Jueves 9 de abril de 2020

Entre aislamientos preventivos y desigualdades sociales, los efectos de la pandemia no afecta a todos por igual.




Cualquier cuarentena es siempre discriminatoria, siempre es más difícil para unos grupos sociales que para otros. Es imposible, por ejemplo, para un amplio grupo de cuidadores, cuya misión es hacer posible la cuarentena al conjunto de la población. En este texto, sin embargo, quiero llamar la atención sobre otros grupos para los que la cuarentena es particularmente difícil. Son los grupos que tienen en común una vulnerabilidad especial que precede a la cuarentena y se agrava con ella. Esos grupos conforman lo que llamo el Sur. En mi concepción, el Sur no designa un espacio geográfico. Designa un espacio-tiempo político, social y cultural. Es la metáfora del sufrimiento humano injusto causado por la explotación capitalista, por la discriminación racial y por la discriminación sexual. Me propongo analizar la cuarentena desde la perspectiva de quienes más han sufrido debido a estas formas de dominación. En su conjunto, estos colectivos sociales constituyen la mayoría de la población mundial. Selecciono unos pocos.



Las mujeres



La cuarentena será particularmente difícil para las mujeres y, en algunos casos, incluso puede ser peligrosa. Las mujeres son consideradas “las cuidadoras del mundo”, predominan en el ámbito de la prestación de cuidados dentro y fuera de las familias. Predominan en profesiones como la enfermería o la asistencia social, en la primera línea de batalla de la prestación de cuidados a enfermos y ancianos dentro y fuera de las instituciones. No pueden defenderse en cuarentena para garantizar la cuarentena de los demás. También son ellas las que siguen estando a cargo, exclusiva o mayoritariamente, del cuidado de las familias. Puestas en cuarentena, uno podría imaginar que, con más brazos disponibles en casa, las tareas podrían estar más distribuidas. Sospecho que no será así frente al machismo que impera y tal vez se refuerce en momentos de crisis y de confinamiento familiar. Con los niños y otros miembros de la familia en casa durante las veinticuatro horas, el estrés será mayor y sin duda recaerá más sobre las mujeres. El aumento del número de divorcios en algunas ciudades chinas durante la cuarentena puede ser un indicador de lo que acabo de decir.Por otro lado, es bien sabido que la violencia contra las mujeres tiende a aumentar en tiempos de guerra y de crisis (y ha ido en aumento ahora). Una buena parte de esta violencia se produce en el espacio doméstico. El confinamiento de las familias en espacios pequeños y sin salida puede ofrecer más oportunidades para el ejercicio de la violencia contra las mujeres. Basándose en información del Ministerio del Interior, el periódico francés Le Figaro informaba el 26 de marzo que la violencia conyugal había aumentado un 36 por ciento la semana anterior en París. El ministro de Policía de Sudáfrica, Bheki Cele, informó el 2 de abril que en la primera semana de cuarentena se registraron 87 mil denuncias por violencia de género.



Los trabajadores precarizados e informales




Después de cuarenta años de ataques a los derechos de los trabajadores en todo el mundo por parte de las políticas neoliberales, este grupo de trabajadores es globalmente predominante, aunque las diferencias de un país a otro son muy significativas. ¿Qué significa la cuarentena para estos trabajadores, que tienden a ser los más rápidamente despedidos cada vez que hay una crisis económica? El sector servicios, en el que abundan, será una de las áreas más perjudicadas por la cuarentena. El 23 de marzo, la India declaró la cuarentena durante tres semanas, afectando a 1300 millones de habitantes. Teniendo en cuenta que en la India entre el 65 y el 70 por ciento de los trabajadores pertenecen a la economía informal, se estima que 300 millones de indios se quedarán sin ingresos. En América Latina, alrededor del 50 por ciento de los trabajadores se emplean en el sector informal. En África, por ejemplo en Kenia o Mozambique, debido a los programas de ajuste estructural de los años 1980-90, la mayoría de los trabajadores son informales. La indicación de la OMS de trabajar en casa y en aislamiento es impracticable, pues obliga a los trabajadores a elegir entre ganarse el pan diario o quedarse en casa y pasar hambre. 



Las recomendaciones de la OMS parecen haber sido diseñadas pensando en una clase media que es una fracción muy pequeña de la población mundial. ¿Qué significa la cuarentena para los trabajadores que ganan día a día para vivir día a día? ¿Se arriesgarán a desobedecer la cuarentena para alimentar a su familia? ¿Cómo resolverán el conflicto entre el deber de alimentar a la familia y el deber de proteger su vida y la de ella? Morir de virus o morir de hambre, esa es la opción.



Los trabajadores de la calle



Los trabajadores de la calle son un grupo específico de trabajadores precarios. Los vendedores ambulantes, para quienes el "negocio", es decir, la subsistencia, depende exclusivamente de la calle, de quiénes transitan en ella y de la decisión, siempre impredecible para el vendedor, de detenerse y comprar algo. Hace mucho tiempo que los vendedores viven en cuarentena, en la calle, pero en la calle con gente. El impedimento de trabajar para quienes venden en los mercados informales de las grandes ciudades significa que potencialmente millones de personas ni siquiera tendrán dinero para acudir a las instalaciones de salud si se enferman o para comprar desinfectante y jabón para manos. Los que tienen hambre no pueden darse el lujo de comprar jabón y agua a precios que están comenzando a sufrir el peso de la especulación. En otros contextos, los uberizados de la economía informal que entregan alimentos y pedidos a domicilio garantizan la cuarentena de muchos, pero por eso no pueden protegerse con ella. Su "negocio" aumentará tanto como su riesgo.



Los sin techo


 
¿Cómo será la cuarentena para aquellos que no tienen hogar? Personas sin hogar, que pasan las noches en viaductos, estaciones abandonadas de metro o tren, túneles de aguas pluviales o túneles de alcantarillado en tantas ciudades del mundo. En los Estados Unidos los llaman tunnel people. ¿Cómo será la cuarentena en los túneles? ¿No han estado toda su vida en cuarentena? ¿Se sentirán más libres que aquellos que ahora son obligados a vivir en casa? ¿La cuarentena verá una forma de justicia social?



Los habitantes de las villas y favelas



Según datos de ONU Hábitat, 1,6 mil millones de personas no tienen una vivienda adecuada y el 25 por ciento de la población mundial vive en barrios informales sin infraestructura ni saneamiento básico, sin acceso a servicios públicos, con escasez de agua y electricidad. Viven en espacios pequeños donde se aglomeran familias numerosas. En resumen, habitan en la ciudad sin derecho a la ciudad, ya que, viviendo en espacios desurbanizados, no tienen acceso a las condiciones urbanas presupuestas por el derecho a la ciudad. Dado que muchos habitantes son trabajadores informales, se enfrentan a la cuarentena con las mismas dificultades mencionadas anteriormente. Pero además, dadas las condiciones de vivienda, ¿podrán cumplir con las normas de prevención recomendadas por la OMS? ¿Serán capaces de mantener la distancia interpersonal en los pequeños espacios de vivienda donde la privacidad es casi imposible? ¿Podrán lavarse las manos con frecuencia cuando la poca agua disponible se debe guardar para beber y cocinar? ¿El confinamiento en una vivienda tan pequeña no tiene otros riesgos para la salud tan o más dramáticos que los causados por el virus? Muchos de estos barrios ahora están fuertemente vigilados y, a veces, sitiados por las fuerzas militares con el pretexto de combatir el crimen. ¿No es, después de todo, la cuarentena más dura para estas poblaciones? ¿Los jóvenes de las favelas de Río de Janeiro, a quienes la policía siempre les impidió ir a la playa de Copacabana el domingo para no molestar a los turistas, no sentirán que ya vivían en cuarentena? ¿Cuál es la diferencia entre la nueva cuarentena y la original que siempre ha sido su modo de vida? En Mathare, uno de los suburbios de Nairobi, Kenia, 68.941 personas viven en un kilómetro cuadrado. Como en muchos contextos similares en el mundo, las familias comparten una habitación que también es cocina, dormitorio y sala de estar. ¿Cómo se les puede pedir autoaislamiento? ¿Es posible el autoaislamiento en un contexto de heteroaislamiento permanente impuesto por el Estado?


Cabe señalar que para los habitantes de las periferias pobres del mundo, la actual emergencia sanitaria se une a muchas otras emergencias. Según nos informan los compañeros y compañeras de La Garganta Poderosa, uno de los movimientos sociales más notables en los barrios populares de América Latina, además de la emergencia de salud causada por la pandemia, los moradores enfrentan varias otras emergencias. Es el caso de la emergencia sanitaria resultante de otras epidemias aún no resueltas y la falta de atención médica. 

Este año ya se registraron 1833 casos de dengue en Buenos Aires. Solo en la Villa 21, uno de los barrios pobres de Buenos Aires, hubo 214 casos. “Por coincidencia”, el 70 por ciento de la población en la Villa 21 no tiene agua potable. Este es también el caso de la emergencia alimentaria, porque hay hambre en los vecindarios y los modos comunitarios de superarlo (comedores populares, refrigerios) colapsan ante el dramático aumento de la demanda. Si las escuelas cierran, la comida escolar que garantiza la supervivencia de los niños termina. Finalmente, es el caso del surgimiento de la violencia doméstica, que es particularmente grave en los vecindarios, y la permanente emergencia por la violencia policial y la estigmatización que conlleva.

Los ancianos




Este grupo, que es particularmente numeroso en el Norte global, es generalmente uno de los grupos más vulnerables, pero la vulnerabilidad no es indiscriminada. De hecho, la pandemia requiere que seamos más precisos sobre los conceptos que usamos. Después de todo, ¿quién es anciano? Según La Garganta Poderosa, la diferencia en la esperanza de vida entre dos barrios de Buenos Aires (el barrio pobre de Zavaleta y el barrio exclusivo de Recoleta) es de unos veinte años. No es casual que los líderes comunitarios sean considerados de “edad madura” por la comunidad propia y “jóvenes líderes” por la sociedad en general.



Las condiciones de vida prevalecientes en el Norte global han llevado a que una gran parte de los ancianos se depositen (la palabra es dura, pero es lo que es) en hogares, casas de reposo, asilos. Dependiendo de sus posesiones propias o familiares, estos alojamientos pueden ir desde cajas fuertes de joyería de lujo hasta vertederos de desechos humanos. En tiempos normales, los ancianos comenzaron a vivir en estos alojamientos como espacios que garantizaban su seguridad. En principio, la cuarentena causada por la pandemia no debería afectar en gran medida su vida, dado que ya están en cuarentena permanente. ¿Qué sucederá cuando, debido a la propagación del virus, esta zona de seguridad se convierta en una zona de alto riesgo, como está sucediendo en Portugal y España? ¿Estarían más seguros si pudieran regresar a las casas donde vivieron toda su vida, en el improbable caso de que aún existan? ¿Los familiares que, por su propia conveniencia, los dejaron en asilos, no sentirán remordimiento por someter a sus ancianos a un riesgo que puede ser fatal? ¿Y los ancianos que viven en aislamiento no estarán ahora en mayor riesgo de morir sin que nadie se dé cuenta? Al menos, los ancianos que viven en los barrios más pobres del mundo pueden morir por la pandemia, pero no morirán sin que nadie se dé cuenta.



También se debe agregar que, especialmente en el Sur global, las epidemias anteriores han significado que los ancianos tengan que prolongar su vida laboral. Por ejemplo, la epidemia del SIDA ha matado y sigue matando a padres jóvenes, dejando a los abuelos con la responsabilidad del hogar. Si los abuelos mueren, los niños corren un riesgo muy alto de desnutrición, hambre y, en última instancia, de muerte.



Los internados en campos de refugiados



Según cifras de la ONU, hay 70 millones de personas en estas condiciones, incluyendo a inmigrantes, indocumentados y desplazados internamente. Son poblaciones que, en su mayor parte, viven en cuarentena permanente, y para las cuales la nueva cuarentena significa poco como regla de confinamiento. Pero los peligros que enfrentan si el virus se propaga entre ellos serán fatales e incluso más dramáticos que los que enfrentan las poblaciones de las periferias pobres. Por ejemplo, en Sudán del Sur, donde más de 1,6 millones de personas están desplazadas internamente, lleva horas, si no días, llegar a los centros de salud, y la principal causa de muerte a menudo se puede prevenir, causada por enfermedades que ya tienen remedios: malaria y diarrea. En el caso de los campos de refugiados a las puertas de Europa y de Estados Unidos, la cuarentena causada por el virus impone el deber ético humanitario de abrir las puertas de estos campos de internamiento siempre que no sea posible crear en ellos las condiciones mínimas de habitabilidad y seguridad exigidas por la pandemia.


Los discapacitados



Han sido víctimas de otra forma de dominación, además del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado: el capacitismo. Se trata de cómo la sociedad los discrimina, no reconoce sus necesidades especiales, no les facilita el acceso a la movilidad ni las condiciones que les permitirían disfrutar de la sociedad como cualquier otra persona. De alguna manera, las limitaciones que la sociedad les impone hacen que se sientan viviendo en cuarentena permanente. ¿Cómo vivirán la nueva cuarentena, especialmente cuando dependen de quien tiene que romper la cuarentena para darles alguna ayuda? Como se han acostumbrado desde hace mucho tiempo a vivir en condiciones de cierto encierro, ¿ahora se sentirán más libres que los "no discapacitados" o más iguales en relación con ellos? ¿Verán tristemente alguna justicia social en la nueva cuarentena? 


                                ***

La lista de los que están al Sur de la cuarentena está lejos de ser exhaustiva. Basta pensar en los prisioneros y en las personas con problemas de salud mental. Pero la lista seleccionada muestra que, al contrario de lo que transmiten los medios y las organizaciones internacionales, la cuarentena no solo hace más visible, sino que refuerza, la injusticia, la discriminación, la exclusión social y el sufrimiento injusto. Resulta que tales asimetrías se vuelven más invisibles frente al pánico que afecta a los que no están acostumbrados al mismo. A la luz de las experiencias de estos grupos sociales durante la cuarentena, se hace particularmente evidente la necesidad de imaginar y concretar alternativas a los modos de vivir, de producir, de consumir y de convivir en estos primeros años del siglo XXI. De hecho, la pandemia y la cuarentena revelan cruelmente que las alternativas son posibles y que las sociedades se adaptan a las nuevas formas de vida cuando esto es necesario y sentido como correspondiente al bien común.

* Boaventura de Sousa Santos es Doctor en Sociología del Derecho, director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra (Portugal). Traducción: Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.
( https://www.pagina12.com.ar/258640-al-sur-de-la-cuarentena)

Entre las cuatro paredes de una casa los miedos suelen insuflar el concepto sartreano de que el infierno son los otros. Miedos que, después de todo, han acompañado a la humanidad desde sus orígenes y que históricamente abrevaron en las aguas del temor al otro.

Temores que irrumpieron de la mano de cada peste, epidemia o virus que atravesó a la condición humana.




De los tiempos de la pandemia 2020 Norma salta hoy a los confines de los años 50 y la polio que irrumpió en su casa y dejó huellas en el cuerpo de su hermana. “En la manzana tapiaban las ventanas. Y había mucho miedo al contagio”, recuerda hoy desde la calidez de la cocina en Pelota de Trapo. Era en los días de aquella dictadura encabezada por el ala dura de los militares representada por Pedro Eugenio Aramburu. Y faltaba una década y media aún para el secuestro y ejecución que reivindicaría poco después Montoneros.

Como escribió a mediados de marzo en esta agencia Alfredo Grande son muchas las memorias visitadas hoy por aquellas imágenes de mitad de la década del 50 (la suya entre otras). Fueron 6500 los contagios pero el gran detalle es que aquella epidemia irrumpió, sobre todo, entre las niñas y niños de menos de tres años. Argentina tenía en aquel tiempo cuatro millones de menores de 9 años. En contraposición a esta pandemia que irrumpe y estalla en el rostro (inicialmente, sobre todo) de personas mayores de 60.

Alicia Pattacini, sobreviviente de la polio, recordaba seis años atrás en entrevista con Télam que se contagió a los 20 meses en un pequeño pueblo cordobés. La trasladaron a un hospital de niños en capital y permaneció cuatro años internada sola, hasta los seis años, en que le dieron el alta. Su madre (a quien ya casi ni recordaba y llamaba tía) no pudo acompañarla porque tenía otros hijos por cuidar.

En su nota del 18 de marzo, Alfredo escribe que “también recuerdo que una de las leyendas urbanas de la época es que la epidemia era un castigo por el derrocamiento de Perón. A ese tipo de construcción colectiva la he denominado alucinatorio político social. Es una compleja trama de ideas delirantes. Lo que no implica psicosis, pero sí derrapa locura”.

Pero, como contrapartida, la dictadura de Aramburu también hacía uso de las voces mediáticas cooptadas para culpabilizar al peronismo de todo mal sobre la tierra. Escribe la investigadora Daniela Testa que “la actuación de la prensa escrita reflejaba la ofensiva contra el peronismo, al que culpabilizaba de la epidemia a causa de ´la desidia, la falta de higiene y la administración ineficiente y corrupta´, argumentos mediante los cuales golpeaba dos de los ámbitos de actuación más caros a la política social peronista: el sistema sanitario y las medidas de protección a la niñez”.

Y ante cualquier duda, se puede revisitar la edición del 14 de marzo de 1956 del diario Crítica para acercarse a entender ese aprovechamiento político de la polio que hizo aquella dictadura: “la política totalitaria del régimen depuesto jugó cobardemente con la salud del pueblo. Jugó, también, con la vida de los niños, esos a quienes se concedían en la propaganda unos privilegios que jamás disfrutaron. Faltaban pulmotores, faltaban camas, faltaba higiene y hasta los mejores médicos habían sido separados de sus puestos por razones políticas”.

Esta vez es una pandemia y el virus se despliega por todo el mundo casi al unísono. No se trata ya del peronismo o del antiperonismo. Esta vez un virus repta y envenena en tiempos en los que el miedo al otro es sistémico. El mismo de ayer y hoy. Un miedo que se traducía como terror en los días de la peste negra en Europa (que implicó la desaparición de la mitad de la población del continente), de la polio en los 50, de la gripe española a inicios del siglo pasado, de la fiebre amarilla en la segunda mitad del siglo XIX.



Pero en este 2020 un virus irrumpe en tiempos en que la tecnología ofrece imágenes vía televisores, redes sociales, medios digitales casi al instante. Si en 1991 se vio en el mundo la primera invasión bélica televisada esta vez llegan a través de las pantallas de tv, de la computadora o del celular las fotografías en movimiento de una pandemia caracterizada como temible. E ingresan en nuestras casas y se sientan a nuestra mesa las muertes como moscas en Guayaquil mientras las calles estallan de cadáveres, los anuncios de Estados Unidos con retrasos de hasta 12 días para el retiro de cuerpos de las casas, los suicidios de trabajadores de la salud en Italia. Y se conoce al instante cómo en ciudades conservadoras de medianas dimensiones muchas vecinas y vecinos juegan al juego de quién corre con amenazas y escraches al primer contagiado de Covid 19.



Y se multiplica el terror nunca mejor caracterizado como terror al otro, al que tiene la enfermedad en su cuerpo y al que se constituye como el espejo a destruir. Porque en ese espejo se representa aquella frase de Sartre en A puerta cerrada de que el infierno son los otros. Siempre el infierno serán los otros en una búsqueda de salida individual, que termina donde concluyen las cuatro paredes de nuestra propia mirada, en el limitado baldosón que pisamos a diario, en la cara que se voltea ante el padecimiento de la condición humana.



El miedo puede cohesionar o desintegrar. Puede lastimar o cobijar. Puede destrozar o ternurar. El miedo está ahí. Al alcance de la mano. Y puede asomar de los cielos como un Leviatán sucio de ira y portador de destrucción. O puede acompañarnos en la construcción de una brújula colectiva que nos conduzca a otros puertos.



Quizás sea hora –como escribió Gelman hace casi sesenta años- de quemar el miedo para mirar “frente a frente al dolor antes de merecer esta esperanza”.
( https://www.pelotadetrapo.org.ar/pandemia,-infiernos-y-esperanzas.html) 



El neoliberalismo significa el predominio de la propiedad del dinero por sobre cualquier otro asunto, incluso el de la salud y la vida. En tiempos de pandemia esto no solo queda en evidencia sino que, y además, exige definiciones que reduce el margen para los que asumen posturas pocos comprometidas, aceptan las medianías y juegan según la ocasión como “progres” o a favor del poder económico que es el poder real.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack


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