Domingo 2 de Febrero de 2020



II Construcción de poder populares

La cuestión es: ¿es posible solucionar los desastres económicos, sociales y culturales que dejó el macrismo por medio de una política de diálogo y apelando a la solidaridad de los que más tienen?

Tomemos el caso de los dos gobiernos populares que más favorecieron y dieron satisfacción económica y reconocimiento a los que menos tienen. Las clases dominantes que dieron el golpe contra Perón en el ’55 editaron un libro que titularon Libro negro de la segunda tiranía. Establecía una simetría histórica entre los gobiernos de Rosas y Perón. Esa simetría existe e invita a una reflexión profundamente actual. ¿Es posible una redistribución de la riqueza sin tocar intereses, al parecer, intocables?

Rosas gobernó el país durante veintidós años. Menos entre 1833 y 1835 cuando se alejó para hacer una campaña contra los indios. En 1835 asume otra vez y exige la suma del poder público, las facultades extraordinarias y las relaciones exteriores de la confederación.

Durante su dilatado gobierno benefició grandemente a los gauchos, a los negros y hasta a los indios. Fue despótico y hasta cruel con las clases altas, con los poderosos del país, de los que él formaba parte, aunque había elegido hacerse gaucho, el gaucho de “Los Cerrillos”, su estancia. Dictó la ley proteccionista de aduanas de 1835 y guerreó contra ingleses y franceses en la batalla de la Vuelta de Obligado, una de las gestas más gloriosas en la historia del anticolonialismo que le mereció que San Martín le legara el sable que lo acompañó en las luchas por la independencia. Es derrotado en la batalla de Caseros en 1852 y se exilia en Gran Bretaña. Falto de recursos, compra un pequeño terreno y ahí tendrá su chacra. Era rico antes de llegar al gobierno y se fue pobre. La historia oficial se ha dedicado a abominar de él. En la novela Amalia de José Mármol se pinta su época con todas sus sombras y algunas de sus luces, que el autor no puede evitar narrar. “Ser federal es que somos todos iguales”, le hace decir a María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación, que fuera su belicosa mujer, su compañera permanente y fiel, y moriría muy pronto. Así, la mujer en la vida del Restaurador habría de ser su hija Manuelita.

Rosas fue claro en sus métodos e intenciones: sólo se puede gobernar en beneficio de las masas postergadas con mano dura. Fue un gran gobernante populista de derecha. Recién habrá de volver al país bajo el gobierno de Menem, que lo trajo para indultar a Videla con la aprobación de todo el establishment nacional que le permitía al riojano esos deslices porque hacía muy buena letra con el neoliberalismo triunfante durante esos días.

Perón se le parece, a Rosas, en muchos aspectos. Para beneficiar a los desposeídos, los migrantes internos, esos morochos a los que Evita llamaba “mis grasitas” o “mis cabecitas negras” (y la oligarquía y toda la partidocracia antipopular –socialistas y radicales sobre todo- calificaban perdurablemente como “negros de mierda”) implementó un orden autoritario con las clases dominantes y generoso y democrático con las clases bajas. No hizo un gobierno anticapitalista, pero sí antipatronal. Nacionalizó los trenes, los aviones y las riquezas del suelo. Dictó el Estatuto del Peón de Campo, los derechos de la ancianidad y les dio a los obreros vacaciones pagas y buenos trabajos con muy buenos salarios. No hizo una reforma agraria, pero creó el IAPI (Instituto argentino promotor del intercambio) por donde habrían de comercializarse los productos de la oligarquía agraria y ganadera. Creó los sindicatos obreros. Tuvo a su lado a Eva Perón, que sería aún más pasionaria que Encarnación Ezcurra y moriría –devastada por un cáncer cruel y doloroso- también muy pronto y muy joven. Fomentaron, ella y Perón, eso que la oligarquía llamó la “insolencia de la plebe”.

Muerta Eva, Perón inicia un segundo gobierno con tendencias aperturistas (visita de Milton Eisenhower, contrato con la petrolera California) y frivolidades varias. Se dedica a visitar la UES, se saca fotos con las chicas, anda en motoneta por las calles de Buenos Aires y manda al arsenal Esteban de Luca (de donde habrán de tomarlas los insurrectos de la “libertadora”) las armas que Evita había comprado al príncipe Bernardo de Holanda para formar milicias populares. No suma poder, no hay organización ni movilización popular y sus enemigos bombardean la Plaza de Mayo en junio de 1955 con saña imperdonablemente sanguinaria. En septiembre del ’55 se levantan, sobre todo, Córdoba y la Marina. El ejército peronista tenía más poder de fuego, pero los golpistas estaban más decididos a luchar. Perón no ofrece resistencia y se embarca en una cañonera paraguaya iniciando un periplo que habrá de terminar en la España de Franco. Inútil y acaso absurdamente, John William Cooke le pedirá que busque asilo en la Cuba de Castro. Fue (Perón) un populista de izquierda.

Así, los dos gobiernos populares de nuestra historia fueron democráticos y generosos con las clases bajas y autoritarios (más aún Rosas) con las altas. No fueron cultores del diálogo ni pidieron solidaridad a los poderosos. Evita le sacó dinero a las empresas por medio de su Fundación. A la fábrica de caramelos Mumú le puso ratas y la cerró por falta de higiene. Se habían negado a colaborar con la fundación que ella apasionadamente presidía.

Hay que esperarlo al gobierno de Alberto, que hasta ahora ha hecho las cosas con cautela y bien. Es un gran político y todo político sabe trabajar con la apropiada correlación de fuerzas, que le es (hoy) poco favorable. El contexto internacional da escalofríos. Tanto Trump como Kim de Corea del Norte no se ven muy responsables. El asesinato del militar iraní con el dron y a larga distancia es, claramente, un acto de guerra. En América Latina están Bolsonaro y los golpistas sanguinarios de Bolivia. En nuestro país sigue el odio de la llamada oposición. Y parte de ese odio de clase se expresó en el salvaje asesinato de Fernando Báez, paraguayo, en tanto le gritaban “negro de mierda”. El rugby es un deporte de clase jugado por jóvenes de músculos excesivos que se ha transformado (no lo era) en un juego en que la brutalidad cunde. ¿Hasta dónde habrá lugar para el diálogo? ¿No es patético pedirles solidaridad con los de abajo a los que más tienen? Caramba, si los odian.

En esta difícil coyuntura habrá que recordar que la iniciativa política puede ir más lejos que el poder concentrado. Y que el poder no se toma, se construye desde abajo. Es un acto de creación. Como hizo el primer Perón cuando descubrió a los migrantes internos. “Ese es mi sujeto político”, se dijo y empezó a organizarlo. Cuando dejó de hacerlo, perdió. Y vinieron días sombríos para el país. Que no ocurra una vez más.

Me gustas cuando callas” poetizó Pablo Neruda. La belleza de la frase no encaja siempre en las relaciones amorosas y casi nunca en las políticas. En política hay que hablar, explicar, persuadir, dotar de sentido a marañas de hechos o de predicciones. Los acreedores privados y el Fondo Monetario Internacional (FMI) le exigen al Gobierno que defina su programa económico. El rumbo, puesto de modo generalista. El Presupuesto 2020 como ítem o hito específico. De dónde saldrán las divisas para atender a sus acreencias, puesto en plata.

El requerimiento contiene una paradoja o una contradicción en los términos. Un futuro posible se abriría si hay prórroga de vencimientos de las deudas. Otro, inviable y catastrófico, acontecería si le exigen a la Argentina los créditos impagables. Dos escenarios extremos, la moneda está en el aire.

La ciudadanía argentina, participativa y consciente de sus derechos, opina este cronista, pronto tendrá necesidad de un relato similar. De momento, da la impresión, ese reclamo está latente. El oficialismo deberá explicitar cuántas imposibilidades legó el macrismo; hasta qué punto dañó o tronchó el porvenir de los argentinos. Y, al mismo tiempo, proponer qué estaría en condiciones y voluntad de hacer si se consiguen cuatro años de espera o algo menos… pero, en todo caso, un resuello.



La gente común anhela algo diferente a un programa cerrado o a un “modelo” en su punto de terminación. Ansía, necesita (y tiene derecho a) que se le explique cómo podría cambiar la economía, la situación de cada familia, región o sector productivo. A título de ejemplo figurado: qué actividades se dinamizarán o reanudarán, en cuáles se crearían nuevos empleos, qué nuevas industrias o formas de producción podrían germinar, cómo se generarían divisas para no caer en la restricción externa, ni imposibilitar importaciones.
Las primeras medidas del gobierno se enfocaron en los estratos más vulnerables de la población. Decisión acertada, consistente con el ideario nacional-popular. Insuficiente como esquema de largo plazo. Incompleta para dar cuenta de la compleja estructura de clases y productiva de la Argentina.

Hoy en día, los funcionarios esperan sin ilusiones el índice de precios al consumidor de enero. Será elevado, similar al de los últimos años del mandato de Mauricio Macri. El presidente Alberto Fernández y su equipo apuestan (en el corto plazo veraniego) a que haya alivio para los consumidores-ciudadanos. Que merced a los aumentos salariales y jubilatorios selectivos, al Plan Alimentario, a Precios Cuidados, a las tarifas congeladas una fracción importante de los argentinos haya arrimado mejor a fin de este mes. Y que paso a paso, día tras día, haya acceso menos gravoso a productos de primera necesidad, incluyendo medicamentos, útiles escolares en este mismo mes y otros consumos imprescindibles.

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Un relator ahí.

Alguien con autoridad debe esbozar el escenario de la Argentina endeudada pero no ahorcada, una señal que explique la necesidad nacional de que las renegociaciones de las deudas lleguen a buen puerto. Los muertos no pagan, vale. Hay que describir también cómo empezará la resurrección, cuál es el camino para transitar del Infierno al Purgatorio. El no-pago durante años es condición necesaria pero no suficiente.


Mal que les pese a los sanateros críticos del híper presidencialismo, el expositor de esa narración tendrá que ser el presidente Fernández, titular exclusivo del Ejecutivo, representante de todos los argentinos, el único elegido por la totalidad del padrón nacional.

El ministro de Economía Martín Guzmán impulsó el proyecto de ley de Restauración de la sostenibilidad de la deuda pública externa (en adelante “ley Guzmán” para abreviar) que congregó un respaldo amplio de la oposición en Diputados. En Senadores, salvo un sorpresazo filo imposible, el tablero electrónico consagrará mayoría rotunda. Tal vez las facultades concedidas por el Congreso estaban contenidas en la mega ley de Solidaridad votada en diciembre de 2019. El propósito de la norma es robustecer la postura del gobierno, ostentar el respaldo del sistema político.

La creación del Consejo Económico Social debería contribuir en parte a ese fin y en parte a motivar un debate amplio, intersectorial, sobre la economía que viene. Los sectores productivos convocados a dar una mano, también a generar iniciativas. Aludiendo a un acuerdo necesario en la actualidad los académicos Diego Coatz y Marcelo García escriben “tiene que plantear objetivos críticos de corto plazo pero enmarcados en una visión de futuro con pasos concretos para encarar un proyecto de crecimiento y desarrollo de largo plazo. El esfuerzo del corto plazo tiene que ser parte de un camino más largo y tangible y en el que crean los actores y la sociedad” (ensayo publicado dentro del libro “¿Cómo salir de la crisis” VVAA). En el siglo pasado el fallecido dirigente Carlos Auyero explicaba que en determinados momentos históricos el barco se construye mientras se navega. Parece ilógico desde un ángulo simplista o cartesiano, es costumbrismo en política.

Las tratativas sobre la deuda son un tramo del modelo económico. Está en juego “la caja” de que dispondrá el Estado. El Gobierno necesita divulgar esa ligazón, hacerla comprensible masivamente. Ni la ley Guzmán lo es para la gente de a pie ni lo serán los intrincados trámites que la sucedan: propuesta, bonos, pulseadas inteligibles apenas para minorías.

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Señales y lucecitas

Macri concretó un modelo tradicional de ajuste con vicisitudes y retrocesos forzados por la resistencia popular y el peso del sistema de protección social. En sustancia se valió del desempleo como herramienta para minar la combatividad de trabajadores, sindicatos y organizaciones sociales. Aplicó la recesión como método para enfriar la economía y bajar los precios. La receta fatídica transformó el pretenso remedio en veneno. Dos años de recesión e inflación en combo: estanflación galopante.

El Gobierno apuesta a la reactivación de la economía, generando el círculo virtuoso keynesiano. Plata en el bolsillo de personas con pocos recursos se vuelca en su totalidad al consumo, de modo inmediato. Eso explica los primeros movimientos, temporada veraniega más propicia que las anteriores, fomento del pequeño comercio en barrios populares. 

 

El Plan Argentina contra el hambre, de modo similar a la Asignación universal por Hijo (AUH) es un programa de refuerzo de ingresos. Como la plata es fungible, si la alimentación se va cubriendo mejor, las demandas se orientan a otros bienes. Eso explica el reverdecimiento progresivo que se insinúa en la industria textil, como detalló David Cufré en este diario semanas atrás.

La capacidad industrial ociosa ofrece otra perspectiva cercana. Las PyME que no quebraron ni cerraron funcionan a media máquina, modismo que se queda corto para describir su estadio actual. Tendrán una oportunidad con incentivos provenientes del mercado local, llegarán aliviadas de deudas impositivas mediante una moratoria generosa de la Administración Federal de Ingresos Públicos AFIP.
Esas recuperaciones se quedan cortas para poner en pie la estructura económica. Las promociones industriales, el fomento a actividades con potencial exportador están en el menú del gobierno pero todo impulso en algún momento se traduce en plata. Como ya se dijo, queda poca si no se despeja el peso de la deuda.

La producción de petróleo y gas, en particular la no convencional de Vaca Muerta, concentra ilusiones y expectativas. El equipo económico intenta repechar la cuesta. Una de las principales complejidades para incentivar ingresos de inversiones en divisas es proveer mecanismos de salida de dólares restringidos por la política financiera.

Grandes jugadores de ese mercado exigen aumentos de precios en surtidores y de tarifas. El Gobierno intenta transitar un estrecho camino intermedio. El congelamiento inicial cesará pero las tarifas no deben llevar a la ruina a familias, empresas y clubes. Los precios domésticos de los combustibles líquidos tendrán que mantener sincronía con los internacionales sin tornarse prohibitivos en el mercado interno. Decirlo ya es complicado…

Para colmo, la globalización financiera es una máquina de producir efectos mariposa. Una epidemia en China hace caer las Bolsas de las potencias económicas, en esa rodada cae el valor del petróleo. Ayuda temporaria a costa de una desgracia… en fin.

El presidente Donald Trump, despótico y caprichoso como un dios del Olimpo, aporta al caos con temible regularidad.

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Evocaciones y obstáculos

Alberto Fernández cosecha apoyos del Papa y de mandatarios de la Unión Europea. El de Francisco tiene peso simbólico, los gobernantes de países socios del FMI fortalecen la postura argentina cuyo aislamiento queda como leyenda de la derecha vernácula.

Las tratativas para renegociar traen remembranzas del canje exitoso conducido por el presidente Néstor Kirchner a partir de 2003. Los contextos son diferentes, desde luego. Entre otros factores porque:

*En aquel entonces el default se había producido con una secuela gigantesca de sufrimiento y dolor social. Ahora el default incide como riesgo adicional que el Gobierno quiere impedir pero no a cualquier costo.

*Solo se atendía la deuda con organismos internacionales de crédito, un contrapeso que Kirchner capitalizaba para hacer crecer la economía, crear empleo, redistribuir, reinstalar negociación colectiva con cierres propicios para los laburantes. Apuntalar prestigio mejorando la vida, el patrimonio y la autoestima de los argentinos.

*La legitimidad electoral de Kirchner arrancó siendo mucho menor a la de Alberto Fernández en 2019.

Excede las competencias de este cronista definir cuál cuadro era peor. La gravedad de ambos, filo terminal, salta a la vista.


El FMI, que estaba afuera del canje con bonistas privados, los defendió a capa y espada cual un patovica o un guardaespaldas de la banca internacional. Kirchner y el ministro de Economía Lavagna despotricaban contra la injerencia desestabilizadora.

Lavagna se encolerizaba contra factores de poder internos, buena parte del establishment local y de los medios dominantes. “Noventistas” los tildaba y aseguraba que en ningún país capitalista de primer nivel las élites serían tan negativas y obstruccionistas. Este cronista da fe de esas palabras y cree recordar que hasta se insertaba “patriotismo” (o se lamentaba su ausencia). Aún si no se enunció expresamente, ese era el sentido.

Como en la zamba, de nuevo están de vuelta los que apuestan al fracaso colectivo y operan en consecuencia ante una instancia despareja e injusta.

Fernández y Guzmán recorren el Primer Mundo y defienden los intereses soberanos con templanza, firmeza, argumentos y buenos modales. Negociar con altura y dignidad no garantiza buenos resultados en un sistema signado por la desigualdad y la prepotencia de los poderosos. Eso sí, merece ser reconocido y apoyado.


La consolidación de un poder popular que intente construir hegemonía no puede ni debe minimizar el poder logrado por el contubernio Radicales/Macristas/ antiperonistas/peronistas neoliberales, que alcanzaron el 40% de adhesión en las últimas elecciones.


Para alcanzar un genuino “Nunca Más” a los intentos neoliberales, es indispensable un pragmatismo político que permita hacer frente a los escollos heredados, sin perder de vista la prioridad en torno a las necesidades básicas y las demandas de cada sector en ese nuevo contrato social que, de una vez y para siempre, permita abordar las cuestiones públicas con un criterio mejorado, democrático, participativo y que dé intervención a la organización colectiva que es la única capaz de generar poder genuino en contra del individualismo que sirve al voto neoliberal.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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