Lunes 20 de abril de 2020

El pueblo hace enormes sacrificios para enfrentar la pandemia y en la urgencia el gobierno proyecta un impuesto a los ultra-millonarios. Pero las cadenas mediáticas atacan a “los políticos” y esconden donde está la verdadera acumulación de riqueza. En la dictadura no había “políticos” y el país fue saqueado.

 Empresarios Gregorio Pérez Companc, Alberto Roemmers, Jorge Pérez, Paolo Rocca y Alejandro Bulgheroni. (Imagen publicada por el diario Cronista).

Argentina lucha contra el virus y contra poderes ocultos


El proyecto de ley por un impuesto a las grandes fortunas, impulsado por legisladores del Frente de Todos y avalado por el presidente Alberto Fernández, está bajo asedio de la derecha político-institucional (en particular de la coalición Juntos para el Cambio, ex Cambiemos, con importante peso parlamentario particularmente en la Cámara de Diputados de la Nación), y también de las corporaciones judiciales y mediáticas, que tienen similar matriz ideológica y representan los mismos intereses.


Como parte de la estrategia para impedir que se sancione un gravamen a los ultra-millonarios, el discurso dominante agita ante la opinión pública la exigencia de que son “los políticos” quienes debieran reducir sus remuneraciones para recaudar lo que el Estado necesita ante la emergencia provocada por el Covid-19.


El razonamiento es ridículo desde el punto de vista de lo que significaría, económicamente, que “los políticos” rebajaran sus remuneraciones. Ese “ahorro” sería intrascendente para las arcas públicas, más allá de que puede ser legítima la discusión acerca del ejemplo que podrían dar quienes ocupan cargos en el Estado si aceptaran disminuir sus ingresos.


Cuando no había “políticos”


Un solo dato de la historia reciente es revelador de que el “gasto” de “los políticos” no tiene relación alguna con el mayor o menor bienestar de la población: en la dictadura cívico-militar 1976-1983 no había “políticos” en la forma en que hoy se los conoce en el sentido común. La “política” estaba prohibida y “los políticos” eran perseguidos. Muchos sufrieron cárcel o debieron exiliarse, y otros directamente fueron asesinados o están desaparecidos.


No había Congreso Nacional. No funcionaban las cámaras de Senadores ni de Diputados. No funcionaban las legislaturas provinciales. Tampoco había concejos deliberantes en las localidades o ciudades del país (aunque en algunos casos se habían implantado de facto “consejos asesores” u organismos con otros nombres cuyos integrantes eran designados mediante la violenta arbitrariedad dictatorial). 


Es más: de igual forma a como lo hacen actualmente las derechas, el discurso dictatorial ubicaba a “los políticos” como equivalente de “la corrupción”. Era la trampa para que solo pudieran hacer política ellos, los militares y civiles que habían asaltado las instituciones del Estado y ejercían la suma del poder público mediante la implantación del terror.


Pues bien: en ese tiempo no existían “los políticos” como hoy se los conoce, y sin embargo el país fue saqueado. Además de que se perpetró un genocidio para eliminar física y políticamente a grupos humanos que, mediante su militancia, eran un impedimento para la implantación del modelo económico que convenía al bloque de poder dominante local e internacional.
En aquella etapa se inició el proceso de destrucción de la industria nacional que se había desarrollado durante cuatro décadas, empezó una desocupación que hasta entonces no existía, fue perpetrada una transferencia de recursos desde las clases trabajadoras y medias hacia los propietarios del capital, y por si todo eso fuera poco se generó (en su primera y determinante etapa) la deuda externa que al día de hoy sigue siendo el problema económico más grave que enfrenta Argentina.


(Cuando empezó la dictadura el país debía 8.200 millones de dólares, y siete años y medio después la deuda se había multiplicado por cinco veces y media: llegó a 45.000 millones. Y como se indica en un párrafo anterior, también fue de casi 45.000 millones el endeudamiento de Macri, en solo un año, ante el FMI.


Los escondidos y los que ponen la cara


Así como la deuda externa que dejó la dictadura genocida -de igual forma que los crímenes perpetrados por ese régimen contra 30.000 personas que fueron secuestradas y continúan desaparecidas- era algo que nadie veía, no aparecía en televisión y la mayor parte de la población no sabía de su existencia, de igual modo siguen habiendo acumulaciones de riqueza y de poder escondidas aunque el contexto político sea completamente diferente.


La otra cara de la moneda de esa realidad invisibilizada, es que las maquinarias mediáticas dominantes realizan un continuo sabotaje al impuesto a las grandes fortunas. Para ello se aprovechan del desconocimiento generalizado acerca de quiénes son los verdaderos sujetos individuales o empresariales que poseen las grandes fortunas en una sociedad capitalista.


Figuras de la televisión (y/o de la radio, de medios escritos, de redes digitales y de cualquier otro soporte comunicacional) se encargan de llevar a cabo la estrategia de acción psicológica sobre la opinión pública para predisponer a las audiencias en contra de decisiones de los poderes democráticos que afecten los intereses de los poderes ocultos. (Este operativo comunicacional está ejemplificado en un compacto de 7 minutos y medio emitido por el canal C5N y publicado en la página de Facebook del programa “Sobredosis de TV”). 


Los que ponen la cara desde cadenas como el Grupo Clarín (por ejemplo en sus canales TN o El Trece), o desde el Grupo América (por ejemplo en su emisora televisiva llamada justamente América o en su canal de noticias A24), pueden ser profesionales del periodismo o del espectáculo mediático como Luis Majul, Joaquín Morales Solá, Eduardo Feinmann, Jonatan Viale o Luis Novaresio (uno de los más sobrios, serios y formados entre los periodistas conservadores), o economistas mediáticos cuya tarea también es ser propagandistas ideológicos del capitalismo salvaje extremo, casos José Luis Espert o Javier Milei.


Sin embargo, ellos son solo empleados. Empleados jerárquicos, por cierto, y con remuneraciones que probablemente superan en mucho a “los políticos” que tanto critican y denuestan. Pero finalmente son solo empleados de intereses dominantes cuyos personeros nunca aparecen a la vista de la población y son desconocidos casi por completo. 


Para obtener recursos imprescindibles mientras el pueblo entero hace enormes sacrificios  para defenderse de la amenaza del coronavirus, también es necesaria la lucha contra grandes capitalistas que permanecen escondidos de la visibilidad social pero son, desde su poderío, quienes dominan las estructuras económicas y sociales del país. 


Cuarentenials



En estos últimos días el Gobierno atraviesa una dificultad que, en parte, es producto del propio éxito de la cuarentena: la sociedad empieza a percibir al coronavirus como algo lejano y las preocupaciones por la economía empiezan a empatarle a los temores sanitarios. Esto detectó, entre otras cosas, una encuesta que encargó la gestión de Axel Kicillof. Al ser consultados, sólo el 10% de los bonaerenses respondió haber escuchado sobre alguien que tuvo COVID-19. El aislamiento social y obligatorio, que sirvió para ganar tiempo y fortalecer el sistema de salud, empieza a encontrar su límite en el peor momento: la llegada del invierno. Entonces, ¿el éxito fundado excluyentemente en el encierro masivo tiene puerta de salida? Argentina se hizo fuerte en su debilidad: al saberse no preparada, se anticipó. No posterga la pelea: la evita. En agosto no tendremos el sistema sanitario español, ¿por qué entonces se relajaría y encima cuando empieza el frío?


Los especialistas ya le advirtieron a la Casa Rosada que volverse laxos cuando aparezcan las bajas temperaturas es un riesgo que puede dinamitar lo hecho hasta el momento, pero también escucharon por parte de algunos funcionarios que el límite de la parálisis de la actividad empieza a otear en el horizonte. Lo que no contemplan, tal vez, es que el casi seguro contagio que originará el tránsito social y el correspondiente colapso del sistema sanitario puede empiojar la convivencia social igual o más que la falta de trabajo. “Si levantamos, el quilombo lo vamos a tener en las puertas de los sanatorios con los familiares de los infectados que no vamos a poder atender”, reflexionó un cuarentenista ante #OffTheRecord.


Un grupo de grandes fondos de inversión que tienen una parte importante de la deuda argentina rechazó la oferta de canje que presentó el viernes el ministro Martín Guzmán y obliga al Gobierno argentino a entablar una negociación.

Se trata del principal grupo de acreedores de Argentina, integrado por pesos pesados de Wall Street como  Ashmore, BlackRock, Fidelity y otros grandes fondos de inversión. Fidelity es el fondo que ya se mostró inflexible en la negociación con la provincia de Buenos Aires y terminó volteando la reestructuración planteada por Axel Kicillof. 


Este grupo también lo integran fondos como AllianceBernstein, Amundi Asset Management, T. Rowe Price Associates, Western Asset Management, y Wellington Management. Según aseguran en un comunicado emitido este lunes, en conjunto poseen más del 25% de la deuda emitida durante el macrismo y más del 15% de los bonos del último canje de deuda.

Este rechazo se suma al que un día antes expresó el "Comité de Acreedores de Argentina", que reúne a un grupo de más de 20 instituciones acreedoras de títulos argentinos.

El grupo de los grandes fondos avisa que no apoyará la propuesta de Guzmán porque "busca colocar una parte desproporcionada de los esfuerzos de ajuste a largo plazo de Argentina sobre los hombros de los tenedores de bonos internacionales".

En el comunicado los fondos dicen que ya han expresado su apoyo a diferir los vencimientos a corto plazo de la deuda argentina y reiteran que están "preparados para continuar el proceso de negociación en un esfuerzo por acordar mutuamente un camino hacia el futuro". 

Con ese párrafo los bonistas le piden al Gobierno sentarse a negociar el canje -algo que la Casa Rosada dijo que no pretende hacer- y sugieren que en esa negociación participe el Fondo Monetario Internacional, que ya ha expresado su apoyo a la posición de Guzmán.

El rechazo de los grandes fondos es menos contundente que el del Comité de Acreedores, que cuestionó la propuesta del gobierno argentino por "unilateral" y aseguró que "quedó muy lejos de las expectativas de los bonistas". Además, reclamó "negociaciones de buena fe".

Como explicó este medio, el razonamiento detrás del rechazo es claro: la oferta que les hace el gobierno les ofrece comenzar a cobrar dentro de 6 años el 95% del capital adeudado con una quita de intereses del 62% que recién comenzarán a ver dentro de tres años. Con el precedente judicial de la deuda Argentina en Nueva York, en igual lapso de tiempo podrían haberle ganado el juicio a la Argentina por la totalidad más punitorios por el incumplimiento más costas legales.
 
Si algo queda claro, en estos días que avanzan en definiciones, es la ratificación de cómo se ubica cada quien en torno de algunos grandes planteos gubernamentales.

Hay mucho número de por medio y no es que no deba interesar el análisis fino del proyecto para gravar a las grandes fortunas del país. O el del cronograma de pagos presentado a los bonistas. Pero importa tanto o más cuál es la postura política, básica, instantánea, intuitiva, que se adopta frente a determinados temas.


Tomemos un ejemplo. Hoy, lo que se llama “inseguridad”, en su acepción relacionada con los delitos urbanos, no forma parte de las preocupaciones sociales o instaladas por la agenda mediática. Pero cada vez que esa cuestión reapareció, y toda vez que vuelva a hacerlo, lo habitual es encontrarse con aquello de que “la seguridad no es de derecha ni de izquierda”. Al escuchar eso, es inmediato saber que se está frente a un pensamiento de derecha.


Trasladado ese precepto a los dos hechos que la semana pasada agregaron combustible político, ocurre lo mismo.


Basta ver quiénes son los disgustados y hasta enfurecidos con la propuesta parlamentaria oficial de impuesto extraordinario a los más ricos, junto con la reacción frente al programa planteado a los acreedores.


Con eso alcanza para saber por dónde se profundizará un ataque feroz, de apariencia estrictamente mediática, cuando en rigor se trata de voceros directos del capital concentrado. Portavoces y mandaderos. Algunos más serios; otros payasescos; algunos ideológicamente solventes, con buena pluma y verba; otros, apenas representantes del ideario simplote, facho, que siempre tiene a mano el recurso de la indignación. Pero todos, quien más, quien menos, subsidiarios de la información y de la opinión como mercancía del poder verdadero.


Reproducimos debajo, nuevamente, un tramo de la columna que Alfredo Zaiat publicó en este diario el domingo 1 de marzo pasado. El coronavirus quedaba lejos. El centro de la atención mediática discurría por la (entonces futura) oferta a los bonistas. Y los gurús, como ahora retomaron, advertían que el Gobierno carece de plan económico alguno para encauzar una senda de crecimiento, simultáneamente capaz de conseguir los dólares a fin de pagar en algún momento.


Existen (…) intereses políticos del establishment local que confluyen con los de los acreedores. El canal de expresión que tienen son los medios de comunicación con mayor capacidad de penetración en el mercado. Esas grandes empresas de medios que comercializan contenidos, como uno de sus negocios principales, son parte activa del poder económico. Éste va siendo moldeado y condicionado con sus diarios posicionamientos políticos y económicos, y actúa a la vez como vocero calificado del conjunto. Esas firmas mediáticas, como sus principales accionistas y la mayoría de las compañías líderes, han destinado una parte de sus excedentes financieros a comprar títulos públicos. En los balances de cada una de ellas están registradas tenencias de bonos. El derrumbe de las cotizaciones de los papeles de deuda les representó una pérdida financiera y la próxima reestructuración también les significará, dependiendo de cómo se defina, una mayor o una menor carga negativa en el renglón financiero de sus respectivos ejercicios económicos. Se despliega entonces una coincidencia objetiva entre miembros del establishment local y los grandes fondos acreedores, en relación a cuestiones financieras. Pero también irrumpe la cuestión política, ideológica y de negocios que exacerba la presión al gobierno en alianza con financistas internacionales. Es una disputa económica. Pero es, fundamentalmente, una disputa de poder. O sea, de quién es el que tiene más capacidad para definir cómo son las condiciones de la negociación”.



Significa, como asimismo dijimos en este espacio, que los medios de comunicación, sus economistas de la City y la pléyade de opinadores que, más a cada rato que todos los días, hablan del plan económico que no existe, de las batallas entre Presidente y vice, de un futuro poco menos que apocalíptico si no hay arreglo “responsable” con los acreedores, son… acreedores.


Conviene, también, insistir con algunas aclaraciones que puedan despejar la idea de que las cosas fáciles de diagnosticar son sinónimo de recetas infalibles.


El mundo casi entero atraviesa un escenario que oscila entre dramático y terrorífico. Argentina no sólo no es excepción, sino que determinadas características la ubican en un plano de tormenta perfecta, sobre todo al cotejársela con la realidad y panorama vigentes hasta 2015.




La deuda externa más grande e irresponsable del planeta, el crecimiento vertiginoso de pobreza e indigencia, un aparato industrial que funciona con suerte a la mitad, las pymes que ya estaban con respirador artificial, vienen a sumarse al contexto pandémico.


El Gobierno reaccionó con una prontitud de acciones sanitarias que le elogian inclusive sus enemigos de adentro y afuera. Adoptó medidas adscriptas a un Estado presente ante los más débiles. Y, ahorcado por la deuda catastrófica que dejó Macri, no ha hecho más --nada menos-- que cumplir con su palabra electoral: primero proponer cuánto y cómo pueden postergarse los pagos, de modo tal que la asfixia no termine de liquidar a una economía agónica, para recién después instrumentar cifras y proyectos concretos.


En cualquier caso, la crisis deberán pagarla los que más tienen y, si no, no será nada. La orgía de especulación financiera que nos condujo hasta acá, así el coronavirus no existiese, tiene culpables y responsables específicos que hoy requieren un Estado salvador. De ellos.


¿Qué hace esa gente? Nada muy original. Reclama ajustar el costo de “la política” y de “los políticos”, y llama a levantar el aislamiento para que el darwinismo social acomode los tantos eliminando adultos mayores.


Tan afectos ellos a los pedidos de autocrítica del populismo, no ejercieron ni una sola respecto del modelo que vertebraron. No quieren poner un peso, se victimizan, insisten en agarrárselas con el gasto público, imponen rebajas salariales en canje por no despedir trabajadores.


Subrayar esas posiciones quizá no sirva de mucho, en la vida cotidiana, para distender la inquietud, horrible, respecto de una actividad económica prácticamente detenida, a la que le llovió sobre inundado.


Cuando el virus se vaya o aminore, más tarde o más temprano, las consecuencias serán espantosas porque costará horrores la readecuación a circunstancias “normales”. Mucha gente, difícil de cuantificar, habrá quedado excluida del circuito productivo y de consumo. Probablemente, con sectores de clase media a la cabeza.


No todos, pero la mayoría seremos más pobres. O estaremos más ajustados. O como quiera denominarse a una situación en la que se habrá añadido el frente externo gracias a la deuda impagable, que muy posiblemente complique toda salida que pueda imaginarse.


Sin embargo, como dijo el Presidente en Olivos, al presentar las grandes líneas de la oferta a una parte de los acreedores, tal vez estemos ante una oportunidad histórica para construir una sociedad más solidaria, más justa. Puede tomársela como una frase hecha, es cierto, pero no es eso lo que la desmentiría. Su refutación transcurre por otro lado. Pasaría por que el Gobierno no asumiera cargar la crisis en quienes tienen la chance de hacerlo, sin siquiera dejar de ganar plata a lo pavote.


Cualquier escena es complicadísima. Pero, como insiste en señalar Roberto Feletti, los argentinos disponemos de variables que, bien administradas, trazan un esquema potencialmente más optimista que el de otros mercados emergentes.



Alimento, techo, energía, salud pública, vestimenta, son necesidades básicas que el país puede resolver o manejar por las suyas. Objetivamente. Desde ya que un default agravaría el acceso al crédito desde el exterior, que hay insumos importados que son imprescindibles y que además existe un patrón de consumismo cultural muy difícil de deshacer sin generar malhumor social.


Pero, si es veraz que el coronavirus, la economía parada y el estrangulamiento externo son, en efecto, la tormenta perfecta, también podría serlo que, con un liderazgo político firme, haya una visión remozada, inteligente, decidida, del vivir con lo nuestro.


Aunque suene facilongamente romántico, es tiempo de utopías.


Los buitres nacionales y extranjeros sobrevuelan los cielos a pesar de la pandemia (o esperando que se apilen los cadáveres), mientras tanto, los de siempre, creyéndose inmunes, se montan en la posibilidad de terminar con la grieta sosteniendo los intereses de los pocos concentradores de riqueza y de los buitres sin importar la salud y el bienestar del resto de los Argentinos … Es tiempo de utopías pero conscientes de las amenazas que acechan ...


Daniel Roberto Tàvora Mac Cormack




Comentarios

Entradas populares de este blog