Más cargas a los débiles.

 

Cultura Neandertal

David Toscana, (Monterrey, 1961) escritor, ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.. Escribe en “Letras Libres

Las hipótesis engendran los argumentos y no al revés: si ciertos alimentos son sanos o no, está aún por demostrarse.

Cada vez que hallo en la prensa información sobre cierto estudio que demuestra algo, sé que habrá otro estudio que demuestre lo contrario; así es la ciencia de caprichosa, a veces negra y a veces color rosa.

Me encuentro con este encabezado: “El consumo de alcohol provocó cáncer a cien mil bebedores moderados el año pasado”. Esta paparrucha se publicó en la prestigiosa revista The Lancet. Sus conclusiones son que “el consumo de alcohol, sin importar la dosis, provoca un aumento sustancial de casos de cáncer, lo que pone de manifiesto la necesidad de implantar políticas y acciones eficaces para aumentar la concientización sobre los riesgos de cáncer asociados al consumo de alcohol y disminuir el consumo general de alcohol para prevenir la carga de cánceres atribuibles”.

La ciencia podría llegar hasta donde dice “sustancial de casos de cáncer”. El resto es política o activismo o moralina. A partir de ahí se desprendieron más comentarios en la prensa, y el gobierno de España se apuntó para recomendar que no se sirviera vino o cerveza en los menús del día.

Otro estudio reciente asegura que, para una mujer, beber una botella de vino a la semana da el mismo resultado que fumar diez cigarrillos en cuanto a los riesgos de cáncer de mama. Nada nos informa sobre las mujeres que fuman y beben.

Algunos estudios dicen que el vino contiene antioxidantes que ayudan a prevenir el cáncer, además de que favorece el buen funcionamiento del corazón y previene el Alzheimer. Según la Universidad de Leicester, el vino tinto, además, “destruye las células cancerosas y mejora la efectividad de los tratamientos de radiación y quimioterapia contra el cáncer”.

También leí sobre dos estudios de genes que heredamos de los neandertales. Desde el encabezado se nota la oposición de ambos. “Un gen de neandertal nos protege de la covid-19”, dice uno. El otro: “El principal riesgo genético para enfermar gravemente de covid-19 lo heredamos de los neandertales”.

Luego de décadas en que la ciencia médica recomienda evitar las carnes rojas, leo en el New York Times que un equipo de investigadores internacionales produjo una serie de análisis con los que se concluyó que tal consejo “no está respaldado por ninguna evidencia científica”. No faltaron voces que pidieran a estos investigadores que no publicaran sus conclusiones, pues podrían afectar la reputación de los nutriólogos.

El queso es otro favorito de los científicos descarrilados. Un estudio de cierta asociación médica vegana asegura que el queso aumenta en un 53% el riesgo de sufrir cáncer de mama. Mientras que el Centro de Investigación del Cáncer en el Reino Unido asegura que no existe evidencia de que el queso propicie algunos cánceres, y en cambio sí reduce el riesgo de los de estómago o colon.

Medical News Today publica un estudio que afirma que consumir queso reduce en 14% el riesgo de contraer enfermedades cardiovasculares. Mientras tanto, Harvard publica que el queso, debido a sus grasas saturadas, aumenta el colesterol dañino y puede multiplicar el riesgo de enfermedades coronarias.

Y vaya uno a saber qué significa “queso” en cualquier estudio. ¿Asadero? ¿Mozzarella? ¿Manchego? ¿Parmesano? ¿Oscypek? ¿Comté? ¿Azeitão? ¿De vaca o cabra u oveja o búfala? ¿Fresco o curado? ¿Crudo o pasteurizado? ¿En rebanadas o en quesadillas? Solo un paladar gringo puede hablar genéricamente de queso o carne o pan.

Y hablando de pan…

Mejor no hablo, pues son interminables los estudios discordantes.

Por cosa de tales estudios poco confiables, la OMS hace sus recomendaciones; y, también en España, con esos gobernantes siempre maternalmente preocupados por los intestinos del español, el pan será más insípido, pues por ley llevará menos sal, lo cual no hará a los españoles más sanos, pero sí más desventurados.

Y ojo, que no toda la comida sana es sana, pues el pescado tiene mercurio, las hortalizas contienen nitratos, ciertos mariscos tienen cadmio y la carne contiene carne.

Buscando apenas en la superficie, me encuentro estudios que aseguran que la dieta vegana es la opción más saludable, y reduce en un 14% el riesgo de cáncer. Pero igual tropiezo con estudios que dicen: “No hay evidencia de que una dieta vegetariana o vegana reduzca el riesgo de morir de cáncer”.

En el mundo de la ciencia se suele decir que un estudio está hecho para demostrar la hipótesis.


Ya hace más de mil ochocientos años, el filósofo escéptico Sexto Empírico escribió: “Si uno asume algo por hipótesis y considera que lo que de ello se sigue es digno de confianza, es de temer que esté con ello destruyendo toda posible investigación”.

Las hipótesis engendran los argumentos y no al revés.

Si ciertos alimentos son sanos o no, está aún por demostrarse. Aunque quizá con la comida pueda hacerse la apuesta de Pascal, y optar por lo vegano y sin alcohol.

Exactamente eso hice, mas tal dieta ofrece tanto sinsabor, que he preferido quitarme la vida a base de suculentos cortes de res, abundantes botellas de vino, mucho queso y quesadillas, riñones y mollejas, pollos asados, guajolotes y cabritos, cerveza, chorizo, jamón, tequila y peces de colores, tortas de pierna, albóndigas de lo que sea, rabo de toro, conejo, lechones y lechazos, huevos al gusto, lengua y barbacoa y todo eso que tanto disfruta mi gen de neandertal.

La inteligencia artificial contra la desinformación

una visión desde la comunicación política

Paulo Carlos López-López España Universidade de Santiago de Compostela

Nieves Lagares Díez España Universidade de Santiago de Compostela

Iván Puentes-Rivera España Universidade de Vigo

Son coautores del siguiente trabajo , publicado en “Razón y Palabra”, VOL 24 N° 111 Mayo - Agosto 2021 Monográfico pp. 5-11 Recibido 30-12-2021 Aprobado 14-01-2022 https://doi.org/10.26807/rp.v25i112.1891

1. La comunicación política en la tercera década del siglo XXI

Ya en la tercera década del siglo XXI, la comunicación política se ha adaptado a las distintas situaciones de un contexto digital cada vez más evolucionado, diversificando sus canales y asumiendo que, en paralelo al crecimiento exponencial del acceso a la información, también lo ha hecho el acceso a la desinformación (Ortiz de Guinea Ayala y Martín-Sáez, 2019). Ante este avance imparable de las tecnologías de la información y del conocimiento, la epistemología de la comunicación política ha ido dejando de lado esa visión jerarquizada en dónde las instituciones y partidos, en coalición con los medios de comunicación, organizan mensajes (temas y encuadres) que impactan en la ciudadanía produciendo unos determinados efectos en individuos y grupos.

Las redefiniciones más actuales sobre las lecturas clásicas (Wolton, 1990; Canel, 2006; Mazzoleni, 2014) se han visto superadas por una realidad mucho más compleja, con la incorporación, por ejemplo, de canales como las redes sociales como parte más visible de esta sociedad digital (López-López y Oñate, 2019). Éstas han modificado la forma en la que se producen datos y han incorporado nuevos actores que tienen capacidad para emitirlos (con una democratización formal), si bien con la evidencia suficiente como para demostrar (aún) la primacía de los llamados flujos verticales. También el circuito de producción periodística se ha visto afectado, tanto en las rutinas profesionales (seleccionar, producir y distribuir), como en la organización de los medios, la reputación de la marca o la credibilidad de las noticias (Lagares Díez, LópezLópez y Pereira López, 2022). Sobre este último, existen fuertes razones de carácter comunicativo (frecuencia de consumo) y de carácter estructural (edad) que son relevantes a la hora de explicar la credibilidad en este nuevo contexto híbrido y que actúan en dimensiones contrarias: a más consumo de información, más credibilidad; a mayor edad, menor credibilidad. La ciudadanía, por su parte, también ha modificado -sin vuelta atrás (Saavedra Llamas et al., 2021)- sus hábitos de consumo, tanto en la forma (incidental y en segundas pantallas) como en el fondo.

Los más jóvenes conectan con el modelo de distribución de contenidos (marcadamente de ficción) de grandes plataformas como Netflix, Amazon Prime Video o HBO, como también Twitch como servicio de retransmisión y de interacción comunitaria (Gutiérrez Lozano y Cuartero Naranjo, 2020). Ante esta situación, la comunicación política se reinventa con conceptos tales como la comunicación política algorítmica (Campos-Domínguez y García-Orosa, 2018) fruto de la intersección entre las ciencias de la computación y las ciencias sociales, caracterizada por la microsegmentación, por los diagnósticos personalizados, por la generación automatizada de contenidos (Barredo et. al, 2021) o por el hecho de que se desdibujan los límites entre lo qué es y lo qué no es ficción.

2. La desinformación y las noticias falsas: riesgos para la democracia

La facilidad de propagación de las noticias falsas en la sociedad digital constituye un peligro para la salud o para la economía, pero también para la democracia en su conjunto. Esta es una consecuencia más de la popularización de la computación, de la robotización o de la segmentación algorítmica.

En el marco de la comunicación política, sus consecuencias nocivas preocupan a instituciones, partidos políticos, medios de comunicación y ciudadanía, muy especialmente en época electoral. No obstante, para su comprensión, la comunidad científica en Ciencias Sociales (tanto la iberoamericana como la anglosajona) parece haberse centrado en exclusiva en las aproximaciones teóricas al fenómeno (Alfonso, Galera y Calvo, 2019), desde una metodología basada en el análisis de contenido y en resultados descriptivos, olvidándose del diseño y aplicación de experimentos que permitan abordarlo desde una visión integral, incorporando los efectos en las democracias contemporáneas.

Esta tesis refuerza algunos planteamientos que señalan la importancia de estudiar esta problemática de una forma mucho más global (Wardle y Derakhshan, 2017). Alguna de las respuestas por parte de uno de los actores de la comunicación política, esto es, desde la esfera político-institucional, es el de poner freno a la desinformación y a las noticias falsas a partir de la reglamentación que obliga a sus principales difusoras (las tecnológicas) a filtrar aquellos contenidos que puedan ser una amenaza. Un ejemplo de ello fue en su momento la censura de Twitter a Donald Trump después del asalto al Capitolio en enero de 2021 ante el peligro de “incitación a la violencia”. Este hecho, no obstante, entraña una multitud de problemas éticos (Pauner Chulvi, 2018). ¿Existe la posibilidad de poner en riesgo el pluralismo existente en la red? ¿Y la libertad de expresión? ¿Sería este método un nuevo modelo de censura previa? Dicho de otra forma: ¿puede una empresa eliminar la cuenta del presidente de los Estados Unidos de América sin que medie una resolución judicial? La desinformación también impacta fuertemente (y con un carácter central) en las empresas informativas. De hecho, una de las más importantes crisis del periodismo se relaciona con la confiabilidad de las noticias, más allá de la discusión entre lo verdadero o lo falso, entre lo correcto o lo incorrecto (Steensen, 2019).

De esto deriva la necesidad de una revisión mucho más profunda de las rutinas profesionales, ancladas en el concepto de las culturas periodísticas. Una posible línea de investigación tendría que ver con que si una determina cultura periodística (Martínez Nicolás, 2015) -entendida desde la tradición socio-fenomenológica de estudios sobre prácticas y rutinas de redacción (newsmaking)- es más o menos proclive a generar (o detener) la desinformación y las noticias falsas. O si un determinado modelo de relación estandarizado entre el sistema político y mediático -aquí hablamos de una obra de referencia del área, de los sistemas mediáticos comparados de Daniel Hallin y Paolo Mancini (2004)-, genera una mayor resistencia a la expansión de noticias falsas.

En este sentido, son dos las dimensiones que, a priori, más posibilidades ofrecen: por una parte, el papel del Estado (en tanto que definidor de noticias, en tanto que estructurador de los mercados de comunicación y en tanto que legislador); y, por la otra, el llamado profesionalismo periodístico existente en las redacciones (códigos deontológicos y concepto de servicio público). Porque es importante recordar que muchas noticias falsas no proceden de empresas informativas, haciéndolodesde otros lugares con la deliberada intención de influir a la opinión pública, pero otras muchas también se producen como consecuencia de falta de rigor de carácter periodístico (Illades, 2018; Walters, 2018).

3. Inteligencia artificial y verificación de hechos

La crisis originada por la pandemia de COVID-19 ha avivado el debate sobre la necesidad de establecer mecanismos de control más férreos que eviten la desinformación, así como el desarrollo de instrumentos que permitan verificar hechos (Krause et. al, 2020; Chou, Gaysynsky y Vanderpool, 2021).

El fact-checking, pues, es una de las principales tareas de la comunicación, constituyéndose como pieza angular de la responsabilidad social: automatiza la corroboración de las noticias a través de la detección de la fuente, del análisis de contenido y de la dirección de los distintos flujos informativos. Y es que, en este contexto de miedo colectivo, la proliferación de datos inexactos y la utilización con fines de intoxicación de las redes sociales por parte de actores políticos erosiona la comunicación política, la estabilidad social, la convivencia pacífica y las bases sobre las que se construyen las democracias liberales, también las iberoamericanas. De hecho, son varios los investigadores (Graves, 2018) que destacan el impacto positivo en la comunicación política de los procesos de verificación de hechos, promoviendo una mayor contención por parte de las instituciones y un refuerzo de los mecanismos internos de control por partes de las empresas informativas.

En este sentido, ha sido una respuesta necesaria ante una presión social que demanda cambios en los comportamientos y actitudes con un triple objetivo: velar por la veracidad de la información, realizar un escrutinio al poder y transformar la información en verdadero conocimiento (Rodríguez Pérez, 2020). Y así como la Inteligencia Artificial es utilizada para promover fines espurios, también se puede utilizar esa misma Inteligencia artificial para combatir dichos fines. Ejemplos de lo explicado lo encontramos en los denominados “bots buenos” a partir de la creación de algoritmos con capacidad de adaptación que ayudan a detectar noticias falsas (Flores-Vivar, 2019).

Unos de los primeros fue Fact Machine del sitio de fact-checking “Aos Fatos”, que combatía las noticias falsas en el proceso electoral que finalmente daría la victoria a Jair Bolsonaro en Brasil. Pero también tenemos otros ejemplos: TruthBuzz (para la generación de una narración convincente); Facterbot (“chatbot” de Facebook Messenger y que actúa en el correo electrónico); Fake News Detector (clasificación de las noticias en función de su credibilidad) o Les Décodeurs, una sección del sitio web de Le Monde, que valora la credibilidad a través de un modelo de análisis multidimensional con un historial de autores y fuentes (Sitaula et al., 2019). De hecho, en los últimos años se ha vivido una explosión de programas de verificación automática de noticias falsas a través de la IA y del Machine Learning (Atanasova et al, 2020; Woloszyn et al., 2020; Luengo y García Marín, 2020) basados, entre otros aspectos, en patrones lingüísticos mediante clasificadores de aprendizaje automático que indican la veracidad de una noticia en función de distintas variables.

En definitiva, el futuro de la investigación de la comunicación política y de la desinformación como aspecto más general, y de las noticias falsas en particular, pasa irremediablemente por introducir en la ecuación a la Inteligencia Artificial y su uso por partes de partidos políticos, medios de comunicación y ciudadanía. Unos partidos políticos que sustentarán una “democracia algorítmica” con grandes efectos sobre las formas de informarse y de participar (Claramunt, 2019); unos medios de comunicación que deben garantizar la autenticidad y trazabilidad de los datos como mejor barrera ante la desinformación (Fraga-Lamas y Fernández-Caramés, 2020) y una ciudadanía que, se observa, empieza a generar ciertas resistencias y mecanismos colectivos de autoverificación a través de sus comunidades digitales (Barredo et. al, 2021).

El fracaso de la democracia social en la Argentina

Javier Franzé, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, donde actualmente se desempeña como profesor e investigador, escribe en “La Vanguardia Digital

La democracia argentina vive su momento de mayor longevidad y vigor: todos los actores parecen respetar las reglas del juego. Sin embargo, su saldo social es negativo: la pobreza y la desigualdad aumentan sin pausa. La reforma impositiva pendiente para construir una democracia social sólida.

Los treinta y ocho años de democracia que se acaban de cumplir en la Argentina, el mayor período sin golpes de Estado, son ya un éxito e invitan a felicitarse. Pero precisamente el valor de ese logro colectivo inédito puede estar obturando el reconocimiento de otro hecho, no menos importante en especial para las fuerzas progresistas: el fracaso de la democracia social en la Argentina.

En efecto, el comprensible temor a que tan desolador diagnóstico sea cargado a la cuenta de la democracia, justo además cuando las fuerzas de la extrema derecha neoliberal avanzan, retrae el juicio. Pero son otros los factores que quizá estén también actuando: verbigracia, la reducción de todo “debate” —que acaba por no ser tal— a lo que en España se denomina el “y tú más”, es decir, el contentarse con no ser peor que el adversario. Así es, la acusación de “corrupción” es contestada con la de “endeudamiento” y la aspiración a “salvar al Pueblo” es retrucada con la de “salvar la República”.


Han sido enormes los avances en estas casi cuatro décadas de democracia política en la Argentina. No sólo por aquello a lo que se aspiraba al inicio del camino, allá por 1983, la fría continuidad institucional, que se imaginaba como una solución a la recurrente prepotencia de los poderes corporativos y privados. Estas décadas han mostrado también los efectos de la democracia como proceso.

Sus efectos han sido potentes en términos de cultura política: identidades, valores, rituales, agenda pública se han ido transformando y, de algún modo, clarificando los debates. Hoy la discusión política en la Argentina, sin dejar de lado sus particularidades nacionales, se ha vuelto más reconocible en términos de las democracias occidentales. A diferencia del período previo a 1983, la competencia política ya no se da principalmente entre dos formaciones nacional-populares —como eran la UCR y el PJ—, sino entre un polo de centro-izquierda, de fuerte anclaje nacional-popular, y otro de centro-derecha, de raigambre liberal-conservadora.

Pero son otros los factores que quizá estén también actuando: verbigracia, la reducción de todo “debate” —que acaba por no ser tal— a lo que en España se denomina el “y tú más”, es decir, el contentarse con no ser peor que el adversario.

Esto ya es un bien en sí mismo. La competencia se da en un suelo común —de ahí los casi cuarenta años de democracia política—, lo cual ha permitido que el debate sea por algo más que la democracia como reglas del juego. Más igualdad o más libertad, más Estado o más mercado, más latinoamericanismo o más atlantismo, más comunidad o más individualidad, son los ejes que vertebran a las principales voluntades políticas existentes. En esto, Argentina no se pierde en la traducción de lo que ocurre, a grandes rasgos, en el resto del mundo democrático occidental, aun con las importantes diferencias entre países centrales y periféricos.

Esto implica dos transformaciones que han dado lugar, de algún modo, a fuerzas políticas renovadas o incluso inéditas. Por una parte, las tradiciones nacional-populares se han dejado permear por valores de cuño liberal político, como fundamentalmente los Derechos Humanos, reivindicaciones de género y de autonomía individual, y las socialistas democráticas han tendido a reconciliarse con formas de lo popular provenientes del imaginario nacional-popular, abandonando su antiguo anti-peronismo. Esto ha dado pie a la constitución de un espacio progresista, de centro-izquierda, en el cual resultan reconocibles trazas del alfonsinismo, de la renovación peronista y del centro-izquierda clásico, que coaguló —aunque sin agotarse— en el kirchnerismo, con su transversalidad y diversas almas.

Por otra parte, las tradiciones liberales, conservadoras y nacional-popular de derecha —tanto radicales como peronistas— han confluido a su vez en un centro-derecha autopercibido como republicano y anti-populista, aunque no por ello necesariamente anti-peronista. No sólo porque sectores peronistas —e incluso de proveniencia kirchnerista, como Pichetto— lo integran, sino porque su antinomia es con el kirchnerismo, al que no dudan incluso en contraponerlo al peronismo histórico, en tanto éste —o más bien su propio líder— fue refractario a sus corrientes internas de izquierda. Hoy explicitar el antiperonismo probablemente deje fuera de juego a cualquier actor político. Un dato relevante de esta fuerza de centro-derecha —y un aporte para la democracia— es que se mantenga unida tras el fracaso de su gobierno y la primera derrota electoral importante. Parece ir dándose allí una coagulación de rasgos similares a la que se produjo en el otro polo desde la propia recuperación de la democracia.

Otro rasgo de la democracia como proceso en la Argentina es la formidable vitalidad política del país. Aquí debería hablarse más bien de un rasgo histórico que se ha mantenido. La historia argentina es la de las fechas de sus movimientos sociales y políticos, desde 1890 hasta 2001, pasando por 1918, 1945, 1973 y 1983. El tesoro de la política argentina es que cada problema o incluso tragedia ha hecho brotar sujetos nuevos, movilizaciones horizontales propias de una comunidad en la que nadie se adocena estando fuera. Quizá el único punto bajo fue la despolitización menemista, restañada por el kirchnerismo, que volvió a unir juventud y política, tal como Alfonsín y los movimientos de Derechos Humanos en 1983.

Este contrapunto entre centro-izquierda y centro-derecha, más legible en clave  de la contraposición socialdemocracia-neoliberalismo que en los viejos términos peronismo-antiperonismo, parece no obstante sentarle mejor a la derecha. En efecto, todo hacía indicar que el fin de la división interna del espacio nacional-popular traería un reforzamiento de los valores progresistas, sobre todo tomando en cuenta que el espacio de centro-derecha aún estaba en formación, ya que al fin y al cabo llegó al gobierno doce años después que el kirchnerismo. Se objetará que el poder mediático es una fuerza profunda capaz de moldear los marcos de la discusión pública en unos términos que favorecen a la derecha. Desde luego, aunque la tosquedad del “periodismo de guerra” también podría resultarle contraproducente. Pero mi hipótesis es que tal predominio no tiene lugar sólo por la fuerza del centro-derecha, sino asimismo por la debilidad del progresismo argentino.

Si el centro-izquierda no prioriza la reforma del sistema impositivo hacia su progresividad, para afrontar la situación objetiva y subjetiva de los sectores formales asalariados y la de los condenados a la informalidad, el desapego entre sociedad y Estado seguirá creciendo, para único beneficio de la extrema derecha neoliberal.

Para muestra, basten dos botones: pobreza e impuestos[1]. Ambos problemas no son sólo hegemonizados, sino agitados por la derecha en su favor. En efecto, la injusticia social ha sido absorbida por el problema de la pobreza, cuyo índice es mostrado como el paradigma de la cuestión social. El propio Macri pidió que su gobierno fuera evaluado en esos términos. Con esto lograba varias cosas. Además de la más obvia, anudar pobreza y “populismo”, responsabilizando a sus adversarios, consiguió algo aún más importante: desvincular pobreza y riqueza, como si no se tratara de dos caras de una misma moneda, y así desligar pobreza y desigualdad, como si aquélla no fuera una consecuencia de ésta. Es posible reducir la pobreza y conservar la desigualdad e incluso aumentarla. En eso consisten las medidas neoliberales puntuales de ayuda contra la exclusión y la miseria extremas. Lo que no veremos es al neoliberalismo combatiendo la pobreza a través de la reducción de la desigualdad.

Pero la derecha también monopoliza la cuestión impositiva. El sistema tributario argentino es regresivo, en tanto proporcionalmente pagan más quienes menos tienen, porque a) penaliza el consumo al basarse impuestos indirectos generalizados como el IVA (con una alta tasa del 21%, además), y al gravar más la renta de las empresas, capaces de trasladar esa carga a los precios, que la de las personas físicas; b) se centra más en el ingreso salarial que en las rentas financieras; c) se recauda poco por impuestos patrimoniales, esto es, por la riqueza acumulada[2].

Sin embargo, el discurso hegemónico —político y, sobre todo, mediático— sostiene una y otra vez que “los argentinos pagan muchos impuestos”. No es así, pero el progresismo debe tomar en consideración esa percepción[3], pues tiene efectos políticos. En efecto, un sistema impositivo que grava más el consumo y los ingresos que la riqueza se centra en quien trabaja en el sector formal percibiendo un salario, abandona al que trabaja informalmente y beneficia al que más tiene. Estos sectores, además, reciben a cambio bienes y servicios públicos deficientes, si bien no en igual medida, pues los sectores medios y medios-altos pueden obtenerlos en la esfera privada. Esto torna verosímil el discurso de la derecha de la “voracidad estatal”, más allá de que el Estado apunte a ellos precisamente por debilidad y no por fortaleza.


Si el centro-izquierda no prioriza la reforma del sistema impositivo hacia su progresividad, para afrontar la situación objetiva y subjetiva de los sectores formales asalariados y la de los condenados a la informalidad, el desapego entre sociedad y Estado seguirá creciendo, para único beneficio de la extrema derecha neoliberal. Además, ésta rechaza el sistema tributario actual por confiscatorio en nombre de “lo que ocurre en los países serios y desarrollados del mundo”, cuando en verdad éstos deben su crecimiento y cohesión social a la progresividad fiscal y a la fortaleza del Estado, justo lo opuesto de América Latina[4]. El resultado de ese relato hegemónico es el desprestigio del hecho impositivo y el debilitamiento creciente del Estado.

Las fuerzas progresistas, pese a la rica investigación científica existente, no tienen un discurso acerca del aumento de la desigualdad en la Argentina desde 1975 hasta hoy. Período que incluye, obviamente, el de la recuperación de la democracia, inaugurado con el objetivo de reunir lo que habían dividido las distintas sensibilidades nacional-popular y progresista: democracia política (“reglas del juego”) y justicia social. Así quedó plasmado en la ya famosa afirmación de Alfonsín: “con la democracia se come, se cura y se educa”. Esa idea-fuerza preanunciaba, prometía y alentaba la confluencia de distintas tradiciones igualitarias a la que hoy asistimos. Pero en la promesa está la carencia, la prioridad ineludible de lo que queda por hacer.

Ambas miradas, la nacional-popular y la socialdemócrata, impidieron hacer de la progresividad fiscal la clave del financiamiento del bienestar en Argentina. En Europa, aun en tiempos de crisis de la socialdemocracia, el centro del debate electoral sigue siendo la cuestión impositiva.

Aquí parecen operar también los límites de estas tradiciones. La nacional-popular, basada históricamente en la alianza entre trabajadores y burguesía “nacional”, ha tendido a utilizar el Estado para contener la lucha de clases, eludiendo la progresividad fiscal, y ha apostado al desarrollo del mercado interno, al pleno empleo y a los ingresos directos como factores necesarios y suficientes para la redistribución. Estos recursos ya no están disponibles como entonces. Por su parte, las corrientes socialdemócratas, engrosadas por las clases medias y desligadas del mundo sindical, han visto en la educación —sin ocultar su ambición de ilustrar a esas masas que les eran esquivas— el motor de la igualdad de oportunidades. Ambas miradas impidieron hacer de la progresividad fiscal la clave del financiamiento del bienestar.

En Europa, aun en tiempos de crisis de la socialdemocracia, el centro del debate electoral sigue siendo la cuestión impositiva.

La estructura social argentina es la de los ’90, la que edificó el menemismo, no sin amplio apoyo popular. La mejor experiencia igualitaria de los últimos cincuenta años —los gobiernos kirchneristas— sólo pudo combatir la exclusión. Se objetará que no está el mundo para que un país periférico como la Argentina resuelva en términos de democracia social lo que otras naciones centrales y con larga tradición socialdemócrata no han podido. El argumento es plausible y acertado. Pero no se trata sólo de eso, sino de tener un diagnóstico claro, cierto y traducible a la acción política como herramienta de análisis y detección de problemas. La derecha neoliberal viene repitiendo hace décadas los mismos leitmotivs de reducción del Estado, rebaja impositiva y reducción del “gasto político”, a pesar de que los ha llevado a cabo y producido con ello la inmensa desigualdad que hoy vemos. Las fuerzas progresistas deberían tomar nota para luchar políticamente por aquello que constituye su razón de ser, la igualdad, sin la cual —lo sabemos hace siglo y medio— no es posible una democracia plena. Esto supone hacerse cargo, sin rubores, de la parte que les corresponde en el fracaso de la democracia social en la Argentina, a fin de encaminarse a reparar ese daño.

[1] Para profundizar sobre ambas cuestiones, véase: Kessler, G. y Assusa, G: “Informe Foro Universitario del Futuro. Pobreza, desigualdad y exclusión social”. Disponible en: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/pobreza_y_desigualdad_editado.pdf

[2] A. López Accotto, C. R. Martínez, M. Mangas y R. Paparas: “Los impuestos a la riqueza en Argentina en una perspectiva comparada”: Revista Economía y Desafíos del Desarrollo I/I/2, junio-noviembre 2018, pp. 111-132, p. 113. Disponible en: http://www.unsam.edu.ar/escuelas/economia/revistaedd/3n2/ .

[3] Sobre la relevancia de las percepciones en la cuestión tributaria, véase: Grimson, A. y Roig, A:  “Percepciones sociales de los impuestos”, en J. Nun (comp.), La desigualdad y los impuestos II, Buenos Aires, Capital intelectual, 2011, pp. 87-119.

[4] Al respecto, véanse: Jiménez, JP:  “Equidad y sistema tributario en América Latina”, Revista Nueva Sociedad 272, 2017, pp. 52-77; y Ayos, EJ y Pla, JL: «Trabajo, condiciones de vida y bienestar. Un análisis de las fuente de ingresos individuales y familiares en perspectiva comparada. España y Argentina», en A. Salvia y M.B Rubio (comps.): Tendencias sobre la desigualdad: aportes para pensar la Argentina actual, Universidad de Buenos Aires-Instituto de Investigaciones Gino Germani, Buenos Aires, 2019, pp. 49-83. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20190920101935/Tendendcias_sobre_la_desigualdad.pdf?fbclid=IwAR2mdGX-OBAh_r7afRz5zdJqu0YVQYdY2S4JL4Qnsm969R3OwrmNmz_LCxA

ANTIPOLÍTICA, FRAGILIDAD Y POSPANDEMIA

A partir de la realización de dieciocho grupos focales en torno a creencias sobre la política y los políticos, lxs investigadorxs del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA-UNSAM) reflexionan acerca del océano de desconfianza, ira y desorientación que creció en la Argentina de los últimos años. La fragilidad de la vida pospandemia no encuentra relatos que den sentido a la experiencia de la incertidumbre y, del otro lado, los discursos políticos solo usan la escena pública para exhibiciones personales o para comunicar un futuro opaco. ¿Cómo volver a construir las expectativas y esperanzas democráticas?


Ezequiel Ipar

Sociólogo (UBA), Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Doctor en Filosofía por la Universidad de Sao Paulo (USP). Es Investigador del CONICET y profesor en el área de teoría sociológica en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente dirige el LEDA-UNSAM (Laboratorio de estudios sobre democracia y autoritarismos) y el GECID-UBA (Grupo de estudios críticos sobre ideologías y democracia). Sus principales áreas de investigación son: la teoría crítica de la sociedad de la Escuela de Frankfurt, la sociología de la democracia y la crítica de las ideologías.

Micaela Cuesta

Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, magister en “Comunicación y Cultura” y licenciada en Sociología por la misma universidad. Desarrolla sus actividades de docencia e investigación en la Escuela IDAES de la UNSAM y en la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires. Es coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA, Lectura Mundi), UNSAM.

Lucía Wegelin

Es licenciada en Sociología y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como docente en el área de Teoría social de la carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires y en la carrera Gestión del arte y la cultura de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Es investigadora del Centro Cultural de la Cooperación, donde dirige un grupo de estudios sobre Teorías críticas del neoliberalismo y dirige los estudios cualitativos del Grupo de Estudios sobre Ideología y Democracia (GECID). Es coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA, Lectura Mundi), UNSAM. Actualmente su principal línea de investigación es sobre la dimensión ideológica del neoliberalismo y su articulación con disposiciones autoritarias.

Son coautores del artículo “EL ASALTO A LA RAZÓN DEMOCRÁTICA” Publicado en “Revista Anfibia”, editada por la Universidad Nacional de San Martín.

Atravesamos un tiempo en el que todo se volvió frágil. En la vida cotidiana, en los sistemas económicos o en la esfera política, la fragilidad se ha convertido en la marca de época. La invasión rusa a Ucrania y el estímulo a los tambores de la guerra sólo ha empeorado esta situación, incrementando la incertidumbre y la vulnerabilidad. Inclusive lo que aparece como lo más sólido y racional, el juego de las fuerzas estratégicas en pugna, se transforma rápidamente en lo más irreal e irracional, lo que es propiamente irrepresentable: la posibilidad de una guerra nuclear. En este mundo cultural, lo racional y lo irracional se deshilvanan en interpretaciones incapaces de volver habitable el presente.

De un lado, el sujeto queda plegado a la ideología de la impotencia, que lo asedia con una pregunta engañosa aunque tranquilizadora: ¿qué podrías acaso pretender hacer  sobre estas ruinas? Del otro lado, en el reverso de esta ideología, aparecen las fantasías de la omnipotencia y los nacionalismos agresivos que sólo construyen identificaciones sociales arrojando la mitología del “nosotros contra ellos” sobre un trasfondo social extremadamente complejo al que se ha renunciado a comprender. En la postpandemia nadie parece estar a la altura de los problemas reales y los asuntos sociales vienen cargados con dificultades que los sujetos parecen incapaces de significar.

La pandemia ya había evidenciado la fragilidad de la vida, pero lo hacía todavía de una manera que permitía un discurso –más o menos– articulable: existe un virus, se demostró muy peligroso y llegó para desordenar el mundo. En la Argentina, ese desorden vital se sobreimprimió al de una crisis preexistente, que también pudo ser articulada en un discurso: la ceguera ideológica del gobierno de Macri lo llevó a perder el rumbo de la economía, su agresividad política no va a ser acompañada sin resultados económicos y en ese contexto se volvió posible –y necesario– crear una coalición política capaz de ofrecer una salida. Pero esos relatos fueron perdiendo vigencia y hoy son pocos los que se esfuerzan en el recuerdo de que fue bajo la presidencia de Macri que se contrajo la parte más significativa de la deuda que afecta a todxs. Más aún, Macri vuelve a ser para algunos una opción viable.


La narrativa de la pandemia no corrió mejor suerte: la vertiginosa reinserción en la misma vieja y –rancia– normalidad de la que muchxs nunca salieron da la sensación de un cimbronazo cuyas marcas carga cada quién en silencio. En este derrotero las palabras se volvieron vacías; los discursos se multiplicaron, pero ya no le dicen nada a nadie.

En este contexto difícil, sostener que la política es el arte de lo posible debería conducir a preguntarse por las posibilidades y las urgencias subjetivas: ¿en qué terreno subjetivo puede surgir la iniciativa política en el presente? Sin esa pregunta, la distancia entre los políticos, sus discursos y “el pueblo” sólo agigantarán la nueva grieta que está avanzando en dos direcciones opuestas: por un lado, un creciente padecimiento de la fragilidad que no encuentra relatos que le den sentido a la experiencia de incertidumbre más o menos cotidiana y generalizada; del otro lado, una serie de discursos políticos herméticos, que sólo usan la escena pública para las exhibiciones personales o para comunicar el diseño tecnocrático de un futuro indeterminado y opaco.

Cuando los conflictos que afectan al común se retiran de la escena pública, quienes ya se sentían espectadores de la política pasan a percibirse como sus rehenes o títeres, como si se tratara de un circo romano en el que los ciudadanos son arrojados al papel de gladiadores y “los políticos” fungen como organizadores y espectadores de la crueldad que se despliega debajo de ellos. Quienes se perciben de esa manera –gladiadores rehenes– consideran que mientras ellos se embarran y desangran en la lucha por su reproducción, otros –los políticos– gozan con complicidad (y sin empatía) mirándolos sufrir. El ciudadano pasa a ser no ya el actor de su vida sino el intérprete de un libreto que desprecia, aunque su ideología –emprendedorista– no le permita admitirlo.

Ante la ausencia en la política contemporánea de un reconocimiento de la necesidad de narrar la crisis, el único relato capaz de alojarla es el discurso antipolítico. Este discurso se vale de una estética y de un juego de roles carnavalesco que se vuelve especialmente potente cuando la realidad es la que aparece delante de la ciudadanía como irracional. Para afirmar una narrativa que politiza, la antipolítica se restringe a demarcar imaginariamente zonas de culpabilidad y le señala objetivos a la indignación moral: los culpables de la crisis son los políticos, todos los políticos. Se trata de un relato simple, que –como los conspiranoicos– reduce la complejidad y otorga un sentido en el medio del caos. A través suyo se desplazan (y eluden) muchas de las causas reales de los malestares contemporáneos que se han venido diagnosticando desde diferentes perspectivas: la dinámica de la creciente desigualdad social, la precarización del trabajo, la silenciosa reproducción de jerarquías culturales excluyentes, la aceleración tecnológica de los controles sobre la opinión pública, las consecuencias del cambio climático y una globalización económica que carece por completo de una gobernanza democrática.

Todos estos problemas tienden a desaparecer del discurso antipolítico o pasan a ser distorsionados con el lenguaje de una derecha agresiva que pretende exaltar y convertir en motivo de orgullo personal la negación y el desconocimiento de las causas eficientes de los males que nos aquejan. En esa línea articulan un festival ideológico en el que el cambio climático no existe; la precarización de la vida aparece como la realización de la libertad; lo que se experimenta como desigualdad debe ser visto como estímulo imprescindible para el desarrollo económico competitivo; las injusticias culturales como algo que reside sólo en la mente de quienes las padecen; donde las nuevas tecnologías sólo traen bienestar y la globalización del mercado ya implica todo lo que lo se puede pretender de la democracia.

El síntoma del peligro al que nos confronta este escenario se vuelve evidente cuando la des-identificación con las figuras de la política democrática se traslada sin más a las instituciones, los valores y las memorias de la lucha por la democracia; o bien cuando esas fuerzas del desencanto y el malestar encuentran escucha y acogida en oídos que sistemáticamente buscan transgredir los límites de lo democrático. Ambos fenómenos se dan en la actual coyuntura. Cuando las sombras de la desilusión política se proyectan sobre las instituciones de la democracia, nos situamos ante el umbral de formas de racionalización que legitiman el uso de la violencia contra ellas. Así, “quemar el Banco Central”, “sacar a patadas a quienes van a dormir al Congreso” o “tomar la Casa de Gobierno” no solo se vuelve imaginable sino incluso deseable para una ciudadanía que pretende recuperar el poder popular cuando interpreta que este se le ha enajenado. La democracia sigue operando como ideal normativo aunque, paradójicamente, se la use para legitimar ataques contra sus reglas y sus instituciones cuando se consideran que ellas no se corresponden con el ideal que ellos pregonan.

Algunas de las voces que interpelan a estas subjetividades desencantadas se afirman como novedad absoluta, punto de quiebre y disrupción de todo lo que las antecedió. Es esa promesa de nuevos aires la que insufla la fantasía de fundación de lo inédito. Una gesta heroica que, des-responsabilizándose de las penas de los últimos cien años, convoca a jóvenes y no tan jóvenes a concretar la aventura.

Pero la promesa refundacional tiene un risco difícil de atravesar: se abisma en tanto se avanza y se vuelve parte de esa estructura política a la que prometía destruir. La institucionalización de la anti-política es, al fin y al cabo, un desafío que puede operar como límite para el crecimiento de esas posiciones, pero también como catalizador de una sed de violencia (de revancha) a la que se necesita alimentar para sostenerse en el poder.

Frente a estas encrucijadas de la política en la postpandemia, resultaría ilusorio proyectar un camino de salida que pretenda desconocer sin más este océano de desconfianza, ira y desorientación que ha ido creciendo en los últimos años. Tal vez uno de los grandes desafíos de la política contemporánea consista en redescubrir un significado laico para el famoso poema de Hölderlin: “allí donde hay peligro, crece también lo que nos salva”. Habría que poder traducir de otra manera, con lógicas novedosas y horizontes esperanzadores, esa frustración con la idea de soberanía popular como búsqueda de una realización personal que respeta la libertad y la igualdad de todos. La fragilización alcanza, hoy, tanto a los principios que impulsan la exploración de nuevas formas de libertad social, como la promoción de la igualdad y los mecanismos de auto-determinación popular. Pero este profundo malestar con la democracia (que antes que a alternativas antisistema, lleva a la antipolítica) puede ser también una oportunidad para su expansión y para superar los problemas reales que ya no resisten ser barridos debajo de la alfombra. El desafío está planteado.

Las cartas del Capitán

La firmeza de carácter

Hugo Soriani nació el 18 de agosto de 1953 en el Hospital Militar Central, lo que luego sería una paradoja de su vida. Hijo de madre docente y padre oficial de infantería, creció en el barrio de Almagro, cuando aún se jugaba a la pelota en la calle. En la escuela secundaria comienza su militancia política en el Frente de Lucha de Secundarios (FLS), participando en las revueltas contra la dictadura del general Lanusse. En 1972 ingresa a la facultad de Derecho y se liga al PRT y al ERP, sin por eso descuidar su pasión por el fútbol y el rocanrol. En diciembre de 1974 es detenido mientras cumplía con el servicio militar obligatorio. Pasa casi diez años entre rejas: vivirá en las cárceles de Magdalena, Caseros, Rawson y Devoto hasta que una noche de diciembre de 1983 queda en libertad.

Su familia y sus amigos lo reciben con alegría y al poco tiempo ya tiene trabajo. Se liga a la Asamblea Permanente por los DDHH, para canalizar esa vocación política que mantuvo entre rejas, y retoma sus estudios de Derecho, hasta que se da cuenta que su vocación va por otro lado. Siempre ligado al periodismo, desde las publicaciones de su organización política o las que luego escribía en la prisión o colaborando con las de los organismos de derechos humanos, 1987 lo encuentra entre los fundadores de Página/12, donde treinta años después sigue trabajando y formando parte de su dirección, junto a Victor Santa María, Jorge Prim, Ernesto Tiffenberg y Pancho Meritello.

Está casado con Laura “desde siempre” y es padre de tres hijos: Paula, Jorge y Joaquín. Escribe la contratapa del diario página 12 de hoy.

La carta tiene fecha del 3 de diciembre del 77 y fue enviada por mi padre, el Capitán Soriani, a la prisión militar de Magdalena, donde ese mismo día yo cumplía tres años como preso político.

En ella insiste sobre un concepto en el que caía a menudo: dividir a las personas entre los “que tenían carácter” y los que no lo tenían. Esa lógica binaria, tan común entre los militares, le servía para resolver algunas de las cuestiones complicadas de la vida con un reduccionismo que, sin dudas, le resultaba útil y efectivo.


En la carta que releo ahora, tantos años después, encuentro el mismo concepto, y no puedo evitar una sonrisa al recordar la manera cariñosa con que mi viejo me alentaba a enfrentar las duras condiciones de detención a la que estaba sometido: “con carácter, hijo, con mucho carácter” me decía, mientras me abrazaba las pocas veces que los guardianes, y el vidrio del locutorio que nos separaba, permitían hacerlo.

"Querido hijo:

No te escribí antes porque pensaba ir yo a Magdalena el viernes, pero al fin decidió ir Mayrú (mi madre). De paso te digo que anda muy nerviosa, no sería raro que el día de visita te diga alguna palabra de más, y si así fuera debes tomarlo con la tranquilidad y la firmeza de carácter que precisamente tienen los hombres...".

Era cierto. Mi madre estaba nerviosa y asustada porque, desde meses antes, la vida en la cárcel se complicaba día a día.

Arreciaban las requisas violentas, los golpes y palizas nocturnas, la privación de recreos, lecturas y alimentos. El encierro absoluto de 24 horas en celdas individuales tornaba imposible la mínima comunicación entre los compañeros de pabellón. Además, la prohibición de hacer gimnasia, o cualquier actividad que pudiera ayudarnos a pasar las horas o mantenernos en mejor forma física y mental, agravaban el cuadro.

Mi madre y los demás familiares sabían todo esto, así que su angustia y sus temores aumentaban con el paso de los días. El sólo ver nuestros rostros demacrados y pálidos por la falta de sol, les provocaba una desazón muy grande, y nosotros, los presos, debatíamos si convenía o no ponerlos al tanto de todas nuestras penurias.

Había quienes sostenían que tenían que saberlo para llevar adelante las denuncias públicas que hicieran falta, y otros que preferían atenuar los relatos, para no sumar en ellos más angustia a la que ya tenían. El debate era estéril, porque ni bien salían a la calle intercambiaban información, y tenían perfectamente claro quiénes eran las familias que contaban con un panorama más ajustado a la realidad.

El Capitán Soriani no se sorprendía al enterarse de cómo eran nuestros días. Sabía por sus ex colegas que en otras cárceles y centros de detención las condiciones eran aún peores que las nuestras, sólo que disimulaba su pena y su impotencia para tratar de sostener a mi madre, y a mí mismo, con sus consejos y sus palabras siempre esperanzadoras, propias de un “hombre de carácter”.

Eso no lo inhibía para las discusiones políticas conmigo durante las visitas, que reflejaban nuestras diferencias, y que mantuvimos casi hasta el final de sus días, claro que atenuadas por el paso del tiempo y porque la realidad fue demostrando qué parte de razón nos asistía a cada uno. El Capitán Soriani decía, entre otras cosas, que su condición de oficial de infantería lo hacía conocer “al monstruo desde sus entrañas”, y me reprochaba tener una visión superficial sobre el poderío del ejército y de lo que eran capaces de hacer sus ex camaradas para eliminar lo que llamaban “la amenaza del marxismo internacional”. Aunque tampoco imaginó nunca los detalles del horror que se fueron conociendo luego de recuperada la democracia.

En el marco de esas discusiones, la carta que tengo en mis manos, le dedica un párrafo al libro escrito por Geoffrey Jackson, embajador inglés en Uruguay, secuestrado y luego liberado por la guerrilla tupamara en 1971.

"No me acuerdo si te comenté el libro de Geoffrey Jackson en el que cuenta su secuestro. Es notable su firmeza de carácter en esas circunstancias, especialmente dado su investidura y su edad, y admirable su disposición a adaptarse a ese encierro, por demás deficiente en materia de alojamiento y condiciones sanitarias".

Mi viejo vuelve a reivindicar la importancia de tener “firmeza de carácter”, y su párrafo, recuerdo, disparó entre nosotros una discusión sobre los aciertos y errores en las estrategias de las guerrillas y los movimientos populares en América Latina.

Años después, ya liberado, encontré en la biblioteca de su casa ese libro y lo leí con interés. No puedo dejar de sonreír al recordar que retomamos el debate, haciendo hincapié en los párrafos que le convenían a cada uno. Jackson cuenta los detalles de su sufrido cautiverio, pero también hace un inteligente análisis de las causas que llevaron a los Tupamaros a tomar las armas, y describe en detalle la pobreza y desigualdad reinante no sólo en Uruguay sino en toda América Latina. En ese marco, aunque no justifica, entiende, sobre todo a los jóvenes, que desencantados de los políticos tradicionales, radicalizaron sus ideas y eligieron el camino de la lucha armada. Y prodiga elogios a la educación, la formación política y el trato que recibió de sus captores, aún en las condiciones precarias del lugar donde fue alojado.

El libro se llama Secuestrado por el pueblo, y el embajador fue obligado a renunciar al Servicio Exterior británico para poder publicarlo.

El párrafo final de su carta el Capitán Soriani lo dedica a las novedades domésticas:

"Con motivo de la sanidad ambiental el próximo año no podrán usarse más los incineradores de basura y en su reemplazo hay que colocar 'compactadores', aparatos prácticos pero caros. Te aviso que tus cartas no están llegando, pero te pido que no dejes de escribirlas, porque la escritura misma te ayudará a pasar mejor las horas y sentirte más cerca de tus afectos, tan necesarios como la firmeza de carácter, para afrontar tus actuales dificultades. Termino esperando estés bien y con mi más cariñoso abrazo.” Papá.

Las mismas viejas recetas y los mismos discursos.

Lo impresionante es que sigan teniendo presencia en el ámbito de la política y que haya ciudadanos capaces de apoyar tales ideas que ya han sido probadas y resultaron en episodios de mayor catástrofe y muertes.

En 2001, Patricia Bulrich junto a Domingo Cavallo anunciaban las disposiciones que surgían de la reglamentación de la Ley 25.453 o Ley de Déficit Cero (LDC). La ley establecía que el gasto público no podía superar la recaudación. Si ese fuera el caso, todos los gastos debían reducirse de manera proporcional, incluyendo partidas como las jubilaciones y los salarios. Detrás de esa ley, entre otros, se encontraban el, entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo y Patricia Bullrich, quien estaba a cargo del Ministerio de Trabajo. En el marco de aquella ley se le recortó en un 13% el salario a empleados públicos (incluidos docentes y trabajadores de la salud), jubilaciones y pensiones. En el año 2002, la ley fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia.

Por entonces, la ministra justificaba las medidas en un programa de televisión diciendo “Estamos poniendo esta medida tan firme, Durísima, pero creo que es lo que tenemos que hacer”

Por entonces Nestor Kirchner le respondía a la ministra Bullrich: "¿Cuál es la audacia? ¿débiles con los fuertes y fuertes con los débiles?"

Patricia Bullrich volvió a ocupar una importante cartera durante el reciente gobierno de Mauricio Macri a cargo del Ministerio de Seguridad. Durante su gestión crecieron año tras año los casos de gatillo fácil, siendo parte de un gobierno que repitió, con sus matices, la fórmula de «ajuste y endeudamiento». Hoy es una de las principales referentes de la oposición. Y en estos dias volvió con el mismo discurso, la actual presidenta del PRO, Patricia Bullrich, dijo que no compartía la propuesta que antes había hecho el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, sobre construir una "gran coalición" política de cara a 2023, porque consideró que sería una alianza "del establishment político para mantener todo como está".

Para la exministra del gobierno de “Cambiemos” , de esa forma solo se lograría "ralentizar" los cambios necesarios", al exponer en la tercera edición del AmCham Summit, un encuentro organizado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina (AmCham).

"Yo sé que el cambio es difícil y es con dolor. Y es con esfuerzo. Ahora les hago una pregunta: ¿Qué vamos a elegir? La mediocridad de la decadencia o la valentía del cambio con esfuerzo y con dolor", lanzó
Bullrich. Te lo están avisando: Bullrich se saca la careta y admite que vienen por todo.

AmChm Summit es el principal evento patrocinado por la Camara Empresarial del comercio norteamericano en Argentina, integrada por los presidentes y Ceos de IBM, Banca Morgan, Accenture, Visa, Schneider Electric, Manpower Groupe entre otras.

Los enemigos de acá y de allá

Alejandra Dandan, periodista que se especializa en derechos humanos. Escribe para Página12

Una súbita misión reservada del Departamento de Estado se enfocó en pedir que no avance la compra de un reactor chino que hará posible el proyecto de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Su importancia estratégica y la preocupación por la demora en concretarlo.

Una vez sentados, fueron directo al grano, típico de una reunión con estadounidenses”, dice José Luis Antúnez, Presidente de NA-SA, Nucleoeléctrica Argentina S.A. “Entre cortesías y exquisita diplomacia, Ann Ganzer dijo que era un visita reservada, como nación amiga y que lo hacía preocupada por la posibilidad de que el país compre un reactor chino para su próxima central nuclear de gran potencia”.

La jefa de la misión diplomática del Departamento de Estado estuvo el 6 de abril en el edificio de Villa Martelli, que aloja a la empresa operadora de las centrales de energía nuclear más grandes de la Argentina. La gira, extendida entre el 4 y el 8, incluyó reuniones en Casa Rosada con Juan Manzur, Jorge Taiana y Daniel Filmus. Reunión con el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz. Otras en Cancillería y recorrida al predio bonaerense de Atucha y de la empresa Impsa, en Mendoza, para observar el desarrollo del Carem, un prototipo de reactor modular, que desarrolla la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Ante cada anfitrión, la Subsecretaria Adjunta Política de No Proliferación repitió lo mismo, en compañía de un raro experto en inteligencia del Departamento de Estado, Dominic Casino, de quien dijo: “Se lo robé al FBI”.

El paso de la misión dejó una tormenta en el Gobierno. El bloque del Frente de Todos del Congreso citó a Gustavo Beliz porque hace más de cien días tiene demorado un trámite para activar la última etapa del acuerdo con China destinado a activar Atucha III. Diputados y senadores están también en alerta por el Carem. El país construye el prototipo desde 2014. Paralizado en el macrismo, la obra tiene final previsto en 2026 y compite con un desarrollo similar de Estados Unidos. Argentina es uno de los únicos tres países del mundo con el modelo en etapa de obra, con Corea y China. Totalmente hecho en el país, el diseño está pensado para abastecimiento interno pero también para exportación, un factor estratégico capaz de producir mil millones de dólares en cada partida y que sienta al país en la mesa de los dueños del mundo. “Si los chinos entran en Atucha, nosotros queremos entrar en el Carem”, transmitió la embajada norteamericana a Cancillería en un mensaje que llegó a oídos de las autoridades científicas argentinas.

Té para tres

Ganzer subió los seis pisos del edificio de Villa Martelli hasta la sala de directorio. Observó el horizonte del río a través de los ventanales. Sirvieron café y galletitas mientras el directorio en pleno se acomodaba para escucharla. Prescindieron de traductora para manejarse directo en inglés. Ganzer tomó la palabra, que luego compartió con el exFBI, el único interlocutor alternativo de la comitiva.

Nos dijo que lo que iban a decir no implicaba una indebida intromisión en asuntos internos de la Argentina –sigue Antúnez--, pero quería que supiéramos bien qué es lo que iba a ocurrirle al país si contrataba el reactor chino. Dijeron que esa tecnología estaba todavía inmadura. Que recién estaría madura cerca de 2030 y que los reactores han adolecido de muchas fallas: fallas de combustible, fallas de máquinas, fallas de diseño”.

A continuación tomó la palabra Casino, quien repartió documentos reservados que luego retiró, como en cada reunión que mantuvieron. Eran fotos satelitales de un supuesto derrame en una central nuclear china, una alerta por posible robo de información de la Argentina, papers y artículos periodísticos sobre faltas de seguridad del gigante asiático.

El diálogo era cordial aún tratándose de temas muy filosos, especialmente en esa afirmación y nuestra respuesta”, sigue Antúnez. “Sostuvieron que el reactor Hualong chino, que está por comprar Argentina, no tiene casi experiencia de uso y tiene un diseño que no pasaría la aprobación de un regulador occidental. Como país amigo, sugirieron no comprarlo y reemplazarlo por tecnología occidental. Este señor siguió mostrando recortes periodísticos, cosas técnicas y así finalizó la parte de ellos”.

Antúnez agradeció, dijo que tomaba nota y que acababa de escuchar la exposición sobre la mala calidad del producto que estaba por adquirir el país y la no tolerabilidad occidental, pero siguió: “Esta selección del producto chino fue hecha por nosotros en el año 2014, hace ocho años que lo hicimos para incorporarlo a la flota de reactores, lo estudiamos muy cuidadosamente, estudiamos sus antecesores, el programa, y para nosotros era la máquina indicada cuando la elegimos y sigue siéndolo hoy”.

Enumeró el desarrollo chino: 4 máquinas en funcionamiento, 6 en construcción y 19 en planeamiento: “Mal puede ser una tecnología inmadura”, agregó.

¿Cómo puede ser posible que las centrales chinas no resistan el análisis de un regulador occidental --preguntó--, cuando pocos días atrás los británicos aceptaron el reactor Hualong, el mismo seleccionado por Argentina?

Dicen que Ganzer quedó descolocada con la respuesta, y buscó salir del paso.

Eso fue porque el regulador inglés no ha querido escucharnos –dijo.

¿O no será porque es un regulador independiente? --replicó el Presidente de NA-SA.

Argentina tiene experiencia con proveedores occidentales. Atucha I, Atucha II y Embalse, sus tres reactores nucleares de producción de electricidad se hicieron con tecnología alemana y canadiense. “Proveedores irreprochables --agregó el anfitrión--, a pesar de eso, las tres máquinas tuvieron problemas, y serios”.

El diablo sabe por viejo

El paso de la diplomática norteamericana fue comentado en todos lados. Muchos de sus dichos sonaron racistas y bananeros. “Patio trasero”, creyó entender uno de sus interlocutores en la Rosada. No era la palabra exacta, pero eso entendió. “No queremos que China se meta en nuestro patrio trasero”, le oyó a Ganzer. La funcionaria llegó a decir en la mesa que de continuar con la compra china, el predio de Zárate podría tener una explosión. Manzur se sobresaltó, y no por lo del patio trasero, mientras asentía con la cabeza.

El viernes 13 de mayo, un grupo de senadores encabezados por Oscar Parrilli recorrió Atucha con el directorio de NA-SA y de CNEA. Salieron alarmados. Conocieron los detalles de la gira, los diálogos y pedidos y el retraso que tienen los proyectos por papeles demorados en el Gobierno.

La misión norteamericana llegó en el contexto de una mesa de trabajo permanente entre Estados Unidos y Argentina, llamada Comité Conjunto sobre Cooperación en Energía Nuclear, JSCNEC por sus siglas en inglés. Con reuniones anuales entre agosto y octubre, en uno u otro país, y encuentros suspendidos en pandemia, la mesa trabaja con la agenda orientada al terrorismo nuclear buscada por Estados Unidos pero ajena a la Argentina. Los científicos locales aceptan las reglas de juego aunque discuten que se torne en un ítem de política nuclear central para el país. Por eso criticaron el apuro local: el encuentro se hizo “de forma anticipada e intempestiva”, sostuvo un documento interno a pesar de que la CNEA había pedido postergarlo.

¿Por qué el apuro? Era el primer encuentro posmacrismo y con el gobierno de Joe Biden justo cuando el país se aprestaba a cerrar el contrato con China y mientras se relanzan las obras del Carem, dirigido por Adriana Serquis.


El contrato con China de 2014, de país a país, está encuadrado en una ley. El macrismo no lo anuló aunque tampoco avanzó y Alberto Fernández ordenó el año pasado acelerarlo. En diciembre, NA-SA terminó el proyecto técnico – comercial. Y el 1° de febrero entregó los papeles al Gobierno y desde entonces sólo falta el último paso: cerrar la letra fina del financiamiento y ejecutar la obra. “Ahí surgió nuestra preocupación por el atraso”, dice Antúnez, lo mismo que dijo a los senadores. Y responsabilizó a Asuntos Estratégicos, Economía y Cancillería. “Han transcurrido más de 100 días del plazo de 170 que nos establecimos a la firma del contrato, y todavía no sabemos nada. Priorizar el proyecto depende de la Secretaría de Asuntos Estratégicos; proponerle a los chinos condiciones financieras corresponde a Economía en un momento en el que se necesitará más financiamiento que en 2014 cuando Argentina estaba desendeudada. De Cancillería depende iniciar el planteo en el seno del tratado”.

 

Sobre el Carem y el interés norteamericano existen indicios desde marzo cuando el tema apareció en las primeras líneas del temario. “Lo que vemos acá, es que está el proyecto Carem en el centro de interés de la delegación estadounidense”, se quejó Diego Hurtado, vicepresidente de la CNEA. “Quieren ir a ver el recipiente de presión a Mendoza, quieren visitar Atucha, y la verdad es que Carem está tomando impulso, la CNEA logró encaminarlo después de la parálisis del macrismo y ahora existe una política de mucho esfuerzo para moverlo”.

Estados Unidos también desarrolla ese modelo pero no es el único interés: Ganzer dijo a la prensa que querrían asociarse con la Argentina para hacerlo.

¿De qué se trata eso? “Un antecedente para pensarlo es lo pasó con el Arsat III durante el gobierno de Macri”, dice Diego Hurtado. “Argentina puso en órbita el Arsat I y II en 2014 y 2015, una meta concebida en 2006. Satélites. Un éxito deslumbrante. El Congreso aprobó una Ley en 2015. En 2018, el gobierno de Macri abandonó la Ley de Promoción de la Industria Satelital e intentó crear una empresa con el 51 por ciento de la empresa norteamericana Hughes y 49 por ciento de la empresa argentina para el desarrollo de Arsat III. ¿Se busca algo parecido ahora? ¿Eso es colaboración entre los estados? ¿Por qué Argentina debería compartir una tecnología desarrollada 100% por su sector nuclear? ¿Por qué deberíamos aceptarlo si podemos competir en el segmento del mercado internacional de alta tecnología? Un reactor de potencia, para producir electricidad, 100% nacional es la meta que necesitamos alcanzar. Y no estamos hablando de soja”.

El mundo sacudido por el abastecimiento energético juega al recambio tecnológico para 2050, cuando deban reemplazarse carbón y gas por mecanismos limpios para la generación de energía. El 2050 está a sólo 28 años, dice Antúnez. Y la nuclear es una energía de recambio, justo cuando Estados Unidos busca desconectar China de América Latina.

¿Fue una sorpresa todo esto? “Los más veteranos sabemos que Estados Unidos no simpatiza con el programa nuclear argentino desde los años 50, no desde ayer”, dice Antúnez. “Y en general todas las visitas oficiales están encaminadas a que nosotros no sigamos adelante con el programa nuclear. Así que para mí, ninguna sorpresa. No sabíamos el tema de la reunión, pero sospechábamos que venía algo porque se ha publicado muchísimo en el sentido de que la Argentina no debería comprar el reactor chino”.

"La RPC robó un secreto nuclear canadiense para construir una copia pirateada de un reactor de investigación canadiense, dicen fuentes del gobierno canadiense", señala el item del año 2000. RPC es República Popular China. Robó y pirateada, el tono de las críticas repetidas en cada encuentro.

Davos 2022

Con la pandemia como catalizador, pero sin olvidar su compromiso con un mundo más sostenible e inclusivo, el foro se centrará este año en trabajar juntos para recuperar la confianza. Del 22 al 26 de mayo de 2022 volverá a celebrarse de forma presencial tras un parón de dos años por la pandemia. El encuentro de este año estaba previsto que se celebrase entre el 17 y 21 de enero, pero no fue posible por el repunte de la pandemia. En su lugar, el Foro de Davos ha organizado una serie de conferencias digitales.

¿Qué es el Foro Davos?

Tradicionalmente el Foro se celebra en Davos, la ciudad situada a más altura en Europa (1.560 metros). Rodeada de montañas, tiene la estación de esquí más grande de Suiza. Sin embargo, no es famosa por la nieve, sino por acoger el Foro Económico Mundial. Esta reunión atrae cada año a destacados líderes de la política, la empresa, la cultura y los medios de comunicación, que quieren tomar parte en la agenda internacional.

El foro de Davos nace en 1971 en Ginebra (Suiza), como una organización sin ánimo de lucro “independiente, imparcial y no ligada a intereses concretos”. Su fundador es Klaus M. Schwab, un profesor de la Universidad de Ginebra, que invitó a 444 ejecutivos de compañías europeas a un encuentro sobre gestión empresarial en el Centro de Convenciones de Davos.

Su idea era introducir la forma americana de gestionar una compañía en las firmas europeas. Nunca pensó que aquella reunión daría lugar a una cumbre internacional sin parangón.

Del Foro de Davos salen miles de ideas y no todas se materializan. Pero algunas han llegado lejos: el acuerdo de libre comercio de América del Norte (The Northern American Free Trade Agreement, NAFTA), firmado entre Estados Unidos, Canadá y México, se propuso por primera vez en una reunión informal en Davos.

Actividades publicas y actividades cerradas

El foro se caracteriza por actividades completamente gratuitas abierta al publico, otras de carácter pago y otras a las cuales solo se puede ingresar por invitación. En estos diferentes ámbitos, los lideres mundiales discuten y deciden en torno a los principales rumbos de la globalización para los próximos 50 años.

Firmezas” Entre las formas y los contenidos.

Como bien lo expresan las cartas del Capitán, hay mucho que depende de la firmeza de voluntad y de las convicciones que se sostienen aún, en los peores escenarios. Sin embargo, esta actitud que podría considerarse virtuosa, solo lo es si se “actúa” con objetivos y argumentos nobles. Distinguir formas de contenidos y creer héroe al villano es una buena pintura de estos tiempos neoliberales dónde el “villano” y el “justiciero” se ofrecen como caras de una misma moneda para resaltar el valor del pusilánime, del “no te metas” y el “no te comprometas”. La Firmeza solo es valor humano si su contenido es en defensa de los Derechos humanos y de los mas débiles en las relaciones. Los sacrificios deben hacerlo los privilegiados, no los pobres, pero el temor hace que elijamos a los opresores, dictadores y villanos que imponen cargas sobre los débiles, en lugar de aquellos que osan enfrentar al poder. Nadie se salva solo. Que cada quién haga su parte.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack

Imágenes: Hoy ilustra nuestro blog, la recientemente fallecida Josefina Robirosa. Nacida en Buenos Aires el 26 de mayo de 1932 en el seno de una familia aristocrática, creció en San Isidro y estudió pintura con Héctor Basaldúa y Elisabeth von Rendell.La artista argentina Josefina Robirosa, con una extensa trayectoria en la escena local, y quien formó parte en los años 50 del grupo llamado Siete pintores abstractos, murió hoy a los 89 años, confirmó en redes sociales su nieta, la también artista María Torcello.

"Hoy comparto con todos ustedes que mi abuela API, Josefina Robirosa, dejó este mundo físico. Una vida que dejó huellas en tantos corazones, a través de su pintura, a través de su ser y sus sentires, su amor", escribió la joven artista en una publicación en Instagram que inmediatamente se llenó de sentidos comentarios.

Junto a una foto que muestra a Robirosa de joven, su nieta agregó: "Ella fue mi abuela, mi maestra, mi cómplice, mi todo. Estarás siempre en mi!!! Por fin ya en PAZ deseo de todo corazón que vuelves muy alto y encuentres la liberación que te mereces!!!! Gratitud y amor infinito es lo que siento", dijo Torcello sobre su abuela que padecía Alzheimer.

En pocos días, Robirosa iba a cumplir 90 años. Nacida en Buenos Aires el 26 de mayo de 1932 en el seno de una familia aristocrática, creció en San Isidro y estudió pintura con Héctor Basaldúa y Elisabeth von Rendell.

La pintora de eterna sonrisa, altísima y flaca como una figura de Modigliani, trató de desprenderse de a poco de esa implícita etiqueta de niña bien que traía de la cuna: era nieta de Alvear por parte de su madre, fue criada en el palacio Sans Souci de San Fernando, entre institutrices que hablaban en inglés.

Desde sus inicios en la pintura,
supo destacarse por su creatividad en el mundo del arte, espacio en el que habitualmente no abundaban las artistas mujeres. Es así que empezó su carrera como pintora abstracta y luego, manteniendo esa línea, se fue volcando hacia las imágenes de la naturaleza.

Su primera exhibición individual fue en la Galería Bonino de Buenos Aires en 1956: Robirosa tenía entonces poco más de 20 años y un joven crítico del diario El Mundo señaló que una de las pinturas de esta novel artista le recordaba a Paul Klee en el trazado de líneas horizontales cuyas variantes de color sugerían otras formas. El periodista de entonces era un futuro pintor, Luis Felipe Noé, apenas un año menor que ella.


Robirosa formó parte en 1957 del grupo llamado Siete pintores abstractos formado también por Marta Peluffo, Rómulo Macció, Clorindo Testa, Víctor Chab, Kazuya Sakai y Osvaldo Borda. La artista expuso en los espacios más importantes de la vanguardia artística y se destaca su paso por el Instituto Di Tella.

Realizó murales en edificios públicos, en dos estaciones de subte y en la Estación Argentina del Metro en París.

Es una de las artistas fundamentales de la historia de la plástica argentina, con un derrotero singular y difícil de adscribir en una corriente específica, ya que se reinventó una y otra vez a lo largo de su carrera.

"Para mí, esta pintura que saco de mi casa, de mi taller, esta pintura que cuelgo delante de la gente, no es mi ropa. Ni siquiera mi piel o mi cabeza. Mi pintura soy yo y esto suena tan simple que no sé si debo decirlo. Pero debo decirlo para que se entienda por qué no puedo hablar de mi pintura", escribió alguna vez la artista, poco adepta a hablar de sus creaciones.

En 2010, la Legislatura Porteña la declaró Personalidad Destacada de Buenos Aires, ciudad donde vivió y trabajó toda su vida. (Telam)

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