Sábado 2 de mayo de 2020

Como se esperaba, el FMI corrigió drásticamente sus pronósticos de enero pasado para 2020. Los redujo 6,3 puntos porcentuales para la economía global y 7,7 puntos para los para los países desarrollados, y los subió 1 punto para los emergentes –en buena medida por proyectar que China crecerá 1,2%. 


Para América Latina los redujo 5,2 puntos, sobre todo por los malos desempeños de las economías de mayor tamaño (Brasil, México y la Argentina). Merece consignarse que, luego de caer ininterrumpidamente desde 2014, y de cumplirse la proyección del FMI de -15% para este año, el PIB de Venezuela acumulará un 72% de caída en 7 años (sic). Todos estos pronósticos dependerán crucialmente de la evolución de la pandemia y de sus eventuales terapias. 

Por ahora, los escenarios del FMI de hace menos de un mes se están convalidando. Por caso, en el primer trimestre el PIB de los EE.UU. cayó 4,8% respecto del anterior, aunque aumentó 0,3% interanual. Pero, por la pandemia, los datos de marzo son bastante peores que los del trimestre. Recién ahora, y por el impacto de la pandemia, se está verificando el escenario mayoritario pronosticado hace más de tres años, cuando fue electo Donald Trump. 

Al impulso de un mayor déficit fiscal, por la rebaja impositiva, habría mayor crecimiento, más empleo y más inflación. Esto llevaría a la Reserva Federal a aumentar las tasas de interés, impulsando la entrada de capitales a los EEUU (y salida de los emergentes), resultando la apreciación del dólar y la caída de precios de los commodities. Aquí nunca compartimos tal diagnóstico. Ocurrió que, pese al mayor crecimiento y al aumento del empleo, la inflación no aumentó y la Reserva Federal no aumentó sus tasas, sino que las bajó, para evitar una eventual desaceleración de la economía norteamericana (y, también, por presión del presidente Trump). 

El resultado hasta ahora fue que no ocurrieron ni la masiva entrada de capitales a EEUU (y la salida de los emergentes), ni la fuerte apreciación del dólar, que fue moderada, ni una gran caída de los commodities. En nuestra opinión, la principal causa del fracaso del pronóstico mayoritario fue que, pese al gran aumento del empleo y a un desempleo decreciente, los salarios se mantuvieron bastante estables debido, pese al discurso oficial de Trump, a la sostenida inmigración. Respecto del futuro de la economía global, hay tres cuestiones que lo condicionarán significativamente. Primero, cabe subrayar que hoy en día la capacidad de proyectar el futuro desde una perspectiva de economía, sociología y política, es muy limitada. La evolución de la pandemia será decisiva al respecto. Así se vio en la favorable evolución de algunos mercados en esta semana, debida exclusivamente a los trascendidos de que vacunas contra el Covid-19 podrían estar accesibles en el mes de septiembre, bastante antes que en las previsiones anteriores. En segundo lugar, pero muy importante, hay que registrar que, bastante antes de la erupción de la pandemia, la economía global acarreaba problemas importantes. Por un lado, un alto endeudamiento, público y privado por partes casi iguales y cercano al 300% del PIB global. Por otro lado, claras tensiones comerciales, sobresaliendo las de China-EEUU, ahora en modo de espera, pero no resueltas.  En ese marco se registra también una crisis del multilateralismo, desde la pasividad de la OMC hasta las polémicas en torno a la Organización Mundial de la Salud, pasando por la patética inacción del G20 ante la (posiblemente) peor crisis de la economía global en mucho tiempo. Esto último contrasta con la decisiva y exitosa intervención del G20 para salir de la Gran Recesión del 2008. En tercer lugar, y quizás causa de los problemas del multilateralismo, hay una larvada crisis de gobernanza interna en muchos países, ocasionada por la creciente adhesión a las ideas y movimientos nacionalistas y populistas y, por cierto, sin que aparezcan alternativas. En un marco tan complejo se hacen conjeturas acerca de si la salida de esta crisis será rápida (en J, o al menos en V o en U) o si, por el contrario, será muy problemática, trazando una L. Eso dependerá crucialmente de cuán rápido se logrará neutralizar o derrotar a la pandemia. Escapa totalmente al territorio de las ciencias sociales, pese a lo cual son bastantes los colegas que arriesgan pronósticos. 


¿Cómo debería posicionarse la Argentina ante esta situación inédita y tan compleja e incierta? En el plano de la salud, da la impresión de que las medidas tomadas por las autoridades sanitarias están dando buenos resultados. En el plano de la economía no puede decirse lo mismo. No hay plan a la vista, ni una mesa económica, como sí la hay médica ni, que se sepa, diálogos entre ambos sectores. Esto es crucial, porque lamentablemente nuestro país está entre los peores preparados para encarar esta situación. Las causas enraízan desde hace cerca de un siglo: inflación crónica, déficit fiscal crónico, inversión y exportaciones muy insuficientes, y un largo etcétera. No es fácil decir qué debería hacer la Argentina, pero sí está bien claro lo que no debería hacer: reiterar el default de la deuda pública. Ello limitaría seriamente el crecimiento del país, ausente desde hace casi una década, y sin crecimiento se dificultan seriamente la lucha contra la pobreza y por una mejor distribución del ingreso. (Fuente www.perfil.com). 
 
La ilusión de algunos sobre que el poder concentrado y la oposición del PRO iban a aceptar la razonabilidad de las medidas que los gobiernos del Frente de Todos, y que la gravedad de la pandemia ponía una pausa al conflicto sobre el rumbo del país se demostró falsa e ingenua.

Dos conflictos esenciales atraviesan a la sociedad argentina. Por un lado, es la disputa por quien se hace cargo de los escombros que deja la crisis neoliberal y la parálisis de parte crucial de la economía provocada por la cuarentena obligada. Los fondos de inversión principales acreedores de la mega deuda, los grandes grupos empresarios trasnacionales con intereses en el país, los bancos y grandes financieras pretenden que el peso esencial de la actualidad y de la recuperación sea sobre los empresarios nacionales, las pymes, los trabajadores, sobre la democracia.  Por lo tanto, no quieren que se abra paso medidas de justicia mínima como el impuesto a las grandes fortunas porque eso pone en el centro la discusión sobre todo el sistema impositivo, en como combatir con eficiencia la evasión, la utilización de las guaridas fiscales, y por supuesto una nueva ley de entidades financieras que derogue la vigente que es de la dictadura.

El poder no nos presenta una batalla discursiva sobre el tema, de racionalidades diferentes, porque ello instala un debate en la sociedad que ellos le quieren negar. Por eso para detener, trabar o minimizar la potencia de las medidas que se necesitan tomar para que la mayoría sobreviva en este mundo que mutó velozmente, recurren a una diversidad de temas, de focos de tensión, de desgaste del gobierno, de minar a los dirigentes y representantes, de manipular a la opinión pública.

Aquí hay que anotar los intentos de boicotear que el Congreso funcione virtualmente para impedir la sanción del impuesto a las grandes fortunas, las declaraciones del expresidente sosteniendo que el populismo es peor que la pandemia, las conspiraciones del “mecanismo” para crear bandas de delincuentes liberados para ser sostén de las expropiaciones que se planifican (¿?!!),  el pronunciamiento de varios expresidentes de derecha y ultraderecha contra España, México y Argentina, la vuelta de los equipos trolls, las continuas campañas contra la vice presidenta y los intentos de limar al presidente Alberto que tiene un respaldo masivo por su actitud ante la pandemia.

Las declaraciones de la Senadora Felicitas Beccar Varela no son importantes en si, parecen de alguien de una era prehistórica y consumidora de esas teorías conspirativas de bajo nivel. Lo importante es la trascendencia que le dio el verdadero “mecanismo” del poder propagandístico. Su significado es que activaron todas las formas de desgaste hasta estos razonamientos estúpidos y torpes.

Desde una racionalidad progresista muchas veces se minimiza las opiniones de Patricia Bullrich, pero su peligro no radica en que las haga “entonada” o confusas, sino que por voluntad y mandato de Macri es la presidenta del Pro y representante de su ala de ultraderecha y con la eficiencia para ese sector de los que no tienen escrúpulos.

El mecanismo está puesto en marcha. Minimizarlo es un error.

El otro conflicto

 

 

La lucha por el rumbo, por la apropiación de los recursos de todos, por el poder, se da en medio y por medio del conflicto en el terreno de la cultura, de los valores, de la cosmovisión desde la cual miramos y entendemos el sistema-mundo.

Se equivocan quienes ven en el neoliberalismo solo un proyecto económico o que su gran triunfo fueron las medidas y concepciones nacidas del Consenso de Washington. El gran triunfo de la revolución conservadora maximizada por la caída del muro los errores y horrores del socialismo “real”, se dio en el terreno de la batalla político-cultural.  Batalla que se dio en las elites económicas, políticas, universitarias, intelectuales, pero también en el llano sobre la población mundial. La idea de que no hay alternativa social al capitalismo realmente existente fue el telón de fondo donde opero la mutación de valores, y la forma de interpretar el mundo y lo que nos rodea.

El “mecanismo” actúa nuevamente sobre la base del miedo. Son las políticas del miedo para despertar lo peor del ser humano, para nublar la capacidad de una racionalidad democrática y pluralista. A lo largo de la historia las derechas han utilizado este argumento moralmente invalidante pero efectivo. Mas aún cuando las fronteras se cierran, el “otro peligroso” es cualquiera incluido mi vecino enfermera/o medica/o.

En estos días la discusión sobre cárceles invadió el prime time. Las derechas y el “mecanismo” crearon falseando, exagerando, inventando conspiraciones, expuso casos para demostrar el peligro de las supuestas políticas del gobierno, todo eso era necesario para crear el miedo social, y a la vez tenia que haber un terreno cultural propicio en nuestra sociedad para escuchar y asumir como propia la evidente manipulación. El cacerolazo de ayer es una muestra, por supuesto que estuvo empujado y organizado por el PRO, pero dejarlo solo allí es no mirar la realidad tal cual es.

El problema de la sobrepoblación de cárceles viene de décadas y de varios gobiernos de signos distintos. Las políticas de mano dura, de elevar las tasas de prisionización tienen un punto claro de inflexión en el gobierno de Ruckauf, y con intervalos plausibles, se continuo posteriormente. Las cárceles fueron un lugar hacinamiento, de falta de condiciones mínimas para la sobrevivencia, de falta de la salud, de violencia institucional, de negocios ilegales, donde todo se compra y se vende. Y que en el cuatrienio macrista, Bullrich, Vidal y Ritondo permitieron e impulsaron las subidas de las tasas de prisionización no solo atestando las cárceles sino también de nuevo las comisarias.

En una sociedad que sufre las políticas neoliberales, con aumento de la desocupación, de la pobreza, de la indigencia, de un estado en retirada, dos miradas se hicieron dominantes en la sociedad sobre las cárceles la primera no verbalizada pero profundamente internalizada que el que está en la cárcel tiene que estar mucho peor del que esta peor en “libertad”.  De allí se deducen frases comunes que atraviesan transversalmente a todas las clases. La otra idea dominante es no querer mirar lo que ocurre en las catacumbas de la democracia, porque eso significaría aceptar que permitimos la tortura.  Incluso la cultura tumbera televisiva es una forma de aliviar conciencias y sembrar una cultura conformista: así es el mundo real, cuanto mas lejos mío este mejor.

Pero junto a las estrategias de la derecha hay que examinar las acciones del campo propio. Llegado el covid 19 era claro que las cárceles era un lugar de peligro por la masificación del contagio. Y no solo para sus internos y trabajadores del servicio penitenciario, sino para la sociedad. Porque nada de lo que sucede en la cárcel se queda en sus fronteras. Si las cárceles provinciales están repletas de pobres, y los penitenciarios a la vez provienen del mismo sector social, estaba claro que el contagio que allí se produzca llega a los barrios carenciados. 

A la vez había que tomar en cuenta que la situación estructural de las cárceles era una bomba, y que como tal necesitaba de una ingeniería precisa, consensuada, inteligente para desarmarla y hacerlo en tiempos de pandemia y urgencia.  Enfrentar el gravísimo problema de salud que implica para la sociedad necesitaba de un discurso abierto, legible para que se comprendan las medidas de emergencia que había que tomar. El rol de las victima en los procesos y ejecución de penas es un reclamo justo y propio de las concepciones democráticas y transparentes del proceso penal, no es un reclamo de la derecha, ellos la utilizan para sus intereses.

Es cierto que los jueces muchas veces miran para otro lado sobre la situación de sus presos, tienen mucha responsabilidad de no tomar las resoluciones pertinentes sobre las condiciones en que se cumplen las condenas o prisiones preventivas que ellos deciden. O sobre la violencia institucional tras los muros, o de los negocios que allí habitan. Pero no es cierto que la política criminal de un estado solo dependa de ellos. Cuantos, a quienes, en que condiciones se tienen a los presos es una decisión Estatal y societaria.

También hay que señalar que a veces las mejores intenciones si no van acompañadas de la mejor inteligencia para desarmar adecuadamente esa bomba de la que hablamos lleva a errores que las derechas y el “mecanismo” van a utilizar al extremo, y lo que tendría que significar un avance estatal y cultural se convierte en retrocesos.


Tiene razón Alberto, si es que lo dijo no me consta, que no hay lugar para errores.

Por ultimo esta columna de alguna manera es volver una y otra vez al Megafón de Leopoldo Marechal y sus dos batallas la terrenal y la celestial.

En la primera escena de Soy leyenda, adaptación al cine de la novela de Richard Matheson, el científico Robert Neville, uno de los escasísimos sobrevivientes a un virus masivo que aniquiló a la mitad de la población y convirtió a la otra mitad en zombies, dedica sus mañanas a perseguir ciervos con su auto deportivo por las calles vacías de Nueva York. Tras muchos intentos, Neville arrincona a un ciervo, le apunta con el rifle y se prepara para disparar cuando se le adelanta… un león, que despedaza a su presa y se lo lleva. El coronavirus no mató a medio planeta (220.000 al cierre de esta nota) pero las imágenes de avestruces caminando por el centro de Ituzaingó, pingüinos en las playas en Miramar y ciervos paseándose por Tigre, por mencionar solo ejemplos locales, subrayan el carácter sobrenatural de lo que estamos viviendo.

La pandemia es un “hecho social total”, como sostiene Ignacio Ramonet, cuyos efectos se sienten en todo el planeta (1). Pero a diferencia de otros mega-acontecimientos del pasado, como la Segunda Guerra Mundial, la caída del Muro de Berlín o los atentados del 11 de Septiembre, cuyo impacto llegaba a algunas zonas de manera diferida, esta vez el shock se siente en todo el mundo al mismo tiempo. Esta es la singularidad, el signo verdaderamente diferente de lo que estamos viviendo: la simultaneidad de la crisis y, con ella, su capacidad de trastocar el tiempo. La historia, como señala Richard Haass, se está acelerando, los acontecimientos se condensan con espectacular rapidez (2): el primer caso de COVID-19 sucedió el 8 de diciembre, cuatro meses que parecen siglos. Y después siguió la cuarentena y su paradoja del tiempo: achicar el espacio para estirar el tiempo, recluirnos para dar tiempo a que el sistema de salud se prepare, mientras nuestro tiempo personal –el transcurrir lento de los días– se nos hace eterno.

Pero el signo de lo extraordinario reside también en el carácter igualador del virus: todos nos lo podemos pescar en cualquier momento, aunque desde luego no todos dispongamos de los mismos medios para enfrentarlo. Nadie puede no hacer nada frente al virus, e incluso si lo intenta el virus lo atacará igual (el hecho de que líderes mundiales que lo subestimaban como Boris Johnson hayan caído resulta ilustrativo). Medio planeta en cuarentena, clases suspendidas en casi todo el mundo y, de acuerdo a las estimaciones de la OIT (3), 81% de la fuerza laboral total o parcialmente paralizada. El historiador francés Patrick Boucheron sostiene que nunca experimentamos tan íntimamente la historia, que literalmente penetra nuestros cuerpos (4).


¿Era previsible? Parece que sí, a juzgar por los informes, libros y advertencias de organismos oficiales que llevaban años alertando sobre un virus de este tipo, lo que no le quita su carácter sorpresivo, del mismo modo que los antecedentes (SARS, Ébola, gripe aviar) no lo hacen menos inédito. Sencillamente, una pandemia de estas características no estaba en el radar de los grandes líderes mundiales ni en el de los organismos internacionales (salvo la Organización Mundial de la Salud).

Tan sorpresivo resultó el impacto que países ricos (Estados Unidos, Italia, Francia) y con sistemas de salud sólidos (España, Gran Bretaña) resultaron más afectados que otros, más pobres y con esquemas sanitarios frágiles; del mismo modo, el club de los “solofiebristas”, como denominan en España a los que defendían la idea de que el virus era “solo una fiebrecita”, está integrado por líderes de derecha, como Donald Trump o Jair Bolsonaro, y de izquierda, como Andrés Manuel López Obrador o Daniel Ortega. En rigor, la eficacia a la hora de contener la propagación del COVID-19 resulta de una combinación de: la celeridad para declarar la cuarentena (la empobrecida Grecia salió mejor parada que Italia), los niveles de conexión con el mundo y sobre todo de ingreso de personas provenientes de los países inicialmente afectados (lo que explica el éxito de Venezuela, expulsor neto de personas), la capacidad de cibervigilancia del Estado (como demostraron los países asiáticos e Israel, que recurrió a la ley anti-terrorista) y, por supuesto, la cobertura del sistema de salud.

El hecho de que los alineamientos no se expliquen, al menos en una primera etapa, por la riqueza del país ni por la ideología de quien lo gobierna demuestra que efectivamente estamos ante algo nuevo, diferente a todo lo anterior. ¿Qué mundo nos dejará la pandemia? La tentación es la de siempre: adaptar el pronóstico a nuestros deseos. Desde que el virus se instaló como un plato volador en nuestras vidas, los ambientalistas se ilusionan con un resurgir de la conciencia ecológica, los izquierdistas con una crisis fatal del capitalismo, los nacionalistas con muros y fronteras. Ahí donde Giorgio Agamben anticipa un refuerzo del estado de excepción (justamente el tema que investiga hace décadas), Slavoj Žižek, autodeclarado comunista, prevé un retorno… ¡del comunismo! (aunque sería un comunismo distinto).

Más atención merecen en cambio los planteos del progresismo liberal acerca de la necesidad de enfrentar el tema con una mayor articulación global, recuperando instancias de coordinación destartaladas como la Organización Mundial de la Salud. Nuevamente el deseo: quizás sería deseable, pero ¿es lo que va a ocurrir? Que el problema sea global no significa que la solución será global, como sostienen las Naciones Unidas. De hecho, la energía colectiva para enfrentar la pandemia –el sacrificio del quedate en casa, el esfuerzo financiero del Estado– es, hasta ahora, nacional: la Nación sigue siendo la referencia más eficaz a la hora de pedir sacrificios, lo que una vez más demuestra que quizás existan Argentina y los argentinos (o Grecia y los griegos) pero que no está tan claro que exista tal cosa como “la humanidad”.

Sucede que la crisis del coronavirus trastoca el tiempo pero también reconfigura el espacio. La pandemia, cualquier pandemia, es una experiencia muy territorial: como el peligro llega de afuera, la naturaleza territorial de la autoridad política se refuerza. Y recupera centralidad el Estado-nación, única instancia con capacidad para cerrar fronteras y declarar confinamientos, que además sigue siendo el dispositivo más adecuado para gestionar el miedo, el sentimiento que prevalece en momentos en que la textura de la vida cotidiana, como sostiene John Gray (5), está cambiando, alterada por una espeluznante sensación de fragilidad.

El miedo suena de fondo, es la música funcional de la pandemia. El futurólogo Emiliano Gatto, que está diciendo cosas muy interesantes sobre la transformación en curso (6), sostiene que el pánico que nos atenaza se debe no tanto a la incertidumbre activada por el virus como a lo que éste tiene de certeza. El problema no es no poder hacerse una idea, sino no poder deshacerse de una idea, compuesta en este caso por sirenas de ambulancias, salas de terapia desbordadas, adultos mayores conectados a respiradores, gente obligada a morir en total soledad (solo un miedo muy profundo puede hacer que aceptemos sin protestar algo que hasta hace poco hubiera resultado intolerable). En este marco, quizás la tarea de un buen gobierno consista en asumir la incertidumbre y, parado bajo ese enorme cono de sombras, transformar el pánico irracional en temor productivo, el mismo que hace que nos lavemos las manos treinta veces por día. Al fin y al cabo, desde Maquiavelo sabemos que gobernar es en esencia gestionar el miedo.

Pero recuperemos la pregunta inicial. ¿Qué mundo nos dejará el virus? ¿Cómo imaginar un mundo que no sea una simple prolongación –mejorada, deteriorada, idealizada– del presente, pero tampoco una simple proyección de nuestros deseos? ¿Un mundo semejante al de la Primera PosGuerra, inestable, recesivo, con nacionalismos en ascenso? ¿O un mundo más parecido al de la Segunda PosGuerra, con crecimiento, un nuevo Estado de Bienestar y paz en Europa?

La suerte se está jugando en este momento. Si el futuro por un lado asoma sombrío, por otro es posible adivinar también algunos destellos de esperanza. 
(...) Se mencionan avances positivos, como el renovado protagonismo de la ciencia y el regreso del Estado. (...) Podemos agregar dos más, el primero es cierta revalorización de la vieja idea de industria nacional asociada a la necesidad de recuperar segmentos de cadenas de suministros hasta hora deslocalizados: los especialistas coinciden en que el hecho de que Argentina disponga de dos de las pocas fábricas de respiradores artificiales que hay hoy en el mundo (se trata de una tecnología del siglo XX, es decir de la época en que el país contaba todavía con una industria pujante) constituye una ventaja sanitaria importante: la industria nacional como resorte de soberanía. El segundo es la recentralización en el gobierno nacional de áreas de gestión que habían sido cedidas al mercado, la sociedad civil o las provincias: el intento, finalmente frustrado, de declarar de interés público las camas de las clínicas privadas durante la emergencia, como hizo sin ir más lejos España, podría ser un primer paso hacia una mayor articulación del sistema de salud, cuyo problema no es tanto el gasto como la segmentación.


Pero es posible incluso pensar más allá. Las crisis suelen ser el momento en el que los gobiernos populares imponen decisiones audaces que en tiempos más normales hubieran generado una fuerte resistencia corporativa y años de interminables discusiones: la crisis del 29 dio pie al New Deal, la Segunda Guerra al Estado de Bienestar, Argelia a la Quinta República. En Argentina, la dictadura y Malvinas habilitaron el Juicio a las Juntas, la crisis del 2001 permitió el tratamiento de la ley de genéricos y la crisis del 2009 ayudó a estatizar las AFJP y concretar la Asignación Universal por Hijo. Hoy, a un costo fiscal nada desdeñable, el gobierno de Alberto Fernández está pagando el Ingreso Familiar de Emergencia, una ayuda extraordinaria para el amplio universo de trabajadores informales, irrepresentados e invisibles: transformarlo en un derecho permanente, en una versión local de la renta básica universal que se discute en el mundo, podría ser el primer gran saldo progresista de la pandemia.

Referencias: 
1. Ignacio Ramonet, “La pandemia y el sistema- mundo”, disponible en https://www.eldiplo.org/notas-web/la-pandemia-y-el-sistema-mundo/
2. https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52314527
3. https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/briefingnote/wcms_740981.pdf
4. Paris Match, 31-3-20.
5. “Adiós globalización, empieza un mundo nuevo”, El País, Madrid, 12-4-20.
6. https://medium.com/@ezequielgatto

Auge y ocaso de la democracia

Valga la paradoja que en el mismo momento en que se ha anunciado el definitivo triunfo del sistema democrático, vemos como empieza a ser cuestionado y van apareciendo elementos que preanuncian próximas crisis. 
 
El avance de las derechas ultranacionalistas, fascistas y xenófobas en muchos países europeos; la vuelta de golpes cívico militares en América latina, a veces disfrazados de golpes palaciegos y otras, a la vieja usanza con el uso de las fuerzas militares como ariete y gendarme, siempre apañados y alentados por los intereses del Gobierno de EEUU; el levantamiento y la protesta de muchos pueblos contra las políticas de ajuste y saqueo, impuesta por el FMI, son solo atisbos de la crisis imperante en el mundo. 
 
La democracia que vivimos hoy se expresa en una de sus formas: la democracia liberal, parlamentarista y representativa. Y es aquí donde comienzan los cuestionamientos y las señales de alarma.

En principio la democracia liberal imperante lleva consigo asociada a la globalización económica y financiera que rige el mundo; el resultado de este maridaje son las profundas desigualdades sociales, el aumento de la pobreza y de las situaciones de miseria y exclusión social que afectan a importantes sectores de la población de esos países, incluso en sociedades desarrolladas y democrático-liberales.

Es probable además que estas señales de crisis se vean profundizadas por las profundas transformaciones económicas, tecnológicas, culturales y sociales que vive el mundo hoy. Este cambio global por un lado abre para algunos un panorama de optimismo, para otros, para muchos, despierta fantasmas apocalípticos. 
 
Del ascenso de la democracia liberal. 

A fines del siglo XIX y principios del XX, las sociedades modernas se enfrentaron a transformaciones, producto del paso de la sociedad burguesa y el capitalismo colonial a la sociedad de masas y el capitalismo industrial. Este proceso se vio acompañado por un impresionante cambio tecnológico que no solo afectó lo productivo sino que también cambio las formas sociales y familiares. Emergen los partidos políticos, los sindicatos, la lucha por la ampliación de derechos sociales y políticos, la creciente concentración y centralización del poder político, la progresiva importancia del liderazgo político, el surgimiento de los movimientos populares en la periferia con su lucha anti colonial, fueron generando un mundo nuevo, no sin contradicciones y violencias El fin de la segunda guerra mundial, con la derrota del fascismo y el triunfo del capitalismo anglo yanqui, revestido en formas democráticas liberales, abre en Occidente un panorama de expansión de la democracia. 


Si bien de hecho la democracia liberal moderna es hija de la revolución francesa y de la independencia norteamericana, ambas a fines del siglo XVIII, puede apreciarse que recién luego de la segunda guerra mundial esta comienza a ser considerara como la forma natural y normal de gobierno. 
 
En Latinoamérica, recién en los años ochenta, se inicia un proceso continuo de gobiernos democráticos, luego de décadas de gobiernos militares, alentados y prohijados por EEUU en defensa de sus intereses imperiales. 
 
Está claro que la legitimidad de la democracia en un fenómeno relativamente nuevo en la historia moderna. Es necesario acentuar que el periodo de postguerra y hasta casi fines de los ochenta la democracia venia asociada a la lógica del fortalecimiento de los estados y dentro de ellos al estado de bienestar. En ese tramo histórico democracia, bienestar y progreso y social eran casi sinónimos, por lo menos en los países centrales y aquellos periféricos pero que habían alcanzado algún grado de desarrollo. Este eje se rompe con el fenómeno de la globalización y el cambio de paradigmas del capitalismo, que en su afán de maximizar su tasa de ganancia rompe las reglas del viejo capitalismo productivo por uno basado en la renta financiera, la concentración, el monopolio y la sobre explotación de los recursos naturales y humanos. Para lograr esos objetivos debe desarmar los estados nacionales, debilitarlos y ponerlos a su servicio, hacer desaparecer el estado de bienestar tal como lo conocimos y debilitar también los procesos democráticos, vaciándolo de contenido y política. Lo cara visible de la crisis de la democracia liberal es expresado por el nuevo rol del ser humano, deja de ser un “ciudadano” para ser un productor –consumidor, en el mejor de los casos, que pierda su carácter de sujeto político, acreedor de derechos sociales y políticos.

Al mismo tiempo como resultado de las políticas neoliberales, en los países se da un fenómeno de concentración de la riqueza en aquellos sectores o clases que ya la poseían, mientras se condena a amplios sectores populares al desempleo y la pobreza. Esta concentración de riqueza va acompañada naturalmente de mayor concentración del poder político. La democracia se va convirtiendo en un régimen monopolizado por los ricos y al servicio de las clases más pudientes. El sistema democrático deja de representar a los sectores populares y empieza a ser cuestionada en su legitimidad al no poder canalizar dentro de sus instituciones las demandas sociales. 

Si bien hay numerosos autores que sostienen la decadencia o crisis de la democracia liberal, tanto autores de derecha como de izquierda, Carl Schmitt o Harold Laskin, por ejemplo, existen otros que con Kelsen sostienen“que si bien el parlamentarismo atravesaba por diversas dificultades, nada permitía sin embargo hablar de crisis, bancarrota o agonía del mismo” Para Kelsen que dadas las condiciones de la sociedad industrial y de masas que vivimos, la democracia -dada la magnitud y la pluralidad de fines inherente a las sociedades modernas únicamente puede ser una «democracia mediada, parlamentaria», esto es, una democracia “en la que la voluntad colectiva que prevalece es la determinada por la voluntad de la mayoría de aquellos que han sido elegidos por la mayoría de los ciudadanos”. 
 
Esta defensa de la modelo hecha por Kelsen nos muestra claramente sus limitaciones y la razón del porqué de los cuestionamientos.

En realidad la democracia liberal se convierte en un gobierno dirigido por una minoría, elegida supuestamente por una mayoría en un acto electoral. 
 
Así los derechos políticos del ciudadano en una democracia se reducen en síntesis a un mero derecho de sufragio periódico. Queda claro que deja de existir el sujeto ideal “pueblo” para ser reemplazado por una clase dirigencial, a veces de origen político, pero en las sociedades neoliberales cada vez más son reemplazados por hombres y mujeres provenientes de las corporaciones y los estamentos de negocio. Está claro que esta democracia así concebida no puede dar respuestas a los diversos y antagónicos intereses sectoriales de las sociedades actuales. Kelsen sostiene frente a las críticas de la izquierda y las propuestas «corporativas» de la derecha, que la democracia moderna “descansa sobre los partidos políticos”. Es más, requiere «un Estado de partidos» en tanto que éstos son las organizaciones que expresan los diversos intereses, las ideologías imperantes, agrupan en su seno a los ciudadanos, construyen voluntades políticas, forman dirigentes y opinión pública e inciden en la marcha de la cosa pública.

Esta opinión de Kelsen nos muestra otro de los factores que explican la crisis actual del modelo. Si bien esta visión, si bien muy eurocéntrica, define el rol de los partidos políticos tradicionales, restringidos a algunos países centrales en el siglo XIX y más generalizado durante el siglo XX, pero que ahora en el siglo XXI han ido perdiendo identidad y peso político. La pérdida de legitimidad de los partidos políticos en general y de la política en particular es un fenómeno mundial. 
 
Por un lado sufren las consecuencias de la perdida de legitimidad de la democracia liberal como sistema, pero por el otro, el neoliberalismo imperante en el mundo, es también un proyecto políticos de dominación y sometimiento de países y pueblos; dentro de cada país a su vez hay minorías asociadas al modelo global que se apropian de los recursos pero también del poder político. En ese marco la democracia y la política son peligrosas para las elites. No es casual el constante accionar de los medios de comunicación con mensaje demonizando a la política y los políticos y a su vez el sistema fue cooptando dirigencias políticas y las puso a su servicio.
 
Es notorio por ejemplo en la mayoría de los países europeos el trasvestismos de los viejos partidos social demócratas, que abandonaron el socialismo pasaron a defender el modelo y las ideas de la globalización neoliberal, vendido y propagandizado como el modelo único. 
 
El lugar de los partidos políticos fue siendo ocupado las corporaciones, las empresas y un nuevo actor, las organizaciones del tercer sector, supuestamente apolíticas que trabajan para el bien común. Además aparecen nuevos dirigentes “apolíticos”, provenientes del sector empresario, el deporte o la cultura y el espectáculo. Debe quedar claro que siempre detrás de una supuesta apoliticidad se esconde una ideología de derecha neoliberal. 

 
Para sintetizar el viejo ideal helénico de la asamblea de ciudadanos que participan de forma directay cotidiana en la toma de decisiones sobre la polis, la democracia moderna se ha convertido en un sistema que restringe ese ideal de autodeterminación y participación política de los pueblos. La respuesta por derecha a esta crisis es la construcción de una democracia restrictiva, que no hace más que profundizar los errores y limitaciones que venimos refiriéndonos. Y en algunos casos extremos, como Brasil y algunas democracias europeas un corrimiento hacia formas autoritarias cuasi fascistas. 
 
Algunas conclusiones desde la periferia:

En este punto está claro que no se debe confundir la mayor o menor hegemonía de la democracia liberal con la legitimidad del ideal de democracia. La crisis que se vislumbra es la crisis de la democracia liberal representativa, y no necesariamente con la democracia en sí, que es mucho más que las viejas formas parlamentaristas que expresa la ideología neo liberal asociada. El lógico pensar que el maridaje entre democracia liberal y neoliberalismo, está conduciendo hacia una gran crisis, no solo del capitalismo globalizador sino también a las instituciones democráticas que le dan sustentabilidad. El neoliberalismo como un parasito se enancó en la democracia liberal, pero ahora habiéndola agotado, necesita otro anfitrión, por eso la búsqueda de regímenes democráticos más restrictivos o directamente hacia dictaduras, muy autoritarias en lo político y liberales en lo económico. 

Es indudable que la respuesta de los movimientos populares en Latinoamérica, debe pasar por la construcción de modelos económicos y políticos enraizados en su historia y tradiciones. Primero y sobre todo ante la despolitización de la sociedad que plantea el neoliberalismo hay que ponerle más política. La política es la única herramienta que tienen nuestros pueblos.

Ante la agudización del individualismo, del egoísmo como motor de la vida, construyamos comunidad, solidaridad, organización y unidad de los pueblos.

Ante la crisis de la economía liberal construyamos otro modelo más solidario, basado en la producción y el trabajo y no en la usura, sostengamos que el hombre es el sujeto de la economía, que solo el trabajo genera riquezas y que por lo tanto esa riqueza debe ser distribuida entre quienes la generan. La economía está subordinada a la política y esta al bienestar de la comunidad.

Ante la crisis y el debate sobre la democracia, la respuesta no es la búsqueda de modelos autoritarios o mesiánicos, porque estos solo le sirven a las oligarquías locales y a los intereses del imperialismo. Hay que construir más democracia, una democracia que rompa los estrechos límites del modelo parlamentarista representativo, por un modelo de democracia social, participativa y humanista Argentina cuenta con historia y tradición de democracia directa, ya desde los “cabildos” de la época colonial, atisbos de una democracia donde los vecinos participaban directamente de los asuntos públicos hasta el peronismo generador de un experiencia histórica muy rica en cuanto a la construcción de un modelo de democracia diferente y que quedó plasmada en la constitución de 1949, verdadero hecho revolucionario para su época. Esa constitución fue derogada por un golpe militar y denostada y olvidada, por los sucesivos gobiernos, pero marca un camino viable, realizable y sustentable para construir otro país. 
 
Ante la crisis de la democracia liberal opongamos más democracia, donde el sujeto sea el pueblo organizado y empoderado.

Por ultimo creemos conveniente citar a JDP: “la República Argentina debe edificar un nuevo proyecto de civilización alternativo al capitalismo liberal. La Comunidad Organizada es un programa de democracia social, participativa y humanista que reconoce y que garantiza los derechos de las personas y que establece una clara conciencia de sus obligaciones. El individuo solamente se realizará en una Comunidad liberada y su destino estará directamente ligado al del conjunto de la colectividad”


Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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