Meritocracia, motines y revoluciones ...


Fernando Buen Abad Domínguez es mexicano de nacimiento, (Ciudad de México, 1956) especialista en Filosofía de la Imagen, Filosofía de la Comunicación, Crítica de la Cultura, Estética y Semiótica. Es Director de Cine egresado de New York University, Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.
Miembro del Consejo Consultivo de TeleSur. Miembro de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos. Miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. Miembro del Movimiento Internacional de Documentalistas.

Desarrolló actividades de investigación y docencia universitaria en México, Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Estados Unidos entre otros países. Colaborador de Rebelión y otras revistas digitales. Autor de varios libros sobre Filosofía de la Comunicación, Filosofía de la Imagen, Imagen Filosofía y Producción Creativa, Crítica de la Cultura, así como de numerosos artículos publicados en México y en otros países. Ha sido Presidente del Jurado del Festival Tres Continentes del Documental, miembro del Jurado Internacional del Festival Al Jazeera de Producción Televisiva, Qatar 2006, Jurado del Premio Libertador al Pensamiento Crítico entre otros. Ha dirigido diversos proyectos de investigación y tesis doctorales en su país y en el exterior. Ponente en múltiples congresos internacionales.

Actualmente es Director del Centro Universitario para la Información y la Comunicación Sean MacBride y del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús. Escribió …
Derechósferas (baratijas intelectuales) En Prensa Ecuménica (PE) 

Sin disparar una sola bala, pero con la metralla ideológica opresora tableteando, día y noche, contra nuestras vidas. Hasta asfixiarnos.
El mundo está haciéndose irrespirable por la emisión descontrolada de baratijas intelectuales con que se quiere debilitar toda organización social emancipadora, toda fuerza rebelde y toda insurrección de la inteligencia ante los basurales “filosóficos” burgueses. Esto no lo incluye el “Acuerdo de París”. Y debería.

Nada más tóxico que imponer el individualismo como camino meritócrata hacia el confort y el “éxito” de élites. Nada más asfixiante que la lógica mercantil embadurnada con empirismos y escapismos solipsistas; nada más contaminante que la avaricia, la moral bélica, la voracidad bancaria y las anestesias mediáticas. Todo revuelto en la licuadora postmoderna con tufo neoliberal y palabrerío autocomplaciente predicados con tono pontificio. Nauseabundo.
A la ideología dominante le encanta que sus hedores sofísticos floten por el mundo, impúdica e impunemente. Se esmeran en esparcir dogmas de clase a los cuatro vientos hasta enrarecer toda atmósfera cercándola con charlatanería de mercado para “todos los públicos”. Lo mismo diseminan bagatelas místicas que tesis doctorales emanadas de las cloacas “creacionistas”, “negacionistas” o “conspirativas”.

Lo mismo parlotean con su halitosis mercenaria que se autocomplacen con flatulencias teóricas. Por ejemplo. Son hedores tóxicos emanados por la descomposición del capitalismo. Emisiones contaminantes lanzadas al mundo con la doble intención de que nos acostumbremos, resignadamente, a la pestilencia y, al mismo tiempo, que las celebremos mientras ellos se enorgullezcan por la potencia de sus tufos.
El plan de ellos consiste en imponernos sus basureros como paraísos terrenales. Aspiran a distorsionarnos toda noción democratizada de la economía, de la política y de la inteligencia emancipadora, para que nos quedemos contentos, resignados y mansos. Que no se nos ocurra organizarnos y, si se nos ocurre, fallezcamos de pavor por el miedo al enojo oligarca y a sus represalias.

Que aceptemos que somos menores en inteligencia, en fuerzas y en espíritu. Que aceptemos la superioridad de ellos porque siempre han tenido la razón de tratarnos como nos tratan y que encontremos la felicidad en las migajas que nos tiran. Eso apesta planetariamente.
Así se ha hecho insoportable el medioambiente intelectual intoxicado por los “medios de comunicación”, las demagogias reformistas y los “representantes de Dios” (en todas sus presentaciones) que nos han infestado con emisores de boñigas disfrazadas de “información”, “opinión”, relatorías deportivas o moral de concursos… hasta la náusea.
La derecha inunda el mundo con su estiércol eidético para hacerle la vida insoportable al pensar crítico, a la acción transformadora y a la voluntad revolucionaria. Ellos han esparcido los efluvios tóxicos de sus antivalores hasta imponernos derechósferas insufribles que hacen de la vida un muladar.

Nada nuevo, por cierto. A los pueblos les han dejado, históricamente, para vivir, los peores lugares, la peor comida, la peor ropa y las peores violencias… la mugre, los basurales, los páramos y la miseria enervada en los hacinamientos, en las paredes, en las almohadas, en las mesas y en las letrinas.

Para los pueblos, la mierda y la suciedad, el hambre, la enfermedad y la desesperanza. El desamparo y la indiferencia, la muerte, la podredumbre y la peste.
 
 

Es una historia larga, larguísima, de canalladas descargadas contra las clases subordinadas como si se tratase de heredades del “destino”; como si la miseria fuese genética, como si se tratase de un castigo que solo se sobrelleva con obediencia y mansamente.

Ellos, que acumulan el “estiércol del diablo”, expelen a la atmósfera terráquea sus deyecciones “intelectuales” y sus detritos sabiondos convertidos en eslogan, en propaganda… enciclopedias del gusto burgués, artes decorativas del ego y dogmas reverenciales de la “propiedad privada”, instintos violentos contra las protestas sociales, y la condena estigmatizante contra el pensamiento y las organizaciones hartas de la polución intelectual. Todos esos desechos ideológicos crean nubes teledirigidas que intoxican, incluso, porque apuntan hacia sectores de población, y por edades, discriminados meticulosamente.

Esas derechósferas se crean, e infiltran, desde la infancia más “tierna”. Se desplazan como un gas subterráneo que va ganando zonas profundas y extensas. Van tomando bajo control espacios emocionales y plataformas conductuales desde donde asaltan, cotidianamente, con preferencias, inclinaciones y simpatías hacia todo lo que implique nuestra propia esclavitud.

En el momento más insospechado, inclinan la balanza de las decisiones, de los placeres, la admiración y las predilecciones, en favor de los intereses de la clase dominante. Y, frecuentemente, se ve a los oprimidos solidarizando con la lógica y la conducta de los opresores. Eso es un peligro para la humanidad por cuanto implica poner en peligro su propio destino en un mundo acosado objetiva y subjetivamente. Es, en su forma más descarnada, la manipulación simbólica. (Ana Jaramillo).
Con las derechósferas se actualiza y expande el opio del pueblo. “…Es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella… Es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin corazón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo”.

 Esta vez, también, convertido en negocio rentable y en sistema de salvaguarda para derrotar a toda voluntad de organización comunitaria, popular y soberana, antes siquiera de que se exprese. Sin disparar una sola bala, pero con la metralla ideológica opresora tableteando, día y noche, contra nuestras vidas. Hasta asfixiarnos. Hay que revolucionar los ecosistemas intelectuales. Urge. 

Alejandro Mosquera, director de La Barraca,  escribe ...
El informe de científicos del Panel Intergubernamental de, Cambio Climático (IPCC) sobre la catástrofe que comenzamos a vivir, y los limites a los que nos acercamos mas rápidamente de lo que se creía y que, una vez traspasados, tornan irreversibles efectos para la tierra y las especies por siglos o milenios, ha despertado una profundización de los debates sobre si la humanidad es capaz de encarar los desafíos para enfrentarlo.

La emergencia climática y los tiempos urgentes para tomar decisiones por parte de los líderes del mundo, pone como clave la Conferencia Climática en Glasgow que se realizará en noviembre de este año.
El mundo se encuentra ante problemas de una dimensión tan grave que está puesto en riesgo en sí mismo. Estos problemas no se pueden mirar sin su relación profunda, en su correspondencia holística.

La pandemia del Covid surge vinculada a los cambios que produce el cambio climático y también del modelo de producción, explotación y desigualdad.

Los efectos de la pandemia no fueron como se pregonaba, que eran para todos iguales y que juntos saldríamos. La híper-concentración de la riqueza, las desigualdades sociales, la pobreza extrema, el racismo, la sobrepoblación de las ciudades, con amplias zonas sin condiciones básicas de vida y salubridad mostraron, una vez más, que las grandes catástrofes también reproducen la desigualdad de la sociedad capitalista.
¿Puede el orden dominante resolver la crisis ecológica y la desigualdad? ¿Se puede planificar el futuro sobre la base del modelo de desarrollo realmente existente, cuyo motor es la maximización de la ganancia a toda costa? La respuesta es categórica: NO.

Es plenamente cierto aquello que sostiene el consenso científico sobre que los humanos estamos calentando el planeta, sobre todo frente a negacionistas, y la idea es básica para plantear cualquier solución. Pero no alcanza. 

El desarrollo capitalista ha sido y es un modelo depredador que, conjugado con la idea de un deseable crecimiento económico infinito, que copiaron incluso los modelos llamados socialistas, llevaron a esta aproximación al abismo.

Enfrentamos entonces la vieja discusión sobre el tipo de desarrollo que queremos y el problema de las responsabilidades.  Dicho de otra manera. La necesidad de desarrollar otra forma de organización social con modos de producción distintos al capitalismo realmente existente y con valores antagónicos al del hombre lobo del hombre.
A la vez, la responsabilidad, ni en las causas ni las soluciones son iguales. La idea de la humanidad como culpable genérico oculta al 1% más poderoso, entre los que se encuentran las corporaciones, que producen los gases de efecto invernadero.  Es la invisibilización de quiénes son los promotores de la desigualdad y la concentración extrema de la riqueza y todos los efectos del sistema mundializado.

 
 
Tampoco son iguales las responsabilidades entre el norte global desarrollado y el sur dependiente y castigado por la voracidad del norte. El sur no necesita dádivas o deudas externas impagables sino el pago de compensaciones por el daño causado durante 5 siglos de colonialismo y subordinación económica.

Necesitamos repensar el modelo social desde una perspectiva decolonial y del sur partiendo de que el orden dominante mundial es incapaz de ofrecer una alternativa social y productiva distinta al mundo creado por el gran capital.

La derecha y la ultraderecha y las/los negacionistas, nos dicen que todas estas propuestas, desde aquellas que nacen para enfrentar la crisis ecológica y climática, pasando por las que proponen superar las crisis de concentración de la riqueza y las desigualdades, hasta las que aportan soluciones a la falta de empleo y seres humanos “sobrantes”, llegando a las que se atreven a plantear una alternativa de sociedad distinta a la dominante, son solo utopías, imposibles de concretar.

El viejo mito de la imposibilidad de la transformación es promovido desde los que se benefician con que nada cambie. No son ideologías, son intereses que encuentran sus justificadores. A ellos y a la lógica del sistema no les interesan ni los muertos y enfermos por el covid, ni la pobreza extrema, ni el hambre, ni siquiera la destrucción de nuestra casa común. En ultima instancia el 1% más poderoso y concentrado actúa como Luis XV de Francia en aquella frase que se le atribuye: después de mi el diluvio.

Quizás les convenga también recordar a su sucesor Luis XVI que al oír el vocerío del pueblo insurrecto en las afueras del palacio, preguntó ingenuamente: “¿Es un motín?” Y François Alexandre Frédéric Duque de Liancourt le respondió: “señor, decid más bien una revolución”.
Lo particular (aunque no una novedad) de la etapa, es que el arcaico relato de la imposibilidad del cambio encuentra aliados en auto proclamados progresistas que, pertrechados de un realismo pragmático y del culto a la correlación de fuerzas, sostienen en una misma oración, lo deseable y lo imposible de las propuestas de modificación de la realidad que vivimos. 

La solución de las crisis convergentes que vive el mundo desde las sequías, inundaciones, deforestaciones e incendios,  desde la pobreza y las rebeliones contra el racismo y la violencia institucional, hasta la obscenidad de que mientras la pandemia acentuaba, aún más, las desigualdades vergonzosas, el hombre más rico del mundo inicia los vuelos privados al espacio, como el primer paso a escapar de la tierra, necesita de valentía para repensar el mundo por fuera de los limites que el pensamiento hegemónico y colonizado permite.

Volviendo al principio de la columna para el cierre tomamos prestada una reflexión de Michael Löwy: …la preservación de un ambiente natural favorable para la vida en el planeta es incompatible con la lógica expansiva y destructiva del sistema capitalista. No se pueden salvar los equilibrios ecológicos fundamentales del planeta sin atacar al sistema, no se puede separar la lucha por la defensa de la naturaleza del combate por la transformación revolucionaria de la sociedad.

Eduardo de la Serna, sacerdote católico argentino, director pastoral de la parroquia San Juan Bautista del decanato Quilmes Oeste II de la diócesis de Quilmes.  Es miembro del «Grupo de Curas en Opción por los Pobres» de Argentina. Se lo considera una voz crítica frente al sector conservador de la Iglesia católica argentina, escribe …

 De una “oposición” se espera, pues, que se oponga. Pero no a todo, por supuesto. No es “no sé de qué se trata, pero me opongo” porque eso no suma nada. Se trata de oponerse a lo que está mal, o a lo que se podría / debería haber hecho mejor. Pero cuando la aposición no es sino chicana, se transforma en una caricatura.

Algunos hemos sido muy rigurosos en la etapa de aislamiento. Se supone que los que saben nos dicen que respetarlo es lo mejor para nuestra salud y así lo hicimos. No se trataba de obediencia, por supuesto, sino de sabernos y sentirnos cuidados, en cierta manera. Y, por eso, me da mucha rabia la foto del cumpleaños de Fabiola en plena etapa de “cuidado”. Eso de hacer lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen ya fue una recomendación del Jesús de Mateo refiriéndose a los fariseos de su tiempo.

Ahora bien, ¿qué autoridad tiene la oposición para hablar sobre esto? Después que se cansaron de decir que era una simple gripe, después que tomaron hidrocloroquina en las cámaras o la recomendaban en diputados, después que se pasearon por el mundo sin barbijos ¿qué autoridad tienen para oponerse a eso? ¿qué autoridad tienen Macri, Bullrich, Larreta y demás para hablar?

Es verdad que es interesante: estos engendros de la necropolítica andaban sin barbijo y lo celebraban porque decían que no era una verdadera pandemia, que aislarse era comunismo, lo que después dijeron de la vacuna (sic). Los otros, desde el gobierno, decían que era peligrosa, pero ostentaron su torpeza. Unos fueron coherentes entre el decir y el hacer, los otros no; es bueno reconocerlo.

Pero el tema es, fundamentalmente, partir del plante de si el decir es bueno o no; después viene la coherencia. Es decir: ¿era bueno cuidarse, aislarse, evitar contagiarse? Sin duda lo era. Y lo es. En ese sentido, entonces, actuar coherentemente con lo contrario es, por lo menos, torpe. Y, si se pretende que otros lo hagan, es perverso.

En segundo lugar (¡no el primero!) viene actuar coherentemente o no con lo que se dice que es bueno. No hacerlo es, por lo menos una tontería. Más aún, que no lo hagan quienes debieran “dar el ejemplo” es por lo menos estúpido.

Es decir, en un caso, es torpe lo que hicieron, pero no lo que dijeron, que era sensato; en otro es torpe tanto lo hecho como lo dicho. No está mal tenerlo en cuenta, por lo menos, porque estos, encima hablan. Siguen hablando como si nada hubiera pasado, como si nada hubieran hecho, como si nada hubieran dicho.
(Prensa Ecuménica (PE))

La periodista Sandra Russo escribe la contratapa del diario Página 12 de hoy.

El eterno presente de la derecha: Entre la mentira y la verdad

La mayoría de las buenas personas intentan casi siempre, en los momentos importantes, decir lo que piensan o creen; buscan las palabras más aproximadas, las que más se acerquen a lo que quieren expresar. Pero para que eso suceda, esa buena intención y ese afán de intentar hacer coincidir lo que se dice y lo que se hace o se cree, esas buenas personas, primero, deben creer en algo; segundo, deben querer que los demás se enteren en qué creen; por lo tanto, deben tener ideas que no dañen a los demás y puedan, siendo dichas, no agredir a quienes se dirigen; y tercero, en este esquema bastante tosco, deben tener la voluntad de hacer públicos sus objetivos y esos objetivos, por lo tanto, deben ser confesables. 
 

 
 
Se trata de un valor: que la palabra y la acción se correspondan. Pero como todos los valores, está en equilibrio inestable para mucha gente, incluso la que consideramos “buena gente”. Porque tampoco nadie se pasa la vida diciendo todo el tiempo lo que cree ni abriéndose ante conocidos y desconocidos que se le crucen en el camino. 

Uno de los primeros tópicos problemáticos en los talleres de escritura con quienes se inician en la narrativa son los diálogos. Primero suelen ser lineales, como si efectivamente todo el mundo dijera lo que piensa o cosas que reflejan sus pensamientos generales sobre el mundo. Y esos diálogos no funcionan. La mayor parte del tiempo, las personas retienen por algún motivo (¿pudor, piedad, malicia, interés, cinismo, especulación, falta de autoestima, falsedad, delicadeza y muchas más motivaciones) lo que creen o sienten, y dicen otra cosa.  
 
Todo ese amplio abanico de matices de relación entre ser y decir se diluye en muchos diálogos en los que se olvida que el lenguaje es un bote en el que nos abrimos paso hacia los otros, de modo que es el otro circunstancial, y nuestra idea de él, el que en buena parte define lo que se dice o lo que se opta por callar. No todo el mundo respeta a los otros.
En una entrevista radial, el sociólogo Daniel Rosso observaba esta semana, refiriéndose al panorama electoral, que los sucesivos armados de esa fuerza que inventó Mauricio Macri tienen una suerte de “obsolescencia programada”, como todos los proyectos neoliberales, incluso el que encabezó Carlos Menem y el que lo sucedió, con De la Rúa presidente. 

Pueden ser permeables y gozar de la adhesión en un momento determinado del favor electoral, pero “no pueden ser reutilizables”. Sencillamente porque todos los proyectos neoliberales causan dolor, llevan implícita la corrupción, reprimen las luchas por las reconquistas de los derechos que quitan. El neoliberalismo se debe a sí mismo ese perpetuo reciclaje. Vidal fue tan clara diciendo que es inútil abrir universidades en el conurbano porque “ya sabemos que los pobres no llegan a la universidad”. Y si se trata de los gobiernos neoliberales, es cierto. Pero lo dijo en el Rotary. Nunca hubiera dicho eso en un acto público. 

El neoliberalismo macrista ahora choca con la ultraderecha neoliberal desinhibida que va mucho más allá que ellos, los que cuando se dicen libertarios ocultan que son simples herejes fiscales. Y esa otra ultraderecha --porque el macrismo, con el contrabando de armas a Bolivia más todo lo que ya sabemos, se inscribe ahí-- es peligrosa para ellos. Lo que no tiene el macrismo es anclaje histórico (admitido). Se instalan en un perpetuo presente, sin héroes nacionales, sin Malvinas que recuperar ni compatriotas muertos en ellas y en todo el país, después, cuando otros neoliberalismos desmalvinizaron a la opinión pública. Ni Amejchet ni Sarlo inventaron nada con su provocación. Es la vieja raigambre desmalvinizadora neoliberal, pero no se nota porque ellos actúan como si no existiera el pasado. 

Las fuerzas populares no surfean sobre el presente tratando de dejar contentos a los conductores del prime time. Hacen política para voltear alguna vez la estatua del colonizador. Cualquier colonizador, de otro siglo o de éste. Porque el neoliberalismo desde hace medio siglo es un proyecto de desmemoria en cuya entrada hay un cartel que reza “los políticos son todos iguales”. 

No lo son. El aparato de acción psicológica de la ultraderecha usa la política para otros fines. Así que dice cualquier cosa, y cuanto más disparatada, cruel, imbécil que sea lo que digan, tienen rating. En eso se ha convertido ese soporte: en una fábrica de confusión que es caldo de cultivo para gente que repite lo que no entiende. 

Por ahí, por ese presente perpetuo y falso que impone su propio y necesario negacionismo de sí mismo, entra el neoliberalismo en su faceta neofascista: en ese regalo del tiempo presente, vuelto esperpento televisivo, promete Disneys diversos que jamás se harían realidad. Lo hace porque no podría hacer otra cosa. ¿Qué debate serio podrían dar?
La historia no cumple la función de la diversión. En algún formato podría serlo, pero la historia no está allí para divertirnos, sino para entender la concatenación de hechos y sus resultados y sus consecuencias. Los macristas borraron a los héroes nacionales de los billetes porque la historia les estorba y prefieren su formato de hamburguesa con papas recién fritas. La otra ultraderecha, la sacada, que terminará siendo su aliada, sí es capaz de reivindicar a monstruos. Unos y otros tributan a los monstruos, pero unos lo disimulan y los otros vuelven su defecto virtud: la reivindicación del horror es su forma de alza, de falsa irreverencia, su falsa manera de ser contestarios. 

Haría bien el Frente de Todos en apelar a su propio electorado como multiplicador de su comunicación. Tiene ese capital que las fuerzas elitistas no tienen, por eso pagan trolls. Haría bien en dejar florecer campañas silvestres, perfilarse en base a la ampliación ciudadana de mensajes sencillos, de estéticas de todos los grupos y corrientes que lo integran, de lenguajes mezclados y entrelazados que expresen lo que sus candidatxs dicen, pero en la maraña aviesa que les han creado. Esta vez no se apoya solamente votando. También se apoya comunicando.

A modo de hasta mañana
(Si la vida otorga el privilegio de un nuevo despertar)

Entre motines y revoluciones que pugnan en los relatos, la vida discurre mas en tiempos de tensiones que no logran o pocas veces lo hacen desencadenar los hechos que la historia signa a porteriori como transcendentales. En realidad esos entretiempos de los tiempos que la historia registra son los que en verdad definen y dan formas a los sucesos que luego se tornan relevantes al producir las transformaciones, novedades o las guerras imaginarias o reales en donde se define el predominio del vencedor. Es decir que de alguna manera el resultado de las batallas y las guerras se ha definido antes de ser peleadas en tanto resultado de quienes han logrado mejor instalar sus relatos en las conciencias de los contendientes para en definitiva definir el resultado final de la contienda.

Ya, los sucesos pueden producir que tales definiciones se retarden o aceleren pero casi nunca definen el resultado que las adhesiones mayoritarias o las esperanzas que de los cambios producirán mejoras, se hayan resuelto antes en las conciencias y en el conocimiento.
En esos entretiempos estamos con o sin o mediante la pandemia. Que el virus haya retardado o acelerado será cuestión de los análisis que vendrán. La convergencia de fuerzas que tensiones en posiciones mas o menos irreductibles se nota inexorable. No se puede sostener un Estado pequeño en tiempos dónde la pandemia le exige a lo publico vacuna para todos y ayudas económicas para todos.  El famoso rol del Estado, antes cuestionado, como emisor de moneda, hoy aparece como necesario y las disputas en torno a esto se diluyen en divagues. El sentido común y la inteligencia ya resolvió la tensión. Si hubiere batalla en las elecciones o en otros escenarios solo será resultado de la tozudez y la negación de los derrotados a reconocer su derrota. El libre mercado no alcanza en tiempos de crisis simbólicas, civilizatorias, de valores humanos y de desmadre económico. Solo las democracias pueden hoy concentrar las diferencias en posiciones que no elijan la violencia para imponer condiciones. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack


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