La “grieta” no es un invento Nacional

 

Esa costumbre tan nuestra de creer que lo que nos pasa es producto de nuestras propias virtudes o defectos como argentinos, nos impide pensar la naturaleza real de las relaciones que nos imponen “mentalidades” “subjetividades” y formas de comprender lo que nos pasa y lo que sucede en la realidad.

Noruega y las elecciones climáticas

La semana pasada la centroizquierda en Noruega volvió al poder en unas elecciones marcadas por la crisis climática. Por primera vez, la discusión sobre el futuro del modelo de desarrollo del país, basado en la explotación de gas y petróleo, y responsable de la prosperidad de la que gozan los ciudadanos, fue protagonista de la campaña y obligó a todos los partidos políticos a posicionarse. Noruega, líder en venta de autos eléctricos y uso de energías renovables, sacó sus contradicciones al sol. El futuro del modelo y los tiempos de la transición, sin embargo, siguen en disputa. 

Las elecciones

Poco importa que el Laborismo haya tenido una de las peores performances de su historia. Con el 26% de los votos, Jonas Støre está a un paso de convertirse en Primer Ministro con el apoyo del Partido del Centro –una fuerza agraria que sacó el 13,5%– y posiblemente de la izquierda socialista, que obtuvo el 7,6%. Sin el apoyo de esta última, Støre podrá gobernar, pero en minoría. 

Su triunfo corta con 8 años de dominio de los conservadores (20%, 9 escaños menos), quienes gobernaron casi todo el período junto a la extrema derecha (11%, 6 menos que en la última elección). En el pelotón de los chicos resaltan el partido Verde (3,9%) y el Rojo (4,7%), dos fuerzas que proponen que Noruega acelere el cambio de su modelo de desarrollo por los daños ambientales que provoca. Si bien les fue un poco peor de lo esperado, ganaron relevancia en una campaña atravesada por la cuestión climática, en la que todos los partidos que propusieron algún tipo de crítica al modelo –desde las más tibias, como los laboristas, hasta las más radicales, como estos dos últimos– ganaron bancas respecto a la última elección; los defensores de mantener todo cómo está , en cambio, bajaron. 

La campaña coincidió con la publicación del informe bisagra de Naciones Unidas que alerta sobre el “código rojo” en la crisis climática . Según contaban algunos corresponsales en Noruega, el reporte contribuyó a que el tema escalara en la agenda, con el modelo de desarrollo del país en primer plano. 

Desde Bergen, una ciudad del sureste del país, la segunda más grande después de Oslo, Ernesto Seman, profesor de historia de la Universidad de Bergen, me cuenta que el informe, antes que iniciar un debate, lo acentuó. “Hace tiempo que el tema de la dependencia en combustibles fósiles de la economía noruega está en discusión. Es difícil imaginar cómo perpetuar el modelo de prosperidad sin la industria petrolera”, sintetiza.

La historia de Noruega con el oro negro es reciente. Comenzó a finales de los sesenta con el descubrimiento de yacimientos de petróleo y gas en la zona del Mar del Norte. Hoy, el sector explica el 6% del empleo nacional, el 14% del PBI y aproximadamente el 40% de las exportaciones del país, que figura en el top ten de los mayores jugadores globales en el rubro. Pero, además, la explotación de hidrocarburos es responsable de una de las claves del llamado “milagro noruego”: el Fondo Soberano , que administra las ganancias de la industria y las invierte en todo el mundo, apenas guardando un 4% de las reservas (que superan los 1,3 billones de dólares, uno de los fondos de inversión más grandes del mundo) para inyectar a la economía doméstica. Es imposible entender el nivel de prosperidad de los noruegos sin el petróleo. 

La contradicción está a la vista. Hacia dentro, la sociedad se comporta como una con conciencia verde: es líder en ventas de autos eléctricos y uso de energías renovables, unas pautas de comportamiento incentivadas y financiadas desde el Estado, cuyos recursos provienen en gran medida de una de las mayores industrias responsables de la crisis climática. “Es una sociedad que vive muy conscientemente su prosperidad sobre la base de la destrucción de algo que valora: el planeta”, me dice Ernesto. 

Para él, hay dos perversiones. La primera es esa contradicción que podríamos ubicar en el campo de la moral. Pero la segunda es que los noruegos son conscientes de que esa actividad va a tener impacto ambiental dentro de sus fronteras. “Los climas acá van a ser mucho más extremos, y eso va a tener consecuencias desde la infraestructura a la salud pública”, dice. Y el petróleo suele tapar las consecuencias de otra industria clave para el país: la del salmón, el tercer producto de exportación, cuyos efectos negativos en el medio ambiente también son significativos. Para Ernesto, que escribió al respecto, se trata de una industria mucho más difícil de desmontar por el poder de lobby que ejercen los empresarios y porque está asociada a la construcción de la imagen –la marca– del país. 

Con la primera contradicción se puede convivir. La segunda afecta la propia idea de la convivencia. 

El debate es bien interesante, porque en el centro se encuentran los altos niveles de prosperidad de la que gozan los noruegos (y que naturalmente no quieren abandonar). Por el momento, la compañía petrolera estatal, Equinor, no muestra intenciones de detener la explotación de hidrocarburos. La pregunta es si el nuevo gobierno puede forzar un cambio en la ecuación. Si bien en la campaña el Laborismo alentó la continuidad de la industria, se comprometió a limitar las inversiones y a considerar el daño ambiental en la proyección exterior. Los críticos, tanto afuera como adentro del país, señalan que el momento para hacer el cambio es ahora. Como la izquierda socialista es uno de los partidos que busca mayores compromisos, el tema está destinado a protagonizar la rosca dentro de la coalición y en el Parlamento, con otros partidos ecologistas.

¿Por qué es importante?

El dilema lo plantea Branko Milanovic: si Noruega, que tiene recursos privilegiados para aguantar mejor la transición que el resto del mundo, no está dispuesto a replantear su modelo de desarrollo, ¿qué podemos esperar de otros países dependientes de combustibles fósiles, como Nigeria y Ecuador, con muchos menos recursos y nivel de desarrollo alcanzado para hacer más digerible el cambio?

El vaso medio lleno es que las ciudadanías, por más ricas que sean, ya no miran para el costado. Las elecciones de Noruega son un buen ejemplo.

Estados Unidos y Reino Unido mandan a Australia a tocar el timbre

Es llamativa la riña que se dio con la presentación de Aukus , una alianza estratégica entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia, que va a dotar a los aussies de submarinos nucleares y tecnología para ganar masa militar. Ninguno tuvo que mencionar la palabra China porque ya viene sobreentendida: el proyecto se enmarca en la estrategia, con sello norteamericano, para contrarrestar la influencia militar de Beijing en el Asia Pacífico.

Pero hubo un pequeño detalle. Australia ya tenía pensado recibir submarinos… de Francia, por lo que el pacto implicó la ruptura de un contrato con una empresa francesa para reemplazarlo con el de Estados Unidos. París catalogó la maniobra como una “puñalada por la espalda” y apuntó cañones a Washington: “Se parece mucho a lo que hacía el señor Trump”, dijo el canciller. El viernes, Macron llamó a consulta a sus embajadores en Washington y Canberra. Es la primera crisis entre los dos aliados desde la llegada de Biden a la Casa Blanca. Como suele suceder, importa más por lo que revela de fondo: la desconfianza –fundada– de París acerca de que los planes militares de Estados Unidos colocan a Europa –pero sobre todo a Francia– en una posición tan incómoda como irrelevante. Entre otras humillaciones, el país pierde un contrato de 90.000 millones de dólares.

El timing es exquisito. El anuncio llegó unas horas antes de que Europa presentara su nueva estrategia para el Asia Pacífico y unos días después de la llamada entre Xi y Biden, que aspiraba a bajar la tensión con su contraparte, aunque no le comentó nada de los planes. Beijing reaccionó con fuerza: dijo que la iniciativa “perjudica la paz y la estabilidad regional”. El que se la juega es Australia, que tiene a China como su principal socio comercial y es uno de los pocos países donde Beijing testea una nueva diplomacia , más agresiva, dispuesta a comprometer acuerdos económicos. Quizás esto explica la cautela de sus vecinos: Nueva Zelanda tomó distancia del pacto y avisó que no va a permitir la entrada de los submarinos aussies a sus aguas. 

Esta semana. Biden recibe en la Casa Blanca a los líderes de la alianza Quad –Japón, Australia, India, además de EEUU–. Será la primera reunión presencial del grupo. Me pregunto de qué país van a hablar. 

MUNDO PROPIO Juan Elman CENITAL

La Guerra por otros medios

Lawfare” es una expresión paralela a “warfare”, utilizada para referirse a una guerra jurídica. Existe la impresión de que se trata de un fenómeno nuevo. Aunque, en alguna medida presenta características novedosas, si lo vemos desde la perspectiva general del derecho penal, no lo es.

Hay que distinguir el derecho penal auténtico o verdadero del derecho penal vergonzante. El derecho penal verdadero es aquel que ha servido a lo largo de la historia para contener las manifestaciones de ejercicio irracional del poder punitivo. El derecho penal vergonzante deriva de la Inquisición y se extiende también hasta hoy. Los penalistas, desde siempre, han destacado y reconocido la importancia del primero y ocultado la existencia del segundo. Nosotros nos creemos hijos de Beccaria, de Sonnenfelds, del Iluminismo. Pero no de la Inquisición. No conozco ningún instituto de derecho penal que se llame «Torquemada», por ejemplo, o que tome los nombres de los inquisidores o sus teóricos. Es decir, hay un derecho penal verdadero, que es aquel que sirve justamente para que no se desboque el poder punitivo, y un derecho penal vergonzante, que es aquel que se presta al desbocamiento, al desborde del poder punitivo.

Este derecho penal vergonzante descuartiza al derecho penal verdadero y aparece cíclicamente en la historia. El poder punitivo siempre ha tratado de ampararse en la amenaza de un mal cósmico que pone en peligro a la humanidad con grandísimos desastres, inclusive, con hacernos desaparecer. Cuando enfrentamos un peligro que pone en riesgo nuestra propia existencia, la reacción contra ese mal no debe tener límites. Así, los que desmienten la magnitud del mal o los que lo ponen en duda, se vuelven nuestros peores enemigos, porque deslegitiman la autoridad del que quiere ejercer ese poder punitivo de un modo ilimitado.

Lo grave es que, cuando ese poder punitivo se desborda, ¿quién lo ejerce? Una de las ilusiones que sufren los penalistas y muchos jueces es que son ellos quienes ejercen poder punitivo, y esto es mentira. A partir de ahí, empieza toda la confusión. Basta pararse en la acera de cualquier tribunal del mundo para darse cuenta de que, cuando bajan personas esposadas de un coche oficial, a esas personas no las salieron a buscar los jueces, los fiscales ni los abogados. No fueron ellos, los seleccionó la policía.

Lamentablemente, el poder punitivo descontrolado, que tuvo lugar en todo el mundo en el siglo pasado, cobró muchos millones de víctimas. Son muchas más las víctimas estatales de ese poder punitivo que la suma de todas las víctimas de los homicidios de iniciativa privada. Esas personas fueron victimizadas por las agencias que se suponía que tenían el deber de preservar nuestras vidas, nuestros bienes, nuestra libertad y nuestros derechos.

Si desaparecieran todos los penalistas, los jueces y los tribunales, el poder punitivo no desaparecería con ellos: por el contrario, se expandiría ilimitadamente. Así sería porque no existiría contención jurídica. Cada genocidio no ha sido más que una expansión del poder punitivo sin control jurídico.

Construimos sistemas allí donde interpretamos las leyes en forma racional, no contradictoria, y pretendemos que los jueces eleven eso a jurisprudencia a través de sentencias. Cada sentencia es un acto de un poder del Estado. Si es un acto de un poder del Estado, entonces es un acto político, un acto de gobierno de la polis.

Así, se usan amenazas de males cósmicos, a lo largo de toda la historia, para desarmar la verdadera función de contención del poder punitivo, que no es otra que la función de prevención de genocidios, en definitiva. A lo largo de la historia nos han amenazado con infinitos males cósmicos de diversa naturaleza, como las brujas, lo maligno, los herejes, la sífilis, la degeneración, el comunismo internacional, la droga o el alcohol. Podemos verificar que, en función de esas amenazas, se ha ejercido poder punitivo ilimitado. Se ha matado muchísima gente: a millones y millones.

Cabe preguntarse ¿alguna vez ese ejercicio de poder punitivo nos ha librado de algún mal? No. Algunos de los males cósmicos no eran tan cósmicos, o desaparecieron, o se diluyeron. A la sífilis se le encontró la cura en la penicilina, el comunismo internacional implosionó, y otros siguen siendo problemas, como el alcoholismo. Pero nunca ese poder punitivo resolvió ninguno de los males cósmicos que tomó como pretexto para expandirse, lo cual significa que siempre estuvo al servicio de otros intereses y que ha sido una permanente estafa, presente a lo largo toda la historia de la humanidad. Una estafa muy grave que reincide a lo largo de siglos.

Se vuelve a caer en la misma trampa. Nuestra civilización se comporta como aquel necio que todos los días cae en el timo del gato. Reiteramos el mismo error: creer que el poder punitivo nos va a resolver algún problema, que va a atacar algún mal cósmico que nos amenaza con destruirnos. Así fue a lo largo de mil años y así llegamos a este momento en esta región del planeta, en nuestra América Latina, región que lleva 500 años de resistencia contra el colonialismo.

El colonialismo se propagó a través de estafas diferentes. Primero, la originaria, un acuerdo con nuestras oligarquías nacionales. Luego, cuando los movimientos populares desarmaron o debilitaron a las oligarquías nacionales, se alienó a los oficiales de nuestras Fuerzas Armadas con la ideología de la Seguridad Nacional, la cual “nos iba a liberar del comunismo internacional”. Cada uno de estos males cósmicos venía entramado en una ideología que nos iba a ofrecer el «paraíso cósmico», esa suerte de ideología de racismo spenceriano: íbamos a ser todos inteligentes de cabeza grande después que se eliminara a todos los de cabeza chica. Esa ideología de volver a la sana comunidad germánica, aria, con un sentido innato de justicia; o bien lograr el igualitarismo perfecto después de la dictadura estalinista.

Muchos se prestaron a eso y descuartizaron el derecho penal. El tribunal del pueblo, el Volksgerichtshof nazi; Roland Freisler, ese payaso disfrazado de juez; Kuczynski, en las purgas estalinistas del ‘38. No es nuevo que alguien se ponga al servicio de la destrucción del derecho penal verdadero para construir un derecho penal vergonzante.

Pero el derecho penal verdadero tiene la virtud de renacer, esa virtud que tenía algún ente imaginario de la mitología que se podía reproducir de cualquier pedazo que quedase o que podía recuperar la cabeza si lo decapitaban. Así, el derecho penal verdadero crece de la innata pulsión de libertad de los hombres, de las mujeres y de los pueblos. Nunca logran matarlo del todo; en algún momento, crece.

En nuestra región se han producido, en todas esas etapas, momentos de sístole y diástole, momentos de altísima represión. El poder punitivo de nuestra región, por regla general, no fue formal. No pasaron a través de jueces la esclavitud ni la explotación que casi extingue a nuestras poblaciones originarias. Fuimos ocupados policialmente en el colonialismo originario. Luego, en el neocolonialismo cundieron todas las teorías biologicistas y racistas. Nuestras oligarquías pretendían estar llevando a cabo una labor humanitaria, porque eran los visionarios de la civilización frente a pueblos de indios mestizos, negros, mulatos y zambos a los que no podían dejar que se gobernaran porque todavía “no tenían la cabeza grande”, como decía Spencer. Entonces, ellos venían a cumplir esa benéfica labor de gobernar a la masa informe que todavía no había adquirido conciencia. Su ejercicio de poder punitivo era, fundamentalmente, policial. No menos genocida que el primario: a veces igual o más genocida. Después, vinieron movimientos populares a partir de la revolución mexicana del año ‘10, a partir de esa tragedia que fue, en el siglo XX, la más grave de las guerras civiles de la región. A partir de entonces, surgen gobiernos populares y vienen las resistencias a esos gobiernos.

Los gobiernos populares, seamos sinceros, pudieron a veces cometer errores, a veces ser autoritarios y a veces paternalistas. Pero todos los errores juntos de los gobiernos populares del siglo pasado empalidecen frente a las atrocidades que se cometieron para contener la ampliación de la base de ciudadanía real que esos gobiernos posibilitaron. Si sólo me limito a la de mi país, Argentina, puedo mencionar el golpe de estado del ‘55, la derogación de una Constitución Nacional por bando militar, convocatoria a una Asamblea Constituyente invocando poder revolucionario, fusilamiento por delito político sin proceso, proscripción del partido mayoritario durante 17 años, y la lista podría seguir. Se empleó el poder judicial para estigmatizar a nuestros líderes. Recuerdo nombres de jueces, algunos de los cuales, en aquellos años, todavía me enseñaban historia constitucional en la facultad. Lo recuerdo perfectamente. El odio y el desprecio hacia todo lo popular. La consideración de los líderes populares como corruptos y como inferiores, porque se supone que son apoyados por personas a quienes “todavía no les creció la cabeza”. Esta es la verdadera historia del “gorilismo”, del odio a todo lo popular.

El programa del neocolonialismo financiero

Hay algunos elementos nuevos en esta etapa de colonialismo en la que nos encontramos, porque enfrentamos un nuevo orden de poder planetario. La economía se ha financiarizado y las corporaciones del hemisferio Norte hoy tienen como rehenes a los políticos. No sufrimos el mismo imperialismo anterior, que era una empresa política encabezada por gobernantes en favor de su establishment. Ahora, los políticos del hemisferio Norte son lobbistas de las corporaciones transnacionales, y las corporaciones transnacionales no están manejadas por los dueños del capital, como en el viejo capitalismo productivo. Las conducen los chief executive officers (CEOs), tecnócratas que, si no cumplen la misión de conseguir la mayor ganancia en el menor tiempo, son desplazados. De este modo, no tienen ningún poder de negociación, la única alternativa es obtener el máximo de ganancia en el menor tiempo, a toda costa.

Así, van cayendo obstáculos éticos y legales, dando forma a este totalitarismo financiero que tiene una naturaleza criminal. Comenten macro-estafas, como la del 2008; llevan a cabo el vaciamiento y endeudamiento de Estados mediante administraciones fraudulentas, como sucedió en mi país; destruyen economías; realizan extorsiones como lo son todas las perpetradas por los holdouts; y son responsables de ecocidios que están poniendo en peligro la subsistencia de la especie humana en el planeta. La pandemia que estamos viviendo no es “porque a un chino se le ocurrió comerse un murciélago”. Es por los desequilibrios ecológicos que estamos causando y las transformaciones que provocan a nivel microscópico, que es donde nació la vida. Manejan y desconciertan a nuestras poblaciones a través de monopolios y oligopolios mediáticos que asumen, en esta nueva versión totalitaria, la función de los viejos partidos únicos. Son partidos únicos. Basta encender la televisión y escuchar a un comunicador para darse cuenta de que es un político en acción: están en permanente campaña. ¿Para qué? Para fabricar candidatos-virreyes que destruirán la economía a través del endeudamiento. Ese es el neocolonialismo que estamos sufriendo en las últimas décadas.

¿Cómo maneja el poder punitivo el neocolonialismo? Primero, lo debe dirigir contra los excluidos, porque debe imponer un modelo de sociedad llamado “30-70”: 30% incluido, 70% excluido. Hay que contener al 70% excluido. Pero, también lo va a dirigir contra todo aquel que pueda obstaculizar sus intereses: políticos y dirigentes populares. Por esto los representantes del neocolonialismo se presentan como la antipolítica, porque “todos los políticos son corruptos”: el nuevo mal cósmico es la corrupción. En contraste, ellos son los impolutos y virginales que no son políticos. Ese es el discurso que se transmite en los monopolios y oligopolios mediáticos, estos partidos políticos únicos en permanente campaña.

También inventan una casta de parias en cada país, de la cual todos los demás tienen que distinguirse. Para hacerlo, ellos mismos recomiendan adoptar los lenguajes y los usos de las clases hegemónicas. Entonces, tenemos desconcierto en las clases medias, que reproducen discursos ridículos imitando a los sectores hegemónicos.

Además de todo esto, consiguen el apoyo de clases populares. ¿Cómo lo hacen? A través del poder punitivo. Muchas compañeras y compañeros piensan que el 70% destruido se podrá controlar con tanques de guerra, rodeando favelas, pueblos jóvenes, barrios precarios, villas miserias o bien con los cosacos del Zar. Pero, los cosacos del zar no existen. Lo que sí existe son los campos de concentración que tenemos en toda nuestra región y que suelen llamarse cárceles o institutos penitenciarios, donde hay una superpoblación del orden del 200% al 300%. Estos campos de concentración son manejados por los capos de alguna organización más o menos delincuencial que normalmente toma el control interno. Ahí sumergimos a pequeños ladroncitos.

Nuestra población penal debe tener un 20% de sujetos por homicidios, violaciones y otros crímenes graves como máximo. El resto es pequeña delincuencia de supervivencia. Fundamentalmente delito contra la propiedad, muchos de ellos ni siquiera violentos. Se sumerge a un adolescente ahí, se le hace una carrera previa de exclusión de la escolaridad mediante su inserción en cárceles de menores. Se lo tiene ahí encerrado algún tiempo, porque la mitad de nuestra población penal está en prisión preventiva, es decir, es una población flotante. Después de humillarlo, subestimarlo, modificar su subjetividad y entrenarlo para que el día que salga siga robando, se lo pone en la puerta con un certificado de incapacidad laboral absoluta. ¿Qué es lo que hace luego? Aquello para lo cual se lo entrenó: roba. ¿A quién le roba? A sus vecinos, porque el ejercicio del poder punitivo es selectivo en la criminalización, pero también en la victimización.

Cuanto más pobre se es, más riesgo de victimización se corre. Los vecinos, naturalmente, se sienten agredidos y ¿qué hacen? Reclaman más poder punitivo. Ese es el método: hacer que los propios excluidos pidan poder punitivo. Así se explica la contradicción de por qué algunos sectores sociales votan virreyes. Por otra parte, el mecanismo es muy funcional para desarmar el sentimiento de comunidad de los excluidos y para impedir la organización, el diálogo y, por ende, que tomen conciencia de la situación y del segmento social al que pertenecen, dificultando que tengan una conducta política coherente con su situación.

Cuando uno ve cómo se ha producido esta superpoblación penal que ha convertido a nuestras cárceles en campos de concentración y se da cuenta que es un fenómeno que se ha ido desarrollando a lo largo de 30 o 40 años, se pregunta ¿esto es sólo obra de los virreyes? No, pasaron todos los colores políticos. Los propios movimientos populares se encontraron amenazados por los partidos políticos únicos, que son los medios monopólicos y oligopólicos, y respondieron a los reclamos de esos medios. Así, fue aumentando la concentración en estos campos. No quiero mencionar ningún país en particular, pero sí resaltar que hay algunos donde este aumento ha sido del 7% anual acumulativo.

Esto ha llegado a un límite, que es cuando se convierte en un problema de verdadera seguridad para el Estado. Cada vez vamos teniendo mayores proporciones de nuestra población que banalizan la cuestión penal y, al mismo tiempo, se autonomizan las policías, que empiezan a recaudar por su cuenta y adoptan ciertas simpatías y conductas letales, como fusilamientos sin proceso. Los jóvenes marginales se refugian en formas más organizadas, generan condiciones mafiosas de ejercicio de poder punitivo al margen de los jueces y también recaudan fiscalmente. Surgen grupos paramilitares, milicias que también cobran impuestos y ejercen poder punitivo por su cuenta. Toma lugar el caos social, hasta que a algún genio que está en la cúpula del poder se le ocurre bajar las fuerzas armadas a función policial. Como no tienen preparación, cometen errores y pierden el respeto de las poblaciones. Se debilita al Estado en cuanto al monopolio del poder punitivo y de la recaudación fiscal y en cuanto a la defensa nacional.

¿Qué mejor para el colonialismo que Estados debilitados? Ese es el programa. En este programa tiene que ser parte, naturalmente, la criminalización de los líderes populares. No cabe duda. ¿Cómo se logra? A través de un ménage complicado en el que participan algunas minorías judiciales y del Ministerio público junto a formadores de opinión de los medios monopólicos, espías de los servicios de inteligencia — que nunca sabemos el servicio de quién están — y algún policía corrupto. Este ménage da por resultado procesos inválidos. Se armaron tribunales mediante el traslado de jueces. Como si fuera un ajedrez, se pusieron las piezas. En Argentina, tuvimos un presidente que dijo “quiero judiciales independientes que me controlen”. Yo nunca confío mucho en los ejecutivos que dicen esto, a nadie le gusta que lo controlen. En contraste, hubo un Ejecutivo que tuvo la rara y muy original sinceridad de decir “quiero jueces propios”. Tuvimos un proceso por traición a la Nación, cuando nosotros tenemos definida esta figura en la Constitución Nacional, donde se establece que sólo puede considerarse traición a la Nación un acto en caso de guerra. Nunca tuvimos guerras, salvo la de Malvinas. Cuando correspondía excarcelar, es decir, hacer cesar la prisión preventiva de algunos dirigentes populares, se inventó una teoría: no se puede excarcelar porque todo corrupto que estuvo en el poder queda con vínculos residuales.

Ese es el método que se usó. Podría seguir con muchos casos de prevaricatos claros, sentencias contrarias al derecho, sentencias sin pruebas, explotación del concepto de asociación ilícita, clonación de procesos. Ni hablar de la situación de Milagro Sala, una dirigente popular de la provincia de Jujuy, cuyo gobernador no tuvo mejor idea que enviar, en la primera sesión de su Legislatura tras asumir la función de gobernador, una ley ampliando el Tribunal Superior de la provincia, generando vacantes que ocuparon dos diputados de su partido que renunciaron a sus bancas y que habían votado la ampliación. Milagro Sala hace 5 años que está, hoy con arresto domiciliario, pero porque lo ordenó la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Nuestros poderes judiciales, en general, participan minoritariamente en el lawfare, en esta persecución política. Son pocos los jueces que participan en esto. Creo que, algunos porque quieren lograr fama; otros porque quieren ascender más rápido dentro de las jerarquías de los poderes judiciales, hacer carrera; otros porque creen que es la forma de dar el salto a la política; otros por complejos de inferioridad. Se dan cuenta que no tienen poder y acercándose al poder de turno se sienten poderosos. Motivaciones bastante patológicas todas ellas. No digo que sean enfermos, pero son motivaciones bastante neuróticas. Son una minoría. La gran mayoría de nuestros jueces permanece indiferente y ahí está su pecado, porque la minoría ensucia al resto que se refugia en el silencio y coopera por omisión, lo cual es una cooperación importante en esas circunstancias.

Creo que, en la región, esto tiene que hacernos repensar. Hay una lucha por la recuperación de la política y de nuestros movimientos populares; tenemos que seguir adelante con la lucha anticolonial en esta etapa de colonialismo tardío financiero. Parte de esto tiene que ser la toma de conciencia de la función que cumple el poder punitivo y de la necesidad de redefinir los perfiles de los jueces en nuestras estructuras institucionales judiciales. Nos han afectado al neutralizar la verdadera acción de contención del ejercicio del poder punitivo de nuestros propios movimientos populares a través de la amenaza de pérdida de votos, de desprestigio y la acusación a nuestros líderes de cómplices y de ladrones por parte de los partidos políticos únicos – los medios de comunicación monopólicos.

Se ha permitido la criminalización de líderes y dirigentes mediante deformaciones institucionales de nuestros poderes judiciales y del deterioro y la degradación de los perfiles de los jueces.

En gran medida, esto no se debe descargar solamente en los jueces, que no nacen de incubadoras: los formamos en las academias. En consecuencia, carguemos cada uno con la parte de responsabilidad que le incumbe en esto. En ese sentido, carguemos nosotros, los académicos, con la pregunta acerca de qué derecho penal, y qué derecho en general, estamos enseñando. ¿Qué teorías jurídicas estamos enseñando? A veces tengo la sensación de que lo que se enseña son teorías jurídicas normativistas cerradas a cualquier dato de la realidad, que para lo único que sirven es, justamente, para el silencio de las mayorías judiciales y para legitimar, racionalizar o neutralizar valores de la mayoría de los poderes judiciales.

 Tengamos todo esto en cuenta, porque es parte de una lucha que tiene 500 años, que vamos a seguir llevando adelante, y en la que nuestros pueblos no se van a quedar quietos.

El presente texto es una adaptación de la clase que Raúl Zaffaroni realizó en el Curso “Estado, política y democracia en América Latina”, donde fue presentado por Ricardo Lodi Ribeiro. La clase completa puede encontrarse en: www.americalatina.global

El Curso Internacional “Estado, política y democracia en América Latina” es una iniciativa destinada a militantes y activistas sociales, funcionarios públicos, docentes, estudiantes universitarios/as, investigadores/as, sindicalistas, dirigentes de organizaciones políticas y no gubernamentales, trabajadores/as de prensa y toda persona interesada en los desafíos de la democracia en América Latina y el Caribe. Ha sido promovido por el Grupo de Puebla, el Observatorio Latinoamericano de la New School University, el Programa Latinoamericano de Extensión y Cultura de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro y la UMET. Fue organizado por la Escuela de Estudios Latinoamericanos y Globales, ELAG, y contó con el apoyo de Página12.

Coordinación general: Carol Proner, Cecilia Nicolini y Pablo Gentili

Periodismo en Guerra

Quien en los últimos días se sometió a los canales de noticias, escuchó a reconocidos comunicadores vomitar en su “periodismo de opinión” las siguientes expresiones: “atorrantes”, “gobierno de inútiles”,  “siniestros”, “escoria política”,  “crápulas”,  “boludos”, “gobierno de asesinos”, “prototipo de sicópata social”, “ladrones comunes“, “putos e imbéciles”, “gobierno de chorros”, “mafia de los privilegios” o “listas de chorros”.

Si el periodismo profesional lleva décadas intentando insertar valores como integridad,  precisión, equilibrio, confiabilidad o equidad, aquellas expresiones nos muestran un fracaso absoluto.

Todas esas expresiones de barricada son fake news. La dinamita verbal da para la calle o la tribuna, pero no para periodistas, a los que si una virtud se les pide es el rigor. El gran historiador francés Marc Bloch decía que las crisis tienen gran fecundidad mítica y el pensamiento grietero suele ser una cadena de mitos basados parcialmente en información real.

Ya sabemos que todas las sociedades tienen discursos inciviles. Eso forma parte de lo que es una sociedad abierta. La libertad de expresión va más allá de los límites de lo que nos gusta escuchar, y siempre hay en los márgenes argumentos, ideas y prácticas odiosas.

Pero lo preocupante es cuando las promueven algunos de los más importantes comunicadores en los principales medios, como C5N, LN+, TN o A24. En la grieta, el fondo es la impugnación y la forma es el agravio.

Cuando esos discursos se instalan en el centro de la escena la convivencia está al filo del abismo. La voluntad de no convivir, como decía Julián Marías, se difunde peligrosamente.

En nuestra historia, la novedad no es el periodismo militante sino el profesional. Aquel ha sido el que ha recorrido hegemónico nuestros dos siglos de historia y, cada tanto, han irrumpido brotes de periodismo profesional. Desde la recuperación democrática de 1983, la lucha entre ambos es encarnizada pero podemos decir que, desde hace unos años, hay un ganador claro.

El periodismo militante consiste, sobre todo, en guerras entre periodistas. El primer periódico de nuestra historia independiente, La Gaceta de Buenos Aires, sufrió una guerra mediática interna entre los directores de sus dos ediciones, Vicente Pazos Silva y Bernardo de Monteagudo, los que se enfrentaron entre sí. Teníamos un solo periódico y ya había una guerra mediática en la ciudad.

Esta grieta se produjo casi una decena de veces desde que somos un país independiente. Y en todos los casos, menos en este, terminaron con la ruptura del régimen político. Hoy estamos lejos de ese escenario, pero no confiaría en nuestra suerte. Los climas institucionales cambian, y a veces rápido. No somos ni mejores ni peores ciudadanos que los que promovieron y toleraron los sucesivos sacudones autoritarios de nuestra historia.

No somos originales. La grieta es una tendencia internacional, que la pandemia agravó

En sus memorias, “Una tierra prometida”, Barack Obama dice que los cambios en el periodismo contribuyeron a aflojar los guardarails del debate público aceptable. Habla de un corrimiento de la relación entre noticias y entretenimiento, que hace que los periodistas le den mucho espacio a personajes y discursos tóxicos.  

El diagnóstico más común señala que hay una mayor fragmentación de los medios, que siguen líneas ideológicas, donde se borronea cada vez más la distinción entre el periodismo profesional y el que no lo es, donde el valor objetividad ha sido impugnado sin ser reemplazado por otra ancla sólida, donde reina la editorial por sobre la información. Las audiencias se exponen en forma selectiva, buscando confirmar sus preferencias previas. Y en ese ecosistema informativo circula una inundación de información política, que se encauza en base a una creciente polarización ideológica, cognitiva y afectiva. Por su parte, esa polarización es en sí misma un proceso de desinformación. Al mismo tiempo se reduce la cantidad de periodistas de las redacciones, caen los niveles de edición de los materiales, y las nuevas incorporaciones tienen que ver más con profesionales con competencias digitales que con cazadores rigurosos de noticias.  

Por todo esto, el ecosistema informativo que la democracia necesita tiene que generar mayor cantidad de situaciones de exposición forzada (cross cutting exposure) que me ponga delante de los ojos noticias y argumentos que contradicen o matizan al menos mi visión de túnel. En las audiencias siempre hay personas que tienen un interés especial en exponerse a argumentos contrarios, incluso como juego o entretenimiento intelectual, pero muchos no lo hacen. 

Así, la sociedad democrática depende de los medios transgrieta, que son los capaces de generarte esa exposición forzada aunque vos no tengas la iniciativa de hacerlo por tu cuenta.

Las redes digitales también funcionan como medios transgrieta. Si bien se habla mucho de las burbujas en redes, las investigaciones indican que es allí donde se realiza la mayor cantidad de exposición transversal de una persona. Solemos tener más exposición a argumentación contraria en el mundo online que en el offline. Pero ocurre que en las redes reina la incivilidad, por lo que muchas veces esos cruces son una experiencia desagradable. Ante eso, el efecto positivo de exponerte a información diferente, te provoca el efecto negativo de aumentar tu polarización afectiva, ya no solo la ideológica. Ya no te sentís solo alejado de esa persona por lo que piensa, sino por lo que es. Así, la mayor rudeza del enfrentamiento refuerza tu exposición selectiva y tendés a reducir tu exposición transversal. Y este proceso social se vuelve dramático si ni siquiera los periodistas profesionales realizan esa exposición transversal a la información y argumentación que los contradice, lo que queda penosamente en evidencia cuando no son capaces de contraargumentar si alguien los refuta. No se necesita tener mucha información para argumentar con los que a priori van a estar de acuerdo con nosotros. El público de la grieta es cada vez menos exigente.

Hoy, solamente uno de cada cinco ciudadanos del AMBA confía en el periodismo; antes lo hacía tres de cada cinco

Desde que comenzó la actual guerra mediática en el 2008, los medios de comunicación perdieron dos terceras partes de la confianza social. Para la zona del AMBA, las cifras de la consultora CIO, de Cecilia Mosto, indican que pasó del 62% en el 2009 al 26% en el 2020.

La sociedad cada vez piensa menos que el periodismo es independiente y confiable. En especial, si sos mujer, tenés entre 16 y 29, estudios universitarios y votaste a Alberto Fernández, sos la que menos creés que el periodismo es una institución confiable, según un reciente estudio de Auditoria de Opinión Pública, de la Universidad de San Isidro.

En los hechos, los ciudadanos no consideran que es periodismo aquello que hacen los medios opuestos a su posición ideológica. Además, muchos de ellos, al estar acostumbrados al consumo de un medio faccioso, consideran sesgado cualquier otro encuadre alternativo. De esta forma, un medio y su audiencia más fiel se rodean de alambre de púa y pierden conexión social.

Para peor, estudios realizados por FOPEA indican que los propios periodistas valoran también negativamente la última década de la profesión, y sus perspectivas sobre el futuro del periodismo son negativas, tanto por razones económicas como profesionales. El temor al despido, la mala remuneración, compiten con los argumentos como la falta de rigor profesional que ven en el periodismo. En consecuencia, tanto los ajenos al campo profesional como los propios coinciden en que el periodismo está en su peor momento desde la recuperación democrática.

La buena noticia es que una gran parte de la sociedad cree que el periodismo es una institución importante para la democracia: lo piensa más del 60% según un estudio de junio del 2021 sobre credibilidad periodística, realizado por el Auditorio de Opinión Pública. Y en eso todos piensan igual sin importar a quién votaron.

Ninguna sociedad escapa a tener sectores irreductibles de cínicos, escépticos y propagadores seriales de fake news. Pero las democracias necesitan una mayoría que tenga una relación seria con la información, que exija rigor y le preocupe que exista un periodismo confiable. Eso es lo que llamamos el círculo azul, que son aquellas personas, sin importar nivel social, cultural u opinión política, que son serios y rigurosos en su discurso. Desde el punto de vista democrático, la gran estabilizadora del proceso es una relación sólida entre esa mayoría ciudadana y el periodismo profesional, expresado en forma pluralista en medios de distinta orientación, pero con capacidad de ponerse de acuerdo entre sí sobre cómo fueron efectivamente los hechos más importantes.

Como dijo Angela Merkel recientemente, la democracia vive de la información compartida. Eso es lo que nos permite hacer cosas en común.

Todo gobierno hace una caricatura de su oposición para poder deslegitimarla, y lo mismo la oposición. Si el periodismo paraleliza con uno u otro sector político, no hace periodismo, sino política partidaria. Y si además adopta la caricatura del sector más extremo de cada sector, lo que se proyecta es una novela de ficción: “los del PRO no se quieren vacunar” o “los planeros son todos vagos”.

El lenguaje periodístico tiene que ser distinto al partidario. Un periodista no puede ser un político con micrófono. No está prohibido que así sea. Pero el servicio público del periodismo requiere construir información compartida, que llegue a la ciudadanía sin fronteras ideológicas. No se trata de autopercibirse como halcón o paloma, sino de ser periodista o no.

Hay que entender la grieta. Es una fiebre provocada por la percepción de un antagonismo ideológico profundo que el momento político lleva a un cruce de caminos histórico. Nadie quiere quedar encerrado en el país con el que sueña el opuesto.

En los discursos electorales se difunde que el 14 de noviembre se definirá la república por décadas. No podemos saber si vamos desde una sociedad polarizada a una bipartidista, o hacia alguna forma de autocracia. No lo sabían quienes votaron a Hugo Chávez, a Jair Bolsonaro o a Pedro Castillo. El futuro es siempre un final abierto. En nuestro país compiten actores que quieren que seamos Venezuela, Cuba, Alemania, Estados Unidos o Uruguay. 

Ante este riesgo, la pregunta es ¿cuál es la mejor forma que tiene el periodismo para defender una sociedad abierta? Las libertades no se defienden solas. Al contrario, la habilidad autoritaria es hacerlas pelear entre sí. Son astutos proclamadores de libertades. Esta es una pregunta clave de la historia de la democracia, que tiene fracasos y victorias en su intento de frenar a los autoritarios. Varios países de Europa, y en primer lugar Alemania, discuten hoy qué tipo de cordón sanitario tiene que tener para frenar la impugnación a la democracia que nace desde sus entrañas. Es un poco más complejo que simplemente pensar si van los buenos modales con aquellos que no los tienen. El futuro de la democracia depende de que esos brotes de autoritarismo, que siempre van a existir, nunca dejen de ser bonsáis. 

Para muchos, la respuesta es clara: aumentar la dosis de adjetivos e insultos, exagerar, generalizar, gritar, tirarles con lo que sea, descalificar e impugnar a los opuestos.


 

La grieta es sistémica. Es difícil salir solo. Cuando las sociedades se polarizan, nos aprisionan desde todos lados. Es notable ver la incomodidad de quienes acompañan a varios de los conductores de radio o televisión más agrietados. Se expresa en silencios o frases entrecortadas, que evitan dar un aval explícito a la caricatura o al insulto que acaba de proyectar el periodista celebrity al frente del programa. Y tampoco insiste el conductor en buscar ese apoyo, pues se da cuenta de que su colega se resiste a seguirlo en su camino de boxeador mediático. En ese momento, ese colega que acompaña se siente “el mosquito más tonto de la manada”. Al no subirte al tono de barricada, te ponés en la línea de tiro de la patria grietera: los que no se suman al coro de la histeria no hablan claro, no dicen las cosas como son, no hablan con todas las letras, no son frontales ni descarnados, son blandos, miran para otro lado, son políticamente correctos, cobardes, almas bellas, pecho fríos, cómplices, negadores, mercenarios, cool, débiles, pusilánimes, ingenuos o, directamente, idiotas.

Para salir de la grieta se necesita tomar conciencia que es una degradación de la calidad periodística. Pasamos del periodismo de investigación al delivery de las denuncias de otros; mis opiniones funcionan como un sombrero seleccionador donde ya sabemos a qué sector político van a ir los elogios y dónde las impugnaciones; la sociedad pierde un lenguaje común porque cada facción habla distinto dialecto, y las mismas palabras quieren decir distintas cosas; crece la autocensura, porque es más costoso para mí contradecir el relato del medio en que trabajo, lo que se agrava en períodos preelectorales como este; perdí la brújula para distinguir entre criticar y agraviar; nuestros amigos tienen presunción de inocencia y los enemigos presunción de culpabilidad; mis editoriales y comentarios tienen pies de barro, llenas de medias verdades, pues no me someto a la exposición transversal; me resigné a no consultar a los que impugno, por lo tanto mi distancia e ignorancia sobre ellos es cada vez mayor; y mi periodismo tiene cada vez menos posibilidad de ser siquiera escuchado por quienes no piensan como yo. En definitiva, no solo tengo menos calidad en mi trabajo, sino también menos impacto social.

¿Cómo puedo explicar como periodista la intención de alguien con quien no hablo hace años? ¿Dónde se obtienen esos conocimientos tan misteriosos de psicología a larga distancia? ¿Cómo pretendo denunciar en público a una persona si ni intenté pedirle al denunciado una explicación? La grieta es fogoneada por la mediocridad. Incluso a veces pretender estar afuera de la grieta no es tampoco señal de calidad, sino solo un equilibrio entre mediocridades contrapuestas.

Además, la patria grietera es paradójica, porque si bien es muy ruidosa también es muy eficaz para organizar los silencios necesarios sobre los temas que pueden beneficiar al enemigo.

Pero la opinión de un periodista solo vale si está fundada en hechos rigurosos. Si no, su opinión es un abuso de posición dominante: como controla un micrófono o una cámara, opina. Eso es malversar su profesión de periodista.

Y, para peor, la mala praxis no construye democracia, sino todo lo contrario. ¿Cómo podemos pensar que bajando nuestro rigor informativo y la calidad de la argumentación, y escuchando menos a nuestros opositores, vamos a defender mejor a las instituciones?

Por eso, a pesar de lo que se piensa, la firmeza está en la moderación, en el diálogo y en la escucha, incluso con los autoritarios.  Ya lo decía a principios del siglo XIX la sabiduría política del legendario canciller francés Charles Maurice de Talleyrand, “cuando un punto de vista es tan exagerado se vuelve insignificante”. Lo sabemos de nuestra vida diaria: las ideas adquieren volumen cuando son matizadas.

Fernán Saguier, el director de La Nación, escribió hace poco que “la crispación es una clave central de nuestro estancamiento: impide el debate civilizado y constructivo que exige el futuro”. Sería “el gran obstáculo para encarar los grandes desafíos de la Argentina”.

Los periodistas no gestionan palabras, sino climas. Y volver a la civilidad es el camino que debilita a los autoritarios. Imitarlos, en cambio, es querer ganarles en lo que son más fuertes.

Algunos dirán que no hay audiencia para ese camino. Que las audiencias las obtienen los comunicadores que “hablan claro” como Baby Etchecopar, Roberto Navarro, Tomás Méndez, Pablo Duggan, Gustavo Sylvestre o Eduardo Feinmann. Pero las audiencias se construyen. Como ocurre con los géneros musicales nuevos. El periodismo profesional depende de que pueda construir su público. Además, hay cierto mito con el rating de la grieta. En nuestros canales de noticias, un programa grietero puede festejar mucho si supera los cuatro puntos de rating, por lo tanto no es la varita mágica de la que tanto se habla. La grieta ya empieza a funcionar como un contenido commodity, por lo que pierde la singularidad necesaria para abrirse camino en este ecosistema informativo. Crece el rechazo a las noticias, y la laguna donde pescan los grieteros puede quedarse, como el Paraná, con poca agua. La competencia en el prime time entre C5N, La Nación+, TN, A24, que es donde la grieta es más visible, puede irse secando.

Muchos de los periodistas más agrietados sufrieron tremendas campañas de destrucción de la reputación, tanto de combatientes políticos y mediáticos destacados en radio y televisión como desde las redes. Llevan años, sobre todo desde el 2008, recibiendo un duro granizo desde los medios y las redes. ¿Quién resiste eso? ¿Cómo no cargarse de ira tras un escrache, una denuncia penal o una campaña pública destructiva, y expresar una catarsis de sentimientos? ¿Cómo no caer en los sarcasmos, las ironías, el asco, el insulto y las burlas?

Pero esto es como la pelea de sumo: vos perdés si logran sacarte de tu lugar. Te invitan al barro y vas al barro. A los pocos segundos de esa lucha, ya los dos son difíciles de diferenciar. Y ahí perdiste tu fuerza. Te sacaron tu capacidad de influir en los seguidores del otro, en tener un estatus de credibilidad de periodista superior al de un combatiente más. En definitiva, te cambiaron. La grieta está llena de bruscos tránsitos personales. Te convertiste en otro tipo de periodista, o dejaste de serlo. Incluso podés haber descubierto tus talentos para el combate. Pero ahora tenés más posibilidades de ser legislador que de volver a ser un periodista. Y nada te da más bronca que otros te vean igual a tu enemigo. El provocado queda igualado al provocador.

Pero así como un bombero está preparado para manejar el fuego, un periodista en este ecosistema polarizado tiene que estar entrenado frente a estas campañas de odio. Y las organizaciones profesionales los tienen que rodear para defenderlos.

Si se sigue fogoneando la violencia verbal, nada asegura que no se llegue a lo físico. Y ya no estamos en el siglo XIX cuando un periodista que fue primero rosista y luego antirosista como José Rivera Indarte escribió una serie de notas argumentando que “Es acción santa matar a Rosas”, donde pedía una mujer que simule amor por Rosas y “con un brazo finja estrecharlo impúdicamente  contra su seno y con el otro le abra la garganta”. También el periodista anarquista Alberto Ghiraldo pidió el tiranicidio del presidente Miguel Ángel Juárez Celman y un tipógrafo de La Protesta atentó contra el presidente Manuel Quintana. Hubo varias organizaciones en la historia argentina que hicieron una simbiosis de violencia y periodismo: por supuesto, la mazorca rosista en el siglo XIX y, avanzado el siglo XX, las guerrillas y la Triple A agruparon a periodistas en organizaciones armadas. De hecho,  la publicación montonera El Descamisado y la derechista El Caudillo fueron publicaciones muy parecidas, donde tinta y sangre se entrelazaban en forma parecida. Las sucesivas dictaduras tuvieron también su prensa de combate. Muchas veces el periodismo fue una fábrica de odio y violencia.


Pero ahora se necesitan perros guardianes, no perros con rabia. Nada ayuda más a los que quieren convertir el país en una autocracia que el gatillo fácil desde el periodismo. Un periodismo sin legitimidad, ni credibilidad, que siga rifando su penetración social, es una rampa de lanzamiento para los autoritarios. Es urgente que la sociedad pueda distinguir por sus métodos cuáles son los periodistas serios y los que no lo son.

El prestigio de las causas vale de acuerdo al método que usan. Esteban Echeverría le escribía a Alberdi sobre la invocación al tiranicidio que hacía Rivera Indarte: “es un hombre a propósito solo para embarazar las buenas causas y las buenas doctrinas”.

En conclusión, los autoritarios ganan si logran fracturar la esfera pública, porque eso corta los vínculos de amplios sectores sociales con la sociedad democrática. Y el actual ecosistema informativo tiene cada vez menos esos espacios comunes donde cocinamos esa información compartida. La sociedad autoritaria no se construye de un zarpazo, sino que es un creciente sector social que se va segmentando del resto y se comunica y cree solamente en sus referentes autoritarios. La autocracia llega finalmente solo por el peso de ese sector.

Así el periodismo grietero contribuye a la llegada de la autocracia si sabotea los puentes para comunicarse con esos sectores sociales que pudieran ser más afines a los autoritarios. Los periodistas tienen que evitar que la sociedad se segmente demasiado. Si eso ocurre, los autoritarios ganan esas colinas. 

Por eso, hoy la patria grietera no nos defiende, nos debilita.

*Fernando J. Ruiz. Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral. Actual presidente del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA). Su último libro es Imágenes paganas. Periodismo, democracia y pandemia en Argentina y América Latina.

https://noticias.perfil.com/noticias/informacion-general/la-patria-grietera.phtml

De los actos de gobierno

El Gobierno nacional convocó para hoy, a partir de las 14 horas al Consejo Nacional del Empleo, la Productividad y el Salario mínimo, vital y móvil para reanudar la agenda salarial y fijar un nuevo salario mínimo, y una actualización de los montos mínimo y máximo de la prestación por desempleo.
Se trata de
uno de los temas centrales, en el marco de las medidas para impulsar la reactivación económica, que el gobierno de Alberto Fernández buscará poner en agenda tras los cambios realizados en el Gabinete el pasado viernes.
La convocatoria quedó formalizada el viernes a través de la publicación en el Boletín Oficial de la Resolución 8/2021 del Ministerio de Trabajo, firmada por su titular Claudio Moroni.

(TELAM)

El presidente Alberto Fernández hablará este martes ante la Asamblea de las Naciones Unidas con un discurso virtual en el que calificará al préstamo otorgado por el Fondo Monetario Internacional a la Argentina durante el gobierno de Mauricio Macri como "tóxico e irresponsable", reivindicará los derechos argentinos en las Malvinas y reiterará el pedido de colaboración internacional para esclarecer el atentado contra la AMIA, entre otros puntos.

Fernández hablará ante la 76ª Asamblea General Ordinaria de la ONU alrededor de las 17, de acuerdo con la lista de oradores, y lo hará de manera
virtual través de un mensaje grabado, en su segunda participación en su carácter de jefe de Estado en una reunión plenaria del organismo internacional, según se indicó oficialmente.
Los últimos trazos del mensaje fueron delineados por el Presidente durante una reunión que mantuvo este lunes en la Casa Rosada con Santiago Cafiero, designado nuevo ministro de Relaciones Exteriores y Culto.

Reconfiguración de la arquitectura financiera

En su mensaje, el primer mandatario reclamará la necesidad de una "reconfiguración" de la arquitectura financiera global, en el marco del rol que ha jugado el FMI en los últimos años en el mundo y en la Argentina en particular, dijeron las fuentes.
Sobre este tema, requerirá una solución al problema de las deudas insostenibles de los países de renta media, al generarse un endeudamiento "tóxico e irresponsable" con el FMI, como el que se registró en la Argentina durante la administración de Macri, añadieron los informantes.

Remarcará el impacto mundial de la pandemia, que sacó a la luz la desigualdad e inequidad que existe entre los distintos países, y que está reflejado no solo en la producción y distribución de vacunas contra el Covid sino también en sus consecuencias económicas y sociales.
En ese punto, insistirá en que será "fundamental" concentrar los esfuerzos para que la reconstrucción pospandemia se concrete de manera equitativa, y destacará que ese flagelo también ha generado una crisis de derechos humanos, con la consecuente generación de más desigualdad en términos de género y discriminación hacia las minorías.
De cara a esta situación, el Presidente exhortará a renovar los esfuerzos y trabajar para tener sociedades más justas, equitativas e igualitarias.

Cambio Climático

Fernández abordará en su mensaje los problemas que genera el cambio climático, como también sus consecuencias, e instará nuevamente a asumir el compromiso necesario para atender la amenaza que representa para el futuro, al tiempo que hará un detalle de los compromisos asumidos por Argentina para la defensa del medio ambiente.

Terrorismo


Al aludir al flagelo mundial que significa el terrorismo, señalará que la lucha contra el
terrorismo se debe dar respetando el derecho internacional y reiterará el pedido de colaboración para poder llegar al esclarecimiento del atentado a la AMIA, del 18 de julio de 1994, que arrojó un saldo de 85 muertos.

Islas Malvinas


Además, el mandatario dedicará
un capítulo de su discurso para reafirmar los derechos inalienables de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur, Sándwich del Sur y los espacios marítimos circundantes.
En ese contexto, renovará el pedido a la comunidad internacional, y en especial al
Reino Unido, a que se cumpla lo establecido en la Resolución 2065 de Naciones Unidas sobre esa cuestión.
En esa resolución, aprobada el 16 de diciembre de 1965, la Asamblea General de la ONU reconoció la existencia de una disputa de soberanía entre el Reino Unido y la Argentina en torno a las Islas Malvinas y estableció que el caso se encuadra en una situación colonial que debe ser resuelta.
Por ello, constituye uno de los últimos casos de colonialismo aún vigentes. Este conflicto, además, configura una cuestión de desarrollo económico y de recursos naturales, en relación con el Atlántico Sur y la Antártida, según se señaló.

(TELAM)

Balanza de Pagos

Argentina se encamina a cerrar un superávit externo 2 años consecutivos por primera vez en más de una década.

El Módulo de Políticas Económicas coordinado Por Santiago Fraschina, parte del Observatorio de Políticas Públicas dependiente de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV), produjo un nuevo informe “Cuentas Externas” del cúal compartimos su síntesis.

Durante el segundo trimestre del corriente año, la cuenta corriente registró un superávit de US$ 2.763 millones, lo que significó una variación negativa de US$ 99 millones con relación al superávit computado en el mismo período del año 2020.
● En el séptimo mes del año 2021, el intercambio comercial (exportaciones más importaciones) se incrementó un 54,7% interanual y registró un monto de US$ 12.967 millones. De igual modo, la balanza comercial en los
primeros siete meses del corriente año computó un superávit comercial de US$ 8.310 millones con respecto a igual período del año 2020.
● En julio del corriente año, las exportaciones se ubicaron en US$ 7.252 millones, vale remarcar que es el registro más elevado desde junio del año 2013. De igual modo, las ventas externas se expandieron en términos interanuales un 47,1%
● En julio del año 2021, las exportaciones en términos desestacionalizados avanzaron un 1,7% en relación con marzo. Asimismo, la tendencia ciclo se expandió un 2,4% con respecto al mes anterior
● En el séptimo mes del año 2021, las MOI y las MOA aumentaron un 78,7% y 29,7% respectivamente, por su parte, los PP incrementaron sus ventas al exterior un 54,4%. Análogamente, los CyE avanzaron un 15,6%.
● Los mayores superávits registrados en el mes de julio correspondieron al intercambio comercial con Países Bajos, Chile y Perú con US$ 394 millones, US$ 354 millones y US$ 182 millones.
● En julio del año 2021, las importaciones se incrementaron un 65,6% con respecto al mismo mes del año pasado y alcanzaron los US$ 5.715 millones. La suba de las importaciones se explica principalmente por un aumento de las cantidades de 35,1% y en los precios de 22,6%.
● En términos desestacionalizados, las importaciones retrocedieron un 2,7% con respecto a junio, por su parte, la tendencia ciclo se expandió un 0,6% con respecto al mes anterior.
● Los usos económicos se expandieron a causa de la recuperación económica y del bajo nivel de actividad registrada en julio del año pasado. Combustibles y lubricantes básicos y elaborados (CyL) fue el de mayor
expansión interanual con un 163,0%. De igual modo, Vehículos automotores de pasajeros (VA) avanzó un 29,4%, al igual que Piezas y accesorios para bienes de capital (PyA) que registró un aumento de 101,2% con respecto a julio del año pasado. Los Bienes intermedios (BI)y los Bienes de capital (BK) experimentaron subas de 72,3% y 20,7% respectivamente.
● En el segundo trimestre del año 2021, la cuenta servicios resultó deficitaria en US$ 684 millones, lo que significncremento de US$ 358 millones con relación al saldo negativo registrado en el mismo período del año pasado.
● La cuenta ingreso primario presentó en el segundo trimestre del año 2021 un déficit de US$ 2.200 millones, una reducción del déficit de US$ 345 millones con respecto al mismo período del año 2020.
● En el segundo trimestre del año 2021, la cuenta financiera presentó un egreso neto de capitales de US$ 2.554 millones. Asimismo, la capacidad neta de financiamiento, en el trimestre bajo estudio se ubicó en US$ 2.850
millones.
● En el segundo trimestre del año 2021, el stock de deuda externa bruta total con títulos de deuda a valor nominal residual al 30 de junio del corriente año, se ubicó en US$ 269.158 millones, un valor inferior de US$ 324 millones respecto al trimestre anterior.

(Infografías UNDAV)

Pensamiento binario y grieta globalizada

El escenario global resultante tras el ascenso, las nuevas articulaciones y reformulaciones de extrema derecha, se presenta como una competición simbólica y real entre visiones del mundo contrapuestas. En un contexto que se percibe cada vez como más polarizado nos cuestionamos si los marcos constitucionales resistirán ante el avance de las nuevas formaciones radicales y ante la tensión creciente de la disputa política. En definitiva, si existe un riesgo real primero de perder los derechos sociales alcanzados, y en último término de que la democracia se degrade.

En este sentido, el monográfico cierra con un epílogo en dos textos que tienen como tema central las consecuencias en las democracias liberales del ascenso de la extrema derecha en los últimos años. Se trata de un ensayo escrito por Jeffrey Alexander en 2018 –en uno de los momentos de máxima efervescencia del Trumpismo –, y otro, firmado por Rubén Díez – traductor del texto de Jeffrey Alexander–, acabado, precisamente,

durante el asalto al Capitolio perpetrado por partidarios radicales de Trump.

A través de los primeros artículos, pretendíamos comprender cómo nuevos actores sociales, o al menos, actores sociales configurados en colectivos novedosos, con nuevas estratégias, discursos y prácticas, pretendían producir una sociedad a partir de sus definiciones de lo socialmente deseable. En esta última parte, y con estos últimos artículos, lo que pretendemos es analizar hasta qué punto estas producciones son viables, cómo afectan a la sociedad civil, cómo ésta regula visiones contrapuestas de la realidad, y cómo, en definitiva, la democracia se ve afectada.

Jeffrey Alexander se pregunta en su artículo hasta qué punto la arrogante dirección demagógica y populista de Trump, que dio voz a una reacción conservadora, ha llegado a cuestionar los propios fundamentos y valores de las instituciones civiles de la democracia liberal. Para Alexander, el desarrollo de la democracia no es necesariamente lineal y ascendente, como muchos sociólogos postulan, sino que se basa en una lucha de fuerzas entre dos definiciones predominantes en la sociedad civil: la progresista y la conservadora. Se trata de una contraposición de visiones sociales, pero también de intereses, que se traducen en distintos impulsos hacia delante (frontlash), para producir una sociedad con más derechos sociales –esto es, una concepción progresista–, contrarrestados periódicamente por impulsos hacia atrás (backlash), que pretenden reorientar la sociedad hacia formas de vida tradicionales que sienten como legítimas y positivas (además de proteger sus intereses y privilegios) –sería, por tanto, una concepción conservadora–.

En este marco, las dinámicas del progreso social en la dirección del universalismo de los derechos y la defensa del particularismo, de la acción y la reacción (frontlash y backlash), que caracterizan el conflicto y el cambio social–, el trumpismo ha irrumpido abruptamente tensionando el modelo y poniéndolo en cuestión.

Sin embargo, para Alexander, la dinámica del frontlash-backlash y viceversa, no solo no es algo nuevo, sino que, en otros momentos, se ha percibido como especialmente tensa dependiendo de los actores que se veían afectados por el impulso. Por ejemplo, el gobierno de Obama fue percibido como un proceso especialmente dramático para los conservadores, como lo fue el de Bush para los progresistas.

Según el autor, la democracia se basa en sentimientos de respeto y atención mutuos, en una solidaridad compartida y reconocida más allá de las distintas posiciones políticas, de interés e ideológicas. Solo si la dinámica populista erosiona las instituciones de la sociedad civil hasta el punto de ser incapaces de gestionar la disputa de intereses y de visiones del mundo, el juego democrático y la democracia en su conjunto estarían en verdadero peligro.

A partir del análisis de Alexander, Rubén Díez inscribe el suyo dentro de un marco histórico y teórico más amplio, profundizando en las raíces de esta polarización. Al igual que Alexander, Díez comprende los avances sociales como algo no necesariamente lineal y progresivo, sino resultado de las tensiones y dinámicas conflictuales en torno a intereses materiales e ideales de grupos que demandan reconocimiento social y reivindican una identidad, conformando así el movimiento pendular de la historia social y cultural a modo de fases de acción y reacción. Para el autor, la compleja relación entre los movimientos sociales, las fuerzas progresistas y las fuerzas institucionales de representación, fue alimentada y mediada por el pensamiento posmodernista de la segunda mitad del siglo pasado. Así, incluso desde la izquierda, el populismo ha construido una retórica dirigida a desafiar la democracia en sus principios constitutivos. Asumiendo el desafío propuesto por Alexander de intentar colocar el análisis sociológico por encima de esta polarización para poder ofrecer una lectura crítica de los fenómenos históricos, políticos y sociales, el último artículo de este número especial, en palabras de su autor, nos invita a analizar los procesos democráticos con gran atención, sin tener miedo de encontrar peligros y amenazas tanto de acción (frontlash) como de reacción (backlash).

Reflexiones finales

Con los dos últimos artículos del monográfico queremos no solo analizar los riesgos a los que se enfrenta la sociedad civil y la democracia ante el avance de nuevas formaciones y formas de extrema derecha, sino también, como plantea Rubén Díez, ante el avance del populismo en todas sus formas. Pero, al mismo tiempo, nuestra intención es proponer un debate sobre la concepción misma de la democracia y aquellos valores, principios e ideas que están en su génesis y que, en definitiva, le dan sentido.

En este número se muestran distintas concepciones de lo social que desde la extrema derecha se plantean como una batalla para producir una sociedad en unos términos que se consideran irrenunciables. A diferencia de otras extremas derechas contemporáneas y pretéritas este proceso se produce dentro de la democracia, aceptando las reglas de la contienda política aun estirando y tensionando sus límites. Nos preguntamos también si más allá de la capacidad reguladora de la democracia y sus instituciones civiles, si a pesar de plantear la disputa política como un juego de tira y afloja, de lucha de intereses y visiones subjetivas de la realidad, podemos rescatar, salvaguardar y promocionar ciertos valores constitutivos del sistema democrático.

A lo largo de la historia, se han alternado diferentes formas de democracia y en el mundo contemporáneo existen una multiplicidad de actualizaciones (Held, 2016). En la necesidad de evitar tanto la deriva hacia el poder absoluto del colectivo, como hacia el individualismo extremo, contrastando lógicas comunitarias y liberales, la modernidad ha estado marcada por conflictos por la afirmación de ciertos principios inalienables. En

particular, la libertad, la igualdad y el deber de solidaridad (o espíritu de fraternidad). Diferentes orientaciones políticas interpretan y articulan estos tres principios, generando tensiones y distintas ideas de democracia. 

La orientación de la libertad basada en la autonomía individual –entendida en términos economicistas como cálculo de coste/beneficio o bien desde una perspectiva más existencial como realización personal– encuentra límites en los demás principios de las democracias modernas, como ilustra la dialéctica entre la idea de libertad y la de igualdad. Igualmente, todo ser humano tiene derecho a dar sentido a su existencia, pero este derecho impone a todos un deber de solidaridad, entendido como un medio para dar a todos la autonomía y seguridad necesaria para convertirse en sujetos, brindando a cualquiera la posibilidad de escapar de los determinismos sociales (Touraine, 1993). Por lo tanto, la democracia necesita de un deseo activo de liberación y confianza en la capacidad de acción colectiva, y la libertad debe abordar el concepto de solidaridad, entendido en el sentido de responsabilidad hacia los demás dentro de la dinámica común de la vida colectiva.

De esta manera, y para concluir, podemos concebir el juego democrático como una confrontación de ideas, intereses y subjetividades, todos legítimos dentro unas reglas mínimas compartidas (Bobbio, 1994). Los distintos impulsos (blacklash/frontlash) son una muestra de la pluralidad característica de sociedades cada vez más diversas, que representan, al mismo tiempo, tradiciones e innovaciones, actores del presente, del pasado y del futuro. La polarización política y cultural puede tener consecuencias terribles para los sistemas democráticos, ya sea cuando la tensión excesiva que contamina las instituciones civiles y las reglas de juego político tira en exceso hacia un lado o hacia el otro. Sin embargo, no podemos caer en el error de deslizar la lógica del planteamiento dicotómico de posiciones conservadoras y progresistas como parte del funcionamiento normalizado de las democracias, hacia las subjetividades que se defienden en cada una de dichas posiciones.

La apariencia de equidistancia entre valores, formas de vida y posiciones políticas, no debe confundirnos sobre su ontología. El hecho de que participen como opuestos bajo las reglas del juego político democrático no significa que esos valores deban ser equiparados, considerados análogos, igualmente deseables o, incluso, legítimos. Como afirma Noberto Bobbio (1994:31) la democracia no está fuera de los ideales que la originaron: la tolerancia, la no violencia, la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de ideas y el cambio de la mentalidad y la manera de vivir, y la fraternidad.

Nuevas articulaciones de la extrema derecha global: actores, discursos, prácticas, identidades y los retos de la democracia.

Antonio Álvarez-Benavides ohn Jay College of Criminal Justice, City University of New York (CUNY), Estados Unidos; Grupo de Estudios Socioculturales Contemporáneos de la Universidad Complutense de Madrid (GRESCO-UCM)

Emanuel Toscano Università Guglielmo Marconi

Revista “Política y Sociedad” Ediciones Complutense Volumen58 N.º 2 (2021)

Las grietas, polaridades, y posturas que ven enfrentamientos binarios en la complejidad del presente, aún y cuándo intentan despegar de formas lineales de pensamiento, no atinan a configurar modelos de representación y pensamiento que introduzcan una reflexión de carácter mas complejo a los conflictos y problemas que la realidad nos presenta. La síntesis mas paradójica y contradictoria tiene que ver, mas con esa idea que tiene mucho de cierto, de que conservar y que modificar o innovar, como posiciones respecto al futuro deseable y al pasado que se quiere modificar, pensar la complejidad y la temporalidad de una manera diferente, no lineal ni binaria, nos permitirá identificar mas actores y mas elementos que entran en conflicto o disputa y que pueden equilibrar los escenarios y las “grietas” que separan de maneras menos conflictivas y mas equitativas.

Un mundo plural y pluripotencial ofrecerá la posibilidad de generar alternativas a las posturas binarias que, sin embargo, no podrán desarrollarse si primero no estamos dispuestos a cuestionar poderes y privilegios propios y posiciones dominantes respecto de otros que quedan sometidos y dominados. La cuestión aquí es que las dominaciones y dependencias no se dan de las mismas formas y con los mismos actores en todo lugar y en un tiempo pensado de forma lineal, sino mas bien, en formas diversas y particulares y en tiempos que, precisamente, permiten comprender que al mismo tiempo se pueda actuar como “progresista” y “conservador”, generando confusiones, incoherencias y plantéamientos incorrectos de los problemas que nos afectan. Cuándo la grieta es tan potente como confusa y vaciada de contenidos que buscan el conocimiento y alguna articulación mas o menos racional de su estructura, es porque el poder no quiere ceder sus lugares de privilegio y los que disputan ese poder no atinan a despojarlo (que implica despojarse) de las ideas que alimentan la posibilidad de su ejercicio. En estas realidades neoliberales, el sometimiento a las formas de financiarización y acumulación de recursos monetarios como base de todo ejercicio de poder.

Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


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