Sábado 31 de Octubre de 2020

Este mundo de rocío, podrá ser de rocío, y sin embargo, y sin embargo…”

Haiku de Kobayashi Issa

El pensamiento hegemónico propaga ideologías presuntamente originales que solo repiten el mismo guion: el relato de unos pocos iluminados que impera sobre el resto de la humanidad.

Homo-deus es la nueva versión mediática de la supremacía racial.

La superioridad ya no obedece a otros dioses ni a la genética.

Ahora es tecnológica, pero cumple con todas las reglas.

Otorga méritos suficientes a los dueños de los recursos globales para crear un mundo poshumano a su imagen y semejanza; justifica privilegios de dominio y control global con descalificaciones a sus víctimas (por clase, cultura, color, franja etaria, país, género) y utiliza argumentos que ignoran todas las lecciones de la historia y, hasta de la prehistoria.

Sobran las demostraciones para quienes se ven al espejo como Superman y actúan como dinosaurios; los cuales, a pesar de sus dos “cerebros” --uno en la cabeza y otro en la cola-- perecieron sin percibir las atronadoras advertencias de la naturaleza.

Covid-19 es la contrametáfora del Homo Deus.

Sin siquiera el mínimo aleteo de una mariposa.

Tan insignificante que, para reconocerlo, exige microscopio.

Tan letal que cierra las vías respiratorias y daña al corazón.

Apenas un virus que despierta ante décadas de agresiones humanas al planeta y manifiesta a la naturaleza como un delicado sistema.

Un escenario donde cada minúsculo organismo interactúa e influye sobre el conjunto y dice, con palabras de Deleuze, que “son organismos los que mueren, no la vida”.

Por cierto, el idioma de la naturaleza no usa Twitter ni Facebook.

La Madre Tierra --alias Pachamama, Eretz, Gaia-- se comunica con lengua de formas y colores, texturas y sonidos.

La Vida se expresa como una sinfonía.

Susurra en el aire y dialoga entre las montañas como eco.

Protesta con huracanes, tornados y terremotos.

Duela a las ballenas muertas, cruje en el glaciar y aúlla en la quema de bosques, campos y espesuras.

Hermosa y terrible, grita por ayuda y, al mismo tiempo, invita a que se reflexione acerca de los vínculos entre la aspiración vital y las aspiraciones éticas.

La mayoría de las culturas sostienen sabidurías similares a “Elegirás la vida” y “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Algunas, incluso, cuyo amor al prójimo se extiende a la hierba y a las estrellas.

Sin embargo, el valor de la vida suele ocultarse bajo el peso de los problemas de la existencia cotidiana y, en la vorágine de los días, tampoco es sencillo reconocer los alcances éticos de cada acción.

Muchas personas se autocuestionan e intentan reparar o corrigen sus errores y renuncios.

Otras habitan subculturas donde la naturaleza solo existe como herramienta y convocan, especialmente en “tiempos de cólera”, a demasiados seres confundidos a ensoñar la posesión de todos los territorios, incluidos los de la razón, la verdad y la justicia; sobre discursos con “coronita” que explicarían todas sus devastaciones.

Quizás por eso la humanidad aún no registró los últimos correos urgentes de la Madre Tierra: el SARS en 2002, la gripe aviar de 2005, la gripe porcina en 2009, el MERS en 2012, el Ébola en 2014.

Por cierto, exige cierta sensibilidad advertir que no existen bastantes ONGs, basureros ecológicos ni rescates aislados de especies para resolver sus heridas.

Tampoco es fácil, mientras quienes sustentan un modelo depredador del planeta repiten sin pausa que los 8500 niños que mueren por día de hambre en el mundo comerían si las bolsas de valores trabajaran a pleno.

No es fácil enfrentar los miedos que producen los cambios humanos profundos.

A diferencia de los cambios comerciales y, en especial, cuando la naturaleza toma la palabra, sus significados se imponen a la conciencia.

Aceptarlos requiere reflexión y cierta sensibilidad.

Para Franco Berardi, “la atrofia de la sensibilidad implica una atrofia de la empatía, que es la capacidad de sentir-con, de sentir al otro como prolongación de mi existencia y de mi cuerpo” y que es la base de la solidaridad.

Entonces, ¿cómo se evita que países y corporaciones con el poder de detener el cambio climático y la crueldad sobre los seres vivos, incluidos los de la propia especie, continúen afilando herramientas financieras y tecnológicas para coproducir distopías y falsas antinomias economía/salud?

Daniel Goldman distingue al “poder” sustantivo --un ente consumado-- del verbo.

El verbo poder se conjuga a través del tiempo y crece en comunidad.

Prospera aún más cuando se une a otros verbos: hacer, pensar, decir, amar, crear, abrazar... elegir.

Elegir cuidado y calidad para todas las formas de vida es trabajo personal y colectivo.

Se puede usar el poder de la tecnología para acceder a bienes y experiencias internacionales y también para desarrollar diseños nacionales de alto valor agregado, multiplicar trabajos, incrementar ingreso de divisas, comunicarnos.

Se puede comunicar para incrementar la comprensión mutua y los encuentros.

Se puede crear encuentros donde la escucha, la confianza mutua y el debate honesto -- herramientas ajenas al homo-deus-- ofrecen excelentes oportunidades para cimentar consensos democráticos y, eludiendo dependencias con quienes deshonran a la Vida; construir un mundo mejor.

Marta Riskin “El frágil poder del Homo-deus” (https://www.pagina12.com.ar/302760-el-fragil-poder-del-homo-deus)

Disputada por diferentes partidos políticos, volátil a la hora de votar, el blanco de gran parte del discurso mediático. Pertenecer a la clase media es el común denominador de la mayoría de los argentinos, aunque nunca quede claro cuáles son sus límites ni qué implica identificarse como tal. ¿Cómo atraviesan la crisis los distintos sectores que integran ese gran abanico? ¿De qué forma los interpela el Estado? En esta crónica, Gabriel Tuñez narra las historias de comerciantes, trabajadores estatales y cuentapropistas que aprendieron a calcular su futuro en dólares y se piensan como sobrevivientes de las crisis.

10 de enero de 2020. Alberto Fernández sale de la Casa Rosada. Lo rodean unas cinco o seis personas que se acercaron para saludarlo. Ninguna lleva barbijo. No hay coronavirus ni pandemia a la vista de Argentina ni de América Latina. La imagen, difundida por Presidencia, acompaña una declaración del Presidente a modo de balance del primer mes en el cargo. Lo hace después de una serie de anuncios económicos, entre ellos un recargo del 30% a la compra de moneda extranjera: el dólar solidario.


 
Ese discurso de que la clase media se enoja… Yo no entiendo mucho por qué. La clase media, cuando vea cómo se reactiva la economía porque los sectores más bajos empiezan a consumir, va a ser la gran beneficiada.

Diez meses después, Pilar siente que se quedó afuera del grupo de los favorecidos. Tiene 58 años, es madre de cuatro hijas y vive en Villa Luro. Trabaja en el Estado y antes de la pandemia llevaba tres años sin un aumento salarial. Pero a partir de la cuarentena, y de la modalidad de trabajo remoto, empezó a sobrarle parte de su sueldo. Decidió comprar los US$200 mensuales del cupo bancario. Había escuchado que en una ferretería del barrio, además de tornillos, clavos y herramientas, también vendían y compraban pequeñas sumas de dólares, principalmente entre los vecinos conocidos. Pero buscó la formalidad.

Llegué a juntar unos $1.000 y los fui sacando, no para venderlos en el mercado negro y hacer una diferencia en pesos, sino porque no confío en los bancos.

Con el nuevo cepo Pilar dejó de comprar. Sus hijas, que habían pasado parte de sus ingresos a dólares para hacer rendir el salario, también abandonaron ese esquema. Aprovecharon hasta donde pudieron, dice, porque en algún momento las condiciones cambiarían.

Pero ahora ya está.

La estrategia de Pilar lleva más de cuatro décadas en buena parte del imaginario social del amplio abanico de las clases medias argentinas. La incorporación del dólar como una moneda familiar fue progresiva, aunque existe cierto consenso en establecer al Rodrigazo, la devaluación del 60% decretada por el entonces ministro de Economía Celestino Rodrigo en junio de 1975, como fecha de inicio. A partir de ahí se instaló como un recurso de ahorro o pequeña inversión que se profundizó con la desregulación de los mercados de cambio que fijó en 1977 José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía de la última dictadura militar. Esa combinación de una megadevaluación, alta inflación y desregulación de los mercados provocó que trabajadores y familias con un ingreso estable se recostaran en el dólar para no perder la capacidad de su poder adquisitivo o de ahorro.

O para anticipar un futuro adverso. Como le sucedió a Adrián, que tiene 43 años, manda a su hijo a una escuela privada en Palermo y es cuentapropista. Desde los primeros meses del gobierno de Mauricio Macri su trabajo decayó, y por eso tuvo que vender dólares ahorrados para pagar los impuestos, las expensas, la escuela o ir al supermercado. Al principio sintió que tenía un resto económico, pero con el paso de los meses se fue diluyendo porque no volvió a “producir” dólares.

Hay días que me siento el Banco Central perdiendo reservas.

En el plano nacional, fue para “cuidar las reservas” del Banco Central que el gobierno dispuso el pago de un anticipo del 35% del impuesto a las Ganancias sobre la compra del dólar ahorro y la toma a cuenta de pagos con tarjetas en dólares como parte del cupo mensual de US$200. Como explicó la vicejefa de Gabinete Cecilia Todesca, esos dólares están destinados a “pagar las importaciones y la deuda”.

Disputada por diferentes partidos políticos, volátil a la hora de votar, el blanco de la mayoría de los mensajes de los medios de comunicación, cualquiera sea su orientación. Una categoría moral, una identidad. La clase media es heterogénea. La integran maestros, médicos, enfermeros, policías, abogados, trabajadores administrativos, empresarios y comerciantes. Del sector público y privado. Representantes de un sector social con el que se identifica la mayoría de los argentinos pero que, a la vez, resulta cada vez más opaco de descifrar. Se puede definir a una persona de clase media por su posición laboral o nivel salarial, autonomía o dependencia. Una categoría compleja de precisar y compuesta por subdivisiones: baja, media media, media alta. En la clase media parecen habitar muchas clases media y variadas identificaciones según quién lo diga: no peronista, peronista, progresista, fascista, motor del ascenso social, con antepasados europeos, título universitario y un alto nivel cultural. En 2012, una encuesta realizada por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES-UNSAM) sobre percepciones de la desigualdad preguntó a un grupo de personas a qué clase social pertenecían: casi el 75% respondió a la clase media. Entre los quintiles más pobres esta autopercepción alcanzó al 70% y sólo el 20% se autopercibía de “clase baja”.

La heterogeneidad de la clase media es muy grande y la suerte económica de sus integrantes no es la misma en momentos de expansión económica o crisis como la actual”, dice Gabriela Benza, doctora en Ciencias Sociales y coautora del libro “La ¿nueva? estructura social de América Latina”. Para Mariana Heredia, doctora en Sociología y directora de la Maestría en Sociología Económica del IDAES-UNSAM, probablemente “no existan muchas clases medias, sino una que está fracturada entre quienes les va mejor y peor”. Los más afectados por la pandemia -coinciden las sociólogas- son quienes tienen su posición atada a los ciclos económicos, como los pequeños empresarios, comerciantes y cuentapropistas calificados, los asalariados con menores niveles de calificación (empleados de oficina o de comercio) y los que están en negro. Aunque la crisis, advierte Benza, también perjudicó a los trabajadores estatales (médicos, enfermeros y docentes) en sus condiciones laborales.

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Leandro es propietario de una librería -dos locales de venta al público y uno de producción editorial- en Buenos Aires.  Durante el macrismo su rubro quedó golpeado por el aumento de los servicios públicos, la caída del consumo y las devaluaciones. Con la llegada de la nueva gestión, la industria editorial y del libro repuntó y durante unos meses las ventas aumentaron levemente. Pero la sensación duró poco: por el inicio de la pandemia tuvo que cerrar sus emprendimientos sin tener un resguardo financiero.

Como la mayoría de las PyMES, estábamos cobrando con varios meses de demora. Sin contar que en abril debía iniciar la Feria del Libro, que se suspendió. Ahí teníamos nuestro stand prácticamente pagado. Los primeros meses fueron muy duros.

Frente a la urgencia de miles de casos como el de Leandro, acaso con más premura que sofisticación, el Gobierno enfrentó la crisis con una distribución de recursos. Dos de las principales medidas fueron el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), destinado a trabajadores informales y monotributistas de las primeras categorías, y el Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP), que apuntó a dos grandes grupos de beneficiarios: los trabajadores formales del sector privado empleados en empresas afectadas por la pandemia, y los monotributistas y autónomos que sufrieron un recorte significativo en sus ingresos. Según datos oficiales difundidos en julio, hasta ese momento el IFE había abarcado a unos 8,9 millones de beneficiarios (casi el 40% de la población económicamente activa), mientras que 330.000 empresas (60% de las unidades productivas argentinas) habían accedido al menos una vez al beneficio de la ATP, que contempla a más de 2.000.000 de trabajadores. Leandro fue uno de los que recibió esta última para afrontar los salarios de los empleados de su librería.

Eso nos dio mucho oxígeno —admite. Ese aire se tradujo en la práctica al acceso a un crédito a tasa cero que Leandro podrá abonar en, como mínimo, 12 cuotas fijas sin intereses.

Aunque estas acciones no siempre respondieron a las necesidades sanitarias y económicas de los beneficiarios, en su mayoría situados en las clases medias. Es el caso de Walter, que después de 26 años en relación de dependencia decidió dar “el salto” al cuentapropismo. Se registró en la AFIP como monotributista y empezó a vender ropa por Internet. Le costó adaptarse a los altibajos de una actividad nueva, pero llegó al inicio del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) con una pequeña reserva monetaria.

Las primeras semanas de restricciones no me afectaron mucho, pero después de un mes y medio sin recibir mercadería ni vender mi situación empeoró.

Preocupado por su economía, decidió tramitar el IFE pero no accedió por su categoría como monotributista. Después, trató de conseguir un crédito estatal a tasa cero: pensaba usar esa plata para comprar ropa y pagar el crédito con las ganancias de las ventas. Jamás se lo dieron. Su solicitud todavía está bajo análisis de la AFIP.

Para Luis Campos, coordinador del Observatorio del Derecho Social de la CTA Autónoma, el golpe de la crisis en los sectores medios, en su gran mayoría asalariados registrados tanto en el ámbito público como privado, puede verse en dos niveles: salarial y laboral. “En el sector público, donde casi el 100% pertenece a las clases medias, los trabajadores pudieron sostener el empleo, pero perdieron a nivel salarial porque sufrieron un ajuste muy fuerte”, dice. En el ámbito privado, el impacto sobre los asalariados se dio por la doble vía de los ingresos y el empleo. A nivel laboral, el ajuste más fuerte ocurrió entre marzo y abril. “Solo en abril la reducción fue de 1,7% en comparación con marzo. Para tener una dimensión de esta cifra hay que decir que en todo 2019 la caída fue de 2,5%”.

Entre junio del año pasado y el mismo mes de 2020 se perdieron casi 300.000 puestos de trabajo. Para encontrar variaciones mayores hay que remitirse a los peores meses de 2002, donde hubo caídas del 10% del empleo. El panorama actual pudo ser peor, opina Campos, porque la contención que hizo el Gobierno a partir de medidas como la prohibición de los despidos, la habilitación de suspensiones -que alcanza casi al 10% de los trabajadores formales y garantiza el pago del 75% del salario neto de los trabajadores de sectores económicos o empresas que se vieron afectadas por la pandemia- y el ATP “en cierta medida, y con muchas comillas, fue exitosa”.

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Esteban está casado y es padre de tres hijos. Vive con su familia en un departamento en la Avenida Del Libertador a la altura de Beccar, en una de las zonas más acomodadas del norte del conurbano. Se define como emprendedor y cuenta que le encontró “la vuelta” para ser beneficiario del IFE aunque sin cumplir estrictamente con las condiciones fijadas por el Estado. Asegura que es la primera vez en su vida que aplica y recibe una ayuda de este tipo. Algunos de sus amigos “del barrio y del club” en el que juega al tenis también lo hicieron. Esteban admite que los $10.000 que recibe cada poco más de 30 días son importantes para la economía familiar, pero marca diferencias con otro tipo de intervenciones del Estado.

No me siento un planero.

Existen muchos componentes de la clase media que muestran el rechazo a la ayuda estatal o que la ven de manera negativa. “Hay personas que después de preguntarles varias veces me dijeron, casi con vergüenza, que reciben un IFE, pero que lo aceptaron porque el Estado no las deja salir a trabajar. Que es algo circunstancial y que no van a vivir de eso”, cuenta el antropólogo e investigador de CONICET Sergio Visacovsky.

Benza explica que eso se observa en cómo se desestima, por ejemplo, el servicio público de la salud. En el caso de la educación pública, todavía mantiene cierto prestigio en una parte de los sectores medios, los más progresistas. “El rechazo a lo estatal se basa en un estigma o porque es menor a la merecida. Pero es cierto que la ayuda a la clase media históricamente ha sido poca”, dice la socióloga. Heredia, por su parte, explica que la política social del Estado fue mutando con el tiempo. En los años 60 y 70 apuntaba a universalizar la salud, la educación o el acceso a la vivienda, lo que permitió que la clase media prosperara. En los años siguientes la asistencia comenzó a “quebrarse” y los sectores medios motorizaron la privatización de esos servicios, enviando a sus hijos a escuelas subvencionadas o atendiéndose en clínicas privadas, asumiendo que iba a recibir algo mejor que lo que le daba el Estado.

El retiro de la clase media de los servicios públicos hizo que el Estado asumiera que si alguien podía pagar, mejor que lo hiciera. Recurrió a políticas focalizadas como la entrega de bolsones de comida a los sectores populares o los planes de regularización de los barrios de emergencia. “Ahí es donde aparece la idea del planero, que es mentirosa porque el Estado distribuye de distintas maneras (en justicia, transporte, servicios públicos) y porque, exceptuando la crisis de 2001 y sus alrededores, está demostrado que los planes son un elemento más de la composición de los ingresos populares”, dice Heredia, y asegura que es algo mucho más ideológico que real. “Sin embargo, este momento histórico lo redefine porque hay una clase media que tiene la posibilidad de pedir el IFE o la ATP”.

Frente a esta ayuda todos, aunque con sus diferencias o recelos, parecen quedar igualados: la clase media autónoma de los comerciantes y pequeños empresarios y la dependiente de los trabajadores estatales y privados.

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Sábado 19 de septiembre de 2020. Ricardo tiene 55 años, viste un sweater bordó, un barbijo negro y una bandera argentina que flamea con la mano izquierda. Estacionó su auto gris al pie del Obelisco, principal escenario de una nueva manifestación opositora al Gobierno en plena pandemia. Cuando terminó la protesta el Ministerio de Salud nacional reportó 9.276 nuevos casos de coronavirus y 94 nuevas muertes, cuatro de ellas en Buenos Aires.

Vengo por los valores de mi abuelo y el futuro de mis nietos. Estamos en manos de un gobierno de psicópatas que nos divide. Acá está toda la clase media..

Tras las primeras semanas de la cuarentena se instaló en buena parte de la sociedad, y en los medios de comunicación, la discusión acerca de si era preferible preservar vidas y el sistema sanitario con un duro aislamiento o levantar las restricciones para favorecer a los sectores de la economía más perjudicados por el ASPO. Como otras veces, el debate llegó a las calles primero en forma de cacerolazos y luego en marchas frecuentes, pero minoritarias, de comerciantes, trabajadores formales y opositores al gobierno. A partir de mayo se sucedieron manifestaciones en distintas ciudades del país en contra del aislamiento, pero también de medidas políticas tomadas por el Presidente, todo mezclado con proclamas antivacunas, terraplanistas y reivindicativas de la última dictadura militar.

La gente va despertando. No es la mayoría, pero hay un cambio de conciencia. Nos encerraron con la cuarentena para que no pudiéramos ver otra cosa. Están encubriendo algo”, dice Patricia, que asistió a los últimos tres banderazos. Junto a Claudio, que es abogado, juntan firmas para que la vacunación contra el COVID-19 no sea obligatoria.

Ambos reconocen que no todos los que se movilizan como ellos se oponen a la vacuna que ponga fin al COVID-19. Hay quienes cuestionan el “avasallamiento a la justicia” con la reforma impulsada por el gobierno o el traslado de tres jueces de Cámara cuyos apellidos, admiten, no conocen. A las primeras movilizaciones concurrieron comerciantes que pedían autorización para abrir sus negocios o profesionales de diferentes rubros privados. Sí, aseguran, la gran mayoría se opone en líneas generales a la gestión de Fernández. Y aceptan que no todos parecen ser de clase media, sobre todo quienes llegan en autos importados.

Nadie puede negar el carácter drástico de las medidas contra la pandemia, pero en las marchas hay más una reacción política contra el gobierno que sociológica de clases”, opina Ezequiel Ipar, doctor en Filosofía y en Ciencias Sociales e investigador del Conicet. Y ejemplifica: “Si uno hace clasificaciones objetivas, los policías que días atrás rodearon la Quinta de Olivos son de clase media”.

Para el politólogo Diego Reynoso, director de la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés (UdeSA), lo que empezó siendo la expresión de un estado de ánimo contrario al ASPO se transformó en un reclamo que “se resumiría así: ‘estamos destrozados económicamente, el país se viene a pique, no soluciona la pandemia y nos coarta la libertad’. Ese es un discurso que pega muy fuerte en la clase media”. Al analizar la relación entre el gobierno y los sectores medios, Reynoso historiza: “Al peronismo siempre le costó interpelarlos. Cuando lo logra, puede ganar una elección. Son otros los partidos que logran atraer a la clase media, aunque no le dan las políticas públicas que sí les concede el peronismo”.

Aunque en este contexto de crisis y marchas, Heredia dice que poner a la clase media en el banquillo de los acusados o vincularla con la nueva derecha es equivocado, porque ese señalamiento tiene una interpretación tan sesgada como decirles planeros a los sectores populares. Se trata, dice la socióloga, de un prejuicio sin asidero y con efectos políticos peligrosos. La clase media es también la que integra las organizaciones sociales que ayudan en los barrios vulnerables, la de los maestros y los médicos que trabajan en las zonas más calientes. La del progresismo que lee Página/12.

Las crisis no se pueden resolver encontrando chivos expiatorios, ya sean los planeros o la clase media facha, sino viendo cómo se distribuyen los recursos en un escenario de pérdidas. Un sistema político que alimenta estas posturas no resuelve el problema: lo perpetúa.

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Desde los años 80 Osvaldo es propietario de una empresa de juguetes en Lanús. Durante el menemismo debió cerrarla porque no podía competir con los productos importados y pasó a manejar un taxi. Tras la crisis de 2001, consiguió reabrirla y “volver al ruedo”. En los últimos años tuvo que “hacer un ajuste”, pero desde el inicio de la pandemia, dice, trabaja “a cuatro manos” por el repunte del sector. Al caer las importaciones, la producción local de juguetes debió abastecer a un mercado que, si bien alicaído, continuó comprando, mayormente online, a partir de la necesidad de mantener entretenidos en las casas a los niños, según estima. “Es mi mejor temporada en 20 años”, comenta.

La pandemia causó un impacto directo y mayoritario en la economía y las dimensiones sociales del país. Las últimas estadísticas oficiales difundidas detallaron que durante el segundo trimestre, el del confinamiento más duro, se registró un fuerte aumento del desempleo (llegó al 13% y afecta a 2,3 millones de argentinos, la cifra más alta desde 2004) y el mayor derrumbe en la historia de la actividad económica: 19,1% en el segundo trimestre. Argentina ya estaba sobre un escenario de crisis alimentaria, productiva y sociosanitaria. Pero la clase media parece tener un expertise para sobrevivir a la incertidumbre que dejan las crisis cíclicas. Dependerá de la magnitud, cuánto dure y de las medidas que se tomen para salir rápido, otra vez.

(http://revistaanfibia.com/cronica/clase-media-somos-casi-todos/)

El capitalismo neoliberal construye su propia lógica de fronteras, multiplicándolas y transformándolas en función de la acumulación y de los entramados de poder que le garantizan. Por eso, perfora las fronteras internacionales para dejar pasar flujos crecientes de mercancías y, al mismo tiempo, levanta muros para prevenir «nuevas amenazas». Las fronteras, progresivamente feminizadas y urbanizadas, devienen filtros que optimizan los cruces, convierten a los trabajadores y trabajadoras en aliens, las mercancías en contrabando y la cultura del otro en folclore. La pandemia ha hecho su parte, produciendo una biopolítica desnuda excluyente e insensible.

En un poema titulado «La frontera: un soneto doble», Alberto Ríos sintetizó en un verso toda la complejidad de las fronteras internacionales contemporáneas: pasaron de ser lugares concretos, refería el poeta, a devenir puntos de confluencia de miles de imaginaciones. 

En realidad, las fronteras siempre atrajeron la imaginación. En nuestro continente, por ejemplo, las fronteras internacionales dividieron artificialmente comunidades consuetudinarias, lo que producía cruces cotidianos de personas –prototipos de las culturas «rayanas»–, al tiempo que algunos flujos comerciales binacionales usaban los pasos habilitados. Pero eran cruces limitados por economías que tenían fuertes sellos mercadointernistas y Estados con capacidades suficientes para evitar contactos que consideraban desafíos a sus roles protectores de las sociedades a las que asumían representar. Desde esta perspectiva, las fronteras eran límites geopolíticos, dispositivos de control y separación simbolizados por las garitas repletas de adustos soldados, personal aduanero y oficiales de migración. Sus funciones de control y protección –económicas, sanitarias, ideológicas, políticas, etc.– se ejercían en relación con otros Estados/sociedades nacionales. Las zonas de fronteras eran dispositivos de administración geopolítica de la contraposición binaria contacto-separación. Cuando eventualmente contenían cruces de mercancías –fuerza de trabajo o bienes–, devenían «no lugares», en términos de Marc Augé1, a ser rebasados en el menor tiempo posible en la búsqueda de mejores destinos. Demarcaban, decía Edgar Morin2, «la zona de integridad y de inviolabilidad» nacionalista. Volviendo a Ríos, siempre hubo razones para imaginar el otro lado, pero las imaginaciones estaban ancladas a realidades mediocres.Un caso extremo, pero no insólito, fue la frontera dominico-haitiana. Tras muchas décadas de fuerte interacción entre las comunidades fronterizas de ambas partes, en 1937 el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo decretó una limpieza étnica brutal –que terminó con la vida de miles de haitianos y dominico-haitianos, separó familias y arrasó con el tejido social transfronterizo– y el cierre hermético de las fronteras. Sus portones, ubicados en cuatro puestos sobre el límite, se abrían pocas veces al año, ya fuera para dejar pasar braceros haitianos para las cosechas azucareras dominicanas o para permitir la circulación de las cargas del escuálido comercio binacional. La frontera bloqueaba la relación de la comunidad dominicana –que se autovaloraba como hispana, católica y blanca– con sus vecinos haitianos –considerados extraños, africanos, negros y paganos–. El contacto, con frecuencia incluso el visual entre vecinos, solo funcionaba en aquellas pocas actividades que apoyaban la reproducción agroexportadora.El capitalismo neoliberal produjo un intenso proceso de rearticulación territorial en virtud de la inmensa capacidad de movimiento que adquirió el capital, totalmente desproporcionada respecto de las velocidades de traslación de las comunidades y de las capacidades de control de los Estados. En relación con el tema que nos concierne, produjo una horadación sistemática de los sagrados límites westfalianos y convirtió las fronteras en recursos económicos para la acumulación capitalista. Su producto territorial por excelencia fueron las regiones transfronterizas, entendidas como sistemas territoriales que involucran espacios y comunidades colindantes bajo jurisdicciones nacionales diferentes.

Las regiones transfronterizas

En este sentido, las regiones transfronterizas devienen una forma específica de solución espacio/temporal que maximiza la rentabilidad capitalista al incorporar a la acumulación territorios que hasta el momento habían resultado marginales por razones geopolíticas o de economía de escala. Al hacerlo, generan oportunidades inéditas de reducción de costos a partir del uso de los precios diferenciales y del aprovechamiento de condiciones culturales y políticas diversas. Crean lo que Henri Lefebvre denominó «lugares apropiados» para la acumulación, separando los espacios de las relaciones de producción de los espacios de las relaciones de reproducción, y liberando a las primeras de los costos de las segundas3. Las regiones transfronterizas funcionan como filtros para garantizar los procesos de intercambio desigual en condiciones de complejidad adicional. Desde esas colisiones conflictivas, los filtros fronterizos convierten a los trabajadores en aliens, las mercancías en contrabando, las culturas en folclore y a los otros colindantes en seres clasificados, siguiendo a Michel Agier, según los «niveles de extrañezas»4.

Vistas en esta perspectiva, las regiones transfronterizas constituyen sistemas relacionales y dialogantes basados en la diferencia, la desigualdad y el conflicto. Continuar aplicando aquí el viejo dilema contacto/separación puede constituir un error metodológico de primer orden, sencillamente porque ahora el contacto imprescindible lleva implícita la separación expresada como subordinación. En otras palabras, el muro de Donald Trump en la frontera con México –en realidad, un muro de muchas administraciones estadounidenses– no significa una «refronterización», sino un símbolo obsoleto de obstrucción de las fronteras que el sistema capitalista requiere y modela. Y que, obviamente, no logra afectar fundamentalmente el hecho de que el paso de San Ysidro sigue siendo el paso fronterizo más transitado del mundo y constituyente de una de las regiones transfronterizas más potentes del planeta: Tijuana-San Diego. Al mismo tiempo, esta apertura no implica que estemos a las puertas de una fusión sociocultural de equivalentes, como pareció anunciarse en la academia estadounidense en la década de 1990, lo que provocó la respuesta nacionalista del lado latinoamericano5.

Las regiones transfronterizas pueden tener fuentes muy diferentes de formación y en ellas confluyen dimensiones diversas de la vida. Algunas son regiones articuladas en torno de identidades ancestrales o de relaciones consuetudinarias que preceden a las propias fronteras, como ocurre en la región andina con los pueblos aymaras, en el área patagónica con los mapuches, en la zona del Paraná con los guaraníes y los kaiowa o en la península de Guajira con los wayuu. También pueden ser resultado de proyectos políticos integracionistas, cuya expresión más sofisticada ha tenido lugar fuera del continente, en Europa, con su ambición de borrar las «cicatrices de la historia» y en su lugar construir un espacio continental de regiones, lo que en América Latina se ha expresado muy débilmente en algunos proyectos integracionistas como la Comunidad Andina de Naciones (can) y sus Zonas de Integración Fronteriza.

Sin embargo, habría que reconocer que en todos los casos, incluyendo los antes mencionados, el intercambio económico ha sido una motivación fundamental para el despliegue y la maduración de las regiones transfronterizas. Y desde aquí es posible acercarnos a una gradación de estas según las escalas dominantes de sus intercambios.

En un nivel superior de complejidad se encuentran las regiones transfronterizas modeladas sobre todo desde espacios económicos fuertemente globalizados, como el caso paradigmático de los espacios fronterizos compartidos por México y Estados Unidos, y en particular allí donde se desarrollan industrias maquiladoras. Este tipo de industrias se repite en otras fronteras latinoamericanas, haciendo un uso muy redituable de las condiciones ambientales, culturales y sociopolíticas, y aun cuando sea a niveles más discretos, como es el caso de la porción norte de la frontera dominico-haitiana, donde la histórica relación comercial que sintetiza el binomio Dajabón-Ouanaminthe comienza a ser acompañada por una corporación textil que consigue aprovechar los beneficios de cada lado. Lo mismo se observa en el caso del Alto Paraná paraguayo, donde las maquilas son escoltadas por uno de los enclaves comerciales más grandes del continente, ubicado en la triple frontera en que conviven Ciudad del Este, Foz de Iguazú y Puerto Iguazú.

En otros casos las regiones transfronterizas se forman en torno de corredores internacionales tradicionales, regularmente de comercio binacional. En la misma medida en que esto supone el tráfico de caravanas de vehículos de carga, estas regiones pueden desarrollar infraestructuras de prestación de servicios que generan empleos e ingresos. Es el caso, para poner un ejemplo, de la región que se forma en la frontera brasileño-boliviana a la altura de Corumbá y Puerto Quijarro-Puerto Suárez, la principal vía de tránsito del comercio bilateral. Estas regiones, sin embargo, raras veces producen arrastres económicos regionales –casi nada de lo que transita por Corumbá se produce en el estado que la contiene– y son eslabones de provisión de servicios de largas cadenas mercantiles.

Pero la mayoría de estas regiones en América Latina están constituidas por zonas de intercambios locales que, obviamente, tienen salidas o entradas relacionadas con la economía global o las nacionales, pero son poco trascendentes para ellas y se realizan fundamentalmente en el plano local. En otras palabras, ese signo económico distintivo de toda región –la coherencia estructurada de su economía política– se explica desde regiones autocontenidas. En ocasiones pueden ser regiones muy dinámicas, como sucede en la frontera chileno-peruana, donde se producen cada año algo más de siete millones de cruces de personas: personas peruanas en busca de oportunidades de trabajo o de negocio en la ciudad chilena de Arica, y personas chilenas que desean comprar barato en Tacna. En otros casos son lugares parroquiales, como ocurre en el punto de la frontera uruguayo-brasileña donde los pocos miles de habitantes de Chuy y Chui, según el lado de la frontera, comparten un espacio urbano con una frontera invisible marcada por una calle.

En resumen, no son la política como en Europa, ni las estrategias de acumulación capitalista los vectores principales de las regiones fronterizas latinoamericanas. La práctica organizadora de estas fronteras reside en miríadas de actividades informales, regularmente de supervivencia, que en gran parte podrían ser incluidas en el rubro de «economía popular» que Nico Tassi analizó para el mundo aymara6. En esta cualidad reside una dificultad adicional de nuestro tema: en el plano heurístico, por la insuficiencia de las aproximaciones macro a realidades que funcionan a niveles micro; en el plano político, por la insuficiencia de los regímenes políticos fronterizos en nuestro continente, incluso cuando están dotados de la mejor voluntad integracionista.

Mujeres y ciudades

Si tuviera que optar por dos cualidades sociológicas principales de estas configuraciones territoriales transfronterizas, apuntaría a dos tendencias dominantes. La primera, a la que me refiero más por imprescindible que por habilidad profesional de mi parte para abordar la cuestión, se refiere a la feminización. Las mujeres han ido ocupando posiciones muy importantes –cuantitativa y cualitativamente– en los procesos de intercambios que dan vida a las fronteras. Basta observar cualquier imagen de los procesos transfronterizos para reconocer en ellos una presencia muy alta de mujeres. En unos casos, porque son ellas las que usualmente actúan como comerciantes, en particular cuando se trata de redes informales de lo que se denomina el comercio hormiga. «Abajeras», «cachineras», «fayuqueras», «pepeseras» son, entre otras denominaciones, las que dan cuenta de estas mujeres que ocupan con frecuencia los lugares inferiores y más vulnerables de estos flujos comerciales generalmente informales, y a menudo ilegales, a la luz de las legislaciones proteccionistas nacionales. Pero también es posible notar el ascenso socioeconómico de algunas de ellas, que han conseguido ahorrar e invertir para devenir propietarias de negocios muy activos. Estas mujeres son parte de los paisajes de las fronteras e indicativos de los cambios que estas sociedades experimentan. En otras palabras, no es posible explicar la dinámica de las fronteras latinoamericanas sin atender específicamente al rol de las mujeres que se transforman en los cruces y transforman los nuevos lugares y las relaciones que las sostienen, tal y como han documentado con agudeza Menara Guizardi y su equipo para el caso del mundo andino7.


Por otra parte, la expansión de las actividades comerciales y financieras –eventualmente también de industrias maquiladoras, cuando las regiones transfronterizas se insertan en especial en la economía global– generan una expansión de los centros urbanos ligados a ellas. En cualquier frontera activa es posible encontrar redes jerárquicas de ciudades de ambos lados que desempeñan roles diversos en la provisión de servicios y bienes. En algunos casos encontramos en ellas urbes sofisticadas y de dimensiones mayores, regularmente alejadas del borde aunque bien conectadas con él, que juegan roles dominantes en la organización de la actividad económica transfronteriza. En otros casos, son ciudades menores que tienen roles secundarios a lo largo de los itinerarios transfronterizos. Pero, sin lugar a dudas, los casos más llamativos por sus peculiaridades sociológicas son aquellas ciudades –regularmente dos, una en cada lado– que se encuentran sobre el mismo borde o muy cerca de él. Resultan los lugares típicos de las transacciones, pero raras veces incuban ahorros e inversiones sostenidos. Ellas condensan las contradicciones de las regiones que las albergan y constituyen las «zonas subordinadas de sacrificio» de la relación transfronteriza8.

Estos pares de ciudades han sido denominados de diversas maneras –«ciudades binacionales»9, «metrópolis transfronterizas»10, «ciudades gemelas»11, «complejos urbanos transfronterizos»12, etc.– y existe una cuantiosa producción intelectual en torno de ellas. Constituyen sistemas urbanos con fuertes niveles de interpenetración económica, con flujos intensos de movilidad humana y de consumos culturales mutuos, lo que genera manifestaciones de hibridismo que fascinan a los viajeros. Quienes habitan estas ciudades se parecen más entre sí que los habitantes de las respectivas capitales entre ellos, y poseen agendas comunes que frecuentemente discrepan de las políticas nacionales. Cuando, tras el fallo salomónico de La Haya de 2014 que dividió las aguas marinas entre Chile y Perú, grupos de nacionalistas fervorosos de ambos lados marcharon a rescatar y/o defender un pedazo de tierra costera no mayor que dos campos de fútbol reclamado por Perú, la respuesta de los alcaldes de Arica en Chile y Tacna en Perú, con el apoyo explícito de sectores empresariales y políticos locales, fue una declaración en la que afirmaban que el apasionado contencioso era un asunto que Lima y Santiago deberían resolver por los canales diplomáticos y que no tenía que ver con la legítima aspiración de los habitantes de las dos ciudades de continuar vendiendo y comprando. Es justamente la misma respuesta que dan los alcaldes de las ciudades dominicana de Dajabón y haitiana de Ouanaminthe cuando algún fervor nacionalista conduce a los cierres de los mercados fronterizos. O del poblado tico de Los Chiles y su vecina ciudad nicaragüense de San Carlos cada vez que el conflicto por el uso del Río San Juan dificulta los contactos imprescindibles entre ambas localidades.

Sin embargo, esta relación fluida, la retórica de hermandad que la anima y eventualmente la existencia de actos solidarios por alguna de las partes cuando ocurren desgracias en la otra no deben conducirnos a creer que estamos en presencia de un nuevo arquetipo de fusión identitaria, generadora neta de solidaridades. Las dinámicas de estos complejos urbanos transfronterizos están determinadas por la diferencia y la desigualdad de sus componentes, y ellas mismas son vectores de prácticas de intercambio desigual. La aceptación del vecino adquiere aquí el sentido de «otro íntimo» aceptable por su predictibilidad, y la relación se basa en un criterio pragmático de mutua necesidad. No se descartan momentos de amor, pero lo que predomina es el sexo.

El gobierno de las fronteras

Cuando las fronteras eran espacios liminares, constituían lo que Kaldone Nweihed llamó «anillos geopolíticos internos» y eran gobernados como tales, evitando el contacto superfluo y garantizando la obediencia en todos sus detalles a los «núcleos vitales» de las patrias13. Pero cuando comenzaron a ser recursos económicos y a desplegar todas sus complejidades socioculturales, el ejercicio gubernamental manu militari resultó insuficiente. Entonces, la cuestión de cómo gobernar las fronteras comenzó a preocupar a políticos y académicos, al mismo tiempo que los actores locales tomaban sus iniciativas mediante diversas prácticas paradiplomáticas.

Algunos países avanzaron en la estructuración de lo que aquí llamaremos regímenes políticos fronterizos, en particular cuando estos países eran miembros de pactos integracionistas que, como la can, ponían el acento en las fronteras como espacios distintivos que requerían un tipo nuevo de institucionalidad14. Pero en todos los casos, y eso diferencia a América Latina sustancialmente de la experiencia europea, no se trataba de la superación del paradigma westfaliano, solo de su condicionamiento.

Un caso positivo al respecto ha sido Colombia, probablemente la nación latinoamericana que más ha avanzado hacia una institucionalidad fronteriza inclusiva. Aun cuando la práctica estatal colombiana hacia las fronteras es menos auspiciosa que la institucionalidad establecida y que esa misma institucionalidad es incompleta –todo lo cual ha sido minuciosamente analizado por Adriana Hurtado y Jorge Aponte15–, habría que considerar el valor del reconocimiento constitucional, de la validación de las comunidades transfronterizas como sujetos y del trazado de políticas que han madurado en figuras como las Zonas de Integración Fronteriza. De igual manera, Colombia tiene a su favor una ley específica de desarrollo fronterizo y organizaciones especializadas, tanto en el nivel central como en los locales. Es lo que podemos definir como un diseño de régimen político fronterizo auspicioso.

Esta situación, que encontramos con matices en varios países de la can, contrasta con la existente en otros países donde la frontera es percibida como trinchera protectora. Es el mencionado caso de República Dominicana frente a Haití. República Dominicana posee una institucionalidad fronteriza ampulosa –tres organizaciones civiles especializadas, una mención constitucional exhaustiva y una ley específica de desarrollo fronterizo–, pero se trata de un andamiaje dirigido a reforzar el apego nacionalista de las fronteras y a negar el valor de las relaciones transfronterizas que se abren paso en la isla por encima de las heridas históricas. Es lo que podemos denominar un régimen político fronterizo hostil a las relaciones transfronterizas.

Al fin, y es este el caso de la mayoría de los países de la región, existe un tercer tipo de régimen político fronterizo que justamente busca la invisibilidad de la dimensión transfronteriza. El caso paradigmático es el de Chile. La Constitución chilena no menciona, para ningún fin, la palabra «frontera», y no hay ninguna ley rectora de su desarrollo. La única institución que se ocupa del tema es una oficina técnica en la Cancillería. No hay ningún régimen especial para los municipios o regiones fronterizos, excepto cuando se los considera demasiado distantes y se los incluye en planes de «zonas extremas», es decir, de fronteras internas. La única institución que tiene una vocación transfronteriza son los Comités de Desarrollo e Integración Fronteriza, con funcionamientos dispares según el tramo de frontera del que se trate y, en el mejor de los casos, son un espacio de reuniones y reconocimientos mutuos institucionales, sin capacidades para tomar decisiones.

Esto tiene implicaciones prácticas diversas, en particular una en el ámbito intelectual al que quiero referirme. Al mostrar un interés limitado en las fronteras, los Estados latinoamericanos y sus proyectos integracionistas no han favorecido, salvo excepciones, la maduración de comunidades epistémicas entendidas como redes especializadas que puedan ofrecer visiones integrales en temas demandantes y que sean capaces de influir en las políticas públicas. En consecuencia, en este como en otros temas, nuestra realidad –fronteras marcadas por la informalidad, con retrasos institucionales notables– aparece secuestrada por otras agendas de investigación. Ello es visible, por ejemplo, en el énfasis que se viene dando a las prácticas paradiplomáticas formales como ejemplos de concertaciones multinivel (la agenda europea), sin tener en cuenta las más relevantes miríadas de concertaciones cotidianas que ocurren fuera del ámbito formal. O, lo que es aún más grave, en el predominio de una visión de las fronteras como zonas de criminalidad (la agenda estadounidense) que intenta explicar sus dinámicas como resultado de los tráficos ilegales de personas, armas y drogas, dato este último insoslayable pero que ni remotamente puede explicar toda la complejidad de estas regiones.

Las fronteras latinoamericanas son mucho más que esto y constituyen oportunidades para un planeamiento del desarrollo inclusivo en beneficio de millones de personas que las habitan. Hacerlo pasa inevitablemente por un diagnóstico desprejuiciado y por una arquitectura institucional que asuma sus dinámicas «desde abajo» como elementos inseparables de la vida en las fronteras.

¿Qué nos deja la pandemia?

La pandemia de covid-19, ante todo, nos ha asustado. Y las situaciones de pánico son malos momentos para la meditación razonable. De ahí la aceptación que han tenido las predicciones de pasarelas anunciando nuevas eras, ya sea el final inevitable del capitalismo o su triunfo final sobre toda esperanza de cambio. Sin embargo, si atendemos cuidadosamente a los efectos de la pandemia, no es difícil apreciar que no son otra cosa que el develamiento de tendencias que ya existían en el capitalismo contemporáneo –la funcionalidad mayor del capitalismo asiático y de sus formas de sociabilidad, el costo social insoportable del neoliberalismo, la gravosa erosión ambiental, etc.– y que van a generar inevitablemente formas diferentes de funcionamiento capitalista en el futuro, pero no un cambio social y cultural fundamental pospandemia, a menos que los movimientos sociales y políticos se encarguen de ello. Los virus no producen per se, nunca lo han hecho, cambios sociopolíticos sustanciales. De eso se ocupan las urnas y las barricadas, según el caso.

Con las fronteras ha sucedido lo mismo. Muchas han sido cerradas, pero volverán a estar abiertas satisfaciendo la compleja trama de intereses económicos (de abajo y de arriba) y de proyectos de poder territoriales. Sus disfunciones se han acrecentado. En un punto de la frontera entre Chile y Bolivia vimos aglomerarse a miles de migrantes bolivianos en la mayor vulnerabilidad imaginable, deseosos de regresar a su país de origen. El gobierno boliviano de facto les negó la entrada por muchos días argumentando peligros de contagio. En consecuencia, las familias bolivianas tuvieron que vivir semanas enteras en lugares improvisados y asistidas por los magros recursos de las municipalidades chilenas y por las donaciones solidarias en Chile. Solo al cabo del tiempo se produjo el arribo de ayuda estatal chilena y el permiso de internamiento en el territorio boliviano.

Se trató de un caso de biopolítica desnuda, en el que los migrantes bolivianos eran reducidos a cuerpos biológicos susceptibles de infectarse e infectar y eran detenidos en una frontera que hubieran podido atravesar libremente en virtud de sus atributos categoriales de ciudadanía. Un dato congruente con la nueva derecha fundamentalista en América Latina –de la que el gobierno de facto boliviano es un ejemplo–, del racismo y la aporofobia que la caracteriza y que, en general, caracteriza a la elite política boliviana. Pero también si asumimos la vulnerabilidad permanente de esa migración, regularmente una migración transfronteriza, que en Chile –con una elite tan aporofóbica y racista como la boliviana– subsiste excluida de toda protección social16.

El covid-19 fue la tormenta perfecta que hundió a estos miles de personas en la vulnerabilidad más miserable. La frontera fue su escenario. Finalmente, los bolivianos cruzaron y pudieron regresar con sus familias. Con toda seguridad volverán el próximo año, porque ellos lo necesitan y porque la economía chilena no sobrevive sin ellos, y volverán a encarar los rigores de los controles abusivos y del intercambio desigual que sufren en cada paso buscando un mundo mejor. Porque la frontera, recordando nuevamente la poética de Alberto Ríos, sigue siendo lugar de choques de pedernales y aceros que producen inmensas fogatas: «el coágulo de sangre en el arroyo de la vena».

  • 1.

    M. Augé: Los no lugares. Espacios del anonimato, Gedisa, Barcelona, 2000.

  • 2.

    E. Morin: Sociología, Tecnos, Madrid, 2000, p. 154.

  • 3.

    H. Lefebvre: La producción del espacio, Capitán Swing, Madrid, 2013.

  • 4.

    M. Agier: Borderlands, Polity, Cambridge, 2016.

  • 5.

    Para una reseña de esta interesante contraposición de puntos de vista, ver H. Dilla: «Los complejos urbanos transfronterizos en América Latina» en Estudios Fronterizos, nueva época, vol. 16 N° 31, 1-6/2015.

  • 6.

    N. Tassi: The Native World-System: An Ethnography of Bolivian Aymara Traders In The Global Economy, Oxford UP, Nueva York, 2017.

  • 7.

    M. Lube Guizardi, Eleonora López Contreras, Esteban Nazal Moreno y Felipe Valdebenito Tamborino: Des/venturas de la frontera. Una etnografía sobre las mujeres peruanas entre Chile y Perú, UAH, Santiago, 2019.

  • 8.

    Étienne Balibar: Ciudadanía, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2013.

  • 9.

    Nicole Ehlers y Jan Buursink: «Binational Cities: People, Institutions and Structures» en Martin Van der Velde y Henk van Houtum (eds.): Borders, Regions and People, Pion, Londres, 2000.

  • 10.

    Lawrence Herzog: Where North Meets South: Cities, Space, and Politics on the United States-Mexico Border, University of Texas Press, Austin, 1990.

  • 11.

    Ministério da Integração Nacional: «Proposta de reestruturação do Programa de Desenvolvimento da Faixa de Fronteira», Brasilia, 2005.

  • 12.

    H. Dilla: «Los complejos urbanos transfronterizos en América Latina», cit.

  • 13.

    K. Nweihed: Frontera y límite en su marco mundial, Equinoccio, Caracas, 1990.

  • 14.

    H. Dilla y Karen Hansen: «El gobierno de las territorialidades transfronterizas internacionales: la experiencia latinoamericana« en Geopolítica(s) vol. 10 N° 2, 2019.

  • 15.

    A. Hurtado y J. Aponte: «¿Hacia un gobierno transfronterizo?: explorando la institucionalidad para la integración colombo-peruana» en Estudios Fronterizos vol. 18 N° 35, 2017.

  • 16.

    Hagamos notar, sin embargo, que no solo en la derecha se han podido encontrar estas muestras vergonzosas de aporofobia e insensibilidad social. Cuando miles de venezolanos que intentaban regresar a su país comenzaron a aglomerarse en la frontera, un alto funcionario del gobierno de Nicolás Maduro los llamó «bombas biológicas» dirigidas a contaminar Venezuela. El calvario de los venezolanos en Cúcuta no ha sido más llevadero que el de los bolivianos en Colchane. Audio de las declaraciones de Lisandro Cabello, secretario de Gobierno del estado Zulia, en <https://twitter.com/gbastidas/status/1263605024955006977>

Las fronteras, los muros y sus agujeros - Haroldo Dilla Alfonso - Tema central
NUSO Nº 289 / Septiembre - Octubre 2020

https://nuso.org/articulo/las-fronteras-los-muros-y-sus-agujeros/


El pensamiento lineal y los argumentos polares binarios o excluyentes ya no alcanzan para comprender la realidad, en tanto las posibilidades de comprender complejidades permite argumentaciones mejores y mas completas que permiten tomar mejores decisiones.


Diferentes sensibilidades, emociones y racionalidades permiten modelos conceptuales que interpretan mejor los sucesos y las intenciones. Los dentro/fuera; arriba/abajo; izquierda/derecha, no permiten comprender porque los actores toman las decisiones que toman y la relaidad se presenta de las formas en que lo hace. Es que la “ideología” solo explica una parte de la historia y no siempre articula de forma racional o sistemática las formas en que se presentan los hechos y como estos pueden ser interpretados.

¿cómo funciona nuestra cognición? la Teoría del Cambio Conceptual permite dilucidar algunos de sus principales

supuestos epistemológicos subyacentes. De entre supuestos, destacaremos aquellos que se aproximan a comprender nuestra cognición de manera dinámica y contextual. En efecto, tal aproximación, justifica, a nuestro entender y entre varias otras cuestiones, la urgencia y necesidad de reconocer los emergentes marcos teóricos epistemológicos sobre la cognición que, actualmente y en progreso, parecen sustentar la investigación de vanguardia sobre el cambio conceptual. Más específicamente la cuestión clave consistirá en examinar si los aportes de los denominados enfoques postcognitivistas de la cognición, puede o no considerarse una especie de andamiaje epistemológico adecuado, para la teoría del aprendizaje en general y para la teoría del cambio conceptual en particular.

Puesto que la Teoría del Cambio Conceptual (TCC) es uno de los principales objetos de investigación dentro de la epistemología, entre otros tantos campos de investigación, nuestro principal objetivo será dilucidar algunos de los principales supuestos epistemológicos subyacentes a dicha teoría. En efecto, al revisar la literatura sobre el tema, se puede observar ciertos acuerdos, y esto con algunos matices, al momento de defender que algunas de las principales premisas teóricas del cambio conceptual proceden, en gran medida, de las contribuciones que algunos de los principales epistemólogos han hecho a lo largo de la historia del siglo XX: . De entre ellos podemos destacar los aportes que al respecto han hecho, entre otros, Thomas. Kuhn, Karl Popper e Imre Lakatos a quien en este trabajo prestaremos especial atención a propósito de lo que él denomina “proyectos de investigación”.

Pero también, el tener en cuenta estas procedencias, de tipo epistemológicas, colaboraría a la hora de fundamentar por qué la investigación sobre el cambio conceptual, resulta de fuerte importancia tanto en el campo educativo como epistemológico. Con el propósito de justificar tal relevancia, es hacia ambos cambios disciplinares a los que nos orientaremos en este trabajo considerando, a modo de nudo teórico, los denominados enfoques postcognitivistas de la cognición. Abordar la TCC de este modo considera, a nuestro entender, la urgencia y necesidad de reconocer los emergentes marcos teóricos epistemológicos sobre la cognición que, actualmente y en progreso, parecen sustentar, entre tantas otras cuestiones, la investigación de vanguardia sobre el cambio conceptual. Más específicamente nuestra cuestión clave consistirá en examinar si los aportes de los nuevos enfoques de la cognición pueden considerarse una especie de andamiaje epistemológico adecuado para la teoría del aprendizaje en general y para la TCC en particular.

El estado actual de las investigaciones teóricas acerca del concepto de cognición y lo que se denomina el “nuevo paradigma de la mente”, estimar si se puede, o no, establecer cierta proximidad entre la TCC y los denominados enfoques post-cognitivistas de la cognición. Los debates a lo que nos referimos en este trabajo, da cuenta de algunos, de entre tantos, problemas epistemológicos que a propósito de esta particular teoría del aprendizaje se originan. Luego de atender, de manera general, a una de las principales rupturas originarias epistemológicas subyacentes y originarias de la TCC, examinamos otra particular ruptura, aún en desarrollo según nuestro entender, que parece dar cuenta del un “nuevo paradigma de la mente”. Así, hemos propuesto abordar la TCC a través de lo que hemos denominado la lectura metodológica y metafísica de los enfoque postcognitivista y la articulación mente/cuerpo/mundo, destacando el profundo impacto que tal abordaje puede causar en la investigación pedagógica. De esta manera, nuestro aporte, en base la investigación teórica epistemológica sobre el estudio de la cognición, apuesta a innovadoras transformaciones educativas al momento de articular nuestros procesos cognitivos con la importancia primordial del contexto en los procesos de aprendizaje. Quizá lo procesos de aprendizaje requieran adecuarse a las nuevas visiones “dinámicas” de la cognición que los enfoques postcognitivistas proponen, sin que ello implique posicionamientos rupturistas ni confrontaciones estériles. La capacidad explicativa de los modelos cognitivistas se encuentra limitada, entre muchas otras varias cuestiones, por la aparición de algunos problemas que reflejan su insuficiencia para dar cuenta de la dinámica de los procesos cognitivos implicados en los procesos de enseñanza. Proponemos retomar “viejos” problemas epistemológicos de la TCC dado el “nuevo” programa de investigación que los enfoques postcognitivistas promueven. 

Las críticas que, de antemano, pretendan desechar la capacidad resolutiva de los enfoques postcognitivistas tal vez sean demasiadas precipitadas, como también lo serían aquellas que exageran la capacidad de estos enfoques por solucionar aquellos problemas aún pendientes de solución. Los enfoques postcognitivistas son un movimiento incipiente, y por ende, novedoso: sin dudas, queda aún mucho camino por recorrer. Por supuesto, queda pendiente en nuestra agenda de investigación profundizar esta propuesta, como así también extenderla hacia otras teorías del aprendizaje. Como bien afirma Pozo, la investigación en el ámbito educativo, lejos de ser coherente, está constituida por aportaciones diversas, tanto teóricas como metodológicas que no resultan fáciles de integrar (Echeverría et al., 1998). Sin dudas, y aunque es un tarea ardua integrarlas, la investigación epistemológica, visto los nuevos teóricos sobre el estudio de la cognición, promete un largo y apasionante camino por recorrer de forma conjunta con la investigación pedagógica en general, y con aquella relacionada con la Teoría del Cambio conceptual en particular.


Estas como otras herramientas que impulsan formas de abordar el conocimiento e interpretar las formas en que nuestro cerebro procesa las ideas y conceptos con que los que argumentamos nuestras ideas del mundo y de la realidad, estan produciendo cambios paradigmáticos a la hora de elaborar teorías y de producir conocimiento. De como estos hallazgos se traduzcan en “mentalidades” capaces de modificar las miradas y conceptualizaciones respecto de la realidad, serán las formas de pnesarla y de pensar sus problemas y transformaciones.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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