Monopoly Game

 

Domingo 25 de octubre de 2020

No solo se trata de un puñado (8% de los Argentinos) que pasan sus días jugando al Monopoly con las divisas nacionales y extranjeras, especulan y fuerzan “golpes de mercado” apostando por la desestabalización financiera en estos días de la peste. Se trata de la democracia y de sus contenidos. De las decisiones que definan un rumbo y un sentido a esta. Se trata de decidir que Argentina queremos los argentinos para los argentinos y como nos queremos ubicar en el mundo ...

Es miércoles al mediodía. De repente los principales portales pro establishment publican la información –el rumor, en realidad– de supuestos controles en las cuevas de la Ciudad de Buenos Aires. Aparece la primera imagen de esas intervenciones. Decenas de gendarmes armados como Robocops que entran y salen de edificios y galerías sobre Florida y otras calles de la zona.

Los “mayoristas”, es decir los peces gordos que mueven millones en esas cuevas, avisan “por hoy no operamos”. Pero el dólar blue sigue aumentando. ¿Por qué dejarían de operar los cueveros? ¿A qué le tienen miedo? ¿Una confesión de parte publicada en los portales de la City? ¿Fue la reacción de quienes saben que realizan a diario operaciones ilícitas, que al mismo tiempo contribuyen a generar el clima propenso para una devaluación?

La redada nada tiene que ver con la ley cambiaria: es en el marco de una causa por narcotráfico en donde sí se utilizan algunas financieras para lavar dinero de esa actividad. Pero los cueveros saltaron solos.

Quizás haya que darles palos y zanahorias. Hay que volver a los controles cruzados entre el Banco Central, la UIF, la AFP”, piensa un analista que suele estar frente a las pantallas del mercado y observa con sorna la situación. No sólo habla por el mercado blue, que no mueve la aguja de la economía más que en las expectativas. Apunta a los grandes Fondos y empresas que juegan con el fuego de la presión cambíaria.

La escena cinematográfica que frenó momentáneamente a los cueveros no le quita lo dramático al contexto, donde el lawfare vuelve a jugar sus fichas. El pasado 4 de agosto los peritos de la Corte Suprema de Justicia elaboraron un informe sobre la causa por dólar futuro impulsada por Cambiemos donde constataron la inexistencia de delito.

Las defensas de lxs imputadxs –la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el ex titular del BCRA Alejandro Vanoli y quien actualmente ejerce ese cargo, Miguel Pesce, el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, entre otros– solicitaron sus sobreseimientos de inmediato pero los jueces José Antonio Michilini y Ricardo Ángel Basílico entendieron que había que llegar al juicio oral. Adrián Federico Grunberg fue quien argumentó sobre la inexistencia de delito y automáticamente solicitó su excusación del expediente.

Los jueces saben que no hay delito pero hay quienes quieren la foto durante el juicio”, explicó uno de los investigadores del caso. Una foto con Cristina, Kicillof y Pesce en un juicio oral por una causa armada por Cambiemos que pone la lupa sobre el rol del Banco Central para controlar a los agentes económicos que especulan con el tipo de cambio también podría formar parte de la actual saga de puja de poder con la que debe lidiar el Frente de Todos.

Nafta

Nos están incendiando el país, eso es verdad. Pero el problema es que nosotros le estamos prestando la nafta a una tasa del 24 por ciento”, dice un analista del mercado con cercanía ideológica al Gobierno.


 El gobierno, en el contexto de la pandemia, incrementó el gasto público a través del programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) con 149.000 millones de pesos distribuidos al sector privado y otros 90.000 millones por cada pago del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) para casi 9 millones de beneficiarios. Hasta ahí todo bien. Pero los dólares empezaron a fugarse cuando las empresas que tomaron préstamos a una tasa subsidiada del 24 por ciento por un total de 409.000 millones de pesos, según el último dato de Jefatura de Gabinete informado en el Senado, lo destinaron a dolarizar sus activos a través del contado con liquidación o con el adelanto en el pago de deuda o la sobrefacturación de importaciones. “Es plata que se utilizó para todo lo que no querías que se utilizara”, graficó el analista aliado.

También “existió una administración defectuosa del Comercio Exterior, donde hubo muchas concesiones hacia quienes quieren presionar”. Entre enero y agosto hubo un saldo comercial positivo de 10.000 millones de dólares pero ingresaron solamente 6600 millones. En el mismo lapso el volumen de las importaciones, según los contenedores registrados por la Aduana, tuvo una caída del 24 por ciento. Pero la demanda de dólares para tal fin registró un incremento del 24 por ciento en promedio. Con algunas subas por demás significativas: las cerealeras, en vez de liquidar las divisas prometidas, consumieron un 174 por ciento más de dólares; la industria automotriz incrementó el pago por importaciones en un 56,3 por ciento mientras que la industria química, del caucho y los plásticos registró una suba de sus importaciones del 30 por ciento.

Brechas

La semana arrancó con los anuncios de nuevas regulaciones sobre la cuenta capital para dar marcha atrás con las medidas implementadas el 15 de septiembre. El diagnóstico del ministro de Economía Martín Guzmán fue que al establecer un parking de quince días y prohibirles a los Fondos de Inversión extranjeros la operatoria por CCL, el mercado se achicó y por ende aumentó la cotización del tipo de cambio financiero.

A los Fondos que habían comprado títulos en pesos en 2018 para salvarle las papas al macrismo se les había prometido la emisión de un bono en dólares para que pudieran salir del país de manera ordenada. Se pensaba emitir títulos por 1.500 millones de dólares en tres tandas que nunca llegaron. Guzmán tenía aprobada esta estrategia hace varias semanas. Pero recién el lunes se anunció que en noviembre habrá una subasta por 750 millones de dólares. Desde Economía informaron que la prioridad era “estabilizar el contado con liquidación más que lograr una baja forzada”. “La prioridad pasa por quitar volatilidad”, enfatizaban.

El jueves el dólar blue cerró en 190 pesos y el CCL en 180. Al día siguiente, el paralelo –que sólo impacta en las expectativas de una devaluación– llegó a 195 pesos pero el CCL bajó a 173 pesos luego de una fuerte intervención del Central. La semana pasada había cerrado cerca de 169 pesos. “Estos valores son de pánico, de desconfianza absoluta, no tienen nada que ver con un tipo de cambio de equilibrio”, enfatizó Agustín D’Attellis, director de AD Consultores, en diálogo con El Cohete.

Si el gobierno pretende que esos Fondos se vayan ahora con un tipo de cambio alto para después estabilizarlo, pecan de inocentes. La única manera de disciplinarlos es haciéndoles perder plata. Que compren a 180 pesos y después bajarlo a 130. Y mi temor es que con la promesa del bono en dólares para una salida ordenada se haya cometido el mismo error que con las cerealeras, a las que se les bajaron las retenciones pero no hubo una negociación certera para que efectivamente liquiden los granos almacenados”, explicó otro analista cercano al gobierno.

¿Quién se hace cargo?

¿Error de cálculo? ¿Falta de cintura política de lxs funcionarixs? ¿Falta de coordinación entre los ministerios? Días atrás un representante de la UIA insinuaba que “alguien prometió que con la baja de retenciones iban a ingresar miles de millones de dólares pero se ve que los chacareros no quieren vender”. Se prometieron entre 3.000 y 4.000 millones extras en quince días. Pero los dólares no aparecieron. “¿Quién se hará cargo de ese cálculo?”, interpelaba el industrial.


 
En la semana del 17 de octubre la agroindustria liquidó 354 millones de dólares. Y en la que acaba de terminar, 408 millones.

Hasta ahora el único que se hizo cargo del fracaso de esta medida fue el propio Alberto Fernández. En un reportaje con Alejandro Bercovich en su programa Brotes Verdes, el Presidente sostuvo: “Hasta aquí debo confesarle que no han servido. Pero no sé. Todavía tenemos un tiempito por delante y por ahí entienden la necesidad de que esas divisas se liquiden”.

Desde el gabinete económico habían señalado que en realidad no había ninguna estimación certera sobre cuánto más podrían liquidar hasta fin de año en función de los granos almacenados por los grandes productores y de los adelantos que ya había hecho luego de las PASO.

Y mientras continúen los actuales niveles de brecha entre los tipos de cambio, nada garantiza que cuando llegue marzo los grandes jugadores empiecen a desprenderse de los granos. Más bien podría ocurrir todo lo contrario. Que se sigan sentando sobre ellos a la espera de la devaluación que están construyendo… grano a grano.

Golpe de mercado

Y en el medio de todo este torbellino, los bonistas que ingresaron en la última reestructuración, nucleados en el Ad Hoc Group of Argentina Exchange Bondholder y Argentina Creditor Committee emitieron un comunicado que apuntó directamente al corazón de Guzmán.

Ya no es plausible que el gobierno de la Argentina culpe de sus problemas al legado económico que heredó. Después de casi un año en el cargo, el gobierno argentino aún tiene que ofrecer una visión económica coherente y sostenible a la sociedad argentina y a los mercados”, escribieron. Pero antes de esas líneas insistieron en que la reestructuración que había encarado la Argentina, de la que ellos fueron parte, no sirvió de nada “porque no ocurrió la reapertura del mercado de crédito y porque los precios de los bonos están más bajos que antes de las PASO”.

¿Por qué este comunicado ahora? ¿Qué Fondos de inversión estuvieron detrás? Desde Economía minimizaron el peso de los actores involucrados. Dejaron trascender el nombre de Mangart Capital, un fondo suizo que participó de las negociaciones con el ministro. En cambio, no participaron BlackRock ni Ashmore.

Aunque desde el Palacio de Hacienda brindaron otra pista algo más elíptica: “Algunos quedaron con heridas abiertas por confiar en un modelo que estaba destinado al fracaso (el macrista), quedando en una posición poco cómoda”.

¿A quiénes señalaban? Probablemente a los Fondos extranjeros que compraron títulos en pesos –los BOTES de Caputo– que ahora presionan para irse a través del CCL, entre ellos Fidelity, Pimco y Templeton. Es decir los mismos actores a los que el gobierno intentó “calmar” con la promesa de la subasta de dólares para noviembre pero que estarían dispuestos a irse a cualquier precio. Ese comunicado forma parte de la negociación con el FMI. Lo único que no debería hacer el gobierno es convalidar el golpe de mercado en curso con la devaluación que están buscando .

( https://www.elcohetealaluna.com/una-semana-a-puro-dolar/ )

Un viento fresco, cargado de esperanza, sopló por estas latitudes. Por un instante borró las miserias de una pandemia desbocada y dejó escuchar el grito desgarrador de miles de ciudadanos de a pie expresando su voluntad de construir un mundo mejor. En Bolivia, la Argentina y Chile, con distinta intensidad y diferentes grados de organización, vastos sectores populares reivindicaron principios éticos de todos los tiempos. Por un instante, el fulgor de estos reclamos contrastó con la oscuridad de un fascismo que, aprovechando la pandemia, busca ampliar su impronta en el mundo entero.

La igualdad de derechos ante la ley, la inclusión social y económica y la participación en las decisiones que rigen los destinos de los ciudadanos son hoy los ejes que unifican las reivindicaciones de los muchos que nada tienen frente a los pocos que dominan al mundo. Recogiendo místicas y experiencias del pasado, un nuevo proyecto de vida pugna por nacer en la oscuridad del ocaso de un capitalismo global monopólico que reafirma su hegemonía, multiplicando las muertes, el fanatismo y el odio, y colocando a la humanidad a un paso de una violencia geopolítica de consecuencias imprevisibles. Fragmentar al infinito, polarizar sembrando el miedo, cooptar los pedazos rotos con un relato de odio colectivo que apela a la irracionalidad y se impone con la violencia: esa es la dinámica que hoy reproduce a la usura como eje central de la vida social.

Las guerras y los saqueos han sido formas de apropiación de riqueza, dinero y poder a lo largo de los tiempos y en sociedades con distintos regímenes políticos y diferentes formas de organización social. Lo mismo ha ocurrido con la usura. Desde muy temprano los seres humanos descubrieron que el cobro de un interés excesivo sobre un préstamo podía no solo derivar en la perdida de la libertad y de la vida, sino también llevar a la destrucción social. La usura, esa práctica predatoria, donde la acumulación sin limites de bienes y/o dinero por parte de un individuo lleva a la destrucción del otro, provocó en la Antigüedad un rechazo social expresado en revueltas populares y creciente inestabilidad social y política. A estos estragos se sumo la erosión de los tributos de los Estados, derivando en pérdida de recursos humanos y materiales indispensables para enfrentar las guerras, hambrunas y catástrofes naturales. De ahí que, cerca del 2.500 A.C., los gobernantes de la Mesopotamia instituyeran la practica de condonar periódicamente ciertas deudas consideradas excesivas e impusieran limites a los intereses a cobrar y sanciones a su transgresión. Asimismo, el rechazo social a la usura se tradujo en una fuerte condena moral y social expresada en las obras de arte de todos los tiempos y en los códigos, religiones y filosofías más antiguas de la humanidad. Con el correr del tiempo, la usura fue naturalizándose.

La conformación del FMI luego de los Acuerdos de Bretton Woods en el siglo pasado habría de contribuir a transformar a la usura en una práctica saludable: el endeudamiento ilimitado, es decir la sustitución de deuda vieja por deuda nueva pasó a ser el principio rector de las buenas prácticas, indispensable para lograr el crecimiento económico de las economías más pobres y en vías de desarrollo. Así, el endeudamiento impulsado por tasas de interés abusivas, capitalización de intereses y crecimiento exponencial de la deuda originalmente contraída, derivó en ciclos cada vez mas cortos de crisis de endeudamiento, bloqueo del desarrollo industrial autónomo y crecimiento de la pobreza en los países en desarrollo. Pronto, sin embargo, el endeudamiento ilimitado habría de constituirse en práctica “saludable” y necesaria también en los países centrales. Esto derivó en la crisis financiera de 2008, que aun no ha sido resuelta.

En este contexto, un reducido núcleo de grandes monopolios tecnológicos y financieros ha alcanzado un poder que trasciende el terreno de la economía y desborda hacia la política y los medios de comunicación. La usura hoy alude a un comportamiento predatorio que maximiza no solo ganancias económicas sino también el control en todas las áreas de la vida social. La contrapartida de este fenómeno es una fragmentación y dispersión social y una creciente pérdida de control que trasciende a las condiciones de trabajo y atañe a la vida, la voluntad y los deseos de los individuos. Un grupo de corporaciones controla los medios de comunicación y las redes sociales e impone un relato oficial donde las ficciones sustituyen a la realidad. La brutal concentración del poder constituye el caldo de cultivo para la hegemonía de un relato fascista que busca controlar el disenso infundiendo miedo, detonando odio y anulando la capacidad de reflexión.

A este mundo llegó la pandemia y su impacto sobre la economía mundial acelera las transformaciones estructurales y los conflictos sociales y geopolíticos. Hoy la concentración del poder escala a niveles impredecibles y la manipulación de la vida, las ideas y los deseos se hace explicita. Paradójicamente, estos fenómenos contribuyen a iluminar las causas de los problemas que nos aquejan.

La Reserva y los monopolios tecnológicos en la crisis

Desde mediados de marzo, la intervención de la Reserva Federal en los mercados financieros provocó un aumento de la concentración del capital liderado por cinco corporaciones tecnológicas que hoy representan más del 22% del valor de capitalización de mercado del S&P500 (zerohedge.com 24 5 2020). Esta situación coexiste con una enorme precariedad financiera. Esta semana la Reserva adoptó regulaciones técnicas destinadas a reducir el impacto que la ocurrencia de un problema financiero en algunos de los seis grandes bancos del país podría tener sobre el conjunto del sistema financiero  (wallstreetonparade.com. 21 10 2020). Las medidas apuntan a la interconexión de los activos financieros y de la deuda con derivados de estos bancos (i.e: instrumentos financieros cuyos valores derivan del precio de otros múltiples activos). Hacia septiembre de 2019, cinco de los megabancos norteamericanos poseían el 88% del total de derivados en bancos norteamericanos. Esta tenencia iba desde un máximo de 54,9 billones (trillions) de dólares en manos del JPMorgan, a un mínimo de 36.2 billones (trillions) de dólares en posesión del Morgan Stanley. Hoy la magnitud de la deuda en derivados de estos bancos y su grado de interconexión supera a las condiciones que detonaron la crisis de 2008 (wallstreetonparade.com 25 2 2020). Un problema en cualquiera de estos bancos puede transferirse rápidamente al resto y no existe cantidad de dólares en el sistema financiero suficiente para apagar un incendio semejante.

Preocupada por esta situación y por la falta de aprobación por parte del Congreso de un nuevo programa de estímulo a la economía, la Reserva Federal ha anunciado que está estudiando la posibilidad de digitalizar al dólar (zerohedge.com 19 10 2020). Esto “permitiría que cada norteamericano tenga una cuenta en la Fed en la que esta depositaria dólares digitales que podrían utilizar los consumidores en caso de una emergencia” (clevelandfed.org 23 9 2020, bloomberg.com 1 8 2020). Así, la Reserva podría reactivar rápidamente la economía, abaratar costos e incorporar al mismo tiempo a sectores de la población que no han sido bancarizados. Todo esto tendría un enorme impacto sobre el sistema financiero, afectando a la banca comercial. En última instancia, implicaría una concentración del poder en manos de un numero muy reducido de funcionarios que podría controlar el flujo de todas las transacciones, locales e internacionales, desde el principio hasta el final. Asimismo, una eventual sustitución de los dólares físicos por los digitales también aumentaría enormemente el poder de la Reserva sobre la economía y las finanzas mundiales, quitando independencia monetaria y cambiaria a los bancos centrales de los países del mundo, especialmente a aquellos con deudas en dólares y/o con monedas débiles.

El proyecto de la Reserva enfrenta, sin embargo, la creciente competencia de un numero reducido de monopolios tecnológicos que aspira a introducir sus propias monedas digitales para expandir su control sobre los mercados y sobre su propia clientela. Estos grupos han adquirido un rol político cada vez mas importante, debido a su capacidad para manipular información e incidir en las próximas elecciones. Esta semana el escándalo de unos mails descubiertos en computadoras de Hunter Biden que involucrarían a su padre en negociados corruptos en Ucrania y China, aumentaron en intensidad. Esto ocurrió a pesar del bloqueo total a la circulación de esta información impuesta por las redes sociales y la mayoría de los medios de comunicación. Ante esto, las redes y los medios pasaron a una nueva fase en la campaña de desinformación:  las computadoras y los mails de Hunter Biden serian ahora el producto de una conspiración de Rusia para provocar la derrota electoral de su padre (zerohedge.com 19, 20, 22, 23, 2020).

Dólar, concentración económica y desestabilización política

El fracaso de los festejos virtuales del 17 de octubre contrastó con el éxito de la movilización convocada por los Moyano y el sindicalismo combativo (Fresimona, CTA, Corriente Federal) para el mediodía, seguida por un constante fluir de vehículos “autoconvocados” que pusieron de manifiesto en todo el país el apoyo al gobierno y la esperanza de un futuro mejor. Esta alegría quedó, sin embargo, rápidamente sumergida bajo el peso de una semana signada por una continua arremetida contra el gobierno en el mercado de cambios, al mismo tiempo que el lenguaje violento y racista escalaba en convocatorias a “algún guapo con ganas de pegarle a un negro de mierda de esos que odiamos tanto” y en el llamado “a los falcons verdes para ‘impartir’ la justicia a la medida ideológica de Grabois y Cía” (ámbito.com 23 10 2020).


 Estas expresiones, provenientes de amigos y correligionarios macristas de Luis Miguel Etchevehere, ex presidente de la Sociedad Rural y ex Ministro de Agroindustria de Macri, y de una actual diputada del JxC por la provincia de Córdoba, desnudan el incendio fascista que algunos están dispuestos a provocar con tal de desestabilizar al gobierno. Al mismo tiempo, las alternativas del conflicto dentro de la familia Etchevehere  y la donación de parte de la herencia de Dolores a  un proyecto de cooperativa ecológica organizado por la CTEP, desnuda uno de los nudos gordianos que han encerrado al país en el estancamiento económico y la creciente miseria: la existencia de grandes productores agropecuarios dispuestos a impedir por cualquier medio una transformación productiva que garantice seguridad alimentaria, inclusión social y cuidado ecológico de los suelos.

En su lugar tenemos un país rehén de la especulación con el tipo de cambio, la liquidación de divisas, el precio internacional de los commodities y la retención de cosechas y de exportaciones. Así, siendo este un país con capacidad para alimentar a mas de 400 millones de personas, hoy tiene a cerca de la mitad de la población sumergida en la pobreza y con hambre. De esta vergüenza, los grandes empresarios de los distintos sectores de la economía no se hacen cargo. Tampoco asumen responsabilidad alguna frente al gasto fiscal extraordinario que impone la pandemia. Por el contrario, exigen ahora al unísono junto con los entendidos de siempre: devaluación y mayor ajuste fiscal. Este es el grito de guerra que justifica la arremetida contra el tipo de cambio. Algo que el gobierno ha rechazado hasta ahora, porque la experiencia histórica indica que de ocurrir una devaluación no solo se multiplicaría la pobreza, sino que se abrirían las puertas a la hiperinflación. Un solo economista del establishment ha tenido la honestidad intelectual de advertir sobre este peligro (Ricardo Arriazu, lpo.com 22 10 2020). El FMI, a su vez, ha sugerido la necesidad de un programa económico coherente y ha mantenido un reiterado y sugestivo silencio frente a la posibilidad de otorgar una ayuda especial a la Argentina para combatir la pandemia. Un apoyo que ya ha concretado en otras economías emergentes.

Mientras tanto, arrecia el descontrol del mercado de cambios. Las medidas tomadas esta semana por el Ministro de Economía para descomprimir la presión que ejercen sobre el ccl los fondos de inversión extranjera atrapados en pesos, no han dado el resultado esperado y la brecha cambiaria del ccl y el blue en relación al oficial, llegaban hacia fines de la semana al 131,9% y 143.3% respectivamente. Más allá del tamaño relativo de estos mercados, este fenómeno acrecienta el riesgo de desabastecimiento y estampida de los precios. Por otra parte, el balance comercial del mes de septiembre muestra que el crecimiento de las importaciones y la caída de las exportaciones son coherentes con el comportamiento especulativo en el mercado de cambios por parte de los grandes exportadores e importadores. Así, los actores principales del modelo agroindustrial son la punta de lanza de una dolarización creciente de la economía. Este es precisamente el chaleco de fuerza impuesto al país por la yunta nefasta de Macri y el FMI, con el objetivo de borrar al populismo de la Argentina.

(https://www.elcohetealaluna.com/usura-y-fascismo/ )

Resolver la crisis cambiaria es muy sencilla. La receta está al alcance de la mano y es ofrecida por economistas todos los días. En una muestra de atraso ideológico y de debilidad de gestión, el gobierno de Alberto Fernández se niega a llevarla a la práctica. Son líneas de acción tan fáciles de comprender que sólo dogmáticos no las quieren aceptar. Son las siguientes:

1. Bajar el déficit fiscal (de 8,0 al 4,5 por ciento del PIB definido en el Presupuesto 2021 es insuficiente) y para lograrlo se debe reducir el gasto público.

2. Disminuir la emisión monetaria y frenar el financiamiento del Banco Central al Tesoro Nacional.

3. Reducir impuestos y, en esa línea, bajar las retenciones, además de no cobrar impuestos a los muy ricos.

4. Diseñar una reforma laboral.

5. Emitir señales promercado y proinversión privada porque los empresarios salvan a la economía.

Estos puntos se pueden resumir en "Plan económico con consistencia fiscal y monetaria", el cual generará un shock de confianza en los hombres de negocios, solucionará los problemas económicos y, por supuesto, tranquilizará el mercado cambiario.

Ese plan de shock debe estar acompañado con una devaluación para reducir la brecha cambiaria.

Pequeño detalle

Es tan básica y contundente la propuesta que invade con obscenidad el sentido común hasta convertirla en concepción fundamental de la acción de sindicalistas y empresarios.

Existe un pequeño detalle que no es mencionado por esos economistas e ignorado por sus habituales interlocutores que actúan de amplificadores de esas ideas en ámbitos políticos, mediáticos y corporativos: ese plan económico fue desplegado en varias ocasiones con saldo desastroso. Precipitó crisis económicas, sociales, laborales y políticas inmensas.

No han sido los supuestos 70 años de populismo lo que arrojó a la economía al estancamiento y al deterioro sociolaboral, sino esa receta de concentración y generadora de pobres.

Ese plan es un fiasco descomunal en términos teóricos, en la práctica y, en pandemia, un desquicio político.

No es necesario remontarse a la traumática experiencia de la dictadura cívico-militar, con José Alfredo Martínez de Hoz, ni a la de la convertibilidad, con Domingo Cavallo, para encontrar el desastre que genera el plan económico que hoy reclama el establishment.

Es suficiente con un mínimo esfuerzo de memoria de corto plazo para toparse con la catástrofe económica del gobierno de Mauricio Macri aplicando, precisamente, el ajuste fiscal y monetario que un coro de economistas hoy le reclama a Alberto Fernández.

Otro detalle que pasa desapercibido en el debate sobre el dólar es que esos economistas o sus herederos de la city, que tienen la fórmula para enfrentar la crisis, son los mismos que, algunos en la función pública y otros siendo fervientes defensores de esas gestiones y promotores del ajuste, fueron protagonistas de esos tres fracasos estrepitosos en términos del bienestar general y estabilidad macroeconómica.

Vulgar

La tarea que debe enfrentar Alberto Fernández es doble: no sólo debe reparar daños profundos de la herencia macrista, sino que tiene que eludir las fantasías que venden esos economistas, incluso algunos que se promocionan en el interior de la coalición de gobierno.

El desafío no es sencillo puesto que se requiere de firmes convicciones políticas para frenar la embestida del poder económico y sus voceros, que detrás del pedido de un "plan" buscan una devaluación brusca, que sería regresiva por el impacto inflacionario devastador en los ingresos de la población.

El análisis económico local es tan vulgar que ignora por completo que el 90 por ciento de la economía mundial está en recesión. Las políticas fiscal y monetaria expansivas han sido fundamentales para evitar una crisis todavía de mayor envergadura.

Existe un factor central en esta crisis que es ocultado hasta el absurdo: la pandemia. El coronavirus ha desmoronado a casi todas las economías; sólo China crecería este año apenas el 1 por ciento, la variación positiva más baja en los últimos 40 años para la potencia asiática.

No sólo se esconden los impactos negativos de la pandemia, sino que la economía argentina está en una situación relativa peor. La mayoría de los países puede emitir deuda para financiar los paquetes de emergencia para atender empresas, trabajadores y sectores vulnerados. Debido al pesado legado de la administración macrista, el Gobierno no sólo no pudo emitir deuda para financiarse, sino que tuvo que encarar un desgastante proceso de reestructuración de la deuda en default virtual con los más poderosos grupos financieros del mundo.

Anticuarentena = antiemisión monetaria

En el terreno del relato sobre qué hacer en esta crisis, liderado por una fuerza de derecha política y mediática abrumadora, la disputa sobre cómo influir en las expectativas sociales y económicas se encuentra desequilibrada.

La mayoría de los países, además de deuda, pudo emitir su propia moneda sin muchas restricciones. En cambio, la economía argentina lo pudo hacer pero con una intensidad menor, a un ritmo por debajo del promedio de la región y muchísimo menos en relación a países desarrollados.

Pese a ello, las críticas a la expansión monetaria han sido persistentes y la forma de debilitar esa casi exclusiva vía de financiamiento fue señalar que la suba de los dólares Bolsa y blue estuvo motorizada por esa emisión, sin ninguna prueba concluyente que permita respaldar esa sentencia.

Durante meses estuvieron asustando con el fantasma del desborde de precios y hasta de la hiperinflación por la emisión monetaria, situaciones que no se verificaron. Por el contrario, ha habido una caída de 20 puntos de la tasa de inflación interanual con una efectiva administración de precios y además con el control de precios clave: tipo de cambio oficial, tarifas y salarios.

La emisión monetaria fue el salvavidas para empresas, trabajadores y grupos sociales vulnerados.

Cuestionar la expansión monetaria y la consiguiente ampliación del gasto público tiene la misma lógica de quienes han fomentado con éxito la anticuarentena: que se mueran quienes se tengan que morir.

O sea, cuestionar la emisión monetaria que financió los programas IFE y ATP significa en los hechos desproteger económicamente a la mayoría de la población. Esto hubiera significado, en línea con la premisa anticuarentena, que se caigan del sistema quienes se tengan que caer.

A la derecha del FMI

No pocos pueden caer en la tentación de afirmar que pese a la red de emergencia la pobreza aumentó, la desocupación creció y la economía se desmoronó. Las últimas cifras oficiales de esos indicadores reflejan ese deterioro. Ese derrumbe fue provocado por la pandemia. Lo que no se menciona es que el dispositivo de auxilio, diseñado y aplicado en tiempo record, evitó que la caída sea todavía peor.

Quienes minimizan ese efecto amortiguador utilizan el mismo argumento perverso de los anticuarentena, que militaron las flexibilizaciones mintiendo que Argentina tenía la "cuarentena más larga del mundo", y ahora, conseguido el objetivo de la apertura con los consiguientes registros dramáticos de contagios y muertes en el ranking mundial, critican la política sanitaria y de cuidado y dicen que la cuarentena fracasó.

La red de emergencia no pudieron desarticularla pese a que lo han intentado con la prédica contra el gasto público y la emisión monetaria.

Tan a la derecha ha quedado ese discurso económico dominante que el Fondo Monetario Internacional, emblema de la ortodoxia económica, ha quedado a su izquierda. Es una situación impactante teniendo en cuenta la historia del FMI con Argentina. 

El Fondo sigue en el mismo lugar de siempre, defendiendo intereses de las potencias y de sus multinacionales (empresas y bancos), y en el caso específico de Argentina con el objetivo principal de garantizar el repago del inmenso préstamo entregado al gobierno de Macri. Pero en esta crisis global propone líneas de acción en materia fiscal y monetaria que desafía los análisis ramplones de economistas locales.

Salvataje

El último reporte "Perspectivas Económicas. Las Américas. La persistencia de la pandemia nubla la recuperación" del FMI muestra el nivel ridículo del debate que ofrece la mayoría de esos economistas.

Considera que fue fundamental la expansión monetaria y fiscal para salvar a las economías de la región de un derrumbe aún mayor. La caída del PIB latinoamericano se estima en -8,1 por ciento para este año, y en ese ranking Argentina retrocede 11,8 por ciento.

Los técnicos del FMI ofrecen un argumento irrefutable: el efecto macroeconómico de las medidas fiscales en América Latina y el Caribe evitó una caída adicional de 6-7 por ciento en promedio. O sea, sin la expansión monetaria y fiscal, el PIB de la región hubiera retrocedido 14-15 por ciento, y la economía argentina,18-19 por ciento con la consiguiente explosión sociolaboral.



Un ejercicio contrafáctico, teniendo en cuenta el impacto dramático que ha tenido la pandemia en términos económicos, sociales y laborales, sería determinar cuál hubiese sido el cuadro general sin esa emisión monetaria para financiar el gasto público de esos programas.

De acuerdo a un trabajo conjunto realizado por los ministerios de Desarrollo Productivo, Economía y de Trabajo, el IFE evitó que entre 2,7 y 4,6 millones cayeran en la pobreza y la indigencia.

El programa ATP, en tanto, fue fundamental para morigerar la reducción del empleo asalariado formal, que cayó 2,7 por ciento entre febrero y junio, muy por debajo del 10,3 por ciento registrado en Brasil y del 15,0 por ciento en Chile en el mismo período para la misma categoría ocupacional.

El informe del FMI afirma que "los países de América Latina y el Caribe desplegaron medidas en varios frentes para mitigar las secuelas inmediatas de la covid-19 en la salud y en el ámbito socioeconómico. Anunciaron un apoyo fiscal equivalente a aproximadamente 8 por ciento del PIB, en promedio".

Para concluir que esas medidas excepcionales fueron "cruciales para apoyar la actividad económica a fin de evitar desaceleraciones económicas aún más fuertes y repercusiones sociales más severas".

El debate económico local se orienta a cuestionar esas políticas expansivas culpándolas de la inestabilidad cambiaria.

Inconsistencia

El fiscalismo extremo de gran parte de los economistas del establishment es patético porque no pueden mostrar evidencia empírica del beneficio económico de esa obsesión. Aseguran que las crisis locales tienen origen en el desequilibrio fiscal, cuando la dinámica de las debacles exhibe en forma contundente que ha sido por la fragilidad del sector externo.

Otra vez no hay que remontarse a crisis lejanas; la macrista es una muestra traslúcida de esos disparates fiscalistas. En 2018 y 2019, a partir de un recorte brutal del gasto público, en especial en obras públicas y en áreas sensibles como Educación y Salud, el déficit fiscal primario (que no incluye el financiero) se redujo sustancialmente.

¿Qué pasó con la paridad cambiaria en esos años?

La devaluación fue brutal porque el problema no era fiscal, sino del sector externo por la desregulación absoluta de la cuenta capital y el déficit creciente del balance comercial por la apertura importadora.

El monetarismo fanático repite la misma inconsistencia. En esos últimos dos años del gobierno de Macri, el ajuste monetario fue salvaje con el objetivo de cumplir con el mandato "Base monetaria cero". El saldo de ese desvarío teórico y práctico fue desastroso: no sólo no bajó la inflación, sino que la tasa de variación de los precios trepó al 53,8 por ciento en 2019, el índice más elevado desde el estallido de la convertibilidad.

¿Qué pasó con la paridad cambiaria?

El tipo de cambio oficial registró una fortísima suba.

La secta de economistas experta en pronósticos fallidos reclama sin fundamentos el ajuste fiscal y monetario para controlar el dólar. Pero el estrangulamiento fiscal y la política contractiva no explican lo que pasa en el mercado cambiario, y no lo explicaron ni antes ni ahora.

( https://www.pagina12.com.ar/301485-las-recetas-de-los-economistas-mediaticos-para-el-dolar-ment )

Frente a la persistente pregunta acerca de las consecuencias políticas y sociales que dejará la crisis pandémica aparecen dos posibles respuestas: se profundizarán los procesos de individualización o se recrearán los lazos de solidaridad. El destino “postpandémico” no es una fatalidad, y su resultado tendrá mucho que ver con las formas de procesar lo que estamos viviendo. El análisis de los discursos mediáticos durante la pandemia, y su giro individualista, ayudan a pensar este interrogante y el futuro que queremos construir.

Desde la imprevista irrupción global de la pandemia, una de las preguntas que ha venido estructurando el debate público sobre este “hecho social total” concierne a sus consecuencias. Se trata de la pregunta por las consecuencias políticas, culturales y sociales que tendrá esta prolongada experiencia.

Quedó atrás aquella idea, que vista desde hoy luce algo ingenua, de esta crisis como un breve paréntesis luego del cual todo –y todos– volveríamos a ser como era antes. La larga circunstancia pandémica es también una circunstancia (re)formadora de subjetividades. Todas las crisis importantes (pensemos en el 2001 argentino o en la caída de las torres gemelas) producen un efecto sísmico sobre el subsuelo de valores de una sociedad. En este sentido, una crisis de la magnitud inédita como la que estamos transitando no provocará solamente consecuencias económicas, sino que además alterará las constelaciones culturales e ideológicas de Época. En este plano conviene distinguir entre impacto, visible, ruidoso e inmediato, y sedimento, aspecto referido a los efectos que se vienen incubando de manera menos evidente pero que se van expresar a través de diferentes manifestaciones o signos en los próximos tiempos. En otras palabras, el año 2020 dejará tatuada nuestra piel social y urbana.

¿Atomización o solidaridad?

En el plano sociológico, la incertidumbre admite diversas posibilidades: ¿la pandemia profundizará procesos de individualización o, por el contrario, favorecerá oportunidades para recrear lazos de solidaridad y sentidos de pertenencia? El sociólogo Robert Putnam, quien viene investigando y reflexionando sobre la pérdida de capital social y solidaridades en la sociedad contemporánea, lo sintetizó de la siguiente manera:  “El virus gira alrededor de una cuestión, somos un nosotros o somos un yo?”. La invocación de una voz perteneciente a la sociología comunitarista no es accidental: la sociología surge como disciplina inquieta –al igual que Putnam– por los efectos disolventes del ascenso anómico del egoísmo individualista al que asocia con la desintegración, el aislamiento y la atomización.

La hipótesis “pesimista” puede respaldarse con un conocido marco teórico y con mucha “evidencia empírica” experimentada durante estos meses: el miedo y la paranoia no estimulan los lazos solidarios ni tampoco fortalecen el capital social. Asimismo el aislamiento ya volvió “de hecho” la vida social más atomizada, retraída e individualista: hasta los muertos murieron en soledad, compartir se transformó en una amenaza y los cuerpos “aprendieron” a reprimir la abrasadora corporalidad argentina. A diario leemos noticias sobre las “heridas urbanas” que dejaría esta pandemia, según las cuales se producirían desplazamientos o diásporas equivalentes a las causadas por la fiebre amarilla.

Afortunadamente también existen argumentos en favor de un escenario sociológicamente menos sombrío. Desde marzo estamos enrolados en una experiencia plena y reflexivamente colectiva: participamos de un lenguaje social –y de nuevas prácticas asociadas con él– vinculado con la solidaridad y con la responsabilidad colectiva, que parecían melodías sociales olvidadas. Desde esta perspectiva, las ASPOS y DISPOS pueden ser pensadas como acciones colectivas en las que “decidimos” participar, con las intermitencias, imperfecciones y transgresiones propias de la realidad, a través de un insistente mensaje público: “toda conducta individual impacta sobre los demás”.

Otro elemento sobre el que podría apoyarse alguna clase de frágil optimismo es lo que ocurre en las plazas y en el espacio público. El paisaje urbano luce nuevamente invadido y la vida social, tras el confinamiento hogareño, resurge a partir de la imaginación participativa y de la espontánea reinvención social de actividades que, compatibilizadas con el nuevo contexto, se recrean en el espacio público. Al menos durante estos meses, se suavizaron tendencias hacia la privatización y segmentación que el mercado de consumo acentúa. Las plazas de los barrios vuelven a mezclar aquello que el mercado y los algoritmos separan y segregan. Y lo hacen bajo el sentido lúdico del estar juntos.

Representaciones mediáticas

Pero entonces, ¿saldremos más egoístas, potenciando el “yo neoliberal”, o resurgiremos con los músculos comunitarios y los valores públicos revitalizados? Nadie lo sabe. En un artículo publicado al inicio de esta experiencia aún se advertían las huellas de un optimismo que los últimos meses fueron desgastando. De cualquier manera, el destino no es una fatalidad y el horizonte que asoma es, también, un destino por hacer.


Ese destino (postpandémico) que estamos haciendo estará ligado con las formas en que procesemos lo que estamos “viviendo”, lo que nos pasó e hicimos en el 2020. ¿Y cómo asimilamos esta experiencia tan inédita? A través del lenguaje. A la hora de pensar el sedimento del ciclo pandémico, proponemos entonces una idea simple: el lenguaje importa, es decir, no solo el “deterioro material”. Por otra parte, debe considerarse que esa metabolización discursiva no es natural ni espontánea: es también un campo de batalla en el que compiten diferentes encuadres y marcos ideológicos desplegados por los distintos actores de la discusión pública, arena en la que los medios de comunicación se destacan como productores de representaciones simbólicas.

Con la pretensión de aportar una aproximación empírica preliminar al fenómeno, nos enfocaremos en el análisis del vértice mediático de un triángulo de tensiones en el que medios, política y públicos pugnan por la definición social de la realidad. Lo haremos  a partir del trabajo que realiza el Observatorio de Medios de la Universidad de Cuyo, que viene relevando el tratamiento informativo de la Covid-19 desde el mes de marzo en los diarios digitales más leídos del país.

Específicamente, nos interesa subrayar y reflexionar sobre uno de los hallazgos que surge de la observación del “comportamiento mediático” durante estos primeros seis meses de experiencia pandémica. Nos referimos al giro individualista en el ambiente discursivo.

Posiblemente una de las funciones más conocidas –y discutidas– de los medios de comunicación sea aquella referida a la incidencia sobre la agenda pública. Diversas investigaciones a lo largo de los años han demostrado que a través de la selección, omisión y jerarquización de eventos mediatizados las coberturas informativas son capaces, en determinados contextos y bajos ciertas circunstancias, de incidir en el debate social. Sin embargo, la construcción de un temario que se propone a la discusión ciudadana no agota la potencia mediática. Además de la mayor o menor relevancia brindada a un tema –resorte central de la agenda, es decir qué discutimos y dejamos de discutir–  los medios narran los asuntos de una determinada manera. Y en contextos de aislamiento social que potencian la relación no experiencial con una enfermedad que pone en riesgo la salud y la vida, las representaciones mediáticas de la pandemia adquieren una centralidad aumentada.

La literatura académica denomina “encuadre” a esa dimensión narrativa. Se trata de la estructuración de esquemas interpretativos de los temas que, a partir de una definición causal, una evaluación moral y un abanico de posibles soluciones sobre los problemas públicos tiñen de manera más o menos evidente, más o menos intencionada, moral e ideológicamente a los asuntos tratados. De esta manera, los encuadres mediáticos que catalizan el debate público aportan un sembrado explicativo de la realidad, dado que los discursos nunca son “puramente” descriptivos, ni se limitan a “mostrar” o “reflejar”. El lenguaje mediático, a través de la “representación”, participa de la construcción social de la realidad, esto es: de los imaginarios a través de los cuales la experimentamos y actuamos en y sobre ella. Esto no implica que necesariamente existan voluntades deliberadas de distorsión o intenciones ideológicas manifiestas. Especialmente si se tiene en cuenta que la ideología actúa esencialmente cuando se la considera ausente o natural.

Si repasamos las agendas de la Covid-19, desde que quedó disuelta la primera etapa de “suspensión voluntaria de la grieta”, dos encuadres centrales convivieron y compitieron por la definición de la situación y de las posibles formas de gestión y/o resolución del problema. Al punto de que se convirtieron en dos grandes avenidas discursivas que organizaron el conflicto político.

El primero de ellos, al que podríamos denominar “proteccionismo público”, consiste en un enfoque sanitarista cuyo centro de gravedad discursivo reside en la idea de “protección estatal”. Bajo este enfoque, la pandemia queda enmarcada en una serie de políticas públicas regidas por la acción gubernamental, sostenida sobre el conocimiento científico de epidemiólogos e infectólogos. En este marco el riesgo siempre queda subrayado y las conductas que se alientan son de aislamiento, cuidado y prudencia. Aquí el Estado aparece como organizador del tejido protector: sin él los riesgos para la sociedad se multiplican. Asimismo esta avenida discursiva, como todo discurso asociado a la esfera de lo público-estatal, incorpora el valor de la solidaridad en un lugar de especial resonancia simbólica.

El segundo encuadre, al que llamaremos “individualismo pandémico”, consistió en un enfoque mediático-empresarial cuyo foco está puesto sobre los daños colaterales de la cuarentena y no de una enfermedad global. Su primer rasgo, entonces, es que la pandemia queda sustraída de la base argumental y descriptiva. En este encuadre, la cadena alimenticia de víctimas y culpables aparece fuertemente reformulada con respecto al discurso oficial: aquí las principales víctimas no son los fallecidos y contagiados, sino que a partir de un desplazamiento retórico se construye como principales afectados al conjunto de capas medias profesionales, cuentapropistas y empresariales, a los cuales las políticas sanitarias estatales no sólo habrían afectado económicamente. La idea rectora de este segundo enfoque es la noción de Libertad, donde el Estado es ubicado como parte del problema, cuyas normativas pandémicas son tomadas como agresiones a la libertad. Tal como lo expresó Mauricio Macri en su precoz pero honesta confesión ideológica cuando sostuvo: “el populismo es peor que el coronavirus”. Probablemente la versión hiperbólica más exacerbada de estas pulsiones libertarias fue aquel reclamo por “la libertad de enfermarse”. No obstante, más allá de las expresiones digitales o callejeras más radicalizadas, y de algunas apreciaciones mediáticas, en Argentina no existieron voces de relevancia institucional que hayan recorrido un camino abiertamente negacionista o subestimador de la pandemia, como sí ocurrió, ni más ni menos, en Brasil o Estados Unidos.

Emprendedurismo sanitario

Al introducir las figuras de “proteccionismo público” e “individualismo pandémico” aspiramos a describir arquetipos discursivos que compiten en el espacio público mediatizado y no orientaciones ideológicas individuales. Como enseña el lingüista George Lakoff, la mayoría de los ciudadanos conjugamos y mezclamos ingredientes de diversos encuadres ideológicos. Pero además de caracterizar los contornos de estos dos encuadres, lo que nos interesa es incorporar a la reflexión sobre el futuro del tejido social un hallazgo también registrado por el Observatorio de Medios: el giro individualista en la atmósfera discursiva que respiramos.

¿A qué nos referimos por giro individualista? Rebobinemos: en los comienzos del ASPO, cuando el paradigma sanitarista que llamamos “proteccionismo público” era absolutamente dominante, la responsabilización mediática por la respuesta sanitaria –y por la defensa social en general– recayó sobre el Gobierno Nacional como actor central. Inicialmente, las reacciones discursivas y mediáticas más extendidas dieron lugar a la puesta en valor del rol del Estado como garante de derechos, reparador de asimetrías y “escudo nacional”. En ese marco, “salir mejores” cobraba un, por entonces verosímil, sentido esperanzador apoyado sobre aquel inesperado consenso según el cual lo público y lo colectivo debían imponerse sobre la racionalidad y los apetitos que rigen otros campos, por ejemplo el mercado. Era tal la atmósfera de optimismo solidario y empatía colectiva, que incluso la mayoría de empresas y marcas comerciales transitaron y expresaron este clima (emocional) de época lanzando spots publicitarios cuyos ejes conceptuales aludían a la pertenencia colectiva y a la importancia de la solidaridad. Es decir, el “mercado” se volcaba sobre los valores públicos.

Sin embargo, la responsabilización mediática por la resolución de la situación varió sensiblemente a lo largo del tiempo. Con el paso de las semanas, y de los meses, el encuadre sanitarista, público y solidario perdió centralidad en favor de narrativas más (neo)liberales que en un comienzo resultaron llamativamente extemporáneas. Una nueva versión de emprendedurismo sanitario empezó a contagiarse y a ganar espacio en los medios.

Como ponen de manifiesto los datos del Observatorio de Medios de la UNCuyo expresados en el siguiente gráfico, en una primera etapa el Estado, a través de sus diferentes organismos y niveles, fue el actor central señalado (y elegido) por los medios de comunicación como responsable para resolver –o al menos– contener la crisis. Tal inclinación estatista, pública y colectiva flotaba en un ambiente cuyo “graph” decía “nos cuidamos entre todos”. Ciudadanos colectivamente responsables bajo un Estado tutelar que fijaba los marcos para la acción individual y garantizaba el derecho a la salud y el sustento material para capear el temporal.

La medición expresada en números: en la última semana de marzo, en 7 de cada 10 notas sobre el Covid estaba presente alguna clase de abordaje público-estatal del tema, mientras que solamente en 4 de cada 10 notas se ponía el acento en la responsabilidad individual como eje central. En septiembre el semblante mediático cambia rotundamente: más del 60% de las notas se ocupan de la pandemia fundamentalmente en términos de “responsabilidad individual”, quedando el abordaje en términos de políticas estatales y protección pública solo en el 40% de las notas sobre la crisis sanitaria.

Como se observar, el éxito inicial del encuadre “proteccionismo público” fortaleció la legitimidad estatal (y gubernamental). Con el paso del tiempo, diferentes circunstancias –y actores mediáticos y/o políticos– favorecieron el ascenso del “individualismo pandémico” (soluciones individuales para una pandemia global), encuadre en el que se privilegia la responsabilización individual de la gestión de la pandemia y que conduce al declive de la figura estatal como agente determinante de la situación. Rápidamente en la atmósfera mediática empezaría a respirarse un nuevo ambiente ideológico, donde la noción de “libertad” grativaría con mayor relevancia que la de “protección”, mientras que una suerte de darwinismo pandémico crecería debilitando el clima de solidaridad colectiva que los propios medios habían contribuido a crear meses atrás.

El ascenso del discurso “individualista”, en detrimento del “proteccionismo público”, (el gráfico ilustra cómo en septiembre se invierte la mayoría “discursiva”) revela otro rasgo muy característico de la “representación” mediática: la sobrerrepresentación de las capas medias y altas como principales afectadas. La contracara de este fenómeno suele ser una semi invisibilización de los sectores populares y más vulnerables, sobre los que las usinas mediáticas únicamente pusieron el foco cuando algún brote en un barrio popular les permitió un despliegue sensacionalista y subordinado a una evidente intencionalidad política (en el año de las desmesuras llegó a hablarse del “Guetto de Villa Azul”). Ya lejos de aquellas expediciones antropológicas transmitidas en vivo y en directo, con fingida empatía, la suerte de los sectores marginalizados, atada indefectiblemente al ahora tan cuestionado “proteccionismo público”, se presenta desacoplada de la vida de las clases medias urbanas.

En este momento, la confrontación discursiva, que involucra a medios, políticos y públicos, parece haberse resuelto a favor del ideario de mercado, por el cual el Estado es llamado más a “dejar hacer” que a “proteger”. En esa fantasía ideológica, los individuos son libres, del mismo modo que los presentadores televisivos, para elegir y sugerir el mejor tratamiento sobre la base de sus creencias o preferencias, más allá de lo que indique la ciencia o el Estado. Tal vez, la versión más extrema de esta sublimación epidemiológica del neoliberalismo pudo reconocerse en las versiones pseudo-científicas de la “teoría del rebaño”, según la cual el Estado no debía “entrometerse” en la libre circulación del virus, cuya propia “astucia” regularía su extinción. En efecto, y como piezas del paradigma “individualismo pandémico”, ahora circulan críticas según las cuales la inicial intervención del Estado habría prolongado y agravado la crisis.

En este artículo examinamos solamente el comportamiento discursivo de los medios de comunicación y registramos su giro individualista (antiestatista). Ahora bien, ese giro fue transitado o acompañado por actores de la dirigencia política y de la sociedad. Dependerá de ellos también, y fundamentalmente, la elaboración social del trauma pandémico.


Antes de terminar, volvamos al origen, a la pregunta: ¿qué
hará esta pandemia con nosotros?, ¿saldremos mejores? Como vimos, los últimos meses fueron testigo del ascenso de los discursos agresivamente individualistas, mientras se debilitaba aquel consenso público-colectivo que supimos conseguir. Mientras tanto, la profundización del deterioro económico y social, la precariedad de la democracia regional, la corrosiva dinámica pandémica y el crecimiento de una derecha que parecía pertenecer a los libros de historia configuran un contexto poco propicio para la producción de esperanza.

En este contexto, la excepcional crisis en curso podría acentuar procesos de privatización, desconfianza e individualización, que a su vez serían compatibles y propicios para el crecimiento de discursos y “soluciones” políticas muy corrosivas para la cultura democrática. Pero también podría no hacerlo, y relegitimar la función protectora y reguladora del Estado, promover mayor responsabilidad en la dirigencia política y favorecer la revitalización de los lazos comunitarios y del capital social. En suma, no hay un desenlace “necesario”. El futuro está abierto.

https://www.eldiplo.org/notas-web/saldremos-mejores/

La prensa hegemónica Argentina sigue alimentando “la grieta” como en los mejores momentos de su “periodismo de guerra”, intentando reducir una crisis sanitaria y sistémica global a un River vs Boca nacional alimentando las frustraciones históricas y las reyertas míticas entre peronismo y anti-peronismo como si nada hubiese pasado en el país y en el mundo en los últimos 75 años. Los poderes económicos siguen tensando la cuerda porque no solo se trata de Dólares o pesos, sino de poder, quienes y como definen los rumbos de la economía y de los sentidos en los que esta construye riqueza y distribuye la carga de las decisiones que afectan colectivamente e individualmente a cada uno de los argentinos.

Los pueblos caminan lento, pero no dejan de caminar … Bolivia es un claro ejemplo, nosotros estamos andando el nuestro.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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