Malvinas, EEUU y OTAN. La lógica Imperial y el nuevo orden del mundo

 

Malvinas – Rusia/Ucranía y la mano del Imperio norteamericano

Otras Guerras, Otras tramas … la misma mentalidad imperial que se alimenta de hambre y muerte.

Rusia y Ucrania en un mundo nuevo

José Natanson, es un periodista, politólogo y escritor argentino especializado en la realidad política latinoamericana. Estudió y se graduó de la Universidad de Buenos Aires como Licenciado en Ciencias Políticas y en Taller Escuela Agencia como técnico en periodismo. Escribe para “Le Monde diplomatique”, edición Cono Sur.

Ubicadas en el corazón de Cupertino, la zona de Silicon Valley que alberga la sede de Apple, Monta Vista High y Lynbrook High son dos de las mejores escuelas públicas de Estados Unidos. Históricamente, el alumnado estaba conformado principalmente por hijos de la elite WASP (White Anglo-Saxon Protestant) que domina los puestos gerenciales de las compañías de alta tecnología de California. Sin embargo, en los últimos años se viene registrando una huida de los niños blancos de ambas escuelas, a punto tal que hoy representan apenas un tercio de la matrícula. La causa, que se repite en establecimientos públicos de primer nivel de ciudades como Nueva York, Los Ángeles o Nueva Jersey, es simple: los estudiantes asiáticos de segunda generación, sobre todo hijos de chinos e indios, los superan. Sintiéndose desplazados, los padres de los chicos blancos prefieren sacar a sus hijos de estas escuelas bien reputadas y trasladarlos a otras, a menudo lejos de sus casas, lo que a veces obliga a mudanzas no deseadas. El argumento es que resultan excesivamente competitivas, sobre todo en materias como ciencias y matemática. “Exigen demasiado a los chicos”, se quejaba una madre que había decidido cambiar a su hijo de escuela, y que defendía la idea de que los chicos también tienen que practicar deportes, salir con amigos, divertirse.i

Esta estrategia familiar de preservación de la supremacía blanca en el orden social y económico no es nueva. En su libro The Chosen: The Hidden History of Admission and Exclusion at Harvard, Yale, and Princeton (Los elegidos: la historia oculta de la admisión y exclusión en Harvard, Yale y Princeton), el sociólogo Jerome Karabel investigó los documentos de ingreso a las universidades de la Ivy League y mostró que, en los años 50, cuando otra “minoría exitosa”, en ese caso la judía, amenazaba con disputar el predominio WASP, el sistema de admisión fue modificado para incluir entrevistas con los aspirantes, que promediaban el mérito académico con una serie de criterios confusos que aludían al compañerismo, el liderazgo y la masculinidad, en los que por supuesto los judíos salían perdiendoii. Igual que ahora con los asiáticos, cuando la elite blanca empezaba a perder decidía cambiar las reglas.

La tendencia funciona como metáfora del sistema económico mundial, sistema al que Estados Unidos, consciente de que ya no le sirve, se dedica a desmantelar pieza por pieza. Aunque las primeras insinuaciones habían comenzado durante la presidencia de Barack Obama, fue Donald Trump quien mejor entendió que el mundo que Washington había creado desde los 90 había dejado de resultar funcional a sus intereses y que había llegado el momento de modificarlo de raíz. Contribuyeron a ello transformaciones activadas por la técnica, como el hecho de que Estados Unidos pasara en pocos años de ser un importador a un exportador neto de hidrocarburos, reduciendo su dependencia energética y permitiéndole retirarse de zonas en otra época cruciales para su supervivencia, como Medio Oriente. Pero lo central fue un cambio en la orientación estratégica: la gran contribución de Trump, su aporte definitivo a la política estadounidense del siglo XXI, fue ubicar a China como el gran contendiente de Estados Unidos, y convencer al establishment, incluyendo al demócrata, de que el futuro del país depende de su capacidad para contener al nuevo adversario en ascenso. Y si esto implica enterrar definitivamente el sueño noventista de un mundo organizado en torno al libre comercio y la democracia, entonces adelante.

Así, Estados Unidos renegoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, firmado por Bill Clinton en el cenit del impulso aperturista, por el T-MEC; abandonó las negociaciones por el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), estableció aranceles al acero y al aluminio, forzó a las empresas estadounidenses a repatriar inversiones e inició una guerra comercial con China que aún no ha concluido.
En el camino, dos eventos de alcance global aceleraron el proceso des-globalizador.

El primero es la pandemia. Al apagar la economía mundial casi de un día para el otro, la pandemia interrumpió los flujos comerciales, puso en jaque los modelos de gestión just-in-time y enloqueció las cadenas de suministros, que se dislocaron para siempre. Y, más importante aun, demostró con la fuerza de los hechos consumados que en el siglo XXI la soberanía no pasa solo por los tanques y los misiles sino también por el control de los recursos y una industria nacional que garantice cierta autosuficiencia. Estados Unidos, por ejemplo, importa dos tercios de los principios activos a partir de los cuales produce sus medicamentos de empresas chinas, es decir de empresas sobre las cuales el Estado de su principal rival estratégico ejerce algún tipo de control. En los momentos más duros del Covid, Argentina no sufrió la falta de respiradores que atormentó a otros países de América Latina simplemente porque disponía de dos fábricas especializadas dentro de sus fronteras (se trata de una tecnología del siglo XX, es decir de la época en que la industria nacional todavía brillaba). En suma, la pandemia demostró que una industria nacional potente, al igual que un complejo de ciencia y tecnología dinámico, constituyen herramientas decisivas para enfrentar los desafíos de un mundo en permanente transformación. Y obliga a revisar viejas ideas: las economías abiertas y globalizadas sufrieron el shock de la crisis en mayor medida que aquellas más protegidas y volcadas al mercado internoiii.

El segundo evento que profundiza el efecto des-globalizador es la guerra de Ucrania. En el corto plazo, porque se redujo el comercio internacional con estos países, que no son menores. Rusia es la principal potencia energética de Europa, alberga algunas de las minas metalíferas más importantes del planeta y es un gran exportador de alimentos (el primer exportador de trigo del mundo, por ejemplo). Ucrania también es un gran productor de alimentos; por su territorio, además, pasan los gasoductos y oleoductos que abastecen a Europa. Si en el corto plazo la guerra acelera el proceso de disolución de los mercados mundiales, la decisión de miles de empresas occidentales de desinvertir en Rusia y las sanciones impuestas por Occidente tienden a desconectar progresivamente al país de la economía global: algunos bancos rusos fueron excluidos de la SWIFT, el rublo ha sido desterrado de las transacciones internacionales y la última Batman no pudo ser estrenada en Rusia por decisión de la Warner.

Esto, a su vez, afecta al dólar. Las sanciones contra Rusia incluyeron la inmovilización de 300.000 millones de dólares de reservas depositados en el extranjero, como en su momento ocurrió con Irán, Siria y Afganistán, que desde el regreso del Talibán al poder busca recuperar 9.400 millones de dólares depositados en la Reserva Federal de Estados Unidos, y con Venezuela, que aún no pudo repatriar el oro retenido en el Banco Central de Inglaterra. El efecto paradójico es que esto está produciendo una revisión de las estrategias de acumulación de reservas y resguardo de valor de los países no occidentales que profundiza la tendencia a la des-dolarización de la economía global: la participación del dólar en las transacciones internacionales pasó del 60,2% al 46,7% entre 2014 y 2020 iv.


Como señaló Ignacio Ramonet v, una de las consecuencias de este nuevo escenario es la creciente dependencia de Rusia respecto de China, que adquiere una capacidad hegemónica sobre ese país. No deja de resultar significativo que Putin ordenara la invasión a Ucrania después de una reunión con Xi Jinping y una vez que finalizaron los Juegos Olímpicos de Invierno, la gran apuesta de propaganda china para la era pos-Covid.

Mientras Rusia se recuesta cada vez más en China, el bando occidental avanza en una novedosa unidad, que permitió coordinar en tiempo récord las sanciones y revitalizar la OTAN superando las diferencias entre las posiciones más duras de los países anglosajones y las más contemporizadoras de Francia y Alemania. Incluso Turquía, atlantista semi-díscola que venía coqueteando con Moscú, participó del envío de armas a Ucrania y cerró el paso del Bósforo y de los Dardanelos a los barcos de guerra rusos. Significativamente, los líderes europeos cercanos a Putin, de la ultraderechista francesa Marine Le Pen al primer ministro húngaro Viktor Orbán, se alinearon con la estrategia occidental. También significativamente, casi ningún país no occidental se sumó a las sanciones contra Rusia.

La imagen de dos bloques enfrentados –el marco comprensible de una nueva Guerra Fría– resulta tentadora; pero es engañosa. Que el orden liberal nacido de la caía del Muro de Berlín se esté desintegrando no significa que vaya a ser reemplazado por un conflicto como el del siglo pasado. A diferencia de lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las economías de las órbitas americana y soviética funcionaban en paralelo, hoy la interdependencia de China (y en general de Asia) con el mundo occidental es total. De hecho, los principales socios comerciales de China son justamente sus adversarios geopolíticos: Japón, Estados Unidos, la Unión Europea y… Taiwán. En una mirada general, China es hoy el primer socio comercial del 70% de los países del mundovi: sancionarla, aislarla o desengancharla es sencillamente imposible.

Pero esto no quiere decir que no haya un trasfondo político-ideológico detrás de la guerra en Ucrania y del conflicto más general entre China y Estados Unidos. En un contexto de declive de la hegemonía estadounidense, asistimos a un regreso de ideas y categorías –nacionalismo y nación, religión y pueblo, guerra cultural y valores– que la ilusión de un orden liberal eterno parecía haber superado. La misma escritura de este editorial me lleva a recurrir a palabras, como “occidental”, que antes no utilizaba. Son ejemplos de este nuevo clima de época el hinduismo anti-musulmán de Narendra Modi, el giro islamista de Recep Tayyip Erdogan, coronado con la reconversión de Santa Sofía en mezquita, la impronta evangélica de la derecha bolsonarista y de las extremas derechas centroamericanas, y el nacionalismo blanco, también de fuerte apelación religiosa, de Donald Trump, que ve en Putin más un aliado para su guerra contra el multiculturalismo que un enemigo, a punto tal que Tucker Carlson, presentador estrella de Fox News, sigue defendiendo a Rusia en el noticiero de mayor rating de la televisión norteamericana.

Como escribió el periodista Jeremy Cliffe en The New Statesmanvii, es necesario poner a la guerra en el contexto de un regreso del nacionalismo del viejo estilo y de la idea de Samuel Huntington de un choque de civilizaciones. Recordemos que uno de los ejes del conflicto entre Ucrania y Rusia fue la ley, que comenzó a aplicarse poco después de la llegada de Volodimir Zelenski al poder, que prohíbe utilizar el ruso en los documentos oficiales, la industria del espectáculo y la vía pública viii. Cuestionada por la Comisión de Venecia del Consejo Europeo, la norma establece la obligatoriedad de que en los medios de comunicación impresos en ruso publiquen la traducción al ucraniano… pero no obliga a hacer lo mismo si el idioma original es inglés o francés. La inesperada resistencia ofrecida por el Ejército ucraniano a las tropas rusas es una reacción nacionalista, que profundiza el proceso de construcción de una ucraniedad en clave anti-rusa que había comenzado con la Revolución Naranja y el Euromaidán.

Recapitulemos antes de concluir.

La pandemia y la guerra en Ucrania pusieron fin a la etapa de globalización abierta en los 90. Toda una era se está desmoronando delante de nuestros ojos, una situación en muchos aspectos similar a la de 1914, cuando otro conflicto armado, el que empezó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, terminó con la etapa de la primera globalización. Obsesionado con la lengua, la religión y los territorios, Putin parece por momentos un líder de otro siglo. La pregunta es si eso lo convierte en un cavernícola trasnochado o en alguien que entendió hacia dónde sopla el viento.

Guerra y Censura

Felipe Celesia, Nació en Buenos Aires en 1973. Es periodista desde 1990 y escribió los libros La ley y las armas. Biografia de Rodolfo Ortega Peña (2007), Firmenich (2010), La Tablada (2013), La Noche de las Corbatas (2016) y La muerte es el olvido (2019). Escribe en Telam.

La Junta Militar elaboró días después del 2 de abril un "Plan de Comunicación Social para la Recuperación de las Malvinas", cuyo objetivo era "neutralizar" todas información negativa que afectara los objetivos "políticos y militares" de la reconquista.

Para la Junta Militar, el control social a través de la propaganda era un imperativo porque la recuperación de las islas había estado precedida de una creciente dinámica de protestas por la situación económica que alcanzó su cenit en la marcha
"Pan, Paz y Trabajo".

El 30 de marzo, la CGT conducida por Saúl Ubaldini, convocó a una concentración bajo esa consigna ecuménica que desbordó la Plaza de Mayo de trabajadores y ciudadanos hartos del gobierno militar.

La movilización terminó con represión y detenidos pero pese a ello, tres días después, una multitud celebró con el presidente de facto Leopoldo Galtieri la noticia de que las Malvinas habían sido recuperadas.



En ese contexto de efervescencia social y reclamos cada vez más audaces del sindicalismo, la Junta elaboró una estrategia de comunicación que eclipsara las protestas y elevara el apoyo a la iniciativa bélica.

"La maniobra psicológica instrumentada en base a noticias falsas o distorsionadas estaría alcanzando éxitos parciales, ya que se observa en algunos sectores una duda creciente sobre la oportunidad del operativo de recuperación argentina y sobre los daños materiales y vidas que puede causar una agresión de la Flota inglesa (sic)", señaló el plan elaborado por la Junta al que tuvo acceso Télam.

Firmado por el contraalmirante Salvio Olegario Menéndez -reclamado luego por la justicia española por delitos de lesa humanidad cometidos en la ESMA-, el plan evaluó que "hasta el momento (8 de abril) la actitud de los medios privados del país si bien es de total apoyo a las políticas y acciones del Gobierno Nacional, preocupa por los espacios destacados que dedica a informaciones alarmistas provenientes de Europa".

Por esa "preocupación" sobre la cobertura del conflicto, la administración de facto propuso que "el Estado Mayor Conjunto (conducción de las Fuerzas Armadas), en coordinación con la Secretaría de Información Pública, centralizará, planificará y desarrollará una intensa acción de comunicación social a fin de apoyar los objetivos políticos y militares de la Junta".

Básicamente, el jerarca de la inteligencia militar y ex subdirector de la ESMA propuso "neutralizar toda información negativa que provenga del exterior a través de una armónica tarea de comunicación social".


La
"información negativa" no era solo militar, desde principios de la década el Banco Central venía perdiendo reservas a niveles alarmantes y la conducción económica tomaba decisiones que licuaban los salarios de trabajadores y ahorristas.

Una de esas medidas antipopulares fue la
circular 1050 que autorizó el ministro de Economía de entonces, José Martínez de Hoz, para que los préstamos hipotecarios se actualizaran a valores de mercado, lo que fundió a miles de ahorristas y pequeños comerciantes.

No obstante las inequidades que los argentinos experimentaban en su economía cotidiana, la Junta suponía que "el accionar psicológico sobre la opinión pública nacional puede ejecutarse en forma centralizada y dirigida, según las necesidades nacionales en el terreno armado o de la negociación".

La Junta pretendía que las transmisiones desde el frente mostraran "aspectos que destaquen la vida normal de las islas" y los "logros" de las fuerzas argentinas.

Con esa lógica de límites a la expresión, la Junta había prohibido días antes del 2 de abril las películas "El pueblo contra Alice Cooper" y "Pixote", del argentino Héctor Babenco, que trataba sobre un niño que luchaba por sobrevivir a la pobreza y la marginalidad en Brasil.

"Todos los programas a emitir serán previamente grabados y autorizada su difusión total o parcial por los interventores de los medios oficiales", sentenciaba el contralmirante Menéndez dentro de esa estrategia de censura.

Este plan de control mediático se difundió una semana después del desembarco argentino en Puerto Argentino, cuando el Reino Unido hacía sus aprestos militares, y los combates que definieron el conflicto todavía estaban lejos.

Sí estaba claro para los militares en aquel momento que no permitirían que los corresponsales extranjeros ingresaran a las islas, "especialmente agencias de noticias", que por su capacidad de difusión mundial podían complicar el apoyo social.

La Junta entendía que conducir la comunicación del conflicto era una "necesidad" para evitar "la difusión de noticias alarmistas procedentes del exterior" pero contemplaba excepciones cuando la eventual noticia fuera "aprobada por el interventor del medio y sea presentada con un comentario que la minimice o neutralice".

La recuperación de las islas tuvo como objetivo retomar, a través de un anhelo histórico, la iniciativa política perdida a manos de la "Multipartidaria", que reunía a los principales partidos políticos, y a las conducciones sindicales combativas.

Los militares detectaban que su poder venía menguando y el de la sociedad civil aumentando y sabían que esa dinámica no desembocaría en nada bueno sino recuperaban la iniciativa y la gobernabilidad; fue entonces que desempolvaron el viejo proyecto de recuperar las Malvinas por la fuerza.

Telam y la dictadura

El coronel de Piano, interventor en Chubut, represor en Bahía Blanca y director de Télam

El interventor militar de la agencia Télam durante el conflicto del Atlántico Sur, Rafael Benjamín de Piano, también interventor de facto de la provincia de Chubut, fue procesado en 2007 por delitos de lesa humanidad cometidos mientras fue jefe de operaciones del V Cuerpo de Ejército en Bahía Blanca.

En el amanecer del 24 de marzo de 1976, el entonces coronel de Piano juró por Dios y la Patria como interventor militar de Chubut, dentro de la casa de gobierno que fuerzas combinadas del Ejército y la Armada habían tomado por la fuerza horas antes.

Según describen las crónicas de la época, de Piano juró ante el escribano general de Gobierno, Francisco Gómez, y frente a varios civiles, entre ellos Néstor González, secretario privado del gobernador derrocado Benito Fernández.


De Piano tenía entonces 50 años y una carrera exitosa en el Ejército: egresado del Colegio Militar como subteniente de Artillería, luego fue destinado al Regimiento 2 de Artillería de Azul y se especializó en blindados.

A fines de 1972, ya como oficial del Estado Mayor, fue ascendido a coronel y nombrado como segundo Comandante de la IX Brigada de Infantería en Comodoro Rivadavia, lo que le significaría que le encargaran la intervención militar de la provincia con el golpe de 1976.

Un año después, fue designado como jefe de Operaciones del V Cuerpo de Ejército, en Bahía Blanca, y en febrero de 1978 el propio presidente de facto, Jorge Rafael Videla, lo aupó como secretario general del efímero Ministerio de Planeamiento, creado por los militares para ocuparse de la obra pública.

El coronel de Piano llegó a Télam en 1978, también destinado por el dictador Videla, y se mantuvo allí hasta tres meses antes de la restauración de la democracia en 1983.

Su gestión fue la que adquirió el edificio que la agencia aún conserva en Bolivar al 500, en el barrio porteño de Montserrat, y que se vio enturbiada por la venta de fotos de los enviados de Télam a las Malvinas.

El mismo de Piano confesó el 5 de mayo de 1982, ante la Comisión Rattenbach que investigó las responsabilidades en Malvinas, que las fotos que obtenían los fotoperiodistas de la agencia se vendían "a 500 y 1.000 dólares" en una suerte de mercado negro que se había montado en el lobby del Hotel Sheraton, que era donde se alojaban los corresponsales extranjeros.

El circuito de las fotos contemplaba que la imagen aprobada en la isla salía en avión a Comodoro, de allí a Buenos Aires también por vía aérea directo al Estado Mayor Conjunto que, luego de "evaluarlas", las trasladaba a Télam para que se difundiera.

De Piano deslindó sus responsabilidades sobre esa venta ilícita, pero aceptó que en algún punto del traslado, las imágenes eran robadas para venderlas a las agencias internacionales.

En 2007, la justicia reclamó a de Piano por los delitos de lesa humanidad perpetrados mientras se desempeñó como jefe de Operaciones del V Cuerpo de Ejército, en Bahía Blanca.

Luego de la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, se reabrieron los procesos contra los represores del V Cuerpo, entre ellos de Piano, que firmó un comunicado publicado en La Nueva Provincia que daba cuenta de la muerte de cuatro supuestos guerrilleros en un enfrentamiento fraguado.

Hacia un “Nuevo Orden Mundial”

El Nuevo Orden Mundial que nos preparan con el pretexto de la guerra en Ucrania

Thierry Meyssan, Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las "primaveras árabes" (2017). Escribe en el blog “RedVoltaire

La operación militar de Rusia en Ucrania comenzó hace un mes. Pero las operaciones ‎de ‎propaganda de la OTAN están en marcha desde hace mes y medio. ‎

Como siempre, la propaganda de guerra de los anglosajones se coordina ‎desde Londres. ‎Los británicos han adquirido –desde la Primera Guerra Mundial– una experiencia ‎sin precedente ‎en ese campo. En 1914, Londres logró convencer a su población de que el ‎ejército alemán había ‎violado mujeres masivamente en Bélgica y de que cada británico estaba en ‎el deber de acudir ‎en ayuda de aquellas pobres mujeres. Aquello era más convincente que tratar ‎de explicar que ‎el Káiser Guillermo II estaba tratando de rivalizar con el Imperio colonial inglés. ‎Al final del ‎conflicto, la población británica exigió que las víctimas fuesen indemnizadas. ‎Se procedió ‎entonces a contabilizarlas y resultó que se había exagerado extraordinariamente ‎lo que ‎realmente había sucedido.‎

Esta vez, en 2022, los británicos han logrado convencer a los europeos de que, el 24 de ‎febrero, ‎los rusos atacaron Ucrania para ocuparla y anexarla. Según esa versión, Moscú estaría ‎tratando ‎de reconstituir la Unión Soviética y se dispondría a atacar una tras otra sus ‎antiguas ‎‎“posesiones”. Claro, esta versión es para los occidentales más honorable que hablar de ‎la ‎‎«trampa de Tucídides», la cual mencionaré más adelante.‎

En realidad, el 17 de febrero, las tropas de Kiev atacaron a la población del Donbass. ‎Después, ‎Ucrania agitó un pañuelo rojo ante el toro ruso con el discurso del presidente Volodimir ‎Zelenski ‎ante los dirigentes políticos y militares de la OTAN reunidos en Munich. Zelenski anunció ‎allí que ‎su país se dotaría del arma atómica ante Rusia. ‎

Si no me cree, estimado lector, aquí van los reportes de la Organización para la Seguridad y ‎la ‎Cooperación en Europa (OSCE). Hacía ‎meses ‎que no había combates en el Donbass, pero los observadores de la OSCE reportaron –‎a partir de ‎la tarde del 17 de febrero– 1400 explosiones diarias. Inmediatamente, las provincias ‎rebeldes de ‎Donetsk y Lugansk –que seguían considerándose ucranianas aunque reclamaban la ‎autonomía en el ‎seno de Ucrania– evacuaron a más de 100 000 civiles para protegerlos de la ‎lluvia de fuego ‎desatada por las tropas de Kiev. La mayoría de esos civiles se replegó hacia el ‎interior del ‎Donbass y otros huyeron hacia Rusia. ‎

En 2014 y 2015, cuando se produjo la guerra civil entre Kiev, por un lado, y Donetsk ‎y Lugansk ‎del otro lado, los daños humanos y materiales eran una cuestión interna de Ucrania. ‎Pero, a partir ‎de entonces, prácticamente toda la población del Donbass se planteó la posibilidad ‎de emigrar y ‎adquirió la nacionalidad rusa. Por consiguiente, los bombardeos que Kiev inició el 17 ‎de febrero ‎en el Donbass fueron un ataque contra rusos ucranianos. Y Moscú acudió en ayuda de ‎sus ‎ciudadanos a partir del 24 de febrero. 


La cronología de los hechos es indiscutible. No fue Moscú sino el gobierno de Kiev quien ‎quiso ‎esta guerra, aun sabiendo el precio –previsible– que tendría para Ucrania. El presidente ‎Zelenski ‎puso deliberadamente a su pueblo en peligro y sobre él recae –sólo sobre él– la ‎responsabilidad ‎de lo que hoy sufren los ucranianos. ‎

¿Por qué actuó así Zelenski? Desde el inicio de su mandato, Volodimir Zelenski mantuvo el ‎apoyo ‎del Estado ucraniano –apoyo iniciado por su predecesor Petro Porochenko– a las ‎malversaciones ‎de fondos que cometían sus padrinos estadounidenses y también mantuvo el ‎respaldo a los ‎extremistas de su país –los “banderistas”. El presidente ruso Vladimir Putin calificó ‎a los primeros ‎de «banda de drogadictos» y a los segundos de «neonazis» ix. ‎

Además, Volodimir Zelenski no sólo declaró públicamente que no quería resolver el conflicto ‎en ‎el Donbass aplicando los Acuerdos de Minsk –acuerdos que Ucrania firmó en su momento– ‎sino ‎que también prohibió a sus conciudadanos hablar ruso en las escuelas y en las ‎administraciones –‎a pesar de que al menos la mitad de los ucranianos hablan ruso en su vida ‎diaria. Peor aún, el 1º ‎de julio de 2021, Zelenski firmó una ley racial que de hecho excluye a los ‎ucranianos de origen ‎eslavo del ejercicio de los derechos humanos y las libertades fundamentalesx. ‎

El ejército ruso penetró inicialmente en territorio ucraniano no desde el Donbass sino ‎desde ‎Bielorrusia y Crimea, destruyó las instalaciones militares ucranianas que la OTAN ya ‎venía ‎utilizando desde hace años, arremetió contra los regimientos banderistas y ahora ‎está ‎dedicándose a eliminar esos regimientos en el este de Ucrania. Los propagandistas ‎de Londres y ‎sus casi 150 agencias de comunicaciónxi aseguran ahora que, luego de ser rechazado por la ‎gloriosa resistencia de los ucranianos, ‎el ejército ruso ha renunciado a su objetivo inicial, que sería ‎tomar Kiev. ‎

Pero el presidente Putin nunca dijo, ¡absolutamente nunca!, que Rusia tomaría Kiev, derrocaría ‎al ‎presidente Zelenski u ocuparía el país. Al contrario, Putin siempre recalcó que sus objetivos ‎de ‎guerra eran «desnazificar Ucrania» y eliminar los arsenales de armamento extranjero ‎‎(de ‎la OTAN) acumulado en el país. Eso es exactamente lo que está haciendo el ejército ruso. ‎

La población ucraniana está sufriendo. Otra vez comprobamos que la guerra es cruel y ‎que ‎siempre mueren inocentes. Pero no nos decían eso cuando las tropas de potencias ‎occidentales ‎arrasaban Faluya, por ejemplo. Hoy la propaganda manipula nuestras emociones y, ‎como ‎nadie habló de los bombardeos ucranianos iniciados contra el Donbass el 17 de febrero, ‎la ‎opinión pública de Occidente responsabiliza a los rusos y los califica erróneamente ‎de ‎‎«agresores». ‎

Pero, independientemente de toda la compasión que podamos sentir, el sufrimiento del ‎alguien ‎no demuestra que tenga razón. De hecho, los criminales sufren como los inocentes. ‎

Ucrania se dirigió a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) –el tribunal interno de la ONU– y ‎esta ‎ordenó a Rusia, el 16 de marzo, poner fin a las operaciones y retirar sus tropasxii. Sin embargo, ‎como acabo ‎de demostrar más arriba, el Derecho da la razón a Rusia. ‎

¿Cómo es posible que se haya llegado a manipular la Corte Internacional de Justicia? ‎Ucrania ‎refirió el hecho que el presidente Putin había declarado, en su discurso sobre la ‎operación militar ‎especial rusa, que las poblaciones del Donbass eran víctimas de un ‎‎«genocidio». Ucrania negó ‎ese «genocidio» y acusó a Rusia de haber utilizado indebidamente ‎ese argumento. ‎

En derecho internacional, la palabra genocidio ya no designa la erradicación de una etnia sino ‎una ‎masacre coordinada por un gobierno. Durante los 8 últimos años entre 13 000 y 22 000 ‎civiles ‎fueron asesinados en el Donbass –Kiev afirma que fueron 13 000 y según las estadísticas ‎de ‎Moscú en realidad son 22 000. Rusia, que envió a la CJI un alegato escrito, señala ‎que ‎su operación militar no se basa en la Convención para la Prevención y la Represión del ‎Crimen de ‎Genocidio sino en el Artículo 51 de la Carta de la ONU, que autoriza el uso de la fuerza ‎en caso de ‎legítima defensa –lo cual el presidente Putin ya había mencionado en su discurso. ‎Pero la CIJ ‎aceptó como bueno el desmentido de Ucrania… sin proceder a ninguna verificación y ‎concluyó ‎que Rusia había utilizado injustificadamente la mencionada Convención.

Como Rusia ‎no había ‎creído necesario el envío de representantes y se había limitado a enviar su defensa ‎por escrito, ‎la CIJ aprovechó la ausencia física de representantes rusos para imponer a la ‎Federación Rusa una ‎decisión aberrante. Segura de estar en su derecho, Rusia se negó a aceptar ‎la decisión y reclama ‎ahora una conclusión sobre el fondo de la cuestión, conclusión que ‎no se presentará antes de finales ‎de septiembre.‎

Después de haber visto esto, sólo es posible entender la duplicidad de ‎los occidentales ‎si ponemos los acontecimientos en contexto.

Hace una decena de años que los politólogos estadounidenses nos dicen que el ‎incuestionable ‎ascenso de Rusia y de China desembocará inevitablemente en una guerra. ‎Esa afirmación ‎se basa en un concepto creado por el politólogo Graham Allison: la «trampa de ‎Tucídides» xiii. ‎Con ‎ese concepto, Graham Allison toma como referencia las guerras del Peloponeso que ‎tuvieron ‎lugar en el siglo IV a.n.e entre Esparta y Atenas. El estratega e historiador ateniense ‎Tucídides ‎analizaba que la guerra se había hecho inevitable cuando Esparta, que dominaba ‎Grecia, comprendió ‎que Atenas estaba conformando en el exterior un imperio que la llevaría a ‎cuestionar la ‎hegemonía espartana. Aunque parece lógica, esa analogía es falsa. Basta recordar ‎que Esparta y ‎Atenas eran ciudades-Estados griegas vecinas mientras que Estados Unidos, Rusia ‎y China ‎ni siquiera comparten la misma cultura. ‎

Por ejemplo, China rechaza la proposición de competencia comercial del ‎presidente ‎estadounidense Biden. Y es que China tiene su propia tradición de establecer una ‎relación en ‎la cual todos salgan ganando, lo que ha dado en llamarse «win win». Pero cuando ‎China ‎propone ese tipo de relación no se refiere simplemente a contratos comerciales ‎provechosos ‎para ambas partes sino a su propia historia. Veamos.‎

La población de la «Nación del Centro», así ‎designan los chinos a su país, es extremadamente ‎numerosa y su territorio es muy vasto. Desde ‎la época de la China imperial, eso hacía que ‎el emperador se viera obligado a delegar gran parte ‎de su autoridad –incluso hoy China es el país ‎más descentralizado del mundo. Cuando ‎el emperador emitía un decreto podía suceder que ‎aquella medida, útil para ciertas provincias, ‎no tuviese consecuencias prácticas para otras. Pero ‎el emperador tenía que ‎asegurarse de cada gobernador local pusiera en aplicación su decreto, ‎en vez de ignorarlo por ‎considerar que no era importante para su provincia. En aras de preservar ‎su autoridad, ‎el emperador otorgaba entonces alguna concesión extra a quienes pudiesen ‎no tener un interés ‎particular en aplicar el decreto imperial y así garantizaba que aquellos ‎gobernadores estuviesen ‎siempre interesados en respetar su autoridad. ‎

Desde el inicio de la crisis ucraniana, China, más que limitarse a mantener una posición ‎de ‎no alineamiento, ha protegido a su aliado en el Consejo de Seguridad de ‎la ONU. ‎Erróneamente, Estados Unidos temió que China proporcionase armamento a Moscú. ‎Pero eso ‎no ha sucedido nunca. China observa el desarrollo de los acontecimientos y se basa en ‎esa ‎experiencia para saber lo que podría suceder si ella misma tratara de recuperar ‎Taiwán. ‎Resultado: Pekín ha declinado cortésmente las proposiciones de Washington. Pekín actúa ‎con una ‎visión de largo plazo y sabe, por experiencia, que si permite que Rusia sea ‎destruida ‎los occidentales no tardarán en volverse nuevamente contra China. La propia China ‎sólo puede ‎salvarse si se mantiene junto a Rusia, aunque tenga algún día que reclamarle la ‎Siberia. ‎

Volvamos ahora a la «trampa de Tucídides». ‎

Rusia sabe que Estados Unidos quiere sacarla de la escena y está previendo una ‎eventual ‎invasión/destrucción. El territorio de Rusia es inmenso pero su población, en relación ‎con ‎su enorme superficie geográfica, no es numerosa, lo cual dificulta su defensa. Desde ‎el siglo ‎XIX, Rusia ha sabido defenderse evadiendo al enemigo. Cuando Napoleón –en el siglo ‎XIX– y ‎Hitler –en el siglo XX– la invadieron, Rusia desplazó su población hacia el este y quemó ‎sus ‎propias ciudades antes de la llegada del invasor. Los invasores se vieron así en la ‎imposibilidad de ‎aprovisionar sus tropas, tuvieron que enfrentar el invierno sin lo necesario y ‎finalmente se vieron ‎obligados a retirarse. Esa estrategia defensiva de “tierra quemada” ‎funcionó porque Napoleón y ‎Hitler no tenían bases logísticas cerca de Rusia. ‎


Hoy en día, la Rusia moderna sabe que el almacenamiento de armamento estadounidense ‎cerca ‎de sus fronteras –en el centro y el este de Europa– conspira contra su estrategia defensiva. ‎Es ‎por eso que, en el momento de la disolución de la URSS, Rusia precisó que ‎la OTAN ‎nunca debería extenderse hacia el este. Conocedores de la Historia, el presidente ‎francés ‎Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl, exigieron entonces a sus ‎aliados ‎occidentales que aceptaran ese compromiso. Durante la reunificación alemana, ‎redactaron y ‎firmaron un tratado que garantizaba que la OTAN nunca cruzaría la línea Oder-‎Neisse, o sea la ‎frontera germano-polaca. ‎

Rusia obtuvo que ese compromiso quedara registrado en las declaraciones de la OSCE ‎emitidas ‎en Estambul (1999) y en Astaná (2010). Pero Estados Unidos violó ese principio
en 1999 (incorporación de Chequia, Hungría y Polonia a la OTAN),
en 2004 (incorporación de Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia),‎
en 2009 (incorporación de Albania y Croacia),‎
en 2017 (incorporación de Montenegro) y, más recientemente,
en 2020 (incorporación de Macedonia del Norte). ‎

El problema no es que esos países se hayan aliado a Washington sino que almacenan ‎armamento ‎estadounidense en sus territorios. Nadie critica que esos Estados hayan escogido sus ‎aliados, ‎lo que Moscú les reprocha es que están sirviendo a Estados Unidos como bases en ‎la ‎preparación de un ataque contra Rusia. ‎

En octubre de 2021, la “straussiana” Victoria Nuland xiv, número 2 del ‎Departamento ‎de Estado, viajó a Moscú para intimar a Rusia a aceptar el despliegue de ‎armamento ‎estadounidense en el centro y el este de Europa. Comenzó prometiendo que ‎Washington ‎invertiría en Rusia. De las promesas la señora Nuland pasó a las amenazas y, como ‎Moscú ‎mantenía su posición, concluyó que Washington pondría al presidente Putin ante un ‎tribunal ‎internacional. Después de ponerla a ella en la calle, Moscú respondió –el 17 de diciembre– ‎enviando a ‎Washington una proposición de tratado que garantizaría la paz sobre la base del ‎estricto respeto ‎de la Carta de las Naciones Unidas. Y esa es la causa de la tormenta actual ‎porque respetar la ‎Carta de la ONU –basada en el principio de la igualdad y la soberanía de ‎los Estados– implicaría ‎tener que reformar la OTAN, cuyo funcionamiento establece ‎precisamente una jerarquía entre ‎los países miembros de esa alianza bélica. Atrapado en la ‎‎«trampa de Tucídides», ‎Estados Unidos fomentó los actos que llevaron a la actual guerra ‎en Ucrania. ‎

La manera de actuar de los anglosajones ante la crisis ucraniana encuentra toda su lógica ‎si ‎admitimos que su intención excluir a Rusia de la escena internacional. No tratan de ‎rechazar ‎militarmente al ejército ruso, tampoco tratan de coartar la acción del gobierno ruso sino ‎que ‎están empeñados en hacer desaparecer toda huella de la cultura rusa en Occidente. Y ‎de paso, ‎debilitan a… la Unión Europea. ‎

Comenzaron congelando los bienes de los oligarcas rusos en Occidente –medida que la ‎población ‎rusa aplaude porque considera que esos individuos se enriquecieron ilegalmente con el ‎saqueo de ‎la Rusia postsoviética. Después, los anglosajones impusieron a las empresas ‎occidentales el cese ‎de sus actividades en Rusia. Siguieron adelante cortando la comunicación ‎entre los bancos rusos y ‎los bancos occidentales a través del sistema SWIFT. Pero, si bien los ‎bancos rusos se ven ‎duramente afectados por esas medidas –que sin embargo no afectan al ‎gobierno ruso–, ‎lo interesante es que el cese de la actividad de las empresas occidentales ‎en Rusia en realidad ‎está beneficiando a Rusia al permitirle recuperar sus inversiones a ‎bajo costo. ‎

Por cierto, la Bolsa de Moscú, que estuvo cerrada desde el 25 de febrero –el día siguiente al ‎inicio ‎de la «operación militar especial» en Ucrania– hasta el 24 de marzo, registró una ‎fuerte ‎progresión en cuanto reinició sus operaciones. El índice RTS retrocedió el primer día en ‎un ‎‎4,26%, pero ese es el índice que mide principalmente valores especulativos.

En cambio, el ‎índice ‎IMOEX, que mide la actividad económica nacional, registró un alza de 4,43%. ‎Los verdaderos ‎perdedores resultan ser los países miembros de la Unión Europea, que cometieron ‎la estupidez de ‎adoptar las «sanciones» contra Rusia. ‎

Ya en 1991, Paul Wolfowitz, otro “straussiano”, escribía en un informe oficial que ‎Estados Unidos ‎tenía que impedir que alguna potencia lograra desarrollarse hasta convertirse en ‎un competidor ‎para la gran potencia estadounidense. En aquella época, la URSS estaba en ruinas ‎y Wolfowitz ‎designó a la Unión Europea como el rival potencial que Estados Unidos tendría que ‎abatirxv. ‎

Y eso fue exactamente lo que el propio Wolfowitz hizo en 2003, cuando se convirtió en ‎el ‎segundo personaje más importante del Pentágono. Paul Wolfowitz prohibió que ‎Alemania ‎y Francia pudiesen participar en la reconstrucción de Irak xvi. De eso hablaba también Victoria ‎Nuland, en 2014, cuando ‎instruyó al embajador estadounidense en Kiev «¡Que le den por ‎el culo a la Unión Europea!» xvii

Ahora, en 2022, Washington ordena a la Unión Europea poner fin a sus compras de ‎hidrocarburos ‎rusos. Si la UE se pliega a ese dictado, Alemania se irá a la ruina, y con ella el resto de la Unión ‎Europea. Eso no sería un “daño colateral” sino el resultado de una estrategia ‎estructurada y ‎claramente expresada en Washington hace 30 años. ‎

Lo principal para Washington es excluir a Rusia de todas las organizaciones internacionales. ‎Ya ‎logró excluirla del G8 en 2014. El pretexto entonces no era la independencia de ‎Crimea ‎‎–independencia que la población de Crimea ya reclamaba desde la disolución de ‎la URSS, ‎meses antes de que Ucrania fuese independiente– sino la incorporación de esa península ‎a la ‎Federación Rusa.

Ahora, en 2022, la crisis alrededor de Ucrania sirve de pretexto para tratar ‎de ‎excluir a Rusia del G20. Ante esa pretensión, China señaló inmediatamente que nadie puede ‎ser ‎excluido de un foro informal que ni siquiera tiene estatutos de membresía xviii. Pero ‎no importa, ‎el presidente estadounidense Joe Biden volvió a la carga sobre ese tema el 24 y el ‎‎25 de marzo, ‎mientras se hallaba en Europa. ‎

Washington también multiplica los contactos para excluir a Rusia de la Organización Mundial ‎del ‎Comercio (OMC). Pero los principios básicos de la OMC ya están siendo ‎gravemente ‎cuestionados, no por Rusia sino por las medidas coercitivas unilaterales que ‎Occidente instaura ‎bajo la denominación de «sanciones». El hecho es que sacar a Rusia de la ‎OMC sería perjudicial ‎para todos. Y sobre ese punto es conveniente releer los escritos de Paul ‎Wolfowitz, quien ‎escribía en 1991 que Washington no tiene que tratar de ser «el mejor» sino ‎‎«el primero», ‎por encima de los demás. Eso implica, precisaba Wolfowitz, que para mantener ‎su hegemonía ‎Estados Unidos no debe vacilar en sufrir cierto daño… con tal de que los demás ‎salgan mucho ‎más perjudicados. Estamos a punto de convertirnos en víctimas de esa manera de ‎‎“razonar”.

Lo más importante para los straussianos es excluir a Rusia de las Naciones Unidas. ‎Eso es ‎imposible… si se respeta la Carta de la ONU. Pero Washington no vacilará en pisotear ‎ese ‎documento, como ya lo ha hecho con tantos otros. Salvo unas pocas ‎excepciones, ‎Estados Unidos ya ha entrado en contacto con todos los países miembros de ‎la ONU. Ya ‎permeados por la propaganda anglosajona, casi todos están convencidos de que un ‎Estado ‎miembro del Consejo de Seguridad de la ONU ha emprendido una guerra de conquista ‎contra un ‎país vecino y Washington podría alcanzar su objetivo si logra convocar una Asamblea ‎General ‎extraordinaria de la ONU y modificar los estatutos de la organización. ‎

Una especia de histeria se ha apoderado de Occidente, donde se ha desatado una forma ‎de ‎cacería de brujas contra todo lo ruso, sin que alguien se tome el trabajo de preguntarse ‎si eso ‎tiene algo que ver con la crisis ucraniana. Se prohíben las actuaciones de artistas rusos, ‎aunque ‎sean notoriamente contrarios al presidente Putin. La universidad X prohíbe el estudio de ‎las obras ‎del escritor antisoviético Solzhenitsin mientras que la universidad Y prohíbe el estudio ‎de ‎Dostoievski –el campeón del debate y del libre arbitrio. Por acá, se cancela la actuación de ‎un ‎director de orquesta… porque es ruso y más allá se suprimen las obras de Chaikovski ‎del ‎repertorio de las orquestas. Todo lo que es ruso tiene que desaparecer de nuestras mentes, ‎como ‎cuando el Imperio Romano arrasó Cartago y destruyó metódicamente toda huella de ‎su ‎existencia, tanto que aún hoy no sabemos gran cosa sobre aquella civilización. ‎

El 21 de marzo, el presidente Biden dejó muy claro lo que Washington pretende. Ante un ‎auditorio ‎de jefes de empresas, Biden declaró:
«Es el momento de que las cosas cambien. Habrá un Nuevo Orden Mundial y nosotros ‎tenemos ‎que dirigirlo. Y tenemos que unir el resto del mundo libre para hacerlo.»xix

Ese nuevo ordenxx diviría el mundo en dos bloques herméticos, sería un corte como ‎no se ha ‎visto nunca antes, como no se ha visto ni siquiera en la época de la guerra fría. ‎

Algunos países, como Polonia, creen aun así tendrían algo que ganar con esa ‎división. ‎Por ejemplo, el general polaco Waldemar Skrzypczak acaba de reclamar que el enclave ‎ruso de ‎Kaliningrado sea puesto en manos de Poloniaxxi. Y, en efecto, después de la división del mundo, ¿cómo podrá Moscú comunicarse con ese ‎territorio?‎

Las Malvinas y el Plan Cóndor

Guido Vassallo, Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA) y periodista. Escribe para El Mundo en Página/12.

Una aceitada trama de espionaje permaneció oculta durante más de 50 años sin levantar sospechas. La CIA y los servicios de inteligencia de la entonces Alemania Occidental controlaban a una compañía suiza, Crypto AG, que fabricó y vendió dispositivos de encriptación de mensajes a más de 120 países. Dentro de esa larga lista se encontraba Argentina. Una extensa investigación del Washington Post, la cadena de televisión alemana ZDF y la suiza SRF reveló que las máquinas "pinchadas" de Crypto le permitieron a la CIA, entre otras cosas, seguir de cerca a las dictaduras en América Latina, y brindarle inteligencia militar a Gran Bretaña durante la guerra de Malvinas. A casi 38 años del conflicto armado, las islas volvieron a ser noticia por distintos motivos: primero, el secretario de Malvinas, Daniel Filmus, confirmó que Argentina firmará un nuevo acuerdo para continuar con los trabajos de identificación de las tumbas de soldados enterrados en el territorio, y este martes, cuatro exmilitares fueron procesados por imponer torturas y estaqueamientos a soldados conscriptos, delitos calificados como de lesa humanidad.

Pero, ¿cómo se llegó a los documentos desclasificados? "El Washington Post ha obtenido un documento aún clasificado gracias a una filtración. Se trata de una historia secreta: la llamada Operación Tesauro o Rubicón implicaba comprar y operar secretamente por la CIA y el BND (Servicio Federal de Inteligencia alemán) a Crypto AG como una empresa independiente, neutral y de alta calidad de equipos de encriptado". Así explica el mecanismo de espionaje Carlos Osorio, director del Proyecto Cono Sur del National Security Archive (NSA), que desde Washington dialogó con Página/12.

Pero la realidad estaba lejos de esa supuesta neutralidad. "Las máquinas de Crypto AG estaban todas amañadas de manera muy sofisticada, permitiendo a las agencia de inteligencia descifrar las comunicaciones de cerca de 120 países", menciona el investigador nacido en Chile. En 1970, la CIA estadounidense junto al BND alemán se convirtieron secretamente en propietarios de Crypto AG, dato que ignoraban los estados contratantes del servicio. En esos años, la compañía vendió miles de máquinas de encriptación, llegando a facturar millones de dólares. Un negocio redondo.

La CIA y el Plan Cóndor

El National Security Archive con sede en Washington comparte la misma sigla con la National Security Agency estadounidense (NSA), aunque muy distintos fines. Bajo el mando de Osorio, la institución logró acceder a documentos clasificados que mencionan especialmente al espionaje sufrido por los países miembros del Plan Cóndor, con el que Argentina y otras dictaduras latinoamericanas de las décadas de los 70 y 80 pretendían eliminar a sus adversarios políticos.

Las nuevas filtraciones presentadas por el Washington Post le permitieron al NSA retomar, y confirmar, algunas líneas de investigación previas. Los cables de la CIA a los que tuvo acceso el archivo son categóricos. Por ejemplo, durante la reunión inaugural del Plan Cóndor, organizada por el régimen de Augusto Pinochet en noviembre de 1975 en Santiago de Chile, los militares al mando de cinco dictaduras del continente (Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Chile) firmaron un acuerdo para emplear un mismo sistema de encriptado. Varios años después se supo que era el de Crypto AG.

Con la sabiduría propia de quien invirtió décadas investigando estos temas, Calloni cree que las revelaciones del Post representan la génesis de procesos que hoy se replican en Latinoamérica, por ejemplo, bajo la figura del lawfare. "Hay nuevas tecnologías de espionaje, pero el asunto de base es el plan maestro que establece sobre nosotros el mismo esquema de guerra contrainsurgente de décadas pasadas", agrega la autora de "Evo en la mira" "Ellos saben conspirar muy bien y nosotros solo podemos arreglar lo que ellos rompen", observa la escritora, a medio camino entre la risa nerviosa y la resignación.

La trama del pasado que se extiende hasta el presente

Con otros personajes, otros nombres propios y otros acontecimientos, las mentalidades siguen siendo las mismas. La necesidad de construir el enemigo para que no se visualice los defectos propios. Esa impronta imperialista que les hace creer que son amos del mundo, y un mundo sumido en la confusión y la apatía que, aún sabiendo que es mentira el discurso norteamericano, no atinan a desafiarle, en tanto y en cuanto, no hay modelo alternativo que se planteé en términos realistas como viable.

La misma Rusia fue la que dio por terminado el intento “comunista”, que en la práctica jamás pudo trascender la lógica de la guerra y de las intrigas de palacio. Los “james Bond” temerosos de perder sus lugares de superheroes, atizan conflictos a diestra y siniestra … el resultado no puede ser otro que esta realidad que hoy estamos viviendo.

El respetuoso tributo que la memoria le debe a veteranos y caídos, no puede obviar el contexto en el que tales eventos ocurrieron, que no son distintos a los que actualmente tiñen de sangre una parte de Europa. Los mismos intereses imperiales y las mismas “traicioneras” lecturas de la historia pasada y presente, que pretenden erigirse en mentoras del futuro, no hacen sino mas que alimentar las mentiras del Imperio y poner en evidencia, la falta de imaginación, determinación y creatividad del resto de las naciones, incapaces de trascender sus propias inercias, comodidades y apatías … Así también el nazismo se atrevió a lo que se atrevió. De igual modo, menos visibles y no dejando la cara descubierta, los EEUU práctican un nazismo encubierto en el espionaje y las acciones de guerra subjetiva, que alimentan el poder de las elites y someten al resto a las penurias y padecimientos que, en sus relatos, “naturalizan” o “inventan” obras de sus enemigos, siendo ellos causa y efecto.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack


iRichard Keiser, “Temor blanco en Estados Unidos”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2020.

ii Houghton Mifflin, 2005.

iii www.bbc.com/mundo/noticias-53156788

iv https://ctxt.es/es/20220301/Firmas/39201/dolar-suicidio-sanciones-rusia-reservas.htm

www.eldiplo.org/notas-web/una-nueva-edad-geopolitica/

vii  www.newstatesman.com/international-politics/geopolitics/2022/03/putins-war-risks-a-clash-of-civilisations-the-west-must-not-fall-into-his-trap

ixVer el noveno ‎artículo de esta ‎serie: «“Banda de drogadictos y de neonazis”», 6 de marzo de 2022.

x«La ley racial ucraniana», Red Voltaire, 4 ‎de marzo de 2022.

xi«La red antirrusa de propaganda de ‎guerra», Red Voltaire, 25 de marzo de ‎‎2022.

xiiiThe Thucydides Trap: Are the U.S. and China Headed for War?”, Graham T. Alllison, The Atlantic, 24 de septiembre de 2005.

xivPara entender quiénes son ‎los ‎‎“straussianos”, ver el octavo artículo de esta serie «Vladimir Putin en guerra contra los “straussianos”», 5 de marzo de 2022.‎

xvEse ‎informe Wolfowitz fue revelado en el artículo “US Strategy Plan Calls For Insuring ‎No Rivals ‎Develop”, de Patrick E. Tyler y publicado en el New York Times, el 8 de marzo ‎de 1992. Ver ‎también los fragmentos publicados en la página 14: «Excerpts from Pentagon’s ‎Plan: “Prevent the ‎Re-Emergence of a New Rival”». Información complementaria aparece en ‎‎“Keeping the US First, ‎Pentagon Would preclude a Rival Superpower”, Barton Gellman, The ‎Washington Post, 11 de ‎marzo de 1992.

xvi«Instructions et ‎conclusions sur les ‎marchés de reconstruction et d’aide en Irak», por Paul ‎Wolfowitz, Réseau ‎Voltaire, 10 de diciembre de2003.

xx«Historia del “Nuevo Orden Mundial”», por Pierre ‎Hillard, ‎‎Red Voltaire, 7 de agosto de 2010 y «El proyecto de Nuevo Orden Mundial tropieza con las realidades geopolíticas», por Imad Fawzi Shueibi, Red Voltaire, 18 de agosto de 2012.

xxi«Polonia reclama Kaliningrado», Red Voltaire, 26 de marzo de 2022.

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