Domingo 12 de abril de 2020

Dos de las dimensiones afectadas por la pandemia … la salud mental y la salud social … nos permiten en este domingo reflexionar entorno a cuestiones que la pandemia ponen en evidencia respecto a situaciones y problemas que no son resultado de la infección viral sino del sistema de convivencia que sostiene la humanidad desde la irrupción de la revolución industrial y en esta etapa, posterior a la crisis del petróleo (1973 y el origen de la corriente neoliberal, al amparo de las dictaduras en latinoamerica) y de la aún sin nombre etapa iniciada posterior a la crisis de la hipotecas subprime (2007)


Contención, histerización macropsíquica y beneficios secundarios

Los desastres naturales o humanos más graves, como terremotos, tsunamis, guerras, revoluciones o enfermedades infecciosas, son únicos en el sentido de que, paradójicamente, traen beneficios secundarios inesperados. Es este punto preciso de la influencia negativa y positiva de los eventos colectivos en el hombre, sin olvidar las reacciones asociadas de este, lo que llamo por el término fenómeno macropsíquico.


Cada sujeto, cada pareja, cada familia, reacciona de manera diferente a las vicisitudes que cambian abruptamente el curso habitual de la vida diaria. Frente al resplandor emocional provocado por el evento inesperado, una posición de perplejidad puede transformarse rápidamente, al mismo tiempo, en parálisis cataléptica y en agitación innecesaria y ansiosa. Tal ansiedad apragmática, experimentada en formas hipocondríacas, egoístas o altruistas, a menudo implica un retorno invasivo de la ansiedad de la muerte que el sujeto puede calmar, reenfocar o, a veces, modificar con dificultad. Las posiciones sociofóbicas o agorafóbicas radicales y colectivas se desarrollan espontáneamente, incluso sin la intervención de las autoridades sanitarias, legislativas o policiales. En ciertos casos, un negativismo obtuso o, peor aún, un nihilismo suicida empuja al sujeto a rebelarse contra la reemisión de una autoridad familiar.

Sin duda, la contención tiene beneficios en términos de salud mental y bienestar, aquí hay algunos a los que podemos referirnos. Retirada del mundo del hiperconsumo, pausa en la destrucción de la naturaleza, retorno a los valores familiares, revalorización del apego a las raíces, cese de la trashumancia humana, revalorización de la frustración y deseo en detrimento del goce, posibilidad de renacimiento del amor en su romanticismo. versión, reordenamiento biopsíquico de la diferencia entre los sexos a expensas de la ideología de género, retorno a las fuentes de los sueños y proyectos, venganza de la vida espiritual sobre el identitario, el narcisismo y la altivez.

Alternativamente, por un lado, la preocupación se desborda por cualquier acto de precaución y, por otro lado, la negación de la realidad exacerba un enojo de identificación enterrado. Los conflictos y las reconciliaciones con uno mismo pueblan al sujeto psíquicamente enfermo y le impiden soñar e imaginar. La imprudencia o la aparente calma de algunos aterroriza y molesta más de lo habitual el miedo a la muerte. Sus reproches están dirigidos a un espejo opaco que ya no puede enviarle su mensaje inverso debido a un Otro invisible e involuntario, del cual es imposible recibir indulgencia. Porque este Otro invisible ni siquiera es un ser vivo, aunque se supone que corre de cuerpo a cuerpo, de mano en mano, de boca en boca, de nariz en nariz. El organismo se vuelve altamente sospechoso, El cuerpo del Otro ahora se percibe como una víctima potencial de la peste si no disminuye como una víctima dócil e inconsciente. En caso de duda e incluso en ausencia de signos externos de contagio, el sujeto queda confinado a un sistema de hiperprevención.

Ya no estamos en la intimidad del vínculo social. Ya no estamos físicamente afectados. Nos evitamos y nos miramos discretamente con un ojo clínico completamente inusual. Físicamente, ya casi no nos hablamos. Solo desde la distancia o a través de los ojos si tienes máscaras. Tenemos máscaras artificiales para redoblar la máscara personal. Incluso afuera, nos limitamos a nuestro espacio vital para respirar. La nariz se cuela, se niega todo lo que puede. No más perfume es más encantador. Uno ya no es, especialmente no, el respirador ambulante del Otro.

De repente, el vínculo social está dominado por un imperio de los sentidos molestos. Lo táctil, lo gustativo y lo olfativo están arraigados, mientras que lo auditivo y lo visual se hacen, perceptivos pero al acecho, los aliados de las emociones en un contexto de asepsia afectiva. Y una tipología de personalidades emocionales vuelve a la palestra. Los ansiosos reprochan a los realistas actitudes que solo se encuentran en nihilistas o personas suicidas. Los realistas miran a los ansiosos con un ojo lleno de pena que uno podría confundir con condescendencia. La agresividad del confinamiento nace, se comparte y, de repente, disminuye a través de estos circuitos. Pero, se desintegra fácilmente ante el muro vital de frustración o privación.

En este sentido, el muro que Donald Trump quería, el cierre de las fronteras que otros querían, el Euroxit nacional que tanto se criticaba, la reorganización de todos los barrios, que ahora funciona como tantas aldeas en el dentro de la gran ciudad, todo esto se ha convertido por un tiempo en una realidad indiscutible e incluso reclamado por el mayor número. Casi sin ninguna crítica. El nacional renace contra el mal de la globalización infecciosa, el regional gira sobre su ombligo mientras olvida al nacional, el vecindario tiene prioridad sobre la ciudad y la familia nuclear sobre la familia extendida, al igual que el individuo sobre el grupo. Además, la venganza de la pareja surge repentinamente en la prohibición de grupos de tres o más.



Exigimos confinamiento incluso si eso significa quejarse y sufrir las consecuencias psicosomáticas, relacionales, físicas y subjetivas. Lo convertimos en una religión que a veces seguimos de manera fanática, exagerada, obsesiva o, al menos, ritual. Como si el sufrimiento, el aburrimiento, la depresión, la ansiedad, la adicción o el simple cansancio del encierro fueran una forma de reparar una falla no identificada ante un sagrado invisible.

Sin embargo, algunos pueden apreciar el confinamiento sin sentirse limitados, encerrados o perder nada. De lo contrario. Este es particularmente el caso para aquellos que están acostumbrados al encierro voluntario o la soledad elegida, un espacio donde encuentran su mayor capacidad creativa. Varios artistas, pensadores, técnicos, informáticos, investigadores, intelectuales, artesanos, comerciantes , asesores, creadores de tendencias, comunicadores de nuevas tecnologías, etc., encuentran su cuenta. Esto quiere decir que hay muchos beneficios secundarios reales vinculados a la contención, ya sean obligatorios o voluntarios.

Sin duda, la contención tiene beneficios en términos de salud mental y bienestar, aquí hay algunos a los que podemos referirnos. Retirada del mundo del hiperconsumo, pausa en la destrucción de la naturaleza, retorno a los valores familiares, revalorización del apego a las raíces, cese de la trashumancia humana, revalorización de la frustración y el deseo en detrimento del disfrute, posibilidad de renacimiento del amor en su versión romántica, reordenamiento biopsíquico de la diferencia entre los sexos a expensas de la ideología de género, retorno a las fuentes de los sueños y proyectos, venganza del espíritu sobre la identidad, narcisismo e infatuación .

Histerización catatónica

A partir de los testimonios de pacientes y personas en general, hemos observado algunos trastornos relacionados con los cambios sustanciales en la vida habitual que puede producir el estado de encierro. Con respecto al brote macropsíquico de pánico supersticioso, la sensación de extrañeza y perplejidad, y los fenómenos corporales de rigidez muscular o flexibilidad cerosa en el contexto del distanciamiento socio-higiénico y el encierro fóbico, ¿podemos decir que estamos viviendo? ¿Un período de catatonia colectiva asociada a la histerización generalizada?

Tengamos en cuenta que lo que se considera catatónico y que está más bien situado en general en las tablas psicóticas, lo tomamos aquí en un marco extendido y transestructural. Los estudios muy exhaustivos de Karl Kahlbaum (1860), aunque orgánicos, sobre la catatonia nos han servido para redefinir mejor los estados maníacos y formalizar nuestro concepto de los factores blancos de la psicosis maníaco-depresiva (Arce Ross, 2009). Pero aquí tomamos catatonia en un sentido macropsíquico. Al igual que la depresión, la anorexia, la bulimia o las adicciones, la catatonia es una serie de síntomas que se pueden encontrar tanto en las psicosis como en las neurosis.

De acuerdo con Henri Ey,  "Catatonia se funde con el feroz deseo de endurecerse en la oposición: el paciente se retrae, huye, defiende, resiste, como si obedeciera a una tendencia instintiva profunda, la de alejarse del entorno externo, de hacer que toda su vida fluya de regreso a la satisfacción pura y sumaria de su vida vegetativa. […]

Los sentimientos de ansiedad, como sombras amenazantes, finalmente pueblan la conciencia catatónica episódicamente: miedos, pánico, terrores absurdos, fobias obsesivas, precauciones supersticiosas y premoniciones delirantes que aún suspenden la acción, la enrarecen o la confinan. Una red misteriosa y monótona de actitudes patéticas y enrevesadas, que obedecen la ley mágica de una precaución o una conspiración contra amenazas terribles.(Ey, 1950, págs. 89 y 113). La descripción de Henri Ey nos hace evocar los estados catatónicos en la observación de la histerización del enlace confinado.

Histerización macropsíquica

La histerización del encierro en 2020 recuerda los trastornos de conversión de ansiedad en la histeria freudiana: "parálisis, contractura o acción involuntaria o descarga motora, dolor, alucinación" (Freud, 1925, p. 228). A lo que se puede agregar el aburrimiento, la depresión, algunos trastornos leves del estado de ánimo y los ciclos de vida, como los trastornos del sueño, sin mencionar la adicción a la pantalla, los trastornos alimentarios, el tabaquismo y el alcoholismo. adicciones solitarias o rampantes.

Evitar el contacto, el tabú del contacto, la aversión a la contaminación, la higiene o la limpieza excesiva, la compulsión de lavarse las manos y limpiar las manijas de las puertas, todos estos caracteres de l La obsesión obsesiva se encuentra en el discurso histérico de la prevención actual de la salud. Me parece que no deberíamos oponernos a las tres neurosis freudianas clásicas aquí (histeria, obsesión y fobia), sino reunirlas en un solo discurso histérico e histérico. Esto en la medida en que la obsesión y la fobia son dialectos, o derivados lingüísticos, de la lengua materna histérica. La neurosis obsesiva sería para la ocasión una especie de histeria de restricción, la fobia una histeria de ansiedad y la histeria siempre una neurosis de conversión.

De hecho, existe una histerización macropsíquica de caracteres obsesivos, rasgos fóbicos y síntomas histéricos que conocemos en neurosis subjetivas. Y, además, Lacan habla de la histerización del vínculo y del discurso en general cuando un sujeto entra en análisis. Este discurso histérico no solo tiene la tendencia a aislar al sujeto, sino especialmente a aislar una de las características de la relación con el Otro, a saber, el contacto corporal cercano. Esta evitación corporal puede pasar fácilmente a la agorafobia.

Agorafobia y miedo a la muerte.

La histerización actual del vínculo con el Otro en su versión agorafóbica puede leerse no solo como una defensa contra el peligro de un impulso estrictamente sexual, sino más precisamente como una defensa inhibitoria y psicomotora contra el peligro de muerte. En el sentido de que la ansiedad de la muerte debe entenderse como un análogo de la ansiedad de la castración (Freud, 1925, p. 246). Es a través de esto que surge la otra civilización detrás del Otro del vínculo social. El sujeto se enfrenta a un Otro sagrado, invisible e incorpóreo que lo supera. Los bioquímicos también dicen que ni siquiera es un organismo vivo, sino una cosa molecular que ataca la vida.“Un virus de menos de 100 nanómetros no puede considerarse un organismo vivo porque no puede replicarse a sí mismo. Está formado por un conjunto de moléculas, esencialmente ADN o ARN y proteínas ” (Bernier, Agouridas y Vialle, 2020).



El problema es que, para la gran mayoría, ya sea que esté infectado sin saberlo o no contaminado, es un evento traumático que aún no ha ocurrido en su carne. Y eso probablemente no sucederá pronto. Un evento tan traumático que nunca ocurrió nos recuerda una de las dos medidas auxiliares y sustitutivas de la formación de síntomas en la neurosis obsesiva freudiana. En él, el sujeto intenta hacer que el evento suceda y aislarlo. En la confrontación con el coronavirus, obviamente, no se trata de hacerlo inesperado, ya que está allí. Excepto que aún no ha atacado al sujeto que está tratando de protegerse lo mejor que puede.

Este estado de cosas nos induce a evocar la construcción de medidas de prevención, precaución, prudencia, en la formación del síntoma según Freud, "para que algo determinado no suceda, no se repita" (Freud, 1925 , p. 237). Sin embargo, estas medidas completamente racionales y parcialmente comprensibles van acompañadas de actitudes mágicas, rituales expiatorios o animaciones irracionales con el objetivo de "suprimir" la malignidad del evento que no sucedió. "Lo que no sucedió en la forma en que debería haber sucedido de acuerdo con el deseo es, por repetición, hacer que no ocurra de otra manera"(Freud, 1925, p. 237). Y estos ensayos que dan testimonio mágico de un evento traumático que nunca sucedió pueden volverse problemáticos, de los cuales la agorafobia que duplica innecesariamente la necesidad de confinamiento puede ser un ejemplo.

Según Freud, el sujeto agorafóbico desarrolla una regresión infantil que le permite salir a la calle siempre que esté acompañado por alguien que conoce bien y eso lo tranquilice, o que no se aleje mucho. más allá de una corta distancia de casa (Freud, 1925, p. 244). Es curioso que estas dos condiciones altamente defensivas contra la conducción o contra el peligro se cumplan con las medidas de contención de 2020. Es decir, que el papel tranquilizador puede ser desempeñado por la certificación obligatoria, posiblemente por una máscara, y la condición lejanía fóbica, por el respeto vinculante de un kilómetro máximo de la casa.

La hostilidad agorafóbica puede ser redoblada por la hostilidad que encuentra su fuente en la experiencia íntima. Una ilustración de este movimiento sería la fobia a la soledad, experimentada como una forma de esquivar "la tentación del onanismo solitario".(Freud, 1925, p. 244). En estos casos, el agorafobo se confina en una pareja o con un animal doméstico que funciona como objeto de protección contra la ansiedad del peligro de muerte y contra ciertos impulsos sexuales. Por otro lado, los impulsos prevenidos pueden encontrar sustitutos a pesar de todo en ciertas inhibiciones que desempeñan el papel de máscara de ansiedad. Luego tenemos inhibiciones del placer sexual, inhibiciones dietéticas, inhibiciones motoras, inhibiciones en el trabajo (Freud, 1925, p. 206). En esta imagen de frustración y privación, la ira contra el encierro podría ser la expresión de una defensa contra la ansiedad de la muerte y, paradójicamente, la manifestación del deseo confinado.

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que antes de volverse sintomático o más bien independientemente de producir trastornos, el confinamiento, ya sea espontáneo u obligatorio, refuerza las actitudes inhibitorias, evasivas y preventivas a veces necesarias ante un riesgo para la salud. No son en sí mismos trastornos o síntomas clínicos reales y pueden justificarse como medidas que salvan vidas. Porque son defensas, a veces racionales y justificadas, para responder a la señal de advertencia de ansiedad. No olvidemos que Freud consideró correctamente que "muchas inhibiciones son manifiestamente renuncias a la función, porque, en el ejercicio de la misma, se desarrollaría ansiedad" (Freud, 1925, p. 206 ) Y esto puede hacernos deducir que la ansiedad tiene un uso.
La inhibición de los riesgos es, de hecho, equivalente, según Lacan, a la utilidad de la ansiedad como señal que no engaña (Lacan, 1962-1963 p. 188). En la ansiedad, es una señal internalizada e inquietante ( Unheimlich , Freud, 1919), sin lugar a dudas y no reducible al miedo por el hecho de que el deseo, en el nivel más íntimo del sujeto, se vuelve extrañamente preocupado.

Instrumentalización de la histerización macropsíquica.

Como en otras épocas de la humanidad, la histerización del vínculo o la conversión somática de la ansiedad antes de la preocupación se ha convertido en macropsíquica. Y como es natural, siempre existe el riesgo de explotar la histerización macropsíquica. 

 

Desafortunadamente, la instrumentalización histérica de la ansiedad, a veces instrumentalización política, parece, según lo que algunos afirman, estar dirigida por las autoridades sanitarias o, más precisamente, por algunos laboratorios farmacéuticos.

Como tal, no olvidemos que en medio de la crisis del coronavirus, el profesor Didier Raoult describió como "histeria global" - o histerización macropsíquica en nuestras propias palabras - las reacciones a esta pandemia (Raoult, 2020),"Como si fuera solo una falsa amenaza como las crisis anteriores. Critica la incompetencia de la OMS y no duda en criticar la estrategia de cualquier vacuna más dogmática que efectiva contra las infecciones, y señala de paso que en realidad hay muy pocas nuevas para unos veinte. años a pesar de la colosal financiación. Por otro lado, defiende que las vacunas más antiguas se usen más, como las de la varicela o la gripe, y sugiere claramente que la búsqueda de ganancias de la industria farmacéutica lleva a descuidar el valor de los medicamentos viejos y baratos. Finalmente, lamenta que “los elementos ideológicos lleguen a privilegiar los tipos de información que resuenan con la visión del mundo de los medios de comunicación. (Perrier, 2020).

Según algunos actores presentes en el frente de la "guerra de la salud", en este asunto parece haber una colusión entre política, investigación médica, terapia médica y tendencia a la histerización más allá de medir los temores de que cualquier población pueda desarrollarse frente a una amenaza enigmática. En un nivel macropsíquico, debido a la ansiedad de muerte que libera el evento amenazante, pero también debido a una posible instrumentalización ideológica, nuestra relación con la realidad puede modificarse sustancialmente. Como dice el profesor Didier Raoult, "lo que da miedo, lo que causa hablar, a veces solo tiene una relación distante con la realidad" (Raoult, 3 de abril de 2020). La influencia de la comunicación ideológica y la manipulación macropsíquica, incluso mediante mensajes implícitos que hacen eco de los miedos más enterrados, son temas que configuran una nueva psicopatología que, como tal, debe ser estudiada por el psicoanálisis.

De todos modos, la pluma clínica de un Henri Ey, en cierto modo, describió bien el fenómeno de la mezcla relativa entre catatonia e histerización del vínculo social. Pero debemos ir más allá de estas consideraciones psicopatológicas. Este es un punto que no debe pasarse por alto, pero no incluye todo el fenómeno macropsíquico del confinamiento sanitario. Porque, por supuesto, no todo es psicopatología.

ARCE ROSS, alemán, "Confinamiento, histerización macropsíquica y beneficios secundarios",  Nueva psicopatología y psicoanálisis. Psychoanalysis Video Blog.com, París, 2020

¡Es el capitalismo, estúpido! // Maurizio Lazzarato

Una intervención exitosa que evite que uno de los patógenos que hacen cola en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas debe dar el salto a un enfrentamiento mundial con el capital y sus representantes locales, sea cual sea el número de soldados de la burguesía que intenten mitigar los daños. La agroindustria está en guerra con la salud pública.”
Covid-19 y los circuitos del capital”
Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace, 4 abril de 2020



El capitalismo nunca salió de la crisis de 2007 / 2008. El virus se injerta en la ilusión de los capitalistas, banqueros y políticos de lograr que todo vuelva a ser como antes, declarando una huelga general, social y planetaria que los movimientos de protesta no pudieron producir. El bloqueo total de su funcionamiento muestra que en ausencia de movimientos revolucionarios, el capitalismo puede implosionar y su putrefacción comienza a infectar a todo el mundo (pero de acuerdo con estrictas diferencias de clase). Esto no significa el fin del capitalismo, sino sólo su larga y agotadora agonía que puede ser dolorosa y feroz. En cualquier caso, estaba claro que este capitalismo triunfante no podía continuar, ya Marx, en el Manifiesto, nos lo había advertido. No sólo contempló la posibilidad de la victoria de una clase sobre la otra, sino también su implosión mutua y su larga decadencia.

La crisis del capitalismo comenzó mucho antes de 2008, con la convertibilidad del dólar en oro, y se intensifica de manera decisiva desde finales de los setenta. Una crisis que se ha convertido en su forma de reproducirse y de gobernar, pero que inevitablemente conduce a “guerras”, catástrofes, crisis de todo tipo, y, si se da el caso y hay fuerzas subjetivas organizadas, eventualmente, en rupturas revolucionarias.

Samir Amin, un marxista que mira al capitalismo desde el sur del mundo, lo llama “larga crisis”. (1978 – 1991) que ocurre exactamente un siglo después de otra “larga crisis” (1873 – 1890). Siguiendo los rastros dejados por este viejo comunista, podremos captar las similitudes y diferencias entre estas dos crisis y las alternativas políticas radicales que abre la circulación del virus, al hacer vana la circulación del dinero.

La primera larga crisis

El capital ha respondido a la primera larga crisis, que no es sólo económica porque viene después de un siglo de luchas socialistas que culminaron en la Comuna de París “capital del siglo XIX” (1871), con una triple estrategia: concentración/centralización de la producción y del poder (monopolios), ampliación de la globalización, y una financiarización que impone su hegemonía a la producción industrial.

El capital se convirtió en monopolio, haciendo del mercado un apéndice propio. Mientras los economistas burgueses celebran el “equilibrio general” que determinaría el juego de la oferta y la demanda, los monopolios avanzan gracias a los espantosos desequilibrios, las guerras de conquista, las guerras entre imperialismos, la devastación de los humanos y no humanos, la explotación, el robo. La globalización significa una colonización que ahora subyuga al planeta entero, generalizando la esclavitud y el trabajo esclavo, para cuya apropiación se enfrentan los imperialismos nacionales armados hasta los dientes.

La financiarización produce un enorme ingreso del que se aprovechan los dos mayores imperios coloniales de la época, Inglaterra y Francia. Este capitalismo, que marca una profunda ruptura con el de la revolución industrial, será objeto de los análisis de Hilferding, Rosa Luxemburgo, Hobson. Lenin es ciertamente el político que captó mejor y en tiempo real el cambio en la naturaleza del capitalismo, y con un timing todavía insuperable elaboró, con los bolcheviques, una estrategia adaptada a la profundización de la lucha de clases que implicaba la centralización, la globalización, la financiarización.

La socialización del capital, a una escala y a una velocidad hasta ahora desconocidas, haría que los beneficios y las rentas florecieran de nuevo, provocando una polarización de los ingresos y los patrimonios, una superexplotación de los pueblos colonizados y una exacerbación de la competencia entre los imperialismos nacionales. Este corto y eufórico período, entre 1890 y 1914, la “Belle époque”, desembocó en su contrario: la Primera Guerra Mundial, la revolución soviética, las guerras civiles europeas, el fascismo, el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, el inicio de los procesos revolucionarios y anticoloniales en Asia (China, Indochina), Hiroshima y Nagasaki.

La “belle époque” inauguró la era de las guerras y las revoluciones.  Estas últimas se sucederían a lo largo de todo el siglo XX, pero sólo en el sur del mundo, en países con un gran “retraso” en el desarrollo y la tecnología, sin clases trabajadoras, pero con muchos campesinos. Nunca en la historia de la humanidad se ha conocido tal frecuencia de rupturas políticas, todas ellas, como dijo Gramsci sobre la soviética, “contra el Capital” (de Marx).

La segunda larga crisis

Comenzó ya a principios de los años 70, cuando la potencia imperialista dominante, liberando al dólar de las garras de la economía real, reconoció la necesidad de cambiar de estrategia rompiendo el compromiso fordista.

Durante la segunda larga crisis (1978 – 1991) las tasas de crecimiento de los beneficios y las inversiones se redujeron a la mitad en comparación con el período de posguerra y nunca volverían a esos niveles. También en este caso, la crisis no es sólo económica, sino que interviene después de un poderoso ciclo de luchas en Occidente y una serie de revoluciones socialistas y de liberaciones nacionales en las periferias. El capital responde a la caída del beneficio y a una primera posibilidad de la “revolución mundial”, retomando la estrategia de un siglo antes, pero con una mayor concentración del mando en la producción, una globalización aún más fuerte y una financiarización capaz de garantizar una enorme renta a los monopolios y oligopolios.  La reanudación de esta triple estrategia es un salto cualitativo en comparación con la de hace un siglo. Lenin creía que los monopolios de su época constituían la “última etapa” del capital. Por el contrario, entre 1978 y 1991, se desarrolló una nueva y más agresiva tipología de lo que Samir llamó “oligopolios generalizados” ( Los oligopolios están “financiarizados”, lo que no significa que un grupo oligopólico esté simplemente compuesto por compañías financieras, compañías de seguros o fondos de pensiones que operan en los mercados especulativos. Los oligopolios son grupos que controlan tanto las grandes instituciones financieras, los bancos, los fondos de seguros y de pensiones, como las grandes entidades productivas. Controlan los mercados monetarios y financieros, que tienen una posición dominante en todos los demás mercados.), porque ahora controlan todo el sistema productivo, los mercados financieros y la cadena de valor. La celebración del mercado en el mismo momento en que se afirman los monopolios también caracterizará la recuperación de la iniciativa capitalista contemporánea (Foucault participará en estos esplendores, infectando a generaciones de izquierdistas académicos).



Después de la segunda “belle époque” marcada por el lema de Clinton “Es la economía, estúpido”, el fin de la historia, el triunfo del capitalismo y la democracia sobre el totalitarismo comunista, y otras amenidades similares, como hace un siglo (y de una manera diferente) se abre la era de las guerras y las revoluciones. Guerras seguras, revoluciones sólo (remotamente) posibles.

El tríptico de la concentración, la globalización  y la financiarización está en el origen de todas las guerras y catástrofes económicas, financieras, sanitarias, ecológicas que hemos conocido y que conoceremos. ¡Pero procedamos con orden! ¿Cómo funciona la fábrica del anunciado desastre?

La agricultura industrial, una de las principales causas de la explosión del virus, ofrece un modelo del funcionamiento de la nueva centralización del capital por los “oligopolios generalizados”. A través de las semillas, los productos químicos y el crédito, los oligopolios controlan la producción en las fases iniciales, mientras que en las fases posteriores, la eliminación de la productos podridos y la fijación de los precios no está determinada por el mercado sino por la gran distribución que los fija de forma arbitraria, privando de alimentos a los pequeños agricultores independientes.
El control capitalista sobre la reproducción de la “naturaleza”, la deforestación y la agricultura industrial e intensiva altera profundamente la relación entre lo humano y lo no humano de la que han surgido durante años nuevos tipos de virus. La alteración de los ecosistemas por las industrias que se supone que nos alimentan está ciertamente en la raíz de los ciclos ya establecidos de los nuevos virus.

El monopolio de la agricultura es estratégico para el capital y mortal para la humanidad y el planeta. Dejo la palabra a Rob Wallace, autor de “Big Farms Make Big Flu”, para quien el aumento de la incidencia de los virus está estrechamente vinculado al modelo industrial de la agricultura (y en particular de la producción ganadera) y a los beneficios de las multinacionales.

El planeta Tierra se ha convertido ahora en la Granja del Planeta, tanto por la biomasa como por la porción de tierra utilizada (…) La casi totalidad del proyecto neoliberal se basa en el apoyo a los intentos de las empresas de los países más industrializados de expropiar la tierra y los recursos de los países más débiles. Como resultado, se están liberando muchos de estos nuevos patógenos que antes y durante largo tiempo se mantenían bajo control por los ecosistemas de los bosques, amenazando al mundo entero (…) La cría de monocultivos genéticos de animales domésticos elimina cualquier tipo de barrera inmunológica capaz de frenar la transmisión. Las grandes densidades de población facilitan una mayor tasa de transmisión. Las condiciones de tal hacinamiento debilitan la respuesta inmunológica [colectiva]. Los altos volúmenes de producción, un aspecto recurrente de cualquier producción industrial, proporcionan un suministro continuo y renovado de los susceptibles de ser contagiados, la gasolina para la evolución de la virulencia. En otras palabras, la agroindustria está tan centrada en los beneficios que considera que vale la pena correr el riesgo de ser afectada por un virus que podría matar a mil millones de personas”.

Financiarización

La Financiarización funciona como una “bomba de dinero” operando un extracción (renta) sobre las actividades productivas y sobre todas las formas de ingreso y riqueza en cantidades inimaginables también para la financiarización a fines de los siglos XIX y XX. El Estado desempeña un papel central en este proceso, transformando los flujos de salarios e ingresos en flujos de renta. Los gastos del Estado de bienestar (especialmente los gastos sanitarios), los salarios y las pensiones están ahora indexados al equilibrio financiero, es decir, al nivel de ingresos deseado por los oligopolios. Para garantizarlo, los salarios, las pensiones, el Estado de bienestar se ven obligados a adaptarse, siempre a la baja, a las necesidades de los “mercados” (el mercado nunca ha estado desregulado, nunca ha sido capaz de autorregularse, en la posguerra fue regulado por el Estado, en los últimos 50 años por los monopolios). Los miles de millones ahorrados en gastos sociales se ponen a disposición de las empresas que no desarrollan el empleo, el crecimiento o la productividad, sino las rentas.



La extracción se ejerce de manera privilegiada sobre la deuda pública y privada que son fuentes de una apropiación codiciosa, pero también caldo de cultivo de la crisis cuando se acumulan de manera delirante como después de 2008, favorecidas por las políticas de los bancos centrales (¡está explotando la burbuja de la deuda de las empresas que han utilizado la quantitative easing para endeudarse a coste cero para especular en la bolsa!) Los seguros y los fondos de pensiones son buitres que empujan continuamente a toda el estado del bienestar hacia la privatización por las mismas razones.
 
La crisis sanitaria

Este mecanismo de captación de rentas ha puesto de rodillas al sistema de salud y ha debilitado su capacidad para hacer frente a las emergencias sanitarias.

No sólo se trata de los recortes en los gastos de atención sanitaria cifrados en miles de millones de dólares (37 en los últimos diez años en Italia), la no contratación de médicos y personal sanitario, el cierre continuo de hospitales y la concentración de las actividades restantes para aumentar la productividad, sino sobre todo el criminal “cero camas, cero stock” del New Public Management. La idea es organizar el hospital según la lógica de los flujos “just in time” de la industria: ninguna cama debe quedar desocupada porque constituye una pérdida económica. Aplicar esta gestión a los bienes (¡sin mencionar a los trabajadores!) fue problemático, pero extenderla a los enfermos es una locura. El stock cero también se refiere a los equipos médicos (las industrias están en la misma situación, por lo que no tienen respiradores disponibles en stock y tienen que producirlos), medicinas, mascarillas, etc. Todo tiene que estar “just in time”.

El plan antipandémico (dispositivo biopolítico por excelencia) construido por el Estado francés que preveía reservas de máscaras, respiradores, medicamentos, protocolos de intervención, etc., gestionados por una institución específica (Eprus), tras la circulación de los virus H5N1 en 1997 y 2005, SARS en 2003, H1N1 en 2009, ha sido, desde 2012, desmantelado por la lógica contable que se ha establecido en la Administración Pública obsesionada con una tarea típicamente capitalista:  para optimizar siempre y en todo caso el dinero (público) para el que cada stock es una inmovilización inútil, adoptando otro reflejo típicamente capitalista: actuar a corto plazo. Por lo tanto, el Estado francés, perfectamente alineado con la empresa, carente de todo principio de “protección de la población”, se encuentra totalmente desprevenido ante la actual emergencia sanitaria “imprevisible”.

Basta con cualquier contratiempo para que el sistema de salud salte por los aires, produciendo costos en vidas humanas, pero también costos económicos mucho más altos que los miles de millones que han logrado acaparar sobre el sufrimiento  de la población (para tranquilidad de Weber, el capitalismo no es un proceso de racionalización, sino exactamente lo contrario).
 
Sin embargo, es el monopolio de los medicamentos el que quizás representa la injusticia más insoportable.

Con la financiarización, muchos oligopolios farmacéuticos han cerrado sus unidades de investigación y se limitan a comprar patentes a start-up para tener el monopolio de la innovación. Gracias al control monopolístico, ofrecen a continuación medicamentos a precios exorbitantes, reduciendo el acceso a los enfermos. El tratamiento de la hepatitis C hizo que la empresa que había comprado la patente (que costó 11.000 millones) recuperara 35.000 millones en muy poco tiempo, obteniendo enormes beneficios sobre la salud de los enfermos (sin la habitual justificación de los costes de la investigación, es pura y simple especulación financiera). Gilead, el propietario de la patente, es también el que tiene la droga más prometedora contra el Covid-19. Si no se expropia a estos chacales, si no se destruyen los oligopolios de las grandes farmacéuticas, cualquier política de salud pública es imposible.

Los sectores de la “salud” no se rigen por la lógica biopolítica de “cuidar a la población” ni por la igualmente genérica “necropolítica”. Son comandados por precisos, meticulosos, omnipresentes, racionales en su locura, violentos en su ejecución, dispositivos de producción de beneficios y rentas.( El confinamiento es ciertamente una de las técnicas biopolíticas (gestión de la población a través de la estadística, exclusión e individualización del control que se adentra en los más pequeños detalles de la existencia, etc.), pero estas técnicas no tienen una lógica propia, sino que han sido, al menos desde mediados del siglo XIX, cuando el movimiento obrero consiguió organizarse, objeto de luchas de clase. El Estado de bienestar en el siglo XX ha sido objeto de luchas y negociaciones entre el capital y el trabajo, un instrumento fundamental para contrarrestar las revoluciones del siglo pasado e integrar las instituciones del movimiento obrero, y luego de las luchas de las mujeres, etc. El Estado del bienestar contemporáneo, una vez que las relaciones de poder son todas, como hoy en día, en favor del capital, se ha convertido en su propio sector de inversión y gestión como cualquier otra industria y ha impuesto su lógica del beneficio a la salud, la escuela, las pensiones, etc. Incluso cuando el Estado contemporáneo interviene, como lo hace en esta crisis, lo hace desde un punto de vista de clase para salvar la máquina de poder de la que es sólo una parte.).



La gobernanza no tiene ningún principio interno que determine su orientación, porque lo que debe gobernar es el tríptico de la concentración, la globalización, la financiarización y sus consecuencias no sobre la población, sino sobre las clases. Los capitalistas razonan en términos de clases y no de población e incluso el Estado que gestionó los llamados dispositivos biopolíticos, ahora decide abiertamente sobre estas bases porque ha estado literalmente en manos de los “agentes del poder” del capital durante al menos cincuenta años.

Es la lucha de clases del capital, la única, por el momento, que la dirige de manera consistente y sin vacilación, la que guía todas las elecciones como lo demuestran descaradamente las medidas antivirus.

 Todas las decisiones y la financiación adoptadas por Macron son para empresas en perfecta continuidad con las políticas del Estado francés desde 1983. Después de haber vencido en las luchas del personal hospitalario (incluidos los médicos) que denunciaron el deterioro del sistema de salud a lo largo del año que acaba de terminar, concedió, una vez que estalló la pandemia, 2.000 miserables millones para los hospitales.  En cambio, por “presión” de la patronal, suspendió los derechos de los trabajadores que regulan su horario de trabajo (ahora pueden trabajar hasta 60 horas semanales) y sus vacaciones (la patronal puede decidir transformar los días perdidos por el virus en días de descanso), sin indicar cuándo terminará esta legislación especial del trabajo.
 
El problema no es la población, sino cómo salvar la economía, la vida del capital.

¡No hay ningún reembolso al Estado del bienestar en el horizonte! Macron ha encargado al “Banco de Depósitos y Préstamos” un estudio para la reorganización del sector de la salud que fomenta aún más el uso del sector privado.

El parón productivo en Italia ha sido durante mucho tiempo una farsa (como lo es en Francia en la actualidad), porque la Confederación General de la Industria italiana se ha opuesto al cierre de las unidades de producción. Millones de trabajadores se desplazaban diariamente, concentrados en los transportes públicos, fábricas y oficinas, mientras que los corredores eran acusados de ser irresponsables y se prohibía la reunión de más de dos personas.  Fueron las huelgas salvajes las que impulsaron el cierre “total”, a la cual los empresarios siguen oponiéndose.
 
La declaración del estado de emergencia por parte de Trump convirtió la pandemia en una oportunidad colosal para transferir fondos públicos a empresas privadas. De acuerdo con lo que se sabe, el estado de emergencia sanitaria permitirá:
 
A Walmart llevar a cabo pruebas de contagio a través del drive-thru en los 4.769 estacionamientos de sus tiendas.
A Google que ponga a trabajar a 1700 ingenieros para crear una web para determinar si la gente necesita pruebas −en primer lugar en el área de la bahía de San Francisco y no en todo el país.
A Becton Dickinson vender dispositivos médicos.
A Quest Diagnostics procesar las pruebas de laboratorio.
Al gigante farmacéutico suizo Roche, autorizado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos, a utilizar sus sistemas de diagnóstico
A Significa Salud, Lab Corp, CVS, Grupo LHC, a proporcionar pruebas y servicios de salud en el hogar
A Thermo Fisher, una empresa privada, a colaborar con el gobierno para proporcionar las pruebas
Las acciones de estas compañías ya están por las nubes.
 
Después de que Trump desmantelara el Consejo de Seguridad Nacional para las Pandemias en 2018 (¡gasto inútil!) con una sincronización perfecta, la “respuesta innovadora” del gobierno, como dijo Deborah Birx, supervisora de la respuesta al coronavirus de la Casa Blanca, está ahora “completamente enfocada en desencadenar el poder del sector privado”.

El absurdo asesino de este sistema se revela no sólo cuando los ingresos se acumulan como “asignación óptima de recursos” en manos de unos pocos, sino también cuando los recursos, al no encontrar oportunidades de inversión, o permanecen en el circuito financiero o seguros en los paraísos fiscales, mientras que los médicos y enfermeras carecen de máscaras, hisopos, camas, material, personal. 

Han bombeado todo el dinero que podían y este dinero, en las condiciones del capitalismo actual, sólo es estéril e impotente, papel de desecho porque no logra ser transformado en dinero-capital. Incluso los llamados “mercados” se están dando cuenta de esto y cuestionándose sobre ello cada vez más aunque no saben qué hacer. La financiación e intervención de los bancos centrales corre el riesgo de fracasar, porque ya no se trata de salvar a los bancos, sino de salvar a las empresas. Los miles de millones inyectados con la quantitative easing han terminado por financiar la especulación de los bancos, pero también de las empresas, los oligopolios y a inflar la deuda privada que ha superado a la deuda pública durante años. Las finanzas están más devastadas que después de 2008. Pero esta vez, a diferencia de 2008, la economía real se está deteniendo (tanto del lado de la oferta como del de la demanda) y no las transacciones entre bancos. Nos arriesgamos a ser testigos de una nueva versión de la crisis del 29 que podría arrastrar tras de sí una nueva versión de lo que ocurrió después.

¿Un nuevo plan Marshall?

El dinero funciona, es poderoso si hay una máquina política que lo utiliza y esta máquina está hecha de relaciones de poder entre clases. Estas relaciones son los que tienen que cambiar porque son los que están en el origen del desastre. Seguir inyectando dinero, queriendo mantenerlas inalteradas, sólo reproduce las causas de la crisis, agravándolas con la constitución de burbujas especulativas cada vez más amenazantes. Es por esta razón que la máquina política capitalista está funcionando en círculos viciosos, causando un daño que corre el riesgo de ser irreparable. 



Las políticas keynesianas no sólo eran una suma de dinero para ser insertada en la economía de manera anti-cíclica, sino que implicaban, para funcionar, un cambio político radical comparado con el capitalismo de hegemonía financiera del siglo pasado: el control férreo de las finanzas (y de los movimientos de capital que, ahora, se están retirando rápidamente, a causa del virus, de los países en desarrollo) porque si se deja libre para ampliar y extender el poder de los accionistas e inversores financieros que comparten los rendimientos, sólo se repetirán los desastres de las guerras, las guerras civiles y las crisis económicas de principios del siglo XX. El compromiso fordista preveía un papel central para las instituciones del “trabajo” integradas con la lógica de la productividad, un control del Estado sobre las políticas fiscales que gravaban el capital y el patrimonio para reducir las diferencias de ingresos y riqueza impuestas por la rentabilidad financiera, etc. Nada que se parezca ni remotamente a estas políticas está detrás de los miles de millones que los bancos centrales destinan a la economía y que sólo sirven para evitar el colapso del sistema y retrasar el conflicto. No hay ninguna diferencia si en lugar de en la “quantitative easing” se invierten miles de millones en la economía verde y ni siquiera si se establece un sustituto de la renta universal (que, mientras tanto, si nos la otorgan, la tomamos para financiar las luchas contra esta máquina de la muerte).

Keynes, que conocía bien a estos pícaros, dijo que para “garantizar el beneficio están dispuestos a apagar el sol y las estrellas”. Esta lógica no se ve afectada de ninguna manera por las intervenciones de los bancos centrales, sino confirmada. ¡Sólo podemos esperar lo peor!
Basta con llevar esta lógica un poco más lejos (pero muy poco, se lo aseguro) y conoceremos nuevas formas de genocidio que los diferentes “intelectuales” del poder no sabrán cómo explicarse (“el mal oscuro”, el “sueño de la razón”, la “banalidad del mal”, etc.).
Las guerras contra los “vivientes”

El confinamiento que estamos experimentando se parece mucho a una ensayo general de la próxima, futura crisis “ecológica” (o atómica, como usted prefiera). Encerrados en el interior para defendernos de un “enemigo invisible” bajo la capucha de plomo organizada por los responsables de la situación creada.

El capitalismo contemporáneo generaliza la guerra contra los vivientes, pero lo hace desde el principio de su historia porque son objeto de su explotación y para explotarlos debe someterlos. La vida de los humanos, como todo el mundo puede ver, debe someterse a la lógica contable que organiza la salud pública y decide quién vive y quién muere. La vida de los no humanos está en las mismas condiciones porque la acumulación de capital es infinita y si lo viviente, con su finitud, constituye un límite a su expansión, el capital se enfrenta a él como todos los demás límites que encuentra, superándolos. Esta superación implica necesariamente la extinción de todas las especies.

Tanto las especies humanas como las no humanas son atractivas sólo como oportunidades de inversión y sólo como fuente de beneficios.
A los oligopolios les importa un bledo (¡tenemos que decirlo como ellos lo sienten!) todas las conferencias sobre el cambio climático, la ecología, Gaia, el clima, el planeta. El mundo sólo existe a corto plazo, el tiempo para hacer que el capital invertido dé frutos. Cualquier otra concepción del tiempo es completamente ajena a ellos.
Lo que les preocupa es la relativa “escasez” de los recursos naturales que aún estaban ampliamente disponibles hace cincuenta años. Les preocupa el acceso exclusivo a estos recursos que necesitan para asegurar la continuidad de su producción y consumo, que constituyen un desperdicio absoluto de estos mismos recursos. Son perfectamente conscientes de que no hay recursos para todos y de que el desequilibrio demográfico aumentará (ya hoy en día el 15% de la población mundial vive en el Norte y el 85% en el Sur).

Lejos de cualquier preocupación ecológica, dispuestos a cortar hasta el último árbol del Amazonas, conscientes de que sólo una militarización del planeta puede garantizarles el acceso exclusivo a los recursos naturales. No solamente están gestándose otros enormes desastres naturales, sino también guerras “ecológicas” (por el agua, la tierra, etc.).

Dispuestos, como siempre, a regular sus conflictos con el Sur a través de las armas, las usan y las usarán sin dudar para tomar todo lo que necesiten, al igual que ocurrió con las colonias. África con sus recursos es fundamental, los africanos que viven allí mucho menos.
 
Pero continuemos con el análisis del próximo desastre, seguramente ya en marcha, siempre tras la pista de Samir Amin.
 
Al parecer, la globalización ya no opone los países industrializados a los países “subdesarrollados”. Por el contrario, se produce una deslocalización de la producción industrial en estos últimos, que funcionan como subcontratación de los monopolios sin ninguna autonomía posible porque su existencia depende de los movimientos de capital extranjero (excepto en China). Pero la polarización centro / periferia que da a la expansión capitalista su carácter imperialista, continúa y se profundiza. Se reproduce dentro de los países emergentes: una parte de la población trabaja en empresas y en la economía deslocalizada, mientras que la parte más importante cae no en la pobreza, sino en la miseria.

La financiarización impone una “acumulación original” acelerada en estos países. Tienen que industrializarse, “modernizarse”, llevando a cabo en unos pocos años a lo que los países del norte han logrado a lo largo de los siglos.  La acumulación original trastorna la vida de los humanos y no humanos de una manera absurdamente acelerada y altera sus relaciones, creando las condiciones para la aparición de monstruos de todo tipo.



La novedad de la globalización contemporánea es que este centro de distribución / periferia, se instala también en el interior de los países del Norte: islas de trabajo estable, asalariado, reconocido, garantizado por derechos y códigos legales (en proceso, sin embargo, de disminución continua) rodeado de océanos de trabajo no remunerado o barato, sin derechos y sin protección social (precarios, mujeres, migrantes). La máquina “centro/perferia” no ha desaparecido. No sólo ha adoptado una forma neocolonial, sino que también ha pasado a formar parte de las economías digitales occidentales. Analizar la organización del trabajo a partir del General Intellect, del trabajo cognitivo, neuronal y así sucesivamente, es asumir un punto de vista eurocéntrico, uno de los peores defectos del marxismo occidental que continúa, impertérrito, reproduciéndose.
Los países de los suburbios no sólo están controlados y comandados por las finanzas, sino también por el monopolio de la tecnología y la ciencia estrictamente en manos de los oligopolios (la ley también ha puesto a su disposición el arma de la “propiedad intelectual”).

Cualquiera que sea el poder de la tecnología y la ciencia, estos son dispositivos que funcionan dentro de una máquina política. El capitalismo que estamos sufriendo es, para ponerlo en una fórmula, un capitalismo  del siglo XIX de alta tecnología, con un fondo de darwinismo social, ¡sin las heroicas luchas de clases de la época! Más que un “capitalismo digital, capitalismo del conocimiento, etc.”.  No son la ciencia y la tecnología las que determinan la naturaleza de la máquina de beneficios, ¡sólo facilitan la producción y reproducción de las diferencias de clase!
 
¡Guerras seguras! ¿y las revoluciones?

La segunda larga crisis, como la primera, abre una nueva era de guerras y revoluciones.

La guerra ha cambiado su naturaleza. Ya no se desata entre los imperialismos nacionales como en la primera parte del siglo XX. Lo que surge de la larga crisis no es el Imperio de Negri y Hardt, una hipótesis ampliamente desmentida por los hechos, sino una nueva forma de imperialismo que Samir Amin llama “imperialismo colectivo”. Constituido por la tríada de Estados Unidos, Europa y Japón y dirigido por el primero, el nuevo imperialismo gestiona conflictos internos para la división de las rentas y lleva a cabo implacables guerras sociales contra las clases subalternas del Norte para despojarlas de todo lo que se vio obligado a ceder durante el siglo XX, mientras que en cambio organiza verdaderas guerras contra el sur del mundo por el control exclusivo de los recursos naturales, las materias primas, la mano de obra libre o barata, o simplemente para imponer su control y un apartheid generalizado.

Los Estados que no hagan los ajustes estructurales necesarios para ser saqueados serán estrangulados por los mercados y la deuda o declarados “cañallas” por caballeros como los presidentes estadounidenses que tienen un número espantoso de muertes sobre su conciencia.

Los neoliberales estadounidenses y británicos, al principio de la epidemia, trataron de llevar la guerra social contra las clases subalternas aún más lejos, transformándola, gracias al virus, en la eliminación maltusiana de los más débiles.  La respuesta liberal a la pandemia, incluso antes de Boris Johnson, había sido lúcidamente articulada por Rick Santelli, analista de la emisora económica CNBC: “inocular a toda la población con el patógeno. Sólo aceleraría un curso inevitable, pero los mercados se estabilizarían”.
Esto es lo que realmente piensan. Con condiciones más favorables no dudarían ni un momento en poner en marcha la “inmunidad de rebaño”.

Estos caballeros, impulsados por los intereses de las finanzas, están obsesionados con China. Pero no por las razones que ellos mismos alimentan en la opinión pública. Lo que no les hace dormir no es la competencia industrial o comercial, sino el hecho de que China, la única gran potencia económica, ha integrado la organización mundial de la producción y el comercio, pero se niega a ser incluida en los circuitos de los tiburones de las finanzas. Los bancos, las bolsas, los mercados de valores, los movimientos de capital están bajo el estricto control del Partido Comunista Chino. El arma más temible del capital, que absorbe el valor y la riqueza en todos los rincones de la sociedad y del mundo, no funciona con China. Los grandes oligopolios no pueden ni siquiera controlar la producción, el sistema político y son incapaces de destruir la economía, como hicieron con otros países asiáticos a principios de siglo, cuando no respetaron las órdenes dictadas por las instituciones internacionales de capital. En este caso podrían estar tentados de abrir un conflicto. Pero dada el acercamiento e incompetencia de los gobiernos y estados imperialistas en la gestión de la crisis sanitaria, deberían pensárselo dos veces. Vistos desde el Este, siguen siendo “tigres de papel”.
Para que quede claro: China no es un país socialista, pero tampoco es un país capitalista en el sentido clásico, ni neoliberal como dicen muchos tontos.

El estado de excepción



Lo que Agamben y Esposito, en la estela de Foucault, no parecen querer integrar es que la biopolítica, si es que alguna vez existió, está ahora radicalmente subordinada al Capital y seguir utilizando el concepto no parece tener mucho sentido. Es difícil decir algo sobre los acontecimientos actuales sin un análisis del capitalismo que se ha engullido completamente al Estado. La alianza Capital y Estado, que funciona desde la conquista de América, sufrió un cambio radical en el siglo XX, del que el propio Carl Schimtt es perfecta y melancólicamente consciente: el fin del Estado tal como lo conocía Europa desde el siglo XVII, porque su autonomía se ha ido reduciendo progresivamente y sus estructuras, incluida la llamada biopolítica, se han convertido en articulaciones de la máquina capital.

Los pensadores de la Italia Thought cometieron el mismo error garrafal que Foucault, quien en 1979 (¡pero cuarenta años más tarde, es imperdonable!), año estratégico para la iniciativa del capital (la Reserva Federal americana inaugura la política de la deuda a lo grande) afirma que la producción de “riqueza y pobreza” es un problema del siglo XIX. La verdadera pregunta sería el “demasiado poder”. ¿De quién? No está claro. ¿Del Estado, del biopoder, de los dispositivos de gobernabilidad? Fue en ese mismo año cuando se esbozó una estrategia que se basaba enteramente en la producción de diferenciales demenciales de riqueza y pobreza, de enormes desigualdades de riqueza e ingresos y el “demasiado poder” es del capital que, si queremos utilizar sus viejas y desgastadas categorías, es el “soberano” que decide sobre la vida y la muerte de miles de millones de personas, las guerras, las emergencias sanitarias.
También el estado de excepción ha sido amaestrado por la máquina del beneficio, tanto que coexiste con el estado de derecho y ambos están a su servicio. Capturado por los intereses de una vulgar producción de bienes, se ha aburguesado, ¡ya no tiene el significado que Schmitt le atribuía!

Conclusión sibilina

Los comunistas llegaron al final de la primera “Belle Époque” armados con un bagaje conceptual de vanguardia, un nivel de organización que resistió incluso a la traición de la socialdemocracia que votó créditos de guerra, con un debate sobre la relación entre el capitalismo, la clase obrera y la revolución cuyos resultados hicieron temblar por primera vez a los capitalistas y al Estado. Tras el fracaso de las revoluciones europeas, desplazaron el centro de gravedad de la acción política hacia el Este, hacia los países y los “pueblos oprimidos”, abriendo el ciclo de las luchas y revoluciones más importantes del siglo XX: la ruptura de la máquina capitalista organizada desde 1942 sobre la división entre centro y colonias, el trabajo abstracto y el trabajo no remunerado, entre la producción de Manchester y el robo colonial. El proceso revolucionario en China y Vietnam fue una fuerza motriz para toda África, América Latina y todos los “pueblos oprimidos”.
 
Muy rápidamente, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, este modelo entró en crisis. Lo criticamos con dureza y con razón, pero sin poder proponer nada que se elevara a ese nivel. Muy lúcidamente tenemos que decir que hemos llegado al final de la segunda “Belle Époque” y por lo tanto a la “era de las guerras y las revoluciones” completamente desarmados, sin conceptos adaptados al desarrollo del poder del capital y con niveles de organización política inexistentes.

No debemos preocuparnos, la historia no procede linealmente. Como dijo Lenin: “hay décadas en las que no pasa nada, y hay semanas en las que pasan décadas”.

Pero debemos empezar de nuevo, porque el fin de la pandemia será el comienzo de duros enfrentamientos de clases. Partiendo de lo expresado en los ciclos de lucha de 2011 y 2019 / 20, que siguen manteniendo diferencias significativas entre el Norte y el Sur. No hay posibilidad de recuperación política si permanecemos cerrados en Europa. Para entender por qué el eclipse de la revolución nos ha dejado sin ninguna perspectiva estratégica y para repensar lo que significa hoy en día una ruptura política con el capitalismo. Criticar los más que obvios límites de las categorías que no tienen en cuenta en absoluto las luchas de clases a nivel mundial. No abandonar esta categoría y en su lugar organizar el paso teórico y práctico de la lucha de clases, a las luchas de clases en plural.

Thierry Meyssan, Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace., comenta en su blog ( https://www.voltairenet.org/article209631.html )

Todas las grandes epidemias influyeron en el curso de la historia, no forzosamente por ‎haberse llevado grandes cantidades de vidas sino provocando revueltas y cambios de ‎regímenes políticos. Bajo los efectos del pánico, los humanos suelen ser incapaces de ‎reflexionar y llegan a comportarse como simple ganado. Muchas sociedades han sucumbido a las ‎decisiones que tomaron en momentos de crisis. ‎La sicología social nos muestra que el miedo no es directamente proporcional al nivel de peligro ‎sino a la imposibilidad de evaluar ese peligro y a la incapacidad para controlar sus causas. ‎
Cuando aparece una enfermedad desconocida, la Ciencia trata de estudiarla dudando de todo. ‎Pero los responsables políticos, con mucho menos conocimiento de la enfermedad que los ‎hombres de ciencia, se ven empujados a tomar decisiones rápidas. Algunos se rodean entonces de ‎personalidades que en algún momento ‎se destacaron en el campo de la ciencia, califican a esas ‎personalidades de «expertos» –aun tratándose de un problema que esas personalidades todavía ‎no conocen– y utilizan a esos «expertos» para justificar sus decisiones políticas. El objetivo de ‎esos políticos no es salvar vidas sino garantizar la continuación de su propio poder. ‎


Esto se refleja en aquellos gobiernos que, lejos de la experiencia inédita Argentina, proponen continuidades privilegiando los intereses de la economía neoliberal a la vida de las poblaciones. En Argentina, aunque con mas promesas que realidades, se esta moligerando el impacto de la detención de la actividad económica, que además se da en un escenario recesivo anterior a la aparición de la crisis sanitaria global. Al parecer y aunque se sabe que los efectos reales están por venir, el gobierno ha privilegiado el control de la pandemia al sostenimiento de una economía que se debatía entre el hambre y la deuda. Los efectos son impredecibles … el resultado de la lucha de poder con los sectores financieros, bancarios y de la economía financiarizada aún está en su etapa inicial … de como se resuelva está disputa de poder dependerá el éxito, ya no solo de la mediátizada “Guerra contra el virus”, sino de lo que nos depara como futuro post pandemia, la vida y las formas sociales de organizarnos en las geografías y comunidades humanas del planeta.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack




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