TECNOLOGÍA Y CAPITALISMO NEOLIBERAL

 


Primer acto: nos mandamos mensajes sobre zapatillas con algún amigo o familiar. Segundo acto: nos aparecen publicidades de todos los modelos de calzado imaginables. El ejemplo muestra cuánto nos atraviesan las plataformas digitales en la cotidianidad, un fenómeno que se hace todavía más agudo durante la pandemia. Hoy más que nunca utilizamos internet para comprar, sacar turnos médicos, vincularnos socialmente y mucho más. Y la información es poder. Del otro lado de tu dispositivo saben qué te interesa y mediante algoritmos nunca revelados y constantemente modificados encontrarán la forma de vincularte con tus intereses. Esa inconmensurable cantidad de datos se transforma en dinero para las grandes corporaciones tecnológicas Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft (Gafam), cuyas prácticas monopólicas recién ahora empezaron a discutirse en Estados Unidos. Y será esa potestad de los datos la que genere (o ya esté generando) la próxima guerra entre las potencias mundiales.

Ya no es el petróleo. Las dueñas del mundo son las plataformas que, a fuerza de innovación, recolección de datos, geolocalización, audiencias segmentadas y la tributación en paraísos fiscales, transformaron el modo de hacer negocios en las últimas tres décadas. Entre 2014 y 2018 cuadruplicaron sus ingresos, y sólo los servicios de Google y Facebook (que posee WhatsApp e Instagram) alcanzan a casi la mitad de la población mundial.

Su identificación con “la innovación, el futuro y el progreso” les permitió crecer al amparo de un mercado global desregulado. La mayoría narra orígenes similares, para regocijo de Hollywood y las charlas TED. Talentosos, innovadores, antisociales, surgidos de las universidades más prestigiosas que se reunieron en humildes cocheras. Creativos en el arte de saber copiar. Y en aprovechar sus grandes ganancias para comprar competidores (ya lo hicieron con más de 400 empresas) o “robarles” herramientas, como hizo Facebook con Snapchat. Mientras tanto, exacerban un discurso que encuentra adeptos en el sistema neoliberal: el del emprendedor creativo “apolítico” que sólo usa la tecnología para el progreso, como algo “neutral”.

Las webs no son neutrales y cada vez lo son menos dado que las principales que consumimos son Facebook, Google, Netflix y sus ‘familias’, que utilizan una lógica de personalización algorítmica que prioriza ciertos contenidos por sobre otros”, enfatiza Martín Ariel Gendler, investigador del Conicet, licenciado y docente en Sociología en la UBA y en la Unpaz.

PANDEMIA Y ACELERACIÓN

Si la oligopolización de los flujos de datos y atención de los usuarios venía en ascenso, la pandemia lo aceleró: el uso de internet aumentó un 35 por ciento en Latinoamérica. Pasó a ser algo esencial. “El principal factor de ganancia de estas plataformas se vincula con el tratamiento de los datos, tanto de los directos (aquellos que cedemos intencionalmente) como de los indirectos, fruto de nuestra actividad e interacciones –continúa Gendler–. Realizan procesos de detección, recolección, almacenamiento y procesamiento de distintos datos nuestros y los ponen en relación con los de otras personas similares a nosotros. Ojo, no implica que esto represente una lógica totalitaria donde somos dominados por el algoritmo, como muestra el documental de Netflix, sino que se nos induce, se nos seduce hacia cierto tipo de contenidos e interacciones y no otras. Nadie nos obliga a quedarnos con los primeros resultados de Google o con las películas que nos recomienda Netflix”.

Pero a las Gafam les llegó una competencia mundial. Por primera vez una plataforma china rompió las compuertas y desembarcó con fuerza en Occidente: TikTok se convirtió en la app más descargada durante la pandemia. Estados Unidos es el tercer país con más usuarios, y Brasil, el quinto. Su valor superó los 75 mil millones de dólares. Esa fuerte presencia en Estados Unidos generó que, después del enfrentamiento con Huawei por el 5G, la administración Trump decidiera utilizar un argumento similar contra TikTok, como entretelón que esconde una feroz guerra comercial: prohibirla por supuesto espionaje de datos de ciudadanos estadounidenses hacia los servidores chinos. Aunque son privadas, el gobierno de Trump sostiene que responden al Partido Comunista del gigante oriental que posee un ecosistema de internet propio y que lanzó el plan Made in China 2025 para potenciar el desarrollo tecnológico de empresas locales en sectores estratégicos.

En su newsletter del sitio Cenital, la especialista Jimena Valdez asegura que “Facebook está en un problema similar porque guarda los datos de ciudadanos europeos en sus servidores en Estados Unidos”, y sostiene que los datos son el nuevo petróleo: “Lo que estamos viendo es una nueva etapa de potencias mundiales peleando por los recursos existentes. Esta vez, se trata de los datos generados por nosotros mismos”.

ALGORITMOS Y FALTA DE CONTROL

La falta de control es una norma en el mundo de la tecnología. Cambridge Analytica, manejando información de 87 millones de usuarios e interviniendo desde las elecciones de Macri hasta las de Trump, es un síntoma. “Por primera vez –grafica Gendler– se caía en la cuenta de que los mismos mecanismos algorítmicos empleados para venderte un yogur o sugerirte ciertos amigos para charlar también podían tener algún grado de influencia en la opinión pública y en la intención de voto.”

En 2018, el escándalo de Cambridge le generó a Facebook pérdidas por más de 37 mil millones de dólares. Poco le importó a su propietario, Mark Zuckerberg. Las Gafam ganan billones y tributan poco. La Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económicos (OCDE) se propuso debatir la Tasa Google: un impuesto a los gigantes tecnológicos para que paguen impuestos donde realizan su actividad. Facebook tiene 300 millones de usuarios en Europa, pero dentro de la UE tributa en Irlanda. Pronostican redistribuir alrededor de 100 mil millones de dólares a nivel global. Por pedido de EE.UU., la propuesta de ODCE no se tratará este año.

A diferencia de la UE, que ya avanza en regulaciones y sanciones, Estados Unidos decidió llevarlas al Congreso recién este año. A principios de octubre concluyeron que Google, Apple, Facebook y Amazon son “monopolios” que “no rinden cuentas a nadie más que a ellos mismos”, y recomendaron “separaciones estructurales”, aunque no legislaron nada en concreto. Amazon, cuyos ingresos subieron un 20 por ciento este año, publicó en un post: “La presunción de que el éxito sólo puede ser el resultado de un comportamiento anticompetitivo es simplemente errónea”.

LA DEMOCRATIZACION DE INTERNET ES UN VERSO”

Lo único que hace más democrática la tecnología es la política. La democratización de internet es un verso”. Las palabras pertenecen a Natalia Zuazo, licenciada en Ciencia Política con especialización en Relaciones Internacionales y un máster en Periodismo, pero con otro rótulo aún mayor: es una de las personas que más sabe de la red en la Argentina. Algo en lo que se centró en sus dos libros, Guerras de internet y Los dueños de internet. Sostiene que la democratización es una idea de los 90, impulsada por el equipo de Bill Clinton que propone una internet como una autopista de la información: “Un concepto liberal del derrame, que indica que a más tecnología, más progreso. Es falaz porque supone que no hay desigualdades. Conectar Igualdad es un igualador de la tecnología, por ejemplo. La escuela pública democratiza, la tecnología no”.

En su libro de 2015 menciona la batalla entre los que ponen “los caños” para que el servicio funcione y los que elaboran los contenidos. ¿Cómo está eso hoy?

Hay algo peligroso en términos de lo que Shoshana Zuboff llama el “capitalismo de la vigilancia”, porque los grandes proveedores de contenidos (las Gafam) hoy son mucho menos dependientes de los de tránsito, incluso ya directamente les venden el empaquetado. Son mucho más dueñas y más cerradas con los datos de los usuarios, sobre todo los agregados, y esa big data e inteligencia para desarrollar productos y servicios más personalizados.

¿La próxima guerra será por los datos?

Es que eso no es futuro. Ya sucede ahora. Gran parte del problema que tiene Estados Unidos en términos geopolíticos y de posicionamiento en el mundo sucede porque en términos de tecnocracia perdió totalmente el rumbo. El director de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), que es quien define los estándares técnicos de despliegue del 5G en el mundo y qué tecnología se venderá en los próximos 20 años, es chino. Mientras tanto, Estados Unidos lo único que dice es “prohíban TikTok”. Estados Unidos debería recuperar cierto rol histórico que siempre tuvo en la tecnología, que no sea solamente Facebook. SpaceX de Elon Musk tiene que ser más estratégica para EE.UU. que Facebook. Y también se debe proponer una mejor repercusión en términos de marketing positivo. Prohibir una herramienta como TikTok por espionaje, cuando los primeros que hacen espionaje con herramientas tecnológicas son los Estados Unidos, probado desde Assange hasta Snowden, es un chiste absurdo. Lo único que refleja es una falta de política tecnológica. Es tapar el sol con las manos.


 
¿Cuánto se aprovechan las aplicaciones de todo el tiempo que les dedicamos trabajando gratis para ellas?

Más que decir que trabajamos gratis prefiero hablar de intercambios. Ellas hacen algo por nosotros y no somos tontos cuando las usamos y damos “Aceptar” a sus Términos y Condiciones, y realizamos ese intercambio de datos. Pero como toda relación comercial, tenemos derechos a que sean transparentes. En la Argentina, por suerte, tenemos la Ley Nacional de Protección de Datos Personales y una Dirección Nacional si alguna no cumple. Están obligadas a la transparencia, y cuando no lo hacen deben enfrentar la consecuencia de no hacerlo, como sucedió cuando fueron convocadas por el Congreso de Estados Unidos, después de una serie enorme de violaciones a la ley. Y fue porque tocaron a la política. Dieron algunas explicaciones, pero va a quedar ahí, lo que se necesita es prohibir los paraísos fiscales donde tributan y por los que están protegidas. Todas estas plataformas o aplicaciones están diseñadas para consumir más tiempo o dinero del que necesitamos. Con saber que son parte de un sistema que siempre nos pide más y un síntoma de una vida en la que en general estamos insatisfechos y recurrimos a ellas para sentirnos un poquito más satisfechos pero sabiendo que no son la solución, ya es todo un paso.

(https://carasycaretas.org.ar/2020/11/05/es-un-monstruo-grande-y-pisa-fuerte/ )

Me llamo Bell y soy científica. Egresé de la universidad para convertirme en investigadora sonora. Eso quiere decir que recorro paisajes documentando sonidos. Al ordenar mi casa durante la cuarentena, encontré un viejo grabador que pertenecía a mi abuelo. Decidí usarlo para mis investigaciones y descubrí que el contador del tiempo del grabador es en realidad un pasaje a otras épocas”.

Así comienza el podcast de ficción “Bell, la viajera del tiempo”, que narra las experiencias de una joven egresada de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) que viaja al pasado para conocer personas y objetos que formaron parte de la historia de la provincia y del país.

La serie fue creada por UNCiencia, la agencia multimedia de comunicación de la ciencia, el arte y la tecnología que depende de la UNC, con el objetivo de impulsar la Noche de los Museos 2020. En 21 episodios, Bell recorre otros siglos y paisajes y rescata historias que hoy se encuentran atesoradas en los 21 museos universitarios de la casa de estudios.

A lo largo de los episodios, Bell logra presenciar y describir diversas situaciones: la caída de un fragmento de meteorito en la Tierra; el paso del cometa Halley en 1910; una pelea entre gliptodontes; un parto de hace un siglo, y una salida a campo con antropólogos de los ‘60. Al final de cada capítulo, la protagonista se propone volver a 2020 y visitar algún museo de la UNC para obtener más información sobre las experiencias que vivió o las personas que conoció.

La iniciativa es un adelanto de la próxima edición de la Noche de los Museos, que será el 20 de noviembre. En Córdoba, el evento va a ser virtual y va a contar con actividades lúdicas, artísticas y recreativas, bajo el lema “Museos por la diversidad. Diálogos desde la virtualidad”.

La integrante de UNCiencia y coordinadora del podcast, Eliana Piemonte, explicó que “la idea fue tomar piezas de cada museo, darles un contexto y acompañarlas de una ficción llamativa, para que después las personas entren a la página web de ese museo y sigan la transmisión que va a haber” ese día.

Según relató, en un principio el proyecto iba a ser un radioteatro, pero luego decidieron convertirlo en un podcast de ficción, con el personaje de Bell como protagonista. “Empezamos a soñar a Bell con todas las características que finalmente tiene: es una joven que está comprometida con las ideas de su tiempo y también es sensible a la historia. Por eso, cuando viaja al pasado, trata de que los objetos o las personas le cuenten algo que nos sirva para reflexionar sobre el presente”, señaló.

El personaje “está inspirado en muchas chicas que hoy estudian en la UNC, que transitan las aulas, los centros de estudiantes y la Federación Universitaria de Córdoba”. “Se trata de chicas que son muy abiertas pero también muy reflexivas sobre lo que pasa hoy en día”, continuó la coordinadora del proyecto.

A través del podcast es posible conocer a Prosperina Paraván, una estudiante de la carrera de Odontología que tuvo una participación invisibilizada en la Reforma Universitaria de 1918. También, la serie invita a la audiencia a viajar al día de la muerte de Eva Duarte de Perón para conocer la historia del médico Pedro Ara, quien creó el Museo de Anatomía de la UNC y fue el encargado de parafinar el cuerpo de la “abanderada de los humildes”.

En sus viajes en el tiempo, Bell graba notas de voz en las que describe todo lo que ve a su alrededor: las características del lugar, las actitudes de las personas, la vestimenta. También registra los sonidos del ambiente y brinda información sobre el contexto, los objetos y las personas que protagonizan cada episodio.

La comunicadora indicó que el formato podcast “tiene muchas virtudes y posibilidades, porque con el sonido se pueden generar un montón de imágenes en la mente de la persona que escucha”. En tanto, destacó que “el sonido tiene una presencia que es interesante y cercana, y una pregnancia en uno que hasta a veces es inconsciente”. Además de Piemonte, la iniciativa fue desarrollada por los integrantes de UNCiencia Josefina Cordera, Glenda Mackinson, Diego Ludueña, Andrés Fernández, Sergio Cuenca y Juan Pablo Bellini. Los representantes de los museos también cumplieron un rol importante en la producción del podcast, porque formaron parte del proceso de selección de las historias y brindaron la información necesaria para llevarlo adelante.

Todos los museos estaban súper ansiosos de comunicar, porque a ellos les tocó un contexto muy difícil este año. Cuando surgió la idea de contar una historia, estaban muy entusiasmados. De hecho, nos daban un montón de ideas cada vez que hablábamos”, resaltó la coordinadora del podcast. Además, destacó que algunos episodios van a funcionar como audioguías dentro de los museos.

Según contó, elegir los relatos “fue algo sencillo y a la vez rico, porque los museos de la universidad tienen muchas historias para contar y hay muchos relatos posibles que están muy buenos”.

La integrante de UNCiencia explicó que es la primera vez que el equipo realiza podcast de ficción, y consideró que es “un gran ámbito para explorar”. En ese sentido, señaló que la agencia “necesita cada vez más de este tipo de piezas que hagan reflexionar sobre la actualidad desde un lugar cercano”.

Para escuchar el podcast es necesario ingresar a la web de UNCiencia (unciencia.unc.edu.ar). Todos los lunes previos a la Noche de los Museos, la agencia publicará nuevos episodios.

(https://www.pagina12.com.ar/305131-un-podcast-para-viajar-en-el-tiempo )

La desconfianza hacia la vacunación en el mundo occidental se remonta hasta los comienzos de la práctica en el siglo XVIII. A raíz de la caída de los índices de vacunación en años recientes, y de rebrotes de sarampión, el médico y escritor Gavin Francis revisa tres libros que han profundizado en la historia y la ciencia de las vacunas y la inmunidad, los temores que las acompañan y las consecuencias que genera esta crisis de confianza.

En Edimburgo, no muy lejos del hospital donde trabajo, hay un cementerio. Después de una dura jornada de trabajo, puede resultar un lugar apacible, si bien algo sombrío, para reflexionar. Pasar por ahí funciona como un memento mori en días en que necesito que me recuerden el valor del ejercicio de la medicina –que, más allá de toda su complejidad moderna, sigue siendo el arte de posponer la muerte–. Hay bancos ubicados a la sombra de los árboles, entre senderos de baldosas color ladrillo e hileras de lápidas victorianas. Muchas de las lápidas conmemoran la muerte de niños, pero hay un monumento en particular, cerca de la entrada, ante el cual me detengo cada vez que paso. Está dedicado a Mary West, una mujer que murió a los treinta y dos años en 1865, dos años antes de que Joseph Lister publicara su trabajo pionero sobre los antisépticos. No hay registro del motivo de su muerte. Debajo de su nombre se encuentra una lista con los nombres de sus seis hijos en el orden en que murieron: a los dos, once, cuatro, doce y catorce años. Sólo uno llegó a adulto.

Toda muerte infantil es una tragedia, pero perder tantos niños hoy sería casi impensable. En el período victoriano, cuando las enfermedades infecciosas estaban muy extendidas, era algo usual. Cursé mis estudios de medicina durante la década de 1990 y nunca vi un caso de sarampión, una de las enfermedades más virulentas, si bien mis profesores me hicieron estudiar el tema en libros de texto. Pero hace poco, mientras trabajaba en la guardia, se presentó una nena que tenía un sarpullido, fiebre, conjuntivitis y las glándulas linfáticas hinchadas, todos los síntomas clásicos del virus del sarampión. “¿Sabe si le aplicaron la vacuna triple viral [contra el sarampión, las paperas y la rubeola]?”, le pregunté al padre. Asintió, pero algo me hizo dudar de su sinceridad.

¿Está seguro?”, volví a preguntarle.

Asintió, luego me esquivó la mirada. “Quizás esa no”, dijo después.

Uno de cada veinte niños con sarampión desarrolla neumonía. Aproximadamente uno en mil desarrolla la complicación más seria, la encefalitis (una infección virósica de las células del cerebro). Alrededor de dos de cada mil morirán. Tener que dudar de los padres respecto a si un paciente recibió sus vacunas es algo nuevo: los médicos están acostumbrados a confiar en los padres de los niños que examinan. A fin de cuentas, todos queremos lo mejor para ellos. Pero cuando ciertos temores por la seguridad de las vacunas producen una caída en los índices de vacunación, empiezan a escalar los casos de enfermedades infecciosas graves. Los padres que se niegan a vacunar a sus hijos perciben un rechazo creciente hacia sus decisiones. Se sienten entonces incentivados a mentir o, peor aún, a mantenerse lejos de la sala de emergencias por temor a que sus métodos de crianza sean cuestionados por los profesionales de la medicina.

En 2014, la ensayista Eula Biss analizó esta crisis de confianza en su libro Inmunidad y propuso que pensáramos en el control de las infecciones como en una ecología que es preciso mantener en equilibrio antes que como en una guerra entre dos bandos opuestos (Jerome Groopman reseñó el libro en The New York Review of Books, 5 de marzo de 2015. [Hay edición en español: Dioptrías, 2015].).Escribiendo desde la perspectiva de una madre reciente que finalmente decidió vacunar a su hijo, Biss explora las metáforas que usamos para pensar la enfermedad y el cuerpo. La palabra “inocular” (El verbo “inoculate” en inglés es equivalente de “vacunar” en español, donde “inocular” (una vacuna) es de uso menos frecuente. [N. de T.] )tiene su origen en el cuidado de jardines y huertos, y se utilizó inicialmente para describir el injerto de un brote en un árbol. Es una pena que la vacunación haya llegado a verse como una intervención antinatural y peligrosa, cuando en realidad, a través del “injerto”, se aprovecha la fuerza natural del propio sistema inmunológico del receptor. Nuestros cementerios son testimonios de que antes de la existencia de la salud pública, el agua limpia, los antisépticos y la vacunación, era perfectamente natural que la mayoría de los niños murieran.

Muchos libros recientes escritos por médicos, científicos y periodistas han profundizado en la historia y la ciencia de las vacunas y la inmunidad, y también en los temores que las acompañan. En Calling the Shots: Why Parents Reject Vaccines [Estar al mando. Por qué los padres rechazan las vacunas], Jennifer Reich, una socióloga que también ha escrito sobre los servicios de protección infantil del gobierno, aporta un enfoque meticuloso y sensible sobre este asunto que despierta tantas emociones. Una madre le dice a Reich que miente sobre la vacunación de sus hijos para evitar el rechazo de sus vecinos partidarios de las vacunas: “Creo que llegamos a un punto en el que es necesario guardar silencio sobre nuestras decisiones en temas de salud si vivimos en una comunidad que no piensa del mismo modo”. Otra ve el cuidado intensivo moderno como una intervención más natural que la vacunación y se siente segura por la protección que ese cuidado brinda frente a ciertas enfermedades. Le explica a Reich por qué aceptó vacunar a sus hijos contra el tétanos pero no contra la tos convulsa: “El tétanos es la única enfermedad en cuyo tratamiento no hubo avances médicos modernos. No hay un buen tratamiento, pero sí lo hay para la tos convulsa, te pueden intubar”.

El rechazo a la decisión de no vacunar proviene no sólo de médicos o vecinos, sino también de otros padres que encuentran en la puerta de la escuela: en un estudio de 2014, el 80% de los padres consideraba que todos los niños en edad preescolar debían tener sus vacunas al día, en tanto que 74% “evaluaría sacar a sus hijos de una institución donde 25% o más de los niños no estuvieran vacunados”. Tienen fundamentos: Reich cuenta la historia de Bob Sears, un médico de California conocido por promover calendarios poco ortodoxos de vacunación parcial. En 2008, visitó su consultorio un niño no vacunado que había contraído sarampión en Suiza. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos confirmó luego que cuatro niños, tres de ellos bebés que no habían alcanzado la edad habitual de vacunación, contrajeron sarampión en la sala de espera de Sears. Uno tuvo que ser hospitalizado, otro tomó un vuelo a Hawai y puso así en riesgo a todos los pasajeros. (Sears emitió un comunicado en el que confirmó abiertamente su opinión de que la vacunación puede ser opcional si una proporción suficiente de la población general sigue recibiendo sus vacunas). Reich relata también la experiencia de Kira Watson, una pediatra de Colorado que suele encontrarse con padres que no le llevan a sus hijos hasta que no comprueban que la tasa de vacunación de su clínica les garantiza que la sala de espera sea un sitio seguro para los pequeños.

La desconfianza hacia la vacunación en el mundo occidental se remonta hasta los comienzos de la práctica en el siglo XVIII, con el médico inglés Edward Jenner, pero Reich desarrolla los orígenes de sus últimas manifestaciones, entre ellas las políticas de la era Reagan tendientes a apuntalar la salud pública (la Ley Nacional de Protección contra Lesiones Causadas por Vacunas en la Niñez de 1986), la desconfianza hacia las grandes empresas estadounidenses, un temor creciente a la ubicuidad de las toxinas ambientales y un declive en el sentido de responsabilidad comunitaria. Otros factores que menciona los reconozco en mis propios hospitales y consultorios en Escocia: la disparidad cada vez mayor entre la edad de las madres primerizas según los estratos sociales (las mujeres que han elegido retrasar la maternidad suelen tener un mayor nivel educativo y son más proclives a rechazar la vacunación, porque se consideran “expertas en sus propios hijos”), la confianza excesiva en la capacidad de los niños para defenderse de una enfermedad infecciosa gracias al enorme éxito de la vacunación, y el alza entre los grupos de elite de la creencia en que una alimentación saludable y el ejercicio pueden proteger de las enfermedades infecciosas que, prácticamente a lo largo de toda la historia de la humanidad, pusieron en peligro nuestras vidas.

La palabra “vacuna” significa “relativo a las vacas” y se empezó a usar para describir el método de Jenner de prevenir la viruela (del latín variola) en los seres humanos aplicando una pequeña cantidad de fluido tomado de las costras de la viruela bovina en un corte hecho en la piel. La viruela había diezmado y mutilado poblaciones desde el momento en que pasó de los roedores a los seres humanos, entre 48.000 y 16.000 años atrás. Se cree que el faraón Ramsés V la padeció en el siglo XII a. C., y se han desenterrado rastros de viruela en la civilización del valle del Indo (entre 3300 a. C. y 1300 a. C). En el siglo XV los europeos la llevaron al continente americano y su carácter letal es en parte la razón por la cual se estima que sólo entre el 5% y el 10% de los aborígenes americanos sobrevivieron a ese encuentro.

En China, desde aproximadamente el año 1000, las costras de viruela se molían y se introducían por la nariz, un método de inoculación que entrañaba el riesgo de producir el contagio de la enfermedad en un estadio desarrollado. Los otomanos occidentales utilizaron una técnica modificada, llamada en Occidente “variolización”, en la que se introducía bajo la piel material de una costra de viruela. En 1715, lady Mary Wortley Montagu, la esposa del embajador británico en la Turquía otomana, fue atacada por la viruela. Temerosa por la salud de su hijo, hizo que variolizaran al niño y pidió a Charles Maitland, el cirujano de la embajada británica, que observara el procedimiento; la práctica resultó exitosa. Maitland transmitió luego la técnica al establishment médico inglés. Del otro lado del Atlántico, en la Boston puritana, el reverendo Cotton Mather (el mismo que participó en los juicios a las brujas de Salem) aprendió la técnica de variolización de su esclavo Onésimo, a quien se la habían aplicado de niño en su pueblo. A principios de la década de 1720, época asolada por recurrentes epidemias de viruela, Mather coordinó a través de médicos locales la variolización de 280 habitantes de Boston, de los cuales sólo seis murieron a causa de la enfermedad. Fue una significativa mejora respecto a la tasa de mortalidad habitual de uno de cada tres.

En Inglaterra, la sabiduría popular había notado que las mujeres que ordeñaban vacas casi nunca contraían viruela y podían cuidar de los enfermos sin temor al contagio. El contacto previo con la variante bovina del virus, la viruela bovina, parecía asegurarles protección. Durante una epidemia de viruela a fines del siglo XVIII, un granjero de Dorset llamado Benjamin Jesty tuvo la idea de variolizar a su familia con viruela bovina en lugar de humana (se había aplicado esta última, pero la viruela bovina es más benigna y menos contagiosa en los seres humanos). El movimiento antivacunación es tan antiguo como las técnicas que cuestiona: a Mather, que algunos consideraban que contravenía la ley divina o natural, le arrojaron una pequeña bomba por la ventana con la siguiente inscripción: “Cotton Mather, perro, maldito seas: esta será tu vacuna”. La intervención de cruza de especies de Jesty despertó una nueva preocupación: los testigos temían que los receptores corrieran el riesgo de “transformarse en animales con cuernos”.

Jenner no inventó la vacunación, simplemente popularizó la técnica de Jesty con una ligera modificación: tomó las muestras de viruela bovina de seres humanos que habían contraído la enfermedad, en lugar de tomarlas del ganado. Gracias a sus contactos con el Colegio Médico de Londres y la realeza, recibió enormes subsidios –30.000 libras en diez años– para difundir la técnica. Los gobiernos de Francia, España y Estados Unidos empezaron a aplicar vacunas. Thomas Jefferson hizo vacunar a sus esclavos (antes de arriesgarse a vacunar a su familia), en tanto que Jenner fue condecorado por Napoleón, quien luego de hacer vacunar a la mitad del ejército francés lo llamó “un gran benefactor de la humanidad”.

Los casos de viruela fueron disminuyendo a lo largo del siglo y medio siguiente. El último caso de viruela contraída en su estado natural, y no de una muestra de laboratorio, fue el del cocinero de un hospital somalí, Ali Maow Maalin, quien desató una cacería en todo el país cuando huyó estando enfermo en 1977. La vacunación contra la viruela era obligatoria para todos los empleados de hospitales, pero Maalin la había evitado deliberadamente. “Tenía miedo de que me vacunaran –declaró a The Boston Globe en 2006–. Parecía que la inyección iba a ser dolorosa”. Maalin contrajo la forma menos virulenta de la enfermedad, la variola minor, y se evitó el brote gracias a la pronta cuarentena y a la vacunación de todos sus colegas, vecinos y asociados (un total de 54.777 personas). Con la recuperación, a Maalin le llegó el remordimiento: pasó de rehuir las vacunas a hacer apasionadas campañas para su difusión y se unió al programa de la Organización Mundial de la Salud para erradicar la polio. “Cuando me encuentro con padres que se niegan a vacunar a sus hijos contra la polio, les cuento mi historia –dijo–. Les digo lo importantes que son estas vacunas. Les digo que no hagan una tontería como la que hice yo”.( En 1978, una fotógrafa médica británica, Janet Parker, se convirtió en la última víctima fatal de la viruela. La contrajo a través de los conductos de aire de un laboratorio de microbiología con un control infeccioso inadecuado, que estaba ubicado en el piso de abajo de su cuarto oscuro. El responsable del laboratorio, Henry Bedson, se suicidó mientras cumplía la cuarentena en su hogar.)

Between Hope and Fear: A History of Vaccines and Human Immunity [Entre la esperanza y el temor. Una historia de las vacunas y la inmunidad humana], de Michael Kinch, cuenta la historia de la viruela, la de su malignidad y la del triunfo de la humanidad sobre ella. Kinch es inmunólogo y empresario de biotecnología y se muestra profundamente alarmado ante nuestra amnesia colectiva y “el creciente olvido de las enfermedades terribles y mortales que han amenazado al ser humano desde tiempos inmemoriales”. Como científico, es muy directo a la hora de manifestar lo ofensiva que le resulta “la promoción de datos falsos por parte de una minoría aborrecible y ruidosa, [que] ha sobrepasado los intentos de exponer los beneficios sanitarios extraordinarios de la vacunación basados en datos de fuentes confiables”.

Con una prosa entusiasta y dinámica, Kinch pasa de la viruela a las maravillas del sistema inmunológico humano, “conjuntos de células cuya tarea es detectar y eliminar los microorganismos dañinos dentro de un ambiente cálido y húmedo idealmente apropiado para la mayoría de los gérmenes”. El ser humano promedio está compuesto por aproximadamente treinta billones de células, pero puede contener hasta cuarenta billones de células bacteriales en la piel y en los tractos digestivo y respiratorio, nuestro “microbioma”. A estos microorganismos que colonizan de forma natural nuestros cuerpos desde instantes después de nuestro nacimiento se los conoce como “comensales” y ayudan a mantener afuera a bacterias peligrosas.

La visión moderna del cuerpo como anfitrión de una miríada de microorganismos se origina en el trabajo de los científicos europeos del siglo XIX. El libro de Kinch es un desfile de nombres de los que todavía se habla con reverencia en toda facultad de medicina: Robert Koch, Rudolf Virchow, Ignaz Semmelweis, Louis Pasteur. La comprensión científica de las enfermedades de la que estos hombres fueron pioneros (la exclusión sistemática de las mujeres en buena parte del desarrollo científico a lo largo del siglo XIX hace que haya pocas en el relato de Kinch) ha salvado cientos de millones de vidas, y Kinch cuenta algunas de las biografías más memorables.

Semmelweis terminó su vida en un manicomio y su gran aporte en relación con la importancia de la higiene de manos antes del examen de cada paciente sólo fue reconocido después de su muerte. Virchow, en cambio, recibió títulos honoríficos de parte de la corporación médica prusiana, sueca y británica. También ingresó en la política: un relato apócrifo cuenta que en 1865 Otto von Bismarck, indignado por el liberalismo de Virchow, lo desafió a un duelo. Virchow habría aceptado con la condición de que fuera él quien eligiera las armas: una salchicha fresca para él, una repleta de larvas de gusano para Bismarck. “Los alemanes y su diáspora siguen gozando de las salchichas a pesar de los brotes ocasionales de botulismo– agrega Kinch, secamente–. Es probable que la peor intoxicación por embutidos se haya producido en 1793”.

Cincuenta años después del presunto desafío de Virchow a Bismarck, el gran médico canadiense William Osler respondió a los antivacunas de su época en un tono similar:

Quisiera plantear un desafío a la manera del de Monte Carmelo a diez sacerdotes de Baal no vacunados. Elegiré a diez personas vacunadas para colaborar durante la próxima epidemia grave, junto con diez personas no vacunadas (si existen). Debería elegir a tres miembros del Parlamento, a tres médicos antivacunas, de haber alguno, y a cuatro activistas antivacunación. Y voy a hacer esta promesa: no me burlaré de ellos cuando contraigan la enfermedad, sino que los cuidaré como a hermanos; y a los cuatro o cinco que seguramente morirán, intentaré prepararles un funeral con toda la pompa y la ceremonia de una manifestación antivacunas.

Para Kinch, la comprensión humana de la enfermedad avanza mediante la perseverancia resuelta, súbitas iluminaciones y una gran medida de suerte. Muchos conocen cómo se produjo el descubrimiento de la penicilina, cuando Alexander Fleming halló involuntariamente que el hongo Penicillium había destruido sus muestras de bacterias; se encuentran historias similares desperdigadas a lo largo de toda la historia de la medicina. Kinch describe los pasos a través de los cuales la humanidad llegó a comprender y luego a derrotar (mediante la vacunación) la difteria, el cólera, la rabia y la tos convulsa o pertusis. Se trata de vacunas que administro de forma regular en mi consultorio. Tengo la suerte de no haber visto ninguna de las tres primeras enfermedades en mi trabajo, pero lamentablemente la tos convulsa ha retornado como consecuencia de la caída en los índices de vacunación.

En 1947, 20.000 niños murieron de tos convulsa en Japón; hacia 1972, gracias a la vacunación, la cifra de muertos fue cero. Más tarde, en el invierno de 1974-1975, se produjeron dos muertes tras la administración de la vacuna a las que se dio mucha publicidad, y los índices de vacunación cayeron en picada; hacia fines de la década de 1970, la enfermedad había resurgido en el país y mataba a más de cuarenta personas por año. Reacciones adversas similares hicieron que a principios de la década de 1980 los juicios contra fabricantes de vacunas se convirtieran en un gran negocio en Estados Unidos, y la producción fue abandonada por un laboratorio tras otro. En 1986 el presidente Ronald Reagan firmó la Ley Nacional de Protección contra Lesiones Causadas por Vacunas en la Niñez para resguardar a las empresas de los litigios, y esto a la vez sembró la desconfianza entre los padres que pensaban que el gobierno y las grandes empresas farmacéuticas tenían algo que ocultar. La desconfianza abrió el camino a la debacle de la vacuna triple viral, que un artículo de 2011 publicado en Annals of Pharmacotherapy llamó “quizás […] el engaño médico más perjudicial de los últimos cien años”. En 1998, el médico inglés Andrew Wakefield, hoy desacreditado, publicó el resultado de una serie cuidadosamente seleccionada de estudios médicos realizados a doce niños, que asociaba la vacuna triple viral con el autismo. The Lancet, la revista científica que lo había publicado, finalmente se retractó de las afirmaciones del artículo, pero el daño ya estaba hecho.

Kinch estima que el sarampión causó 200 millones de muertes durante los últimos 150 años. No puedo evitar preguntarme si algunos de los niños del memorial de Mary West murieron a causa de esta enfermedad. La aplicación de la vacuna triple viral produce una reducción de 99,99% en el número de casos y de 100% en la cantidad de muertes. Sólo en Irlanda (con una población de 4,76 millones), se estima que la caída en el nivel de vacunación con triple viral entre la publicación del artículo de Wakefield y el año 2000 produjo más de cien hospitalizaciones y tres muertes.
Hoy se sabe que Richard Barr, un abogado inglés, puso en contacto a Wakefield con los doce niños del estudio de The Lancet. Ninguno de los niños era del área de Londres donde Wakefield trabajaba; de hecho, uno fue traído especialmente desde Estados Unidos. Wakefield alegó que “no hubo conflicto de intereses”, pero había recibido más de 50.000 libras por su trabajo como experto en un juicio que Barr estaba preparando y había presentado patentes de vacunas alternativas. “Al parecer Wakefield no se oponía al uso de vacunas –señala Kinch–, sino simplemente al uso de aquellas de las que no tenía la propiedad intelectual” (A Wakefield se le revocó la matrícula en el Reino Unido en 2010, pero esto no impidió que continuara haciendo campaña contra la vacunación en Estados Unidos. De hecho, fue invitado a una de las galas inaugurales del presidente Donald Trump. Véase Sarah Boseley, “How Disgraced Anti-Vaxxer Andrew Wakefield Was Embraced by Trump’s America”, The Guardian, 18 de julio de 2018.).

Los niños que no han recibido vacunas pueden portar una enfermedad de manera asintomática y diseminarla entre los miembros más vulnerables de su comunidad. La vacunación puede reducir en un niño el riesgo de una enfermedad en un 99% o más, pero uno nunca sabrá si él personalmente se benefició de ella. Las reacciones adversas a la vacunación son infrecuentes, pero alcanza con que las sufran sólo unos pocos niños para que la confianza pública se evapore. La epidemia de polio de 1952 infectó a 58.000 estadounidenses y produjo parálisis en 21.000; Kinch evoca vívidamente los pulmotores que se popularizaron en aquella época. Rápidamente se desarrollaron vacunas contra la polio. En 1954, los Laboratorios Cutter de California fabricaron una vacuna que contenía un virus inactivado de forma inadecuada. Se cree que se fabricaron más de 100.000 dosis de esta vacuna; 192 personas sufrieron parálisis después de recibirla y diez murieron. Al año siguiente, el temor a la vacunación aumentó y la polio resurgió con 28.000 casos.

Algunos pacientes me dicen que desconfían de la vacunación porque han visto la verdad en la televisión. Documentales como DPT: Vaccine Roulette [DTP. La ruleta de las vacunas] (1982), de la cadena WRC, sobre la vacuna triple bacteriana (contra la difteria, el tétanos y la tos convulsa), distorsionaron descaradamente los hechos y con información errónea despertaron temor en los espectadores buscando alcanzar un rating mayor. La intervención de Reagan alimentó la llama de las teorías conspirativas, y el estudio sobre la triple viral de Wakefield condujo a muchos a desconfiar de la ciencia, así como de los procesos de veto de las publicaciones científicas. En su libro The Vaccine Race: Science, Politics and the Human Costs of Defeating Disease [La carrera de las vacunas. Ciencia, política y costo humano de derrotar a las enfermedades], la periodista especializada en temas médicos Meredith Wadman explora otra motivación del movimiento antivacunas: los métodos mediante los cuales se producen.

Los virus no crecen fuera de células vivas; para producir vacunas en cantidad, se necesitan miles y miles de millones de células donde hacerlos crecer. Hacia el final del libro, Wadman visita una fábrica de vacunas de rubeola y describe el proceso moderno:

Al final de una serie de antesalas de vestuario y esclusas que aseguran que el aire del exterior nunca ingrese, técnicos encapuchados vestidos con monos blancos y calzado con punta de metal y cordones verdes que los identifican para ambientes estériles revisaban cientos de botellas de plástico cilíndricas de dos litros que rotaban lentamente, con los lados brumosos por las células WI-38 que crecen en su interior y el caldo de cultivo repleto de virus de rubeola.

The Vaccine Race es la historia no sólo del desarrollo de las vacunas, sino la de estas células WI-38 en particular, y es también una biografía del científico que las desarrolló, Leonard Hayflick. En el camino, muestra los avances en la ética médica desde la década de 1950 y cómo la medicina se ha mercantilizado de manera creciente.

Durante las primeras épocas del desarrollo de las vacunas, se usaban células de riñón de mono para cultivar los virus, porque allí se reproducen con rapidez y, bajo las condiciones adecuadas, pueden producir diez veces más virus que en una célula humana equivalente. Pero los virus se comportan de un modo diferente en las células de mono que en las células humanas y con su uso se corre el riesgo de transmitir virus del animal a los seres humanos.

En cambio, las células WI-38 de Hayflick eran de origen humano, libres de contaminantes virales y resultaron ser ideales para el cultivo de muchos tipos diferentes de virus humanos. Se reproducen de forma abundante y su medio de crecimiento se puede ajustar para debilitar algunos virus o mejorar el rendimiento de otros. Lo que fue y sigue siendo controvertido es que cada una de las billones de células WI-38 que se han usado a escala mundial desde principios de la década de 1960 derivan de unos pocos gramos de tejido pulmonar extraído de un único feto originado en un aborto hecho en Suecia. “WI” hace referencia al Wistar Institute de Pensilvania donde trabajaba Hayflick, y “38”, al feto y al órgano (en este caso, el pulmón) de su serie de experimentos. Hasta que Hayflick no demostró la seguridad y la versatilidad de las células WI-38, la única célula humana que se usaba ampliamente en los laboratorios era HeLa, derivada del cuello del útero canceroso de una mujer estadounidense, Henrietta Lacks.

A principios de la década de 1960, el aborto era ilegal en todo Estados Unidos; de hecho, en el estado de Pensilvania no se permitía ni siquiera en los casos en que la vida de la mujer embarazada corría peligro. Hayflick trabajó con Sven Gard, un virólogo sueco cuyos contactos con el Instituto Karolinska de Estocolmo permitieron que se importara tejido fetal a Estados Unidos para su uso en laboratorio. El aborto se legalizó parcialmente en Suecia en 1938, y los registros médicos detallados que lleva el Estado de bienestar sueco permitieron a Hayflick acceder a información precisa sobre la salud y la genética de cada feto.

En un panfleto de 1972 titulado “Women, the Bible and Abortion” [La mujer, la Biblia y el aborto], publicado por el médico Forest Stevenson Jr., donde se asociaba la interrupción del embarazo con el comunismo y Hitler, se difamaba a Hayflick sugiriendo que su investigación involucraba la matanza de bebés después de haberles inyectado el virus. Hayflick amenazó con una demanda y Stevenson se retractó, pero la mentira había empezado a circular. En 2003, un grupo de lobby antivacunas solicitó al Vaticano que asentara su posición sobre la moralidad de la vacunación con células WI-38. Dos años después, la Academia Pontificia para la Vida estableció que el uso era legítimo en tanto no existieran alternativas disponibles, “a fin de evitar riesgos graves no sólo para los propios niños, sino también […] para las condiciones sanitarias de la población en su totalidad, en especial para las mujeres embarazadas”. La compañía farmacéutica Merck sugirió inicialmente que continuaría con la producción de vacunas menos eficaces y mucho más caras para quienes objetaran moralmente el uso de las WI-38, pero luego se echó atrás. En 2015, tras un brote de sarampión en Disneylandia, el lobby que había peticionado ante el Vaticano emitió un comunicado titulado “Culpen a Merck, no a los padres”.

Las objeciones religiosas a la vacunación se extienden más allá del ámbito del catolicismo. En un escándalo reciente de información falsa, panfletos que sostenían erróneamente que las vacunas no eran kosher y contenían “ADN de mono, rata y cerdo, así como suero de vaca” apuntaron a comunidades judías ultraortodoxas, lo que condujo a brotes de sarampión en la ciudad de Nueva York y en el condado de Rockland. En abril, el alcalde Bill de Blasio declaró la emergencia sanitaria para hacer obligatoria la aplicación de la vacuna contra el sarampión en individuos no vacunados, bajo pena de una multa en caso de negarse.

The Vaccine Race ofrece un relato exhaustivo de la vida profesional de Hayflick y de sus numerosos conflictos con las autoridades gubernamentales (la División de Estándares Biológicos de Estados Unidos permaneció tercamente aferrada al uso de células animales hasta mucho tiempo después de que se hubiera demostrado la superioridad de las células WI-38 de origen humano que usaba Hayflick). Wadman reconoce brevemente que otra línea de células originadas en un feto humano, MRC-5, también fue fundamental en el desarrollo de muchas de las vacunas más usadas en la actualidad, pero limita el alcance de su libro al trabajo de Hayflick. De un modo controvertido y muy poco usual en su época, Hayflick comercializó sus técnicas de laboratorio e incluso fundó una empresa para obtener ganancias por la venta de células WI-38 que habían sido donadas con fines de investigación. The Vaccine Race también echa luz sobre la experimentación médica sistemática, sin consentimiento, que se llevó adelante en forma usual en huérfanos, prisioneros, personas de color y niños con dificultades de aprendizaje durante las décadas de 1950 y 1960, una práctica que sólo disminuyó a partir de la publicación en 1966 del artículo condenatorio de Henry Beecher “Ethics and Clinical Research” [Ética e investigación clínica] en el New England Journal of Medicine.

Es probable que nadie que tenga sospechas sobre el modo en que se producen las vacunas modifique su posición por el relato de Wadman. Between Hope and Fear, el libro de Kinch, apunta a un público lector amplio, pero es muy posible que tampoco a él le resulte fácil convencer a los escépticos de las vacunas. En tanto empresario de biotecnología cuya investigación ha estado parcialmente financiada por las grandes empresas farmacéuticas y realizada en asociación con ellas, si bien alega imparcialidad científica, es vulnerable a las acusaciones de tener una visión sesgada. Pero se muestra confiado en que los hechos hablen por sí mismos:

Quienes rechazan las vacunas en la actualidad ya no pueden alegar ignorancia. […] Los hechos demuestran que las vacunas salvan cada año las vidas de incontables millones de personas en todo el mundo. Negar este hecho excede los límites del sentido común y sería un acto de absoluta negligencia que un médico tomara la decisión de no vacunar. Está claro que esto no ocurre. La decisión de evitar las vacunas es tomada por los padres. Tal vez tengan buenas intenciones, pero su comportamiento es absolutamente egoísta.

El libro de Reich probablemente sea el más convincente para los antivacunas. Reich prefiere un enfoque menos agresivo que el de Kinch y señala que, como socióloga, en general le resulta contraproducente representar a los padres que rechazan las vacunas como “idiotas o ignorantes en el mejor de los casos, a veces incluso como delirantes o egoístas”. La autora explica que vacunó a todos sus hijos y su motivación para hacerlo es admirablemente sintética: “Confío en que las vacunas son mayormente seguras y acepto que cada uno puede absorber un riesgo mínimo para proteger a los más vulnerables de la comunidad”. Plantea que las vacunas deberían presentarse menos como intervenciones médicas que como medidas de salud pública, comparables al agua potable, la legislación sobre inspección de alimentos, la seguridad contra incendios o el monitoreo de la calidad del aire, “todas las cuales resultarían difíciles de implementar por su cuenta para un individuo”. Sus conclusiones están organizadas bajo títulos que podrían plantearse como recomendaciones: “Basta de promocionar las vacunas como si sólo produjeran un beneficio individual”, “Ocuparse de los incentivos a la ganancia”, “Cómo los reguladores pueden ganar la confianza” y, fundamental, “Erradicar la cultura de culpar a las madres”. Nos pide que reconozcamos más en general cómo las medidas que tienen como objetivo el bien público suelen exigir que los individuos renuncien a cierta libertad personal en beneficio de la comunidad, tal como lo hace Eula Biss en Inmunidad. Al igual que Biss, Reich reconoce que la vacunación es un acto social tanto como personal, y se ha asegurado por sí misma de que cualquier material usado en las vacunas suele tener un origen más “natural” que las drogas que se utilizan en el tratamiento de enfermedades infecciosas.

En conversaciones con padres en mi consultorio, lo que intento es poner el énfasis en la seguridad de la vacunación, que está bien documentada, y en presentar las vacunas como tutores que enseñan al cuerpo de cada niño a responder a infecciones peligrosas. Es casi de todas las formas posibles un modo más lógico de controlar una infección que la administración de antibióticos a un paciente una vez que se ha infectado. A fin de cuentas, depende de que el sistema inmunológico del niño se involucre y produzca una respuesta activa. Todo niño que juega en el suelo se está autovacunando contra una miríada de organismos, incluso rasparse la rodilla implica introducir en el cuerpo una cantidad de material extraño mucho mayor que lo que introduce cualquier vacuna.

Un siglo atrás, la infancia era una fase peligrosa de la vida. Después del escándalo de desinformación sobre la vacuna triple viral, pareció que volvía a ser así. En el período 2003-2004, la vacunación con triple viral cayó en algunas partes del Reino Unido por debajo del 80%, una cifra muy inferior al umbral de inmunidad de masa –la proporción de toda población que debe ser vacunada para que quienes no han sido vacunados permanezcan protegidos–. El objetivo de la Organización Mundial de la Salud es 95%. Los índices de vacunación se recuperaron a un pico de 92,7% en el período 2013-2014, pero el último año registró la cuarta caída consecutiva en la vacunación de la triple viral en Inglaterra (en Escocia, en cambio, el índice de vacunación ha permanecido en torno al 95% durante los últimos diez años). En Estados Unidos, los índices de inmunización de 2017 –los datos disponibles más recientes– muestran una enorme variación regional, de 85,8% en Missouri a 98,3% en Massachusetts, pero la tendencia general, al menos para la triple viral, es positiva.

Brotes recientes de sarampión han llevado a las legislaturas de muchos estados, entre ellos Maine y Nueva York, a introducir proyectos de ley de salud pública que limiten la atribución de los padres de evitar la vacunación de sus hijos (el estado de Washington aprobó una medida de este tipo en abril). Pero este año se registró también el máximo número de proyectos de ley para ampliar las exenciones. La conclusión de Reich de que “las enfermedades infecciosas no pueden seguir siendo un asunto privado” podría valer para cualquiera de los tres libros. En nombre de la salud y la seguridad de todos, esperemos que este mensaje logre hacerse escuchar.

(https://www.eldiplo.org/notas-web/resistirse-a-la-inmunidad/ )

Michel Desmurget es doctor en neurociencias y director de investigación del Instituto Nacional de Salud de Francia. En 2019 publicó “La Fabrique du crétin digital: Les dangers des écrans pour nos enfants” (La fábrica del idiota digital: el peligro de las pantallas para nuestros niños”). En Francia fue un éxito de ventas y fue calificado como “libro de salud pública”. Desde el pasado mes de septiembre está disponible la traducción en castellano, titulada “La fábrica de cretinos digitales”. En el libro, el neurocientífico denuncia los efectos nefastos que tiene para el desarrollo infantil, la gran cantidad de tiempo que pasan frente las pantallas de smartphones, tablets, computadoras, consolas y televisores. Las estadísticas muestran que los niños de dos años pasan una media de casi 3 horas diarias frente a las pantallas; los de ocho están una media de 5 y los adolescentes, más de 7.

El Dr. Desmurget señala que a los 18 años, esta generación llamada de los “nativos digitales” -justamente porque han usado estos dispositivos casi desde su nacimiento- habrá pasado el equivalente a 30 años escolares frente a las pantallas; o 16 años de trabajo a tiempo completo; o el tiempo suficiente para leer 3.000 libros como La Peste, de Camus. Lo peor es que no sólo habrán perdido el tiempo (los preadolescentes usan la tecnología 13 veces más para divertirse que para tareas escolares) sino que se habrán estado volviendo más tontos que las generaciones anteriores. El experto francés explica, que se ha demostrado que los videojuegos de acción producen un engrosamiento en regiones cerebrales motoras relacionadas con la manipulación del joystick y el procesamiento de recompensas, que son las mismas áreas involucradas en las adicciones. 

El científico también denuncia que la educación pública utiliza cada vez más al aprendizaje digital, mientras que la élites envían a sus hijos a escuelas privadas donde ya están prohibidas las pantallas y tienen maestros reales. El Dr. Desmurget señala que es necesario lanzar una gran campaña educativa para los padres alertándolos de que las pantallas pueden producir daños permanentes en los cerebros de sus hijos, aun en desarrollo.

China ya ha reaccionado y ha legislado para proteger a los menores del consumo de videojuegos: no pueden jugar a partir de las diez de la noche ni superar la hora y media diaria durante la semana en época escolar. Los fines de semana y durante las vacaciones, pueden estar frente a las pantallas 3 horas. Los padres son responsables del cumplimiento de la normativa. En Taiwan está prohibido que los padres proporcionen dispositivos digitales a los menores de 2 años; y entre los 2 y los 18 años están obligados a controlar el tiempo que pasan frente a las pantallas. Corea del Sur también ha introducido normas en ese sentido.

El Dr. Peter Whybrow, una autoridad internacional en el estudio de la bioquímica del cerebro, llama a la tecnología digital “cocaína electrónica” y en China los investigadores la consideran como “heroína digital”.  Whybrow explica que las tecnologías digitales dominan las áreas primarias del cerebro que hacen tener menos empatía y ser más individualista; que impactan directamente en la capacidad de concentración y atención de los niños; y que los nacidos en la era digital sufren altos niveles de ansiedad.

El neurocientífico Michel Desmurget, (Lyon, 1965), director de investigación del Instituto Nacional de Salud de Francia, explicó el efecto de los dispositivos digitales en la generación más joven. Ha tratado el tema en su libro La Fabrique du crétin digital:Les dangers des écrans pour nos enfants (La fábrica del idiota digital: el peligro de las pantallas para nuestros niños).

Michel Desmurget expone datos concretos y concluyentes sobre cómo los dispositivos digitales afectan gravemente al desarrollo del cerebro de niños y jóvenes.

“Simplemente no hay excusa para lo que le estamos haciendo a nuestros hijos y la forma en que estamos poniendo en peligro su futuro y su desarrollo”, advierte el experto, que ha trabajado en reconocidos centros de investigación como el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) o la Universidad de California.

¿Son los jóvenes de hoy la primera generación en la historia que tiene un coeficiente intelectual más bajo que la generación anterior?

Los investigadores han observado en muchas partes del mundo que el coeficiente intelectual aumenta de generación en generación. A esto se le ha llamado el “efecto Flynn”, en honor al psicólogo estadounidense que describió este fenómeno.

Es cierto que el coeficiente intelectual está fuertemente influenciado por factores como el sistema de salud, el sistema escolar, la nutrición, pero recientemente esta tendencia ha comenzado a revertirse en varios países.

Según los expertos, incluso en países donde los factores socioeconómicos se han mantenido bastante estables durante décadas, el “efecto Flynn” ha comenzado a disminuir. En estos países, los “niños digitales” son los primeros niños en tener un coeficiente intelectual más bajo que el de sus padres. Esta es una tendencia que se ha documentado en Noruega, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos, Francia, etc.


¿Y cuál es la causa de esta caída en el coeficiente intelectual?

Desafortunadamente, todavía no es posible determinar la función específica de cada factor, incluida, por ejemplo, la contaminación (especialmente la exposición temprana a pesticidas) o la exposición a pantallas.

Lo que sí sabemos con certeza es que, si bien el tiempo de pantalla de un niño no es el único culpable, tiene un efecto significativo en su coeficiente intelectual.

Varios estudios han demostrado que cuando aumenta el uso de la televisión o los videojuegos, el coeficiente intelectual y el desarrollo cognitivo disminuyen.

Los principales fundamentos de nuestra inteligencia se ven afectados: lenguaje, concentración, memoria, cultura (definida como un cuerpo de conocimiento que nos ayuda a organizar y comprender el mundo). En última instancia, estos impactos conducen a una caída significativa en el rendimiento académico.

¿Y por qué el uso de dispositivos digitales está provocando todo esto?

Las causas también están claramente identificadas: suponen una disminución de la calidad y cantidad de las interacciones intrafamiliares, fundamentales para el desarrollo del lenguaje y las emociones; una reducción del tiempo dedicado a otras actividades más gratificantes (deberes, música, arte, lectura, etc.); la interrupción del sueño, que se acorta cuantitativamente y se degrada cualitativamente; sobrestimulación de la atención, que causa problemas de concentración, aprendizaje e impulsividad; subestimulación intelectual, que evita que el cerebro se desarrolle a su máximo potencial; y un estilo de vida excesivamente sedentario que, además del desarrollo del cuerpo, influye en la maduración del cerebro.

¿Cuál es el efecto exacto de las pantallas en el cerebro?

El cerebro no es un órgano “estable”. Sus características dependen de la experiencia. Según los especialistas, el mundo en el que vivimos, los desafíos que enfrentamos, modifican tanto la estructura como el funcionamiento del cerebro, y ciertas regiones del cerebro se especializan, ciertas redes se crean y fortalecen, otras quedan abandonadas, algunas se desarrollan y otras se adelgazan.

Se ha observado que el tiempo de pantalla recreativa retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro dentro de varias redes cognitivas relacionadas con el lenguaje y la atención.

Debe enfatizarse que no todas las actividades estimulan la construcción del cerebro con la misma eficacia.

¿Qué significa ?

Actividades relacionadas con las tareas escolares, el trabajo intelectual, la lectura, música, arte, deporte, etc. tienen un poder estructurante y nutritivo para el cerebro mucho más importante que las pantallas de ocio.

¿Por qué muchos padres desconocen los peligros de las pantallas?

Porque la información que se da a los padres es parcial y sesgada. Los principales medios de comunicación están llenos de afirmaciones infundadas, propaganda e información engañosas. La brecha entre el contenido de los medios y la realidad científica es a menudo preocupante, si no exasperante.

La industria digital genera miles de millones de dólares en ganancias cada año. Y, por supuesto, los niños y adolescentes son un recurso muy lucrativo.

Separar el trigo de la paja no es fácil, incluso para los periodistas honestos y concienzudos.

Creo que una campaña de información justa sobre el impacto de las pantallas en el desarrollo, con pautas claras, sería un buen comienzo: no hay que dar pantallas a los niños hasta los 6 años y luego no más de 30- 60 minutos al día.

Si esta orgía digital no se detiene, ¿qué podemos esperar?

Un aumento de las desigualdades sociales y una división progresiva de nuestra sociedad entre una minoría de niños preservados de esta “orgía digital” – los llamados Alfas de la novela de Huxley – que poseerán a través de la cultura y el lenguaje todas las herramientas necesarias para piensan y reflexionan sobre el mundo, y la mayoría de los niños con herramientas cognitivas y culturales limitadas, los llamados Gammas en la novela de Huxley, que son incapaces de comprender el mundo y actuar como ciudadanos ilustrados.

Los Alpha asistirán a costosas escuelas privadas, con maestros humanos “reales”. Los Gammas asistirán a escuelas públicas virtuales con escaso apoyo humano, donde se les alimentará con un pseudolenguaje similar al “Newspeak” de Orwell y donde se les enseñarán las habilidades básicas de técnicos de nivel medio (proyecciones económicas indican que este tipo de trabajo estará sobrerrepresentado en la fuerza laboral del futuro).

Un mundo triste en el que, como dijo el sociólogo Neil Postman, se divertirán hasta la muerte.

Un mundo en el que, a través del acceso constante y debilitante al entretenimiento, aprenderán a amar su esclavitud.

Michel Desmurget concluye que simplemente no hay excusa para lo que les hacemos a nuestros hijos y la forma en que ponemos en peligro su futuro y su desarrollo.

(https://revueltaglobal.home.blog/2020/11/14/educacion-y-tecnologia-la-era-digital-es-una-fabrica-de-imbeciles/ )

Los argumentos de los sectores opositores para intentar incidir en la agenda del gobierno y en el rumbo de las políticas suelen ser variados. Entre ellos está el que dice que las empresas se están yendo del país porque acá “no te dejan producir”. No es más que posverdad. Hay una realidad y es que la “salida” generalizada de empresas ocurrió durante los anteriores cuatro años, bajo la forma de cierres y quiebras. Es la postal más evidente de las consecuencias de un modelo que prometía “lluvia de inversiones” y generó todo lo contrario.

Respecto de las que ahora se estarían yendo, ¿estarán pensando en las MiPyMEs, que representan el 99,8% de las firmas del país, y que ya resistieron en la prepandemia las consecuencias del brutal achicamiento del mercado interno? Para nada, se habla de las empresas más grandes, la mayoría de capitales extranjeros, algunas de ellas que sólo generan trabajo de bajísima calidad. 

Es importante tener presentes estos números, ya que en general se recurre a una falsa retórica que trata de hacer pasar el interés de unos pocos como si fuera el del universo más amplio, y de esta forma intentar incidir en la opinión pública y en las políticas.

Para desmitificar argumentos, resulta interesante un informe que elaboró el Ministerio de Desarrollo Productivo, donde se comenta que para justificar un supuesto “éxodo de empresas” se recurre a ejemplos de lo más variados. Desde empresas que anunciaron su salida (varias aerolíneas, como Latam Argentina) afectadas por la pandemia, un fenómeno global; a otras que sólo implicaron un cambio de manos (Glovo, que pasó a manos de PedidosYa) o la búsqueda de un socio local (Falabella). También están aquellas noticias que involucraron falsas partidas (como Starbucks o Burger King). Salvo en el caso de Glovo, son todas empresas que fueron impactadas negativamente por la pandemia. Pero que además contaron con el auxilio del Estado a través del programa ATP para el pago de parte de los salarios, algo que mucho no se menciona.

El informe del Ministerio de Desarrollo Productivo menciona que “hubo éxodo de empresas en Argentina −sea por retiro o por cierre− durante el período 2015-2019, cuando, producto de equivocadas políticas macroeconómicas y nulas políticas productivas, el país sufrió tres años de recesión sin que mediara pandemia alguna”. Entre 2015 y 2019, sigue el documento “cerraron o se fueron empresas de todos los tamaños: pequeñas, medianas y grandes (...). De acuerdo a datos de AFIP, son más de 25.000 las empresas que dejaron de existir en Argentina entre diciembre de 2015 y diciembre de 2019. No se veía tamaña destrucción empresarial desde la crisis de 2001-2002”. Queda claro que lo que determinó la gran desaparición de empresas fue un modelo insostenible para los hogares y la mayoría de las compañías. Por eso es crucial que el país vuelva a la senda del crecimiento. Es un proceso que viene promoviendo el gobierno para recuperar lo perdido durante las dos pandemias (la heredada y la del Covid).

Otro argumento contrario al interés general es el de la devaluación, que no sólo no es necesaria sino que sería otro duro golpe. Respecto de su impacto en las empresas, según el Observatorio PyME, “si el Gobierno logra controlar el tipo de cambio y evitar un salto violento del dólar, el 51% de las PyME industriales prevé recuperar el nivel de producción pre-pandemia en diciembre 2020 y el 33% durante el primer semestre de 2021. El restante 16% prevé alcanzarlo en el segundo semestre de 2021 y el primero de 2022 (...). Si, por el contrario, ocurriera un salto devaluatorio antes de fines de año, el principal impacto será sobre el poder de compra del mercado interno y no sobre el balance comercial (externo) de las PyME. No habrá más exportaciones y tampoco mayor protección contra las ya muy deprimidas importaciones. Es decir, la devaluación de la moneda postergará el ritmo de recuperación de las PyME locales y alejará al país del patrón de recuperación mundial”. Una opinión que refuerza la convicción del gobierno de no convalidar una devaluación, además de estar mostrando que tiene las herramientas para conseguirlo.

Respecto de quiénes buscan beneficiarse, un dato a no perder de vista es que las exportaciones argentinas están concentradas en relativamente pocas empresas, al igual que ocurre en el resto de los países de América Latina. Según datos oficiales, en Argentina, para el año 2018, el 1% de las empresas que más exporta concentró el 73% de las exportaciones totales en un año, y el 10% de las empresas más exportadoras es responsable de casi el 95% del total anual de exportaciones.

Tranquilizando y apoyando la recuperación

Las políticas que buscan tranquilizar la economía, cuidar los ingresos y apoyar la recuperación, comienzan a mostrar resultados, y lo hacen aplicando lo prometido en la campaña electoral. Éstas van a contramano de las recomendaciones de quienes piden ajustes que jamás derivaron en los resultados prometidos. 

En octubre se volvió a registrar una mejora de la recaudación en términos reales (descontada la inflación), producto tanto de la paulatina recuperación de la actividad económica como de la desaceleración del nivel general de precios. En concreto, la recaudación tributaria subió en octubre un 43,9% interanual, observándose por segundo mes consecutivo un aumento superior a los 5 puntos porcentuales en términos reales. Es un buen ejemplo del círculo virtuoso que se busca consolidar y que contrasta con lo que ocurría en los dos años previos. En esos años se veían caídas reales de la recaudación, producto del ajuste de la actividad económica, de la creciente inflación y de la reducción de alícuotas impositivas siguiendo un espíritu regresivo. Otro tipo de paradigma, tanto económico como social.

Entre los indicadores de la actividad, el Índice de Producción Manufacturera del Indec evidenció en septiembre un crecimiento del 4,3% respecto al mes anterior, y un aumento del 3,4% respecto a igual mes de 2019, el primer incremento interanual positivo en este año. El índice de la Construcción (ISAC del Indec) evidenció en septiembre un incremento del 3,9% respecto al mes anterior, superando los niveles de febrero pasado. La producción de acero en octubre fue un 3,2% mayor a la de septiembre pasado, y un 15,4% superior a octubre de 2019.

El gobierno sigue tratando de garantizar los derechos esenciales de la población, apuntando a asegurar el acceso equitativo y sin restricciones a los bienes básicos, particularmente de aquellos que buscan proteger la salud, la alimentación, y la higiene individual y colectiva. En este marco, luego de las reuniones entre el gobierno y representantes de sectores del consumo masivo, en la semana se anunció que los “precios máximos” continuarán hasta el 31 de enero de 2021, inclusive, según figura en la resolución 473/20. También se irá hacia un proceso de actualización paulatino y negociado de dichos precios máximos.

Además se intimó a las empresas que forman parte de la cadena de producción, distribución y comercialización de los productos incluidos en las disposiciones, “a incrementar su producción hasta el máximo de su capacidad instalada y a arbitrar las medidas conducentes para asegurar su transporte y provisión durante el período de vigencia de dicha resolución”.

Se ratifica una vez más la intervención del gobierno para impulsar la economía y mejorar la situación social. Un camino necesario que atiende a la importancia de cuidar los ingresos de la población y de no ahogar la recuperación.

(https://www.tiempoar.com.ar/nota/sobre-exodos-y-quiebras )

Conocimiento y ciencia tienen su sentido en la búsqueda de mejores condiciones sociales para el desarrollo tanto individual como de los grupos y de las instituciones que posibilitan las mejores condiciones de vida para todos. El problema con estos tiempos neoliberales es la imposición de un modelo de desarrollo globalizado que, no solo se sostiene en la ciencia y el conocimiento sino en que estos se ven sometidos y definidos por una lógica de “mercado” que prioriza la desigualdad, la competencia, el materialismo desigual, y el mal reparto de las oportunidades y de los accesos a esas mejoras y esas condiciones de vida, que deberían ser para todos y sin embargo sostienen a elites minoritarias que concentran para si decisiones y recursos. La ciencia y el conocimiento se confunden con el acceso a tecnología que sigue la lógica Capitalista de brechas de accesos y de posibilidades a esos instrumentos y por ende a la comunicación y la información y el conocimiento que estos vehículizan, dejando a muchos marginas y fuera de los desarrollos y de la posibilidad de mejorar las vidas con el esfuerzo propio puesto al servicio del desarrollo común.

Estas deficiencias dejan, además, expuestos los conflictos humanos a los que el mismo conocimiento y la misma ciencia se enfrentan en su matriz filosófica. En como entiende su para que, su porque, y las respuestas a estas preguntas como diseño de la sociedad a la que esa ciencia y ese conocimiento responden. Siempre situados, siempre humanos, siempre referidos a la vida, aunque privilegie la de alguno por sobre las del conjunto.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack

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