Sobre autores y Sujetos imbuidos en palabras ...

 


Hace unos días un amigo, profesor él, que me dispensa el honor de su tiempo leyendo estos textos que escribo, me hizo una observación respecto a una cita de uno de los textos que compartí, advirtiéndome de un supuesto error debido a que la fecha que figura en la cita es posterior a la fecha de fallecimiento del autor de dicha cita. El asunto es que el profesor desconocía que hace un tiempo, en las revistas científicas y textos universitarios se aceptó el uso de las citas referido a la edición de la cual se extrae, independientemente si esa edición es la primera o la undécima del citado autor. Por tanto una edición posterior al fallecimiento del autor de la cita puede aparecer en la misma dado que no refiere a la fecha en que esa cita fue escrita o publicada, sino a la fecha de la edición del texto del cual se extrajo la cita.

Mas allá de la correcta intervención de advertencia, de que la fecha de la cita no corresponde a la fecha en que esa cita fue escrita por primera vez y que los textos refieren a la edición de la cual se extraen, que pueden o no coincidir con la edición primera, me despertó la necesidad de explicar un poco porque me tomo el tiempo y el pequeño esfuerzo de leer y compartir textos o fragmentos de textos y reflexionar en torno a estos o a ideas que pueden cohesionar, relacionarlos en espacios de pensamiento mas amplios o pensarlos en función de la realidad que nos toca vivir a cada uno en cualquiera de los ámbitos o aspectos de la vida de que se trate.

Mas allá del Derecho de Autor

Desde que el humano se precia de tal y su conciencia le ha ido confiriendo la certeza de que vive consciente de lo que hace, dice, piensa, imagina, desea, siente y le emociona de diversas maneras, se ha producido uno de los fenómenos que nos confiere ese carácter de humano, el lenguaje. Un complejo sistema que incluye la biología, la psicología, la conducta, los sentidos y las emociones, el sonido, y la posibilidad de crear idiomas y formas (simbolos, íconos, imagenes mentales, figuraciones, metáforas y poesias) que representan en los pensamientos aspectos o elementos de aquello que esta separado del yo o que sentimos, nos suceden dentro.

Sin pretensiones de orden jerárquico o cronológico, la conciencia de la conciencia humana es un resultado de procesos que involucra que el afuera emite señales al dentro y que el dentro procesa de diversas formas y produce señales hacia fuera. Las separaciones y distinciones solo son “reales” en la medida de su utilidad para el lenguaje. No significa que efectivamente lo que se separa, funcione separado … sino que nos permite entender como funciona en su integración. La conciencia recibe millones de estímulos de variadas especies, durante todo el tiempo. Es una lluvia constante. Una artillería que jamás deja de descargar sus municiones. El asunto es que la consciencia humana es capaz de “darse cuenta” de algunas de esas municiones o gotas que le penetran y producir razonamiento inteligente, conocimiento, ideas y pensamientos que describen e intentan explicar algo de esa realidad de fuera que esta constantemente enviando sus “memes” (Mensajes o mínimas unidades de información).

Algunas palabras alcanzan a nominar y explicar algo de esa relación entre el interior (Yo) y los procesos que allí se desarrollan y la realidad (Otro). ¿Ahora son esas palabras o lenguajes propiedad y resultado de ese “yo” o de eso “otro” que me invade?

El derecho de autor no es mas que la ilusión de que soy dueño de lo que digo o escribo en tanto y en cuanto es acto de mi interior. Allí la conciencia extingue parte de su potencia. Niega parte de esa realidad que la posibilita. Si yo nombro algo es porque nací con la posibilidad biológica de emitir sonido por medio del habla y porque los memes que me invaden produjeron procesos en mi interior que posibilitan esos sucesos en el lenguaje: el habla o la escritura. Por lo tanto, mi capacidad como autor esta limitada por esa biología y por la capacidad de mi cerebro de procesar mas o menos memes y configurarlos de alguna manera en la razón inteligente, en un relato que explique algo y pueda ser comunicado como tal.

El conocimiento es un proceso social y colectivo. 

Muchos antes y muchos después tomaran de cada quién sin precisar que dicho fue de quién porque si expresa algo de eso que llamamos realidad, ¿No estaría la posesión en esa realidad que nos da señales para conocerla mas que en nuestra capacidad para recibir el mensaje y reproducirlo?

Como sea, esta interpretación es al solo fin de advertir a mis lectores que, aunque cuido e intento se distinga que escritura es desarrollada por mi y que otra es “copiada” de textos de otros cuyas firmas y fuentes publico en cada entrada, el interés principal que me anima es la de “distribuir” y “desparramar” los pensamientos propios y de muchos “otro”, sabiendo que mi propia constitución del “yo” esta llena de “otro”, tantos vivos o muertos, que en sus textos nos han dejado sus reflexiones inteligentes, las narraciones de sus experiencias, su poesía, su capacidad de imaginar a partir de esas experiencias con “otro” , el arte de expresarlas con belleza y de iluminar pensamientos, despertar ideas, inventar sueños pero fundamentalmente construir pensamiento común, acuerdos en torno a la realidad, relatos que nos sean propios pero comunes, que puedan aportar sentido común, dirección común, acuerdos que eviten violencia y conflictos y que alimenten relaciones mas equitativas, menos temerosas y mas humanizadas entre todos.

Gerardo Burton se graduó de Licenciado en Química en 1973, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires; en la misma casa de estudios obtuvo su Doctorado en 1977 en la orientación Química Orgánica. Posteriormente, entre 1977 y 1979 realizó estudios postdoctorales con el Prof. A. Ian Scott en la Universidad de Texas A&M (Estados Unidos de Norteamérica) trabajando en Resonancia Magnética Nuclear aplicada a sistemas biológicos.

A su regreso al país en 1980, el Dr. Burton se reintegró al Departamento de Química Orgánica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires e ingresó en la Carrera del Investigador Científico del CONICET, iniciando así su carrera científica de manera independiente. Se desempeña como docente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) desde 1971 habiendo ocupado todas las posiciones desde Ayudante de Segunda hasta Profesor Titular Regular en el Departamento de Química Orgánica. Actualmente es Profesor Titular Plenario de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET. Ha sido Profesor visitante en la Facultad de Química de la Universidad de Santiago de Compostela, y en la Universidad Nacional de La Plata.

En un texto de su autoría, publicado en VCF escribe: “El malentendido permite desencajar las cosas, desgarrar ese sistema cerrado de palabras, símbolos, mitos y creencias que hace sólida la trama de una sociedad. La poesía tiene una función: es también un malentendido, porque no dice lo que dice; dice eso y otra cosa”

En una entrevista de las tantas que se difundieron tras su muerte, Horacio González habla del malentendido. Según la periodista que redacta la nota, González habla del conflicto entre las juventudes peronistas y Juan Perón que eclosionó en 1974. Dice González, y sonríe con la satisfacción de estar ante un hallazgo: “Entendimos mal, sí. Porque entender mal es una manera de izquierda de entender”

El malentendido permite desencajar las cosas, desgarrar ese sistema cerrado de palabras, símbolos, mitos y creencias que hace sólida la trama de una sociedad. Hace harapos del tejido dominante, el discurso del malentendido. ¿Quién puede sostener ese movimiento sin claudicar? El arte, la poesía sostienen el malentendido: mal entienden lo que ocurre, ponen lo real y su interpretación oficial en cuestión. Primero ponen en crisis el lenguaje, porque sus convenciones y estructuras expresan el poder, fijan el discurso que domina, si no, veamos las críticas que recibe, desde los ámbitos del poder cultural y político, la instalación de, por ejemplo, el lenguaje inclusivo. También ocurre con los lenguajes de los pueblos originarios y la aceptación del multilingüismo. Aquí, la poesía tiene una función: la de erigirse también como malentendido, porque no dice lo que dice; dice eso y otra cosa. Siempre.

Una amiga cuenta que acaba de escuchar por la radio una frase del escultor suizo Alberto Giacometti: “So?lo se? lo que estoy viendo cuando voy creando”. La escuchó en francés pero duda sobre la fidelidad de su traducción y entonces acomete una nueva versión: “lo que mis ojos ven surge en la obra cuando la estoy haciendo”. Y concluye ella: esto se aplica a la escritura. Una poeta reproduce en una red social un fragmento que ha traducido de los diarios de Anaïs Nin y que parece hablar de esta existencia en pandemia:

Vivís así, resguardado, en un mundo delicado, y creés que estás viviendo. Luego leés un libro... o viajás... y descubrís que no estás viviendo, que estás hibernando. Los síntomas de la hibernación son detectados fácilmente: primero desasosiego. El segundo síntoma (cuando hibernar se vuelve peligroso y puede degenerar en muerte) ausencia de placer. Eso es todo. Aparece como una enfermedad inofensiva. Monotonía, aburrimiento, muerte. Millones viven así (o mueren así) sin saberlo. Trabajan en oficinas. Manejan un auto. Salen de picnic con sus familias. Crían hijos. Y luego una especie de sacudida los toma por sorpresa, una persona, un libro, una canción y los despierta y los salva de la muerte. Algunos nunca despiertan.” (Anaïs Nin, The Diary of Anaïs Nin, Vol. 1: 1931-1934. Trad: Marina Kohon)

Nunca hay un punto final para las preguntas. No en esos tiempos de presunta normalidad y que en rigor disfrazan, con rutinas y repeticiones, el intento de conducir ese caos que es la existencia, y tampoco ahora, cuando no hay burbuja que no estalle.

De regreso con González: ¿es entender mal o entender de otra manera? En El ABC de la lectura, Ezra Pound habla de los artistas como antenas de la sociedad, y pone su ejemplo: “un animal que desprecia las advertencias de su propia percepción necesita un inmenso poder de resistencia si está destinado a sobrevivir. Nuestros sentidos más preciados están protegidos: el ojo está protegido por los huesos de la órbita, etcétera. Una nación que desprecie las percepciones de sus artistas entra en decadencia. Al cabo de un tiempo deja de actuar y se limita a sobrevivir”. Años después, McLuhan va a tomar esa expresión y dirá que “si el artista es la antena de la raza”, también funciona como un radar que activa un sistema de alarma precoz que permite prepararse para enfrentar las situaciones adversas. Ambas citas sólo consiguen sintetizarse el el ritmo de un poema que se repite como una letanía mientras la vida sigue:

 Y alguna vez, no siempre, guiado por el radar

el poema aterriza en la pista, a ciegas,

 (entre relámpagos)

 carretea bajo la lluvia, y al detener sus turbinas,

descienden de él, pasajeros aliviados de la muerte: las palabras (Alfredo Veiravé: Radar en la tormenta, Bs.As., Sudamericana, 1985)

También hay poetas de la Patagonia cuyos textos funcionan como radares, como antenas. Barrios de la capital de Neuquén donde ocurren cosas entre cuatro paredes que son los cuatro rumbos del viento; hechos que vienen del pasado y continúan poniendo en cuestión las actualidades, no por livianas menos importantes; hechos, cosas y palabras que pasan junto con las gentes, que también pasarán.

En “La física en el barrio San Lorenzo”, poema seleccionado para una antología que viajó a La Habana, Raúl Mansilla está diciendo que “Si la poesía salva es por olfato./La poesía es limitada/pero tiene la suerte de la música/y puede ser más fuerte en la barbarie del sábado jabón”. Su autor también se pregunta si “La poesía es el termostato que regula el mundo”. Acaso sin proponérselo, Mansilla intenta decir que la poesía es un salvoconducto, un escudo que protege y alerta. La antena de Pound y el radar de McLuhan parecen sobrevolar las palabras de este largo texto, que también advierte: “La poesía regula el mundo./A Las cuatro de la mañana se oye un ruido detrás del universo”, y ese sonido escondido es la garantía de que hay algo que salva en un espacio sin gravedad, es decir, donde no hay una respuesta sino un nuevo interrogante: sólo un ruido detrás.

Sin embargo, desde el recuerdo también interroga la poesía al lenguaje. Por ejemplo, dice Viviana Ayilef: “puede hilar el lenguaje de todas las luchas/sociales/ponerlas a dialogar/tensionarlas”... Y ella está hablando de “Qué cosas podría tocar sin herir/el lenguaje/de la poesía”, pocas acaso, y recuerda a los fusilados de Trelew en 1972 que siguen hablando en la historia, en esos retazos de memoria que subsisten pese a las recomendaciones del olvido, sin dejar de lado la ternura: “La poesía debe enlazar con amor/con dolor/con espanto.//Pero también con ternura”. Entonces, memoria sí, ternura también.

¿Qué alivio hay en épocas de convulsión, dónde buscar alguna respuesta? Además, ¿hay algo por encontrar? Quizá de eso hable Jorge Spíndola, porque la condición de mudable está en la esencia de las cosas y de los hechos. Todo es pasajero y detrás sólo quedan huellas, rastros, estelas en la espuma. Este texto de Spíndola remite a los Proverbios y cantaresde Machado: “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. ¿Habrá acertado quien recomienda que lo conveniente para éstas y para todas las épocas -especialmente si son interesantes- es aprovechar el día sin fiarse del mañana? Así habla Spíndola: “bandadas de gentes y de estrellas pasarán//estos ojos/ con que miro/ la lluvia/ pasarán”. Es la renovación, el retorno continuo y la renovación del universo anuncia el poeta: “pasará we tripantü/y otros pájaros pasarán”. La poesía, entonces, es el malentendido: dice lo que dice, y otra cosa. Y así.

Tantos otros pueblan las palabras que en los lenguajes, nos transforma en sujetos a ese relato en el cual nos definimos para intentar esa separación imposible entre lo que creo “soy” y ese bombardeo constante de memes de los cuales me apropio para decir algo y definir “me” en el intento que sé imposible, de ser alguien distinto al todo del cual me nutro.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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