Entre un Norte vacío y con anteojeras ... el Sur late y se mueve ...

 


Si nos limitamos a los siglos xix y xx, deberíamos evocar, citar en desorden, el desarraigo sistemático de las poblaciones rurales y luego urbanas, las languideces románticas, elspleen dandy, Oradour, los genocidios y etnocidios, Hiroshima devastada en 10 Km2 con 75.000 muertos y 62.000 casas destruidas, los millones de toneladas de bombas lanzadas sobre Vietnam y la guerra ecológica a golpes de herbicida, la escalada del stock mundial de armas nucleares, Phnom Penh limpiada por los Khmers rojos, las figuras del nihilismo europeo, los personajes muertos-vivos de Beckett, la angustia, la desolación interior de Antonioni, Messidor de A. Tanner, el accidente de Harrisburg, seguramente la lista se alargaría desmesuradamente si quisiéramos inventariar todos los nombres del desierto. ¿Alguna vez se organizó tanto, se edificó, se acumuló tanto y, simultáneamente, se estuvo alguna vez tan atormentado por la pasión de la nada, de la tabla rasa, de la exterminación total? En este tiempo en que las formas de aniquilación adquieren dimensiones planetarias, el desierto, fin y medio de la civilización, designa esa figura trágica que la modernidad prefiere la reflexión metafísica sobre la nada. El desierto gana, en él leemos la amenaza absoluta, el poder de lo negativo, el símbolo del trabajo mortífero de los tiempos modernos hasta su término apocalíptico.”  Gilíes Lipovetsky “La era del Vacío”
 
Desde los orígenes de la vida humana en el planeta la división del trabajo y la cooperación estructuraron el contexto social que le permitió producir y sobrevivir en un medio hostil. Poco a poco, la trama de relaciones sociales se hizo más compleja y las relaciones de poder pasaron a determinar las formas de adaptación de la vida social al medio natural. Desde muy temprano pues, los mitos, las leyendas y las religiones de las distintas culturas intentaron dar cuenta de los orígenes de la autoridad y de su legitimidad social. Con el correr del tiempo, la filosofía griega habría de internarse en una discusión más profunda de estos problemas al definir a la justicia como la resultante de un pacto entre seres humanos racionales que, al impedir el daño mutuo, hizo posible la vida social (Platón 427-347 a.c., Epicúreo 341-270 a.c).
 
Desde ese entonces, la pregunta por el origen de la vida social y de la autoridad incluyó una incipiente reflexión sobre los conflictos sociales, el consenso y la desintegración social, problemas que fueron desarrollados en los siglos XVI, XVII y XVIII por Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). Este último habría de desarrollar su teoría del contrato social, un acuerdo implícito al interior de un grupo de seres humanos, que otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad que los seres humanos tenían en el estado de naturaleza. Los derechos y deberes de los individuos serán las cláusulas del contrato social y el Estado se encargará de hacerlas cumplir.
 
Entre otras cosas, Rousseau introdujo la noción del Estado como expresión de la “voluntad general” por encima de las diferencias individuales. Este Interés General habría garantizado la cohesión social y sería el principio fundante de la legitimidad institucional de los regímenes democráticos que se sucedieron a lo largo del tiempo. Este principio es hoy cuestionado por una crisis sistémica del capitalismo que, si bien viene de lejos, ha sido intensificada por la pandemia.
 
La expansión mundial de un capitalismo global monopólico que maximiza ganancias y poder en todas las esferas de la vida social, erosionó la capacidad que tienen las principales instituciones de la democracia para expresar al Interés General de la sociedad. El avance de la concentración del poder y de la riqueza en muy pocas manos contribuyó a deteriorar la legitimidad de la división de poderes y de las instituciones destinadas a expresar la voluntad popular en las sociedades contemporáneas. Al mismo tiempo que los partidos políticos y sindicatos pierden su capacidad de representación de las demandas populares, los medios de comunicación cada vez más concentrados y los monopolios tecnológicos que dominan a las redes sociales imponen el interés de un pequeño pero poderoso sector sobre un colectivo social que desborda las fronteras territoriales y se desparrama a nivel mundial.
En este contexto, sin embargo, se multiplican los intentos de afirmar nuevas formas de representación política y social, y ocasionalmente las demandas estallan a la intemperie en violentos movimientos de protesta social. Organizados de abajo hacia arriba y tejiendo alianzas horizontales entre sectores con intereses muy diferentes, estos movimientos buscan nuevos derroteros para expresar los intereses de sectores específicos y el Interés General de la mayoría de la población. Esto ocurre tanto en los países desarrollados como en los periféricos, afectando especialmente a nuestro continente. Así, hoy se abre un nuevo horizonte de transformación social y política y esto ocurre a pesar de las fake news que oscurecen la realidad y de los cantos de sirenas que buscan anestesiar la reflexión.
 
Polarización partidaria y censura en los Estados Unidos
 
El escenario político norteamericano está marcado por una creciente polarización política. Diversos estudios académicos y encuestas realizados en los últimos años muestran que “la hostilidad hacia el partido de oposición y sus candidatos ha llegado al punto tal que el odio, más que la lealtad partidaria, motiva a los votantes” (T. Edsall, nytimes.com 3 1 2018; pewresearch.org 10 10 2019). En otras notas hemos analizado el aumento de la polarización política a raíz de la campaña electoral del 2020, que culminó con un resultado electoral cuestionado por el ex Presidente Trump y los 74 millones que supuestamente lo votaron.
 
Ni bien asumió la Presidencia, Joe Biden definió al “terrorismo doméstico” como “la amenaza más grande a la seguridad nacional norteamericana”, encuadrando dentro de esta definición a los incidentes del 6 de enero pasado, cuando un tumulto de partidarios de Trump invadió el Congreso y, causando destrozos, expresó su repudio ante el “robo” de las elecciones (wsj.com 7 1 2021, Forbes.com 7 1 2021; Office of the Director of National Intelligence: Domestic violent extremisms 1 3 2021 y, zerohedge.com 19 6/ 21 7 2021). La guerra contra el terrorismo doméstico ha sustituido en importancia a la guerra contra el “terror internacional” desatada luego del atentado a las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001, y para combatirla hoy se utilizan las tácticas más sofisticadas de espionaje (National Strategy to Counter Domestic Terrorism, whithouse.gov, 6 2021). Este nuevo enemigo es definido muy vagamente y no sólo comprende a grupos de la derecha norteamericana sino también a grupos de izquierda, incluyendo a activistas por los derechos de los animales (para un análisis detallado ver Glenn Greenwald, zerohedge.com 2 6/ 2021; y otros: zerohedge.com 16, 23, 6/y 21, 7, 2021).
 
Mientras tanto, la oficina de la Presidencia ha llegado al extremo de marcarles a los directivos de las redes sociales la información que deberán censurar. Bret Weinstein, conocido científico norteamericano, constituye un caso emblemático de una censura que avasalla a distintos sectores: fue echado de su Universidad, víctima de la “cultura de la cancelación, y “ha sido bloqueado en YouTube y en las redes sociales por haber entrevistado al doctor Robert Malone, inventor de la tecnología mRNA y crítico de la vacuna de Pfizer, que utiliza esta tecnología» (Matt Taibbi, entre otros: zerohedge.com 19 6 2021).
 
Ruptura del contrato social en los Estados Unidos
 
Estos enfrentamientos políticos no ocurren en un espacio vacío: son el resultado de la ruptura del contrato social norteamericano. En los últimos 45 años, 50 billones (trillions) de dólares fueron transferidos desde el 90% de los ciudadanos hacia el 10% que concentra la mayor proporción de los ingresos (Trends in Income from 1975 to 2018, rand.org, 2020). Más aun, el 1% de los ciudadanos más ricos ha concentrado cerca de la mitad del ingreso generado desde la crisis financiera de 2008. Hoy tres norteamericanos concentran en conjunto más riqueza que los 160 millones de ciudadanos más pobres (monopoly vs democracy: how to end a gilded age, foreingaffairs.com, 1 y 2 2021). Estas cifras arañan la superficie de un problema más profundo: la existencia de una elite que reescribe el contrato social y coloca a la sociedad estadounidense al borde de un estallido social.
 
Las políticas adoptadas por la Reserva Federal para mitigar el impacto de la pandemia en el sector financiero han incentivado a la concentración económica: cuatro mega bancos (JP Morgan, Bank of América, Wells Fargo y Citibank), que representan el 0,08% del total de los bancos, hoy controlan el 40% del total de los activos financieros (wallstreetonparade.com 14 7 2021). Paralelamente, solo cuatro monopolios tecnológicos (Apple, Amazon, Microsoft y Google) representan el 25% del índice S&P500 de capitalización de mercado de las 500 empresas más grandes que cotizan en la bolsa de Estados Unidos.
 
Los monopolios financieros y tecnológicos se interpenetran pero también compiten entre sí por aumentar su poder respectivo. Con una proporción de acciones que no supera el 10% del total en cada corporación, tres fondos de inversión, entre los que se encuentra BlackRock, han logrado el control sobre las principales corporaciones de armamentos y medios de comunicación –exceptuando al Washington Post y a Bloomberg– y son los principales inversores institucionales de las mayores corporaciones tecnológicas. El titular de BlackRock ha sido el brazo derecho de la Reserva Federal desde marzo del 2020 y sus fondos de inversión se han beneficiado con las medidas adoptadas desde entonces.
 
Monopolios y conflictos sociales
 
El 9 de julio pasado el Presidente emitió un decreto con el objetivo de velar por una mayor competencia en los mercados (Executive Order on promoting competition in the american Economy, whitehouse.gov). Advirtiendo que “el capitalismo sin competencia no es capitalismo, es explotación”, Biden dio directivas para que las Agencias Federales eviten tomar medidas que “acrecientan la concentración excesiva de los mercados”, y propuso 72 acciones y recomendaciones destinadas a reformular la manera de pensar en torno a la consolidación empresarial y a las leyes antitrust. Las directivas también pretenden revisar medidas antimonopólicas tomadas recientemente. Sin embargo, son sólo recomendaciones para que las Agencias, que son independientes y actúan según sus propios lineamientos, las tomen en consideración.
Dos días después de la publicación de este decreto, y casi en abierto desafío al Presidente, la Reserva Federal aprobó la absorción de otro banco por uno de los mega-bancos (wallstreetonparade.com 14 7 2021). Jerome Powell afirmó el interés de la Reserva Federal que preside por la emisión de un dólar digital (fedcoin) y advertía que si esto ocurre “el mundo no necesitará de criptomonedas privadas” (zerohedge.com 14 7 2021). Se refería tangencialmente al punto más candente de los conflictos entre los mega-monopolios: la especulación rampante con criptomonedas y su intento de usarlas para controlar la emisión de dinero.
 
Estos desarrollos y la falta de política monetaria ante la crisis aceleran los tiempos que la Reserva tiene para gestionar la crisis y mitigar el deterioro del dólar emitiendo su propio dólar digital (fedcoin). Esto último implicará afectar severamente a los bancos y a sus funciones. En esta aventura la Reserva tiene un aliado indispensable: un FMI dispuesto a imponer las reformas estructurales en los países de la periferia, que asegurarían la digitalización y la dolarización de estas economías y la persistencia del endeudamiento ilimitado. Estos fenómenos profundizan la ruptura del contrato social en la periferia y apresuran los tiempos del conflicto social en esta región.
 
La Argentina: monopolios y proyecto de país
 
El brillante discurso de la Vicepresidenta CFK en su declaración en la causa por el Memorándum con Irán el 16 de julio sintetiza el drama que vive nuestro país: “Todo está armado para denostarnos a nosotros y que el pueblo argentino pueda entregarse débilmente a lo que siempre hicieron desde afuera: dominarnos a través de la deuda… Si no tomamos conciencia de lo que nos ha pasado a los argentinos en los últimos años, difícilmente podamos encontrar un camino después de esta pandemia”.
Si no reflexionamos sobre las causas que llevaron al momento actual, si no aplicamos inmediatamente políticas tendientes a superarlas y si seguimos tratando de sobrevivir a la deriva, difícilmente tendremos un futuro después de la pandemia. Las políticas que hay que tomar implican enfrentar la arremetida de los monopolios, construyendo poder de abajo hacia arriba y marcando hacia dónde vamos, un destino que no puede ser reproducir el modelo agroexportador que nos ha legado el FMI, y que tal como está diagramado es funcional al endeudamiento ilimitado y a la reproducción de la miseria. Ese es el camino hacia un país inviable.
Hoy vivimos un momento único, donde la ruptura del contrato social está expuesta al rojo vivo, los responsables operan a cara descubierta y muestran sin ambages que están dispuesto a hacer cualquier cosa para no perder el enorme poder económico y político que concentran en sus manos. En este contexto, el principal ataque al gobierno proviene de los formadores de precios y de los que controlan las divisas: exportadores, importadores y bancos.
 
Las medidas tomadas hasta ahora por el gobierno para controlar la inflación han fracasado. El Ministro de Economía cree que el desborde inflacionario argentino es consecuencia de la inflación de los commodities que también afecta a otros países (infobae.com 15 7 2021). Sin embargo, la inflación argentina es consecuencia de la formación de precios y de no haber tomado las medidas necesarias para impedir que la inflación de los precios internacionales se trasladase inmediatamente a los internos. Esto, sin embargo, no logró aplacar la demanda ruidosa de un “campo autoconvocado”, mera prolongación del macrismo. Los verdaderos responsables de la formación de precios se esconden detrás de ellos: son los monopolios que controlan sectores y cadenas de valor claves en la economía argentina, especulan con el tipo de cambio, se dolarizan y fugan divisas por los agujeros de un cepo que el gobierno sigue sin poder cerrar. Mientras esto ocurre, avanza la restricción externa con un crecimiento de las importaciones que toma vuelo al compás de la corrida con el dólar.
 
Las mejoras salariales otorgadas recientemente por el gobierno se van a los bolsillos de los formadores de precios y no alcanzan para impedir el avance de la pobreza y la indigencia en el país: el precio de los alimentos tuvo en el primer semestre de 2021 la suba más alta de los últimos cinco años mientras el salario mínimo actual y proyectado no alcanza para alimentar a una familia. Hoy un hogar que alquila precisa el equivalente de 4,5 veces el salario mínimo para no caer en la pobreza. En esta situación, el gobierno debería movilizar a los movimientos sociales, a los sindicatos, ONGs de consumidores y organizaciones de empresarios pequeños y medianos para que controlen, en forma organizada y programada, los precios en distintas instancias de algunas cadenas de valor estratégicas en la determinación de la inflación. Esto no sólo implica mandar un poderoso mensaje a los que atacan al gobierno, sino pelear por la legitimidad de la palabra y las promesas que llevaron al Frente de Todos al gobierno.
Mónica Peralta Ramos en “El cohete a la Luna” 
 
Le Monde diplomatique relanzó su plataforma digital en español para America Latina con sendos reportajes a figuras relevantes de nuestro continente. Comparto las dos últimas. Una con el ex vice-presidente del gobierno de Evo Morales en Bolivia, Alvaro Garcia Linera; la otra con SASKIA SASSEN, socióloga, escritora y profesora neerlandesa.​​ En 2013 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.​ En 2018 se le concedió el Premio CLACSO 2018, que sigue muy de cerca el proceso social iniciado por Hog Chavez Frias en Venezuela y los gobiernos populares en la región.
 
 
Superado el golpe de Estado que puso en peligro su vida y la de su familia, de regreso en su casa de La Paz, Álvaro García Linera describe el momento político que atraviesa América Latina, caracterizado por un nuevo impulso progresista en un contexto de profunda inestabilidad regional. En esta entrevista, que inaugura el ciclo de diálogos del Dipló con grandes figuras del pensamiento, el ex vicepresidente de Bolivia habla de los desafíos de la izquierda, los peligros de un neoliberalismo a la defensiva y su recuerdo de las plazas de Buenos Aires.
 
 
Académico de prestigio, cofundador de la guerrilla indigenista, dos veces vicepresidente de su país, Álvaro García Linera reúne dos características que en general conjugan mal en los intelectuales de acción –o en los políticos con capacidad de elaboración teórica–: las propias de un dirigente dispuesto a salir del escritorio o del aula para poner el cuerpo, como demuestran su paso por la insurgencia y la cárcel, sus giras políticas y sus candidaturas, y el sentido crítico de quien no acepta resignar la complejidad del pensamiento, ni siquiera por un objetivo mayor. García Linera habla desde un lugar, pero no simplifica; reconoce la viscosidad de los problemas y la densidad de los momentos, admite contradicciones y no teme mirar atrás, incluso si pareciera que eso lo alejara de un fin superior (él está seguro de que no es así). De nuevo en la casa que debió dejar en medio del golpe de Estado, el ex vicepresidente de Bolivia parece tranquilo a pesar de la crisis económica y sanitaria que atraviesa su país y de los temblores de una región fracturada.
 
A comienzos del siglo XXI América Latina vivió un ciclo largo de gobiernos progresistas, de izquierda o nacional-populares, que garantizó muchos años de estabilidad política, crecimiento económico e inclusión social. Hace cuatro o cinco años esa etapa parecía que había comenzado a agotarse: las derrotas de la izquierda en Chile, del PT en Brasil, del peronismo en Argentina y del Frente Amplio en Uruguay, junto al golpe en Bolivia, parecían sugerir el inicio de un nuevo ciclo histórico. Pero en algunos casos se trató de “derechas breves”, que no lograron reelegir, o que siguen en el poder pero muy frágiles, como sucede con Sebastián Piñera. A ello hay que sumar una nueva inestabilidad en los países andinos. ¿Cómo describirías la situación de América Latina hoy?
 
Yo no hablaría de un fin del ciclo progresista sino de un proceso por oleadas. En efecto, hubo una primera oleada muy fuerte que comenzó en 1999, en el 2000, y que llevó al poder a una serie de líderes y partidos y movimientos de izquierda. Ya desde 2014, 2015, señalábamos que se venía una ofensiva conservadora, una contraoleada neoliberal, aunque también decíamos que iba a ser muy difícil que permaneciera, que se estabilizara. Y efectivamente desde hace dos o tres años asistimos a un repliegue de esa ofensiva conservadora y un nuevo ascenso de los progresismos. Había en algunos compañeros y colegas una mirada teleológica de la historia, pensar la historia como un ciclo que empieza y termina, y luego empieza otro, pero yo creo que estamos en un mundo menos claro en este sentido.
 
¿Este nuevo ciclo progresista se va a imponer?
 
No lo sé, pero no es una resaca del ciclo progresista anterior sino una nueva oleada, algo que conserva parte de lo anterior pero también es distinto. Esto se ve en los cambios de signo político en Argentina, México, Bolivia, Perú, pero también en el ciclo de intensa protesta social que se vive en países como Chile, Ecuador o Colombia. Incluso más allá de los resultados electorales: en Ecuador ganó la derecha pero eso no significa que esta oleada se haya detenido.
 
¿Es un progresismo igual al anterior?
 
No. Esta segunda oleada tiene características diferentes. En los lugares en donde se presenta no lo hace de la mano de grandes movilizaciones sociales o largos ciclos de protesta, como antes, salvo quizás en aquellos casos en los que el progresismo aún no pasó por el poder, como Colombia y otros países de la franja pacífica, como Perú o Chile.
No hay “Guerra del agua” o “Guerra del gas” o “Diciembre de 2001”.
No, no hay. Lo que hay es una expresión fundamentalmente de un hecho político-electoral, no tanto de movimientos sociales o protestas populares. La otra característica de esta segunda oleada progresista es que está liderada por dirigentes moderados. Esto no necesariamente es un defecto; es una cualidad de la época, una cualidad de la estructura progresista. No estamos ante liderazgos carismáticos y excepcionales como antes.
 
¿Los casos de Alberto Fernández y Luis Arce nos permiten hablar de un “progresismo por delegación”?
 
Es una cualidad de las estructuras progresistas, de su capacidad para leer la época y adaptarse, encontrar dirigentes acordes al momento. Son dirigentes que tienen otra manera de llevar adelante las cosas, son menos arriesgados, pero porque no son resultado, como antes, de un proceso casi insurreccional, sino básicamente porque surgen de procesos electorales, en algunos casos muy condicionados.
 
¿Qué tienen enfrente?
 
Fuerzas conservadoras radicalizadas. El contraoleaje conservador que se inicia en 2014-2015 no es un neoliberalismo triunfante, bonachón, optimista, como podía ser el de los 90. Es un neoliberalismo rabioso, que carga un discurso más racializado, menos pluralista, más violento. Incluso capaz, en países como Bolivia, de un discurso y una acción golpistas. Aunque en algunos países ensaye posturas más moderadas, con los años vamos viendo que la derecha deja el centro y se acerca a la extrema derecha, abandona el centro, tanto en lo económico como en lo político y cultural. Es una novedad.
 
¿A qué atribuís este giro a la derecha de la derecha?
 
A que surge en un momento de declive histórico planetario de las hegemonías neoliberales, lo que no quita que puedan volver a ganar elecciones, a veces al filo de las posibilidades, como en Ecuador, desatando emotividades cada vez más primarias, acciones cada vez más autoritarias. Esto ayuda a entender algo que habíamos previsto sobre la contraoleada conservadora. Decíamos que iba a ser temporal, porque estaba claro que el mundo neoliberal estaba en un tiempo de declinación moral e ideológica, estaba dejando atrás el optimismo histórico, ya no entusiasmaba. Hoy el neoliberalismo se presenta solo como defensor de un mundo en retroceso, no como constructor de futuro, como en los 90. Ese discurso se desvaneció y entonces la contraoleada era necesariamente de pies de cortos, de miradas cortas, porque el neoliberalismo actual es un neoliberalismo cansado, con signos de decrepitud.
 
¿El contexto histórico entonces ayuda a esta nuevo ciclo progresista?
 
Sí. Estamos en un contexto mundial más favorable. Muchos de los temas que discutíamos en América Latina en 2007, 2008 o 2009 son los temas que se discuten en Estados Unidos y Europa: el rol del Estado, la necesidad de construir ciertas redes de protección, cierto nacionalismo económico que proteja el mercado interno. Son temas que inició el progresismo latinoamericano y que ahora encuentran un ambiente mundial más tolerante.
 
¿La agenda tiene que ser la misma que en los años 2000? 
 
Por un lado sí, porque muchos problemas permanecen e incluso se han agravado a partir de la llegada de fuerzas conservadoras y de la crisis económica de la pandemia. Pero también hay que incorporar nuevas miradas, agendas y temas. El progresismo de la primera oleada fue encontrando un límite, mostrando contradicciones, debilidades. Este nuevo ambiente mundial más favorable a los temas progresistas le puede brindar una renovación de su agenda, algo así como un nuevo conjunto de transformaciones y reformas.
 
Reformas de segunda generación, como se decía en los 90.
 
Sí, algo así.
 
¿Y cuáles serían?
 
Pienso que deberían ser reformas muy segmentadas por país, más necesarias que nunca por la agudeza de la crisis. Hemos decrecido nueve puntos en los últimos años, retrocedido diez años. No alcanza con volver a hacer lo mismo que antes, que además ya había comenzado a mostrar sus límites. La pandemia jugó un papel catalizador de múltiples crisis. En Bolivia, por ejemplo, el tema sigue siendo el mismo, aunque las medidas sean diferentes. ¿Cuál es el tema que enfrentan los progresismos? De dónde saldrán los recursos para enfrentar la debacle económica, el aumento del déficit, el cierre de la economía obligado por la pandemia, la recuperación de las empresas zombies, la construcción de nuevas redes de protección, el apoyo a los trabajadores. Para salir de la etapa de emergencia va a haber que generar recursos.
 
Simplificando, los gobiernos del giro a la izquierda concretaron una serie de nacionalizaciones, como en Bolivia o Venezuela, nacionalizaciones más parciales, como en Brasil y Ecuador, o suba de impuestos a las exportaciones, como las retenciones. Esto les permitió fortalecerse financieramente y utilizar esos recursos para impulsar políticas de inclusión social y, en menor medida, de desarrollo económico. ¿Cuál sería el camino hoy?
 
 
Hay que pensar en una segunda oleada de nacionalizaciones, entendida como el control de fuentes de elevados excedentes. Eso por un lado. Por otro, avanzar en políticas tributarias más audaces; el número de multimillonarios aumentó en América Latina en estos años. Pero la gravedad del hueco, de la crisis en la que estamos, es tan grande que se requieren grandes esfuerzos, intentar que vuelva a la economía la riqueza latinoamericana depositada fuera de los países, a veces en paraísos fiscales. Implementar amnistías tributarias que ayuden a la repatriación o medidas que generen incentivos y obliguen a traer ese dinero. Y, también, un nuevo enfoque en la integración, trabajar en acuerdos comerciales temáticos, puntuales y muy prácticos. En el ciclo anterior tuvimos una mirada de integración, en tiempos de Lula, Evo, Correa, Chávez, Néstor, que logró un acercamiento y coordinación política muy importantes. Pero ahora necesitamos avanzar en cosas concretas y específicas para darle materialidad a la integración. No ya grandes acuerdos sino líneas prácticas, en una, dos o tres áreas, que vinculen cadenas específicas, para fabricar en conjunto una computadora o una máquina o lo que sea. Crear un área, que funcione, y pasar a la segunda, la tercera y la cuarta…
 
Para avanzar en este tipo de reformas e iniciativas se necesitan dos cosas: estabilidad política y tiempo. ¿Habrá?
 
Es un gran tema. No veo que sea posible la estabilización de una larga oleada progresista. Va a ser difícil y va a depender de lo que hagamos. Pero lo más probable es que tengamos intermitencias, oleadas y contraoleadas, fuerzas progresistas que ganan en un país, luego lo pierden, ganan en otro. Es un momento de mucha inestabilidad. No sólo en América Latina; es similar a la inestabilidad que está atravesando el mundo. Estamos en un tiempo liminal. Algo se está cerrando, todo el mundo sabe lo que está envejeciendo, languideciendo, pero nadie sabe con exactitud lo que viene. El progresismo es un intento de salida, el radicalismo trumpista es otro intento, el golpe es otro. Hay una divergencia de elites, no hay una sola opción. Lo que surge como propuesta no aparece con la fuerza y el entusiasmo para construir un horizonte de mediano plazo. Hay propuestas tácticas, más progresistas, más fascistoides, pero son tácticas. Sabemos lo que ya no está bien, pero nadie sabe lo que viene.
 
Futuro abierto…
 
Un tiempo histórico que no se puede prever. No hay un fin adonde llegar, no hay un futuro claro. La cualidad de este momento es la superposición de ideas, propuestas, elites con opiniones diferentes. Estamos en un período, esperemos que no muy largo, en el que va a haber varias propuestas en disputa, no hay una gran propuesta de largo aliento. Y esto es así porque el nuevo horizonte no se construye sólo en América Latina, se va a constituir a nivel mundial. América Latina nos dio una primera oleada, pero ahora es un tema mundial. El discurso de [Joseph] Biden, la propuesta de un Green New Deal, son discusiones globales. Entonces esta década va a estar marcada por la incertidumbre, incluso el caos. Los momentos liminares visibilizan el cansancio de la hegemonía neoliberal, aunque aún no tenga sustituto. Por eso muchas sociedades viven este desasosiego, esta situación de incertidumbre y miedo: cuando uno deja de tener un destino ordenado y una imaginación clara de futuro. Esperemos que cuando se abran los corazones y las mentes de la gente el progresismo se imponga. Es un momento interesante que no se da sino cada 40 y 50 años, como se dio en los años 60 y 70. En ese momento éramos niños o adolescentes, ahora estamos viendo esa batalla como adultos.
 
¿Qué te llevaste de tu paso obligado por Argentina?
 
Muchas cosas. Los amigos, la solidaridad, las librerías. Y los parques.
 
¿Las plazas?
 
Sí. Disfruté mucho cuando pude salir con mi hija a esos lugares maravillosos de encuentro que son los parques. El lugar en donde nos encontrábamos con gente que no conocíamos, familias que van a pasar un rato o todo el día, llevan sus galletas, sus jugos. Un lugar de protección y de disfrute, de igualdad entre hombres y mujeres, de niños que no se conocen y juegan entre ellos, de padres que tienen que aprender a negociar con otros padres, a ser tolerantes. En Bolivia había una cultura de juego en las calle pero se fue perdiendo. Jugabas el futbol en la calle, ahora los niños están mucho más encerrados. Por supuesto me llevo también la generosidad de los amigos y colegas que nos cobijaron, nosotros llegamos sin nada, vivimos siempre de nuestro salario, no teníamos ninguna protección material y nos ayudaron mucho. El mundo intelectual argentino, la masa intelectual es algo que no vi en los otros países en los que estuve, como España y México. Pero lo que más me llamó la atención son los parques, es una institución argentina de proyección universal.
https://www.eldiplo.org/notas-web/hoy-el-neoliberalismo-es-el-defensor-de-un-mundo-en-retroceso-no-un-constructor-de-futuro/
 
II
 
“Podemos pensar esta pandemia como una oportunidad para entender más y mejor las injusticias de nuestro sistema”
 
Medellín, años 90. El conflicto armado ha tomado de rehén a toda la ciudad. Saskia Sassen está allí de viaje. Por desconocimiento, tal vez cierta falta de olfato aún sobre el pulso de esas calles, llega caminando a un barrio convertido en zona liberada. De pronto, se da cuenta del vacío. Del silencio. La gente huyó, está sola. Y ahí entiende: ha quedado en el medio de un campo de batalla, entre una organización armada (no recuerda cuál) y las fuerzas militares. Pide ayuda a un grupo de soldados. “Estaba completamente sola, había tiros en todas partes. Esa noche aprendí la diferencia entre el miedo y el terror.” Sassen elige esta imagen para describir algo que, en su opinión, condensa lo que se vive ahora. La pandemia ha generado miedo, pero no nos paralizó, dice con alivio. La vida recuperará su curso bajo esa suerte de pulsión que define la acción social.
 
Sassen habla con imágenes. De algún modo, más allá de las muestras tangibles de su trayectoria –una decena de libros, sendos títulos y honoris causa, y el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales recibido en 2013, a partir del cual la incluyeron en el Social Science Citation Index entre los diez primeros científicos sociales del mundo junto con Anthony Giddens, Jürgen Habermas y Zygmunt Bauman–, hay algo en su lenguaje que torna bastante única la forma en que logra describir la realidad. Todos la llaman “la socióloga de la globalización”, y no les faltan argumentos. Uno de sus principales trabajos, La ciudad global (Eudeba, 1999), constituye una verdadera anatomía de nuestro sistema; una anatomía que no sólo identifica su funcionamiento bajo las categorías que la nombran. También ilustra, percibe, escucha esas lógicas. Y es bajo esa misma mirada que, de algún modo, reivindica la enorme contradicción a la que nos ha expuesto el virus. “Realmente el hecho de que un virus invisible, que no tiene ni olor ni ruido, pueda generar tal desestabilización me parece maravilloso”, dice sonriendo con un perfecto español aprendido de su infancia en Argentina.
 
Sassen nació en Holanda pero vino a vivir al país de pequeña junto a su mamá y su papá, Willem Sassen, un periodista y actor holandés alistado en Europa en las SS. De hecho, aquí tuvo vínculo con varios miembros del círculo nazi. En la casa de Florida, los domingos recibía la visita de Adolf Eichmann, y esos encuentros dieron lugar a un reconocido artículo publicado en Life Magazine. Pero Sassen evita mencionar esos años. Así como también se excusa para hablar de política. “Me resulta abstracto. No necesito introducir al fascismo para hablar de injusticias y desigualdades. De esas cosas se ocupa mi marido”, se ríe refiriéndose al sociólogo Richard Sennett, con quien se acaba de mudar a Nueva York tras vivir un año en Londres.
 
En varias entrevistas has mostrado cierto optimismo, adjudicándole una suerte de productividad social a la pandemia…
 
Para mí esta ha sido una especie de alerta para quienes estamos bien y estamos cómodos, la oportunidad de entender que existe algo que es más fuerte que nosotros, algo que puede alterar nuestras modalidades de vida y que las personas más modestas y más pobres sufren desde siempre. Quienes hemos tenido vidas bastante privilegiadas, no somos lo suficientemente conscientes de los costos y las pérdidas que demanda la reproducción del sistema y que afectan a los sectores más vulnerables. Por eso me parece que es un momento interesante para quienes observamos, tal vez más para aquellos como mi marido –porque yo trabajo sobre la pobreza y las injusticias–. Él trabaja sobre temas que tienen que ver con cosas tan abstractas como hermosas, y hemos tenido bastantes discusiones sobre esto (se ríe).
 
 
¿Podemos dar cuenta de que una normalidad que pensábamos naturalmente dada no es tal?
 
Exactamente. No obstante, hay que decir inmediatamente que las personas más pobres están sufriendo esta situación muchísimo. Y remarco esta diferencia cuando digo que nosotros desde una situación privilegiada podemos pensar entonces esta pandemia como una oportunidad para entender más y mejor las injusticias de nuestro sistema. Esto no es nuevo, pero creo que en el contexto de este virus hay algo que se puede visibilizar mejor.
 
¿En qué sentido?
 
Hace unos dos años, por ejemplo, participé de un documental que muestra al mundo de noche, gente trabajadora que tiene que levantarse en medio de la noche, en sus diversas modalidades, porque hay trabajadores dentro del sistema financiero que también se tienen que levantar a las 3 de la mañana. Y la diferencia me pareció extraordinaria.
 
¿La desterritorialización del trabajo profundiza la oposición entre cognitariado y precariado?
 
Absolutamente, y la economía de la noche es muy interesante como ejemplo para pensar esas formas de precarización. Esa noche que llega después de las 3 de la mañana. Y no pienso en una ciudad pobre, pensemos en Nueva York. Es una noche que funciona para dejar todo listo para esa otra economía que despierta por la mañana y la desconoce completamente. Y fijate la diferencia que significa. Para mí la noche puede ser maravillosa, un espacio donde imagino cosas. En cambio, para esa persona que tiene que salir a trabajar, supone problemas en el transporte, los peligros que la noche siempre implica…
 
Pero, ¿realmente podemos hablar de una visibilización social de las diferencias? Y, en todo caso, ¿servirá para algo?
 
Me temo que tenemos una tendencia a olvidarnos de aquello que nos duele o nos aterroriza, una suerte de función de supervivencia. El terror paraliza y debilita. Creo que lo que generó esta pandemia fue miedo. En mi caso, no me dio miedo porque intenté entenderla, que es un poco lo que hago cuando no comprendo algo. Pero creo que la realidad nos está dando elementos para comprender una nueva condición. Una condición marcada por otros actores, que tal vez no hacen ruido, no son visibles. Por otro lado, hemos destruido tantas tierras, tantas aguas, y hemos restringido el hábitat de muchos otros. Tal vez estas nuevas condiciones tan solo suponen o visibilizan esa confrontación con otras especies. En definitiva es una lucha por el espacio, por el territorio. Y éste es un tema central, aunque para muchos ni siquiera era un tema. Por ejemplo, para ti, ¿cuál fue el año donde empezaste a preguntarte por estas cosas? ¿Cuándo fue que nos empezamos a preocupar por los virus?
 
Hace muy poco…
 
Bueno, en mi caso ya había comenzado a estudiar los SARS desde 1980. Lo que es distinto ahora no es solo la invisibilidad de los actores en juego, sino cómo nos hemos manejado socialmente. Pensemos que esto venía creciendo desde hace mucho tiempo, pero pese a eso veamos cómo hemos manejado la construcción de viviendas. Ha sido de una manera muy destructiva.
 
¿Estamos ante un posible cambio de nuestra forma de habitar?
 
Sí, pero creo que ese proceso no es nuevo. En todo caso las clases privilegiadas, que tienen su puesto de trabajo en el centro, pero pueden tener su vivienda en regiones lindas con árboles y restaurantes, tal vez ahora empiecen a descubrir que la ciudad no es solo eso, que hay otro mundo urbano donde se plantea ese edge, ese borde. Creo que lo que el virus vino a hacer en todo caso es a romper esa ilusión. De hecho, hemos llegado a una instancia donde sabemos qué podemos hacer y qué no para no contagiarnos, pero somos unos pocos los que podemos tomar esa decisión, podemos decidir qué no hacer. Y no nos preguntamos qué pasa con los pobres, cómo lo enfrentan aquellos más vulnerables que no tienen esas opciones. Parece una escena surrealista, con dos realidades muy diversas en juego.
 
Pero, insisto, ¿qué consecuencias puede traer esta escena?
 
Creo que nuestra modernidad está cambiando, y eso implica que las modalidades que hemos usado también hay que cambiarlas un poco.
 
¿Por ejemplo?
 
Uno es el abuso que implica el hecho de que las grandes empresas permanezcan en los centros. Esa localización significa, por ejemplo, que cientos de trabajadores que viven un poco más afuera de la ciudad se tengan que trasladar. Ellos pagan ese precio pero nuestra lectura de la ciudad deja afuera ese precio, nadie se detiene en ellos, que duermen mucho menos para poder llegar. Hay toda una humanidad que simplemente no la pensamos. Y el ejemplo de la noche me parece que dice muchísimo. Por eso me pasé una noche en un centro de distribución alimenticia en Londres, porque la noche es una zona importantísima de nuestra economía, pero no la sufrimos. Vamos al mercado y tenemos las frutas a las 7 de la mañana, y no nos preguntamos por ese proceso que permitió que eso estuviera allí. Lo que hoy se expone es que estamos perdiendo opciones. Tenemos que construir nuevas ciudades, en vez de simplemente permitir que las ciudades se expandan generando el sufrimiento de muchos. Creo que estamos avanzando hacia cierto re-asessment, cuya traducción sería una revaloración, aunque prefiero hablar de reconocimiento, en tanto elementos que disminuyen la invisibilidad de ese mundo, ese mundo del cual dependemos para comer, para viajar, y que no lo pensamos fácilmente. Y eso es lo que me fascina de este momento: cómo un virus invisible, que no tiene ni olor ni ruido, pudo ponernos en alerta sobre una serie de opciones, condiciones y pérdidas que antes no teníamos. Es la visibilidad de lo invisible.
 
En relación a esta economía invisible que la pandemia visibiliza, resulta también interesante detenerse en la economía del cuidado. En tu desarrollo teórico utilizaste el término de “feminización de la superviviencia”… 
 

Las mujeres han jugado un rol mucho más estratégico y necesario de la actividad durante décadas y ahora gracias a una movilización incuestionable lo reconocemos. Justamente uno de mis primeros artículos se llamó “Ball and chains”, que es una expresión norteamericana, y se refería a cómo las mujeres manejan la vida diaria, su rol esencial en la economía de todos los días. Y, en realidad, creo que esa dimensión marcada por la falta de reconocimiento se trasluce en la falta de un nombre efectivo. No hay término para definir ese trabajo, o lo que es más preciso pensemos en el significante en español: “ama de casa”. Está lejos de significar lo que se refiere, más bien significa una idea de propiedad. El lenguaje que hemos utilizado a través de décadas es también un lenguaje que se resiste a hacer visible el hecho de esa dimensión económica, totalmente asociado a esa imagen impuesta por la industria cultural de la esposa bella. Y una pregunta interesante para hacernos en este caso es la inversa: qué se vuelve invisible hoy…
https://www.eldiplo.org/notas-web/podemos-pensar-esta-pandemia-como-una-oportunidad-para-entender-mas-y-mejor-las-injusticias-de-nuestro-sistema/ 
 
El desmoronamiento de “los Estados de bienestar” como modelo de eso que los intelectuales europeos dieron en llamar “posmodernidad” y que no fue otra cosa que la instalación como único escenario posible, de una globalización determinada por el neoliberalismo financiero y custodiada por el Imperialismo norteamericano y la industria israelí de la guerra, que aseguró durante un tiempo, luego de la caída del muro y el fin de la “Guerra Fría”, los beneficios de la alta concentración de recursos en unos pocos Estados del planeta asociados a las viejas disputas entre liberales y conservadores en una Europa escéptica y que produce pensadores como Lipovetsky. todo un Nietzche del siglo XXI, representación inequívoca de la mirada gastada de Europa sobre los fenómenos sociales que producimos y que nos afectan en estos tiempos,no es mas que el reflejo brumoso donde la vieja europa se observa a si misma, desgastada y vacía, sin respuestas ante una nueva realidad que le impone sin “edulcorantes” la amarga realidad de sus propias producciones. 
 
Esas miradas del pensamiento presente se contraponen con las del norte de nuestro continente, que desprovista de todo bagaje de intención crítica, se alienta en la idea de que la humanidad solo transita un camino de desarrollo que supone siempre y de todos modos un mejoramiento de su condición bajo el fundamento del conocimiento científico, la tecnología y las técnicas que surgen de estas y las ideas de futuro … un futuro que niega la historia y solo mira hacia delante arrastrando todos los viejos problemas.
 
América Latina emerge, junto a las expresiones del oriente medio y el nacimiento de algún pensamiento sostenido en el continente Africano, signado por ese eje conceptual que divide la globalización en Norte/Sur y plantea un futuro dinamizado por las relaciones Sur/Sur y una China que propone escenarios pluripotenciales, regionalizados y menos conflictivos y bélicos, como el sostenimiento de pensamiento racional y sensible en una perspectiva compleja, que aliente a la esperanza y a la transformación humana por el natural movimiento de sus organizaciones y expresiones colectivas aunadas en esfuerzos comunes y en miradas que se construyen en el diálogo y el consenso y la construcción de políticas cooperativas y solidarias que superen fragmentaciones y concentraciones de riqueza, decisión y poder en grupos minoritarios y élites narcisistas. 
 
La pandemia pone en evidencia la complejidad de la realidad presente, la continuidad de los problemas y conflictos que se evidenciaron en estos primeros 20 años del siglo XXI y que van constituyendo un cambio civilizatorio profundo y desigual en la matriz neoliberal de esta etapa del Capitalismo globalizado. Su agotamiento como instancia histórica supone el surgimiento de novedades que produzcan una realidad diferente. Una Europa escéptica y un Norte que ve como se resquebrajan sus sueños neoliberales en la realidad de sus inequidades y el hartazgo de las poblaciones padecientes, a los cuáles intenta sostenerse y aferrarse con ideas tecnocráticas e Imperialismos tecno/cientificos que proponen transhumanización y automatización robotizada de los mismos procesos que hoy, caducos, son claramente vistos como “razones” de la degradación del sistema de globalización y una necesaria vuelta a lo local y regional y a las proposiciones que surjan concretamente de los escenarios dónde los humanos comunitariamente vayan dando respuesta a como quieren vivir, de que modos producir y de que formas relacionarse.
 
Daniel Roberto Távora Mac Cormack

Comentarios

Entradas populares de este blog