Viernes 1 de Mayo de 2020

La manipulación y la bochornosa campaña mediática, demuestra que los miedos, tan irracionales como exagerados, enferman. Tal lo que ocurre en estos días con varios temas alimentados desde los encierros y las molestias por las dificultades que la pandemia global producen, pero que, en realidad, son solo exteriorizaciones de los males que, de modos subrepticios y menos evidentes, surcan nuestros días, en tiempos de ritmos alocados de trabajo y actividad.

Las exageraciones, opiniones desinformadas y fakesnews a la orden del día. Y encabeza el ranking el tema de la liberación de individuos en situación carcelaria.

Si uno se guía por el lugar que ocupan en la mayoría de los medios, las prisiones domiciliarias a presos a partir de la eclosión del coronavirus deberían ser masivas. Así deben pensar los sectores que en algunos barrios de la ciudad cacerolearon por este tema. Pero por lo menos por ahora, los que se preocupen por conocer las cifras en juego se verían ampliamente desconcertados.

Menos del 1 por ciento de la población carcelaria de la provincia de Buenos Aires recibió el beneficio de prisión domiciliaria ante el riesgo de contagio por el coronavirus, ya que entre el 17 de marzo y el 17 de abril pasado 439 presos salieron de la cárcel por decisión judicial.
Según los datos del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), en el primer mes de aislamiento social y preventivo egresaron de los penales de la provincia un total de 2.244 presos, de los cuales 1.607 fueron por pena cumplida, libertad condicional o libertad asistida, 439 por prisiones domiciliarias originadas por integrar los detenidos el grupo en riesgo de contraer coronavirus y 198 por arrestos domiciliarios que no tienen que ver con la Covid-19.

En el mismo período del año pasado, los presos excarcelados  fueron 1.743, de los cuales 1.713 fueron egresos por pena cumplida y morigeración de la condena (106 más que este año), y 30 por arrestos domiciliarios.

Un vocero del Ministerio de Justicia provincial aseguró que "si se tiene en cuenta que la población carcelaria en la provincia es de casi 50 mil presos, se le concedió la prisión domiciliaria por el coronavirus a menos del 1 por ciento de los detenidos".

"En países como Francia o como España, la cantidad de excarcelaciones en momentos de pandemia fue de alrededor del 10 por ciento de la población carcelaria, muy por encima de lo que ocurre en la provincia de Buenos Aires", explicó el vocero.

Días atrás, el ministro de Justicia de la provincia, Julio Alak, había rechazado las versiones sobre la existencia de un plan por parte del gobierno bonaerense para liberar a los presos en medio de la pandemia y advirtió que el Poder Ejecutivo "no puede otorgar prisiones domiciliarias".

En ese mismo sentido, este jueves, en declaraciones radiales, el procurador de la Suprema Corte bonaerense, Julio Conte Grand, afirmó que en los encuentros que tuvo con Alak desde diciembre pasado "jamás" escuchó "la existencia de un plan de estas características".


Por otra parte, a los 439 presos que recibieron prisiones domiciliarias otorgadas por la Justicia por formar parte de la población de riesgo ante posibles contagios de coronavirus, hay que sumarle otros 320 casos de egresos producidos en cárceles del Servicio Penitenciario Federal (SPF).

Según se informó en el acta de acuerdo de esta tarde tras la reunión de la mesa de diálogo en la cárcel de Villa Devoto, "el SPF cuenta con 1.280 presos con riesgo de contagio de Covid-19, de los cuales 320 fueron externados al día de la fecha".



Escraches, señalamientos y un prejuicio arrogante: los demás no cumplen tan bien como yo. 
 
La cuarentena tiene muchos detractores, los hay ignorantes de los riesgos que supone una pandemia, los hay conspiranoícos, los hay operadores. Pero también cuenta con una mayoría abrumadora de personas que la acatan porque comprenden la temeridad de no hacerlo. Los riesgos incluyen desde enfermarse a ser detenido. 
 
Dentro de quienes no la cumplen con el rigor pedido por la autoridades se cuentan los que viven al día y salen para ganarse alguna clase de sustento o los que están hacinados en barrios de emergencia, además de los personajes rebeldes como la señora de Palermo que quiso tomar sol en una reposera. A partir de la mitad de marzo, en redes sociales y medios de comunicación de Argentina fue generándose una suerte de militancia del confinamiento que hoy encuentra sus picos máximos en aquellos que ven un “fallido” imperdonable en el anuncio de Alberto Fernández que habilitó a dar una vuelta de una hora sin alejarse a más de 500 metros del lugar de residencia. Es como si se aceptara sin vacilar que el ciudadano es incapaz de mantenerse a dos metros de distancia de sus pares. Sobrevuela la idea de que el argentino necesita ser controlado paso a paso para no encender, con su falta de civilidad y escrúpulos, la chispa del contagio masivo que tanto daño ha hecho en Italia, España, Francia y Estados Unidos. 
 
Los juicios destinados a los comportamientos detonados por el Covid19 ningunean la situación de aquellos para los que quedarse en casa es un obstáculo a la hora de “llevar un plato de comida a la mesa” pero se escandalizan por el mal uso del barbijo. En un simil del pensamiento de Rodriguez Larreta en torno a lo que habría que hacer con los ancianos, los militantes de la cuarentena desconfían al extremo de esos que salen de su casa, como si en todos los casos lo hicieran de mala fe. “Salí a la calle y había mucha gente caminado” se horrorizan en Twitter sin advertir que también se encontraban en la calle a la hora de ver a los otros. Es como si se creyera que uno es el único que salió con derecho a hacerlo. Los balconeros ven en el vecino que circula sin aparente motivo un potencial asesino de multitudes, sin aplicar el mismo supuesto para quien podría contagiar desde su rol de repositor o cajero de supermercado, cartero, ferretero o cualquier otro oficio autorizado para salir y tratar con público. La vara que mide el mal obrar de los demás da la impresión de variar de acuerdo a la propia conveniencia. Mientras la señora que va al chino con sus hijos chiquitos -a los que no se puede dejar solos y evidentemente hay que alimentar- es negligente por exponer a propios y ajenos, el chico del delivery cuenta con la inmunidad que presta cumplir un servicio para que otros puedan quedarse adentro. Con los escraches a médicos, loados siempre y cuando estén en el hospital, y repulsados en sus edificios por ser potenciales portadores de la peste, la dinámica se repite. Una tendencia a condenar precipitadamente que se le achacaba, hasta hace poco, a algunas referentes del feminismo, se traspoló al nuevo tema top de la agenda. 
 
Los militantes de la cuarentena emergen como un grupo en el que es posible enrolarse mediante el señalamiento del error, sea éste real o imaginario, pero siempre ajeno. Argentina tiene a su favor manejar números ínfimos de contagio y muerte cuando es comparada con muchos otros países. Es obvio que la cuarentena no necesita más vigilantes de los dispuestos por el Estado. Quizás sí necesite del esfuerzo de confiar un poco más en el que tenemos al lado, por más difícil que sea. Una instancia extraordinaria merece el gesto extraordinario de suspender el prejuicio y acercarse al otro con una mirada más benevolente que recelosa, más fraterna que rapaz. Respetando las distancias, por supuesto.



"Pareciera que llevamos siglos siendo parásitos de otros modos de vida"
Son diversas las metáforas que circulan para ayudarnos a designar lo indescifrable del nuevo capítulo pandémico que atraviesa el planeta. Algunas hacen remisión a una especie de entidad maligna que esparció la peste por el globo; ante eso tenemos que “salvarnos” cuidándonos entre todos. Otras, las de mayor abundancia, suponen matices bélicos y a este virus “lo combatimos” quedándonos en casa. Es una guerra contra un “enemigo invisible” pero son también invisibles las causas que llevaron al desmoronamiento de la vida social tal cual la conocíamos, a un confinamiento que pone a un mismo nivel el trabajo, el ocio, el nervio productivista, los quehaceres domésticos y el tedio, en un formato que se comprime en cuatro paredes. A esta altura los sueños (las pesadillas) de la racionalidad técnica parecen estar cumpliéndose en su versión exacerbada. Al contrario de lo que podríamos pensar, tal vez no estamos en un tiempo de esparcimiento dilatado a perpetuidad, sino en la retirada casi completa de eso que conocíamos como “tiempos muertos”.

Por otro lado, parece no haber nada de sorpresivo en esta crisis sanitaria, aunque las causas socioambientales no estén en discusión. El origen zoonótico del Covid-19, el hacinamiento animal, el nivel frenético de producción que gestionó el desastre son cuestiones que, por el momento, no entran en la agenda de los medios masivos ni de los Estados Nacionales. Por eso es posible decir que las metáforas iluminan, incluso nos calman, pero a su vez obstaculizan la comprensión del problema. En cierto sentido, el actual escenario invita a repensar el modo en que podemos relacionarnos con el resto de los vivientes. No son pocos los que alertan que en caso de reproducirse el modo en que concebimos a los otros animales en la actualidad, los dislates del proyecto tecnocientífico mundial traerán nuevas y más frecuentes epidemias.
Gustavo Yáñez González, filósofo nacido en Chile, viene reflexionando sobre estos temas hace tiempo. Recientemente publicó “Fragilidad y tiranía (humana) en tiempos de pandemia”, artículo que forma parte del libro compilatorio Sopa de Wuhan (ASPO) donde se encuentran textos de otros pensadores como Alain Badiou, Judith Butler, Giorgio Agamben y Byung-Chul Han. Su tesis La ontología es una policía. Devaluar y someter al animal- publicada en 2018- está anclada en la perspectiva de los Estudios Críticos Animales y plantea expandir los estudios biopolíticos teniendo en cuenta la vida animal. Miembro de la ONG Sinergia Animal y del Grupo de Investigación y Educación Antiespecista (GIEA), Yáñez González recorre en esta nota algunos temas que podrían componer un cambio de paradigma del mundo que vendrá. 

-En su texto dice que el Covid-19 nos debería recordar “cierta animalidad constituyente” del ser humano. ¿Qué nos permitiría desactivar ese señalamiento? 
-Ese fenómeno no ocurre a un nivel moral, sino biológico. No nos debería recordar, más bien, nos lo recuerda a secas. El ser humano es una especie que se distingue por la invención tecnológica y la médica en particular. Con tal de detener y mitigar el avance de enfermedades mortales ha tenido grandes adelantos en los últimos cincuenta años. Sin embargo, la aparición de los virus y del Covid-19 en especial, hace acaecer con brutalidad esa animalidad. Nos enfermamos y podemos morir rápidamente porque una microscópica molécula que ha mutado entre los demás animales, ha transgredido cualquier frontera para alojarse en nuestras células, para mutarlas y matarnos por dentro. Cuando nos infectamos a través de transmisión zoonótica, el virus no es más que la evidencia de que todos somos animales, dado que devela un continuum entre los demás animales y nosotros.

 
-En una sociedad hiperproductivista, ¿cómo cree que impacta en las subjetividades el hecho de cumplir cuarentena enfrentando la posibilidad del vacío, la incertidumbre sobre el futuro?
-Omitiendo el hecho de que lamentablemente hay grupos sociales que no pueden hacer cuarentena -dada la mezquindad de los estados subsidiarios, nulos garantes de derechos laborales- tal impacto no lo vamos a lograr cuantificar hasta que la pandemia ralentice su virulencia y aquellos efectos comiencen a aparecer. Pero lo que puedo decir, de manera provisoria, es que es distinto hacer cuarentena en una casa con patio, jardín y espacios de recreación, que hacerlo en un apartamento de 50 mts cuadrados, donde no tienes posibilidad de mirar hacia arriba sin chocar con un muro de concreto. Y en el peor, y muy común de los casos, debido a la explosión inmobiliaria, tienes grandes columnas de apartamentos que te impiden acceder a luz solar durante la mayor parte del tiempo. Esto acompañado con la modulación del teletrabajo, el cual intensifica los niveles de angustia, puesto que no tienes la oportunidad de dividir la temporalidad laboral de la no laboral. Combinados los factores, asistimos a un colapso psicosocial sin precedentes, ya que todos conocemos aquellos síndromes de estrés laboral, como el burning out, que la mayoría de las veces emergen en contextos laborales con esa distinción temporal dada: ahora con su difuminación el hogar es el lugar de trabajo y al mismo tiempo donde descansamos. Ensayamos una escuela provisoria para los escolares, dormimos, tenemos sexo, comemos, leemos, vemos películas, discutimos, etc. No hay un afuera, es decir, el miedo de Marx y de la escuela de Frankfort se hace realidad: la vida queda radicalmente subsumida en el trabajo capitalista.

-Si el virus pone al desnudo nuestra fragilidad y nuestra obsesión -estéril- por controlarlo todo… ¿considera que en esta crisis pandémica puede haber una potencialidad para ensayar nuevos modos de vida, una nueva configuración del tiempo productivo?
-Un tema que se ha instalado con fuerza en los medios de comunicación es el que dice que estamos a punto de naufragar en una crisis económica mundial sin precedentes. Eso explica algo que no es una novedad, sobre todo para los estudios económicos-políticos marxianos de mediados del siglo XIX: el capital lo producen los trabajadores. Bueno, en ese momento el trabajo asalariado de las mujeres era escaso y el trabajo doméstico no era considerado en los análisis como trabajo no remunerado, como reproducción social. El punto es que en este caso la crisis económica se debe a que los cuerpos se sustraen de la producción. Esto nos indica un hecho de suma relevancia, las economías mundiales dependen del trabajo físico y mental de los trabajadores, no de los dueños del capital. Esto genera una ruptura en la comprensión de los procesos económicos globales que no queda restringida a un sector intelectual ni sindical, que más bien abre la posibilidad de una sublevación global. No obstante, desde cierta perspectiva se podría intuir que el virus ha podido modular una nueva forma de producción que hubiese sido imposible de montar sin la excepcionalidad de una cuarentena virológica, el teletrabajo, lo cual a su vez tiene como correlato una desarticulación importante de la organización y solidaridad entre trabajadores, en la medida que ya no hay cuerpos que se friccionan, contagien, en el lugar físico de trabajo. En Chile durante los últimos días se aprobó una ley que regula el trabajo a distancia. Entonces, tenemos dos posibilidades. La primera es una sublevación global dada la incapacidad de las economías de recuperarse sin que la masa global de trabajadores activen nuevamente sus músculos, nervios y psiquis, lo cual a su vez abre una chance señalada por Bifo en sus últimas crónicas: en el momento que revelamos que la riqueza es producida por el trabajo asalariado y no por el capital de los capitalistas, esto nos abre a la interrogante, ¿realmente es esa la riqueza que deseamos producir? o ¿necesitamos de la imaginación de otra noción de riqueza como la del tiempo? El tiempo es la verdadera riqueza -y tal vez éste siempre ha sido el meollo del comunismo, la lucha por el tiempo- no el placer conseguido por el consumo. Entonces vamos a hacer lo posible para recuperar nuestro tiempo. Y la otra posibilidad es que el teletrabajo desactive dicha propagación. Es un escenario muy complicado de predecir. En lo que estoy de acuerdo es que luego de que esta estela de mortandad e inseguridad se vaya disipando, en Chile ensayemos una sublevación intensificada de lo que ya iniciamos el 18 de octubre de 2019 donde volvamos fósil el neoliberalismo en el mismo lugar donde se engendró. 

 
-En lo relacionado con el entramado afectivo de nuestras sociedades, ¿qué efectos cree que está dejando el distanciamiento social? Usted hace mención a la forma en que se trastocan, incluso, ciertos ritos como el del duelo… 
-Por estos días asistí al velorio del padre de una amiga, con poca gente, sin abrazos prolongados, su padre no había muerto por el Covid-19. Quiénes mueren del virus lo hacen debido a una neumonía aguda, conectados a un respirador mecánico, lejos de sus seres queridos. Entonces tenemos dos situaciones respecto a las muertes desencadenadas en el contexto de la cuarentena. Quienes son infectados y mueren por el Covid-19 no tienen la oportunidad de despedirse de los suyos, aunque lo quisieran, es un mandato de los mismos centros de salud. Por otro lado, los rituales de despedida durante esta temporada, sea cual sea la razón de muerte, no permiten la aglomeración de gente y hacen operar un distanciamiento corporal ya sea por medidas autoinstruidas o indicadas por quienes administran los recintos (juntas de vecinos, cementerios, etc.). Lo que deja en evidencia esto es la desarticulación de la construcción ontológica heideggeriana del Dasein (ser-ahí). El Dasein es “ser para la muerte”, no el animal, y ser para la muerte quiere decir una profunda comprensión de la temporalidad que me constituye en tanto que ser humano. Soy pasado, presente y futuro, y por tanto, sé que puedo morir, y en tanto que sé esto, puedo elegir cómo morir. Bajo este prisma, el animal, en cambio, nunca muere, ni siquiera existe, sólo habita, pues no tiene comprensión de esta triple temporalidad. Entonces, dadas las circunstancias, esa dimensión ontológica queda suspendida, no es como tal. Por otro lado, algunos intelectuales han llamado la atención en torno a una posible mutación de la naturaleza relacional de los seres humanos. Bifo considera que la cuarentena intensifica un fenómeno ya iniciado con la explosión de las redes sociales; la conectividad, donde toda relación lingüística y afectiva se modula por una interacción a distancia, distante del encuentro y de la infinidad de posibilidades de interpretación de los signos, lo cual amenaza con tornarse hacia lo que Braidotti ha denominado lo poshumano. Agamben prefiere hablar directamente de una degeneración de las relaciones humanas, debido al fenómeno de la distancia social normada por la imposibilidad del encuentro. El problema que veo en esos análisis no es tanto el supuesto de una naturaleza humana siendo alterada, sino que continúan centrados en una analítica sin desplazamientos. Una especie de impasse que no logra superar el ser humano como centro dispensador de sentido, que le es imposible desterritorializarse de lo humano: único receptor de los efectos negativos de los avatares globales. Creo que es necesario voltear la mirada hacia los seres vivos que padecen el encierro y la separación radical, no transitoria, de sus seres queridos, de sus propias secreciones, hasta de sus propios miembros. Me refiero a los animales no humanos que comúnmente son considerados livestock. Tal vez una deslocalización poshumana de la mirada que nos sensibilice frente al fenómeno del confinamiento no humano, nos permita al mismo tiempo mermar los padecimientos que sin lugar a duda ya empiezan a afectar a nuestra mente.  
-¿En qué medida la aparición del virus podría suponer un llamado de atención sobre la “relación tiránica” que mantiene el ser humano con los otros animales? 
-Desde que se logró aislar el material genético del virus, y con ello descartar su fabricación intencionada en un laboratorio, la explicación a su origen apunta por todos lados a una transmisión zoonótica, ya sea a través de los murciélagos directamente o por un animal intermediario como los pangolines. Estudios más recientes sugieren que probablemente ese eslabón entre los murciélagos y los seres humanos podrían ser animales confinados con altos niveles de hacinamiento, animales de la ganadería industrial, como los cerdos. Todas las hipótesis indican que se trata de un virus zoonótico; es decir, que ha sido transmitido de animales no humanos a seres humanos y que las condiciones que lo han posibilitado se enmarcan en una relación tiránica donde el tirano no es el animal. Tal vez sea necesario reinscribir la naturaleza relacional entre seres humanos y animales, y ponerla en los términos de una relación parasitaria, en cuanto a que nos proveemos de alimento y energía al interactuar con otros seres vivos a través de la destrucción de sus cuerpos, de sus vidas. Y eso te pone en un lugar difícil, ¿no? Nadie quiere ser parásito de nadie, para algunos un parásito es una aberración de la evolución, pero pareciera que llevamos siglos siendo parásitos de otros modos de vida.

-En un fragmento de su texto, usted propone ampliar la investigación biopolítica. ¿Qué nos posibilitaría pensar en torno a nuestro vínculo con lo vivo?
-Esto ya lo había desarrollado en mi tesis de pregrado “La ontología es una policía. Devaluar y someter al Animal” (2018) que por fortuna fue publicada a través de la editorial del Instituto Latinoamericano de Estudios Críticos Animales (ILECA), gracias al trabajo realizado por Silvina Pezzetta, Alexandra Navarro, Gabriela Anahí González, María Andreatta, entre otros colegas que, con un ímpetu admirable se dedican a la propagación autogestionada de los Estudios Críticos Animales (ECA). Los trabajos de Giorgio Agamben, Roberto Espósito, Achille Mbembe, entre otros, han resultado muy útiles para comprender el despliegue de los Estados contemporáneos que, en base a una comprensión biopolítica del cuerpo social, es decir, las sociedades son cuerpos vivientes, organismos vivos, ejercitan un poder de control y gestión de la muerte brutal, donde el estado de excepción que convierte a los seres humanos en vidas desprovistas de su capacidad política de deliberar y autogobernarse, se intensifica hasta tornase el nomos del ejercicio estatal del poder. Me parece que estos análisis nos brindan la posibilidad de prolongar su óptica para mirar el funcionamiento de la relación que mantenemos con los demás animales, ya que a partir de una taxonomía moral, el especismo, establecemos fronteras ontológicas entre los seres humanos y los demás animales e inclusive entre los mismos animales. Operamos estados de excepción permanentes sobre las corporalidades no humanas, al punto de que la industria ganadera/alimentaria ha establecido los campos de concentración más siniestros en la historia de la técnica. Charles Patterson nos sugiere la analogía entre los campos de exterminio nazi y los mataderos de animales, pero si tomas un automóvil y te aventuras a recorrer los límites de las urbes y activas tu google maps, verificas que no tan lejos de nuestras ciudades se asientan inmensos galpones con miles, hasta millones de animales -cerdos, pollos, gallinas- en criaderos o granjas de animales que gestionan vida y muerte los 365 días del año. La industria ganadera monta regímenes de visibilidad en cuanto a que no nos permite ver, tampoco oler, lo que ocurre en esas instalaciones y, por otro lado, promociona grandes publicidades sustrayendo toda la violencia inscrita en los productos que comercializa. En este sentido, creo que es importante amplificar el prisma de la biopolítica a la cuestión animal. Tal vez para ello tengamos que redenominarla con el adjetivo de “absoluta”. Es decir, una biopolítica absoluta, puesto que todo fenómeno relacionado a la vida y el cuerpo se encuentra completamente controlado: reproducción, alimentación, peso, genética, muerte, producción después de la muerte. En rigor, una biopolítica absoluta sería aquel ejercicio del poder sobre lo vivo donde la vida es engendrada para su desaparición. 

-¿De qué manera esta situación adversa podría impulsarnos hacia una nueva imaginación, un cambio de mentalidad y modificar nuestra mirada acerca de los otros animales para lograr el debilitamiento del sistema capitalista que menciona en su texto? 
-Paul B. Preciado señala que tal como el virus muta, debemos mutar con él para no sucumbir. Creo que necesitamos mutar hacia una imaginación poshumana como recombinación de los posibles, pero primero es importante que desaceleremos un dispositivo muy común por estos días, aquel que vuelve a actualizar a la dicotomía moderna Naturaleza/Cultura. No tanto porque es insuficiente para explicar las interfaces entre la multiplicidad de vivientes, sino porque es miope. Hemos visto las imágenes de animales silvestres transgrediendo las fronteras etológicas en su relación con las comunidades humanas, también hemos presenciado la disipación de la contaminación de los cielos debido al descenso de automóviles en las calles, lo cual ha incitado a decir a muchos que la naturaleza está recobrando su parte. Sin embargo, esa dicotomía excluye a millones de animales no humanos confinados y hacinados en los campos de concentración que antes mencionaba. Entonces, la pregunta que cabría hacer es ¿qué lugar ocupan esos animales en el imaginario y sensibilidad de la pandemia? No son humanos, claro está, ¿son animales?, parece que no ¿Son máquinas? Tampoco, porque contaminan al mundo con su mierda, ¿son máquinas vivientes? parece que sí. Es necesario, por tanto, desarticular el ecologismo antropocéntrico que celebra con postales el reingreso de ciertos animales a territorios de los cuales habían sido desplazados, pero que omite interesadamente la triste realidad de billones de animales, acuáticos y terrestres, en jaulas y criaderos industriales. También creo que hoy más que antes el discurso activista de algunas ONG’s como Sinergia Animal, Igualdad Animal, Animal Save cobra cada vez más fuerza y urgencia. Y es lamentable, pero real, que una situación como esta nos permita ver lo que antes silenciábamos: que nuestra relación tiránica con los demás animales, sea de manera industrial o no, está poniendo en vilo el porvenir de la existencia humana en la tierra y de muchos otros modos de vida. Por otro lado, hoy es imposible pensar el capitalismo global sin la industria ganadera, imposible pensar la acumulación de capital, apropiación de territorios, desplazamiento de comunidades indígenas y campesinas, destrucción de los territorios, contaminación del agua y del aire, o sea, normalización de la violencia y de la muerte, sin el funcionamiento de la industria ganadera. Frente a esto, una posible respuesta es el veganismo, pero el veganismo como forma de vida tiene algunos velos. En muchos lugares, Chile es uno de ellos, el veganismo ha sido elitizado con la concentración de restaurantes en barrios más enriquecidos económicamente, con la venta de suplementos alimenticios a precios elevados, lo cual con justa razón genera reticencias por parte de algunos grupos sociales. Sin embargo, es posible desandar estas reacciones con un activismo bien triangulado no sólo en la dimensión alimenticia -porque tú puedes ser vegano con 12 dólares a la semana yendo al mercado de frutas y verduras- sino que respecto a los cruces interseccionales con otras luchas sociales, descentralizando la discusión del veganismo y los derechos animales de los mismos barrios de siempre, articulando asambleas populares. Dicho de otra manera, propiciando las condiciones sociales y cognitivas para su aparición en la esfera social, barrial y territorial. Generar las condiciones para una imaginación poshumana que descentre a lo humano y lo sitúe en un campo de interfaces, interrelaciones con grados de dependencia, de afecciones, tal como lo ha hecho el trabajo más revolucionario y robusto en cuanto a pensar la invención de comunidades posthumanas o interespecies: Zoopolis (2011) de Donaldson y Kimlycka. Una imaginación poshumana posible es la figura de la “diferencia” derriedeana, que comprende al otro en cuanto diferencia radical que no está mediada por la condición antropológica. Este prisma hace posible la experimentación de una hospitalidad sin condiciones que permite establecer relaciones de solidaridad interespecie, interracial, intersexual, internacionales, etc. Para entonces podremos desactivar la máquina biopolítica absoluta y reconocer en los demás animales una diferencia irreductible, imposible de mensurar en los términos de cómo lo hemos hecho hasta ahora.

 
Ayer, las madres y la memoria …
No sabían que hacían historia, no sabían que comenzaban un camino que daría forma a las generaciones futuras de Argentina ni a la democracia de ese estado que, en aquel momento, era responsable de la desaparición de sus hijos. Hace 43 años, las Madres de Plaza de Mayo salieron por primera vez a manifestarse públicamente por la aparición de sus hijos y contra el terrorismo de estado, las rondas fueron sólo el modo que ellas encontraron para seguir allí, circulando y denunciando las desapariciones y violaciones a los derechos humanos de la dictadura cívico-militar. 
 
La incansable lucha de cuatro décadas, encontró a las Madres adaptando sus luchas a los contextos de la pandemia y la cuarentena, así como la sociedad y sus organizaciones se ajustaron al ámbito virtual el 24 de marzo último para no dejar pasar la fecha, la celebración de la lucha de “las locas” de Plaza de Mayo, como se las vituperó entonces, también se dará en el marco de la virtualidad. “Este 2020, la pandemia obliga a las Madres a resignar la posibilidad de realizar la ronda el jueves en la Plaza y conmemorar su fecha fundacional” por eso “se realizarán dos actividades interactivas: un recorrido guiado sonoro por la historia de las Madres, en formato podcast, y una convocatoria pública a enviar un ‘abrazo’ a través de distintas expresiones artísticas al hashtag #MemoriaEnCasa", explicaron desde el Espacio Memoria.

 
Hoy, el trabajo y la memoria …
Los sucesos luctuosos de Chicago de fines de siglo XIX dieron origen a la conmemoración del “Día del Trabajo” del 1° de Mayo, circunscripto al mundo sindical de raíz socialista. En nuestro país los socialistas, luego el movimiento anarquista y por último el comunismo vernáculo, tomaron dicha fecha como acto de movilización y conmemoración.

Mariano Plotkin, en Mañana es San Perón (1993) afirmó: “Luego del golpe de 1943, Perón comenzó el proceso de “unificación” del significado y la celebración del 1° de Mayo. En diciembre de 1943, Perón había sido nombrado secretario de Trabajo y Previsión. El 1° de Mayo de 1944 fue el primero celebrado bajo el nuevo régimen militar. Aunque todas las manifestaciones públicas con motivo del Día del Trabajo habían sido prohibidas por el gobierno, éste sin embargo decretó un feriado nacional en la fecha. En reemplazo de las múltiples celebraciones habituales, el gobierno organizó un acto oficial al que fueron invitados representantes de diversos sindicatos. El acto contó con la presencia del presidente Farrell, de Perón (ambos pronunciaron discursos y de otras altas autoridades del régimen”.

A partir del gobierno de Perón los 1º de mayo fueron, junto al 17 de octubre, las reuniones más importantes del peronismo como símbolo de la unión entre los trabajadores y el gobierno.

En las reuniones masivas, organizadas por la CGT, Perón y Evita exponían a los trabajadores la marcha del país y los logros alcanzados. Además se celebraba una fiesta con desfiles de carruajes de cada sindicato y la coronación de la Reina del Trabajo, con las reinas de las fiestas regionales argentinas, para aunar el trabajo a la representación de la mujer en su nueva participación social y política como sujeto pleno de derechos.

Pero en el caso de Eva Perón su participación recién empezó en 1948, a la par de su participación en la obra política del justicialismo.

Su relación con el movimiento obrero organizado le dio carta blanca para ganarse un lugar en la celebración oficial del 1° de Mayo del año 1948. Fue la primera mujer en compartir tribuna en tan magno acto, sólo teniendo como antecedente las dirigentes socialistas que décadas atrás participaban de dicha conmemoración.

Realizado en la Av. 9 de Julio, Evita – con la pluma de Francisco “Paco” Muñoz Azpiri – expresó: “Con profunda emoción es que me acerco también yo al micrófono en este día glorioso, en este primero de Mayo en que todos los argentinos venimos con nuestro Líder a festejar el triunfo de la justicia social”.

Rememoró, en sintonía con el presidente Perón, la labor de la secretaria de Trabajo y Previsión, al tiempo que comparó las anteriores celebraciones: “… Un día ya histórico, el 4 de junio de 1943, un verdadero argentino, el coronel del pueblo, tomó la palabra de los descamisados para imponer la justicia social. Y gracias también a eso, el día de hoy es un primero de mayo verdaderamente criollo: es un primero de mayo lleno de júbilo y de alegría”.

Finalmente llamó a confiar en Perón: “Todavía las fuerzas del mal siguen agazapadas y no creen ni en la justicia social ni en la obra patriótica del general Perón. No sé lo que se proponen pero pueden ustedes tener la plena seguridad de que, mientras en la Casa Rosada esté el general Perón, la masa trabajadora argentina puede dormir tranquila”. Y cerró con una frase que sería una marca distintiva: “porque la justicia social se cumplirá inexorablemente, cueste lo que cueste y caiga quien caiga”.

Los demás actos del 1° de Mayo, luego del discurso de aperturas de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, se desarrollarían en Plaza de Mayo, con las autoridades hablando desde los balcones de la Casa Rosada. Los discursos de Evita, con los años, - ya de elaboración propia, sin la ayuda de Muñoz Azpiri -, tendrían las mismas premisas que aquel inicial de 1948, siendo su último discurso en 1952

El cáncer no le dio tregua. Ese 1° de mayo asistió al acto de los trabajadores junto a Perón y a su pueblo. Éste, al verla, la alentó a decir su discurso, el último y el más fuerte en su contenido doctrinario en apoyo al ideario peronista.

Según Fermín Chávez en Eva Perón sin mitos (1990): “Por esa época había comenzado a escribir un texto, que solía leer, a algunos de sus acompañantes, titulado Mi Mensaje... No se recuperaba en modo alguno, pero nadie pudo convencerla de que no asistiese a los actos del 1 de mayo, que por su duración le habrían de resultar fatigosos... el discurso de la jornada fue violento, cargado de la idea de hacer justicia “con las propias manos”. Con fanatismo...”

Sus palabras fueron llamaradas: “Yo le pido a Dios que no permita a esos insectos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Ese día, mi general, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista”.

Reafirmó: “Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora, porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras”. Y cerró con su canto de cisne: “Compañeras, compañeros: Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como mañana. Estoy con ustedes para ser un arco iris de amor entre el pueblo y Perón; estoy con ustedes para ser ese puente de amor y de felicidad que siempre he tratado de ser entre ustedes y el líder de los trabajadores”.


Con mucho esfuerzo lo pronunció. Al terminar, cayó en brazos de Perón, su eterno amor. Tras su muerte siguieron los actos, amalgamados con homenajes a “la abanderada de los humildes”. Tras la caída de Perón y hasta su retorno en los ’70 los actos por el 1° de Mayo se dividieron entre la izquierda y el peronismo, hasta estos años que los actos masivos son infrecuentes y cada sector tiende a su propia conmemoración.

Sea este mi recuerdo de aquella que fue bandera de trabajadoras y trabajadores.

 
Que mejor que aprovechar estos tiempos de “aislamiento social preventivo”, para tejer lazos de comunión social preventiva, para que nunca más el neoliberalismo nos convenza de pensar que cada uno se puede salvar a sí mismo, que ser individuo y tener pensamiento propio es desentenderse de quien está a nuestro lado y de que es posible vivir en el egoísmo y la avaricia, en el poder que impide a otro, en la especulación que solo busca la propia satisfacción a costa de la insatisfacción de muchos. Que no hay sociedad sin trabajo y sin esfuerzo, pero tampoco la hay sin memoria colectiva y sin identidad de pueblo …
Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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