La grandeza y la miseria de la vida humana quedaron condensados por estos días en la figura del “más humano de todos los dioses”, un Maradona que finalmente partió a la eternidad “mas solo que Kung-Fu”, abandonado por su entorno y llorado por un pueblo inmensamente agradecido por “la felicidad que nos dio a los pobres”. Un pueblo que jamás olvidara que “a veces ni para comer teníamos… pero él nos hacía felices”.

Se fue así un Maradona que con su vida y su talento hizo posible lo imposible.  Un Maradona que, a pesar de haber nacido entre los pobres y olvidados, recibió una hora después de muerto el homenaje acongojado de tres millones en twitter mientras una multitud interminable lo despidió en la Casa Rosada.

Un Maradona que “se equivocó y pagó”, un indomable que desafío a los poderes constituidos y jamás doblego sus convicciones, un irreverente que “nunca quiso ser un ejemplo” pero se convirtió en un mito viviente.

Maradona fue mucho mas que el mejor jugador de futbol del mundo. Encarnó la épica milenaria del héroe que salió del barro y llego al cielo peleando hasta el final contra las fuerzas del mal que desde todos los tiempos revolotean por el mundo y anidan en nuestro pecho.

En ese largo viaje al infinito, la contundencia y la transparencia de sus palabras y de sus acciones expusieron tanto los abismos de sus derrumbes como las alturas de las cumbres que desafío sin descanso. No hubo medias tintas en su vida. Tampoco complacencia.  En la épica de sus palabras y en la lucha sin concesiones y hasta el final yace, tal vez, la fuerza de su legado.

Ocurre que hoy, en un mundo en crisis, las palabras y las acciones se vacían de contenido y los relatos que no inventamos hablan por nosotros. Relatos que salen de las tinieblas y subrepticiamente nos imponen una percepción de lo que es posible y deseable, reñida con nuestras necesidades e intereses. Relatos que anulan nuestra capacidad de reflexión, aborrecen las transgresiones a la “normalidad”, bloquean los sueños y ocultan que antes de llegar al cielo hay que vencer a los demonios dando pelea sin respiro y hasta el final.  La vida de Maradona abre las compuertas por las que se cuela la épica de la rebelión, un fulgor que nada ni nadie podrá apagar.

En este mundo de tinieblas las palabras se han convertido en instrumento de guerra que, de un modo subrepticio, destruyen derechos ancestrales, anulan el disenso y multiplican el conformismo.  Esto no es casual. Obedece a una concepción del mundo que se ha ido conformando con el tiempo y hoy es hegemonizada por la organización que nuclea a los “ricachones” de este mundo.

Esta organización, el Foro Económico Mundial (wef.com) concibe al mundo como un capitalismo en crisis, azotado por sus deficiencias estructurales y una pandemia que apura los tiempos de una protesta social inaceptable, expresada en un populismo nacionalista que se expande por el mundo. Para frenarlo hay que resetear al capitalismo, redefiniendo al mundo como una corporación global regida por el principio de maximizar ganancias con tecnologías de avanzada que intersectan a los espacios físicos, digitales y biológicos (inteligencia artificial, robótica, internet de las cosas, nanotecnología, biotecnología, computación cuántica etc.). Estas tecnologías de la cuarta revolución industrial convierten a los individuos en ecosistemas cuyos datos son fuente de ganancias ilimitadas. Al mismo tiempo, hacen posible una ingeniería social que permite el control y el monitoreo subrepticio de las palabras, acciones pensamientos, deseos, bienes y recursos en cualquier lugar del mundo y sin limites de tiempo.

 

Estas tecnologías ya están en marcha y la pandemia ha permitido acelerar su implementación. Las corporaciones digitales se suman a los medios de comunicación controlados por mega corporaciones y maximizan ganancias y poder dividiendo a las sociedades en tribus antagónicas.  Hoy no hay lugar para la épica y las palabras se convierten en munición de guerra que busca dividir, fanatizar e infundir miedo. Esto ocurre en el norte y en el sur de este mundo ancho y ajeno. Las modalidades podrán variar, pero en todos los casos el fin es el mismo.

El relato y la creación de una realidad alternativa

El control de la palabra ha existido desde los orígenes del tiempo. Hoy, sin embargo, la forma y la intensidad con que se ejerce excede todo lo conocido y tiene consecuencias impredecibles. Entre otras cosas, destruye el derecho universal a buscar, recibir, discutir y difundir información e ideas, algo imprescindible a la reflexión, esa cualidad única que ha permitido a la humanidad, llegar hasta nuestros días.

Las recientes elecciones norteamericanas han expuesto el creciente control ejercido por las grandes corporaciones tecnológicas sobre la información que circula por los medios de comunicación y las redes sociales.  Este control no solo implica la censura de lo que se puede decir y debatir, sino también la imposición de una realidad alternativa que nada tiene que ver con la objetividad de los hechos.

Así, Google, Facebook, Twitter y otras grandes corporaciones digitales han intervenido abiertamente en la campaña electoral decidiendo lo que se puede decir en las redes sociales y sancionando a todos aquellos que se apartan de un código de conducta que estas corporaciones han estipulado como el correcto, siguiendo criterios cuya versatilidad nadie puede discutir. Esto implica que en la practica alteran los algoritmos de las búsquedas en Internet condicionando así tanto la información que se brinda como los debates posibles. Esto ocurre a pesar de que se sabe que estas intervenciones modifican sustancialmente las preferencias de los indecisos en las elecciones. (R. Epstein, R Robertson, pnas.org 10 10 2015)

Este derecho a la censura, es, sin embargo, solo el primer paso de una actividad que se prolonga en la meteórica presentación de proyecciones que anticipan resultados favorables a un partido político, aunque las instancias constitucionales que llevan a la selección oficial de un ganador no se hayan concretado y aunque el país esté inmerso en un febril recuento de votos en un clima enrarecido por el inicio de acciones legales para nulificar resultados sospechosos.

Pero la cosa no queda aquí. Las corporaciones han dado ahora otro paso más en el afán de controlar los acontecimientos políticos y ocultan información sobre los hechos que son presentados en los litigios como prueba para invalidar la legitimidad del proceso electoral. Al mismo tiempo, acusan a los litigantes de crear un circo sin presentar evidencia alguna de fraude. De un plumazo hacen desaparecer, entre otras cosas: indicios concretos de que el software usado permite alterar los resultados; múltiples cuentas de votos sin supervisión alguna; incongruencias estadísticas entre votos emitidos y votos contados; súbitos cambios de tendencia a partir de la introducción masiva de votos que favorecen solo a un candidato, ocurrencia que tiene lugar después de largos apagones inexplicables de las maquinas que procesan los resultados (zerohedge.com 26 11 2020).


 Paralelamente, las corporaciones que controlan a los medios de comunicación tradicionales (diarios, revistas, tv.) no solo han seguido las mismas pautas de censura seguidas por las corporaciones digitales, sino que ahora presionan a estas últimas para que ejerzan mayor censura sobre las voces “hiper-partidarias” de la oposición y den “mayor visibilidad a los medios tradicionales como CNN, el New York Times y National Public Radio”, cambios que, de permanecer en el tiempo permitirán crear redes sociales “menos conflictivas”. (nytimes.com
25 11 2020; zerohedge.com 25 11 2020)

Así, las intervenciones de los medios de comunicación y de las corporaciones digitales no solo censuran a la oposición, sino que buscan crear una realidad alternativa para validar sus actos de censura y prolongarlos en el tiempo. Con el supuesto objetivo de parar el avance de un nacionalismo populista en el país mas poderoso del mundo, silencian a 72 millones de habitantes que votaron por este sector y centralizando de un modo inédito su control sobre el disenso, potencian las divisiones y enfrentamientos siguiendo el viejo principio de dividir para reinar.

Épica vs periodismo de guerra

Mientras tanto, el sur del continente es arrasado por un viento norte que utiliza al periodismo de guerra para crear una realidad alternativa sembrando el odio, y polarizando a la sociedad para destruir al peronismo, “ese cáncer” imparable que corroe a la Republica desde hace más de 70 años.

Así, no basta con atacar al gobierno por los flancos desatando corridas cambiarias y fuga de reservas del BCRA. Hay que ir al corazón y obligarlo a que se desprenda de CFK, esa “irracionalidad” peligrosa que impide construir de nuevo al país como Macri cree haber hecho cuando, según el, se “sacó” de encima la “irracionalidad” de Maradona para “recrear a Boca”. (clarín.com 14 10 2020, ámbito.com 25 11 2020)

¿Y es que la muerte de un Maradona que es sinónimo de épica popular detonó los miedos del macrismo, como habría de ventilar una de sus dirigentes: “Carlitos Menem, Fangio, Eva Perón, Néstor…Todos se les mueren en el momento justo.!! ¡A ellos!!…Alberto quiso ser la viuda de Maradona porque su idea era salir como salió Cristina con el cadáver de Néstor” (ambito.com 27 11 2020) Esta perversidad solo describe la punta de un iceberg que avanza incontenible para destruir por cualquier medio a un gobierno que ha tenido la osadía de ser elegido para concretar la inclusión social de los olvidados, esos “cabecitas negras” que aterran con sus demandas ilimitadas.  De ahí la enormidad de lo que ocurrió el  jueves, cuando el pueblo se movilizó masivamente para dar un ultimo adiós a su ídolo en la Casa Rosada.

La planificación del evento, en manos del gobierno nacional, fue gravemente deficitaria. A pesar de saber que Maradona iba a atraer multitudes, no se previó correctamente el tiempo de  duración de la despedida y la posibilidad de disturbios en caso de que la misma fuese interrumpida antes de que la mayor parte de los que concurrieron pudiesen despedirse de Maradona.  Atribuir la responsabilidad de los tiempos y modalidades del evento  a la familia de Maradona, reafirma la ineficiencia  de  un gobierno incapaz de ejercer su autoridad para planificar un acontecimiento masivo que iría a ocurrir en su propia Casa y podría  tener consecuencias catastróficas.  Esta imagen de debilidad se refuerza con el posterior desborde de la seguridad dentro de la Casa Rosada.

Por otra parte, conociendo  desde hace años la forma de operar de una Policía al mando del macrismo -por mas que se quiera atribuir a la yunta Santilli/Larreta intenciones distinta a las de Macri-, no se explica cómo el gobierno nacional no previó la salvaje represión iniciada súbitamente en la intersección de la 9 de Julio con Avenida de Mayo, cuyos detalles fueron captados al instante por un canal de televisión. Tampoco se entiende porque no se intentó calmar al pueblo que se agolpaba en la Plaza de Mayo. ¿No había sistemas de comunicación para hacerlo en la Casa Rosada?


 

A juzgar por lo filmado,  la represión en la 9 de julio fue el incidente que posteriormente desató las corridas en la Plaza de Mayo. Su brutalidad llevó a que, tiempo después de iniciada, el Ministro del Interior  conminara por twitter a las autoridades respectivas de la CABA para que le pongan un punto final inmediatamente. Mientras tanto, estas no perdieron la oportunidad de culpar al Gobierno nacional  por los incidentes mientras la Ministra de Seguridad Nacional les retribuía dejando  en claro que la represión fue inaceptable, desatada  por la policía de CABA, y que ella tuvo que llamar a Santilli dos veces hasta lograr que cesaran de reprimir.  El Presidente, a su vez,  lamentó los acontecimientos pero aclaró que “si no hubiésemos organizado esto, todo hubiese sido peor. Era imparable…fue por la desesperación de algunos”(ámbito.com 26 y 27/11, 2020

El drama ocurrido el jueves no puede ser ignorado ni minimizado. Alerta sobre los peligros del momento que vivimos y evidencia un  vaciamiento  de la palabra oficial que contribuye a  erosionar la legitimidad  del gobierno en momentos en que se lo acosa para impedir que concrete  la épica de Maradona y las políticas que fueron votadas el año pasado. Admitir los errores lejos de debilitar engrandece y permite acumular fuerzas para enfrentar el próximo embate, que seguramente no tardará en llegar

(https://www.elcohetealaluna.com/municion-de-guerra/ )

Los miseros mortales, personas comunes del común, solo tenemos de esos heroes o mitos, la certeza de su inalcanzable virtud. Por debajo todo se mueve por mezquinos intereses que de seguro, frente a la muerte, solo serán algunas páginas desterradas al olvido o mezcladas en las ignotas biografias de quienes, incapacez de sentir al “otro”, desaparecen como han nacido … sin memoria y sin dejar recuerdos de la propia.

Una de las primeras medidas del Frente de Todos fue retornar a la base imponible de 2005 para recuperar los recursos cedidos por Macri con la reforma impositiva de fines de 2017. La decisión – tomada antes de la pandemia – subsana en parte la mayor brecha de desigualdad provocada por Cambiemos. El Impuesto Extraordinario a la Riqueza, una medida justa que no modifica el problema de fondo.

A valores de mercado, Cambiemos le obsequió a cada una de las mil mayores fortunas personales del país el equivalente a una confortable vivienda familiar en cualquier barrio de clase media acomodada de la Ciudad de Buenos Aires, o si se quiere un automóvil importado de muy alta gama. ¿Cómo? Con la sola progresiva reducción de las alícuotas del impuesto a los bienes personales sancionada a fines de 2017. Unos 200 mil dólares per cápita al tipo de cambio de marzo de 2018.

El proyecto de Ley de Aporte Solidario y Extraordinario de Grandes Fortunas que se encamina a su aprobación en el Senado es un paso saludable. Un tiro para el lado de la justicia. Los puntos centrales son conocidos. Se aplicará por única vez y lo recaudado tendrá asignación específica; en lo esencial: financiar una porción del gasto público extra que provocó la pandemia.

Un breve repaso dice que serán alcanzadas las personas que al momento de promulgarse la ley cuenten con un patrimonio declarado superior a los 200 millones de pesos, a las que el fisco les cobrará alícuotas que irán del 2 al 3,5 por ciento. Quienes tengan su patrimonio en el exterior abonarán un adicional del 50 por ciento sobre la alícuota que les correspondiera.


 

Pasando en limpio: una fortuna personal de 200 millones pagará 4 millones; mientras que una de 1.000 millones radicada en el exterior pagará 45 millones. Lejos está de parecer confiscatorio. Muchos menos de atentar contra la inversión – ya que se trata activos no productivos -, y más lejos todavía de alcanzar a un empresario pymes, como sugiere un disparatado informe que hizo circular por estos días la Unión Industrial Argentina.

Según la AFIP, el universo de personas alcanzadas asciende a casi 12 mil. Un 0,03 por ciento de los argentinos, que aportaría por única vez unos 300 mil millones de pesos. El 1,1 por ciento del PIB 2020. La intención, va de suyo, es recaudatoria y no corrige las asimetrías estructurales. Compensa apenas en algo el enorme esfuerzo que realizó hasta ahora el Estado nacional para ayudar a empresas y familias.

Si no se judicializa el impuesto – como amenaza la bravata de la rebelión fiscal -, lo recaudado equivaldrá a las tres ronda del IFE. Muy poco ante un déficit fiscal del 10,5 por ciento del PIB. Un dato ilustrativo que aportó la Afip durante el debate: la exención del impuesto a las ganancias que rige para los integrantes del Poder Judicial equivale a un costo fiscal de 40 mil millones de pesos a valores de 2021. Otro dato, en este caso del Instituto Argentino de Análisis Fiscal: la evasión del IVA se calcula en unos 550 mil millones de pesos; casi el doble del aporte solidario.

Los problemas de siempre

Los sistemas tributarios nacieron para proveer al Estado de recursos para financiar el pacto social. Nada más y nada menos. Se trata, en definitiva, de proveer de bienes y servicios a la población. En este contexto, la recaudación cumple una función esencial. Vale la pena recordarla: afecta la distribución del ingreso mediante la redistribución – o distribución secundaria -, luego de la primaria que obra el mercado y cristaliza un modo específico de producción.

Para mejorar esa distribución final y “alcanzar el promedio de los países que integran la OCDE, la Argentina debería como mínimo duplicar en términos del PIB lo recaudado con los impuestos que gravan los patrimonios personales”, se destaca en Los impuestos a la riqueza en Argentina desde una perspectiva comparada, un artículo publicado a fines del año pasado por los economistas Alejandro López Accotto, Carlos Martínez, Martín Mangas y Ricardo Paparas de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

El trabajo destaca que entre fines de la década del noventa y 2015, el sistema impositivo nacional pasó de tener un efecto “levemente regresivo” a otro “ligeramente progresivo”. No es mucho, pero es algo. Dicho de otro modo: hasta el gobierno de Cambiemos, mejoró la distribución del ingreso previo al pago de impuestos. Pese a la leve mejora, el decil más pobre siguió participando en mayor medida del pago de impuestos que del reparto del ingreso.

Entre los especialistas existe consenso con relación a dos problemas básicos. Uno es la alta participación en el total recaudado de los impuestos al consumo y las transacciones; en especial el Impuesto al Valor Agregado e Ingresos Brutos. Ambos castigan el ingreso de los sectores populares. El otro problema es la primacía de los impuestos a las rentas de las empresas por sobre las personas. ¿La razón? Por un lado, desincentiva la inversión. Además, en mercados monopólicos y oligopólicos – que abundan por estos pagos – es relativamente sencillo calcular el margen de ganancia, lo que incentiva el traslado de la carga al precio final. Lo termina soportando el consumidor.

Va de suyo que tampoco juegan a favor las múltiples excepciones y menores alícuotas a las rentas financieras – ganancias de capital por operaciones financieras, intereses, dividendos, etc. -, situaciones que solo favorecen a los sectores especulativos, que son los de mayores ingresos. Ni que decir del elevado gasto tributario por las numerosas excepciones, como las aplicadas a las actividades extractivas – petróleo, gas y megaminería -, o incluso a la actividad exportadora desde zonas francas. Casi siempre con la promesa de alentar inversiones.

Una mirada amplia

El potencial redistributivo de los impuestos a la riqueza es enorme. Como señalan Picketty y otros autores, al gravar el stock de riqueza reduce el flujo neto que esta genera y que ocasiona una cada vez más regresiva distribución del ingreso. ¿Qué nos dice la historia tributaria argentina de los última tres décadas? El balance de los autores del trabajo publicado en la Revista Economía y Desafíos del Desarrollo señala que los impuestos centrados en el patrimonio general de personas físicas – Bienes Personales – y jurídicas – Ganancia Mínima Presunta – han evidenciado numerosos problemas para alcanzar un nivel recaudatorio adecuado y combatir la elusión.

A su vez, entre los tributos subnacionales, el impuesto a los automotores – Patentes – ha operado en forma razonablemente adecuada, mientras que el impuesto Inmobiliario, en un país con graves problemas en materia de concentración de la propiedad de la tierra y acceso popular al suelo y a la vivienda, ha sufrido a lo largo de las últimas décadas, pero en especial en los últimos diez años, una caída en su importancia que roza casi su desaparición en muchas provincias”, advierte el trabajo.

El estudio subraya que ni siquiera las fenomenales transferencias de renta hacia los sectores más concentrados vinculados con la exportación de productos primarios y propietarios del suelo más fértil del país – como las registradas con las maxidevaluaciones de 2014 y 2016 – se tradujeron en un incremento de la recaudación de los impuestos al patrimonio en general y del inmobiliario rural en particular. En otras palabras: las bruscas alteraciones del tipo de cambio no captaron, más no sea muy parcialmente, el enriquecimiento de los grandes propietarios.


 

Las reforma de 2017 fue en sentido contrario al establecimiento de un modelo más progresivo. Lo hizo al eliminar o disminuir los derechos aduaneros a las exportaciones primarias, incluso en el contexto de una gran devaluación. Pero no solo eso. Redujo también a su mínima expresión el impuesto a los Bienes Personales y decretó la muerte del impuesto a la Ganancia Mínima Presunta. El trabajo estima que la minimización Bienes Personales y la tendencia declinante del Inmobiliario redujeron a la mitad la participación del nivel de imposición al patrimonio en término del PIB.

Los impuestos a la riqueza en Argentina

El trabajo de Accotto, Martínez, Mangas y Paparas presenta, entre otros datos muy esclarecedores, la evolución entre 1993 y 2016 de la recaudación consolidada – es decir: de los tres niveles de gobierno – de los impuestos patrimoniales. De esta forma incluye Bienes Personales y Ganancia Mínima Presunta; pero también los impuestos provinciales a la Transmisión Gratuita de Bienes y los tributos provinciales y municipales – el inmobiliario rural, el inmobiliario urbano y automotores -. Todo expresado en relación al Producto Interno Bruto a precios de mercado.

De la lectura se desprende una fuerte caída a partir de 2003 de la recaudación de impuestos patrimoniales, situación que se revierte parcialmente a partir de 2012 con guarismos que alcanzan en 2016 a los del bienio 2004-5. Sin embargo, la participación alcanzada en 2016 es levemente inferior a la de 1993. “Cabe destacar – dice el informe – que el período 2005-2016 se caracteriza por un muy importante crecimiento de la recaudación total de impuestos, por lo que corresponde complementar el análisis presentando la participación, en la recaudación consolidada de impuestos, de los tributos al patrimonio”.





El gráfico permite observar mejor el tenor de la caída registrada por este grupo de tributos desde 2004 y su modesta recuperación desde 2012. “En el último lustro, de cada cien pesos que recaudó el Estado, poco más de tres provinieron de este tipo de imposición, lo que representa la mitad de lo exhibido en el quinquenio 2001-2005”, precisa el trabajo. ¿Cómo se compone la recaudación de los impuestos patrimoniales? Para responder a la pregunta, el análisis da cuenta de la evolución de lo recaudado en ese concepto según el nivel de gobierno.

Distribución por nivel de gobierno 1993-2016. Fuente: Elaboración propia en base a datos del Ministerio de Hacienda.

Lo que queda en evidencia es que el peso de los impuestos patrimoniales que cobran los municipios es muy reducido. A su vez, el peso del nivel nacional pasa de un promedio del 17 por ciento en 1993/1998 a un 36 por ciento en 1999/2003, se estabiliza en torno al 40 por ciento entre 2004/2011 y finalmente cae al orden del 30/32 por ciento. Se aprecia además que los impuestos patrimoniales provinciales pasaron de representar un 78 por ciento del total en 1993/1997 al 63 por ciento en 2012/2016.

El análisis continúa con la evolución de los principales impuestos patrimoniales y hace foco en el impuesto nacional a los Bienes Personales y en los impuestos – tanto de nivel provincial como municipal – a los Inmuebles y Automotores, ambos expresados como proporción del PIB. El recorte tiene lógica: los tres tributos representan entre el 85 y el 95 por ciento de la recaudación total patrimonial argentina.

Patrimoniales: Principales Tributos en % del PBI 1993-2016. Fuente: Elaboración propia en base a datos del Ministerio de Hacienda.

En primer lugar surge que en 2016 la recaudación de estos tres impuestos tiene una proporción bastante similar. Del total recaudado por impuestos patrimoniales, un 23 por ciento correspondía a Bienes Personales, un 33 por ciento a Automotores y un 40 por ciento al Inmobiliario.

Algunas conclusiones

Si la recaudación del impuesto a los automotores en porcentaje del PIB ha sido bastante estable a lo largo del período y la de Bienes Personales resulta entre 2012-2016 similar a la de 2000-2005, surge con claridad que la caída en el peso de los impuestos a la riqueza en el total de la recaudación se explica casi por completo por la pérdida de gravitación del Inmobiliario, en especial desde 2005 en adelante.

Resulta particularmente interesante que, pese a la valorización inmobiliaria producida por las tres últimas grandes devaluaciones (2002, 2014 y fines de 2015), la participación de la recaudación del gravamen se haya reducido casi a la mitad”, señalan los autores. Pasó del 0,6 al 0,37 por ciento del PIB entre los períodos 1993/2001 y 2008/2016. El valor de la tierra quintuplicó la recaudación del inmobiliario rural entre 2001 y 2011, y el precio promedio de los inmuebles duplicó lo recaudado por el inmobiliario urbano.

Demoliendo mitos

Otro aspecto muy interesante del trabajo es la comparación del peso que tienen los impuestos al patrimonio en la Argentina con otros países, siempre en términos del PIB. A continuación se analiza el período 1993/2016 con respecto a Brasil, Colombia, Bélgica y España.





Como puede apreciarse, Argentina recaudaba en 1993 un valor levemente menor que el registrado por Bélgica, algo mayor que el exhibido por España y casi cuatro veces más que Brasil y Colombia. Ya en 2015, sin embargo, nuestro país recaudaba algo menos que Brasil y un 16 por ciento menos que Colombia. La tendencia declinante se acentuó en 2016. En ese año, los impuestos patrimoniales pasaron a ser un 42 y un 58 por ciento inferiores a los registrados por España y Bélgica, respectivamente.

En relación a otras naciones, el peso de lo recaudado por los impuestos a la riqueza era en 2015 menos de la mitad de lo registrado en Uruguay; en 2016 cerca de un tercio de lo logrado en Francia, Canadá y Gran Bretaña; y un 40 por ciento menos que lo recaudado por los fiscos de Israel y Luxemburgo. “Incluso respecto a Estados Unidos, un país que no se caracteriza por presentar una gran presión fiscal consolidada, el valor de Argentina representa cerca de un 40 por ciento”, puntualiza el informe.



La conclusión parece obvia. La Argentina exhibe un modelo tributario desbalanceado que hace caer el peso en forma desproporcionada sobre los sectores populares y grava muy tímidamente las fortunas personales. De allí que el documento señale que “habría un espacio de intervención fiscal para un incremento en la recaudación de impuestos a la riqueza de al menos 2 puntos porcentuales del producto”. Lo que implicaría triplicar la recaudación de este grupo de tributos.

Va de suyo que cualquier futuro incremento requerirá el acuerdo del conjunto de los gobiernos provinciales en virtud que, según lo establece la Constitución, las potestades tributarias sobre los impuestos directos corresponden únicamente al nivel provincial de gobierno, a menos que se trate de impuestos nacionales extraordinarios por un tiempo determinado, como el Impuesto Extraordinario a la Riqueza que se apresta a convertir en ley el Senado.

Los impuestos a la riqueza en Argentina en una perspectiva comparada. Autores: Alejandro López Accotto, Carlos Martínez, Martín Mangas y Ricardo Paparas. En Revista Economía y Desafíos del Desarrollo; Año 2 | Volúmen I | Número 4| Julio – Noviembre 2019.

( http://socompa.info/economia/una-radiografia-de-la-inequidad-en-la-argentina/ )

Mientras que aquí Mauricio Macri y algunos periodistas atrincherados en sus bolsillos decían (lo repiten) que su meritocracia de hijos de millonarios es la única forma en que los mejores lleguen al gobierno. Es un eslogan desmentido por el mismo Macri, cuya única cualidad para gobernar fue su propio bolsillo aplastando los bolsillos del país y de los demás y no mostrando ninguna cualidad meritocrática, más bien al contrario.

O la idea de que una sociedad que cree en el mérito, es una sociedad inmune a los populismos autoritarios. “Lo único que le faltaba a la Argentina -dice el periodista Alfredo Leuco- para caer en la mediocridad, es (un) discurso frívolo que condene el esfuerzo". Posiblemente olvida que los únicos discursos frívolos que conocimos en los últimos años, de léxico pobre, casi analfabéticos, fueron los de Macri y sus laderos meritocráticos, quizás porque no tenían nada que decir y mucho para esconder.

En cambio, una de las preocupaciones principales de los economistas, políticos y analistas norteamericanos actuales en la comparación de la competencia económica y comercial desatada por el presidente Donald Trump con respecto a China, es la de los verdaderos alcances internos del potencial futuro de la sociedad estadounidense que está ahora en cuestión. 

Esto ha sido encarado por muchos autores, pero interesa destacar un aspecto muy discutido últimamente: si el llamado capitalismo liberal meritocrático tiene ventajas con respecto a la experiencia china y de otros países. En verdad, uno de los primeros economistas que ha venido a plantear este problema es el francés Thomas Piketty que señaló en varios trabajos de campo y sobre todo en su gran libro El capitalismo en el siglo XXI, que la principal debilidad del capitalismo no es la acumulación de capital y sus obstáculos, sino las desigualdades económicas y sociales creadas por él. 

Los académicos de Estados Unidos no han perdido tiempo en abordar este tema y las discusiones son interminables. La trama de los últimos números de algunas de sus principales revistas, económicas y políticas lo demuestran. Giran en torno a las desigualdades creadas por un tipo de meritocracia en la conducción del país que se aleja cada vez más del liberalismo político y la democracia, y debilita a Estados Unidos frente al mundo y a sus rivales chinos.

Crisis de identidad

En cambio, aquí muchos siguen planteando que Estados Unidos mantiene el liderazgo mundial en sus múltiples dimensiones: tecnológica, militar, política, frente a aquellos que sugieren que la potencia del norte está sufriendo hoy una fuerte crisis de identidad y hegemonía. Y aunque se reconoce que internamente la mitad de la población estadounidense no registra mejora alguna en sus ingresos desde hace cuarenta años, las multinacionales, las firmas tecnológicas de origen estadounidense y Wall Street lideran para ellos casi todo, aunque los chinos demuestran lo contario. 

Los resultados catastróficos de la pandemia en Estados Unidos, una consecuencia del abandono por parte del Estado de los sistemas que había implementado el presidente Roosevelt bajo la inspiración de su ministra de Salud y Seguridad Social, Francis Perkins, no importaron demasiado a los argentinos amantes del dólar, la participación estadounidense en el producto mundial y sus exportaciones siguen siendo primordiales para ellos, a lo que se suma la primacía global de la moneda y el liderazgo industrial en sectores de punta, como es el caso de las empresas tecnológicas. 

Las inversiones norteamericanas que produjeron el boom de las computadoras y celulares en China y Asia debido a la conformación de las cadenas globales de valor y a las crecientes desigualdades, no beneficiaron en su país de origen a todos por igual y menos aun a la mayoría de sus habitantes. 

Fue esto lo que le posibilitó a Donald Trump su triunfo en las elecciones presidenciales de 2017, eliminando los tratados de libre comercio que, según él, aumentan el desempleo, y aprovechan a otros países de mano de obra barata como China o a los inmigrantes mexicanos que consideraba el origen de los crecientes problemas económicos. Trump representaría así el malestar generado por el (des)orden neoliberal, lo que explicaría la aparición en el escenario electoral de este empresario casi desconocido como político y su repentina popularidad hoy derrumbada.

Millonarios

La realidad, sin embargo, nos hace dudar de estas ideas. Es posible que el gato se este comiendo su propia cola y el malestar social sea mayor. Un artículo que publicó Cash el 19 de enero de este año, informa que un grupo de millonarios norteamericanos plantean, que a fin de reducir las desigualdades en Estados Unidos -que ya son preocupantes incluso para algunos de ellos -están dispuestos a pagar mayores impuestos por sus ingresos.

La curva de impuestos a los ingresos de los grandes millonarios descendió en ese país del 77 por ciento durante la Primera Guerra Mundial o del 94 por ciento al final del gobierno de Franklin D. Roosevelt, ambos bajo administraciones demócratas, al 28 por ciento con Ronald Reagan (1981-1989). ¿Por qué se produce ahora este movimiento para aumentar sus propios impuestos que no beneficia los bolsillos de los millonarios?

Un artículo de la revista Foreign Affairs destaca que el capitalismo norteamericano, que se cree superior al chino, se basa en un falso liberalismo comandado por el mercado, que hizo crecer bruscamente las desigualdades. Este liberalismo tiene como origen lo que ellos mismos llaman meritocracia y se vincula a un sistema educativo que puso como emblema de su éxito a la formación de presuntos merirtócratas a través de la educación privilegiada de sectores de clase superiores en las mejores universidades, la llamada Ivy League. 


 

Como afirma Joseph Stiglitz en un artículo de esa misma revista, hicieron a los ricos mucho más ricos. Pero ahora privilegian a los hijos de los ricos con el denominado capital patrimonial del que habla Piketty. Esto distorsionó todo el sistema democrático. Los millonarios y multimillonarios tienen un desproporcionado acceso a las campañas políticas y a que sus elegidos terminen ocupando bancas como congresales y manejen el proceso de elaboración de políticas públicas. 

Las élites económicas son casi siempre las ganadoras en cualquier batalla legislativa regulatoria en las cuales sus intereses entran en conflicto con los intereses de las clases medias y bajas. O si no se ocupan de ello los hijos o descendientes de los ricos viven fabulosamente, aunque trabajen en profesiones aparentemente modestas como la de maestros, pastores o artistas, porque están resguardados en cuantiosos fideicomisos, como los hijos o descendientes de los Rockefeller. Una maestra de la familia gana millones de dólares más que una modesta maestra que no lo es. No por sus méritos pedagógicos sino por su propia fortuna.

Trampa

Algunos autores llaman a este fenómeno “La falsa trampa de la meritocracia”. Si bien algunos pocos jóvenes inteligentes pueden llegar a tener altos cargos jerárquicos en empresas o en el Estado a partir de su formación en universidades de alto nivel, la elite de los estudiantes de la Ivy League está vinculada familiarmente con políticos y empresarios millonarios. Y esto se nota no sólo en cuantioso pago de su inscripción sin al hecho de que su padre es un generoso donante de la universidad y de algún club estudiantil al que generaciones familiares pertenecen desde hace mucho tiempo. Puede ser más importante pertenecer a ese club que destacarse en sus estudios. Los demás estudiantes son para ellos una especie de clase media.

El viejo país que se creía casi un paraíso para la prosperidad y oportunidad de los inmigrantes europeos y de muchos otros países, no existe en la mente de los nuevos meritócratas. La meritocracia americana fue inventada para el combate ideológico. Un mecanismo para la concentración de la riqueza y la perpetuación de una casta privilegiada a través de las generaciones. 

La vieja lucha de clases entre capitalistas y trabajadores cambió de rumbo. Ahora se habla de “desigualdad meritocrática” como un símbolo de la desigualdad, mientras antes, directamente, los más ricos imponían a sus hijos en las empresas o en cargos del Estado y pocos industrialistas eran self made men (como se decía en ese entonces): Henry Ford, Andrew Carnegie, Thomas Edison y algunos más. Los pretendidamente aristócratas de esa época, como Henry Adams y Edith Wharton, estaban perfectamente enterados, desde principios de siglo XX, que su supremacía de clase estaba siendo amenazada por un pueblo desconocido que adquiría fortunas no basadas en la tenencia de la tierra. Las universidades, fundadas con las donaciones de los millonarios, pusieron políticas de admisión en favor de los más ricos junto a becas para mujeres y atletas, una manera de disimular las desigualdades.

Hoy el principal conflicto se da entre el 1 por ciento de los más ricos y el 10 por ciento que viene más abajo, o sea entre las elites primariamente dependientes de las ganancias de capital y las primariamente dependientes de su labor profesional, que exige de todos modos un colchón de dinero o influencias para llegar a las becas universitarias. Los demás que no tienen esa suerte miran hacía arriba para ver si desde la ventana de algún rascacielos les caen migajas de billetes de banco.

Bipolar

Los Estados Unidos tienen un mercado claramente bipolar. Y los nuevos meritócratas disfrutan como sus padres del festín de la sociedad que ellos mismos han erosionado. La desigualdad crece y los ingresos de la clase media se estancan.

No cualquiera llega al top del poder en los negocios o en el Estado. Por lo tanto, la existencia de esos meritócratas, apoyados en sus fortunas personales hace parecer que cualquiera puede ganar lo mismo que ellos. Y esto no es cierto. El número de esa élite comprende a muy pocos. Es demasiado pequeña según American Affaire para un país de 327 millones de habitantes. Esa constituye una de las causas de la gran torre de marfil que preside la marcha del país: es decir, en la distribución del ingreso a favor de los ricos, el aumento de las desigualdades y el deterioro del nivel de vida de gran parte de la población.

El nuevo orden social tiene sus propios clérigos, como los monjes en la edad media identificados con las nuevas tecnologías y su difusión en los medios, que ahora toman el control intelectual y cultural. De este modo, como se revela en la cantidad de films de Hollywood o Netflix que se ocupan de estos temas aparece una nueva versión de la oligarquía feudal, de príncipes y monjes predicadores para quienes un algoritmo afortunado, una buena publicidad o un número con suerte puede hacer rico a cualquiera. 

Ese es su engaño para los de abajo. Es un hecho, que hoy toda noticia en los medios virtuales esta rodeada y acosada de spots publicitarios, de pociones mágicas o de libros de autoayuda que solucionan todos los problemas, de los espirituales a los sexuales y la pantalla nos invita a borrar, pero al poco tiempo nos olvidamos del articulo o programa que queríamos leer o ver y nos detenemos sólo en esos spots convenciéndonos de comprar algo o de pensar en otra cosa.

Las posibilidades competitivas y de crecimiento del american way of life están encerradas en una cárcel iluminada con cuarenta llaves de la cual es difícil escapar como de una droga. Incluso aun si el afortunado gana algo por azar o mal manejo del crupier, como aquel hombre de color del film “Último viaje a las Vegas”, es tentado de inmediato a mudarse a la suite más lujosa y cara que pueden ofrecerle y organizar allí una fiesta a todo lujo, con bebidas y comidas exquisitas, nuevos juegos, música bailable y jovencitas apetitosas. Cuando sale del hotel descubre que no le queda nada.

FANGA

La leyenda del Silicon Valley como un ejemplo de los nuevos meritócratas ya pasó de moda. Sus empresas tan libertarias han copado Wall Street y, sorprendentemente sus organizaciones responden más que al capitalismo tradicional a un nuevo tipo de feudalismo. En las FANGA (Facebook, Amazon, Netflix, Google y Apple) democracia y tecnocracia son incompatibles.


 

Sus dueños meritócratas evaden impuestos en los paraísos fiscales y son cada vez menos igualitarios. Se describe al Valle como un feudalismo con mejor marketing. Por un lado, con una plutocrática elite de capitalistas aventureros fundadores de compañías. Debajo de ella influyentes cuadros, entrenados y profesionalmente bien remunerados, viviendo como una ordinaria clase media que paga altos impuestos y que depende de la autocracia de sus patrones. Más abajo aún, una vasta población de trabajadores que pueden asimilarse a los hombres de color que recogían el algodón y ahora lo hacen en una multitud de empresas de servicios de todo tipo y en el verdadero fondo de esta “sociedad democrática sin clases” los sin vivienda, adictos a las drogas y criminales. 

Es una sociedad que, como en la Edad Media, está estratificada y con escasa movilidad social. Los altos precios hacen todo imposible para cualquiera, salvo para los más ricos.

El triunfo de Biden en las elecciones norteamericanas no puede hacer olvidar que como integrante de la fórmula de Hillary Clinton propulsaba la globalización neoliberal al máximo con los megacuerdos del Atlántico y del Pacífico que excluían a China y Rusia y ponían en peligro la existencia de las uniones sudamericanas, representan las dos vías de solución que antes y después de la Primera Guerra Mundial representaban Theodore Roosevelt y Wilson.  De una forma u otra, Biden y Trump, con estilos más diplomáticos o salvajes dicen algo parecido.

Mario Rapoport, autor del texto precedente es profesor emérito de la UBA y del ISEN.

Con curvas descendentes y con restricciones en descenso ¿que quedará ahora como recurso discursivo para quienes alientan el desgaste del gobierno de Alberto Fernandez por su manejo de la epidemia global?

De la Galera Macrista puede surgir cualquier conejo …

Daniel Roberto Távora Mac Cormack



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