Martes 7 de enero de 2020

El problema de la democracia es también un problema de comunicación.

 
Diagnóstico
 
No hay duda. Uno de los frentes que mejor expresa la lucha por la Democracia en Latinoamérica, no sin tropiezos, limitaciones y debilidades aun, es la democratización de las herramientas de “Comunicación”. No se lucha por cualquier Democracia ni por cualquier Comunicación, se lucha por una Democracia participativa y socialista y tal lucha recorre el continente. Mientras, unos cuantos que son mansos y serviles se aferran al modelo imperial de democracia burguesa y comunicación mercantil; las mayorías elevan con dignidad, de manera desigual y combinada, el mandato democratizador de los pueblos. Especialmente en los escenarios de lucha jurídico-política, más recientes, se ve con plenitud, ese punto transicional en el que lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina por morir. Destacan Ecuador, Venezuela, Bolivia y Argentina.

Otros avanzan en su dirección. Esto es hoy, en Latinoamérica, parte insoslayable de una agenda que recorre a todo programa político emancipador. La Revolución latinoamericana tiene que resolver una ecuación magnífica entre Comunicación en Democracia y al mismo tiempo Democracia en la Comunicación, dilema continental en todas sus circunstancias y complejidades. Y en eso estamos.

 Ya sabíamos muchas cosas. Por ejemplo, desde el informe MacBride “Un solo mundo, voces múltiples” (1980), contábamos con advertencias sobre un acelerado, e impune, proceso de monopolización de “medios”. Eso era, ya desde su advertencia, un peligro clarísimo para los Gobiernos y un foco anti-democrático que vimos crecer en nuestras narices. Hoy existe una emergencia política y estratégica dispuesta a corregir semejante monstruosidad en una batalla asimétrica y compleja, en la medida en que se perfeccionan las “armas de guerra ideológica burguesa” camufladas de “mass media”.


 
En su conjunto, los grandes debates, que en materia de “Comunicación”, se han desarrollado por décadas, en América Latina, han recorrido agendas relativas a la “diversidad de las voces”, a las “políticas de inclusión”, al “riesgo de la monopolización” y a la “democratización de las herramientas de comunicación”; Hoy se agrega una categoría que debiera ser ineludible en esa agenda de debates y es el problema de la comunicación como un “problema de seguridad nacional” y como “problema de seguridad regional”. Los Estados no pueden seguir siendo sometidos a ninguna estratagema de “polarización” que pretenda poner en “igualdad de condiciones” los intereses mercantiles frente a los intereses comunes de la inmensa mayoría de los pueblos. Llega a ser irracional el hecho de que los Estados deban mantenerse a la defensiva ante ataques organizados por las corporaciones mediáticas, muchas de ellas monopólicas, mientras los Estados democráticos tienen mandatos y tareas concretas -y urgentes- para desarrollar políticas de comunicación emancipadoras, atentas a las necesidades históricas de los pueblos. Hay guerras burguesas desde los “medios” contra la democratización integra de la sociedad, en su sentido más amplio, y en particular contra la democratización de las herramientas de comunicación. Eso ha sido motivo, incluso, de golpes de estado. Abundan los ejemplos.
 
A contrapelo del deseo de las burguesías, y para su impotencia y derrota, está naciendo en Latinoamérica una Doctrina Emancipadora en materia de Comunicación, teórico-práctica, necesaria, que exige seleccionar, con precisión científica, la calidad y la cantidad de acción política con que desarrollarán las nuevas Formas de la Comunicación que no pueden ser otra cosa la continuación del Contenido Revolucionario. Esa Doctrina de la Comunicación Revolucionaria no acepta autoridad alguna de esa Comunicación si no expresa, con suficiente claridad, la luz de la historia y las fuerzas emancipadoras. Tal Doctrina no está siendo escrita por plumas sabihondas sino desde las luchas.
 
Debemos ser muy cautelosos cuando hablamos de una Doctrina de la Comunicación Revolucionaria para combatir a la ideología de la clase dominante que nos ha inoculado su falsa consciencia disfrazada de todo género de filantropismos limosneros, reformismos academicistas y demás cháchara erudita, edulcorada con palabrería cientificista. A no confundirse, una doctrina de La Revolución Comunicacional, con su tareas indispensables en este momento, está siendo escrita rigurosamente en la realidad y es la producción de sentido que genera la lucha y que se expresa en el programa que, al abordar el problema de la Comunicación Revolucionaria, pretende, él mismo, ser un ejercicio de Comunicación Revolucionaria.

 
Sin atenuantes, ésta Doctrina está siendo redactada, por la mano de la lucha y desde la perspectiva de las víctimas de la alineación generada por la ideología de la clase dominante que usa sus máquinas de guerra ideológica para esclavizar la mano de obra y la conciencia. Se trata de una Doctrina Revolucionaria de nuevo tipo que ahora también hace uso de armas comunicacionales, políticas, jurídicas y organizativas. Se trata de una situación Revolucionaria desarrollada por las bases para impedir, a toda costa, que la burguesía deprede a sus anchas, y actúa, no sin peligros empiristas, mientras se logra su total extinción. No hay equívocos.
 
Lo que ésta Doctrina “en pleno desarrollo” tiene en su conciencia, es que la acción real de una Revolución social también se desarrolla una Revolución Democrática y Comunicacional expresada, históricamente, en la lucha de clases. Se acrecienta la toma de conciencia y todo lo que aparece como un avance de la Revolución, al mismo tiempo, es avance del saber colectivo. No nos alcanza, desde luego, con la conciencia particular del revolucionario, de lo que se trata es de saber entender cómo, con esa Doctrina de la Comunicación Revolucionaria naciente, crece un programa de todos empeñado en hacer visible que la Revolución es, también, producción de sentido transformador y permanente.
 
La comunicación es el derecho que da la voz a todos los otros derechos” J. Assange
 
En las luchas Revolucionarias en materia de Comunicación y en las Revoluciones Sociales que avanzan en Latinoamérica, transita una crítica profunda a la falsedad de la democracia burguesa y a todas sus estratagemas hipócritas para ofrecerse como garante de la “igualdad”, de los “derechos humanos” y de la “libertad”. Esa fuerza Revolucionaria ha sabido entender los peligros y engaños de la “democracia burguesa” como una amenaza real contra los pueblos. Por eso se orienta hacia la Democracia Socialista y sabe bien qué papel juega el cuerpo de las nuevas Constituciones Políticas que emergen en cada país, con sus leyes y reglamentos, y cómo debe predominar en ellos el interés del pueblo. Es decir, que la Constitución, las leyes y los reglamentos, sean escritos con la mano de la lucha… misma que elige un Estado y un gobierno democrático y representativo de los intereses populares como forma de construir la justicia, la libertad verdadera y la democracia verdadera. Sin intermediarios.

 
La lucha en materia de Democratización de la Comunicación, y de la información, ha dejado en claro que se debe construir un poder comunicacional de nuevo género, para la mayoría y por la mayoría, dirigido sistemáticamente a resolver los problemas, las necesidades materiales y espirituales propias de la nueva situación revolucionaria que es, por definición, una manifestación de la democracia socialista, aun incipiente, en la que se plantea, como parte de su tarea, luchar por una sociedad plena de igualdad social, sin diferencias de clases.
 
Es esto lo que tensiona y desespera tanto a los monopolios mediáticos y a los poderes oligárquicos que miran cómo, a diario, surgen iniciativas rebeldes, cargadas con creatividad y con inteligencia resueltas a nos ser más esclavas de la voluptuosidad consumista ni del capricho esclavizante de los negociados burgueses. Proliferan las certezas de que el cambio de raíz es posible no por voluntarismo sin por experiencia organizativa que, entre sus dificultades y limitaciones, vence desafíos diariamente. Todo medio es útil desde la palabra hasta lo “digital”. El objetivo es el mismo. Y está a la vista creciente y madurado.
 
En los procesos revolucionarios más avanzados de América Latina hoy se ha recuperado el programa Socialista y el Comunista, como expresión suprema de la realización plena del “buen vivir”, con todas sus exigencias materiales y subjetivas. De ahí el despliegue de estrategias nuevas para el desarrollo de las fuerzas productivas con apoyo en la ciencia, en la tecnología y en la organización de los trabajadores hacia un marco de relaciones de producción con desarrollo cultural, anti-colonial y de liberación de los caudales expresivos plenos de riquezas, estéticas y éticas, consustanciales a la realización de la democracia socialista. En ese marco están las propias herramientas de comunicación al servicio de la Revolución bajo el poder colegiado de los pueblos. Hay cientos de casos nacientes.
 
Y, por eso, el trabajo de las corporaciones transnacionales dominantes y sus alianzas con fuerzas mediáticas locales, constituye un frente muy poderoso de agresión sistemática. Es preciso comprender las operaciones de ofensiva de los “medios de comunicación” burgueses como una fuerza activa, desesperada, contra la clase trabajadora. Un poder de agresión, por otra parte, sólo comprensible a través de sus conexiones con otras partes de la estructura económica del capitalismo cargado con odio de clase. Eso produce la ideología dominante que es también una formación social, y que ocupa un lugar específico en la variedad de insultos, descalificaciones y atentados contra las Democracias nacientes y es odio determinado por la estructura social e histórica de esa sociedad decadente. No hay duda que valga, siempre existe una relación dialéctica entre la estructura y la ideología: la “guerra mediática” contra Rafael Correa, Evo Morales, Cristina Fernández, Hugo Chávez, Nicolás Maduro… tiene base material de las relaciones de la producción que determinan la ideología de la agresión y, a la vez, indefectiblemente, la ideología también determina de manera, desigual y combinada, la estructura objetiva del mensaje. Hay que ver los delirios del Grupo “Prisa” y CNN en su locura.
 
Debemos insistir, es la oligarquía, con sus banqueros, empresarios, terratenientes e iglesias… acaparadores de la riqueza, quien también es dueña de un arsenal enorme con armas ideológicas para atacar a la clase trabajadora, son armas materiales, militares, mediáticas y políticas para imponer su modo de ver e interpretar la realidad toda. Semejante poder emana del hecho de que son ellos los que dirigen la economía y parte del Estado. Mientras la burguesía siga gozando de ese poder económico la estructura mediática servirá, fundamentalmente, aunque no exclusivamente, para encubrirlos. La única Democracia real y posible se logrará expropiando a los grandes millonarios, es decir arrancándoles la base material de toda su fuerza. Hay que arrebatarles, democráticamente, todas las armas con que atacan a los pueblos. Incluidas las armas mediáticas. Los pueblos decidirán, democráticamente, cuando. El capitalismo no es sólo un sistema de producción de mercancías, es además un sistema que produce cultura, valores éticos, morales y estéticos ideados para consolidar las condiciones materiales de existencia burguesa, la propiedad privada de los medios de producción y la explotación de la fuerza de trabajo. La lucha democratizadora, tan pronto democratice las relaciones de producción, debiera propender a la terminación definitiva del régimen de “propiedad privada” de los “mass media”... y eso es un debate vivo también por la creatividad Socialista en materia de Democracia.
 
La dirección de la Revolución tiene también, hoy por hoy, avances en el campo de la legalidad que se impulsa con la fuerza de las movilizaciones, de acción directa, en todas sus variedades. Es el caso de Argentina, de Brasil, de Venezuela, de Bolivia y de Ecuador por mencionar algunos casos muy claros. La única manera de hacer triunfar la Democracia naciente y sus potencias comunicacionales, es saliendo luchar en las calles, en las asambleas, en las aulas, en las ciencias, en las organizaciones sociales, campesinas, indígenas, obreras…. y luchar, con marchas, pero sobre todo con el método de la organización consciente del momento preciso y su contenido transformador. Para ello debemos consolidar la Revolución de la Comunicación y la Comunicación de la Revolución, que los pueblos pusieron en marcha, con aliento democrático siempre.
 
Los funcionarios de las Democracias Revolucionarias.
 
También nace una oportunidad magnífica de lucha contra el burocratismo. Esa democracia revolucionaria y socialista, con el Estado en manos de los pueblos, debe avanzar exponencialmente encarnada en sus “funcionarios” de toda escala y en todos los sujetos de la acción revolucionaria como pensamiento y acción, como pasión y metodología, como arte y como ciencia. Es preciso derrotar al burocratismo y al reformismo. Las nuevas camadas de trabajadores al servicio de las democracias nacientes deben expresar su tarea militante, su esfuerzo permanente y su irrenunciable compromiso con la transformación de la realidad. El pensamiento democrático revolucionario en América Latina no puede entraparse en los viejos vicios que los pueblos tanto odian y debe superar la palabrería nacionalista porque su espíritu ha de ser internacionalista sin negar lo propio.


 
Se trata de una oportunidad muy rica con multiplicidad de fuentes legítimas que en su dialéctica asimila las raíces históricas de las luchas por estructuras de gobierno ágiles, transparentes y útiles a toda costa. Todos los intentos heroicos por democratizarla con las acciones más diversas de la organización política expresadas en sus gobiernos en manos de los pueblos, hoy pueden tener la fuerza de los pueblos originarios, por ejemplo, basadas en sus formas de organización más avanzadas y considerando siempre la alianza estratégica entre indígenas, campesinos y obreros en unidad para los cambios gubernamentales que debe ser una de las tareas supremas que democraticen al Gobierno mismo.
 
El Gobierno como motor de comunicación democrática y democratizadora debe ser capaz de desplegar hoy su rol histórico, rescatándose primero de su “desprestigio”, ganado a pulso por no pocas degeneraciones y desviaciones y ganado, también, por las operaciones de guerra psicológica burguesa concentradas en distanciar a los pueblos de la acción política organizada desde las instituciones populares.
 
La tarea de la revolución democrática y socialista en el seno mismo del Gobierno tiene mucho que hacer en materia de creatividad, alegría de la lucha y respuesta concreta al malestar generalizado de los pueblos. La agenda es muy amplia y las debilidades son muchas. Entender la revolución como emancipación multidimensional, además de la cancelación de la explotación, y de las clases sociales, tiene en sus estructuras gubernamentales tareas de la revolución democrática y socialista en Comunicación y deben aprender que el poder, que hay que construir permanentemente, está en los movimientos y organizaciones sociales y no en las burocracias. Eso también requiere de una fuerza comunicacional poderosa comprometida al máximo con un proceso revolucionario que le obliga a poner todas sus energías en su tarea desalienadora-concientizadora.
 
Sin atenuantes. Es impostergable que la Democracia en Comunicación y la Comunicación en Democracia superen las condiciones en que opera el Gobierno y todos sus funcionarios. Y eso depende de que los pueblos logren expresar en un nuevo programa histórico con nueva racionalidad, nueva ética en el marco de nuevas relaciones de producción esta vez sin amos. Y ser capaz, entre otras mil tareas de imaginarlo y construirlo. La realidad aguarda.
 
En su mapa continental, la lucha democratizadora de la Comunicación, también democratizadora de los poderes del Estado y el Gobierno, en transición, apunta un desafío clave de la Democracia que insiste en que la sociedad, sin terminar de salir del capitalismo, arrastra inocultablemente todos sus vicios: en el económico, en el moral y en el intelectual. Eso incluye la anti-democracia con que están infectadas las instituciones gubernamentales tanto como los medios en su interior. Los trabajadores del Estado unidos a todas las nuevas experiencias comunicacionales en Latinoamérica, deben avanzan hacia un plano de contenidos y de práctica cada vez más orientados a la democratización del poder político que garantiza los derechos de los pueblos para hacer más democrático el poder del Estado, en sus manos, y por elevar el nivel de vida a la “máxima felicidad posible”. No son slogans.
 
Pero hay infiltrados. No es noticia que algunos “medios independientes” burgueses, disfrazados de “progres”, hagan su tarea desorganizadora, siembren rentablemente palabrería desorientadora, desalentadora... desmoralizante. Como la SIDE. No es noticia que esos “medios de comunicación”, claramente reaccionarios, auto llamados “independientes” o “autónomos”, con su camuflaje salivoso, hagan tareas desmovilizadoras, anden con sus petardos en la búsqueda de negociar canonjías y se silencien con becas o sueldos. Como la CNN en español. Tampoco es noticia que muchas iniciativas comunicacionales de “izquierda”, más ultras o menos, sean incapaces de sumarse o auspiciar la organización política necesaria para dar una batalla internacionalista, como trabajadores con conciencia de clase, contra toda forma de bloqueo mediático, contra la alienación y en la búsqueda de los lenguajes revolucionarios nuevos. Reina en esos campos el individualismo, el sectarismo y la burocracia. Y los funcionarios del Estado democrático no pueden ser parte del problema sino de la solución que la nueva Democracia construye continentalmente. Eso involucra a jueces, a directivos, a técnicos, a ministros, a asesores, a docentes… a todo aquel que lucha por un Gobierno democrático en serio.
 
Muchos gobiernos, complacientes con esos monopolios, -no pocas veces rehenes suyos- han ideado, históricamente, “leyes” de todo género para garantizar la operación de las estrategias de control inventadas para enajenar a la clase trabajadora. El repertorio de los excesos y canalladas jurídico-políticas cometidas por los “mass media” y los gobiernos cómplices es realmente una monstruosidad. Por otra parte, algunos gobiernos, con vocación democrática, han impulsado leyes e instituciones que, no sin limitaciones, constituyen avances parciales. En general no se toca la “propiedad privada” ni el modo en que se despliega la guerra ideológica burguesa aunque se facilite, en grados diversos, una mayor participación de “medios alternativos y comunitarios”, medios públicos y medios gubernamentales. Grandes avances a paso lento.


El sistema de producción y circulación de noticias que recibe al gobierno de Alberto Fernández es muy diferente, en cuanto a soportes de acceso y rutinas de edición, del que conoció cuando era jefe de Gabinete. La centralidad alcanzada por las plataformas digitales en la última década ilusiona a quienes sostienen la hipótesis de que con un buen desempeño en las redes se puede traccionar la agenda pública. Esa mirada, tan marcospeñista, omite que el experimento de marketing político de Mauricio Macri contó –antes de colapsar por el efecto material de sus políticas- con la militancia fiel de los medios comerciales tradicionales más grandes pero, sobre todo, que las usinas de información y opinión de los entornos digitales reproducen el protagonismo de los principales conglomerados mediáticos. Cambió la forma de acceder a los contenidos y los formatos son novedosos, pero los curadores de las ediciones son los de antaño.


Cuando en su discurso de asunción el presidente Fernández dijo que habrá nuevas reglas de juego en publicidad oficial, pero que era consciente de que estos recursos son esenciales para el sostenimiento de los medios de comunicación, aludía indirectamente a la migración de audiencias e ingresos publicitarios hacia soportes digitales. Basta señalar que en 2003 la conectividad y las comunicaciones interpersonales eran mayormente fijas, y hoy son móviles; que en 2003 Google era apenas un buscador y Facebook no existía, como tampoco Netflix, en su formato actual; que en 2003 la convergencia entre medios y telecomunicaciones estaba en ciernes y la convivencia armónica entre los actores dominantes en ambas industrias era posible; que en 2003 China no disputaba el liderazgo tecnológico global. Cierto: hoy la escena es distinta. Pero ¿qué pasa con los productores de los temas de conversación masiva que ocupan el cotidiano de las y los argentinas/os? ¿Hay allí también una transformación?

Si se repara el liderazgo digital en sitios de noticias y opinión en la Argentina, se advierte que los sitios pertenecientes al Grupo Clarín, sumados, proveen la mayor parte de las noticias y opiniones en circulación. Si se desagregan los medios del Grupo Clarín, la puja es cosa de dos: Clarín e Infobae sostienen un cabeza a cabeza con distintas estrategias y se alejan de La Nación, que mantiene el tercer lugar a pesar de que TN (Grupo Clarín) crece paulatinamente. Detrás, el pelotón del resto del top ten en la disputa por la atención pública está protagonizado por medios del conglomerado dirigido por Héctor Magnetto (La Voz, Olé, Los Andes, Vía País) y otras empresas de los grupos Perfil (que incluye el diario sus revistas y canal NET.TV), Indalo (Ámbito Financiero, Minuto Uno, C5N, Radio10), América (A24, Diario Uno, Radio La Red), Octubre (Página 12, AM750), Crónica (Crónica, BaeNegocios) y El Cronista.

En comparación con cifras de hace un año, los líderes del mercado exhiben un crecimiento de entre el 25% y el 30% en visitantes únicos mensuales, lo que representa un sólido registro que habilita a preguntarse si se trata de una mayor demanda informativa por parte de la sociedad empujada por las elecciones nacionales, o si es parte de la creciente evolución de los usos y consumos noticiosos en plena combinación entre los soportes y formatos tradicionales (en una sociedad donde no todo es blanco/negro y la tv sigue siendo masiva, como muestra Santiago Marino) y los digitales. Esta duda será aclarada en el futuro, comparando varios períodos electorales y no electorales.

Pero sea el aumento de visitantes un fenómeno abultado por la coyuntura electoral o no, lo cierto es que en un país de 44 millones de habitantes los medios más grandes gozan de buena “audiencia” en Internet a pesar de que los argentinos se ubican como uno de los públicos más descreídos sobre las noticias de los medios, en particular de las políticas y de gobierno.

Las métricas de visitantes únicos mensuales reflejan el grado de concentración del sistema de noticias y opiniones (o noticias opinadas) en la Argentina, cuyo emblema es el Grupo Clarín, ya que de los 17 sitios más masivos en información y opinión en Argentina, seis son de su propiedad. Cuatro de los cinco medios online más visitados del país son de Clarín o son socios de Clarín. Si en el registro se añadiera el sitio Cienradios, que agrupa a todas las radios con licencia y las propuestas sonoras digitales del mismo conglomerado, el Grupo Clarín aumentaría más todavía su participación en el conjunto de medios más masivos en Internet.
Más allá de interesantes fluctuaciones según las distintas variables que usan las principales empresas que elaboran rankings de tráfico digital, la tendencia en el liderazgo de medios online luce estable en los últimos años y permite realizar inferencias políticas (acerca de la línea editorial de los medios considerados), sociales (sobre la masividad del consumo digital de información y opinión en el país, que no excluye a los medios tradicionales) y sectoriales (estrategias adoptadas por los medios masivos de la industria periodística).
Al comparar los usos y consumos más masivos de sitios informativos con datos de 2011, se constata por un lado la completa transformación del origen de las interacciones, pasando de artefactos fijos (computadora personal) a dispositivos móviles.  La mayoría de los primeros 17 medios digitales son de capitales nacionales, a diferencia de la estructura de propiedad de la tv, que tiene una alta participación de grupos extranjeros tanto en los canales de aire como en los operadores de tv de pago.

Entre los medios digitales, de enero a octubre de 2019, la cuestionada medición de Comscore, que es referencia para el mercado publicitario (y cuyos números se trabajan en esta nota), arroja que Infobae lideró seis meses y Clarín cuatro. En el último ranking publicado, correspondiente a octubre, Clarín registró 22,9 millones de visitantes únicos entre su cabecera informativa/opinativa y los sitios de varios servicios que le acarrean tráfico, e Infobae 21,8 millones. Si, en cambio, se toman otras mediciones no menos controvertidas como las de Similarweb o Alexa, Infobae es el sitio con mejor desempeño, lo que también ocurriría si en los datos de Comscore se descontaran los dominios de servicios ligados a Clarín.

En efecto, un análisis detallado de la composición del tráfico web relativiza la importancia de Clarín.com, dado que parte de sus visitantes son, en rigor, usuarios de subsitios de servicios como Buscainmueble, Argenprop, Empleos Clarín, Autos Clarín o El Gran DT. Sin estos anabólicos que suman volumen al sitio del diario, éste descendería a niveles algo superiores a los de su socio La Nación, que también acumula como grupo el tráfico de otros productos.
Si sólo se contabilizaran los portales de información y opinión quedaría despejada una cómoda primera posición para Infobae en el mercado. Claro que este análisis conduciría a una reflexión de tipo ontológico, ya que separar los subsitios de servicios del contenido de periodismo y opinión que nutre la web principal de Clarin.com sería el equivalente a quitarle los avisos clasificados o el pronóstico meteorológico a las viejas ediciones del diario papel, que incluía publicidad, información, posicionamientos políticos y servicios en el mismo producto. El periodismo nuca fue noticia pura.



Desde la perspectiva de Clarín y La Nación, sus números son meritorios y por ello el diario fundado por Roberto Noble en 1945 celebra las cifras de octubre: en efecto, ambos periódicos, a diferencia de Infobae, consolidan su masividad a pesar de que implementan el modelo de “muro poroso”. Su estrategia está guiada por la conversión de sus lectores en suscriptores pagos a sus sitios. El acceso arancelado que promueven tiene ciertas licencias (por eso se le llama “muro poroso”) útiles para el objetivo de incrementar su facturación publicitaria a partir del volumen de interacciones y visitas que generan. Ambas empresas permiten atajos a la lectura para quienes no están suscriptos (pueden navegar de incógnito o acceder a través de distintos dispositivos y redes sociales con ciertas restricciones). Las suscripciones son fidelizadas a través de las tarjetas de descuentos “365” y “Club La Nación” y, en ambos casos, rige una franquicia inicial que se reinicia mensualmente y que permite al usuario leer, sin registrarse o pagar, una cantidad variable de notas (entre 10 y 20).

El muro de pago como estrategia no siempre es coherente con el sostenimiento de productos históricamente masivos y generalistas como lo fueron y son Clarín Y La Nación ni, tampoco, con ediciones que no agregan valor a piezas de contenido que se hallan disponibles –casi en los mismos términos- en otros sitios de acceso abierto y gratuito.

Al igual que Infobae, Clarín y La Nación combinan en sus ediciones columnas de análisis, opinión y posicionamiento editorial, con noticias ligeras y espectaculares. Si bien los tres medios incluyen piezas periodísticas más profundas y documentadas, su despliegue y su cuidado editorial se han ido reduciendo en los últimos años.
En el ranking de Comscore, los cinco primeros sitios tienen una línea editorial polarizante y definidamente antikirchnerista (lo que fue bautizado por un ex jefe de redacción de Clarín como “periodismo de guerra”), posicionamiento que resulta matizado, al menos desde las PASO y hasta ahora, cuando opinan sobre el flamante presidente Alberto Fernández (de hecho, uno de los dueños del Grupo América le expresó su apoyo) y otros líderes del peronismo que confluyen junto al kirchnerismo en el Frente de Todos. La contribución sesgada de las empresas líderes del sector a la polarización política y social fue tratada en Letra P por Nadia Koziner y Esteban Zunino. Este panorama es todo un desafío para la comunicación política del nuevo gobierno que, a diferencia de su antecesor, no contará con la adhesión de los principales grupos de medios ni de los conductores y columnistas más conocidos e influyentes en la opinión pública.

Otra arista de interés de la tendencia que revalidan las mediciones de los sitios web de noticias e información es cierta correspondencia con el peso específico que los grupos empresarios que los editan tienen en los medios tradicionales. En efecto, excepto los nativos digitales Infobae (de Daniel Hadad) y El Destape (de Roberto Navarro), el resto de las 17 principales web informativas y de opinión de la Argentina nacieron como la versión digital de empresas de medios tradicionales que, a medida en que fueron consolidándose, lograron mayor autonomía para editar sus propios contenidos y desplegar estrategias independientes en Internet. Sin embargo, hay casos que muestran que, siendo una condición necesaria, no es suficiente con tener una marca consolidada en el sistema tradicional de medios para lograr buenas ubicaciones en el ranking digital: ejemplo de ello es la dificultad de Diario Popular para construir mejores indicadores en la web siendo el tercer diario más vendido del país.

La maduración de las tendencias reseñadas no alcanza para responder el interrogante aún pendiente de resolución acerca de cómo capitalizar la atención de millones de usuarios por los contenidos que fabrican, ya que los ingresos publicitarios son aún insuficientes para sostener estructuras costosas, el modelo de suscripción tiene debilidades objetivas y el de membresía aún no se ha desarrollado en las empresas más grandes del sector.

Con todo, el escenario muestra semejanzas y diferencias con el sistema tradicional de medios, lo que condiciona las estrategias de comunicación masiva, política o no, en la Argentina presente y futura.

Las comunicaciones son importantes pero no urgentes, dicen en el entorno de Alberto Fernández, conscientes de que los intereses cruzados entre los grandes grupos del sector, potencias políticas, incertidumbre regional y acreedores externos condicionarán las decisiones del presidente electo.

Más allá de las intenciones de Alberto Fernández como sucesor Mauricio Macri en la presidencia de la Argentina, son los efectos y sobre todo las urgencias del desastre  socioeconómico de los últimos años, incluido el inédito endeudamiento externo, a lo que
se suma la incertidumbre de una región que es un polvorín, los que impondrán ritmos y prioridades en la agenda de la gestión que, aunque tendría que iniciar el 10 de diciembre, determinará todo el mes y medio de la transición entre administraciones.


Siendo fundamentales como parte de la infraestructura material de cualquier plan de desarrollo socioeconómico, además de influir en las percepciones y comportamientos de la sociedad, las comunicaciones se ubican como un área “importante pero no urgente”, según define uno de los cuadros técnicos más capacitados del peronismo en telecomunicaciones. Visto desde “la oferta”, es decir, desde la agenda de Alberto Fernández, es improbable que en la primera etapa del próximo gobierno haya grandes anuncios o planes en este sector.

Pero “la demanda” impone también su juego. Incluso si, como anticipó Fernández durante la campaña, su intención es no hacer olas en comunicaciones, ya el propio recambio de personal dirigente del Estado supondrá señales explícitas sobre el campo de posibilidades que propone abrir -y cerrar- durante su mandato. Además de las designaciones, el candidato –quien siendo jefe de Gabinete del expresidente Néstor Kirchner gestionó la anulación del contrato de Thales Spectrum por la administración del espectro radioeléctrico en 2003- sabe que lo que haga o deje de hacer en comunicaciones tiene ramificaciones en áreas tan sensibles como la negociación de la deuda externa, las relaciones con China y EEUU o la búsqueda de inversores en otras actividades.

El accionariado y las sociedades que incluyen a las telefónicas que operan en el país y a grandes grupos mediáticos (nacionales y extranjeros) con fuerte dominio de los mercados audiovisual y digital exhiben una red de contactos que son parte del tablero de relaciones prioritarias del gobierno argentino en los años venideros. Más aun teniendo en cuenta el contexto de inestabilidad que padecen varios países de la región.

Por eso, ya el nombramiento de autoridades en el gubernamentalizado ente de las comunicaciones (ENaCom), en la conducción de la estratégica empresa ArSat, en los maltratados medios estatales (Canal 7, Radio Nacional, Agencia Télam, señales audiovisuales) y en la más sigilosa pero siempre discrecional área de comunicación oficial que distribuye la publicidad estatal de la que dependen, en parte, medios medianos y pequeños comerciales en todo el país para costear su funcionamiento, dará indicios concretos de la lectura que Fernández y su equipo hacen de los espasmos que mostró la política pública en las dos primeras décadas de este siglo, de las alianzas con las que proyecta gobernar y de los intereses que procurará conservar.

El tiempo dirá si la lectura y las alianzas resultan eficaces
La estrategia desplegada por Kirchner entre 2003 y fines de 2007, cuando negoció con los pesos pesados de industrias en ese momento divergentes como los medios y las telecomunicaciones, en un marco de gran crecimiento,  funciona como un seductor imán reiteradamente mentado por Fernández y, por ello, el hoy presidenciable le hace guiños al CEO de Clarín, Héctor Magnetto, tras protagonizar su gira española auspiciada por Telefónica (Movistar). Desde aquellos años de veloz recuperación macroeconómica que aseguraba buenos negocios tanto para el Grupo Clarín como para Telefónica, con el entonces jefe de Gabinete como interlocutor para sortear contratiempos, y la actualidad, no sólo se produjo el divorcio entre Cristina Fernández de Kirchner y Clarín (que desde entonces ejerce el periodismo de guerra), además se modificó la raíz de las comunicaciones en el mundo entero.

En 2003 la conectividad y las comunicaciones interpersonales eran mayormente fijas, hoy son móviles; en 2003 Google era apenas un buscador y Facebook no existía, como tampoco Netflix en su formato actual; en 2003 la convergencia entre medios y telecomunicaciones estaba en ciernes y la convivencia armónica entre los actores dominantes en ambas industrias era posible; en 2003 China no disputaba el liderazgo tecnológico global ni, consecuentemente, se había desatado la guerra cuyo ícono es hoy Hwawei a instancias del veto del presidente de EEUU, Donald Trump, a que esta compañía comercie con firmas estadounidenses. En 2003 era impensado que una candidata a la presidencia con grandes probabilidades de encabezar la fórmula demócrata en EEUU tuviese como eje de campaña una propuesta anticoncentración en tecnologías de la información, como la senadora Elizabeth Warren con su promesa de quebrar Facebook.

O sea, la armonía que las condiciones nacionales e internacionales tradujo en la evolución de la cúspide del mercado de las comunicaciones a principios de 2003 ya no existe a fines de 2019. Menos aún después del trato desigual dispensado por el gobierno de Macri a algunos de los operadores más grandes en perjuicio de otros también grandes, que como es lógico creó todavía mayores asimetrías con los medianos y pequeños, tanto de carácter comercial como cooperativo, estatal o comunitario. Hoy los mayores actores de la industria disputan el liderazgo en un contexto global agresivo y predatorio. En la convergencia en comunicaciones, donde el ganador se queda con todo, las políticas públicas deben partir de un buen diagnóstico de las mutaciones tecnológicas, económicas y sociales de las comunicaciones si no quieren condenarse a la ineficacia.

Para un gobierno que deberá lidiar con las consecuencias del tsnunami de deuda, déficit e inflación de la actual política económica, no será sencillo medir las repercusiones y consecuencias que podría tener una decisión doméstica como, por ejemplo, la asignación del espectro que a cuentagotas está devolviendo Telecom según las beneficiosas condiciones que le puso Macri para fusionarse con Cablevisión. No será menor lo que resuelva el próximo gobierno sobre la promesa nunca materializada de esta administración de ampliar las frecuencias que operan las telefónicas y habilitar a operadores regionales: tanto si avanza con esa idea como si la archiva, habrá intereses afectados que, a su vez, podrán afectar al gobierno en otros ámbitos donde están cruzados con otros intereses. Lo mismo ocurre con lo que haga, o deje de hacer, en materia de tributación de las plataformas digitales, de protección de datos personales, de aliento a la producción federal de información y cultura, de inversión en los medios estatales para disputar la atención de la ciudadanía con contenidos de interés relevante. Cada paso que dé será beneficioso para unos y puede ser desfavorable para otros.



La política es cruel: si en campaña se puede juramentar amor a todas y todos, el contexto de retracción económica y convergencia comunicacional obliga a elegir y a ponderar. No todo será posible como lo fue hasta ahora, donde Telefónica le facilitó a Fernández encuentros con las matrices de varios de los principales bancos que operan en la Argentina, mientras el Grupo Clarín le cedió el micrófono en la tarima de su evento anual de exhibición de fortaleza política y negocios corporativos.

Telefónica ya no es dueña de la red Telefé tras la venta a Viacom en 2016, pero sigue tallando fuerte en la economía nacional y regional (al igual que Claro) y, sin olvidar su litigio por la fusión que Macri le obsequió al Grupo Clarín, despliega redes para disputar en desventaja (con relación a Cablevisión-Telecom) los mercados del triple y cuádruple play. Por su parte, el Grupo Clarín no sólo es aquel multimedios que domina desde la producción de papel prensa hasta la grilla de la tv por cable, sino que se ha convertido, gracias a la fusión de 2018, también en el primer proveedor de conectividad a Internet fija y móvil, uno de los dos operadores de telefonía fija y uno de los tres que conforman el cartel de la telefonía móvil. Por añadidura, hoy el conglomerado liderado por Magnetto está en el podio de las mayores compañías del país: su poder no es meramente simbólico. Y como si esto fuera poco, la geopolítica de las redes involucra a grupos de comunicación socios de acreedores externos de la deuda y a las máximas potencias económicas del planeta cuyas inversiones y decisiones resultan críticas para un país con las vulnerabilidades de la Argentina en el marco del polvorín regional de varios países latinoamericanos.

El mundo, ancho y ajeno, dice el refrán. Las comunicaciones son cada vez más globalizadas y reticulares no sólo en su arquitectura y en sus usos sociales sino en sus negocios. Un movimiento en su periferia puede afectar conversaciones sobre cuestiones de urgente resolución. En tanto, la economía recesiva impacta en las grandes compañías (varias de ellas con deudas con compromisos que les será arduo honrar) y amenaza la existencia misma de las medianas y pequeñas. El Estado será convocado más temprano que tarde y deberá desempolvar el traje de socorrista. Difícil que pueda salvar a todos al mismo tiempo.

"El desafío es grande", señaló la flamante presidenta de la agencia nacional de noticias

Oficializan la designación de Bernarda Llorente al frente de Télam
El gobierno nacional formalizó ayer la designación de la periodista Bernarda Llorente como presidenta del directorio de Télam. La agencia estatal de noticias que el gobierno de Cambiemos desarticuló con el despido masivo de 357 trabajadores afronta ahora "el gran desafìo", en palabras de la flamante funcionaria, de su reconstrucción. El nombramiento fue dispuesto a través del decreto 15/2020, publicado en el Boletín Oficial con la firma del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. En el decreto, el Poder Ejecutivo también oficializó la designación de Jorge Meneses como subsecretario de Contenidos Públicos de la Secretaría de Medios y Comunicación Pública de la Jefatura de Gabinete.



"Me encontré con grandes profesionales, que tienen muchas ganas de recuperar el lugar que supo tener Télam, la agencia más importante de América latina y la segunda de habla hispana", evaluó Llorente en diálogo con Página/12 sobre su diagnóstico inicial. "Es una agencia muy destruida en estos cuatro años, y hay ganas de volver a sentir el orgullo de trabajar en Télam, necesidad de reconstruir una mística y de recuperar un periodismo profesional riguroso", destacó, en referencia a la gestión que cumplieron Rodolfo Pousá y Ricardo Cárpena. La periodista llega al cargo con una larga trayectoria en medios, en la dirección artística de Telefe, Radio Del Plata y 360 TV, y también en el programa Dejamelo pensar, que condujo durante cuatro años junto a Claudio Villarruel en la AM 750.

Aunque resta la oficialización de la totalidad del directorio, Llorente ya tiene líneas definidas sobre el rumbo que buscará imprimirle a la agencia. "Me propongo que hagamos entre todos una agencia de estos tiempos, de esta década. El gran desafío de las agencias de noticias de todo el mundo es superar un formato con muchas limitaciones, por la propia evolución tecnológica, de hecho muchas agencias en el mundo desaparecieron, también en nuestro país", analizó. "Aparecen entonces otras necesidades a las cuales responder, tendremos que pensar en una agencia más multimedia, más transversal en la generación y difusión de sus contenidos, para poder llegar a múltuiples audiencias, con múltiples plataformas", aseguró.

La emergencia del pensamiento comunicacional latinoamericano, esa matriz teórica y analítica particular que, de maneras heterogéneas y complejas, sigue haciendo notar su influencia predominante en los actuales estudios de comunicación en la región, tuvo lugar –a partir de mediados de los años sesenta del siglo xx– en el marco de las discusiones acerca del desarrollo de las sociedades de la región, de los supuestos conceptuales que acompañaron a las iniciativas de desarrollo en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y de las críticas que esos supuestos recibieron, especialmente desde la teoría de la dependencia.

Los modelos que conceptualizaban el desarrollo –especialmente en las propuestas emanadas de las agencias de ayuda y la academia norteamericanas– proponían enfoques lineales que establecían etapas que iban desde el subdesarrollo hasta el desarrollo y que equiparaban a las economías de los países pobres con la historia anterior de las de los ricos. En este contexto, las pautas culturales y tradiciones locales sólo podían entenderse como obstáculos a la modernización, con lo que adquiría nitidez el rol esperado por parte de los medios de comunicación: ser eficaces factores de desarrollo, favoreciendo la sustitución de esas pautas culturales tradicionales por los modelos existentes en las sociedades de los países desarrollados.

Estos enfoques lineales recibieron la fuerte crítica de la teoría de la dependencia, que enfatizó las relaciones sistémicas que vinculaban a los países ricos y pobres o, mejor, centrales y periféricos. Al abordar los procesos desde una mirada integral, las cuestiones comunicacionales adquirían una luz diferente, y menos optimista.


En principio, las consecuencias negativas del efecto de demostración suponían el desvío de los recursos, en las sociedades subdesarrolladas, desde las necesidades del desarrollo autónomo a la adquisición de bienes de consumo. Por otra parte, la dependencia no se consideraba una variable externa sino que se proponía analizarla desde la configuración de las relaciones de clase al interior de cada sociedad.

Estos posicionamientos críticos proveyeron el marco en el que se analizó el lugar de los medios de comunicación en las sociedades latinoamericanas y en las luchas por la liberación de esas sociedades, análisis que se enfocó especialmente en el estudio de las estructuras de propiedad de las industrias culturales de la región y en la lectura crítica de los contenidos de esas industrias. Los medios de comunicación ya no se entendieron en estas investigaciones como vectores de desarrollo y cambio social sino, antes bien, como estructuras estratégicas para el mantenimiento del status quo dependiente, abonando la tesis de la penetración o invasión cultural.

Si bien a partir de los años ochenta del siglo pasado estas intervenciones sufrieron a su vez importantes críticas, sus aportes e influencia resultan indudables y merecen el acercamiento que en las ciencias sociales se brinda a los clásicos. Como dijera Jeffrey Alexander al respecto, puede que nuestro conocimiento actual de los fenómenos implicados haya superado en algunos aspectos aquellas intervenciones teóricas e indagaciones empíricas, pero, al considerarlos clásicos, reconocemos que «en ciertos aspectos decisivos, no lo ha conseguido» (1990, p. 46)

(Sandoval, Luis Ricardo
Medios de comunicación, desarrollo y neocolonialismo. En torno a los orígenes del pensamiento comunicacional
latinoamericano
REVCOM. Revista científica de la red de carreras de Comunicación Social, núm. 9, 2019
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto)

Es obvio que, a la luz de las experiencias en los últimos 50 años y la evolución que han tenido los medios masivos de comunicación, que buena parte del éxito o fracaso de la política y del gobierno de Alberto Fernandez en estos próximos cuatro años, será explicada por la relación que establezca con estos y por como, desarrolle una capacidad propia de “comunicar” mas allá de la fuerza neoliberal de las corporaciones que dominan el escenario mediático en el país, la región y la globalización en general.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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