II
De diablo, miedos y medios …



En los tiempos analógicos, las estadísticas y los sondeos de opinión no eran ni tan frecuentes ni tan “populares” … mucho menos determinaban alguna cosa. Aún en tiempos de hiperinflación … los números no eran los que impactaban las noticias sino la realidad en la calle, la imposibilidad de ponerle precio a los productos y la loca carrera para transferir perdidas rápidamente en una sociedad que se degradaba aceleradamente aún y con el logro impensado y casi épico del Juicio a las Juntas y de haber superado la negra noche de la dictadura militar que abrió paso al período democrático mas largo y sostenido de nuestra historia.

Lo mismo que fué, lo mismo será

Hoy llama la atención que “ Días atrás una encuesta nacional reveló que la deuda, un tema crucial que decide nuestro horizonte económico inmediato, preocupa poco. Preocupa menos aún que la inflación y la corrupción.

El dato es inquietante. Podría ponerse en cuestión si la encuesta es verdaderamente representativa -–son 1855 casos, entre el 17 y el 19 de enero--, pero es atendible la explicación de su responsable: “La mayoría es más receptiva a los temas que le afectan en forma directa, como el aumento incesante de los precios”. Podría agregarse que la corrupción como inquietud dominante es resultado de las intensas campañas contra el peronismo ejecutadas por los medios, jueces y fiscales afines a Macri y del propio macrismo.

Pero hay otro aspecto que conviene observar: gran parte de los temas considerados de dominio público están privatizados. Afectan a todos, pero en su complejidad son percibidos sólo por minorías especializadas (políticos, economistas, consultores, funcionarios, periodistas, jueces, fiscales y abogados).

Así, la complicación de la deuda abrochada por el macrismo (magnitud respecto del PBI; fuertes vencimientos en fechas cercanas; obligaciones predominantemente en moneda extranjera; clásulas pactadas para ceder autoridad a tribunales extranjeros, etc.) no es captada por la mayoría de los ciudadanos, que, comprensiblemente, no invierten horas en profundizar la información.


Y lo mísmo respecto de los mecanismos tramposos del lawfare (peritos y testigos truchos; causas armadas sin sustento, temas que no son en verdad judicializables, como el dólar a futuro; trampas en los sorteos para imponer jueces en determinadas causas; maniobras en el Consejo de la Magistratura, que designa y expulsa jueces): no saltan a la vista de las mayorías, a las cuales no les queda otra que entregarse a actos de fe, guiando su opinión según Clarín, La Nación, Infobae, América tv o los medios masivos que consumen.

Para aquellos que no son testigos muy atentos de los hechos públicos y carecen, por lo tanto, del back ground para una lectura crìtica, la masividad de un medio es un dato de autoridad, una suerte de garantía de la verdad (por aquella idea tan errada de que si el gran medio publicara mentiras el público dejaría de seguirlo -– falso: ¿cómo sabría el ciudadano común cuál es una mentira y cuál no?--.
No está al alcance del ciudadano medio conocer la diferencia que hay entre un plan de gobierno que redistribuye hacia quienes menos tienen y un ajuste, entre un cambio progresista de las cargas impositivas y un impuestazo, o comprender las profundas consecuencias que tendrá sobre sus ingresos y su nivel de vida una u otra negociación de la deuda.

Es decir, sí, está al alcance averiguarlo. Hay multitud de medios y sitios online para indagar. Nunca hubo tanta información disponible. Pero en el mundo real está lejos de los hábitos y los tiempos que cada ciudadano dedica al esfuerzo de informarse. Y eso sin contar la presión ejercida por la acción de los medios hegemónicos, constante y multiplicada en verdaderos circuitos, hablándole, en este caso, de “ajuste” e “impuestazo”.

Desde luego que esta aplastante hegemonía cultural de los medios masivos encuentra en algunos momentos un freno. De otro modo, no podrían explicarse la reelección en 2011 de Cristina Fernandez de Kirchner con un arrollador 55 por ciento de los votos, o el fracaso de Mauricio Macri en su intento de reelección en octubre pasado sin conseguir siquiera llegar al ballotage.

Esto debe recordarnos que los medios hegemónicos no son el actor excluyente de la política, ni siquiera su alianza con los grupos económicos, con sectores claves de la Justicia, los organismos internacionales y la embajada de los Estados Unidos. También nos muestra que las mayorías electorales son sólo circunstanciales, aún cuando en 2015 el voto peronista, a pesar de estar dividido, arañó el triunfo.

Pero de lo que venimos tratando es de cómo procesa los hechos públicos el ciudadano medio –- si es que existe tal entidad--. Es evidente que en octubre pasado votaron para que el peronismo volviera al poder -–con Cristina Fernandez incluida-– sectores que le dieron la espalda en 2015, probablemente haciéndose eco del “Se robaron todo” y de “Mataron a Nisman”.

¿Ahora dejaron de pensar así y por eso cambiaron el voto?.
Puede que algunas minorías con mejor acceso a la información advirtieran en este tiempo que aquellas acusaciones eran fakes. Pero no es improbable que una gran porción de votantes pusiera en suspenso aquellas acusaciones sin abandonarlas porque priorizaron desalojar a Mauricio Macri del poder.

Podemos echar mano al ejemplo de 1995 cuando, con un Menem acusado de corrupción, la mayoría optó por reelegirlo.
Como soy de los que piensan que Menem sí incurrió en graves hechos de corrupción, de ninguna manera busco igualar la situación de la actual vicepresidenta, ella sí víctima de persecución y causas armadas.

Lo que quiero decir es que el voto mayoritario pasa por alto o no acusaciones y sospechas sobre los candidatos según las circunstancias. Y los escenarios de 2019 fueron bien distintos que los de 2015, ahora con millones de nuevos pobres, con una profunda depresión económica, con cierres masivos de empresas y comercios, con jubilaciones que a millones no les alcanzan para zafar de la línea de pobreza, y con una deuda que estrangula la economía.

Así como la acusación y muerte de Nisman, y el “Se robaron todo” necesitaron en 2015 de un cuadro de división en el peronismo, de freno en la actividad económica, de inflación, de “cepo” para traducirse en la llegada de la derecha al poder, esta vez el trabajo sistemático de los medios poderosos sin tregua desde el primer minuto de los Fernández choca contra la percepción colectiva de la debacle económica y social.

Es cierto que los medios académicos, en particular la formación de economistas, que luego replican en los medios y en el sentido común, siguen dominados por el saber neoliberal. Y esto augura futuros desafíos para el proyecto nacional y popular.

Pero, otra vez, el ciudadano medio no es un robot activado por los medios. Intervienen también en su conciencia los colectivos que ponen límites a los avances de las minorías, que desde las calles instalan en la agenda pública temas que los medios ocultan. Los colectivos organizados (movimientos sociales; organismos de derechos humanos; colectivos de mujeres; ONGs de defensa de las jubilaciones, etc.) han marcado en estos terribles años de macrismo límites concretos al proyecto excluyente, y han “leído” para el conjunto la “letra chica” de las políticas antipopulares. Tenemos tres grandes ejemplos a mano aún con resultados opuestos: la lucha exitosa contra el 2x1 que buscó favorecer a los represores; las grandes movilizaciones denunciando los daños de la reforma previsional de 2017, y las multitudes que se pronunciaron por la legalización del aborto.

Es cierto que el macrismo consiguió imponer sus jubilaciones y frenar en el Congreso el reclamo del mayor colectivo histórico de mujeres. Pero no pudo impedir que el punto de vista de las mayorías se instalara en la conciencia colectiva.

La política en las calles se ha probado como una herramienta fundamental contra la privatización del conocimiento, que es una estrategia clave de las minorías para neutralizar a las mayorías. Si el poder corporativo nos quiere dispersos en la condición de vecinos y consumidores, la respuesta de los colectivos, aùn para quienes no los integran, disputa agenda y produce verdaderos saltos democráticos.
( https://www.pagina12.com.ar/245866-la-letra-chica-de-las-politicas-antipopulares)

Voces para escuchar, respuestas para pensar

La reestructuración de la deuda soberana emitida bajo legislación extranjera es una prioridad para el gobierno de Alberto Fernández que ha tenido un gran respaldo en el Congreso de la Nación. Tras la sesión extraordinaria de este miércoles en el Senado,  donde por unanimidad se convirtió en ley el proyecto del ejecutivo que brinda el apoyo político al Ministro de Economía, Martín Guzmán, para dirigir la renegociación con acreedores internacionales. Entrevista a Jorge Taiana sobre el tema.


-¿Qué significa este contundente apoyo que hay tenido el Ejecutivo Nacional por parte del Congreso?

-Significa un apoyo político fuerte a lo que está diciendo el presidente Fernández a distintas autoridades del mundo, a personas que tienen mucho peso, tanto en el sector de bonistas como en relación a la deuda con el Fondo. Esta deuda así como está estructurada es impagable por eso hay que reestructurarla. La Argentina necesita crecer y además eso implica una negociación que sabemos que es compleja, pero que tiene que encararse. La ley le da un respaldo grande a esa negociación. No es sólo un presidente que anda dando vueltas, diciendo que tenemos un problema sino que es todo un parlamento que lo dice, así que creo que es muy importante.

-Como senador por la provincia de Buenos Aires, ¿cómo ve la medida que tomó el gobernador Axel Kicillof de afrontar el pago de la deuda bonaerense con fondos propios?

-Kicillof está haciendo una pelea compleja, muy difícil, en relación a la deuda. La provincia tiene una situación más compleja que la Nación por la sencilla razón de que tiene una deuda muy alta. Le han dejado 12.500 millones de dólares de deuda y la provincia no recauda dólares. Ahora nos hemos presentado a la inflexibilidad de un fondo de inversión que no quiso aceptar una postergación, simplemente para tener tiempo de ordenar las cosas. Vamos a seguir trabajando porque confío en que el gobernador y su equipo van a poder encaminar toda la reestructuración que es necesaria y que también va a paso a paso, con la de la Nación.

-Desde su experiencia como ex canciller ¿qué le pareció la gira presidencial de Alberto Fernández por Europa en busca de apoyo internacional para la renegociación de la deuda externa?

-Veo que le está yendo muy bien, no sólo por las personas que he visto sino también porque ha habido varios adicionales. Entre ellos el largo encuentro del  ministro de Economía, Martín Guzmán, con la Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, en la Embajada Argentina en Roma. Y el encuentro con la canciller Alemana, Ángela Merkel, que es una mujer muy importante y que parece comprender que efectivamente hay que ir a una reestructuración de la deuda Argentina, que creo que es lo que se ha expresado también en el encuentro con el presidente de Francia, Emmanuel Macron. La gira que está haciendo el presidente abre espacio para los dos escenarios que tenemos, tanto para el escenario que tenemos con los fondos privados como para el escenario del Fondo Monetario Internacional.

-¿Cómo piensa que va a ser el encuentro con la misión del FMI para Argentina que se realizará en los próximos días en Buenos Aires?

-Van a mirar los números, van a trabajar, viene el encargado del país , Luis Cubeddu, que es nuevo y el segundo para el área de América Latina. En realidad es una misión bastante de rutina, pero sin duda lo que van a querer conversar es cómo está planteando el Ministerio de Economía y el gobierno argentino al renegociación con los fondos, con la deuda en divisa extranjera, que es lo que está comenzando a suceder ahora porque con el Fondo hay más tiempo, lo que es importantes es que el FMI no ponga ahora palos en la rueda. 
( https://www.tiempoar.com.ar/nota/ahora-hay-que-lograr-que-el-fmi-no-ponga-palos-en-la-rueda )

El menos común de los sentidos

"Si bien sería difícil que Cristina hablara de los “globoludos”, hoy realza el concepto “psicologicista” de los negadores de la realidad"
En las últimas apariciones públicas que realizó Cristina Kirchner, un eje central fue su interés por analizar y poner en debate la construcción del sentido común, quién lo fabrica, cómo se instala, qué mecanismos elabora y qué consecuencias trae aparejada. En este debate, los medios de comunicación son, en su análisis, un eje fundamental.


Como diría Saramago, el sentido común es el menos común de los sentidos. Es una construcción sofisticada que se construye por capas: se suman la experiencia cotidiana, las voces académicas y religiosas, mediáticas, etc. El sentido común es la construcción de hegemonía. Ese engrudo, ese pegamento sutil, invisible, que logra unir los intereses de los poderosos y las elites dominantes con las clases subalternas, los humildes y los más desprotegidos. En concreto la hegemonía es ese mecanismo mediante el cual una clase hace pasar por universal sus intereses particulares.

Bajo este debate, Cristina presenta un argumento explicativo de la victoria de Mauricio Macri en las últimas elecciones. Una victoria erigida en una mentira orquestada, en una especie de fraude programático, diseñado desde Cambiemos con la colaboración de las corporaciones mediáticas y los grupos de poder. De esta manera, la coalición de la nueva derecha, habría logrado engañar a los votantes incrédulos, que miraban la tele como un vecino más, y bajo esos cantos de sirena votaron un gobierno en contra de sus propios intereses.
«Nos quedamos hablándole a nuestra propia feligresía, contentos en los patios de la militancia; mientras afuera había cientos y cientos de hombres y mujeres convencidos de otra cosa»

En este enfoque, la autocrítica de nuestro gobierno, los errores y equivocaciones que realizamos en estos años de gestión y la estrategia electoral fallida no tendrían la menor importancia. Si bien sería difícil que Cristina hablara de los “globoludos” (ese término peyorativo de las conciencias libres y sofisticadas del kirchnerismo puro), hoy realza el concepto “psicologicista” de los negadores de la realidad. Un matiz para caminar sobre la idea que el pueblo se equivoca al votar. Cristina argumenta que perdimos en base a la impostura y falsedad de los adversarios, del poder mediático y la penetración ideológica del neoliberalismo. Y de aquellos que decidieron creerle.

Y hoy la tarea militante sería la de develar esa mentira, esa farsa. “La razón más tarde o más temprano, siempre vence”, finalizaba el discurso que diera en la Universidad de Quilmes. Porque la tarea, en esta etapa, sería la de volver a explicar para que los argentinos “entiendan” las políticas que le hicieron vivir años de crecimiento y prosperidad. En el acto con los radicales, en Atlanta, Cristina avizora una oposición “lucida”, “racional”. De nuevo, la construcción de un nuevo sujeto, consciente de sus derechos, que no se deje condicionar por el aparato mediático hegemónico. Del otro lado, una sociedad engañada, inocente, sin conciencia de lo realizado y a la que debemos ayudar a entender.

¿Es que acaso nos olvidamos que en política más allá de la razón, lo que hace falta es persuadir? La política debe crear las condiciones de la transformación en base a la realidad existente. Su masilla, su materia prima es ese sentido común, con el que hay que dialogar, convencer y converger en un camino estratégico donde incluyamos a tod@s.

Es que si bien podemos concebir el rol y la importancia del poder mediático que opera en la sociedad, no sería posible explicar cómo fue que la sociedad haya podido lograr inmunizarse ante este mismo poder tan sólo cuatro años atrás, cuando CFK conseguía su reelección, alzándose con el 54% de apoyo popular, en condiciones extremadamente adversas desde el punto de vista de la imagen corporativa empresaria y los medios de comunicación.

La definición estuvo probablemente en dejar de convencer y persuadir a ese sentido común, que terminó dando paso a la victoria ajustada de Mauricio Macri. Ese sentido común que exigía poder comprar dólares libremente, que se quejaba por la inflación o el pedido de eliminar el impuesto a las ganancias era la trama de sensibilidad popular en la que Cambiemos avanzó. Mientras lo negábamos, mientras nos enojábamos con quienes proferían esas inquietudes, Cambiemos le ofreció una salida, un cambio frente a un gobierno que había decidido no escuchar, no intervenir en esos reclamos.

«En esta coyuntura no servirán de nada las explicaciones autoindulgentes, las explicaciones academicistas de un pasado de gloria»

Nos quedamos hablándole a nuestra propia feligresía, contentos en los patios de la militancia; mientras afuera había cientos y cientos de hombres y mujeres convencidos de otra cosa. Porque si el neoliberalismo tiene el poder concentrado de los medios, los proyectos populares tienen ese engrudo vital que une los destinos de un proyecto político con su sociedad, la militancia, que debe ser capaz de predicar y religar los sentimientos populares y ponerlos en el camino del desarrollo estratégico. Nuestra militancia, en ese sentido, vibró y se emocionó en cada acto, en cada convocatoria pública, pero no logró alcanzar ese trabajo político de escuchar y convencer a ese otro que ya no nos escuchaba más.
( http://revistazoom.com.ar/el-menos-comun-de-los-sentidos/ )

Hace mucho tiempo que los medios masivos de comunicación vienen marginalizando voces, hasta que logran que se callen o que queden reducidas a manifestarse en espacios que ni siquiera son propios pero que los admiten, a veces a regañadientes. Hace poco Raúl Zaffaroni escribió un artículo denominado “Censura, táctica y estrategia” y puso el ojo en esta forma de silenciamiento. Con mucho refinamiento en sus argumentos, el profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires dio en la tecla sobre lo que ocurre con los medios masivos de comunicación cuando de algún modo se empeñan en crear algunos demonios.

La particularidad de la demonización es que se vuelve un mecanismo para desvirtuar no solo la palabra en una coyuntura específica, sino las ideas que subyacen en el autor, autora o protagonista, e incluso hasta un conjunto de pensadores o militantes afines desgraciados.
Como toda falsedad, esta se expande, se repite para finalmente terminar convirtiéndose en un dogma que es difícil de derribar incluso con sólidos fundamentos.

Esto no es nuevo en la historia. Ya desde el siglo XIX se sostuvo con razón que la prensa era un nuevo soberano que nacía para quedarse; y se dijo en oportunidad del escarnio público al que fue sometido Alfred Dreyfus.

En este siglo XXI la pugna por el reconocimiento o defensa de un derecho, cualquiera sea, además de transitar los Tribunales, se volcó al terreno de la información. El peligro es tal en los tiempos que corren que se puede generar un consenso casi automático en torno a una noticia falsa con consecuencias desastrosas para quienes la padecen, incluso la apertura de procesos penales por algún delito, además de denigrar la honorabilidad de la que goza cualquier ser humano.

urge entonces, como forma de resistencia, una contra-información pero si esta no alcanza suficiente entidad para que aquel dogma artificialmente creado se pueda desvirtuar, se la descalifica apelando a un estilo literario: es un relato o una ficción.
Los ejemplos en Argentina sobran: llamar “golpista” a alguien significa lisa y llanamente sindicarlo como “desestabilizador de la democracia” y puede dar lugar a la intervención del fuero penal federal de excepción; denominar a un sujeto “drogadicto”, “falopero” o “quemado” lo puede conducir a un proceso penal por infracción a la ley de tóxicos prohibidos como consumidor, facilitador o distribuidor y puede quedar atrapado en la telaraña judicial, sea en un fuero ordinario o de excepción; señalar que alguien es “traidor a la patria”, “corrupto”, “ladrón”, “asesino”, “narcotraficante“, “contrabandista” o “miembro de una asociación ilícita” es, sencillamente, tirarle el Código Penal por la cabeza, sin siquiera contar con la protección de un casco ni de jurisdicción preestablecida.

El escrache mediático asume formas tan groseras que hace que la presunción de inocencia se invierta sin necesidad que jueces, fiscales o defensores se expidan sobre las imputaciones. Una vez que se propaga una falsa información, el chimento con mala fe se vuelve imparable en tiempos de globalización informativa. La justicia también tiene sus tiempos y sus protagonistas, no son ajenos al espectáculo público.

Las descalificaciones suelen ser suficientes para estigmatizar a algunos actores sociales y ponerlos en un rincón. Más aun, si esto no alcanza, la gota que salpica al señalado se extiende como una mancha de aceite hacia sus prójimos y abarca a grupos de personas que adhieren o se identifican con las ideas de estos“acusados” por los grupos mediáticos. Surge entonces la participación delictiva o cuasidelictiva con o sin proceso penal. Lo cierto es que el ejercicio de esta práctica atraviesa todos los medios de comunicación masiva.
De este modo, como todos la practican, se llega a creer en la existencia de un periodismo impoluto, una realidad difícilmente contestable. El periodista se ampara en la inviolabilidad de la fuente de información y en la idea que lo que transmite es objetivo, cuando se sabe desde tiempos inmemoriales que la objetividad o imparcialidad no existen o que, en definitiva, se trata de opiniones discutibles porque toda verdad es relativa. Que nadie puede atribuirse el monopolio de la verdad es de Perogrullo.

Es particularmente llamativo en los medios de comunicación que se esconda algo elemental, esto es, que siempre se tiene a un “superior” que marca el límite de lo que se puede o no decir en ese medio o que incluso la propia empresa comunicacional pueda tener intereses en la difusión del descrédito.

El periodismo independiente encuentra sus límites porque sus empleadores no son otra cosa que empresas y como tales les interesa obtener ganancias a través de sus auspiciantes. El sexo, el deporte y la violencia siempre dieron sus frutos; los escándalos políticos, también.

Esta forma de informar contaminada a veces por intereses económicos de las empresas comunicacionales, coloca a muchas personas honorables en situación de indefensión pues deben luchar contra un sentido común que se instala y que se filtra como el agua.

En este contexto, algunos operadores de justicia se transforman en verdugos. Se parecen mucho a aquellos sujetos a quienes se les privó el uso de la guillotina, pero con la diferencia que utilizan las herramientas para construir los cadalsos. La Constitución Nacional, el Código Penal o el de procedimiento penal, se transforman mágicamente para algunos jueces y fiscales en textos de literatura fantástica, que se llevan puesto varios derechos humanos según quién sea el narrador más creativo que goce de la impunidad en el poder.
La picota para el escarnio no necesita ladrillos actualmente, basta con valerse de la información falsa y de algún medio que aproveche la oportunidad. El apuntado pasa a ser un sujeto con derechos de baja intensidad o sin intensidad alguna.

Estas prácticas que creíamos abandonadas y que las estudiamos en la historia permanecen a través de los siglos: el verdugo necesita el cadalso, la picota muestra el ejemplo de lo indigno.

Algunos fiscales, jueces y medios de comunicación nos llevan a la edad media sin necesidad de apelar a Dios ni al derecho divino, son ellos mismos los que reescriben los textos como si fueran los nuevos glosadores del castigo público.
( http://revistazoom.com.ar/la-picota-mediatica-y-los-verdugos-judiciales/ )

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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