Lunes 20 de enero de 2020

Nublada mañana de verano en la porteña Buenos Aires. Entre mate y mate, se siente el lento despertar de sus habitantes en el comienzo de semana, otra vez el ruido, otra vez el vértigo de una mega ciudad urbana como la Capital de nuestra patria. Frente al ordenador y sin titulares que llamen mucho la atención en la lectura de los portales de noticias en internet, me surgen otras ideas … esto de compartir las noticias frente a un monitor no tiene mas de 30 años.


¿La manera en que pensamos el mundo es la misma desde el advenimiento de internet? En su libro Generación post alfa, el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi sostiene que estamos ante una mutación psíquica y lingüística causada por las tecnologías digitales.

Esto implica un cambio antropológico a nivel generacional, pasando de una tradición alfabética y secuencial, a una tecnológica y simultánea. Existen ciertas mutaciones en la era digital en relación al mundo analógico y algunas consecuencias salientes para ciudadanos e instituciones políticas.

Berardi denomina a esta etapa como “semiocapitalismo”, en tanto un modo de producción en el cual la acumulación de capital se hace esencialmente por medio de una producción y acumulación de signos: bienes inmateriales que actúan sobre la mente colectiva, sobre la atención, la imaginación y el psiquismo social. El autor apunta y tira contra el optimismo geek: el lenguaje se vuelve cada vez más frágil y hueco dice, porque las nuevas generaciones aprenden ahora más palabras de una máquina que de sus padres, y esto provoca una “deshumanización” cuya consecuencia es un mundo emocionalmente aséptico.

No vemos “la realidad”, vemos nuestra idea sobre ella: un pensamiento que se sustenta en las bases de marcos conceptuales/interpretativos colectivos anclados en fuertes argumentaciones sociales. Acuerdos bajo los cuales construimos el sentido. Ese sentido se encuentra puesto en jaque por la inmediatez y simultaneidad del mundo digital.


La lucha por el sentido desata su batalla sobre la instalación de modelos de creencias y convierte a la acumulación de datos en la riqueza del tejido digital. Con las tecnologías de la información, los volúmenes de datos recolectados se masificaron exponencialmente. Internet atraviesa todas las clases de la pirámide social. Su penetración es tal que modificó la percepción del hombre, generando un modo diferente de relación con su entorno. Una gran parte de la vida y la cultura se subsumen en el ciberespacio, un lugar donde prima lo instantáneo.

Los seres humanos vemos mediada nuestra relación directa con el mundo a través del lenguaje, por eso quizás la consecuencia más relevante de la digitalización es la incapacidad de distinguir entre verdadero y falso.

Las Fakenews son un claro ejemplo del ataque a nuestra capacidad de discernimiento. Noticias inventadas que se presentan como información legítima y se viralizan en las burbujas de opinión que anidan en las redes. Actúan como plagas digitales y tienen un alto costo social y político, porque el sistema democrático se basa en una sociedad informada. En efecto, la utilización del big data por parte del sector publicitario se opone al sentimiento de autonomía y libertad que experimentamos cuando pasamos del mundo analógico en el que nacimos, al mundo digital de nuestros contemporáneos los centennials, devenidos en nativos digitales.

CAPITALISMO DIGITAL.

El capitalismo fue visto por sus defensores como el motor del crecimiento económico sostenido, y el mejor camino hacia el progreso científico-tecnológico. Lo cierto es que, finalizando las dos primeras décadas del siglo XXI, cuestiones como el desempleo y subempleo, la pobreza y marginalidad, entran en la agenda pública con la fuerza de lo que cae por su propio peso.

En el gabinete de Alberto Fernández hay una figura que entró de sorpresa, ocupa la Secretaría de Asuntos Estratégicos y según los medios de comunicación es la pieza clave del gobierno que se inicia. Luego de ocupar cargos sensibles en las administraciones de Menem y Néstor Kirchner, de los que fue eyectado por oponerse a los modus operandi de “la política”, Gustavo Beliz trabajó más de una década para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El texto que publicamos fue escrito en 2017 y resume las nociones principales de su programa de modernización.

¿Los robots serán una fuente de creación, desplazamiento o destrucción de empleos? ¿Cómo afectará el fenómeno de la automatización acelerada a los procesos de integración y comercio de América Latina? Estas son las dos preguntas clave que las tecnologías exponenciales nos plantean.

Se trata, por un lado, de reconvertir nuestra matriz productiva a la luz de la Cuarta Revolución Industrial y, por el otro, de garantizar que los cambios tecnológicos promuevan la equidad social. Responder con éxito a semejante desafío, en una de las regiones más desiguales del planeta, donde conviven los teléfonos móviles de última generación con un tercio de su población que come solo una vez al día, significa alinear esfuerzos públicos y privados en una arquitectura institucional innovadora e inclusiva.

Los robots marchan sobre nuestra vida cotidiana a través del fenómeno incipiente de la inteligencia artificial y la digitalización, pero no se han organizado aún estrategias predictivas y proactivas para que el cambio tecnológico sea capaz de revertir el rumbo de pobreza e inequidad de la región. De eso se trata. De comenzar a conjugar un conocimiento de avanzada y una ciencia con conciencia, que despliegue energías multidisciplinarias rumbo a un contrato social tecnológico para América Latina.


El mundo, en sus diferentes instancias, está planteando esta necesidad a través de actores e instituciones por demás relevantes. No se trata de clichés de ciencia ficción, sino de la academia y los principales protagonistas de la gobernanza global pronunciándose.
Howard Gardner, uno de los padres de las teorías cognitivas, sostuvo: “Una vez que se cedan las decisiones de alto nivel a las criaturas digitales, o esas entidades de inteligencia artificial cesen de seguir las instrucciones programadas y reescriban sus propios procesos, nuestra especie ya no será dominante en el planeta”. La Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano promovió un seminario de alto nivel sobre inteligencia artificial, con una pregunta inquietante: “¿Pueden las máquinas tener conciencia?”. El Parlamento Británico convocó a expertos que redacten líneas maestras para adaptar mejor la inteligencia artificial al mundo laboral. Nick Bostrom, director del Future of Humanity Institute, de Oxford University, afirmó: “La superinteligencia artificial puede ser la peor o la mejor cosa que ocurra en la historia humana”. Chris Anderson, curador de las conferencias TED, dice de manera provocativa: “Nosotros versus las máquinas es un equivocado esquema mental. Nos guste o no, todos –nosotros y nuestras máquinas– formamos parte de un inmenso cerebro conectado. Alguna vez tuvimos neuronas. Ahora, estamos siendo nosotros las neuronas”. Alec Ross, especialista en el tema, resalta: “La nueva generación de robots será producida masivamente a costos declinantes y los hará crecientemente competitivos incluso con los trabajadores de menores ingresos”.

Hasta Peter Gabriel, el famoso cantautor, anticipa: “Parece inevitable que el decreciente costo del escaneo de la mente, junto al creciente poder de la computación, nos lleve pronto al punto en que nuestro propio pensamiento será visible, descargable y abierto al mundo en nuevos modos. Los pasados años hemos presenciado robots que construyen puentes y casas, directamente de impresoras 3D. Pero pronto seremos capaces de conectarnos con el pensamiento del arquitecto e imprimirlo y ensamblarlo en un edificio inmediatamente. Lo mismo ocurrirá con el cine, la música y todo proceso creativo”. Esta última reflexión nos conduce a la colisión entre miradas de transhumanismo y singularidad –promotoras de un progreso tecnológico infinito que llega a especular hasta con la inmortalidad–, junto a propuestas de resistencia al cambio y anarcoprimitivismo, que proclama un boicot frente a las modificaciones técnicas.

¿Tiene algo que decir y reflexionar nuestra región sobre estos desarrollos tecnológicos? ¿Podemos contribuir a dotar de sensibilidad, productividad y humanidad a este cambio exponencial? Pocos espacios del mundo laboral y de nuestra integración productiva –ya sea que esté basada en la alta sofisticación intelectual o en la baja calificación técnica– permanecen ajenos a este vendaval.

los robots vienen ¿marchando?
En la Cuarta Revolución Industrial, los cambios se producen a la velocidad de la luz. Las disrupciones de tecnologías permiten crear nuevos mercados donde antes no había nada y vuelven obsoletos bienes y profesiones que son reemplazados por una nueva vanguardia de instrumentos. Las empresas se preparan para satisfacer nuevas necesidades y los sistemas educativos intentan seguir el compás a veces frenético de las nuevas habilidades requeridas.

En este contexto, la automatización del empleo genera grandes interrogantes. La Federación Internacional de Robótica calculó que en 2017 funcionan más de 1,3 millón de robots industriales instalados en fábricas de todo el mundo, liderados por los sectores automotriz, electrónico y metalúrgico. De este total, solo 27.700 se encuentran en América Latina y el Caribe. El 75% se concentra en apenas cinco países desarrollados, de los cuales Corea, Alemania y Japón son los que presentan mayor densidad de robot por obrero industrial.

Más allá de que estas cifras no incluyen el impacto de los robots en el –siempre complejo de medir– mundo de los servicios, resulta imprescindible afinar las métricas para analizar este fenómeno. Existe un debate abierto y reciente sobre el método adecuado para predecir el riesgo de automatización, que varía en gran medida según la metodología aplicada, y brinda así argumentos tanto para pronósticos apocalípticos como para utopías tecnocráticas. Las diferencias no son menores. Mientras para Frey y Osborne (2016), de la Universidad de Oxford, los riesgos son muy elevados y alcanzan el 85% en algunos sectores y países, otros autores asignan una probabilidad de solo un dígito al diferenciar ocupaciones de tareas específicas.

En esta última línea, la Federación Internacional de Robótica sostiene que se crean cuatro puestos de trabajo por cada nuevo empleo tecnológico, y que es debido a este multiplicador que los países con mayor densidad de robots en el mundo, Alemania y Corea del Sur, tienen al mismo tiempo las tasas de desempleo más bajas.
Kaplan explora el impacto que tendrán la robótica y la inteligencia artificial en nuestras vidas, y afirma que los robots vienen, pero que ellos no vienen por nosotros simplemente porque no existe un “ellos”: los robots no son personas y no hay pruebas convincentes de que puedan desarrollar sensibilidad.

Una cosa es segura: muchos trabajos se perderán y surgirán nuevas profesiones que hasta hace poco no existían. Las estimaciones del World Economic Forum (2016) auguran que 65% de los niños que están en escuela primaria trabajarán en empleos que hoy no existen.
una nueva conectografía

En materia de comercio e integración, la automatización del empleo renueva las cadenas globales de valor y fomenta la relocalización de empresas debido a la posibilidad de reemplazar trabajadores por robots. El reshoring que permite la producción automatizada, junto a cierto desencanto por los resultados recientes de la globalización, puede significar la marcha atrás del proceso que condujo a descentralizar la producción con puntos neurálgicos dispersos alrededor del globo.


Al menos la mitad de las compañías estadounidenses con ventas superiores a los 10 mil millones de dólares considera traer sus fábricas de nuevo al país de origen. Al relocalizar sus centros productivos, las firmas logran disminuir sus costos de transporte, estar más cerca de los centros de consumo y dar mejores respuestas a los consumidores, incluso permite diseños a medida para cada cliente y entregarlos en cuestión de días u horas gracias a la cercanía.

Los desafíos se entremezclan con las oportunidades. La automatización tiene claras ventajas en la reducción de accidentes, la mejora en las condiciones laborales, la reducción o eliminación de trabajos de riesgo, el incremento en la productividad, la disminución de costos y el crecimiento económico, incluso en el comercio de sectores clave de la economía latinoamericana. En esta primera fase, se observa que el comercio bilateral crece 2% por cada 10% de incremento en la dotación de robots en países relacionados. Esto se corresponde con el alza de productividad lograda con la automatización, al menos para el sector automotriz, el rubro que concentra la mayor cantidad de robots industriales a nivel global.

Surgen así mecanismos para capturar divisas en los países de la región no solo en sectores económicos tradicionales, sino también en servicios basados en conocimiento y en rubros menos afianzados o con menos trayectoria, como el software, la tecnología aplicada a las finanzas o fintech, la biotecnología, la ciberseguridad, los medios de pago digitales, la robótica de servicios, el e-commerce, las energías renovables y los empleos tecnológicos verdes, donde nuevas tareas, como el cuidado de bosques o el reciclaje, están creando puestos de trabajo a una tasa del 9% anual, tres veces más de lo que crecen los empleos tradicionales.

Como la otra cara de una moneda, la automatización amenaza también con masificar el desempleo tecnológico hasta niveles nunca vistos. Una parte sustancial de las exportaciones y del empleo de América Latina y el Caribe se concentra en actividades que corren el riesgo de ser automatizadas, como la manufactura intensiva en mano de obra, la extracción de recursos naturales y servicios de calificación media como los contables, legales o de gestión.

Se trata de un riesgo que alcanza a una gran cantidad de ocupaciones, incluso a los llamados “profesionales de cuello blanco”. La automatización de tareas no tiene lugar solo en trabajos no calificados, sino también en tareas sofisticadas, aunque rutinarias. En los últimos diez años, se ha reducido en más de 20% el trabajo de bibliotecarios, traductores o agentes de viaje, personas con mucha formación. Ingenieros, matemáticos, abogados o contadores, junto a otros trabajadores de oficina, del sector público o privado, no son inmunes a este peligro.



Otros oficios deberán transformarse, adquirir nuevas habilidades para perdurar en el tiempo. Veamos por caso el transporte, un sector de la economía vital para la conectividad física de la región. Cada año se producen 273.000 accidentes que involucran camiones en Estados Unidos, con 3.800 víctimas fatales y 4,4 mil millones de pérdidas en mercadería. En los próximos diez años habrá 2 millones de camiones autónomos sin conductor que seguirán cursos predefinidos y serán controlados por sistemas de GPS en centrales a miles de kilómetros de distancia. Habrá entonces que repensar el oficio de conductor para asimilarlo más a un analista de datos que al chofer del siglo xx.

La logística ya está siendo revolucionada por Amazon, Google y startups que usan drones para envíos de paquetes. Goldman Sachs predice que se invertirán US$ 100.000 millones en los próximos cuatro años en el sector de drones. Su uso varía desde el sector militar hasta el segmento comercial, construcción, agricultura, seguros, inspección de infraestructura. La industria generará 100.000 puestos de trabajo y US$ 82.000 millones en la próxima década.

Se transfigurará también la vida laboral dentro de la empresa, con fenómenos de cobotización acelerada (convivencia humano-robot que ya acontece en la industria automotriz), incrementos sustantivos de productividad, como advierte la OIT, y donde Brasil y México han hecho punta en la región.

Según Gans, hay dos formas de lidiar con una disrupción tecnológica: de manera exitosa (Fujifilm, Canon) o desastrosa (Blockbuster, Encyclopedia Britannica). La mejor receta para pertenecer al primer grupo consiste en no subestimar el impacto de las nuevas tecnologías, reinventarse rápido y, sobre todo, mantener los ojos bien abiertos (Gans recuerda que Blockbuster tuvo en 2000 la oportunidad de comprar Netflix por solo 50 millones de dólares; la compañía de streaming que provocó la quiebra del gigante de alquiler de videos tiene un valor de mercado actual cercano a los 25 mil millones). ¿Cómo pueden las estrategias de integración mejorar las condiciones para enfrentar el cambio que se avecina?

 

La hiperconectividad genera hiperactividad. Elemento que no se tiene en cuenta a la hora de medicar a los niños que se muestran inquietos y no aceptan el orden de los tiempos analógicos, cuando son hijos de este tiempo digital.

Toda actividad humana es impactada por esta nueva dimensión de la realidad, ampliada, virtual, robotizada y automatizada. La política tampoco queda fuera.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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