Revisando categorías y conceptos para tratar de entender



Eduardo Rinesi, Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), Argentina. Escribe, “ Populismo, democracia, república (notas sobre libertades y derechos)” en “Populismo, Democracia y Republicanismo: Nuevas Claves Histórico-políticas" Primer Capítulo de la compilación “a contracorriente “ producida por Luciana Cadahia, Valeria Coronel, Franklin Ramírez Editores académicos Materiales para una teoría renovada del populismo.

Pontificia Universidad Javeriana Segunda edición Bogotá, D. C., abril de 2019

Todo en relación con el populismo, en efecto, es sospechoso, y es sospechoso en primer lugar de indefinición, de indeterminación, de vaguedad. La palabra “populismo” es incierta e imprecisa, y lo que la palabra “populismo” designa no lo es menos; son muchas las tradiciones teóricas y filosóficas que encuentran en esa misma incertidumbre y en esa misma imprecisión motivos suficientes para poner a las dos cosas (a la palabra –digamos– y a la cosa: a la categoría de “populismo” y a los fenómenos que la misma suele usarse para definir) en debida penitencia, para ubicar a las dos cosas del lado del error o de la ilusión, del engaño o del autoengaño: a lamentar que la vida de los pueblos que han atravesado experiencias populistas no se haya desarrollado a través de carriles más normales, más previsibles, más aconsejables, y a deplorar que en lugar de apurarse a tirar todo eso al cesto de basura de la historia algunos dizque teóricos, caprichosos, engañados y a su vez engañadores, se tomen todavía en serio todo eso, busquen teorizar sobre aquello sobre lo que sería imposible teorizar, y no lo hagan para poner un poco de orden conceptual en medio de tanto desorden empírico, para poner un poco de sistema en toda esa locura, sino para trasladar al plano del concepto esa loca organización política del mundo “populista” y solazarse en las propias vaguedades de aquello que mejor harían en ayudarnos a desambiguar y, por esa vía, a pensar mejor.y admitamos que los esfuerzos teóricos más sofisticados que en los últimos años se han hecho para pensar este fenómeno del populismo no han hecho gran cosa para tranquilizar a estas almas geometrizantes amigas de pensar la historia –como le gustaba decir al político argentino John William Cooke, finísimo pensador sobre el que tendremos todavía ocasión de volver en este escrito– “con compás y tiralíneas”. No es el caso trazar aquí un “estado de la cuestión” teórica del populismo en la América Latina posterior a la aparición, en 2005, del libro que dedicó al asunto (un asunto sobre el que por cierto venía dando vueltas sumamente sugestivas desde hacía ya unas cuantas décadas) Ernesto Laclau. Baste apenas recordar esa idea de Laclau, a esta altura incontables veces citada y re-citada, según la cual –lo cito yo también– “el populismo es la vía real para comprender algo relativo a la constitución ontológica de lo político como tal” (Laclau, 2005: 91), y advertir hasta qué punto esta idea tan potente y tan provocadora desestabiliza seriamente la posibilidad o la pretensión de trazar una línea nítida y precisa que nos permitiera distinguir, separar, una cierta “zona”, una cierta “región” donde el populismo sentaría sus reales de otro ámbito por completo diferente que pudiéramos considerar libre de semejantes turbulencias.

Nada de eso, enseñaba Laclau en ese libro, e incluso si no cediéramos a la tentación de traducir la frase que acabo de citar en el sentido de una perfecta identificación, de la declaración de una exacta sinonimia entre lo que designarían las palabras “política” y “populismo”, y aun si atendiéramos también (como sin duda es necesario hacer) a las numerosas observaciones y correcciones que muchos muy buenos lectores de Laclau han formulado sobre las tesis de este libro que apenas hemos vuelto a abrir aquí muy rápidamente, lo que es evidente es que a la salida de la lectura de ese libro tenemos muchas más dificultades para considerar al fenómeno del populismo como un fenómeno extraño, patológico, excepcional o excéntrico respecto a los modos “normales” de funcionamiento de la vida política de los pueblos, y muchos más elementos para percibir algo, al menos de la configuración que llamamos “populista” en el corazón de cualquier sistema político de los que existen en el mundo. 

¿Tiene sentido insistir sobre la naturaleza de ese “algo”? Si lo tuviera (pero no es por aquí que quiero hacer avanzar mi argumento en estas páginas), deberíamos insistir en el interés del señalamiento de Laclau y de tantos otros sobre la esencial, la constitutiva (es decir: la no “patológica”, sino fundante) ambivalencia que tiene la categoría de la que la propia palabra “populismo” se deriva, que es la categoría de “pueblo”. Que, como sabemos bien, designa a veces (Laclau subrayaba esto con frecuencia) el todo del cuerpo social, lo que los viejos romanos llamaban el “populus”, y otras veces una parte (la parte pobre) de ese mismo cuerpo, lo que los viejos romanos llamaban la “plebs”. Pero que nunca avisa –y nunca avisa por-que nunca sabe– cuándo exactamente designa una de esas cosas y cuándo nombra la otra, y que por eso oscila siempre entre la “tesis” (llamémosla así) consensualista que piensa al pueblo como una unidad colectiva más o menos armónica y unida y la “tesis” conflictivista que piensa al pueblo como una facción de ese cuerpo colectivo siempre en pugna con otra, opuesta, enfrentada, a la que suele nombrarse como “anti-pueblo” o –con otra voz de sabor antiguo– como oligarquía. Por eso tienen razón (el problema no es que no la tengan, sino que no resulta interesante el modo en que la tienen) tanto los pensadores marxistas que acertadamente señalan que al pensar en términos de “pueblo” (y allí esos críticos marxistas del populismo ven siempre el fantasma del consensualismo armonicista) los populistas no permiten ni se permiten ver, debajo de esa mascarada, la verdad profunda de la lucha entre las clases, cuanto los pensadores liberales que con toda justicia observan que al pensar de esa manera (y en esa manera de pensar los impugnadores liberales del populismo notan siempre la amenaza de la vuelta de la tesis de un conflicto irremediable entre los ricos y los pobres) los populistas dejan en un segundo lugar a los individuos y a su deseo de superar la “grieta” alentada por ese discurso gritón y belicoso.

Unos y otros –digo– tienen razón. Unos y otros –digo también– resultan poco interesantes en su manera de tener razón, que es la que les impide, a los unos y a los otros, pensar lo que la política tiene siempre de tensión entre su “momento”, su dimensión, su lado –digamos así– de apertura de la historia a través del conflicto y de la lucha, y su momento, su dimensión, su “lado” de cierre (todo lo provisorio que se quiera, todo lo contingente que sabemos que estos cierres siempre son: estamos en el corazón de los problemas que plantea el otro asunto –que en realidad, como bien se ve, no es “otro” en absoluto– que ocupó durante muchos años y muchos libros los desvelos de Laclau: el de la hegemonía) de esa misma historia en perpetuo movimiento. Esa tensión, que es la materia misma de la vida colectiva, es la que se expresa de manera muy evidente en las formas de construcción política, de agregación de intereses y de definición de identidades a las que solemos calificar de populistas, la que suele habitar la retórica política de los líderes de los movimientos populistas (invariablemente acusados, por la derecha, de provocadores y de pendencieros, y, “por izquierda”, de concesivos y aun de cómplices) y la que ha buscado teorizar, con más o menos problemas, con mejores o peores resultados, la teoría política decidida a no sacarse de encima con un gesto fastidiado, como quien se quiere sacar de encima un mal pensamiento o un mal sueño, las rugosidades y los grumos de la historia, sino a tratar de pensar las cosas instalándose en el corazón de sus contradicciones.

Pero ya dije que no es por esta vía que me propongo avanzar en este escrito. Solo me interesaba dejar indicada acá mi convicción de que lo que llamamos “populismo” no debe ser pensado como una anomalía ni como una forma por completo ajena a la normalidad de la vida política de las sociedades; porque lo que querría hacer en lo que sigue es sugerir algunas pistas para pensar el lugar que han ocupado algunas experiencias populistas recientes (o aun actuales) en América Latina en la forja del tipo de democracia que, desde el fin del último ciclo de dictaduras militares en toda la región, venimos construyendo. y para pensar las cuales, desde los años 80 hasta la fecha, hemos utilizado un conjunto de categorías teóricas, provenientes de los grandes cuerpos de ideas que han permitido al pensamiento político occidental pensar desde hace tiempo fenómenos tales como los que nombramos cuando usamos palabras como “república” o como “democracia”, que solo podemos autorizarnos a suponer que no tienen ningún diálogo posible para sostener con la idea y con la historia del populismo si previamente hicimos de esta palabra, “populismo”, el nombre de una monstruosidad, de una patología o de una extravagancia cuya propia excepcionalidad nos eximiría de la tarea de pensarlo. Pero si eso no es así, si estamos dispuestos a aceptar, no digamos ya –en la perspectiva de la lectura más provocadora y más extrema de la obra de Laclau– que toda política es populista, pero sí, al menos, que el populismo es una posibilidad cierta, frecuente y, si pudiéramos hablar así, “legítima” en la organización de la vida política de nuestras sociedades, y si al mismo tiempo esas mismas categorías que mencioné recién –la de república, la de democracia– nos siguen resultando útiles y estimulantes para nombrar formas virtuosas y deseables de organización política de esas sociedades que tenemos, entonces no solo es legítimo, sino que es necesario, que nos preguntemos por los modos en los que esas ideas de república, de democracia y de populismo dialogan entre sí, por las relaciones que aquello que esas palabras nombran han sostenido en nuestra experiencia histórica y por la forma en la que en el interior de ese diálogo, y solamente allí, podemos trazar las coordenadas de la discusión que es necesario que sigamos sosteniendo sobre el lugar que ocupan o que deben ocupar en nuestra vida colectiva determinados valores fundamentales como lo son (voy a mencionar apenas dos, decisivos, a los que me gustaría referirme en este escrito) la libertad y los derechos. Los menciono en este orden porque posiblemente sea en este orden como estos dos problemas fundamentales de la organización política de nuestras sociedades (y del pensamiento político sobre esa organización) hayan aparecido en nuestra escena histórica más reciente.

Jorge Alemán en Página12 “Lo Nacional y Popular maquiaveliano y las derechas”

El escritor florentino, más allá de su múltiples y diversas recepciones, constituye una singularidad fundante en el campo de la teoría política.Todos sus grandes lectores, tanto por izquierda como por derecha, reconocen en el "Príncipe" y en los "Discorsi" al primer pensador que despliega con una intensidad incomparable lo que ahora podemos tratar conceptualmente como la primera teoría donde lo político se presenta bajo el modo de una autonomía radical. En Maquiavelo -aunque lo político esté atravesado por lo económico- lo religioso y la historia de las ideas siempre debe ser pensada en su especifidad irreemplazable y única.

Es el acento que subrayan las tres grandes lecturas de Maquiavelo: Gramsci, Althusser, Lefort.

Más allá de sus diferencias, en las tres emerge el mismo asunto: el Príncipe es la metáfora que encarna la compleja relación entre la mutua correspondencia entre el Líder y un Pueblo, dos figuras que deben combinar la Virtud y la Contingencia.

A la vez, estas mismas deben establecer la combinación entre el arte de gobernar con su duración pertinente y soportado en la autoridad que corresponde. Esta autoridad que no espera nada del amor, por su condición volátil y efímera, sí debe inspirar respeto, es decir, suscitar algún tipo de temor pero nunca hacerse odiar.

Por último y resumiendo, la articulación del Príncipe con el Pueblo se realiza con el fin de construir una voluntad nacional y popular poseída por el deseo de conquistar la unidad de la Nación y finalizar en la constitución de la República.

Desde esta perspectiva, tal vez se puede entender que Maquiavelo no era maquiavélico . El adjetivo "maquiavélico” es la gran distorsión ideológica que encubre el verdadero pensar maquiaveliano .

La idea maquiavélica no presenta ningún rasgo emancipador, es una representación del poder que consiste en que los sometidos gocen y contribuyan con su propio sometimiento a un poder que carece de Virtud y no sabe qué hacer con la Contingencia porque nunca entendió las variaciones aleatorias de lo popular.

Los representantes políticos de las derechas son maquiavélicos, solo se entregan al Poder con el propósito perverso de reproducirlo para los  "Grandes" como diría nuestro escritor florentino.

Son los movimientos nacionales y populares y las izquierdas, lo asuman o no, las que solo se mantendrán en su causa si son maquiavelianas.

Helio Gallardo Martínez es un filósofo y escritor chileno, conocido por sus estudios sobre la realidad social y la política popular en Latinoamérica. Escribió “ evolución y cultura política en América Latina”

Artículo publicado en Polis [En línea], 12 | 2005, Publicado
el 17 agosto 2012, consultado el 10 diciembre 2020. URL : http://journals.openedition.org/polis/5694

(…) La izquierda política no es un lugar en un continuo de fuerzas o partidos (izquierda-derecha-centro) ni se constituye mediante un enfrentamiento de posiciones (izquierda//derecha) respecto de cuestiones como la reforma agraria, o el carácter del Estado y la lucha de clases. La izquierda es básicamente una actitud hacia el mundo o, más apropiadamente, en el mundo, desde y con el mundo.

Por ello puede existir “izquierda” sin derecha o sin centro. Las sociedades modernas no pueden, en cambio, pensarse sin izquierda. “Izquierda política” es el nombre propio de una actitud no politicista (o sea que no escinde la sociedad en ámbitos relativamente estancos, como el público y privado, y privilegia en ellos al Estado como referente exclusivo de la acción política) orientada a que en todas las instituciones sociales (trabajo, familia, gobierno, cultura) dominen lógicas que promuevan la autonomía y la autoestima de los sujetos humanos que las constituyen o son involucrados en ellas. La izquierda es indispensable en sociedades que promueven la autoproducción humana y dicen querer, como tendencia, potenciar a cada cual para que asuma su individualidad como autocreación libre, aún cuando ello se dé en entornos sobre los cuales no se tiene un control completo.

La izquierda política es, por tanto, una producción necesaria de la sociedad moderna. Su actitud es inevitablemente crítica (debe pensar sus entornos y también pensarse) y holística, aunque no orgánica, y debe darse la forma organizacional que potencie estos caracteres. El mundo natural-social para la o las izquierdas es algo que debe ser producido (constituido, cambiado, orientado) en un sentido liberador. Las fuerzas que hicieron emerger la sociedad moderna prometieron liberar a los seres humanos de la escasez mediante la tecnología y ciencia aplicadas al proceso productivo y eliminar o remover toda autoridad, no consentida o meramente funcional, exterior al libre arbitrio del individuo-social (autonomía, autoestima). Por supuesto, su articulación burguesa o capitalista no ha cumplido esas promesas. Pero ello no implica que la liberación de la escasez (o su reposicionamiento mediante otra comprensión y práctica de la economía política) y de la ignorancia o la autonomía (integración personal), prolongada como autoestima individual y social, no constituyan referencias de liberación. Una práctica es liberadora si amplía para los individuos y grupos un repertorio determinado de opciones y apodera la voluntad social e individual para seleccionar (discernir) gratificadoramente y con alcance universal entre ellas.

En estos tiempos, las confusiones conceptuales y los debates nacionales, latinoamericanos, globales, generan no pocos entrelazados difícil de desentrelazar para quienes intentan comprender mas allá de posturas previas y posiciones ya tomadas frente a una realidad que no se manifiesta en su totalidad, sino mas bien en parcialidades diversas que surge a la conciencia de maneras incompletas e inconclusas que, además, en movimiento, producen diferencias y distinciones constantemente en las dinámicas, no solo de sus actos como hechos históricos, sino también en los significados y significantes que se les atribuyen a las palabras, conceptos y relatos, que pretenden hacerla asequible a alguna comprensión humana.


 

Ricardo Aronskind es economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Escribió en la edición de ayer de “El Cohete a la Luna”

El Estado Acosado

No hay espacio para “indignados impositivos” en un país que ha sido saqueado, empobrecido y endeudado

El endeudamiento externo y la continua presión sobre la cantidad de dólares disponibles han provocado en la Argentina un efecto permanente sobre los más diversos aspectos de la vida económica.

La presión cambiaria es sistemáticamente alcista, porque a la demanda normal de divisas (para importaciones de bienes y servicios) se le agrega la demanda de dólares para pagar una deuda externa provocada artificialmente, y una demanda anormal de dólares para ahorrar por parte de empresas y particulares.

A su vez, por otro comportamiento anormal, muchas empresas de todo tipo tienden a hacer subir sus precios en la misma medida que sube el dólar paralelo, tenga o no tenga efectos sobre sus costos de producción.

Las oleadas inflacionarias vinculadas al movimiento del dólar ya son un clásico en nuestro país, aunque se las intente disimular bajo la doctrina religiosa de que la única causa de la inflación es la monetaria.

La inflación deteriora los ingresos de las mayorías, en un contexto de desempleo y de escasa actividad sindical en defensa de sus afiliados. Ni qué hablar de la situación de los desempleados, subempleados y millones arrojados a los márgenes del trabajo formal.

Como el gobierno quiere frenar esta reducción en el salario real provocada por los “mercados” a través de las constantes remarcaciones, trata de aquietar los diversos factores que convergen en ella, y en particular al tipo de cambio.

Para ello viene tomando medidas monetarias y cambiarias en forma incesante. Además, en el terreno fiscal tuvo un leve alivio mediante el Aporte Solidario a las grandes fortunas, pero no ha habido un vuelco significativo en la insuficiente recaudación tributaria.

El Estado Nacional está librando una verdadera batalla contra un conjunto de intereses privados convergentes sobre sus arcas, en el contexto del “muerto” dejado por la derecha endeudadora, que ahora reclama –desde los mercados y los medios– nuevos y urgentes negocios, desconociendo la grave situación estructural que ha creado.

Datos

Los precios mayoristas subieron 2,2% en julio. Estos precios, que de alguna forma anuncian lo que ocurrirá posteriormente –como tendencia– en los precios que encontrará el público consumidor, venían superando en lo que va del año a los minoristas. Es una señal de declinación de la inflación, que algunos explican porque los precios internacionales no están subiendo y el tipo de cambio no se ha movido. De alguna forma esa explicación desnuda la fragilidad de nuestro sistema de precios: totalmente pegado, sin ningún tipo de amortiguador, a los precios internacionales –especialmente cuando suben–, y muy dependiente de lo que ocurra con el tipo de cambio.

Insistimos aquí que lo que ocurre con el dólar en la realidad local es motivo para todo tipo de arbitrariedades y atropellos al consumidor: es sabido que cuando hay bajas en el dólar, estas jamás se reflejan en los precios, y también que lo precios internos sobre-reaccionan a los movimientos del dólar. El dólar es, en buena medida, una excusa para mejorar los ingresos de los que pueden remarcar.

Los costos industriales treparon casi 32% en la primera mitad del año, según un informe de la Asociación de Industriales Metalúrgicos (ADIMRA). En el sector lo atribuyen al impacto de las paritarias y al fuerte aumento en los insumos. En el primer caso, se trata de que los trabajadores están tratando de recuperar ingresos perdidos en el año anterior, no de obtener avances espectaculares en las remuneraciones. En cuanto al factor insumos, los industriales atribuyen los aumentos de costos a los incrementos de precios de las commodities a nivel internacional, hecho que efectivamente ocurrió, y a grandes empresas concentradas locales que aprovechan para ganar rentabilidad… Es decir que parte del aumento de costos tiene que ver con el comportamiento cartelizado o directamente monopólico de grandes firmas. Si las empresas industriales trasladaron estos mayores costos a sus precios, sería finalmente el consumidor argentino quien estaría poniendo plata de su bolsillo para mayor gloria de las empresas concentradas.

Según los teóricos de la inflación monetaria –doctrina oficial del alto empresariado argentino–, los precios suben en paralelo a la cantidad de moneda que circula. Sin embargo, en el último año el gobierno nacional contrajo la base monetaria en términos reales un 23% –o sea que los precios tendrían que haber bajado casi un cuarto de su valor si la teoría patronal fuera cierta–, lo que no impidió que la inflación acumulada en el mismo lapso subiera un 50%. Otro fracaso más de una teoría útil para echarle la culpa al Estado de los efectos de la estructura de mercados completamente defectuosa e ineficiente que tenemos que sufrir.

En el mes de julio, el monto de las exportaciones argentinas fue el más alto de similares períodos contados desde 2013. Es un dato positivo, que sin embargo surge en un contexto de gran contracción del mercado interno. Algunos creen que el camino de la recuperación económica pasa por un incremento incesante de las exportaciones, dejando a un lado la demanda interna. Esa salida exportadora luego redundaría, paulatinamente, en mejoras de la actividad y los ingresos internos.

Sin embargo, los sectores exportadores tradicionales tienen una limitada capacidad de tracción sobre la economía interna, bien porque utilizan muy poca mano de obra, bien porque no realizan un proceso interesante de agregado de valor sobre insumos producidos localmente. Pero es la economía interna de la cual se sustenta la inmensa mayoría del país.

Una forma de conectar concretamente el progreso del rubro exportaciones con una mejoría del mercado interno es el cobro de algún tipo de impuestos a las ventas externas. Si el Estado utilizara luego esos recursos tributarios para motorizar la actividad interna tendríamos una vía no metafísica para fortalecer el mercado interno.

Pero resulta que, en el mundo real, el Estado tiene fuertes limitaciones recaudatorias vinculadas a las prácticas de subfacturación y/o contrabando de exportaciones. Recientemente, el diputado Sergio Massa mencionó que sólo en el sector pesquero el Estado se pierde de recaudar 2.000 millones de dólares al año. Si se quiere convencer a la sociedad de que su futuro está ligado a la bonanza de los exportadores, debería poder observarse un significativo cambio en las políticas públicas en materia aduanera y tributaria, además de mejorar radicalmente las capacidades públicas de ejercer controles eficaces del movimiento de estos gigantescos recursos en tierra y en el mar.

Las pinzas sobre el Estado

El Estado tiene que mantener tasas de interés relativamente altas para evitar desplazamientos de recursos hacia el dólar, que empujarían como sabemos toda la cadena inflacionaria. Ha sido desplumado de reservas por el macrismo y no controla las fuentes de generación de divisas.

Para debilitar la presión compradora sobre divisas externas debe esterilizar, absorber, cantidades significativas de dinero a través de instrumentos como las LELIQs y los Pases del Banco Central, lo que está generando a su vez una sangría de recursos a las arcas del Estado por el pago de intereses. La deuda pública interna crece al compás de las necesidades de una economía muy golpeada y de un sistema impositivo perforado, que no termina de suministrar los recursos adecuados para cubrir las necesidades presupuestarias.

El economista Walter Graziano estimó recientemente que los intereses a devengar por la gran masa de LELIQs en circulación podría ser el equivalente a 17.000 millones de dólares, haciendo el cálculo en base a las altas tasas que se pagan actualmente al sistema bancario.

El Estado cubre así con deudas internas que se van acumulando el funcionamiento de sus actividades normales, tironeadas por todos lados, y fundamentalmente por el gasto social, que es imposible de bajar del actual nivel por la situación de pauperización de importantes sectores.

En el Ministerio de Desarrollo Social, a fines de julio, se habían consumido prácticamente todas las partidas presupuestarias dedicadas a alimentos y el 90% de las dedicadas a promover trabajo. Tiene que ver con la enorme masa de compatriotas que están recibiendo ayudas alimentarias del Estado, partidas que sufrieron el impacto de la inflación de precios que provocó el sector privado y que el gobierno no pudo controlar. Actualmente el Plan Potenciar Trabajo cubre la mitad de un salario mínimo a un millón de personas.

Vale la pena recordar que el monto del Salario Mínimo Vital y Móvil es actualmente de 27.000 pesos, que no cubre la Canasta Alimentaria Básica, estimada para una familia de cuatro personas en 29.000 pesos. La mitad de un salario mínimo es poquísimo, pero son muchos los que lo necesitan. En realidad necesitarían bastante más.

Son cifras enormes, que tensionan las arcas del Estado y lo ponen en una situación de fragilidad estructural, que debe ser resuelta a favor de la Nación. Los acreedores externos –FMI y Club de París– también están con el brazo extendido porque tienen que cobrar a la Argentina en los primeros meses del año próximo 7.900 millones de dólares. Recordemos, para ponerlo en contexto, que para todo 2021 se está esperando un saldo positivo de la balanza comercial de 12.500 millones de dólares. Casi dos tercios de lo que se logró como saldo del esfuerzo exportador –y la contracción de la demanda interna– se iría en esos primeros pagos, que actúan como una presión política tremenda de la cual la mayoría de la población está en ayunas.

Pero los bancos privados locales no se quedan atrás. ABA y ADEBA financiaron la elaboración de un informe de IERAL, instituto de investigaciones económicas de la Fundación Mediterránea, en el que se sostiene que a causa de la presión fiscal del Estado el 44% del costo financiero de los préstamos se debe a impuestos. Dicho de otra forma, que si no existieran esos impuestos el costo del crédito bajaría considerablemente y la actividad privada tendría un gran alivio e incentivo a producir más. El aporte del sector privado bancario en el contexto del delicado equilibrio argentino es la novedosa idea de que el Estado les reduzca impuestos. O sea, que se autodesfinancie aún más.

Ese mismo instituto ha propuesto que para evitar mayor emisión monetaria –y así evitar la inflación que vuelven a decir que es monetaria– el gobierno debería vender reservas del Banco Central por 3.500 millones de dólares durante lo que resta de 2021, para absorber pesos. También continuar emitiendo más LELIQs y Pases. Además, se debe llegar a un acuerdo con el FMI.

No se conocen con exactitud las reservas netas del BCRA pero es probable que si usaran 3.500 millones para teóricamente evitar la inflación monetaria, igual sufriríamos todas las otras formas de inflación (de costos externos, por traslado de aumentos salariales, por poder monopólico, por expectativas…) que es capaz de generar la estructura económica argentina, pero debilitaría al extremo las reservas netas y por lo tanto crearía espacio para más “expectativas negativas” y “volatilidad cambiaria”.

Romper el acoso

No cabe duda que si la actividad económica se continúa expandiendo habrá más recursos fiscales genuinos. Habrá más trabajo, y por lo tanto menos ayudas para dar, lo que también aliviará las arcas públicas. Pero parte fundamental de esa recuperación depende de lo que haga el Estado. Con un sector privado muy dependiente de lo que impulse el sector público, es éste el que debe accionar.

Accionar es colocar recursos eficientemente en actividades que expandan la actividad económica, generen empleo y contribuyan a ahorrar divisas, tanto exportando como sustituyendo importaciones.

El Estado debe salir rápido a la búsqueda de recursos genuinos para cubrir sus gastos, y también de moneda extranjera para fortalecer las reservas y salir de la zona de vulnerabilidad cambiaria, escenario favorito del sector más lumpen de la burguesía argentina.

El Estado recauda mucho menos de lo que se debería, producto de la evasión y elusión impositiva, que se han naturalizado.

Hay un sistema completo, que va desde leyes impositivas defectuosas que salen del Congreso hasta la inacción de los jueces del fuero tributario, pasando por la debilidad o corrupción de los organismos públicos de control, que no es capaz de garantizar la percepción de los tributos establecidos.

Evadir impuestos en la Argentina no tiene castigo (pero por favor, no empiecen con perejiles). Especialistas consideran que para mejorar la situación tributaria debería realizarse una reforma impositiva para recaudar recursos en una forma más progresiva. Ambas cosas son ciertas: revisar todo el sistema, erradicar las partes corruptas y volverlo más progresivo.

Especialmente en la exportación de granos, combustibles, minerales y pesca hay una gigantesca masa de recursos que correspondería captar según la ley vigente y no se hace. Nadie va a dejar de exportar si lo obligan a realizar una contribución al fisco que todo el resto del país ya realiza. No hay espacio para los “indignados impositivos” en un país que ha sido saqueado, empobrecido y endeudado.

Requisito clave para romper el círculo infernal de acoso al Estado, y evitar que el gobierno del Frente de Todos sea acusado de los males engendrados por los experimentos neoliberales, es que las autoridades políticas logren pararse en la posición política y discursiva que el momento dramático requiere.

Es el gobierno el que debe ser capaz de instalar con convicción estos temas, y tomar con valentía las acciones requeridas para dar vuelta un estado de agonía acumulado por sucesivos descalabros.

No se lograrán soluciones tecnocráticas, por arriba, en pasillos y conciliábulos. Allí están los lobbies de los que nos trajeron hasta aquí.

Sin la comprensión y el apoyo popular en la batalla por la sustentabilidad económica y social que se está librando, el gobierno no podrá sobreponerse a la patria especuladora.

Alfredo Zaiat, periodista especialista en asuntos económicos escribe en Página 12

En estos días, cuando la secta de economistas conservadores, con simpatías más cercanas o más lejanas a la alianza macrismo-radicalismo, salieron a describir un presente horrible y un futuro peor, se difundieron indicadores que los desmienten.

No es novedad la persistencia en el error de diagnóstico y la inevitable equivocación en sus proyecciones, lo que debería ser un alerta permanente para eludirlos si el objetivo político es intervenir en las profundas desigualdades agudizadas en esta crisis y en la mayor fragilidad sociolaboral de las mayorías.

En términos estructurales, la economía está muy golpeada por la peor crisis global de, por lo menos, los últimos cien años. Situación dramática que se montó sobre el desastre de la administración de la economía por parte del gobierno de Mauricio Macri.

Para ocultar la calamidad de esos cuatro años, el discurso económico dominante pretende convencer de que el deterioro se extiende desde hace diez años, para así incluir el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

De ese modo, buscan la confusión analítica de interlocutores distraídos para inducirlos a la conclusión de que unos y otros serían igualmente responsables del estancamiento económico. No es así, aunque les cueste admitirlo a los representantes locales del neoliberalismo, cuyas experiencias en gestión de gobierno (dictadura cívico-militar, Menem + De la Rúa y Macri) terminaron cada una en debacles económicas.

La crisis comienza a fines de 2015, no en el 2011

Cualquier comparación con respecto a la situación económica a finales de 2015 o de 2011 muestra la existencia en esos años de una economía desendeudada y sin el FMI, y que tenía como principal desafío relajar la restricción externa para retomar un sendero de firme crecimiento, que permitiera seguir reduciendo el desempleo y, fundamentalmente, perforar el núcleo duro de la pobreza por ingresos de un cuarto de la población.

En cambio, ahora, el objetivo es recuperar la actividad productiva para alcanzar, al menos, esa misma base socioeconómica entonces cuestionada por el discurso conservador que, además, se filtra con el mismo desvío en ciertos círculos analíticos de la heterodoxia.

En la evaluación de la coyuntura económica, datos duros descolocan a los hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica en el microclima del poder económico.

Esas personas presentadas en los medios de comunicación como economistas son, en realidad, actores que cumplen una tarea eminentemente política en la construcción social de expectativas.

Desde hace algunas semanas están concentrados en advertir que después de las elecciones viene el ajuste o el estallido por la bomba electoral, ya sea por vía cambiaria o por desborde inflacionario. Esto revela, primero, que hoy no hay ajuste. Después, que esa amenaza es un deseo político más que una evaluación rigurosa de la cuestión económica. Y, finalmente, exhibe una vez más la vulgaridad de ese análisis repetido en cada uno de los años de gobiernos kirchnerista/Frente de Todos para convocar audiencias o, simplemente, por pereza intelectual.

El ajuste es una propuesta insensible

¿A quién se le puede ocurrir que después del desastre económico del macrismo y la devastación de la pandemia, a pocos meses del comienzo de una recuperación heterogénea y con ingresos de los sectores populares golpeados, resulta necesario aplicar un ajuste fiscal, monetario y cambiario?

Es tan absurdo el planteo que sólo puede ser entendido por la potente negación de esos dos acontecimientos, uno local con el fiasco del tercer ciclo neoliberal de los últimos 45 años, y otro externo con la pandemia que alteró el funcionamiento de la economía global como no lo había hecho ninguna otra crisis mundial desde la Segunda Guerra.

Las consecuencias sociales y laborales de estos dos golpes fulminantes son terribles para millones de personas. Cualquier política económica que no atienda la demanda de clases medias castigadas y bajas postergadas tiene destino de fracaso.

No ocuparse de esas demandas no implica solamente insensibilidad ante el sufrimiento de millones, sino que quienes lo proponen calzan potentes anteojeras ideológicas a prueba de evidencias. Son los mismos que dicen que los pobres son pobres porque no quieren trabajar, y que no lo hacen porque reciben un plan de asistencia del Estado.

Que la economía argentina tiene varios desafíos para encontrar un sendero de estabilidad no es secreto. La clave es identificar cuáles son esos desafíos y cómo encararlos para mejorar el bienestar general que, evidentemente, son diferentes a los que insisten diariamente el elenco estable de promotores del miedo en la economía.

Datos duros que golpean en el rostro de economistas de la city

La tasa de inflación mensual sigue muy elevada, aunque después del pico de 4,8 por ciento en marzo pasado ha ido descendido mes a mes, y es probable que el índice de agosto comience con el número 2. Igual sigue siendo alto.

La pobreza e indigencia continúa en niveles intolerables y los ingresos de los sectores populares no pueden recuperarse en forma sostenida por el constante aumento de los precios de los alimentos.

Teniendo en cuenta que esos dos objetivos inmediatos deben ser las principales misiones de la política económica, datos duros de la actividad exhiben un panorama bastante diferente al amenazador que publicita el dispositivo mediático y político de derecha.

Los siguientes indicadores económicos, de fuentes públicas, los desmienten:

1. El Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) de junio pasado, indicador adelantado mensual del PIB, avanzó 2,5 por ciento y se ubicó en un nivel similar al de marzo 2021, reflejando la rápida normalización de actividades luego del impacto de la segunda ola de la covid-19 en abril y mayo. Con respecto a un año atrás la economía creció 10,8 por ciento, todavía 2,2 puntos porcentuales por debajo del nivel prepandemia (febrero 2020).

2. La industria manufacturera creció 11,7 por ciento en junio en comparación a junio de 2019. En el primer semestre de 2021 aumentó 4,6 por ciento respecto al mismo semestre de 2019. La industria ya está varios escalones por encima de la prepandemia, y va en camino de superar la pandemia desindustrializadora del macrismo, proceso que tanto la conducción y los análisis de coyuntura de la Unión Industrial Argentina parecen no registrar.

3. Esta recuperación industrial se está notando en el empleo, con 12 meses seguidos creando puestos de trabajo. Ya hay 23 mil puestos industriales más que a finales de 2019. Esto contrasta con lo sucedido en el gobierno de Macri, en donde el empleo industrial retrocedió en 46 de los 48 meses de gestión.

4. La inversión en el primer trimestre de 2021 creció 14 por ciento respecto a la media de 2019. Todos los principales componentes de la inversión repuntaron frente al año de la prepandemia, destacándose equipos de transporte y maquinarias de origen nacional.

5. La mejora de la inversión está impulsando el empleo en los fabricantes de bienes de capital. Existen 2200 empleos formales más en ese sector que en 2019, con un muy buen desempeño de la industria de maquinaria agrícola, que creó 1200 de esos empleos.

6. El comercio exterior está registrando una notable expansión. En los primeros siete meses de 2021 alcanzó el mayor crecimiento en ocho años. Las exportaciones del mes pasado se ubicaron entre los mejores registros de julio de la historia del comercio exterior. El alza de los precios (33 por ciento en doce meses) explica gran parte de ese comportamiento, pero también el repunte de las cantidades exportadas. El saldo comercial de los primeros siete meses fue superavitario en 8310 millones de dólares.

7. Por el lado de las importaciones, el total de 5715 millones de dólares del mes pasado representa un alza anual de 65,6 por ciento. Este dato ofrece dos lecturas que refutan análisis de la city: pese al estricto control del mercado cambiario, el flujo de dólares para importaciones esenciales para la producción no ha tenido trabas, y ese comportamiento de las compras externas refleja la recuperación de la economía, puesto que la mayoría de esas operaciones fueron insumos y bienes de capital.

8. Las ventas con Ahora 12 en el rubro turístico superaron los 8000 millones de pesos en julio, y es el mayor valor desde 2019.

9. En el sector de producción de maquinaria, los puestos de trabajo formales vienen creciendo desde abril de 2020. Ya se incorporaron 3600 nuevos puestos. Con estos niveles, no sólo superó la situación de empleo prepandemia, sino que también se ubica por encima de abril de 2018. En el subsector de maquinaria agrícola, hay casi 4 por ciento más de trabajadores asalariados que en marzo de 2018. Este resultado permite otra conclusión: pese a las críticas destempladas cuando se indica que el sector agropecuario está contabilizando rentabilidades fabulosas, una de las mejores de este siglo, la evolución muy favorable de la producción de maquinaria agrícola sólo confirma la extraordinaria bonanza del campo. Si no les fuera tan bien, no estarían en lista de espera para comprar cosechadoras y sembradoras.

Tiempo de convivir con la brecha cambiaria

Ahora bien, el principal desafío de la economía es crecer con inclusión social, generando empleo, mejorando el ingreso de los sectores populares, sustituyendo importaciones y aumentando exportaciones para desplazar la restricción externa.

La idea de la unificación cambiaria vía una fuerte devaluación, como clama a grito la derecha y sugieren grupos heterodoxos, es el camino seguro para terminar abortando los síntomas de salida de la noche macrista potenciada con la pandemia.

En una economía bimonetaria, muy endeudada, con devastación social y laboral, fragilidad productiva y una oposición política-mediática implacable, considerar que llevar la paridad de 100 a 180 pesos es la solución de corto plazo es de una ingenuidad impactante, además de brutal para las condiciones materiales de los sectores populares.

Administrar la política económica conviviendo con una brecha cambiaria es más compleja, y esto no es novedad. Es una limitación que no se superará con voluntad política o por la medida drástica de una fuerte devaluación, como en forma irresponsable proponen economistas del poder.

La brecha cambiaria será una potente restricción en el manejo de la política económica, además de que será un instrumento de desestabilización política. La habilidad del responsable de la política económica quedará demostrada en la calidad de esa administración, que es mucho más complicada que livianas recomendaciones de consultores sin responsabilidad en la gestión.

¿Quiénes tienen que dar las gracias?

Una de las misiones centrales del Gobierno es reconstruir el entramado productivo, pero esa tarea tiene que venir de la mano de cicatrizar las heridas del entramado sociolaboral.

Es intolerable para la historia política argentina los actuales niveles de salarios reales, pobreza, exclusión social y fragmentación laboral.

La pandemia determinó que este sea un período histórico de epopeyas colectivas, como la campaña de vacunación. Es un momento extraordinario, y quien no lo entienda perderá la oportunidad de intervenir en esa realidad para avanzar en transformaciones que, en otras circunstancias, serían más difíciles.

Se necesitan medidas económicas extraordinarias con iniciativas políticas extraordinarias para momentos históricos extraordinarios.

El aporte de las Grandes Fortunas fue una de esas medidas, que quienes pagaron deberían dar gracias a esa iniciativa porque dejó en evidencia la existencia y la necesidad de un Estado que, con esos recursos, pudo ocuparse de evitar una crisis social, económica y sanitaria todavía más dura.

En estos tiempos es necesario no solo revisar las interpretaciones respecto de los datos sino y también los conceptos y modelos sobre los cuales estructuramos nuestros pensamientos para comprender y conocer la realidad y tomar decisiones y producir los actos necesarios como parte de la construcción social de la realidad y de la historia de la que somos parte protagonista. En esas revisiones ha de forjarse siempre una cuestión irreductible que, en su expresión, resultara de esas fuerzas antagónicas que subyacen en toda interpretación consciente, se trata de lo individual respecto de lo común, de aquello que consideramos propio respecto a aquello que nos resulta lejano, ajeno. De lo que representa intereses sectoriales o lo que entendemos por bien común. De derechos y libertades que, en sus subjetividades como forma de comprensión y sus subjetivizaciones, produce en la realidad y como efecto, los resultados de esa comprensión. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


Comentarios

Entradas populares de este blog