JUGARSE LA PIEL

 

Casi siempre a favor de las propias posiciones, se apela al “orden institucional”, “la república”, “La constitución”, “Las leyes de la Nación”, “La democracia” o conceptos que refieren a fósiles “verdades” que no dependen de las turbulencias de eṕoca o las disputas de sentido o de poder y privilegios.

En realidad, las instituciones, la república, las leyes y el orden constitucional y democrático son intentos de las comunidades humanas del planeta por minimizar conflictos y cohesionar deberes y derechos y las garantías de estos derechos, en los acuerdos o consensos que esas formas institucionales y leyes determinan como resultado de las experiencias sociales.

Alberto Binder, Jurista argentino experto en materia penal, escribió en Página 12, “De la “institucionalidad” se puede hablar en muchos sentidos. Uno de ellos, sin duda, nos dice relación con el respeto a reglas de juego muy básicas de nuestra vida social y política, que nos permiten disentir, competir, acordar, ganar o perder, pero en todo caso, confiar en que nadie puede, cuando quiere, llevarse el “futbol” a su casa, y dejarnos a la intemperie, rondando sin ton ni son por el campo de juego. Una de esas reglas básicas es la referida al nombramiento de los jueces; regla clara y simple, prevista directamente en la Constitución Nacional y de fácil cumplimiento.

Llevamos años construyendo una metafísica del juez interino y del juez trasladado, cada vez más incomprensible, cuya única función es ocultar la manipulación de la justicia por Tirios y Troyanos, y la distorsión permanente del sistema constitucional, mediante “subrogantes”, “trasladados” y otras mañas que permiten que jueces que no han sido nombrados según la Constitución ocupen una función judicial por años.

La Corte Suprema dijo que no cumplir con esa regla constituía un caso de tal gravedad, que habilitaba una forma muy extraordinaria de intervención por la posible manipulación del nombramiento de jueces. Luego de más de un mes de dejarnos a los ciudadanos sumidos en esa gravedad de las instituciones, resuelve que las cosas no debían ser tan graves, ya que podemos dejarlas como estaban por un buen tiempo, pese a que concluye que, sin duda, la regla constitucional se había violado y el nombramiento había sido manipulado. Poner jueces por simple traslado no es constitucional, nos dice ahora la Corte, pero queden donde están, hasta que reparemos ese vicio dentro de un buen tiempo, y si la manipulación es temporal no es tan grave, por más que esa temporalidad consista en varios. Lo digo de un modo más “jurídico”: el traslado de jueces para ocupar otros puestos distintos a los que le correspondían por nombramiento, ha sido ilegal, inválido, pero mantengamos esa ilegalidad hasta que podamos repararla, ¡cuando los mismos que no cumplen la regla institucional decidan cumplirla! Mientras tanto, los jueces que ocuparon y seguirán ocupando cargos de un modo ilegal, tomaron y tomarán decisiones válidas en casos muy graves, y debemos consolidarlos en bien de la República.

 Todo esto dicho, claro está, de un modo bizantino y plagado de sutilezas sobre las palabras anteriores de la propia Corte, que bien podría haber dicho con claridad lo que dice que dijo, o lo que hubiera dicho si le hubieran hecho bien las preguntas. Y luego fustiga a los actores por su “inocencia”, ya que, en sus propias palabras: “frente a la clara regla constitucional referida a la designación de jueces por acto complejo, se desarrolló una práctica en sentido contrario, utilizando los traslados y su vigencia sine die como un mecanismo alternativo de acceso definitivo a un nuevo cargo. Las costumbres inconstitucionales no generan derecho (Fallos: 321: 700) como parecieran entender los actores”. Por suerte nos hemos liberado de los Orcos que fomentaron y aceptaron estas prácticas, y ahora podemos pensar y decidir en libertad. Porque, como nos enseña la propia Corte con sabiduría: “Tolerar, por una situación específica, lo que no es tolerable como regla general, consolidando jurídicamente situaciones de hecho, conduce indefectiblemente a la anomia”. No le tiembla el pulso a la Corte a la hora de citar a Carlos Nino, quien nos advertía los problemas que nos traería si seguíamos aceptando un “país al margen de la ley”. Por suerte los nuevos jueces de la Corte Suprema han detectado con rapidez tanta ilegalidad. 

Es difícil explicarle a un ciudadano común esa forma de razonar. Menos aún luego de todo esa vocinglería vacía y cruel sobre los ataques que pobres gentes realizan a la propiedad y al Estado de Derecho. Reconozco que me cuesta entender a esa parte de la sociedad que no duda en expulsar por la fuerza a niños y familias que no tienen donde dormir y comer, en nombre de la legalidad y la República, mientras acepta y normaliza estas “finas” ilegalidades de los funcionarios y de los poderosos o las encubre con palabras que les cuesta decir “al pan, pan, y al vino, vino”.

Queda ese sabor -de algo tan difícil de probar, pero tan fácil de intuir- de que la Corte falló en “diagonal”. Es decir, esquivó quedar vinculada a los sectores políticos en pugna, mediante una jugada palaciega, que confunde “viveza criolla” con independencia. Muchas veces se ha dicho que otras Cortes, de mayor prestigio que la nuestra, han construido esa consideración pública en base a una clara capacidad de comprender el “espíritu del tiempo”, donde se materializan grandes aspiraciones, reclamos o anhelos de la sociedad. Nuestra Corte Suprema está tan intoxicada del pequeño tufillo palaciego, de las insólitas fintas de los espadachines del subsuelo, de la dulzona y falsa pleitesía de los operadores “judiciales” y de la lealtad interesada de las tribus del entorno, que ya no encuentra las palabras de la ciudadanía. 

La retórica escurridiza y laberíntica de sus fallos lo pone en evidencia, y la lejanía con las expectativas de la ciudadanía, que reclama con urgencia la fortaleza las reglas de juego elementales de nuestras instituciones, se va convirtiendo poco a poco en el peor escenario para nuestra institucionalidad: una Corte que nadie aprecia, que nadie quiere.

En definitiva, los jueces en cuestión seguirán en sus puestos, hasta que se hagan los concursos, algún día; y nos queda también la sensación de que todos hemos perdido energía y tiempo indispensables para otros problemas muy graves. Quiero finalizar con una pregunta a los jueces accionantes: ¿No era mejor evitar todo este manoseo, antes, ahora y mañana? ¿No es más gratificante ser simplemente un juez en quien la sociedad confía, por más que tenga menos brillo o protagonismo?

( https://www.pagina12.com.ar/303615-el-arte-de-agravar-la-institucionalidad )

La cuestión, mas que posicionarse a uno u otro lado de la disputa, es entender que la institucionalidad y su funcionamiento es precisamente resultado de esas disputas o de otras anteriores a estas, que modifica el curso de las acciones humanas en sus impactos sociales y generales.

Las acciones individuales en defensa de las instituciones o tensando estas para su transformación, no es solo asunto de quienes la plantean en aras de alguna idea de “progreso” “bien común” “inclusión de derechos” sino y también de quienes no quieren perder privilegios, sentir el avasallamiento a sus pre-juicios, xenofobias y el avance de sus temores proporcional a la degradación de sus ilusiones de seguridad y de conocimiento de reglas o escenarios posibles.

La grieta” fue la metáfora utilizada por Jorge Lanata en uno de los discursos que dio, cuando en el año 2013 recibió tres premios Martín Fierro, para describir el antagonismo político que ha atravesado a la Argentina desde comienzos del siglo XXI. Según su visión el kirchnerismo “provocó” una “división irreconciliable” −la grieta− en la sociedad argentina estableciendo una oposición dicotómica entre kirchneristas vs. anti-kirchneristas, que lejos de acotarse a controversias políticas alcanzó a la cultura, quebrando vínculos laborales y profesionales e inclusive penetrando el espacio privado mismo cercenando así a familias, amistades, noviazgos, etc. Consideró además que la grieta es el mayor de los males que sufrimos los argentinos (“lo peor que nos pasa”), que llegó para quedarse (“va a trascender a los gobiernos”), tiene antecedentes (“la última vez que pasó fue en los años 50 y esa grieta duró 50 años”) y que nadie puede arrogarse para sí la representación de la patria, ni de la verdad (“nadie tiene el copyright de la patria ni de la verdad"). El discurso estelar de aquella noche fue suplementado por otro breve discurso en el que consignó que la destinataria de sus premios era la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner (“un último deseo se lo dedico a Cristina que lo mira por tv”) y por las declaraciones que ofreció al salir de la gala en las que afirmó que “los kirchneristas son chorros con máscaras del Che Guevara”. Sin haber dejado nunca su línea editorial anti-kirchnerista, tres años más tarde el 16 de octubre de 2016, en el mismo multipremiado programa Periodismo para todos, arremetió con una agresiva editorial que cerró de la siguiente manera: “Ahora, usted sin nada es solo una pobre vieja enferma y sola peleando contra el olvido y arañando desesperadamente un lugar en la historia que ojalá la juzgue como la mierda que fue”.

Traer puntualmente estas piezas de Lanata nos resulta interesante porque nos sirven como un indicio a partir del cual elaborar una interpretación de los usos del odio en la vida política de la Argentina reciente.

Según nuestra conjetura, es un indicio de que el odio −ese sentimiento que la Real Academia Española define como la “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea” y el Diccionario de María Moliner como la “repulsión hacia alguien, acompañado de deseo de causarle o de que le ocurra algún daño o la repugnancia violenta hacia una cosa, que hace que no se pueda soportar”− funciona como factor estructurante del anti-populismo. Para proceder a partir de indicios nos apoyamos en la propuesta de Carlo Ginzburg (2008), quien elaboró la tesis del paradigma indicial. Este historiador italiano sostuvo que dicho paradigma ha sido el método de conocimiento practicado desde tiempos remotos por los cazadores. Es la práctica de recopilación e interpretación de rastros o huellas que, puestos en relación entre sí, posibilitan la elaboración de un sentido a partir de un objeto (presa) ausente. Es decir, se trata de la identificación de elementos marginales −indicios− que abren el juego a la sensibilidad, la inteligencia y la creatividad para dar cuenta de aquello que no está delimitado en el espacio de lo social sedimentado. A modo de ilustración Ginzburg trae la fábula oriental Zadig que cuenta la historia de tres hermanos que reconstruyen la figura del camello, a través de la recolección de una serie de indicios, un animal que jamás habían visto.

Ubica también la práctica del paradigma indicial en el psicoanálisis de Sigmund Freud, en las pesquisas de las novelas de detectives de Arthur Conan Doyle y su personaje Sherlock Holmes y en la crítica del arte desarrollada por el médico italiano Giovanni Morelli (quien durante años mantuvo su trabajo bajo los pseudónimos Iván Lermolieff y Johannes Schuartze). El paradigma indicial asume la posibilidad de que la verdad del conocimiento siempre toma una vía marginal e indirecta y que resulta constitutivamente opaca y fragmentaria, en oposición al paradigma positivista que postula el acceso al conocimiento de la verdad en la medida en que supone que las cosas son idénticas a sí mismas y se pueden conocer a través de una relación de correspondencia punto por punto con una representación de sí mismo. Esto es, supone la posibilidad de un conocimiento completamente acabado y transparente. Por el contrario, el paradigma indiciario postula un saber conjetural ya que sugiere que las cosas no son meramente lo que son puesto que la cosa no puede coincidir consigo misma, ni capturarse plenamente. En todo caso, se trata de una verdad siempre maldita,al decir del psicoanálisis lacaniano, la verdad (y aquí agregamos: del conocimiento) lejos está de pertenecer plenamente a un significante, por lo tanto, la verdad será siempre mal-dicha, o lo que es lo mismo, medio-dicha (Lacan: 1972, 478).

El anti-populismo en la Argentina del siglo XXI o cuando el odio se vuelve un factor político estructurante. Biglieri, Paula; Perelló, Gloria

https://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/revcom/article/view/6258/5300

REVCOM. Revista científica de la red de carreras de Comunicación Social ISSN: 2451-7836 redcom.revcom@gmail.com

Universidad Nacional de La Plata Argentina

En última instancia todo odio deviene del temor. Temor a lo diferente que cuestiona la propia elección, acción o idea. Temor a lo desconocido … a lo que ofrece riesgos frente a la comodidad de nuestras ilusorias seguridades… en última instancia frente a ese saber que no queremos saber que sabemos … al final todos terminaremos muertos.

Las leyes y el orden institucional fija y pone en texto los acuerdos, porque la palabra pierde su potencia y su fuerza como contrato en las relaciones. Necesitamos por escrito lo que la palabra no puede sostener como acuerdo o como certeza.

Uno de las actos más conflictivos del ser humano es el incumplimiento de la palabra y la disonancia entre lo que se dice y lo que se hace. Las palabras y las ideas tiene que jugarse la piel a través del compromiso. Todos lo hemos sufrido a nivel profesional e incluso en el más sensible ámbito familiar y emocional. Además de significar falta de empatía y pérdida de credibilidad, el principal problema de incumplir la palabra es una profunda asimetría: quien sufre el incumplimiento siempre pierde y quien lo comete no se ve obligado a “pagar” su cambio de decisión. Es muy fácil tomar decisiones -o cambiarlas- cuando la asimetría juega a a favor del incumplidor, que en su “nueva” decisión, razona: “decido esto porque es lo que más me favorece”. Así se trasladan los perjuicios a la otra persona que hasta el momento actuaba según la palabra dada. Sin embargo, una gran virtud del ser humano es tomar decisiones asimétricas con el desequilibrio jugando en contra del decisor, entrando incluso en conflicto con sus propios intereses. Por ejemplo, en el campo laboral, decir que no a un compromiso ya previamente asumido e igual pagar los honorarios acordados; en el campo emocional: confiar y aportar en alguien ciegamente sin ningún tipo de controles; en el campo familiar, ayudar a alguien a riesgo de perder tiempo o dinero en la acción y sin ser recompensado. El mayor virtuosismo asimétrico suele ser familiar, en la relación de padres a hijos.

De estas asimetrías trata el nuevo ensayo del siempre best-seller Nassim Nicholas Taleb: Jugarse la piel. Asimetrías ocultas en la vida cotidiana, publicado en castellano en 2018 por Paidós. El ensayo es muy atractivo en términos de construcción de identidad personal a partir de la generosidad. En este comportamiento está el origen de la admiración a ciertas personas y la desconfianza hacia otras. El autor de El Cisne negro y Antifrágil afirma que jugarse la piel lleva siempre a un conflicto de intereses y que “la voluntad de aceptar los propios riesgos es un atributo esencial de héroes, santos e individuos prósperos en todos los ámbitos de la sociedad”. La falta de palabra no sería tan eficiente para el incumplidor si hubiera simetría exigida en el fracaso y tuviera que alimentarse de aquello que ofrece a los demás: “si obtienes recompensas, también debes asumir los riesgos, no dejar que otros paguen el precio de tus errores. Si pones en riesgo a los demás y estos resultan perjudicados, tienes que pagar un precio por ello.” Taleb enfatiza en las asimetrías señalando que: “Quienes no se juegan la piel poseen una opción oculta a costa de los demás. Quienes se juegan la piel conservan sus beneficios y asumen su propio riesgo. Quienes se juegan la piel por otros o ponen su alma en juego asumen las desventajas en beneficio de los demás por valores universales.”

Nassim Nicholas Taleb lleva la idea de jugarse la piel a varios campos de la sociedad e incita a sus lectores a un mayor compromiso con su palabra y con la verdad vistas a largo plazo y basada en la supervivencia común: “primero actúa la supervivencia; después la verdad, la comprensión y la ciencia”. En esas prioridades, la racionalidad es gestión del riesgo para sobrevivir. Para el autor, “solo puede haber evolución si hay riesgo de extinción. Si no nos jugamos la piel no hay evolución (…) Nunca convencerás del todo a alguien de que está equivocado; solo la realidad podrá hacerlo. Pero a la realidad no le importan los argumentos ganadores: lo que importa es la supervivencia. La maldición de la modernidad es que cada vez estamos más colonizados por una clase de personas cuya capacidad para explicar las cosas supera a su capacidad de comprensión.” Así, la supervivencia -y el karma dirían los más espirituales- harán su parte para restaurar los desequilibrios individuales en un entorno social más amplio. 

 “Los humanos somos animales prácticos, locales y sensibles a la escala. Lo pequeño no es igual que lo grande; lo tangible no es lo abstracto; lo emocional no es lo lógico.” La escala lo cambia todo. Una falta de palabra a nivel individual puede no repercutir al incumplidor en el corto plazo quien se beneficia de sus cartas ocultas, pero si se analiza con escala de tiempo y redes, puede afectar significativamente a su prestigio social en las redes de lazos sociales débiles y fuertes que ambas personas poseen en común. Para Taleb: “la política más eficaz y más libre de vergüenza es la transparencia máxima, lo cual incluye la transparencia de intenciones”, a partir de romper tres errores habituales: “pensar en términos estáticos y no dinámicos; pensar a pequeña escala y no en lo grande; pensar en términos de acciones y no de interacciones”.

En un texto un tanto caótico y desordenado, Taleb se anima a darnos a los lectores lecciones sobre casi todo y allí es donde el ensayo pierde cierto rigor. Por esto, comparto los fragmentos que me resultaron más atractivos, en mundos que nos son afines como la gestión pública, el desarrollo social, la cultura emprendedora y el debate de ideas.

Sobre otras asimetrías y cómo tratarlas.

DISCUSIÓN DE IDEAS. ¿Cuántas veces hemos conversado intentando imponer nuestro criterio y sin escuchar en profundidad al otro? ¿Cuántas veces discutimos con vocación de aprender? En su ya mítico Republic.com, Cass Sunstein nos enseñaba que “en una república libre, los ciudadanos aspiran a un sistema que proporcione una amplia variedad de experiencias con otras personas, temas e ideas que no habrían elegido de antemano.” Aquí es donde Taleb nos da una pista muy alentadora y de un gran aprendizaje: “El arte de la conversación consiste en evitar cualquier desequilibrio. La gente tiene que ser igual, al menos para el propósito de la conversación; de otro modo fracasará. Debe estar libre de jerarquías y sus contribuciones han de ser equitativas. Es mejor cenar con tus amigos que con tu profesor, a menos que tu profesor comprenda el arte de la conversación.” 

DESARROLLO SOCIAL. Taleb razona de manera disruptiva diciendo algo muy diferente a lo que siempre escuchamos: “La sociedad no evoluciona por consenso. Todo lo que hace falta es una regla asimétrica y alguien que ponga en juego su alma. (…) La regla de la minoría: la madre de todas las asimetrías. Basta con una minoría intransigente con una significativa inclinación a jugarse la piel para que toda la población tenga que someterse a sus preferencias.(…) Pensemos que si la ciencia se hubiese guiado por el consenso de la mayoría, todavía estaríamos en la Edad Media. Las revoluciones son indiscutiblemente obra de una minoría obsesiva. Y todo el progreso de la sociedad tanto económico como moral, es obra de un pequeño grupo de personas.”

GESTIÓN PÚBLICA. Taleb dice que jugarse la piel en la administración de los bienes públicos es descentralizar, porque las decisiones en la escala menor y más humana hacen que los desequilibrios entre el decisor y el ciudadano sean más visibles. Para Taleb, “la burocracia es una estructura mediante la cual una persona es convenientemente separada de las consecuencias de sus actos. (…) Se debe descentralizar: limitar el numero de individuos inmunes y con capacidad decisoria. La descentralización reduce las grandes asimetrías estructurales. En este nicho de la gestión pública, Taleb también reflexiona sobre las asimetrías en política: “En los países donde la riqueza se obtiene a través de la manipulación o explotación del entorno político o económico, sea por la vía del patrocinio o por la imposición de regulaciones, la riqueza se plantea como suma cero. Lo que una persona obtiene se le ha quitado a otra.”

CULTURA STARTUP. El autor resalta aquí otra asimetría entre hacedores y pensadores: “El emprendedor gana actuando, no convenciendo. Hay campos del conocimiento que caen en la charlatanería porque no hay asunción de riesgos que los vincule con la realidad.” Ya nos había seducido en 2006 la lectura de “On Bullshit. Sobre la manipulación de la verdad”, Harry G. Frankfurt. En ese texto, se mencionaba la falta de dedicación de muchos hablantes de pretender traducir un estado de cosas sin cuidar las exigencias que requiere representar la realidad a través de la argumentación. Al no haber riesgos, no hay compromiso de aprender. Para el filósofo Frankfurt, la charlatanería tergiversa necesariamente dos cosas como mínimo. Tergiversa aquello de lo que se está hablando y, al hacerlo, se engaña a si mismo sabiendo que lo que dice no es correcto, o no tiene precisión en su afirmaciones.

Taleb reafirma algo que “La mayor parte de los éxitos empresariales de los últimos tiempos empezaron su andadura gracias al trabajo de personas que se jugaron la piel y pusieron su alma en la empresa, y luego crecieron orgánicamente. La financiación no fue el principal motor de su creación. No se crea una empresa creando una empresa.” En el emprendimiento y el quehacer cotidiano; “La gente que siempre ha actuado sin jugarse la piel busca lo complicado y lo centralizado, y evita lo simple como si fuera la peste. Los que practican lo de jugarse la piel desarrollan el instinto opuesto y buscan la heurística más simple.”

(http://digitalismo.com/jugarse-la-piel-el-nuevo-ensayo-de-nicholas-taleb-sobre-asimetrias-y-supervivencia/ )

Se trata sencillamente de aquello por lo que “vale la pena vivir” o “morir en el intento”, en tanto, si igual hemos de morir, mejor es morir por haber intentado vivir como queremos, creemos o vale la pena el intento.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

Imágenes: Carlos Alonso (n. Tunuyán, Mendoza; 4 de febrero de 1929) es un pintor, dibujante y grabador argentino, representante de la corriente social del arte en su país. Se lo denomina como un maestro de la pintura contemporánea de los más completos y apasionados. Muestra con sus pinceladas de acrílico denso y colorido lo que es la pasión por la vida y su inseparable belleza, y a la vez, el dolor, la amargura, la protesta contra la maldad y los abusos humanos.

Sus obras son la unión entre el realismo crudo de la existencia y los sueños coloristas que un ser humano puede llevar impresos en su corazón. Con libertad y creatividad, Carlos Alonso deja un legado de obras excepcionales. Aunque vivió la dictadura y perdió a una hija, siguió trabajando, exiliándose y permitiéndose a sí mismo que toda su energía y modo de entender la vida se transmitiera a sus obras, a veces difíciles de comprender por ser muy personales.

Comentarios

Entradas populares de este blog