indec y las declaraciones de AFIP sobre la
riqueza exteriorizada de 2017 y las proyecciones para 2019, el
informe concluye que existen no menos de 235.000 millones de dólares
en el exterior que no se encuentran declarados en el país. ”Si
tomamos las alícuotas vigentes del impuesto a los bienes personales
situados en el exterior y las aplicamos a la estimación del stock de
bienes no declarados para fines de 2019, debemos concluir que el
Estado argentino se estaría perdiendo de recaudar cerca de 1.200
millones de dólares del impuesto sobre los bienes personales”,
remarca el informe, que luego se concentra en el segmento de las
mayores fortunas declaradas para proponer un impuesto excepcional
destinado a sobrellevar el difícil momento que atraviesa el país.
Estoy en cuarentena, no puedo
salir. Cada comunidad está a algunos kilómetros de otra y todas
están aisladas, quizá por eso no hay casos de Coronavirus
afectándonos. Aunque al momento no tuvimos ningún infectado,
nuestras comunidades están pasando por una una situación crítica y
muy complicada: estamos expuestos a la desnutrición, al dengue, a la
falta de comida y ahora nos debemos cuidar mucho más.
Tranquilamente podríamos hacer
la “cuarentena comunitaria”, ya que siempre estuvimos aislados,
independientemente de la pandemia; es algo histórico. Algunas
familias sobrevivían vendiendo artesanías, así traían comida y
seguían con vida, pero ahora no tienen ese ingreso, no pueden vender
sus productos, no pueden comer. Entonces, nuestras comunidades
empeoran: no podés estar en casa porque no tenés para alimentarte y
no podés salir porque te podés contagiar. Y quienes viven con un
niño desnutrido, la pasan aún peor.
En muchas comunidades se nos
complica un montón lavarnos las manos por la falta de agua; los
litros que juntamos, los cuidamos mucho. No todas las comunidades
tienen agua potable; las que tienen, muchas veces sufren cortes
durante días. Eso nos perjudica mucho porque el único lugar que
tenemos para almacenarla son los bidones de glifosato. No nos queda
otra, aunque hay muchos casos de cáncer que nunca se habían visto,
son enfermedades que producen los agrotóxicos y también provocan
malformaciones de niños recién nacidos. Aquí en Tartagal
necesitamos muchos tanques de agua potable.
Si bien el gobierno nacional sacó
un bono de $10.000 ante esta emergencia, seguimos siendo excluidos
porque no tenemos acceso a Internet ni al Anses. Los diferentes
funcionarios deben mirar también para acá, porque hay comunidades
que ni siquiera tienen luz. A todo esto, se suma otro problema grande
que afrontamos: el dengue en Tartagal. En cada comunidad afecta en
mayor o menor medida; incluso, mi nuera casi se muere por dengue y es
terrible porque no podemos llegar al hospital, ¡estamos a 50
kilómetros del más cercano! Ante algunos casos que levantan fiebre,
como es difícil trasladarnos, usamos nuestros conocimientos
ancestrales y preparamos hierbas medicinales.
El Ministerio Público Fiscal de
Salta es el responsable de confirmar 25 casos de personas que
murieron por malnutrición entre enero y febrero, aunque lo más
terrible es que hay muchas muertes no registradas. Por eso, sólo
sabemos que hubo más de nueve fallecidas durante marzo. Además, se
suma el eterno drama del acceso al hospital; en estos días es más
difícil que siempre. Hay un chiquito que tiene el pecho tomado, vive
con bronquitis, no para de llorar; el padre llamó a la ambulancia
del Hospital de Tartagal y los enfermeros le dijeron que si lo llevan
al hospital, se quedará días y que si no es tan grave, no podrán
tenerlo internado. Les recomendaron que vea cómo evoluciona el
chiquito y que en todo caso vuelva a llamar. Hoy continúa igual,
sigue llorando; ojalá no pase lo peor. Junto con algunos médicos
recorrimos este año varias comunidades y vimos casos muy extremos:
niños que fallecieron por malnutrición y los hospitales no tenían
registro sobre esas muertes, también había chiquitos que murieron
sin tener un documento de identidad.
Quizá me lean y no me quieran
creer, pero es nuestra realidad.
Hasta ahora, el capitalismo
mundial sólo se había encontrado con obstáculos internos, momentos
críticos que emanaban de su propio movimiento. En los tiempos del
paradigma revolucionario se pensaba que esas crisis acompañadas de
una praxis política lo conducirían a su derrumbe o conclusión.
Más tarde, se supo que los
caminos de la revolución reconducían trágicamente a un retorno del
Capitalismo en una nueva forma política. Actualmente, el Capitalismo
enfrenta una nueva cuestión que promueve, como se puede apreciar en
distintas opiniones, la idea de una tormenta perfecta :
1) Por primera vez en la
historia, el Capitalismo se encuentra con una catástrofe sanitaria
mortal de escala global que desnuda sus ficciones constitutivas. No
encuentra ningún organismo mundial ni pacto Internacional ni acuerdo
entre Estados que sea realmente eficaz con la pandemia.
2)No hay por ahora categorías
políticas ni filosóficas para poder pensar cual será el modo de
habitar el mundo que se viene. Y esto tanto en el orden más
singular y existencial de los sujetos como en los modos de
comportamiento comunitario y el ordenamiento social. La pregunta que
recorre esta cuestión es la siguiente : no sólo hasta dónde
la humanidad es capaz de aprender algo de las situaciones límites y
traumáticas, tema que en la historia de la humanidad siempre ha sido
puesto en cuestión, sino si eso que aprende el ser humano puede
transmitirlo colectivamente, si deja una huella permanente en la vida
social.
3)La extensión serial de la
muerte, el automatismo en la distribución de cadáveres, le roba a
la propia finitud la experiencia singular del "morir propio".
Los efectos de esta situación son incalculables porque si bien los
confinamientos en las sociedades donde esto es posible tienen la
apariencia de lo hogareño, no dejan de participar en un aura de
concentración y de metáfora bélicas.
4) Hasta ahora, la humanidad
simula dar una "guerra" contra el virus mientras permanece
en silencio la disputa, el antagonismo sobre quiénes pagarán las
consecuencias del desastre. El argumento de que la humanidad se
proveerá ella misma de los recursos económicos en una nueva lógica
distributiva sin que medie conflicto o antagonismo alguno es por lo
menos ingenuo o reposa en una idea de supervivencia religiosa de la
especie humana que la historia, al menos por ahora, no confirma. En
este aspecto, habrá que volver a considerar qué eficacia simbólica
aún posee el discurso de la religión. En estos diferentes puntos
encontramos algunos de los argumentos que constituyen el interrogante
del siglo XXl : el valor de la vida humana en la Civilización
construida en la Modernidad. Pero esta vez, como nunca ha ocurrido
antes, depende de una elección forzada, Emancipación o Barbarie .
Políticos y empresarios renuentes
a poner lo suyo para que la tragedia tenga bálsamo vienen
protagonizando la noticia más de lo que ambas corporaciones tal vez
hubieran deseado.
Lo primero que hay que decir es
que estamos de acuerdo en que ciertos políticos (senadores,
diputados, nacionales y provinciales) dejen de cobrar la obscenidad
que cobran, pero no estamos de acuerdo con ningún cacerolazo. El
cacerolazo es el signo que encubre; encubre la política que la
derecha más a la derecha del tinglado plural ha decidido implementar
en la coyuntura: deslegitimar al gobierno sin consideraciones
humanitarias vinculadas a la grave situación de emergencia que vive
el país y el mundo. Es el primer grupo de "miserables" que
actúan en la coyuntura, sobre todo en las redes e inspirados por
impresentables funcionarios del anterior gobierno.
Pero si repudiamos esos ruines
procederes, también estamos de acuerdo con una reforma
constitucional que incorpore la remuneración de los funcionarios
electivos del Estado y de los magistrados del poder judicial al
capítulo pertinente de la Carta Magna: no deben exceder, esas
remuneraciones, en más del veinte por ciento el sueldo de la máxima
categoría de los funcionarios de carrera. Se trata de una sana
propuesta que nadie tiene razonablemente en agenda por ahora y que,
cuando pase la tormenta y ya no "seamos los mismos", habrá
que abordar. La reforma constitucional es un punto que no está en el
programa del poder real -y de sus medios de prensa- de la Argentina,
pero no por eso es un punto ausente del programa obrero, popular,
nacional y soberanista de este país. No debería serlo.
Mientras tanto, una decisión de
emergencia debe rebajar de inmediato sueldos y "dietas". Y
ello tiene sus razones.
Todos tienen que hacer el
esfuerzo. Ese es el diapasón en el que se entona la endecha de fondo
en la tragedia sanitaria y política que se ha desencadenado. Pero
surgen ya voces que exoneran a la clase política de la obligación
de hacer aquel esfuerzo. Le asiste la razón al Presidente cuando
dice que de nada tienen que avergonzarse él y sus colaboradores a
150 mil pesos por mes; que Carla Vizzotti no tiene por qué ajustar y
que todos trabajan doce horas por jornada y están a la orden a
cualquier hora del día o de la noche.
Pero el Presidente también dice
que a Mario Negri hay que avisarle que, si Cambiemos hace política
ruin con esta crisis, se difundirá quiénes y cuántos son los
legisladores opositores que le roban plata al Estado simulando que
tienen empleados a sueldo que, en realidad, son ñoquis cuyos sueldos
se los queda ese legislador así embarrado en el delito. Si eso pasa
(y pasa), es grave. Más grave es que el Presidente lo sepa y diga
que no va a hacer nada a cambio de que Cambiemos cambie de partitura.
Y que nadie más haya dicho ni pío, más que grave es extraño. So
is my country. Así es mi país.
A eso habría que agregar que hay
intendentes que no cobran 150 mil pesos, sino mucho más, mucho más
que el Presidente, incluso. Poner fin a esas indecencias
cuasidelictivas no moverá el amperímetro contable pero es un gesto,
y los gestos, en la política, sirven, a veces, para seguir engañando
el pueblo pero, en ocasiones, también son mímica didáctica que
educa y prepara para lo agonal de la política, que siempre reverbera
en el futuro, y que será indispensable, esa docencia, sobre todo si
el Mimo está dispuesto a hacer pedagogía en materia de moral social
y ética individual. Y hoy, en la Argentina y en Latinoamérica, tal
pedagogía va adquiriendo valor estratégico pues está vinculada a
la necesidad de obturarle el camino a la, en épocas de crisis,
siempre latente solución autoritaria.
De modo que, aunque el efecto
contable del ajuste político no sea mayúsculo, el hecho de que los
senadores y diputados de las cámaras legislativas de todo el país
reduzcan sus salarios es lo que está esperando una sociedad con 40 %
de pobres e indigentes en estado de potencial conflicto. Si pinta
saqueo, avisen, se oía en las inmediaciones de la avenida Calchaquí
(Quilmes Oeste) en el 2001. Hoy, Sabina Frederic está abocada, con
indudable efecto benéfico atento lo antedicho, a prevenir recidivas
violentas cuya única consecuencia -atento la indigencia conceptual,
teórica, práctica, programática e ideológica de la izquierda y el
progresismo- sería la desestabilización del gobierno y el retorno
de alguna forma de Estado fascistoide.
Por eso, decimos que algunos
progresistas sucumben al espíritu de época, a ese espíritu de
época que ha entrado en modo crisis con la pandemia pero que viene
de arrastre como ideología de la posmodernidad, y lo suyo deviene
puro presente sin más sustancia ni emoción que el quid divínum del
"mercado". Y así, todo es visto y medido a través del
espejo sin azogue de la economía, los precios, los números, el debe
y el haber, las ganancias y las pérdidas, los saldos, la suma y la
resta, la regla de tres, la raíz cuadrada, el costo-beneficio y a
cuánto el dólar hoy.
Pero el punto del programa
alusivo a la distribución de la riqueza y, sobre todo, a cómo se
distribuyen alegrías y tristezas en tiempos de pandemia, no es un
tema fundamentalmente económico, es un tema esencialmente político.
No es el ojo del tendero el que debe buscar la solución, sino el del
estadista llamado a conducir.
Subirse al carro de la
corporación política abogando para que ésta siga sin ajustar
(nunca ajustó la política, ni siquiera ajustó en el 2001, cuando
el pueblo cambiaba un pulóver usado por cuarto litro de aceite) es
-sin entrar a considerar el costado ético del asunto- un error
intelectual. Y hay que saber diferenciar un error intelectual de uno
moral.
Pronunciarse en favor de que
"colaboren" los empresarios y no los políticos implica el
riesgo de congelar toda acción en un estéril equilibrio que podría
terminar en ni lo uno ni lo otro.
El "gesto" político es
fácil de hacer. Se logra con un proyecto de ley de dos artículos
con una exposición de motivos de carilla y media que sale con fritas
apenas se pongan de acuerdo Sergio Massa y Cristian Ritondo. Esto es
fácil, pronto y probable. Sin embargo, ha sido, a lo que parece,
dejado de lado. Es un error. Es un error intelectual, antes que
moral. Aunque también sea esto último. Y es lo primero porque no
pondera, en su justa medida, sus potenciales consecuencias políticas.
En cuanto a los ricos, ir por
ellos está muy bien y nada más que congratulaciones pueden suscitar
las propuestas que están ganando las primeras planas de la
información. Es ahora o nunca. Si no entregan ahora, en medio de la
muerte global, ni una fracción de lo que acumularon "dando
trabajo" durante décadas, no lo harán nunca. No es una
confiscación bolchevique, es una medida de emergencia por única
vez. Mañana seguirán produciendo riqueza y ganando dinero. Y el
Estado seguirá apoyándolos no sólo para que sigan sino para que
inviertan más. Eso hay que dejarlo claro. En el marco de la
globalización humanicida, los empresarios -ciertos empresarios- no
son enemigos de nadie; sólo deberían serlo de su propia insensatez.
En todas las épocas históricas
los ricos han estado en el centro del debate. Los kulaks -campesinos
ricos- no fueron la causa de la miseria del campesinado ruso en 1920,
pero fueron parte del problema. Eran los "miserables" de la
época, porque escondían el alimento que producían para no
vendérselo al Estado que, a su vez, lo requería como factor central
de su política económica. La NEP (Nueva Política Económica) que
vino después recuperó el mercado, pero la colectivización forzosa
de la tierra no desapareció del todo sino que se trasmutó en los
koljoses o granjas colectivas.
En modo análogo, los empresarios
argentinos no son la causa de esta crisis, pero los empresarios que
echan gente a la calle agravan la crisis. Y si la amenaza de despidos
es chantaje al gobierno para que termine con la cuarentena, peor.
Si una pyme despide es muy
probable que el dueño de esa pyme tenga razón y que despida porque
no tiene cómo seguir adelante. Pero que Techint despida es sólo la
paladina muestra de que los dueños de la empresa no están
dispuestos a poner el hombro en la grave circunstancia "ganando
menos", como dijo el Presidente quien -por otra parte y en
contra de lo que dicen algunos periodistas- nunca dijo que "los
empresarios" eran la causa de los problemas.
El que está obligado a quedarse
en su casa por tiempo indeterminado tampoco es causante de la crisis,
pero también tiene que hacer su aporte y bancarse el encierro. Y así
lo está haciendo. Todos tienen que hacer su esfuerzo.
Y se torna indispensable la
recurrencia en la argumentación. La política debe ajustar. No
olvidemos que se trata de gente que se aumenta el sueldo cada vez que
le parece. Y esos aumentos -antídoto contra las inflaciones de que
no disponen los trabajadores argentinos- siempre concitan el acuerdo
unánime de todas las bancadas, tanto en el Congreso de la Nación
como en las legislaturas provinciales. Un poco de moral social, ahí,
no vendría mal en un contexto en el que -repetimos- los conurbanos,
a lo largo y a lo ancho del país, constituyen un riesgo para la
gobernabilidad ni bien la protesta social se generalice. En ese río
revuelto no pescaría con éxito más que la derecha antisistémica.
Para Kant, tal acción no sería del todo buena en la medida en que
se estaría haciendo por conveniencia y no "por deber".
Pero bueno, es lo que hay.
Por otra parte, los sueldos de
diputados y senadores no moverán el amperímetro, pero el
presupuesto total destinado al Congreso de la Nación, sí que lo
mueve, ¡y cómo...! El presupuesto 2019 acusa, en la sección
"Listado de Programas y categorías equivalentes", para la
Cámara de Senadores, la suma de 9.156.560.815 pesos para 5752
cargos; mientras que en Diputados las cifras son 9.354.783.774 pesos
con 5287 cargos. A ello hay que sumarle 1501 cargos en la Biblioteca
por valor de casi 1900 millones y medio; y 498 cargos en la Imprenta
por valor de algo más de 523 millones de pesos; y lo que gastan
otras reparticiones del palacio legislativo. En total, el Congreso
tiene -según presupuesto 2019- 14.776 cargos que gastan, por año,
23.717.825.829 (veintitrés mil setecientos diecisiete millones,
ochocientos veinticinco mil ochocientos veintinueve pesos).
Se trata de casi el doble del
gasto que insumen, por ejemplo, las Cortes españolas. Cuando esto
ocurre, es que algo anda mal. Porque no es que todo ese gasto sea
superfluo. Lo único que decimos es que es urgente achicar el gasto
en el Congreso. El proyecto que había tenido, en principio, el
consentimiento de Sergio Massa y que después fue dejado de lado,
contemplaba, por ejemplo, prescindir de "asesores". Es
decir, que algo se puede hacer en punto a austeridad de la política,
sobre todo en épocas en que azota la plaga.
Y como ejercicio de prolepsis,
anticipamos que la derecha que fetichiza el "déficit fiscal"
-aquí y en todas partes- suele denunciar el gasto excesivo de "la
política". A ello le agregan la propuesta de echar a la calle a
un millón de empleados públicos y, además, el recorte de otros
"gastos superfluos" como, por caso, en salud y educación.
Junto a eso, claman por el alineamiento ideológico con "occidente",
es decir, con Estados Unidos.
Nosotros, en cambio, creemos que
no hay que echar a la calle a nadie; en todo caso, habrá que
incorporar informática e inteligencia artificial a la gestión
burocrática del Estado en un marco modélico que permita la
reabsorción productiva de la mano de obra sobrante o, en su caso, la
disminución de la jornada laboral, como se propuso y se practicó en
Francia y en otros países. Junto con ello, entendemos que en salud y
educación hay que aumentar la inversión, no achicarla. De modo que
a no impugnar el imprescindible ajuste de la política con el
argumento superficial y sofístico de que se trata de un argumento de
la derecha. Con ese verso, son demasiadas las vacas sagradas
devenidas intocables en el muladar de la mala política. Y eso, la
mala política, es -repetimos- pista bien asfaltada para los enemigos
de la democracia.
Con el criterio de que con lo que
es irrelevante en términos presupuestarios no hay que meterse,
podríamos proponer que los médicos de hospitales públicos y
privados deben tener un mínimo garantizado del doble de lo que
perciben ahora. Eso tampoco mueve el amperímetro... No es un
problema de caja; es un problema político.
Repetimos que no se trata de una
verdulería o de cualquier otra pyme, se trata del país; por lo
tanto, el criterio para asignar recursos no puede y no debe ser el
estado de caja al terminar el día. Lo que está en juego, aquí, es
el país y su futuro. Lo que está en juego, aquí, es si la equidad
como complemento de la justicia brilla con luz diáfana en el plexo
de valores del gobernante. Lo que está en juego, aquí, es si la
clase política, como en 1922 en Roma o en 1933 en Berlín, le
allanará, bajo formas criollas, el camino al fascismo brindándole
banderas que su demagogia fácil disemina como veneno en el mar de la
desesperación popular.
En fin, lo que está en juego,
asimismo, es una protesta social que -seguramente- sería muy
violenta y se los llevaría puestos a políticos y empresarios, a
todos. Se exponen y exponen a la sociedad al vacío de poder. Y el
vacío de poder, cuando el poder tradicional se ha quedado sin
alternativas y la clase obrera tampoco las tiene, desemboca, siempre,
en lo peor.
No es fácil para nadie, en el
mundo, lidiar con la pandemia. La tensión enfrenta a la salud física
con la salud de la economía. Ningún país puede quedar "cerrado"
sine die. Los males que irroga esta situación ya se ciernen en un
horizonte demasiado cercano como para no verlos. El gobierno de
Alberto Fernández sabe esto y comprueba, a estas horas, que la
realidad exige de sus gobernantes, a veces, el talento del artista.
Los errores, en tanto, los toma,
impiadosamente, la oposición, tanto la de derecha como la de
izquierda. Y bate el parche. Se juegan al desgaste de las
experiencias populares y soberanistas. Si lo lograran, desgastarían
también a la política y entonces el organigrama institucional
entraría en crisis. Unos lo ven y lo buscan. Otros, pagan tributo a
su nula capacidad para ver más allá del día a día y, sobre todo,
para entender que la globalización capitalista, cuando ya empieza,
incluso, a actualizar el concepto de "intelecto general"
que acuñó Marx en los Grundrisse de 1858, incide también -y de
modo determinante- en la elaboración de las estrategias de poder, en
las metodologías de construcción política y en el carácter y
naturaleza de los frentes y alianzas que es imprescindible procesar
para que el "sujeto histórico", en el siglo XXI, abandone
el estéril estado de serialidad en que se halla para devenir
principal actor político dentro de los Estados nacionales asediados,
precisamente, por esa misma globalización a la que tanto se cita
pero tan poco se comprende.
El neoliberalismo ha fracasado
pero puede volver, aun cuando la política y la vida misma son
demasiado importantes como para dejarlas en manos del "mercado".
De las crisis existenciales, al capitalismo lo salva Keynes, no
Hayek. Ocurrió en la posguerra, con una Europa destruida avecindada
con un comunismo rampante que emergía del conflicto con prestigio.
Se toma su revancha, ahora, Lord Keynes, y vuelve por sus fueros
después de un infausto interludio durante el cual la ortodoxia del
mercado difamó al Estado como nunca había ocurrido antes. No está
dicho que todo vaya a fluir, a partir de ahora, conforme las premisas
teóricas del padre de la "demanda agregada". Incluso,
podría decirse, con fundamento, que lo que fue bueno y viable ayer,
no lo es hoy. Y ahí estamos.
Hace falta un milagro para
enfrentar la peste y el único que produce milagros, en la historia,
es el pueblo. Los pobres del mundo, los esclavos sin pan, esos que
así menciona "La Internacional", han dejado de ser una
abstracción evocadora de lejanías para devenir tangible vecindario
de cercanos arrabales.
Pero el pueblo sin partido y sin
programa es como el vapor sin pistón: se difumina en el aire y no
sirve para hacer andar el tren. La metáfora física y ferroviaria es
del León Trotsky de la "Historia de la Revolución Rusa".
Una cosa es gobernar y otra bien
distinta es administrar la inquietud social de modo que ésta no
desborde hacia lo políticamente incorrecto. Esto último se puede
hacer un tiempo, pero no todo el tiempo.
Si no hacemos lo que hay que
hacer, después de la pandemia... seguiremos siendo los mismos. And
it'll be a pity, permítaseme el cipayismo.
(
https://vaconfirma.com.ar/?articulos_seccion_719/id_11053/una-lastima-si-seguimos-siendo-los-mismos
)
Las opiniones, lecturas,
interpretaciones, pensamientos en torno a la realidad, tan diversos y
heterogéneos, dan vuelta en torno a dos posiciones básicas que
alimentan toda diversidad … Privilegiar, justificar, alimentar y
sostener las ideas que confirman la propia posición en la escalera
social de privilegios mal repartidos e inequitativamente
distribuidos, o hacer lo propio en función de un interés puesto en
la inclusión, la solidaridad, la escucha mas que la defensa de lo
propio, el conocimiento mas que el prejuicio que intenta justificar lo
“mio” frente a una realidad que me devuelve que mis privilegios
no son sino a expensas de injusticias y carencias de muchos otros …
Daniel Roberto Távora Mac
Cormack
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