Viernes
17 de Enero de 2020
Los
avatares del cambio climático nos ofrecen una madrugada menos
calurosa en este último día de semana en el verano porteño. Casi
como ejemplo de lo que suponemos no debería ser, en tiempos
propensos a creernos cualquier cosa y perder el interés por lo que
resulte cierto, si esto sentimos, nos perjudica o nos produce algún
tipo de dolor o sufrimiento. Elegimos la mentira, si evita el dolor,
a las certezas que, dada las características de los tiempos que
corren, seguramente nos producirán mas angustias, inquietudes y
dolores.
Las
diversas variedades de tergiversación operada en los años recientes
no concluyen en su fuente, en el emisor, sino que también comprenden
al receptor, a quienes creen y reproducen ese discurso. Aquí, una
indagación en las razones de esa creencia que no se explica solo por
el odio.
¿Por
qué alguien cree lo no creíble y lo reproduce?, se pregunta
Sebastián Plut, doctor en Psicología, psicoanalista, autor de los
libros El malestar en la cultura neoliberal (Ed. Letra Viva) y
Escenas del Neoliber-abismo (Ed. Ricardo Vergara).
La
tarea cultural que se inicia con el nuevo gobierno no será solo
contra el mal, pues la injusticia quizá no sea el non plus ultra.
Ambos existen, es cierto, y es imposible desconocerlos. El mal y la
injusticia tienen la misma edad que la humanidad, y sus consecuencias
están lejos de ser menores.
Hace
pocas semanas finalizó un gobierno que no ahorró en ninguno de esos
dos rubros y, pese a sus estragos, los últimos comicios nos
advierten --no sin sorpresa-- que el macrismo aún conserva un apoyo
de algo más del 40%.
Este grado de adhesión, de cara
a lo que significaron cuatro años de neoliberalismo, nos interroga y
nos impide cerrar el tema con el simple hecho de un triunfo electoral
de signo contrario. Y es bajo esa interrogación que toda reflexión
sobre la naturaleza del mal y de la injusticia se nos presenta
insuficiente.
Mentiras, cinismo, hipocresía y
fake news son algunos de los términos que definen cómo se modeló
la opinión pública durante los años recientes, son las categorías
que caracterizaron el discurso oficial y de gran parte del
periodismo.
De manera inconfundible allí
participan el mal y la injusticia, como sea que los entendamos, pues
de lo contrario la política no podría haber llamado modernización
a los despidos y el periodismo no podría haber ponderado el tiempo
libre al hablar de la desocupación.
Sin embargo, las diversas
variedades de tergiversación (cinismo, etc.) no concluyen en su
fuente, en el emisor, sino que también comprenden al receptor, a
quienes creen y reproducen ese discurso.
Tal como nos dicen desde Brasil
Guareschi, Amon y Guerra (Guareschi, P., Amon, D. y Guerra, A. (2019)
Psicologia, comunicação e pós-verdade, Ed. Abrapso), la posverdad
es, sobre todo, un modo de relación.
Entonces, ¿por qué alguien
cree? Y sobre todo, ¿por qué alguien cree lo no creíble y lo
reproduce?
No es momento de inventariar la
infinidad de falsedades que se han dicho, pero digamos que si algún
puñado pudo ser verosímil durante algún tiempo, también
escuchamos innumerables veces frases disparatadas, contradicciones
flagrantes, estigmatizaciones intolerables, razonamientos a todas
luces inconsistentes.
Nuevamente, ¿por qué alguien
es capaz de creer en esas expresiones? Y es allí, entonces, donde
preferimos indagar más allá de la maldad.
Efectivamente, no creo que el
odio explique acabadamente las razones por las que tantos ciudadanos
perpetúan frases como “se robaron un PBI” o “Macri es
millonario, no necesita robar”, por dar solo un par de ejemplos. O,
en una anécdota personal, una mujer que, al elogiar una presunta
medida del gobierno de Rodríguez Larreta, sostuvo que “los chicos
ya no se drogan en los colegios”.
Cuando opiné que eso no era
cierto, aquélla cerró el diálogo con firmeza: “no me importa,
para mí es cierto”.
No será necesario decir mucho
sobre el ostensible cambio de retórica al que asistimos con el nuevo
gobierno. Dicho cambio se discierne fácilmente si de un lado
escuchamos los parlamentos de Macri, Michetti, Vidal o Peña y, del
otro lado, escuchamos a Alberto Fernández, Cristina Fernández,
Kicillof o Cafiero. No solo hay una mudanza de contenido, si se
quiere ideológico. También han variado la forma y la lógica
discursiva, la consistencia argumental y, desde ya, la cualidad
oratoria.
Hay un rasgo particular en el
cual deseo detenerme, y que oímos frecuentemente en boca de Alberto
Fernández. El Presidente de la Nación suele invitar a la
sinceridad, a que seamos honestos, a que terminemos con la hipocresía
y la doble vara. Y agreguemos: esa invitación no está
exclusivamente dirigida a la oposición política o a los medios
críticos, sino que también se orienta hacia el oficialismo y, sobre
todo, al conjunto de la población, a todos y todas.
Aunque aquella expectativa de
sinceridad albergue una utopía, no excluye aspirar a una expansión
de la honestidad. Y, se advierte, no instala una batalla de buenos
contra malos, de civilizados contra bárbaros, pues, como ya señalé,
Alberto Fernández expone un problema que nos comprende a todos, no
de manera idéntica pero a todos; Alberto Fernández no habla en
nombre de la verdad, sino desde la posición de quien advierte la
gravedad de una característica de nuestros intercambios.
Agrego una referencia más para
distinguir el discurso actual del anterior. Alberto Fernández no nos
habla todo el tiempo de “estar de acuerdo”, esa ficción que cada
dos palabras sabían repetir los funcionarios de Cambiemos. Sabemos
que “estar de acuerdo” fue la verbalización edulcorada de una
imposición, de una exigencia, la de hacer silencio con nuestras
diferencias. Fernández, por el contrario, sabe que los desacuerdos
son la sustancia de la política y, me animo a afirmar, la política
existe porque los desacuerdos son irreductibles. Esta diferencia se
suma a la que ya indiqué más arriba. Alberto Fernández no se erige
en dueño de la verdad, no pretende ostentar la infatuada posición
macrista de quien afirma “nosotros decimos siempre la verdad”.
Rápidamente se viralizó el ya
célebre lapsus de Alberto Fernández: mujeres en lugar de mejores, y
así de rápido aparecieron interpretaciones y textos. Mauricio
Macri, en cambio, no se caracterizó por sus actos fallidos, sino por
su torpeza sintáctica, producto no tanto de un pensamiento que
súbitamente irrumpe y sorprende al propio relator, sino más bien de
su pereza verbal. Las diferencias son múltiples, pero solo
indiquemos una: en un lapsus hay una sinceridad que está ausente en
la pereza.
No pretendo dar las respuestas
para este ingente problema, pero al menos intentaré exponer algunas
claves para comenzar a desandar el camino que nos llevó a lo que
algunos denominaron hipocracia o cínicocracia. Y reitero, no me
interesa aquí tanto por qué alguien miente, sino por qué alguien
contribuye con su credulidad, con una ingenuidad que no carece de
responsabilidad. Hablar de sinceridad, entonces, supone preguntarnos
por el destino de lo genuino que hay en cada quien.
¿Qué tan altos están nuestros
niveles de sinceridad en sangre?
Comencemos con una interesante
afirmación de Ignacio Ramonet: “Querer informarse sin esfuerzo es
una ilusión que tiene que ver con el mito publicitario más que con
la movilización cívica. Informarse cansa y a este precio el
ciudadano adquiere el derecho de participar inteligentemente en la
vida democrática” (Chomsky, N. y Ramonet, I.; (1995) Cómo nos
venden la moto. Información, poder y concentración de medios, Ed.
Icaria.).
Ramonet aquí nos brinda una
primera pista, informarse sin esfuerzo. El sujeto que nos ocupa en
este texto, entonces, se parece más a un plagiador, es decir,
alguien que repite una frase pero sin haber realizado un trabajo de
recepción y elaboración. Es, pues, un ser que exhibe un como sí y
que, por lo tanto, ha sofocado (o expulsado) lo que tiene de genuino.
No se trata de deshonestidad sino de otra modalidad de lo insincero,
la de quien pretende autoconvencerse de una frase en la que no cree.
Así, la configuración de la
escena intersubjetiva de falsedad se construye con mentiras,
hipocresía o cinismo desde la fuente de producción discursiva,
aunque en su interlocutor intervienen otros procesos. Para decirlo de
otro modo: en quien miente hay una brecha entre sus palabras y los
hechos; en quien reproduce sin esfuerzo, hay una brecha entre sus
palabras y su propia subjetividad. Será preferible pensar a este
último más desde la perspectiva de la falsedad que de la mentira.
Como
aquella mujer que con rabia expulsiva me dijo: “no me importa, para
mí es cierto”. No se interesó por la razón de mis opiniones, por
mis fuentes posibles. Tenemos allí una persona a la que no solo
algún medio o funcionario la convenció de algo, sino que ella misma
insiste en autoconvencerse para lo cual debe cerrarse a toda realidad
y, como diría Ramonet, al esfuerzo necesario para la participación
cívica.
Hay, se dirá, una cierta
afección de la relación de tales sujetos con el mundo, con la
realidad. Freud decía que el yo de cada quien debe responder a un
triple vasallaje: sus pulsiones, el superyó y la realidad.
La prevalencia del informarse sin
esfuerzo, ¿no será correlativa de un proceso de desinvestidura del
mundo, pese a que parece que hay un sujeto que ha tomado algo que
provino de afuera? Digámoslo de otro modo, y a la manera freudiana:
la falta de trabajo (o esfuerzo) supone una cierta tarea para la
percepción pero sin intervención de la investidura de atención
(como en la hipnosis o como cuando leemos un texto en voz alta
mientras pensamos en otra cosa).
Cuando Freud cuestionó a los
marxistas no lo hizo en virtud de sus teorías económicas sino que
objetó que aquellos habían desconsiderado el superyó. Esto es, que
un cambio en la realidad puede no ser lo suficientemente
significativo mientras no se opere un cambio en la instancia
valorativa. En rigor, los valores (o ideales) no son el único
componente del superyó, sino que éste también incluye la
conciencia moral y la autoobservación.
Mi hipótesis es que en quienes
se informan sin esfuerzo no está alterada la relación del yo con
sus ideales ni con la conciencia moral sino, sobre todo, con la
autoobservación, con ese sector del superyó que observa cómo
piensa y juzga el yo. Son sujetos que precisan reforzar una creencia
(por ejemplo, en la frase que reproducen) y, por ello mismo, no
buscan corroborar la veracidad de una especie (incluso cuando a veces
es a todas luces un disparate) o bien desoyen la realidad cuando se
les muestra evidencia en contrario.
De hecho, Freud afirmó: “De
esa manera, la sociedad alimenta un estado de hipocresía cultural al
que por fuerza van aparejados un sentimiento de inseguridad y la
necesidad de proteger esa labilidad innegable mediante la prohibición
de la crítica y el examen” (Freud, S.; (1924) Las resistencias
contra el psicoanálisis, Vol. XIX, Ed. Amorrortu..)
En suma, examinar el problema de
la falsedad no consiste tanto en entender al que piensa diferente o
en examinar las razones de un desacuerdo, sino que se trata de
comprender una forma de pensar que no entendemos fácilmente.
El Miedo a la Libertad, el temor
a saber.
En general solemos amplificar las
ausencias y los miedos negando sus existencias. En la negación
creamos la ilusión de que lo cierto se diluye en el deseo, y la
realidad se hace “tolerable”. Por eso el neoliberalismo hace un
culto de la “tolerancia” al mismo tiempo que replica toda
mecánica que reduce al individuo a un objeto de deseo y deseante
para tornarlo cliente y empresario de si mismo … en su afán
mercantilista y deshumanizante.
Ya nos advertía Erich Fromm que
buena parte del porque masas e individuos no toleran la realidad tal
cual es, tiene su fundamento en el miedo a aquello mismo que reclama
como ausente … la libertad. Eso mismo que no es tal sin
conocimiento en tanto no se puede elegir lo que se desconoce … no
hay ejercicio de la libertad en la ignorancia. ¡Si nos inventan o
nos inventamos una realidad a “medida” , la libertad que
ejercemos es la libertad del esclavo!
Esto lo saben bien los medios de
comunicación que apresaron la información como mercancía y la
venden como objeto de consumo … por tanto, grillos de esclavitud,
en tanto posverdadero y alejado de las certezas y de la descripción
de la realidad.
¿Porque Israel?
Ni Francia ni los Estados Unidos.
Ni Brasil ni el Vaticano. En un movimiento sorpresivo, Alberto
Fernández decidió que el primer país que visitará como Presidente
será Israel. Estará el jueves 23 en Jerusalén para participar de
un encuentro internacional por los 75 años de la liberación del
campo de concentración de Auschwitz.
El nombre de la reunión mundial
es “Foro internacional de líderes en conmemoración del día
internacional de recordación del Holocausto y la lucha conra el
antisemitismo”. Entre otros invitados, el primer ministro Benjamín
Netanyahu ya se aseguró la presencia del presidente de Rusia
Vladimir Putin y del francés Emmanuel Macron.
El foro se realizará en el Yad
Vashem, el museo de Jerusalén en recordación del Holocausto.
La visita de Fernández puede
servir para restañar las heridas que dejó el Memorandum de
entendimiento con Irán en la relación bilateral y reponer las
tradicionales buenas relaciones de los gobiernos peronistas con el
Estado de Israel. Los israelíes declararon su independencia en 1948.
La Argentina reconoció al nuevo Estado a la vanguardia de la región
y al año siguiente envió un embajador, Pablo Manguel. La Fundación
Eva Perón envió ropas y medicamentos para los inmigrantes de todo
el mundo que fueron a Israel a instalarse. La presencia de Putin
combina la liberación del campo de concentración y un antecedente
diplomático: la Unión Soviética fue el primer país que reconoció
al Estado israelí.
Y en estos tiempos de mentira
disfrazadas de posverdad y fakesnews, es bueno apelar a la memoria
reciente … En estos días DAIA y AMIA desistieron de participar de
la convocatoria en recordatorio del fallecido fiscal al frente de la
Unidad Fiscal para la Investigación de la Causa AMIA (UFI-AMIA)
Durante los cuatro años del
gobierno cambiemista, fue evidente la alineación internacional
del Gobierno de Macri con la administración que preside Benjamín
Netanyahu, con quién Argentina firmó diversos acuerdos en áreas
sensibles como Defensa, inteligencia del Estado y seguridad.
Pese
a que, obviamente, en aras de dividir la alianza que desplazó a
cambiemos del gobierno, cortando cuatro años de regreso neoliberal
depredador y voraz con todas las consecuencias conocidas pero
igualmente negadas por lo que venimos sosteniendo en este texto, la
lectura se hará bajo el viejo paraguas que enfrenta a “derechas”
e “izquierdas”, que igualmente inmersas en la perdida de
certezas, ya no se distinguen bien unas de otras … El peronismo
siempre se definió como un movimiento político, popular y
pragmático … “La única verdad es la realidad.” ¿Sera por
esto que tanto odio y aversiones provoca?
Daniel
Roberto Távora Mac Cormack
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