Sábado
2 de mayo de 2020
Como
se esperaba, el FMI corrigió drásticamente sus pronósticos de
enero pasado para 2020. Los redujo 6,3 puntos porcentuales para la
economía global y 7,7 puntos para los para los países
desarrollados, y los subió 1 punto para los emergentes –en buena
medida por proyectar que China crecerá 1,2%.
Para América Latina
los redujo 5,2 puntos, sobre todo por los malos desempeños de las
economías de mayor tamaño (Brasil, México y la Argentina). Merece
consignarse que, luego de caer ininterrumpidamente desde 2014, y de
cumplirse la proyección del FMI de -15% para este año, el PIB de
Venezuela acumulará un 72% de caída en 7 años (sic). Todos estos
pronósticos dependerán crucialmente de la evolución de la pandemia
y de sus eventuales terapias.
Por ahora, los escenarios del FMI de
hace menos de un mes se están convalidando. Por caso, en el primer
trimestre el PIB de los EE.UU. cayó 4,8% respecto del anterior,
aunque aumentó 0,3% interanual. Pero, por la pandemia, los datos de
marzo son bastante peores que los del trimestre. Recién ahora, y por
el impacto de la pandemia, se está verificando el escenario
mayoritario pronosticado hace más de tres años, cuando fue electo
Donald Trump.
Al impulso de un mayor déficit fiscal, por la rebaja
impositiva, habría mayor crecimiento, más empleo y más inflación.
Esto llevaría a la Reserva Federal a aumentar las tasas de interés,
impulsando la entrada de capitales a los EEUU (y salida de los
emergentes), resultando la apreciación del dólar y la caída de
precios de los commodities. Aquí nunca compartimos tal diagnóstico.
Ocurrió que, pese al mayor crecimiento y al aumento del empleo, la
inflación no aumentó y la Reserva Federal no aumentó sus tasas,
sino que las bajó, para evitar una eventual desaceleración de la
economía norteamericana (y, también, por presión del presidente
Trump).
El resultado hasta ahora fue que no ocurrieron ni la masiva
entrada de capitales a EEUU (y la salida de los emergentes), ni la
fuerte apreciación del dólar, que fue moderada, ni una gran caída
de los commodities. En nuestra opinión, la principal causa del
fracaso del pronóstico mayoritario fue que, pese al gran aumento del
empleo y a un desempleo decreciente, los salarios se mantuvieron
bastante estables debido, pese al discurso oficial de Trump, a la
sostenida inmigración. Respecto del futuro de la economía global,
hay tres cuestiones que lo condicionarán significativamente.
Primero, cabe subrayar que hoy en día la capacidad de proyectar el
futuro desde una perspectiva de economía, sociología y política,
es muy limitada. La evolución de la pandemia será decisiva al
respecto. Así se vio en la favorable evolución de algunos mercados
en esta semana, debida exclusivamente a los trascendidos de que
vacunas contra el Covid-19 podrían estar accesibles en el mes de
septiembre, bastante antes que en las previsiones anteriores. En
segundo lugar, pero muy importante, hay que registrar que, bastante
antes de la erupción de la pandemia, la economía global acarreaba
problemas importantes. Por un lado, un alto endeudamiento, público y
privado por partes casi iguales y cercano al 300% del PIB global. Por
otro lado, claras tensiones comerciales, sobresaliendo las de
China-EEUU, ahora en modo de espera, pero no resueltas. En ese marco
se registra también una crisis del multilateralismo, desde la
pasividad de la OMC hasta las polémicas en torno a la Organización
Mundial de la Salud, pasando por la patética inacción del G20 ante
la (posiblemente) peor crisis de la economía global en mucho tiempo.
Esto último contrasta con la decisiva y exitosa intervención del
G20 para salir de la Gran Recesión del 2008. En tercer lugar, y
quizás causa de los problemas del multilateralismo, hay una larvada
crisis de gobernanza interna en muchos países, ocasionada por la
creciente adhesión a las ideas y movimientos nacionalistas y
populistas y, por cierto, sin que aparezcan alternativas. En un marco
tan complejo se hacen conjeturas acerca de si la salida de esta
crisis será rápida (en J, o al menos en V o en U) o si, por el
contrario, será muy problemática, trazando una L. Eso dependerá
crucialmente de cuán rápido se logrará neutralizar o derrotar a la
pandemia. Escapa totalmente al territorio de las ciencias sociales,
pese a lo cual son bastantes los colegas que arriesgan pronósticos.
¿Cómo debería posicionarse la Argentina ante esta situación
inédita y tan compleja e incierta? En el plano de la salud, da la
impresión de que las medidas tomadas por las autoridades sanitarias
están dando buenos resultados. En el plano de la economía no puede
decirse lo mismo. No hay plan a la vista, ni una mesa económica,
como sí la hay médica ni, que se sepa, diálogos entre ambos
sectores. Esto es crucial, porque lamentablemente nuestro país está
entre los peores preparados para encarar esta situación. Las causas
enraízan desde hace cerca de un siglo: inflación crónica, déficit
fiscal crónico, inversión y exportaciones muy insuficientes, y un
largo etcétera. No es fácil decir qué debería hacer la Argentina,
pero sí está bien claro lo que no debería hacer: reiterar el
default de la deuda pública. Ello limitaría seriamente el
crecimiento del país, ausente desde hace casi una década, y sin
crecimiento se dificultan seriamente la lucha contra la pobreza y por
una mejor distribución del ingreso. (Fuente www.perfil.com).
La
ilusión de algunos sobre que el poder concentrado y la oposición
del PRO iban a aceptar la razonabilidad de las medidas que los
gobiernos del Frente de Todos, y que la gravedad de la pandemia ponía
una pausa al conflicto sobre el rumbo del país se demostró falsa e
ingenua.
Dos
conflictos esenciales atraviesan a la sociedad argentina. Por un
lado, es la disputa por quien se hace cargo de los escombros que deja
la crisis neoliberal y la parálisis de parte crucial de la economía
provocada por la cuarentena obligada. Los fondos de inversión
principales acreedores de la mega deuda, los grandes grupos
empresarios trasnacionales con intereses en el país, los bancos y
grandes financieras pretenden que el peso esencial de la actualidad y
de la recuperación sea sobre los empresarios nacionales, las pymes,
los trabajadores, sobre la democracia. Por lo tanto, no quieren
que se abra paso medidas de justicia mínima como el impuesto a las
grandes fortunas porque eso pone en el centro la discusión sobre
todo el sistema impositivo, en como combatir con eficiencia la
evasión, la utilización de las guaridas fiscales, y por supuesto
una nueva ley de entidades financieras que derogue la vigente que es
de la dictadura.
El
poder no nos presenta una batalla discursiva sobre el tema, de
racionalidades diferentes, porque ello instala un debate en la
sociedad que ellos le quieren negar. Por eso para detener, trabar o
minimizar la potencia de las medidas que se necesitan tomar para que
la mayoría sobreviva en este mundo que mutó velozmente, recurren a
una diversidad de temas, de focos de tensión, de desgaste del
gobierno, de minar a los dirigentes y representantes, de manipular a
la opinión pública.
Aquí
hay que anotar los intentos de boicotear que el Congreso funcione
virtualmente para impedir la sanción del impuesto a las grandes
fortunas, las declaraciones del expresidente sosteniendo que el
populismo es peor que la pandemia, las conspiraciones del “mecanismo”
para crear bandas de delincuentes liberados para ser sostén de las
expropiaciones que se planifican (¿?!!), el pronunciamiento de
varios expresidentes de derecha y ultraderecha contra España, México
y Argentina, la vuelta de los equipos trolls, las continuas campañas
contra la vice presidenta y los intentos de limar al presidente
Alberto que tiene un respaldo masivo por su actitud ante la pandemia.
Las
declaraciones de la Senadora Felicitas Beccar Varela no son
importantes en si, parecen de alguien de una era prehistórica y
consumidora de esas teorías conspirativas de bajo nivel. Lo
importante es la trascendencia que le dio el verdadero “mecanismo”
del poder propagandístico. Su significado es que activaron todas las
formas de desgaste hasta estos razonamientos estúpidos y torpes.
Desde
una racionalidad progresista muchas veces se minimiza las opiniones
de Patricia Bullrich, pero su peligro no radica en que las haga
“entonada” o confusas, sino que por voluntad y mandato de Macri
es la presidenta del Pro y representante de su ala de ultraderecha y
con la eficiencia para ese sector de los que no tienen escrúpulos.
El
mecanismo está puesto en marcha. Minimizarlo es un error.
El otro conflicto
La
lucha por el rumbo, por la apropiación de los recursos de todos, por
el poder, se da en medio y por medio del conflicto en el terreno de
la cultura, de los valores, de la cosmovisión desde la cual miramos
y entendemos el sistema-mundo.
Se
equivocan quienes ven en el neoliberalismo solo un proyecto económico
o que su gran triunfo fueron las medidas y concepciones nacidas del
Consenso de Washington. El gran triunfo de la revolución
conservadora maximizada por la caída del muro los errores y horrores
del socialismo “real”, se dio en el terreno de la batalla
político-cultural. Batalla que se dio en las elites
económicas, políticas, universitarias, intelectuales, pero también
en el llano sobre la población mundial. La idea de que no hay
alternativa social al capitalismo realmente existente fue el telón
de fondo donde opero la mutación de valores, y la forma de
interpretar el mundo y lo que nos rodea.
El
“mecanismo” actúa nuevamente sobre la base del miedo. Son las
políticas del miedo para despertar lo peor del ser humano, para
nublar la capacidad de una racionalidad democrática y pluralista. A
lo largo de la historia las derechas han utilizado este argumento
moralmente invalidante pero efectivo. Mas aún cuando las fronteras
se cierran, el “otro peligroso” es cualquiera incluido mi vecino
enfermera/o medica/o.
En
estos días la discusión sobre cárceles invadió el prime time. Las
derechas y el “mecanismo” crearon falseando, exagerando,
inventando conspiraciones, expuso casos para demostrar el peligro de
las supuestas políticas del gobierno, todo eso era necesario para
crear el miedo social, y a la vez tenia que haber un terreno cultural
propicio en nuestra sociedad para escuchar y asumir como propia la
evidente manipulación. El cacerolazo de ayer es una muestra, por
supuesto que estuvo empujado y organizado por el PRO, pero dejarlo
solo allí es no mirar la realidad tal cual es.
El
problema de la sobrepoblación de cárceles viene de décadas y de
varios gobiernos de signos distintos. Las políticas de mano dura, de
elevar las tasas de prisionización tienen un punto claro de
inflexión en el gobierno de Ruckauf, y con intervalos plausibles, se
continuo posteriormente. Las cárceles fueron un lugar hacinamiento,
de falta de condiciones mínimas para la sobrevivencia, de falta de
la salud, de violencia institucional, de negocios ilegales, donde
todo se compra y se vende. Y que en el cuatrienio macrista, Bullrich,
Vidal y Ritondo permitieron e impulsaron las subidas de las tasas de
prisionización no solo atestando las cárceles sino también de
nuevo las comisarias.
En una
sociedad que sufre las políticas neoliberales, con aumento de la
desocupación, de la pobreza, de la indigencia, de un estado en
retirada, dos miradas se hicieron dominantes en la sociedad sobre las
cárceles la primera no verbalizada pero profundamente internalizada
que el que está en la cárcel tiene que estar mucho peor del que
esta peor en “libertad”. De allí se deducen frases comunes
que atraviesan transversalmente a todas las clases. La otra idea
dominante es no querer mirar lo que ocurre en las catacumbas de la
democracia, porque eso significaría aceptar que permitimos la
tortura. Incluso la cultura tumbera televisiva es una forma de
aliviar conciencias y sembrar una cultura conformista: así es el
mundo real, cuanto mas lejos mío este mejor.
Pero
junto a las estrategias de la derecha hay que examinar las acciones
del campo propio. Llegado el covid 19 era claro que las cárceles era
un lugar de peligro por la masificación del contagio. Y no solo para
sus internos y trabajadores del servicio penitenciario, sino para la
sociedad. Porque nada de lo que sucede en la cárcel se queda en sus
fronteras. Si las cárceles provinciales están repletas de pobres, y
los penitenciarios a la vez provienen del mismo sector social, estaba
claro que el contagio que allí se produzca llega a los barrios
carenciados.
A la
vez había que tomar en cuenta que la situación estructural de las
cárceles era una bomba, y que como tal necesitaba de una ingeniería
precisa, consensuada, inteligente para desarmarla y hacerlo en
tiempos de pandemia y urgencia. Enfrentar el gravísimo
problema de salud que implica para la sociedad necesitaba de un
discurso abierto, legible para que se comprendan las medidas de
emergencia que había que tomar. El rol de las victima en los
procesos y ejecución de penas es un reclamo justo y propio de las
concepciones democráticas y transparentes del proceso penal, no es
un reclamo de la derecha, ellos la utilizan para sus intereses.
Es
cierto que los jueces muchas veces miran para otro lado sobre la
situación de sus presos, tienen mucha responsabilidad de no tomar
las resoluciones pertinentes sobre las condiciones en que se cumplen
las condenas o prisiones preventivas que ellos deciden. O sobre la
violencia institucional tras los muros, o de los negocios que allí
habitan. Pero no es cierto que la política criminal de un estado
solo dependa de ellos. Cuantos, a quienes, en que condiciones se
tienen a los presos es una decisión Estatal y societaria.
También
hay que señalar que a veces las mejores intenciones si no van
acompañadas de la mejor inteligencia para desarmar adecuadamente esa
bomba de la que hablamos lleva a errores que las derechas y el
“mecanismo” van a utilizar al extremo, y lo que tendría que
significar un avance estatal y cultural se convierte en retrocesos.
Tiene
razón Alberto, si es que lo dijo no me consta, que no hay lugar para
errores.
Por
ultimo esta columna de alguna manera es volver una y otra vez al
Megafón de Leopoldo Marechal y sus dos batallas la terrenal y la
celestial.
En
la primera escena de Soy leyenda, adaptación al cine de la novela de
Richard Matheson, el científico Robert Neville, uno de los
escasísimos sobrevivientes a un virus masivo que aniquiló a la
mitad de la población y convirtió a la otra mitad en zombies,
dedica sus mañanas a perseguir ciervos con su auto deportivo por las
calles vacías de Nueva York. Tras muchos intentos, Neville arrincona
a un ciervo, le apunta con el rifle y se prepara para disparar cuando
se le adelanta… un león, que despedaza a su presa y se lo lleva.
El coronavirus no mató a medio planeta (220.000 al cierre de esta
nota) pero las imágenes de avestruces caminando por el centro de
Ituzaingó, pingüinos en las playas en Miramar y ciervos paseándose
por Tigre, por mencionar solo ejemplos locales, subrayan el carácter
sobrenatural de lo que estamos viviendo.
La
pandemia es un “hecho social total”, como sostiene Ignacio
Ramonet, cuyos efectos se sienten en todo el planeta (1).
Pero a diferencia de otros mega-acontecimientos del pasado, como la
Segunda Guerra Mundial, la caída del Muro de Berlín o los atentados
del 11 de Septiembre, cuyo impacto llegaba a algunas zonas de manera
diferida, esta vez el shock se siente en todo el mundo al mismo
tiempo. Esta es la singularidad, el signo verdaderamente diferente de
lo que estamos viviendo: la simultaneidad de la crisis y, con ella,
su capacidad de trastocar el tiempo. La historia, como señala
Richard Haass, se está acelerando, los acontecimientos se condensan
con espectacular rapidez (2):
el primer caso de COVID-19 sucedió el 8 de diciembre, cuatro meses
que parecen siglos. Y después siguió la cuarentena y su paradoja
del tiempo: achicar el espacio para estirar el tiempo, recluirnos
para dar tiempo a que el sistema de salud se prepare, mientras
nuestro tiempo personal –el transcurrir lento de los días– se
nos hace eterno.
Pero
el signo de lo extraordinario reside también en el carácter
igualador del virus: todos nos lo podemos pescar en cualquier
momento, aunque desde luego no todos dispongamos de los mismos medios
para enfrentarlo. Nadie puede no hacer nada frente al virus, e
incluso si lo intenta el virus lo atacará igual (el hecho de que
líderes mundiales que lo subestimaban como Boris Johnson hayan caído
resulta ilustrativo). Medio planeta en cuarentena, clases suspendidas
en casi todo el mundo y, de acuerdo a las estimaciones de la OIT (3),
81% de la fuerza laboral total o parcialmente paralizada. El
historiador francés Patrick Boucheron sostiene que nunca
experimentamos tan íntimamente la historia, que literalmente penetra
nuestros cuerpos (4).
¿Era
previsible? Parece que sí, a juzgar por los informes, libros y
advertencias de organismos oficiales que llevaban años alertando
sobre un virus de este tipo, lo que no le quita su carácter
sorpresivo, del mismo modo que los antecedentes (SARS, Ébola, gripe
aviar) no lo hacen menos inédito. Sencillamente, una pandemia de
estas características no estaba en el radar de los grandes líderes
mundiales ni en el de los organismos internacionales (salvo la
Organización Mundial de la Salud).
Tan
sorpresivo resultó el impacto que países ricos (Estados Unidos,
Italia, Francia) y con sistemas de salud sólidos (España, Gran
Bretaña) resultaron más afectados que otros, más pobres y con
esquemas sanitarios frágiles; del mismo modo, el club de los
“solofiebristas”, como denominan en España a los que defendían
la idea de que el virus era “solo una fiebrecita”, está
integrado por líderes de derecha, como Donald Trump o Jair
Bolsonaro, y de izquierda, como Andrés Manuel López Obrador o
Daniel Ortega. En rigor, la eficacia a la hora de contener la
propagación del COVID-19 resulta de una combinación de: la
celeridad para declarar la cuarentena (la empobrecida Grecia salió
mejor parada que Italia), los niveles de conexión con el mundo y
sobre todo de ingreso de personas provenientes de los países
inicialmente afectados (lo que explica el éxito de Venezuela,
expulsor neto de personas), la capacidad de cibervigilancia del
Estado (como demostraron los países asiáticos e Israel, que
recurrió a la ley anti-terrorista) y, por supuesto, la cobertura del
sistema de salud.
El
hecho de que los alineamientos no se expliquen, al menos en una
primera etapa, por la riqueza del país ni por la ideología de quien
lo gobierna demuestra que efectivamente estamos ante algo nuevo,
diferente a todo lo anterior. ¿Qué mundo nos dejará la pandemia?
La tentación es la de siempre: adaptar el pronóstico a nuestros
deseos. Desde que el virus se instaló como un plato volador en
nuestras vidas, los ambientalistas se ilusionan con un resurgir de la
conciencia ecológica, los izquierdistas con una crisis fatal del
capitalismo, los nacionalistas con muros y fronteras. Ahí donde
Giorgio Agamben anticipa un refuerzo del estado de excepción
(justamente el tema que investiga hace décadas), Slavoj Žižek,
autodeclarado comunista, prevé un retorno… ¡del comunismo!
(aunque sería un comunismo distinto).
Más
atención merecen en cambio los planteos del progresismo liberal
acerca de la necesidad de enfrentar el tema con una mayor
articulación global, recuperando instancias de coordinación
destartaladas como la Organización Mundial de la Salud. Nuevamente
el deseo: quizás sería deseable, pero ¿es lo que va a ocurrir? Que
el problema sea global no significa que la solución será global,
como sostienen las Naciones Unidas. De hecho, la energía colectiva
para enfrentar la pandemia –el sacrificio del quedate en casa, el
esfuerzo financiero del Estado– es, hasta ahora, nacional: la
Nación sigue siendo la referencia más eficaz a la hora de pedir
sacrificios, lo que una vez más demuestra que quizás existan
Argentina y los argentinos (o Grecia y los griegos) pero que no está
tan claro que exista tal cosa como “la humanidad”.
Sucede
que la crisis del coronavirus trastoca el tiempo pero también
reconfigura el espacio. La pandemia, cualquier pandemia, es una
experiencia muy territorial: como el peligro llega de afuera, la
naturaleza territorial de la autoridad política se refuerza. Y
recupera centralidad el Estado-nación, única instancia con
capacidad para cerrar fronteras y declarar confinamientos, que además
sigue siendo el dispositivo más adecuado para gestionar el miedo, el
sentimiento que prevalece en momentos en que la textura de la vida
cotidiana, como sostiene John Gray (5),
está cambiando, alterada por una espeluznante sensación de
fragilidad.
El
miedo suena de fondo, es la música funcional de la pandemia. El
futurólogo Emiliano Gatto, que está diciendo cosas muy interesantes
sobre la transformación en curso (6),
sostiene que el pánico que nos atenaza se debe no tanto a la
incertidumbre activada por el virus como a lo que éste tiene de
certeza. El problema no es no poder hacerse una idea, sino no poder
deshacerse de una idea, compuesta en este caso por sirenas de
ambulancias, salas de terapia desbordadas, adultos mayores conectados
a respiradores, gente obligada a morir en total soledad (solo un
miedo muy profundo puede hacer que aceptemos sin protestar algo que
hasta hace poco hubiera resultado intolerable). En este marco, quizás
la tarea de un buen gobierno consista en asumir la incertidumbre y,
parado bajo ese enorme cono de sombras, transformar el pánico
irracional en temor productivo, el mismo que hace que nos lavemos las
manos treinta veces por día. Al fin y al cabo, desde Maquiavelo
sabemos que gobernar es en esencia gestionar el miedo.
Pero
recuperemos la pregunta inicial. ¿Qué mundo nos dejará el virus?
¿Cómo imaginar un mundo que no sea una simple prolongación
–mejorada, deteriorada, idealizada– del presente, pero tampoco
una simple proyección de nuestros deseos? ¿Un mundo semejante al de
la Primera PosGuerra, inestable, recesivo, con nacionalismos en
ascenso? ¿O un mundo más parecido al de la Segunda PosGuerra, con
crecimiento, un nuevo Estado de Bienestar y paz en Europa?
La suerte se está jugando en este momento. Si el futuro por un lado asoma sombrío, por otro es posible adivinar también algunos destellos de esperanza.
(...) Se mencionan avances positivos, como el renovado protagonismo de la
ciencia y el regreso del Estado. (...) Podemos agregar dos
más, el primero es cierta revalorización de la vieja idea de
industria nacional asociada a la necesidad de recuperar segmentos de
cadenas de suministros hasta hora deslocalizados: los especialistas
coinciden en que el hecho de que Argentina disponga de dos de las
pocas fábricas de respiradores artificiales que hay hoy en el mundo
(se trata de una tecnología del siglo XX, es decir de la época en
que el país contaba todavía con una industria pujante) constituye
una ventaja sanitaria importante: la industria nacional como resorte
de soberanía. El segundo es la recentralización en el gobierno
nacional de áreas de gestión que habían sido cedidas al mercado,
la sociedad civil o las provincias: el intento, finalmente frustrado,
de declarar de interés público las camas de las clínicas privadas
durante la emergencia, como hizo sin ir más lejos España, podría
ser un primer paso hacia una mayor articulación del sistema de
salud, cuyo problema no es tanto el gasto como la segmentación.
Pero es
posible incluso pensar más allá. Las crisis suelen ser el momento
en el que los gobiernos populares imponen decisiones audaces que en
tiempos más normales hubieran generado una fuerte resistencia
corporativa y años de interminables discusiones: la crisis del 29
dio pie al New Deal, la Segunda Guerra al Estado de Bienestar,
Argelia a la Quinta República. En Argentina, la dictadura y Malvinas
habilitaron el Juicio a las Juntas, la crisis del 2001 permitió el
tratamiento de la ley de genéricos y la crisis del 2009 ayudó a
estatizar las AFJP y concretar la Asignación Universal por Hijo.
Hoy, a un costo fiscal nada desdeñable, el gobierno de Alberto
Fernández está pagando el Ingreso Familiar de Emergencia, una ayuda
extraordinaria para el amplio universo de trabajadores informales,
irrepresentados e invisibles: transformarlo en un derecho permanente,
en una versión local de la renta básica universal que se discute en
el mundo, podría ser el primer gran saldo progresista de la
pandemia.
Referencias:
1.
Ignacio Ramonet, “La pandemia y el sistema- mundo”, disponible en
https://www.eldiplo.org/notas-web/la-pandemia-y-el-sistema-mundo/
2. https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52314527
3. https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/briefingnote/wcms_740981.pdf
4. Paris Match, 31-3-20.
5. “Adiós globalización, empieza un mundo nuevo”, El País, Madrid, 12-4-20.
6. https://medium.com/@ezequielgatto
2. https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52314527
3. https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/briefingnote/wcms_740981.pdf
4. Paris Match, 31-3-20.
5. “Adiós globalización, empieza un mundo nuevo”, El País, Madrid, 12-4-20.
6. https://medium.com/@ezequielgatto
Auge y ocaso de la democracia
Valga
la paradoja que en el mismo momento en que se ha anunciado el
definitivo triunfo del sistema democrático, vemos como empieza a ser
cuestionado y van apareciendo elementos que preanuncian próximas
crisis.
El
avance de las derechas ultranacionalistas, fascistas y xenófobas en
muchos países europeos; la vuelta de golpes cívico militares en
América latina, a veces disfrazados de golpes palaciegos y otras, a
la vieja usanza con el uso de las fuerzas militares como ariete y
gendarme, siempre apañados y alentados por los intereses del
Gobierno de EEUU; el levantamiento y la protesta de muchos pueblos
contra las políticas de ajuste y saqueo, impuesta por el FMI, son
solo atisbos de la crisis imperante en el mundo.
La
democracia que vivimos hoy se expresa en una de sus formas: la
democracia liberal, parlamentarista y representativa. Y es aquí
donde comienzan los cuestionamientos y las señales de alarma.
En
principio la democracia liberal imperante lleva consigo asociada a la
globalización económica y financiera que rige el mundo; el
resultado de este maridaje son las profundas desigualdades sociales,
el aumento de la pobreza y de las situaciones de miseria y exclusión
social que afectan a importantes sectores de la población de esos
países, incluso en sociedades desarrolladas y democrático-liberales.
Es
probable además que estas señales de crisis se vean profundizadas
por las profundas transformaciones económicas, tecnológicas,
culturales y sociales que vive el mundo hoy. Este cambio global por
un lado abre para algunos un panorama de optimismo, para otros, para
muchos, despierta fantasmas apocalípticos.
Del
ascenso de la democracia liberal.
A fines
del siglo XIX y principios del XX, las sociedades modernas se
enfrentaron a transformaciones, producto del paso de la sociedad
burguesa y el capitalismo colonial a la sociedad de masas y el
capitalismo industrial. Este proceso se vio acompañado por un
impresionante cambio tecnológico que no solo afectó lo productivo
sino que también cambio las formas sociales y familiares. Emergen
los partidos políticos, los sindicatos, la lucha por la ampliación
de derechos sociales y políticos, la creciente concentración y
centralización del poder político, la progresiva importancia del
liderazgo político, el surgimiento de los movimientos populares en
la periferia con su lucha anti colonial, fueron generando un mundo
nuevo, no sin contradicciones y violencias El fin de la segunda
guerra mundial, con la derrota del fascismo y el triunfo del
capitalismo anglo yanqui, revestido en formas democráticas
liberales, abre en Occidente un panorama de expansión de la
democracia.
Si bien
de hecho la democracia liberal moderna es hija de la revolución
francesa y de la independencia norteamericana, ambas a fines del
siglo XVIII, puede apreciarse que recién luego de la segunda guerra
mundial esta comienza a ser considerara como la forma natural y
normal de gobierno.
En
Latinoamérica, recién en los años ochenta, se inicia un proceso
continuo de gobiernos democráticos, luego de décadas de gobiernos
militares, alentados y prohijados por EEUU en defensa de sus
intereses imperiales.
Está
claro que la legitimidad de la democracia en un fenómeno
relativamente nuevo en la historia moderna. Es necesario acentuar que
el periodo de postguerra y hasta casi fines de los ochenta la
democracia venia asociada a la lógica del fortalecimiento de los
estados y dentro de ellos al estado de bienestar. En ese tramo
histórico democracia, bienestar y progreso y social eran casi
sinónimos, por lo menos en los países centrales y aquellos
periféricos pero que habían alcanzado algún grado de desarrollo.
Este eje se rompe con el fenómeno de la globalización y el cambio
de paradigmas del capitalismo, que en su afán de maximizar su tasa
de ganancia rompe las reglas del viejo capitalismo productivo por uno
basado en la renta financiera, la concentración, el monopolio y la
sobre explotación de los recursos naturales y humanos. Para lograr
esos objetivos debe desarmar los estados nacionales, debilitarlos y
ponerlos a su servicio, hacer desaparecer el estado de bienestar tal
como lo conocimos y debilitar también los procesos democráticos,
vaciándolo de contenido y política. Lo cara visible de la crisis de
la democracia liberal es expresado por el nuevo rol del ser humano,
deja de ser un “ciudadano” para ser un productor –consumidor,
en el mejor de los casos, que pierda su carácter de sujeto político,
acreedor de derechos sociales y políticos.
Al
mismo tiempo como resultado de las políticas neoliberales, en los
países se da un fenómeno de concentración de la riqueza en aquellos
sectores o clases que ya la poseían, mientras se condena a amplios
sectores populares al desempleo y la pobreza. Esta concentración de
riqueza va acompañada naturalmente de mayor concentración del poder
político. La democracia se va convirtiendo en un régimen
monopolizado por los ricos y al servicio de las clases más
pudientes. El sistema democrático deja de representar a los sectores
populares y empieza a ser cuestionada en su legitimidad al no poder
canalizar dentro de sus instituciones las demandas sociales.
Si bien
hay numerosos autores que sostienen la decadencia o crisis de la
democracia liberal, tanto autores de derecha como de izquierda, Carl
Schmitt o Harold Laskin, por ejemplo, existen otros que con Kelsen
sostienen“que si bien el parlamentarismo atravesaba por diversas
dificultades, nada permitía sin embargo hablar de crisis, bancarrota
o agonía del mismo” Para Kelsen que dadas las condiciones de la
sociedad industrial y de masas que vivimos, la democracia -dada la
magnitud y la pluralidad de fines inherente a las sociedades
modernas únicamente puede ser una «democracia mediada,
parlamentaria», esto es, una democracia “en la que la voluntad
colectiva que prevalece es la determinada por la voluntad de la
mayoría de aquellos que han sido elegidos por la mayoría de
los ciudadanos”.
Esta
defensa de la modelo hecha por Kelsen nos muestra claramente sus
limitaciones y la razón del porqué de los cuestionamientos.
En
realidad la democracia liberal se convierte en un gobierno dirigido
por una minoría, elegida supuestamente por una mayoría en un acto
electoral.
Así
los derechos políticos del ciudadano en una democracia se reducen en
síntesis a un mero derecho de sufragio periódico. Queda claro que
deja de existir el sujeto ideal “pueblo” para ser reemplazado por
una clase dirigencial, a veces de origen político, pero en las
sociedades neoliberales cada vez más son reemplazados por hombres y
mujeres provenientes de las corporaciones y los estamentos de
negocio. Está claro que esta democracia así concebida no puede dar
respuestas a los diversos y antagónicos intereses sectoriales de las
sociedades actuales. Kelsen sostiene frente a las críticas de la
izquierda y las propuestas «corporativas» de la derecha, que la
democracia moderna “descansa sobre los partidos políticos”. Es
más, requiere «un Estado de partidos» en tanto que éstos son las
organizaciones que expresan los diversos intereses, las ideologías
imperantes, agrupan en su seno a los ciudadanos, construyen
voluntades políticas, forman dirigentes y opinión pública e
inciden en la marcha de la cosa pública.
Esta
opinión de Kelsen nos muestra otro de los factores que explican la
crisis actual del modelo. Si bien esta visión, si bien muy
eurocéntrica, define el rol de los partidos políticos
tradicionales, restringidos a algunos países centrales en el siglo
XIX y más generalizado durante el siglo XX, pero que ahora en el
siglo XXI han ido perdiendo identidad y peso político. La pérdida
de legitimidad de los partidos políticos en general y de la política
en particular es un fenómeno mundial.
Por un
lado sufren las consecuencias de la perdida de legitimidad de la
democracia liberal como sistema, pero por el otro, el neoliberalismo
imperante en el mundo, es también un proyecto políticos de
dominación y sometimiento de países y pueblos; dentro de cada país
a su vez hay minorías asociadas al modelo global que se apropian de
los recursos pero también del poder político. En ese marco la
democracia y la política son peligrosas para las elites. No es
casual el constante accionar de los medios de comunicación con
mensaje demonizando a la política y los políticos y a su vez el
sistema fue cooptando dirigencias políticas y las puso a su
servicio.
Es
notorio por ejemplo en la mayoría de los países europeos el
trasvestismos de los viejos partidos social demócratas, que
abandonaron el socialismo pasaron a defender el modelo y las ideas de
la globalización neoliberal, vendido y propagandizado como el modelo
único.
El
lugar de los partidos políticos fue siendo ocupado las
corporaciones, las empresas y un nuevo actor, las organizaciones del
tercer sector, supuestamente apolíticas que trabajan para el bien
común. Además aparecen nuevos dirigentes “apolíticos”,
provenientes del sector empresario, el deporte o la cultura y el
espectáculo. Debe quedar claro que siempre detrás de una supuesta
apoliticidad se esconde una ideología de derecha neoliberal.
Para
sintetizar el viejo ideal helénico de la asamblea de ciudadanos que
participan de forma directay cotidiana en la toma de decisiones sobre
la polis, la democracia moderna se ha convertido en un sistema que
restringe ese ideal de autodeterminación y participación política
de los pueblos. La respuesta por derecha a esta crisis es la
construcción de una democracia restrictiva, que no hace más que
profundizar los errores y limitaciones que venimos refiriéndonos. Y
en algunos casos extremos, como Brasil y algunas democracias europeas
un corrimiento hacia formas autoritarias cuasi fascistas.
Algunas
conclusiones desde la periferia:
En este
punto está claro que no se debe confundir la mayor o menor hegemonía
de la democracia liberal con la legitimidad del ideal de democracia.
La crisis que se vislumbra es la crisis de la democracia liberal
representativa, y no necesariamente con la democracia en sí, que es
mucho más que las viejas formas parlamentaristas que expresa la
ideología neo liberal asociada. El lógico pensar que el maridaje
entre democracia liberal y neoliberalismo, está conduciendo hacia
una gran crisis, no solo del capitalismo globalizador sino también a
las instituciones democráticas que le dan sustentabilidad. El
neoliberalismo como un parasito se enancó en la democracia liberal,
pero ahora habiéndola agotado, necesita otro anfitrión, por eso la
búsqueda de regímenes democráticos más restrictivos o
directamente hacia dictaduras, muy autoritarias en lo político y
liberales en lo económico.
Es indudable que la respuesta de los
movimientos populares en Latinoamérica, debe pasar por la
construcción de modelos económicos y políticos enraizados en su
historia y tradiciones. Primero y sobre todo ante la despolitización
de la sociedad que plantea el neoliberalismo hay que ponerle más
política. La política es la única herramienta que tienen nuestros
pueblos.
Ante la
agudización del individualismo, del egoísmo como motor de la vida,
construyamos comunidad, solidaridad, organización y unidad de los
pueblos.
Ante la
crisis de la economía liberal construyamos otro modelo más
solidario, basado en la producción y el trabajo y no en la usura,
sostengamos que el hombre es el sujeto de la economía, que solo el
trabajo genera riquezas y que por lo tanto esa riqueza debe ser
distribuida entre quienes la generan. La economía está subordinada
a la política y esta al bienestar de la comunidad.
Ante la
crisis y el debate sobre la democracia, la respuesta no es la
búsqueda de modelos autoritarios o mesiánicos, porque estos solo le
sirven a las oligarquías locales y a los intereses del imperialismo.
Hay que construir más democracia, una democracia que rompa los
estrechos límites del modelo parlamentarista representativo, por un
modelo de democracia social, participativa y humanista Argentina
cuenta con historia y tradición de democracia directa, ya desde los
“cabildos” de la época colonial, atisbos de una democracia donde
los vecinos participaban directamente de los asuntos públicos hasta
el peronismo generador de un experiencia histórica muy rica en
cuanto a la construcción de un modelo de democracia diferente y que
quedó plasmada en la constitución de 1949, verdadero hecho
revolucionario para su época. Esa constitución fue derogada por un
golpe militar y denostada y olvidada, por los sucesivos gobiernos,
pero marca un camino viable, realizable y sustentable para construir
otro país.
Ante la
crisis de la democracia liberal opongamos más democracia, donde el
sujeto sea el pueblo organizado y empoderado.
Por
ultimo creemos conveniente citar a JDP: “la República Argentina
debe edificar un nuevo proyecto de civilización alternativo al
capitalismo liberal. La Comunidad Organizada es un programa de
democracia social, participativa y humanista que reconoce y que
garantiza los derechos de las personas y que establece una clara
conciencia de sus obligaciones. El individuo solamente se realizará
en una Comunidad liberada y su destino estará directamente ligado al
del conjunto de la colectividad”
Comentarios
Publicar un comentario