Para pensar la democracia y la política en America Latina y en Argentina

 


De los dichos a los hechos

El abismo entre la retórica y la práctica en un escenario mundial que multiplica la desigualdad

Mónica Peralta Ramos, escritora y periodista en “El Cohete a la Luna”

Esta semana, el desfile de más de 400 jets privados atronó el cielo del hemisferio norte, dejando tras de sí una profunda huella de contaminación. Transportaban a conspicuos funcionarios y dirigentes que irían a representar a buena parte de la elite mundial en la Conferencia sobre Cambio Climático (COP26) que se realiza en Glasgow, Escocia, desde el 31 de octubre y hasta el próximo 12 de noviembre. Por un fugaz instante, la estela dejada por los aviones abrió una ventana a la hipocresía e irracionalidad que impregna estas discusiones en un escenario mundial dominado por una estructura de poder tóxica, que se reproduce multiplicando la desigualdad económica y social y potenciando los conflictos sociales y geopolíticos.

Pocos días antes de este evento, un organismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió que las medidas comprometidas en los últimos años para impedir una catástrofe climática provocada por el calentamiento global han sido insuficientes, y muchas de ellas no se han concretado. De ahí que el cambio climático provocado por el uso de combustibles fósiles se ha intensificado. Queda poco tiempo para evitar que el calentamiento global supere los 1.5 grados centígrados del nivel que tenía en la era preindustrial. Más aun, el planeta se encamina a registrar un aumento promedio de 2.7 grados centígrados de la temperatura global hacia fines de este siglo[Emissions Gap Report 2021, unep.org, 25/10/2021; aljazeera.com, 26/10/2021.]. En paralelo, la Agencia Internacional de Energía (AIE) advirtió que no basta con cumplir las promesas de los últimos años. Esto permitirá reducir hacia el 2050 sólo un 40% de las emisiones tóxicas acumuladas, lo cual volverá irreversible la catástrofe climática anticipada por la ONU. Para impedir esto, la AIE insta a actuar de inmediato, recortando durante esta década un 50% de las emisiones tóxicas. Esto implica un gran esfuerzo: sólo el 12% de las energías que hoy se utilizan son renovables, mientras que el 80% son de origen fósil[EA World Energy Outlook 2021, iea.org/weo; aljazeera.com, 13/10/2021.].

Estas advertencias arañan la superficie de un problema más profundo. Hoy sabemos que los países más desarrollados, nucleados en el G20, son responsables por un 78% del calentamiento global. Los países en vías de desarrollo, que han tenido un rol secundario en la explosión de esta crisis, no tienen recursos para combatirlo y necesitan energía barata para que sus economías crezcan y su población se alimente. Algunas corporaciones y entidades financieras han aprovechado este contexto asimétrico en términos de distribución de poder, de responsabilidades y de acceso a los recursos, para obtener ganancias y rentas extraordinarias, aprovechando las oportunidades que brinda la lucha contra el cambio climático.

Hoy se estima que se necesitan entre 1.6 y 3.8 billones (trillions) de dólares de inversión anual en las próximas décadas para impedir que el calentamiento global se vuelva irreversible. Los países más ricos se comprometieron en 2009 a invertir 100.000 millones de dólares anuales hasta 2020 para ayudar a los países más pobres a combatir el impacto del cambio climático e iniciar la transición hacia el uso de energías renovables y no contaminantes. Sin embargo, la cantidad de inversión movilizada anualmente no alcanza a la mitad de lo comprometido[nakedcapitalism.com, 02/11/2021.]

. Asimismo, la falta de transparencia respecto a los orígenes de los fondos a utilizar (su carácter público o privado) y la forma que debiera asumir la ayuda financiera (préstamos o donaciones) ha dado lugar a una “contabilidad creativa”, basada en la sustitución de donaciones por préstamos y en el ocultamiento de actividades y políticas que reproducen la contaminación bajo “un disfraz verde” (greenwashing), supuestamente compatible con la lucha contra el calentamiento global. Así, no sólo la ayuda no llegó en la cantidad prometida, sino que en gran medida asumió la forma de préstamos otorgados por bancos, fondos financieros y organizaciones internacionales que, con el aparente objetivo de luchar contra la contaminación, obtienen ganancias financieras y empujan a los países de menores ingresos a un mayor endeudamiento. Paralelamente, proliferan las prácticas financieras y comerciales que supuestamente “compensan” y “pintan de verde” a productos y prácticas que, en esencia, siguen contaminando.

En este contexto, las operaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) han adquirido una iridiscencia especial: a nivel retórico, ha reconocido “el peso desigual” de la lucha contra el cambio climático y la cruel ironía de una situación en la que los países más pobres, siendo menos responsables por el calentamiento global, tienen que hacer el mayor esfuerzo para revertir esta situación[blogs.imf.org, 27/10/2017.]. En la práctica, el FMI preside sobre un creciente endeudamiento de los países más pobres que se agrava para mitigar el cambio climático. Inmersos en el ciclo del endeudamiento ilimitado, estos países terminan gastando para enfrentar su endeudamiento global cinco veces más de lo que gastan para combatir el cambio climático. Asimismo, los préstamos que reciben son mucho más caros que los que se otorgan a los países más ricos[theguardian.com, 29/03/2021; other-news.info, 27/10/2021.].

El G20 ante la crisis global

La reunión anual del G20, realizada entre el 30 y el 31 del mes pasado, culminó con el acuerdo de los países presentes en reducir el calentamiento global a 1.5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, en función de “las capacidades” y “circunstancias” de cada país. Sin embargo, no se definieron metas ni acciones concretas para lograr este objetivo. El cónclave expuso así el abismo que separa a la rétorica de la práctica, un abismo que ya no alcanza para ocultar la falta de acción. Los miembros del G20 tampoco enfrentaron los problemas que hoy provocan inestabilidad económica y política y amenazan a la paz mundial: la inminencia de una crisis financiera y sus consecuencias sobre el enorme endeudamiento global y su impacto sobre la economía, las finanzas mundiales y la inflación son algunos de los problemas más significativos que permanecen invisibilizados.

En su comunicado final, el G20 pidió al FMI la creación de un Fondo de Resiliencia y Sostenibilidad para ayudar a los países con problemas de deuda y sugirió, en sintonía con un reclamo del gobierno argentino, que el FMI analice la posibilidad de reducir las sobretasas que cobra con sus préstamos a los países mas endeudados. Sin embargo, el G20 mantiene intacta su agenda para resolver el subdesarrollo: mayor endeudamiento y apertura total de las economías a los flujos financieros, a las importaciones e inversiones extranjeras. Esto ocurre en un contexto internacional inédito, azotado por una pandemia, por la intensidad creciente de los conflictos geopolíticos y por una novedosa dislocación de las cadenas de valor global, fenómeno que impacta de distinta manera a los países periféricos.

Estas circunstancias otorgan un nuevo significado al endeudamiento de los países en desarrollo: al mismo tiempo que su falta de sostenibilidad es cada vez mayor y más evidente, su magnitud pone en riesgo al conjunto del sistema financiero internacional que, como hemos visto en otras notas, esta altamente integrado y es sumamente frágil. Así, el default de un país en desarrollo puede detonar un fenómeno en cascada, potenciando su impacto sobre el conjunto de las finanzas mundiales, con el consiguiente impacto geopolítico. Por otra parte, no existen en el mundo recursos que permitan hacer frente a un default de varios países. Según estimaciones del FMI y del Banco Mundial, ya hay cerca de 40 países que ya no pueden pagar el servicio de las deudas contraídas. Según otros análisis, son más de cien [DSA-list pdf, imf.org, 30/06/2021; theguardian.com, 23/09/2021.].

Crisis de las cadenas de valor global

El G20, el FMI y el Banco Mundial buscan una dolarización rápida de las economías en desarrollo. La Reserva Federal contempla la posibilidad de digitalizar al dólar y, como ya hemos analizado, provoca un cambio drástico de la arquitectura financiera internacional para garantizar el rol del dólar como moneda internacional de reserva. En este contexto dinamizado por la proliferación de las criptomonedas, el FMI asume el “mandato de asegurar que la adopción generalizada de monedas digitales no vulnere la estabilidad económica (…) ni la estabilidad del sistema monetario internacional”[blogs.imf.org, 29/07/2021.]. Hoy, tanto como ayer, las operaciones del FMI aseguran el control de la Reserva Federal de Estados Unidos sobre los países en desarrollo.

Sin embargo, la dislocación de las cadenas de abastecimiento global, el proteccionismo creciente, y las tensiones geopolíticas indican que la arquitectura financiera, económica y política surgida después de la Segunda Guerra Mundial y reafirmada en la década de los ’70, está colapsando. Todavía no existe otra que la sustituya. Esto agudiza las turbulencias, pero también brinda una oportunidad para que los países periféricos articulen alianzas geopolíticas que les permitan proteger a sus economías nacionales, fortalecer sus monedas (anclándolas en sus recursos naturales) y cambiar su matriz productiva. Sólo así podrán lograr un crecimiento económico integrado e inclusivo que empiece a poner fin a la depredación del clima y de la naturaleza.

La crisis de la arquitectura global también pone en jaque a la capacidad de Reserva para controlar la economía norteamericana y los conflictos sociales que esta engendra. La promesa de Joe Biden de reconstruir al país con proyectos que impulsan el gasto social e inversiones destinadas a estimular la demanda de los sectores con menores ingresos está estancada ante la dificultad de lograr la aprobación de una de estas iniciativas en el Congreso, que el viernes 5 sancionó la de infraestructura. Asimismo, los objetivos de Biden han sido contrarrestados por una política monetaria que el último año estimuló un crecimiento del 37% del S&P 500, índice que marca la cotización de las acciones de las principales corporaciones norteamericanas. El endeudamiento barato llevó a estas corporaciones a sustituir la inversión en la economía real por la recompra de sus acciones para valorizarlas en el sistema financiero, fenómeno que explica el 40,5% de las ganancias corporativas en la última década, incluyendo el último año[zerohedge.com, 29/10 y 03/11/2021.].

En este contexto, el impacto de la ruptura de las cadenas de valor global sobre la economía norteamericana ha colocado a la Reserva Federal en una situación sin salida: no puede continuar con esta política monetaria pero aún no tiene otra. Un aumento de las tasas de interés puede detonar el enorme endeudamiento público y privado. Al mismo tiempo, el desabastecimiento y los cuellos de botella amenazan con sumir a la economía en la recesión[zerohedge.com, 09/10/2021; forbes.com, 21/10/2021.] y no hay nada que la Reserva pueda hacer para corregir la dislocación de las cadenas de valor global, fenómeno en el que inciden múltiples factores. Entre ellos, una acelerada y enorme concentración del capital en el área logística[“In deep ship”, Rabobank Research, 30/09/2021, rabobank.com.], que permite a dos o tres monopolios aprovechar las circunstancias para imponer ganancias extraordinarias.

Este contexto potencia los riesgos de recesión y, paradójicamente, otorga un fugaz poder de negociación salarial a amplios sectores de obreros y empleados “resignados” durante décadas a salarios cada vez más bajos y contratos “basura”. Sus reclamos no pueden ser contenidos importando bienes producidos en otras partes del mundo con salarios más bajos. Este principio esencial a la globalización está en crisis. La digitalización de la economía terminará por producir estragos en el mercado de trabajo y pondrá un límite brutal a las demandas salariales. Por el momento, sin embargo, estas se esparcen como reguero de pólvora y han obligado a la Reserva a salir de la inacción para impedir un descontrol inflacionario. Esta semana anunció que empezará a disminuir la liquidez que inyecta mensualmente. Asimismo, admitió que contempla la posibilidad de una eventual suba de las tasas de interés, si esto fuera necesario. Se adentra así, en territorio desconocido[Emissions Gap Report 2021, unep.org, 25/10/2021; aljazeera.com, 26/10/2021.].

Argentina: control de los formadores de precios

El aumento de la presión política ante la inminencia de las elecciones legislativas contribuye a delinear el tablero del futuro post electoral: más allá de los resultados, Mauricio Macri y sus diferentes tribus están dispuestos a impedir, por cualquier medio, la continuidad del gobierno.  Macri  goza destrozando el micrófono de un medio de comunicación que no pudo doblegar durante su gestión anterior;  Patricia Bullrich  se alegra ante la cirugía de la Vicepresidenta y la atribuye a su deseo de “esconderse de la derrota electoral”, no sólo muestran la índole de los personajes, sino que anticipan la violencia que se viene.

En este contexto, la actividad de la Secretaría de Comercio Interior contribuye a crear conciencia sobre las causas y los responsables de los problemas que nos aquejan Roberto Feletti avanza en el control de precios de los alimentos y de los medicamentos y advierte que “más adelante hay que tomar decisiones en cuanto a desvincular al precio local del internacional. Nosotros atacamos lo que es inflación mercado internista, monopólica o de remarcación. También hay que atacar lo que es inflación importada”[infobae.com, 29/10/2021.]. Seguramente esta será la excusa que utilizarán los formadores de precios para provocar otra andanada inflacionaria a corto plazo. Dar a conocer el grado de concentración de la economía en sus distintas ramas, aplicar el rigor de la ley ante las transgresiones y movilizar a la población para que en forma organizada participe en el control de precios son recursos fundamentales para resistir la desestabilización política que se anticipa.

A esto se suma otra medida importante que acaba de tomar el Banco Central de la República Argentina (BCRA) para controlar, esta vez, a la corrida cambiaria: el cepo cambiario a los bancos. Hasta fines de este mes, no podrán aumentar su posición en dólares para hacer inversiones financieras propias. Sería importante que esta medida se prolongue por más tiempo y que el BCRA ponga la lupa sobre los intereses de las LELIQs que han acumulado los bancos, y la posibilidad de usarlos para dar crédito subsidiado a inversiones destinadas a sustituir buena parte de la miríada de importaciones que desangran las divisas que el país genera y que, sin embargo, pueden ser producidas localmente. Esto tal vez permita iniciar el camino hacia el cambio de la matriz productiva y el recorte de la restricción externa. En este sentido, también urge la necesidad de crear una moneda propia, posiblemente basada en nuestros recursos naturales, que permita dar oxígeno a la economía y al país en un contexto donde, como mencionamos previamente, la desarticulación de las cadenas de valor global llegó para quedarse e insufla los vientos del proteccionismo y de la confrontación social y geopolítica.

Entre el Deber Ser y la Política Real

Carla Debenedetti, Profesora en Historia. Docente Adscripta, Historia Americana III Contemporánea, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata, escribe el siguiente artículo, parte de un compilado: “Redemocratización, Derechos Humanos y nuevos colectivos políticos en América Latina. La Historia después de la Historia.” 1a ed. - Mar del Plata: Universidad Nacional de Mar del Plata, 2013.

El objetivo de este trabajo consiste en analizar el proceso que lleva a la consolidación de la Nueva Izquierda en gran parte de los países de América del Sur durante la primera década del siglo XXI. Catalogada como populistas desde la derecha, desde la izquierda se la critica negándole radicalidad y acusándola de reformismo. En todo caso, las nuevas experiencias tienen una relación ambigua con las experiencias populistas y las luchas de la izquierda latinoamericana del siglo pasado, y si bien sus puntos de contacto son intensos desde lo simbólico y lo retórico, no queda claro si su política cuestiona en profundidad la hegemonía neoliberal.

Por eso nos parece útil enfocarnos en el análisis en las rupturas y continuidades con las experiencias históricas del populismo y de la izquierda latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX; discutir las categorías de izquierda/derecha; enmarcar la discusión en el ámbito de la identidad y la otredad; analizar este proceso de consolidación política desde una perspectiva que incluye categorías de análisis como Hegemonía, Bloque histórico de poder, sociedad civil, sociedad política, consenso, coerción, movimientos sociales, entre otros.

El desarrollo de estas cuestiones se constituye a su vez en parte de mi tesis de posgrado que retomará el problema de la lucha por la hegemonía en América Latina, y más especialmente en Sudamérica en los comienzos del nuevo milenio.

Algunas de las preguntas que surgen en este contexto, y que desarrollaremos en esta instancia son: ¿Cuáles son las similitudes y las diferencias entre la llamada Nueva Izquierda y los populismos del siglo XX? ¿Se ajusta su discurso contrahegemónico a las políticas que aplican desde los gobiernos que ejercen? ¿Es un movimiento uniforme o presenta fracturas en su interior?

Aparecen a su vez, otros interrogantes como: ¿Cuáles son los límites político-ideológicos de estos nuevos movimientos? ¿Puede estructurarse a partir de ellos una verdadera ofensiva al capitalismo global? ¿Es posible promover una cultura anti-hegemónica desde la izquierda? ¿Qué tipo de resistencia es viable en un mundo que ha cambiado rápidamente a partir del avance tecnológico y la globalización? Como es evidente, intentar una respuesta para ellos excede en mucho los límites de este trabajo. Sólo aspiramos aquí a delinear una estrategia de trabajo apoyada en conceptos y categorías que nos parecen adecuadas para el análisis de la historia reciente de Nuestra América.

1. Algunas precisiones conceptuales

Para el análisis propuesto en la introducción, hemos recurrido a categorías utilizadas por Antonio Gramsci para comprender las formas políticas que adopta el capitalismo en occidente. Nos concentraremos fundamentalmente en los conceptos de Estado, hegemonía, consenso y coerción, intelectuales orgánicos y bloque histórico de poder.

En la comparación que Gramsci establece entre Oriente y Occidente para delinear una estrategia revolucionaria adecuada a los países capitalistas avanzados, interpreta que éstos tienen una capacidad mayor de resistencia tanto a las crisis económicas como a los embates de una guerra de maniobra revolucionaria como la planteada por los bolcheviques en la Rusia zarista. Esta capacidad se apoya en una sociedad civil compleja cuya fortaleza radica en la dirección moral e intelectual de un grupo dirigente sobre el resto de la sociedad, es decir la hegemonía, combinada con el control del Estado como instrumento de dominación de clase, portador del monopolio de la violencia legítima. En palabras de Gramsci “En Oriente, el Estado lo era todo, la sociedad civil era primaria y gelatinosa; en Occidente, en cambio, había una correlación eficaz entre el Estado y la sociedad civil, y en el temblor del Estado podía de todos modos verse en seguida una robusta estructura de la sociedad civil.”

El Estado se define “...en el sentido, pudiera decirse, de que Estado = sociedad política + sociedad civil, o sea hegemonía acorazada con coacción.” La combinación entre consenso y coerción es esencial al control del Estado burgués: “Gucciardini afirma que hay dos cosas absolutamente necesarias para la vida de un Estado: las armas y la religión. La fórmula de Gucciardini puede traducirse por otras varias fórmulas menos drásticas: fuerza y consentimiento, coacción y persuasión, Estado e Iglesia; sociedad política y sociedad civil; política y moral...” (Las citas son tomadas de Antonio Gramsci, Antología. Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.)

La sociedad civil es entonces el ámbito en el que la clase dominante dirige a toda la sociedad a través del consenso, mediante una construcción dinámica de la hegemonía: “El hecho de la hegemonía presupone, sin duda, que se tengan en cuenta los intereses y tendencias de los grupos sobre los cuales se ejercerá la hegemonía, que se constituya un cierto equilibrio de compromiso, o sea que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico corporativo, pero también es indudable que tales sacrificios y el mencionado compromiso no pueden referirse a lo esencial, porque si la hegemonía es ético-política, no puede no ser también económica, no puede no tener su fundamento en la función decisiva que ejerce el grupo dirigente en el núcleo decisivo de la actividad económica.” 4 La sociedad política o el Estado, es en cambio el ámbito de la dominación o la coerción. Tanto en la sociedad civil como en la sociedad política, Gramsci atribuye un papel esencial a los intelectuales orgánicos de la burguesía: “... es posible fijar dos grandes „planos‟ sobrestructurales; el que puede llamarse de la „sociedad civil‟, o sea, del conjunto de los organismos vulgarmente llamados „privados‟ y el de la „sociedad política o Estado‟, los cuales corresponden, respectivamente, a la función de „hegemonía‟ que el grupo dominante ejerce en toda la sociedad y a la de „dominio directo‟ o de mando, que se expresa en el Estado y en el gobierno „jurídico‟... Los intelectuales son los „gestores‟ del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político, o sea: 1) del consentimiento „espontáneo‟, dado por las grandes masas de la población a la orientación impresa a la vida social por el grupo dominante fundamental...;

2) del aparato de coerción estatal, que asegura „legalmente‟ la disciplina de los grupos que no dan su „consentimiento‟ ni activamente ni pasivamente; pero el aparato se construye teniendo en cuenta toda la sociedad, en previsión de los momentos de crisis de mando y de crisis de dirección, en los cuales se disipa el consentimiento espontáneo.”

Queda claro el rol del Estado y sus instituciones como parte del aparato coercitivo de la sociedad capitalista. Si bien la hegemonía tiene un papel fundamental en la construcción de consensos y la obtención de consentimiento por parte de las clases subalternas, es la existencia de la posibilidad de coerción la que determina quiénes ostentan el poder. Según interpreta Perry Anderson, “Si volvemos a la problemática original de Gramsci, la estructura normal del poder político capitalista en los estados democrático-burgueses, está, en efecto, simultánea e indivisiblemente dominada por la cultura y determinada por la coerción...la dominación cultural está corporalizada en ciertas instituciones concretas irrefutables: elecciones regulares, libertades civiles, derechos de reunión –todas existentes en Occidente y ninguna de las cuales amenaza directamente el poder de clase del capital... Las condiciones normales de subordinación ideológica de las masas –las rutinas diarias de la democracia parlamentaria- están constituidas por una fuerza silenciosa y ausente que les confiere su valor corriente: el monopolio del estado sobre la violencia legítima.

Desprovisto de éste, el sistema de control cultural se volvería frágil instantáneamente, puesto que los límites de las posibles acciones contra él desaparecerían.” (Perry Anderson, Las Antinomias de Gramsci, Fontamara, Barcelona, 1981.)

En cuanto al concepto de “bloque histórico de poder”, se refiere fundamentalmente a la relación orgánica entre sociedad política y sociedad civil, en este sentido afirma que “La unidad histórica de las clases dirigentes se produce en el Estado...Pero no hay que creer que esa unidad sea puramente jurídica...la unidad histórica fundamental por su concreción es el resultado de las relaciones orgánicas entre el Estado o sociedad política y las sociedad civil.” ( Antonio Gramsci, Obra citada)

La formación del bloque histórico se traduce en la construcción por parte de las clases dominantes de la hegemonía tanto en el plano estructural como superestructural: “Una iniciativa política adecuada es siempre necesaria para liberar el empuje económico de los obstáculos de la política tradicional, para cambiar, esto es, la dirección política de ciertas fuerzas que es necesario absorber para realizar un bloque histórico económico-político nuevo, sin contradicciones internas... Esta es la fase más estrictamente política, la cual indica el paso claro de la estructura a las esfera de la sobrestructuras complejas; es la fase en la cual las ideologías antes germinadas se hacen „partido‟, chocan y entran en lucha, hasta que una sola de ellas, o, por lo menos, una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando, además de la unidad de los fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no ya en el plano corporativo, sino en un plano „universal‟, y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados.” Aquí aparecen nuevamente como actores fundamentales los intelectuales orgánicos como gestores del bloque histórico homogéneo en tanto generadores de ideología y cultura: “...no existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada grupo social tiene su propia capa de intelectuales o tiende a formársela; pero los intelectuales de la clase históricamente (y realistamente) progresiva, en las condiciones dadas, ejercen una tal atracción que acaban por someter, en último análisis, como subordinados, a los intelectuales de los demás grupos sociales...Este hecho ocurre „espontáneamente‟ en los períodos históricos en los cuales el grupo social dado es realmente progresivo, o sea, empuja realmente la sociedad entera hacia delante, satisfaciendo no solo sus exigencias existenciales, sino también la tendencia a la ampliación de sus cuadros para la toma de posesión de nuevas esferas de actividad económico-productiva.

Apenas el grupo social dominante ha agotado su función, el bloque ideológico tiende a desintegrarse, entonces la espontaneidad puede ser sustituida por la coacción, en formas cada vez menos disimuladas e indirectas...”

Creemos, por otra parte, que para un análisis de la lucha de clases en nuestro continente es necesario distanciarnos de algunos supuestos de la doctrina marxista ortodoxa que suelen fracasar al traspolarse sin más desde realidades ajenas a nuestro desarrollo histórico, o que deben entenderse en sentido histórico y no estático. En primer lugar nos aleja de la izquierda tradicional la concepción del proletariado como actor social revolucionario principal en América Latina. Los hechos históricos y un análisis realista nos muestran como principal sujeto revolucionario al campesinado latinoamericano, que la mayor parte de las veces es invisibilizado por la academia y los medios de comunicación, y despreciado por los partidos tradicionales. No debemos olvidar que las principales revoluciones y movimientos sociales del siglo XX fueron llevadas a cabo por el campesinado; que muchos de los gobiernos sobre los que nos enfocamos en este trabajo tuvieron o tienen como apoyo principal movimientos sociales fundamentalmente campesinos, tal el caso de Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Correa en Ecuador; y que los principales detractores del capitalismo en la actualidad latinoamericana son, pese a su marginación por los gobiernos y los medios, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional del Subcomandante Marcos y el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil.

En segundo lugar, pensamos con E. P. Thompson, que el concepto de clase es una categoría histórica y no una categoría estática o sociológica “...las gentes se encuentran en una sociedad estructurada en modos determinados (crucialmente, pero no exclusivamente, en relaciones de producción), experimentan la explotación (o la necesidad de mantener el poder sobre los explotados), identifican puntos de interés antagónico, comienzan a luchar por estas cuestiones y en el proceso de lucha se descubren como clase. La clase y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico...Las clases son formaciones históricas y no aparecen sólo en los modos prescritos como teóricamente adecuados.” ( Thompson, E. P., Tradición, Revuelta y Conciencia de Clase. Crítica, Barcelona, 1984.) Es decir que la clase no es un reflejo inmediato de las relaciones de producción y la lucha de clases no requiere de su existencia conciente para tener lugar.

2. Consenso, coerción y hegemonía

en el último cuarto del siglo XX

América Latina nunca ha sido ajena a las disputas que enfrentaron dos formas de vida y visiones del mundo contrapuestas: por un lado, el capitalismo dependiente, con un fuerte anclaje de dominación cultural; y por el otro, un intento de ruptura desde una matriz socialista; menos aún después del triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Si bien las críticas al Estado de Bienestar y el lobby neoliberal comenzaron ni bien terminada la Segunda Guerra Mundial con la conformación de la Sociedad de Mont-Pèlerin en 1947, durante la Guerra Fría el equilibrio de fuerzas a nivel internacional y regional hizo imposible la implementación dentro del mundo capitalista de reformas que permitieran una mayor renta para el capital. Solo después de la crisis de principios de los años ‟70, con el duro golpe asestado a la izquierda latinoamericana por las dictaduras de Chile, Uruguay, Brasil y Argentina, se abrirá el camino para que el capital despliegue en toda su amplitud una nueva estrategia de acumulación en el subcontinente: el Neoliberalismo, que tendrá como principales instrumentos al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

La llegada del neoliberalismo y su consolidación en un mundo que transitaba de la bipolaridad hacia la unipolaridad implicó mucho más que el ajuste económico. En una primera instancia fue necesario el disciplinamiento social, dispensado mayormente por gobiernos dictatoriales que cuentan en su haber con miles de muertos y desaparecidos, y cuyo “logro” mayor y más duradero fue la desarticulación de organizaciones sociales y políticas de las clases subalternas, y la implantación de la cultura del miedo. La ola represiva y el terror estatal llevaron a la desmovilización y despolitización de la sociedad. Simultáneamente a las medidas económicas de corte conservador se dieron los primeros pasos a la construcción hegemónica en torno al pensamiento antiestatista e individualista neoliberal.

No obstante, la coerción no puede sostenerse en el largo plazo. Era necesario crear consenso en la sociedad civil para sostener el modelo económico neoliberal, que contiene en sí mismo una superestructura política excluyente y autoritaria que contradice abiertamente los principios de la democracia liberal burguesa y los modelos inclusivos de la etapa desarrollista. Las transiciones democráticas marcaron la senda hacia la construcción de la hegemonía que acompañó, justificó y presentó como único camino posible las medidas impuestas por el ajuste económico al compás del FMI.

Durante los años ochenta, se acentuó el modelo económico de ajuste estructural a partir de la crisis económica. Los 90‟s fueron el momento de consolidación del modelo económico y un nuevo avance en la construcción hegemónica del nuevo bloque de poder, que impuso sus pautas culturales, de pensamiento, de consumo, etc. Los partidos políticos tradicionales se adaptaron al nuevo discurso que los vaciaba de contenido ideológico. Los medios de comunicacióncumplieron un rol fundamental en este sentido, promoviendo los valores del llamado pensamiento único, y generando una avalancha de información y entretenimiento que funcionaron, y aún funcionan, como mecanismos de desinformación y distracción de los problemas reales de la política y la economía. Así, “...la forma general del estado representativo –democracia burguesa- es en sí misma el principal cerrojo ideológico del capitalismo occidental, cuya existencia misma despoja a la clase obrera de la idea del socialismo como un tipo diferente de estado, y, con posterioridad, los medios de comunicación y otros mecanismos de control cultural afianzan ese „efecto‟ ideológico central... el Estado burgués representa por definición a la totalidad de la población, abstraída de su distribución en clases sociales, como ciudadanos individuales e iguales. En otras palabras, presenta a hombres y mujeres sus posiciones desiguales en la sociedad civil como si fuesen iguales en el Estado.” (Anderson Obra citada)

Pronto se hizo evidente la incompatibilidad de los ideales democráticos de participación y representación con el ejercicio político de los gobiernos que sucedieron a las dictaduras. Dado que el ajuste implicaba la adopción de medidas altamente impopulares, los poderes ejecutivos tomaron gran parte de sus decisiones mediante decretos, eludiendo de esta forma la instancia representativa de los parlamentos, única vía de participación luego del desmantelamiento de las organizaciones sociales y la cooptación de los sectores sindicales. A partir de la segunda mitad de los „90, en plena derrota del socialismo real y pese al intento de decretar el fin de las ideologías aparecieron signos de agotamiento de la hegemonía neoliberal y vieron la luz movimientos contra-hegemónicos que comenzaron a gestarse durante los ochenta.

Surgieron en América Latina algunos movimientos nuevos como el ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el sur de México, o adquirir importancia inusitada aquellos que venían de larga data, como el Movimiento de Trabajadores sin Tierra (MST) en Brasil. El movimiento contra-hegemónico tuvo su apogeo durante el Foro Social Mundial en Porto Alegre en 2001.

Ante una situación de inestabilidad económica, provocada por las características mismas del modelo neoliberal, y con los canales de institucionalización de los reclamos de la sociedad civil cerrados, dado el claro fracaso de los partidos políticos y las instancias representativas, sumado a la inexistencia o debilidad de organizaciones sociales para dar forma colectiva y canalizar la protesta, se produjeron una serie de estallidos y revueltas sociales que desbordaron los límites del sistema democrático representativo liberal para reclamar un cambio.

Los movimientos contra-hegemónicos forzaron el inicio de una nueva fase en la construcción hegemónica de las clases dominantes que predica justicia e inclusión social, una nueva forma de hacer política. Ya en la segunda edición del Foro Social Mundial, nuevamente en Porto Alegre, encontramos un cambio en esa dirección: “En gran parte, la cobertura más amplia de los medios de comunicación y los reportajes más objetivos (excepto en los EEUU) se debieron a la presencia de celebridades políticas que sostienen posiciones centristas (miembros de la dirigencia del Partido Socialista Francés, representantes de las Naciones Unidas, Banco Mundial, dirigentes del sector moderado / socialdemócrata del Partido de los Trabajadores del Brasil, etcétera). Los avances políticos y los logros del FSM-2002 notados por los medios Europeos Occidentales fueron acompañados por un particular prejuicio en los reportajes: la mayoría de los periodistas y redactores citaron y presentaron favorablemente las "ideas serias" de las personalidades y los líderes políticos más moderados que se reunieron en la Universidad Católica. Muy pocas veces se citó o se mostraron fotografías de los dirigentes de masas y de los activistas de los movimientos populares.” ( Petras, James. Otro Foro Social es Posible. En http://www.manueltalens.com/lecturas_ajenas/lecturas/otroforo.htm) Y las diferencias entre reformistas y radicales no fueron notorias solo en la cobertura de la prensa, sino en la participación en las diferentes actividades, desde charlas y talleres, marchas y conclusiones sobre el camino a seguir.

En este sentido, en un proceso paralelo a la evolución del Foro Social Mundial puede observarse cómo el triunfo de la Nueva Izquierda en la mayor parte de los países del sur del continente implicó la hegemonización de los movimientos sociales anti-neoliberalismo, institucionalizándolos o neutralizándolos, aislando a los sectores más radicales.

3. ¿Populismo, reformismo o socialismo siglo XXI?

El primer punto al que parece necesario aproximarnos, es el carácter de los gobiernos de la Nueva Izquierda que se instauraron en gran parte de América del sur a principios de siglo XXI, y que tienen como característica común la construcción de una nueva hegemonía de acuerdo con ideales de justicia social. Estos llegaron al poder de la mano de la crisis hegemónica del neoliberalismo de fines de los años ́90, que estuvo acompañada por una fuerte crisis de los partidos políticos tradicionales, responsables de la aplicación de las medidas del Consenso de Washington en América Latina.

Como mencionamos en la introducción, esta Nueva Izquierda en el poder es catalogada de populista desde la derecha, y de reformista desde la izquierda.

Pareciera que las dificultades para definir concretamente estos movimientos políticos llevan necesariamente a recurrir a categorías que describieron otros momentos históricos y que no se adaptan completamente a esta nueva etapa. A esto se suma el temor que ejerce sobre las clases dominantes el espectro de los populismos y las dificultades de algunos sectores para definir a la izquierda tras la caída del socialismo real y el supuesto “fin de la historia”.

La categoría Populismo es una de las más controvertidas de las ciencias sociales, y aún hoy no hay una mirada unánime sobre cuáles son los elementos que la definen. Para no profundizar en un debate ampliamente conocido, decimos entonces que adherimos al enfoque propuesto por Carlos Vilas, para quien “El populismo latinoamericano correspondió a un momento determinado del desarrollo capitalista – predominio de la producción orientada hacia el consumo final, industrialización sustitutiva de importaciones, mercados regulados, distribución progresiva de ingresos, gestión estatal de variables macroeconómicas consideradas estratégicas- que poco tiene que ver con el capitalismo actual...el populismo tuvo dimensiones e ingredientes políticos, ideológicos, discursivos, estructurales, estilos de liderazgo, etc. que posiblemente no fueron originales en sí mismos o aisladamente considerados… Populismo fue la específica conjugación de estos ingredientes en un momento estructural e históricamente determinado del capitalismo latinoamericano... Algunos de estos ingredientes sobrevivieron incluso a las experiencias populistas, y eventualmente reaparecieron como parte de regímenes de naturaleza y significados diferentes; otros no.”

Vilas atribuye gran parte de la confusión respecto al concepto a “la reducción de la complejidad del fenómeno a alguna de sus partes constitutivas” (Las citas corresponden a Vilas, Carlos M. “¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas?”, http://cmvilas.com.ar/). Y aquí es donde podemos encontrar una de las claves para la calificación de los gobiernos de la Nueva Izquierda como populistas, especialmente cuando esa reducción se aplica a dos cuestiones fundamentales: el discurso político y el liderazgo personalizado.

Muchos de ellos tienen puntos en común con las experiencias populistas del pasado, y retoman consignas, estilos, e incluso algunas de las medidas sociales más populares.

Uno de los enfoques que define al populismo desde el discurso es el de Ernesto Laclau que lo define como “...la articulación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico de la ideología dominante. El populismo comienza cuando los elementos popular-democráticos se presentan como opción antagónica frente a la ideología del bloque dominante. Basta que una clase o fracción de clase requiera, para asegurar su hegemonía, una transformación sustancial del bloque de poder para que el populismo sea posible.” (Mackinnon, María Moira y Petrone, Mario Alberto, “Los complejos de la Cenicienta”, en María Moira Mackinnon y Mario Alberto Petrone (comps.), Populismo y neopopulismo en América Latina: El problema de la Cenicienta, Buenos Aires, Eudeba, 1999 ) En este sentido, podemos encontrar el elemento discursivo del populismo en las experiencias de la Nueva Izquierda a las que nos estamos refiriendo. En la dinámica de construcción hegemónica, los voceros de estos movimientos recurren a un discurso dicotómico que polariza en torno a díadas que enfrentan al pueblo con la oligarquía, a los intereses nacionales con el imperialismo, a lo nacional y popular con el neoliberalismo tecnócrata, al Estado con el mercado, etc. Este discurso, constituye una dimensión simbólica de gran importancia para la inclusión de las clases subalternas que se sienten nuevamente protagonistas de su propia historia. En este punto es donde la izquierda tradicional vuelve a ver con desagrado como las clases subalternas, en lugar de responder a los partidos que supuestamente las representan, vuelven a elegir movimientos poli-clasistas para los que la revolución y el socialismo aparecen en un horizonte remoto, si es que aparecen.

La polarización desde lo discursivo es también causa de las respuestas verbales más violentas e irracionales por parte de la derecha, que acusa de populistas a los gobiernos populares actuales en el sentido más peyorativo y que tiene que ver generalmente con la segunda cuestión que señalábamos más arriba: el liderazgo personalizado. En este sentido, los nuevos líderes políticos son acusados de demagogia, autoritarismo, y de ser anti-democráticos. En primer lugar, la idea de un líder carismático que ejerce la demagogia sobre las masas irracionales que no entienden qué es lo que les conviene, no resiste el menor análisis. Existe en ella una visión descalificadora de los sectores subalternos y todo lo que esté relacionado con lo popular que tiene como telón de fondo el temor ante la amenaza, real o supuesta, al orden social establecido. Esta mirada es compartida en gran parte por la izquierda tradicional, que al no ejercer una autocrítica honesta respecto a su incapacidad para atraer a las clases subalternas hacia sus filas, justifica su fracaso en la inmadurez de la clase obrera y la demagogia de los partidos populares.

Por otro lado, los nuevos gobiernos de la Nueva Izquierda han llegado al poder y lo han ejercido por vía democrática, y en muchos casos sus líderes son outsiders o candidatos independientes que han logrado atraer al electorado, defraudado por los partidos tradicionales tanto de derecha como de izquierda, con un discurso alternativo.

Parece ser que la dicotomía del discurso y el reposicionamiento de los sectores populares como actores importantes del proceso político generan temor y rechazo en las clases dominantes ante “el otro incierto” de Edmund Leach. Según este antropólogo social británico entre “el otro celestialmente remoto” (tanto en el tiempo como en el espacio) al que se le atribuye cualidades benignas, y “el otro próximo y predecible” relacionado con uno mismo de manera directa, “hay una tercera categoría que despierta un tipo de emoción totalmente distinto. Se trata del otro que estando próximo es incierto. Todo aquello que está en mi entorno inmediato y fuera de mi control se convierte inmediatamente en un germen de temor”. ( Leach, Edmund, Un mundo en explosión, Anagrama, Barcelona, 1967. Capítulo II: “Nosotros y los demás”).Mismo temor que generan en la izquierda tradicional los movimientos sociales que le impelen a plantear una ruptura con el análisis ortodoxo de la sociedad para entender la lucha de clases y los actores sociales desde una perspectiva más flexible que no implique necesariamente a la clase con conciencia de sí y para sí, la formación de un partido de vanguardia, el proletariado como sujeto revolucionario, etc.

El problema de la derecha es asumir que la democracia funciona con mayorías, especialmente cuando le son adversas, de modo que cuando la democracia es utilizada para beneficiar a los sectores postergados y este uso es amplificado por el discurso, aparecen las acusaciones de autoritarismo y falta de espíritu democrático.

Paradójicamente, los sectores más conservadores aparecen ahora como los paladines de la democracia, apropiándose de un reclamo que a lo largo de la historia había sido bandera de las clases subalternas, mientras las clases dominantes apoyaban y se sentían a gusto con los gobiernos dictatoriales de turno en tanto éstos defendían sus intereses de clase. Como respondía F. von Hayek, uno de los popes del Neoliberalismo, a un periodista chileno en 1981: “Un dictador puede gobernar de manera liberal, así como es posible que una democracia gobierne sin el menor liberalismo. Mi preferencia personal es una dictadura liberal y no un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente.” ( En Toussaint, Eric, Neoliberalismo, Breve Historia del Infierno, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012.)

La democracia fue rescatada como valor político a partir de los años setenta y ochenta, por reacción a las dictaduras represivas que asolaron a los países latinoamericanos, como había sucedido algunas décadas antes en Europa tras las experiencias fascistas; pero también para contraponerla a la vía armada adoptada por la izquierda revolucionaria en casi todo el subcontinente. Los partidos políticos recuperaron la idea de democracia representativa como expresión última de libertad convirtiéndola en componente esencial de la nueva construcción hegemónica neoliberal. Sin embargo, la democracia restaurada difería fundamentalmente de aquella postulada por los primeros procesos de democratización que se habían dado a principios del siglo XX, en que dejaba de lado su vertiente reformista-progresista que suponía la expansión de las libertades políticas y la participación popular en pos de la superación de las desigualdades sociales, para sobredimensionar el aspecto procedimental y el funcionamiento de las instituciones. En este contexto, los partidos políticos de masas tradicionales, y especialmente los partidos de izquierda y la socialdemocracia, cuyo programa político y su componente ideológico les habían sido esenciales en el pasado, se convirtieron en maquinarias electorales, vaciándose de contenido, adoptando el discurso y las prácticas neoliberales. Como señalara Guillermo O‟Donnell “Es como que el lenguaje de los ochenta se ha hecho „casto‟. Una serie de palabras como dependencia, clase, en otro tiempo Estado, ha sido abandonada; ahora hablamos de „administración Clinton‟, „administración Menem‟, las clases son „sectores‟. Este „lavaje‟ del lenguaje es un dato interesante de una enorme hegemonía conservadora. Todos aquellos que dominan prefieren no usar la palabra „dominación‟. El problema es cuando los dominados o los terceros que no tendrían por qué aceptar ese lenguaje, aceptan que alegremente se llame leverage al poder”. (O‟Donnell Guillermo (1995:170), Citado en Ansaldi W. y Giordano V., América Latina. La construcción del orden. Tomo II: De las Sociedades de masas a las sociedades en proceso de reestructuración. Paidós, Buenos Aires, 2012.)

En la misma dirección parece resolverse el problema de la vigencia de la díada derecha/izquierda cuestionada luego de la caída del socialismo real. Con la exclusión de los extremos, la dicotomía se resuelve en una centro-izquierda y una centro-derecha, cuya moderación licúa las diferencias para unir ambas tendencias en una postura común frente a la democracia, que sólo se diferencia en la prioridad otorgada a la igualdad por sobre la libertad, en el caso de la izquierda, y viceversa para la derecha. En todo caso, la negación de la izquierda revolucionaria como opción política válida, encubre un claro posicionamiento a favor del capitalismo, lo cual se inscribe en la tradición de la derecha y desde el último cuarto del siglo XX, de la izquierda reformista en sus varias acepciones. (Bobbio, Norberto, Derecha e Izquierda. Razones y significados de una distinción política. Taurus, Madrid, 1995.)

Desde la interpretación de la izquierda tradicional que sostiene la necesidad de un cambio radical hacia el socialismo, en los gobiernos de la Nueva Izquierda latinoamericanos predomina el reformismo: regímenes en los que se avanza en cuestiones sociales sin amenazar concretamente al capitalismo que brinda en definitiva el sustento económico para la aplicación de políticas inclusivas y legislaciones de tercera generación. En este sentido, James Petras y Henry Veltmeyer interpretan que “Los cambios abruptos y las alteraciones en la correlación política de fuerzas tienen como contrapartida una llamativa continuidad estructural.” ( Petras, J y Veltmeyer, H., Espejismos de la Izquierda en América Latina, Lumen, Bs As, 2009.) Desde este punto de vista, se sostiene un permanente deslizamiento político de izquierda a derecha en el último decenio Latinoamericano, basado en la recuperación de los sectores conservadores a partir de la reinserción en el mercado mundial y la primarización de la economía. “El cambio de manos del poder, de la izquierda radicalizada a la centroizquierda y luego a la derecha, sigue con fidelidad la suerte del capital. La izquierda radicalizada dominó la calle y ejerció un veto virtual sobre la política económica, y trajo aparejado o apoyó un „cambio de régimen‟... logró bloquear el sojuzgamiento que ejercía el capital, pero fue incapaz de reemplazarlo...La centroizquierda operó con una visión estática del equilibrio post-crisis entre los pobres movilizados y la burguesía en resurgimiento. Vislumbraron una alianza productiva donde pudieran controlar la riqueza y los ingresos generados por una inserción del sector primario en el mercado mundial y extender el bienestar social a los pobres, para pacificar a las masas. Pero la estrategia se desmoronó desde el momento mismo en que el auge del sector primario cobró alas y las elites agromineras en proceso de resurgimiento mostraron su poderío basado en una rentabilidad récord.”

De acuerdo con este enfoque, con la salvedad del caso venezolano que tiene características peculiares, el entusiasmo de cierta parte de la izquierda con los gobiernos de la Nueva Izquierda, es un espejismo desde el momento en que no hubo cambios estructurales, solo un maquillaje al modelo neoliberal a través de programas para alivianar la pobreza: “El modelo reaccionario o retrógrado de los RCI [Regímenes de Centro-izquierda], construido sobre la “primarización” de la economía y el auge de la inversión especulativa, fue pasado por alto por casi todos los intelectuales occidentales, que quedaron deslumbrados con las medidas „populistas‟ marginales y eligieron concentrarse en ellas: la canasta alimenticia de Lula...; la promoción por parte de Kirschner de los derechos humanos y el subsidio mensual al desempleo...; el indigenismo cultural y las joint ventures con las empresas petroleras y gasíferas internacionales de Evo Morales..., y las declaraciones de Rafael Correa a favor del socialismo del sigloXXI... Los ideólogos de los RCI no analizaron el hecho de que estos aumentos marginales en el gasto social tuvieron lugar dentro de un marco socioeconómico y político que conservó las características estructurales de una economía neoliberal.” 22

4. Conclusiones preliminares

A partir de lo desarrollado anteriormente, intentamos responder algunos de los interrogantes planteados en la introducción. En primer lugar, tratamos de establecer que los gobiernos de la Nueva Izquierda no pueden ser catalogados como populistas, dado que el populismo es considerado desde nuestra perspectiva como una combinación de elementos específicos para un momento específico del desarrollo capitalista en América Latina. No obstante, algunos de los elementos constitutivos de los populismos del siglo XX aparecen con fuerza en los gobiernos de la Nueva Izquierda, especialmente en el plano discursivo y en algunas medidas de democratización política y social. Creemos que es acertada la observación de Alain Rouquié cuando señala que “La designación del enemigo interno o externo, a menudo los dos a la vez, no es un epifenómeno parasitario, sino perfectamente funcional... El discurso excluyente apunta de hecho a la integración. El conflicto dramatizado es vivido como una inclusión por los marginados. Por lo tanto, es profundamente democrático, o por lo menos democratizante y portador de ciudadanía. El antipueblo construye el pueblo.” (Rouquié, Alain, A la Sombra de las Dictaduras. La democracia en América Latina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2011.)

Nos interesaba también señalar el sesgo peyorativo en la calificación populista por parte de la izquierda y la derecha, que no denota más que temor o desconcierto ante un fenómeno que cuesta comprender y más aún controlar desde las posiciones políticas tradicionales. De allí que se acuse a los gobiernos de improvisación, falta de programa político, demagogia, etc. En este sentido, retomamos lo propuesto por Ernesto Laclau respecto a los discursos y lo simbólico como parte de la construcción hegemónica: “¿no sería el populismo, más que una tosca operación política e ideológica, un acto preformativo dotado de racionalidad propia, es decir, que el hecho de ser vago en determinadas situaciones es la condición para construir significados políticos relevantes?” ( Laclau Ernesto, La Razón Populista, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2013.)

En tercer lugar, coincidimos con las posiciones de la izquierda en que los gobiernos que analizamos presentan distancias importantes entre el aspecto simbólico y discursivo, y la ausencia de políticas tendientes a un cambio estructural profundo. En este sentido encontramos diferencias notables entre los gobiernos considerados de Nueva Izquierda, con el caso de Venezuela como el más radical, en el que tanto el discurso como las políticas de cambio fueron más profundas y coherentes, y el caso Chileno como el más conservador, con gobiernos de coalición que no han logrado romper con el legado autoritario de la dictadura de Pinochet.

¿Qué es entonces la Nueva Izquierda? Entendemos que el surgimiento de estos movimientos y gobiernos se deben a una rearticulación de la hegemonía tras la crisis política de fin de siglo, que hizo necesaria la incorporación de nuevos actores, la consideración de demandas populares en torno a la participación política y el alivio del impacto social nocivo de las políticas neoliberales de las décadas del ochenta y el noventa, pero que no propone cambios estructurales fundamentales que nos hagan pensar en una confrontación próxima o remota con el capitalismo. Así mismo, parece evidente que el panorama se vio políticamente facilitado por el retroceso de la hegemonía norteamericana a escala global y sobre el subcontinente en particular.

Como señala acertadamente Carlos Vilas “El eje de las propuestas de reforma de la izquierda de nuestros días se orienta mayoritariamente a dotar a la democracia representativa de eficacia política para convertir en acciones de gobierno las aspiraciones populares y de gran parte de las clases medias a una más satisfactoria calidad de vida...La nueva izquierda no plantea el socialismo como forma –utópica o realista, es cuestión aparte- de organización del conjunto social, sino un capitalismo más equilibrado y por tanto más reglamentado, pero un capitalismo que de todos modos mantiene la impronta de muchos de los cambios estructurales ejecutados en las dos décadas anteriores por las severas recomendaciones de formas macroeconómicas y sociales en clave neoliberal.” (Vilas, Carlos, “La izquierda latinoamericana y el resurgimiento de regímenes nacional-populares”, en Nueva Sociedad 197 (mayo-junio 2005))

Vilas interpreta que la “insatisfacción crítica” que motiva el viraje a una concepción más humanizada del capitalismo marca una continuidad con las variantes anteriores de la izquierda y la relegación de una hipótesis de cambio radical marca una ruptura con las experiencias del siglo XX. Podríamos agregar que tal relegación marca una diferencia esencial con la izquierda, especialmente con la izquierda radical de todos los tiempos, pero también con los partidos socialdemócratas del siglo pasado, que si bien confiaban en la posibilidad de un cambio paulatino por vía parlamentaria, tenían como horizonte la construcción del socialismo. En este sentido, las continuidades se tornan débiles en tanto forman parte de una retórica va mucho más allá de las políticas implementadas y las perspectivas a futuro de la Nueva Izquierda en el poder, cuyas limitaciones son inherentes a las condiciones estructurales de su desarrollo.

No obstante nuestras coincidencias con parte del análisis de la izquierda tradicional, creemos que el surgimiento de estos movimientos y gobiernos en América Latina es positivo en varios aspectos. Aunque no podemos dejar de ver en estos gobiernos la canalización e institucionalización de la protesta que forzó los cambios en la construcción hegemónica entre fines de la década del noventa y los primeros años del nuevo siglo y la marginación de los sectores más radicalizados, debemos considerar como un avance en las luchas de las clases subalternas la democratización en términos políticos, sociales y culturales de la última década, que rompió con los sistemas altamente represivos y de escasísima participación para revalorizar la gestión política sobre el eficientismo tecnocrático y la participación colectiva en torno al valor de la democracia; los avances relativos en materia de derechos humanos; las alianzas regionales como instrumentos de fortalecimiento frente a las potencias imperialistas.

El enfoque thompsoniano de clase como categoría histórica nos permite una interpretación positiva de los movimientos que incluyen e impulsan a la Nueva Izquierda Latinoamericana, que sin ser típicamente revolucionarios brindan un marco adecuado para la reactivación de la lucha de clases, golpeada por las dictaduras o los regímenes autoritarios primero, y por la desarticulación de lo que quedaba por el neoliberalismo más duro luego. Partiendo de un concepto de hegemonía dinámico, en permanente construcción, creemos que “La contienda simbólica adquiere sentido dentro de un equilibrio determinado de relaciones sociales... es un conjunto de relaciones estructurado, en el que el Estado, la ley, la ideología antiautoritaria, las agitaciones y acciones directas de la multitud, cumplen papeles intrínsecos al sistema, y dentro de ciertos límites asignados por este sistema, límites que son simultáneamente los límites de los que es políticamente „posible‟ y, hasta un grado extraordinario, también los límites de lo que es intelectualmente y culturalmente „posible‟...[pero] la hegemonía, incluso cuando se impone con fortuna, no impone una visión de la vida totalizadora; más bien impone orejeras que impidan la visión en ciertas direcciones mientras la dejan libre en otras. Puede coexistir (como en efecto lo hizo en la Inglaterra del siglo XVIII) con una cultura del pueblo vigorosa y autoactivante, derivada de sus propias experiencias y recursos. Esta cultura se resiste en muchos puntos a cualquier forma de dominio exterior, constituye una amenaza Esta certeza, combinada con la reelaboración de algunos puntos importantes de la teoría marxista, como la impulsada por John Holloway en Cambiar el Mundo sin Tomar el Poder y adoptada por el FZLN, o las propuestas elaboradas por Negri y Hardt en Imperio y Multitud, entre otras iniciativas, hacen posible la perspectiva de un cambio. Nos confirman en la certidumbre de que aún es posible y necesario pensar en un futuro digno para todo el género humano.

En principio, es imprescindible discutir hacia dentro de la izquierda sobre el camino a seguir, buscando nuevas alternativas con valor para cuestionar el criterio de autoridad que anuló durante gran parte del siglo XX la vinculación entre teoría y práctica, con capacidad para tener una lectura crítica de los procesos de los que fueron protagonistas las clases subalternas, para aprender de los errores y seguir adelante en la lucha.

Charla con el presidente

Bernarda Llorente, Licenciada en Ciencia Política, argentina, casada y madre de un hijo. Desde muy joven ejerció el periodismo grafico para medios de México y Argentina y fue corresponsal extranjera en Estados Unidos. Por razones personales y profesionales ha residido en diversos países como España, México, Guatemala y  Estados Unidos. Actualmente se desempeña como directora del Servicio Telam, produjo una entrevista exclusiva con el Presidente Alberto Fernandez a una semana de los comicios de medio termino, que determinaran las representaciones en el congreso y dibujaran un nuevo panorama político en el país, de acuerdo a las correlaciones de fuerzas allí representadas.

A una semana de las elecciones, el presidente evaluó que la pospandemia debe propiciar un "debate ético" sobre la desigualdad y advirtió que América Latina debe encaminarse a reconquistar la unidad perdida.

Por las ventanas del despacho presidencial se aprecia cómo cae la tarde sobre los jardines de la Quinta de Olivos. Pasan minutos de las 18 del viernes 5 de noviembre. El presidente Alberto Fernández, recién llegado de una actividad en el municipio de Avellaneda, recibe a Télam a una semana de las elecciones legislativas, para brindar la que será la primera entrevista a su regreso de una gira internacional, que incluyó la Cumbre de G20 en Roma junto a los principales líderes del planeta, y la Cumbre en Glasgow, Escocia. Pensar el futuro pospandemia y realizar un balance sobre el viaje, al que calificará como satisfactorio a lo largo de la hora de entrevista, serán los primeros puntos de una amplia agenda de temas que el presidente analizará ante la agencia oficial.
 
-¿Cómo visualizó al mundo que lucha por llegar a la pospandemia y busca construir una salida, en su recientes viajes al exterior para participar del G20 y la Conferencia climática de Glasgow?

- Lo que uno descubre cuando sale de la Argentina y habla con líderes de otras latitudes es que en todos lados se vive más o menos lo mismo. En momentos en que el tiempo transcurrido permite una cierta mirada retrospectiva, aparecen los efectos en la mayor parte de las sociedades que vieron la pandemia como una amenaza semejante a una guerra. Una amenaza similar a que una bomba cayera sobre el techo de sus casas, o que al salir a la calle una bala les cruzase la cabeza. Todo eso era pensado desde un virus que podía entrar a las casas o contagiar con solo andar por la calle. Esa sensación, poco a poco, fue condicionando el estado anímico de la gente.
Cuando la pandemia empezó a superarse por efecto de la inmunidad lograda por la vacunación, quedó la impresión de que aún a muchos les cuesta entender cómo es el mundo que emerge de la pospandemia. Creo que en parte se vive como una posguerra. Hay un sentimiento de sobrevivencia. Y está claro que en una Argentina que ha tenido 115.000 muertes ocasionadas por una sola causa, ese sentimiento es comprensible.

Me parece que lo que el mundo tiene hoy es desánimo por tanta muerte y dolor, a lo que se suman los efectos en la economía. Todas las economías del planeta cayeron. Todas, absolutamente todas. Y la recuperación tiene ritmos desiguales. En algunos lugares es muy rápida. Nuestra recuperación económica, por ejemplo, debe ser de las más rápidas del mundo. Pero no ha llegado a todos y hay gente que todavía no siente esa mejora. Y entonces hay una parte de los argentinos desanimados. Al igual que canadienses desanimados, como me contaba Trudeau (Justin, Primer Ministro de Canadá); o Macron (Emmanuel, Presidente de Francia) en cuanto a los franceses; o Merkel (Angela, Canciller de Alemania), y Pedro Sánchez (Presidente de España)  La esposa de Biden (Joe, Presidente de los EE.UU.),  me describía el mismo sentimiento en Estados Unidos, al que hay que agregar una cultura más reacia a vacunarse.
Por lo pronto, tenemos una sociedad con un ánimo muy alterado, acá y en todas las latitudes. Y eso hay que entenderlo. Confieso que en el vértigo en el que nos metió la pandemia, no advertí que eso pudiera pasar. No advertí la magnitud del fenómeno en personas que fueron sobreexigidas por la pandemia. Por ejemplo, mujeres madres que tuvieron que afrontar cargas enormes, repartiéndose entre el trabajo y sus hijos, que además no podían asistir a los colegios. El trabajo y esfuerzo que hicieron fue inmenso. Y siento que, tal vez, no lo advertimos. Esa es la palabra exacta. Me apena porque debimos haberle prestado otra atención a ese problema. Pocos advirtieron el enorme impacto psicológico que traería aparejado la pandemia. Creo que en el presente, con la caída de los contagios y la recuperación económica, han renacido las ganas, la confianza y la esperanza en un presente y un futuro mejor.


 -La reciente Cumbre del G20 mostró a los principales líderes con preocupaciones que los empuja a reformular algunas estrategias y discursos. Si el modelo de globalización conducido por la lógica financiera de la economía ya estaba en crisis,  la pandemia marcó claramente sus límites. ¿Cómo imagina la reconstrucción de este mundo? ¿Es posible la esperanza, la construcción de nuevas utopías?

- En verdad, el debate central que el mundo debe llevar adelante, y que yo planteé en todos mis discursos, es un debate ético. Desde qué ética queremos reconstruir el mundo. Lo que dejó al descubierto la pandemia es la desigualdad a nivel planetario. Una mañana nos despertamos y un virus que era imperceptible al ojo humano era capaz, no sólo de arrancar millones de vidas, sino también de dar vuelta economías. De repente, nos encontramos que empresas de la talla de Lufthansa necesitaron del auxilio del Estado para poder sobrevivir. O Alitalia, que terminó cerrando. Hemos visto una crisis económica de tal magnitud. Y fundamentalmente, lo que deberíamos replantearnos es esa lógica que se impuso en el mundo de privilegiar lo financiero por sobre lo productivo. En gran parte, semejante desigualdad nace el día que el capitalismo le prestó más atención al gerente financiero que al de producción. Ese debate ético es el debate que está y que no todos abordan, porque hay un mundo que resiste ese cambio. Wall Street resiste ese cambio. El conservadurismo americano resiste ese cambio. Después, hay miradas políticas que tienen vocación de ampliar esos horizontes, como Macron en Francia o Merkel en Alemania. Pero hay intereses en pugna, claramente, para que todo siga igual. 

Desigualdad

Que esa desigualdad es grave, profunda, pero además nos condena. La mayoría de los países de América Latina son considerados de renta media. O sea, en la lógica de la técnica económica son catalogados como pobres, de renta media o de renta alta. Estos últimos tienen todo resuelto.

La pandemia hizo que los países desarrollados le presten mayor atención a los países pobres, básicamente concentrados en África y en Asia, con un propósito claro: ayudarlos para evitar las oleadas migratorias hacia Europa y a Estados Unidos. Pero nosotros quedamos en una suerte de limbo. Porque, además, los países de renta media contenemos el 60 por ciento de la pobreza del mundo. Ese planteo lo plasmé en cada discurso y logramos algunos éxitos. Por ejemplo, que la nueva línea de crédito lanzada por el FMI - que es el fondo de resiliencia que inicialmente estaba destinado a los países pobres-  hoy alcance a los países de renta media. Eso fue un triunfo nuestro. No solo el que se haya generado sino también que incluya a países como el nuestro. Otro tema es el de las sobretasas. El Fondo, que es un prestamista de última instancia, está cobrando actualmente tres veces la tasa que paga el mercado, algo quedó mal, por lo tanto revisémoslo. Lo planteamos, Europa nos acompañó y lo impusimos. Y el tema se va a tratar en diciembre, según anunció el organismo.

- Pareciera que en Argentina una parte importante de los poderes fácticos se resisten a encarar estos cambios y, por el contrario, profundizan una visión a contramano de la agenda mundial de estos tiempos. 

-No sé cómo va a terminar todo eso. Efectivamente, uno de los planteos que hay es cómo va a funcionar el sistema impositivo para adelante, pero fundamentalmente cómo las grandes corporaciones pagan impuestos y en qué lugar los pagan. Este es un debate que se ha abierto y bienvenido sea. Porque está claro que el mundo debe tender a un sistema más progresivo en materia impositiva, donde el que menos tiene, menos pague; y el que más tiene, pague más. Ahora, esos debates son debates muy valiosos que el mundo debe dar. Creo que hay ejemplos a seguir. Los argentinos deberíamos mirar  más modelos como Finlandia, Islandia, países en los que el Estado está muy presente, donde los impuestos se cobran y el Estado presta los servicios esenciales con muy buena calidad, hablo de salud y educación. Eso me parece que es a lo que nosotros deberíamos prestar atención. 

-Hay un replanteo en el mundo de la necesidad de fortalecer el Estado de bienestar, mucho más después de la experiencia vivida

-Nosotros, en Argentina, hicimos mucho en ese sentido, pero el vértigo de la pandemia no nos deja verlo en toda su dimensión. No sólo conseguimos el Aporte Solidario de las Grandes Fortunas, que acumuló una importante cantidad de dinero. Nosotros cambiamos Ganancias, dejamos de cobrarle Ganancias a los asalariados y las grandes empresas pagan más Impuesto a las Ganancias que las Pymes. Antes no existía esa diferenciación. Trabajamos para cambiar el impuesto sobre Bienes Personales, y gravamos más severamente a los que más tienen y más severamente a los que tienen sus bienes en el exterior. Nosotros hemos hecho acciones en materia impositiva, que fueron claramente avances progresivos. Está claro que la dimensión del problema por ahí exige mayor esfuerzo y velocidad. Pero hay que entender lo que le pasa a la Argentina. El país venía de una crisis enorme a la que se le sumó la pandemia. Trato de ejemplificarlo al decir que la Argentina era un enfermo en terapia intensiva y encima se enfermó de Covid en la terapia. Eso fue lo que nos pasó. Entonces todo resultó más difícil.

-Hoy América Latina es definida como una “región en disputa” entre modelos neoliberales y gobiernos populares. Al mismo tiempo, recupera parte de su centralidad en la geopolítica. ¿Cómo observa a la región en este nuevo contexto y cuál cree que debería ser el papel de la Argentina?

-Tengo la impresión que el mundo está en el debate de una nueva bipolaridad entre Estados Unidos y China. Y que América Latina puede ser un contrapeso en ese escenario, que impida la bipolaridad. Nosotros nunca creímos en las bipolaridades, las padecimos. El peronismo creó la Tercera Posición, renegando de la bipolaridad. Con Néstor (Kirchner) apostamos desde el primer día por la multilateralidad, es decir, a abrirnos al mundo y no a dos que mandan. Desarrollé toda una política de multilateralidad con Europa, que ha dado sus frutos. Lo hice porque en Estados Unidos gobernaba alguien que le hizo mucho daño a América Latina, que se llamaba (Donald) Trump. Como daba por cierto que alguien que hacía tanto daño no iba a tener en su ánimo ayudar a América Latina, yo me recosté claramente en Europa. Y los resultados no fueron malos. Están a la vista. 

No es un escenario fácil el que se da porque, además, la pandemia ha alterado el ánimo de muchos y no se está observando. Se lo dije a Biden cuando hablamos por teléfono y el otro día cuando lo crucé: nadie quiso que gane Biden tanto como yo, aunque en realidad lo que necesitaba era que perdiera Trump. Ahora, Biden es una expectativa de que pueda hacer algo distinto. Uno escucha sus discursos hacia el interior de Estados Unidos y se advierte que es alguien distinto. Es un keynesiano puro, y uno lo celebra. Hace falta que esa nueva mirada del gobierno de Biden también se refleje en la política exterior, algo que está un poquito demorado. Confío que se refleje finalmente. Ahora, América Latina es un continente conmocionado y debemos recuperar la unidad perdida.
En este contexto Argentina tiene intereses en pugna, porque nosotros no representamos lo que representan nuestros opositores. Los chicos que votan a los libertarios, lo que no advierten es que están votando a los más conservadores de todos. Defensores de la libertad, nada. Son los defensores de los poderosos. Los que llamamos a defender los intereses y los derechos de los jóvenes somos nosotros. Esto que vivimos en la Argentina, donde hay un conservadurismo que resiste y donde nace una nueva derecha que se llama libertaria y, en verdad, es la más conservadora, se está viendo en todo el mundo. En Chile tenemos un candidato en disputa que está a la derecha de Piñera (Sebastián). En Perú se ganó por una decena de miles de votos contra la hija de Fujimori (Keiko). Y Lazo (Guillermo) ganó en Ecuador. Brasil hoy es gobernado por Bolsonaro (Jair). Y en Uruguay perdió el Frente Amplio. Reitero, no es un escenario fácil. 

- ¿Cuán difícil es ser presidente en una Argentina y un mundo con poderes tan concentrados?

- Entiendo que es difícil, pero yo sabía que este era el escenario, por lo tanto no me puedo quejar. Estas eran las reglas y el partido que tenía que jugar. Lo único que sí admito, por supuesto, es que nunca pensé que iba a llegar una pandemia. Dónde están los poderosos y cómo actúan sus intereses, dónde estamos parados y qué intereses defendemos, y cuánto nos va a costar cada pelea, todo eso lo tenía calculado. Lo que no tenía calculado fue la pandemia. Nosotros tenemos que reconstruir un mundo distinto. No tiene sentido volver a lo mismo después de tanto dolor y pesar. 

A días de las elecciones

La democracia es mas que una idea, un modelo de convivencia social, una forma de ordenar lo publico o de organizar y administrar el espacio y los bienes comunes. La palabra democracia, etimologicamente, proviene del latín democratia y este del griego demokratía ‘gobierno popular’, ‘democracia’, formado con dêmos ‘pueblo’ y krateîn ‘gobernar’. El gobierno del pueblo, no puede ser del pueblo sin la participación del pueblo. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

Comentarios

Entradas populares de este blog