La inteligencia Artificial no salvará a la humanidad

 

Millennials Y El Mundo Laboral

La narrativa tóxica de “hacer lo que te gusta” como eje de una “generación quemada” y precarizada.


      Cómo el discurso sobre el éxito y la felicidad influyeron en la presión sobre los millennials. “No puedo más”, de la periodista Anne Helen Petersen, es un exhaustivo análisis para ver con claridad el mundo que le ha tocado vivir a una generación marcada por la precariedad y el agotamiento.

José Antonio Luna, Periodista y técnico en imagen. Escribe para Hipertextual, y DiarioAR

En 2005, Steve Jobs pronunció uno de sus discursos más recordados. Fue durante la inauguración del curso en la Universidad de Stanford, ante decenas de millennials que se preparaban para dar el salto de la vida académica a la laboral. “Sus trabajos van a ocupar mucho tiempo de sus vidas, y la única forma de sentirse verdaderamente satisfechos es hacer aquello que crean que es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amando lo que hacen. Si aún no lo han encontrado, sigan buscando”. Esas fueron las palabras del cofundador de Apple frente al atril, incidiendo en una de las ideas que ha convertido a sus oyentes en una generación quemada: la narrativa tóxica de “haz lo que te gusta y no volverás a trabajar un solo día”.

Miya Tokumitso, autora del libro Hacer lo que te gusta y otras mentiras sobre el éxito y la felicidad, señala que el discurso de Jobs está basado en la narrativa del “trabajo amado”. Es decir: se elimina la “laboriosidad” del empleo hasta tal punto que acaba condicionando el éxito y la felicidad de la persona. Hay una integración trabajo-vida abocada al desgaste, aunque quienes lo padecen a veces ni siquiera lo perciben como tal.

Este es precisamente uno de los temas abordados en No puedo más: cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada (Capitán Swing), escrito por la periodista estadounidense Anne Helen Petersen y traducido al español por Lucía Barahona, que procede de un artículo viral que ha acumulado más de siete millones de lecturas desde su publicación. Este no pretende ser un libro de autoayuda al uso ni dar una solución, sino ofrecer una lente para ver con claridad el mundo que le ha tocado vivir a una generación. De hecho, la firma del correo de la autora es ya una declaración de intenciones sobre su postura: “Mi jornada laboral puede no ser la suya. No sienta la obligación de responder a este correo electrónico fuera de su horario laboral habitual”.

La propia Helen cuenta cómo sufrió las consecuencias de verse sobrepasada. Fue poco después de perseguir historias durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, de entrevistar a los supervivientes de un tiroteo en Texas o de ir a una ciudad de Utah a escuchar a mujeres que escaparon de una secta. Nunca se detuvo porque la rueda de actualidad informativa tampoco lo hacía. Entonces, su editor de BuzzFeed le confesó algo: “Creo que estás un poco quemada”. Ella, en cambio, no lo veía así. No había sufrido ningún derrumbe dramático ni nada por el estilo. Y optó por continuar.

Estamos acostumbrados a seguir adelante, aunque nos sintamos cansados o enfermos. Nos dicen que lidiemos con eso, que debemos ser fuertes, ya que nuestra capacidad para avanzar es también un indicador de nuestro valor como trabajadores. Lo he visto incluso con el Covid: personas que se contagiaron y aún así continuaban trabajando, ya que de esta manera demostraban que eran mejores empleados”, cuenta la periodista a elDiario.es en una entrevista por videoconferencia.

El desgaste profesional (burnout) fue reconocido por primera vez como diagnóstico psicológico en 1974 por Herbert Freudenberger, que lo aplicó a casos de derrumbe mental o físico como resultado del exceso de trabajo. Es diferente al agotamiento, porque este significa llegar a un punto a partir del cual no se puede seguir. El desgaste, en cambio, es alcanzar ese mismo punto y obligarse uno mismo a continuar.

Existen antecedentes históricos del desgaste. El “cansancio melancólico del mundo”, como lo llama el psicoanalista Josh Cohen, aparece en el Antiguo Testamento o incluso es diagnosticado por Hipócrates. A finales del siglo XIX apareció el término de la neurastenia: pacientes que se sienten agotados por el ritmo de la vida industrial moderna. Pero ¿cuándo empezó a hablarse del agotamiento tal y como se entiende hoy en día? “Estar quemado es un síntoma del capitalismo, y a medida que se ha vuelto más fuerte, el agotamiento también lo ha hecho”, considera Helen. “Con la llegada de la era digital, además, el trabajo ha conseguido llegar a todos los rincones de nuestras vidas. No creo que los humanos estén quemados por naturaleza, lo que nos agota es el tipo de trabajo que recompensa nuestro sistema social y económico”, añade.

Dejen de lloriquear, millennials”


Dejen de lloriquear, millennials. Ustedes no saben lo que es trabajar duro”, recibió Helen en su correo electrónico tras publicar un artículo sobre el agotamiento de su generación. Fue solo un email de muchos similares. La periodista cuenta que al principio esos mensajes solo lograron incrementar su ira contra los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964), que a menudo describen a sus descendientes como la “generación de cristal”, de la “piel fina” o de “los ofendiditos”. Sin embargo, más tarde comprendió que esto no era una guerra generacional: el desgaste es un síntoma de vivir de la sociedad capitalista moderna.

Según Helen, no tiene mucho sentido que los boomers critiquen a los millennials por su forma de ver la vida cuando precisamente los primeros fueron responsables de la educación de los segundos.

Somos lo que somos gracias a ellos, como un espejo oscuro en el que se ven reflejados. Pero algunos, en lugar de sentir empatía o bondad hacia nosotros, reaccionan diciendo que eres de 'cristal', como si fueras frágil”, señala la periodista.

La autora aclara que los millennials (nacidos entre 1980 y 2000) ya no son en su mayoría una generación de jóvenes. Hace tiempo que muchos no intentan conseguir el primer empleo, sino organizar sus vidas con un patrimonio que, según un estudio de 2018 por la Sistema de Reserva Federal de EE.UU., es un 20% menor que el de los boomers en el mismo momento de su vida. Pero nunca se prepararon para ello.

El eslogan aprendido era que a base de estudios universitarios, trabajo y esfuerzo se podía vencer al sistema para, al menos, vivir cómodamente. No ha sido así. Y para la generación Z (nacidos a finales de los 90), la diferencia entre la teoría y la práctica ha sido similar o incluso mayor. ¿De dónde viene este sentimiento? “Procede de una sensación de inestabilidad y precariedad de los boomers. Cuando tienes esa mentalidad, lo que enseñas a tus hijos desde muy pequeños es que tienes que convertir tu vida en un currículum para conseguir el mejor trabajo posible y tener seguridad”, explica la autora.

No tiene por qué ser así

Pero la generación no es lo único a tener en cuenta. Existen otros factores, como la raza, el género, el lugar de nacimiento o el estatus socioeconómico que también condicionan cómo es esa experiencia de desgaste. Por eso uno de los aspectos fundamentales del libro de Helen, según cuenta, ha sido evitar situar en el centro la experiencia millennial blanca de clase media. “Depende mucho de cuánta estabilidad tengas como individuo dentro de una sociedad. Si hay algo en tu vida, tu clase o tu identidad que te desestabiliza, eso es otro valor más dentro de la ecuación económica que tratas de resolver. Por ejemplo, si eres una persona negra en Estados Unidos en tu día a día también te preguntas, ¿por qué la gente asume cosas de mí por el color de mi piel?”, reflexiona la periodista.

En su análisis, Helen hace hincapié en dos elementos que según ella son determinantes para entender el desgaste de los millennials en su país: lidiar con la deuda de la universidad y la contratación de un plan de pensiones privado. Son preocupaciones que al menos por ahora no están tan presentes en países como Argentina o España. “La deuda estudiantil en Estados Unidos es un gran obstáculo, pero solucionarla no acaba con los otros problemas. Los países pueden proporcionar redes de seguridad, y tener pensiones o sanidad pública es un avance enorme, aunque esto es parte de la solución”, observa la escritora.

Al final del libro no existe una gran revelación como resolución al conflicto, ya que sería imposible e irreal, pero sí hay esperanza. Para Helen el punto de partida podría ser la interiorización de una simple frase: no tiene por qué ser así. “Creo que los millennials somos una fuerza enorme y gran parte de la población actual. Cuando decimos que 'esto no es suficiente o ya no puedo más', eso se convertirá en cambio político. Ahí está la esperanza”.

La filosofía se acerca a la tecnología

Wittgenstein fue un genio de la filosofía. Su aportación podría ser clave para implantar una Inteligencia Artificial más conectada con la filosofía. Un artículo de Xavier Alcober que inaugura una nueva propuesta de información tecnológica de InfoPLC++ con foco en el pensamiento


Xavier Alcober Fanjul nació en Barcelona (1956) y es ingeniero con experiencia en el diseño de sistemas de automatización de procesos. A lo largo de su carrera profesional ha desempeñado funciones de profesor de tecnología, dirección técnica, comercial y gestión empresarial. Colabora regularmente con medios de comunicación y ha participado como conferenciante en distintos foros. Es autor del libro Buses normalizados para tarjetas basadas en microprocesador.

Hay cuestiones relacionadas con la filosofía que inquietan sensiblemente a la comunidad técnica. Cómo asegurar que la tecnología se utiliza de forma ética o cuáles son las líneas rojas de la AI (Artificial Intelligence), son algunos ejemplos. Wittgenstein fue un genio de la filosofía. Su aportación podría ser clave para implantar una Inteligencia Artificial más ética.

Algunos dicen que la mentalidad de un filósofo está lejos de la de un técnico, el primero con habilidad para navegar por conceptos relativamente abstractos y el segundo con una propensión extrema a medir y controlar los procesos del mundo real con el mínimo error. En cualquier caso, tópicos aparte, tanto la filosofía, la ciencia o la tecnología presentan metodologías y discursos que pueden divergir sensiblemente. No obstante, la filosofía se ha ido acercando progresivamente a la ciencia, más de lo que a primera vista pueda parecer, especialmente durante el periodo del siglo XX.

Se pueden citar varios exponentes en esta línea, pero hay un genio de la filosofía que llama poderosamente la atención. Se trata de Ludwig Wittgenstein que para muchos de sus colegas fue el filósofo más importante del siglo pasado. Sus seguidores afirman que cambió la filosofía para siempre.

Entender a Wittgenstein

A lo largo de su vida, Wittgenstein sólo escribió un libro con menos de 100 páginas (publicado en 1921), titulado Tractatus Lógico Philosophicus. No obstante, su obra se completa con Investigaciones Filosóficas, un compendio de reflexiones que se publicó después de su muerte (1951).

Primero perfilemos la figura de Wittgenstein. Nació en Viena (1889) y fue el último de ocho hermanos de una de las familias más ricas de Europa (aunque él renunció a su herencia). Tres de sus hermanos se suicidaron y él lo intentó en más de una ocasión. Estudió ingeniería aeronáutica en Manchester, pero su pasión por la filosofía se fue intensificando hasta tal punto, que decidió abandonar su formación técnica e instalarse en Cambridge para estudiar filosofía. Fue discípulo de Bertrand Russell, que rápidamente se percató del gran potencial que tenía aquel alumno y lo convirtió en su protegido. Wittgenstein era un perfeccionista radical y eso le impedía llegar a escribir las ideas que iba elaborando. Al final, el propio Russell llegó a tomar notas de los debates que mantenían.

Pero Wittgenstein se cansó de aquel ambiente universitario y pensó que no tenía más que decir sobre filosofía; regresó de nuevo a Austria, para trabajar como profesor en una escuela rural de primaria. Posteriormente, estalló la Primera Guerra Mundial y se alistó en el ejército Austrohúngaro. Una vez terminada la contienda, siguió alejado de la universidad, pero su obra ya se había publicado.

El Tractatus marca su primera etapa de pensamiento, un texto ambicioso, que se da a múltiples interpretaciones. Con el paso del tiempo, sus colegas británicos lo reclamaron y finalmente decidió regresar a Cambridge (1929). Para entonces, el Tractatus ya se había difundido ampliamente y Wittgenstein era toda una celebridad. A su llegada a Inglaterra, acude a recibirlo nada menos que John Maynard Keynes, que llega a comentarle a un amigo: “¡Dios ha llegado!: nos hemos encontrado en el tren de las 5:15h”. Es entonces cuando se inicia la segunda etapa de sus pensamientos.

Teoría figurativa y mucho más

Gottlob Frege y Bertrand Russell, entre otros, ya habían anticipado lo que sería la filosofía analítica, pero es Wittgenstein quién le da un nuevo y singular impulso. Precisamente, quizá es en este periodo cuando filosofía y tecnología registran uno de sus máximos acercamientos.

Intentar sintetizar en pocas líneas el pensamiento de Wittgenstein es tarea compleja. No obstante, en el resumen que sigue, un técnico de software o un diseñador de procesos encontrará familiaridad con los diversos puntos que se apostillan (siempre guardando las distancias). De hecho, Alan Turing, uno de los precursores de la informática e inventor de la máquina Enigma, acudió a las clases impartidas por Wittgenstein en Cambridge.

La filosofía analítica es básicamente una filosofía del lenguaje. Se cuestiona el significado del propio lenguaje, como por ejemplo mesa, antes de lo qué es la cosa en sí. Para Wittgenstein, el lenguaje es como si pintara gráficos que crean imágenes objetivas en la conciencia. Concluye que lo único que puede analizarse es el lenguaje.

Wittgenstein piensa que el mundo real es la totalidad de los hechos que acontecen. El lenguaje es una colección de “proposiciones” y cada proposición puede ser verdadera o falsa. Una proposición verdadera expresa un hecho real (por ejemplo, el gato se estira en el suelo); existen igual número de hechos reales que de proposiciones verdaderas (teoría figurativa o de las imágenes). Como las proposiciones copian al mundo real, si se analizan todas las proposiciones, se puede analizar el mundo completo. Guardando las distancias, es como si pudiéramos disponer de un singular digital twin, orientado al lenguaje, con el que poder filosofar con mayor precisión acerca del mundo.

Para Wittgenstein, una frase no verificable resulta siempre imprecisa respecto a la correspondencia con sus hechos; independientemente de que su contenido sea verdad o no, la frase será imprecisa, como consecuencia de haber hecho un uso incorrecto del lenguaje. Por ejemplo, proposiciones no verificables, como “Dios ha muerto” o “la virtud es conocimiento”, no tienen sentido y representan un uso incorrecto del lenguaje.

Wittgenstein afirma que las respuestas que ofrece la filosofía tradicional a cuestiones como ¿puede el ser humano llegar a alcanzar la verdad? o ¿Dios existe?, persiguen verbalizar algo que no se puede expresar con el lenguaje y, por lo tanto, no tienen respuesta (o no se pueden demostrar). En definitiva, para Wittgenstein, esta filosofía constituye un saber inútil por el uso equivocado de las palabras. Piensa que el verdadero papel de la filosofía consiste en determinar los límites de lo que puede decirse y de lo que puede ser representado por el lenguaje. Además, afirma radicalmente que “hemos de guardar silencio respecto a lo que no se puede expresar con el lenguaje”.

La frontera del lenguaje

En su segunda etapa, Wittgenstein introduce cambios. Su estudio filosófico del lenguaje vira hacia una perspectiva más pragmática. Se da cuenta de que el lenguaje científico y académico que se utiliza en Cambridge no es óptimo pues, directa o indirectamente, siempre deriva del lenguaje cotidiano. Por lo tanto, el lenguaje ordinario que utilizamos diariamente en nuestra conversación es el verdadero lenguaje original.

Pero adoptar el lenguaje cotidiano supone abandonar la correspondencia unitaria de proposición y hecho. Ahora hay más posibilidades, ya que el significado de las palabras y el sentido de las proposiciones estará en función del uso del lenguaje, su contexto y las características intrínsecas de cada comunidad que lo habla. A esta particularidad, la denomina “juego de lenguaje”. Con esta aportación, una proposición puede ser absurda si se utiliza fuera de su “juego de lenguaje” como, por ejemplo, “hace mal tiempo”.

Wittgenstein piensa que cuando se hace filosofía tradicional, se da un juego de “lenguaje enredado”, cuyas reglas no están determinadas, ya que es la propia filosofía que pretende establecer esas reglas (y así se alimenta un círculo vicioso).

Concluye que sólo el lenguaje es capaz de crear una imagen objetiva en la conciencia y lo único que puede analizarse es el significado de sus palabras (a eso lo denomina “giro lingüístico”). Sólo así se puede llegar a una filosofía objetiva. Wittgenstein vivió la Segunda Guerra mundial en Gran Bretaña y compaginó la docencia universitaria con otros trabajos no relacionados con esta actividad. Murió en Cambridge en 1951.

En síntesis, Wittgenstein intenta desarrollar las herramientas necesarias para conseguir una filosofía objetiva y científica, estableciendo límites a lo que puede decirse y a lo que no. Afirma rotundamente que: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Su influencia es enorme en la filosofía, especialmente en la anglosajona.

Wittgenstein y la AI

Wittgenstein consigue aproximar la filosofía a la ciencia y a la tecnología. Es atractivo reflexionar sobre la posibilidad de aplicar esa filosofía a la AI. Si Wittgenstein está en lo cierto, quizá es un emparejamiento casi perfecto para ambas disciplinas. Tecnologías como NLP (Natural Language Processing), DL (Deep Learning) o ML (Machine Learning), parecen idóneas para implementar esta funcionalidad. Además, los adelantos en gestión y orquestación de datos, para ser procesados con AI, avanzan rápidamente y contribuyen a una alimentación más consistente de los algoritmos. Incluso sería posible detectar proposiciones poco visibles y poder aflorarlas, ampliando las posibilidades del sistema.


Un aspecto que preocupa de la AI es su explicabilidad (XAI), es decir, disponer de la trazabilidad de los pasos que se suceden en el algoritmo hasta proporcionar un resultado. Esto es importante para conseguir que un humano pueda interpretar el proceso, si fuera necesario, disminuyendo el efecto de “caja negra”. La explicabilidad es imprescindible para cumplir con determinados estándares normativos o para permitir que los afectados por una decisión de la máquina puedan impugnarla. Si se aplica la elegante y estricta filosofía analítica de Wittgenstein a la AI, se tenderá a favorecer esa explicabilidad.

En cualquier caso, una aplicación interesante de la AI basada en Wittgenstein es que proporcione una preevaluación de un resultado para saber si cumple con determinadas exigencias. Aunque, según Wittgenstein, la ética queda fuera de los límites del lenguaje, su filosofía es clarificadora y podría contribuir a implantar modelos de AI que intenten dar respuesta a la ética, mejorando la estructura y reduciendo la complejidad del sistema. No obstante, otorgar a una “máquina” ese privilegio entraña riesgos, pero una funcionalidad limitada facilitaría enormemente la posevaluación humana para un cauce potencial masivo de acciones determinadas. Obviamente, para aspectos sensibles, el Human-in-the-Loop es necesario.

Por último, hay que añadir que Wittgenstein nunca se despedía con un “See you tomorrow”; pensaba que eso era predecir el futuro y él no podía hacerlo.

Susurros en el viento

Aún no tomamos plena conciencia respecto de lo que afecta el discurso neoliberal a las relaciones humanas en todos sus niveles. Intentando sostener formas que han perdido toda lógica y racionalidad, intentando encauzar en lógicas automatizadas y estandarizadas por esas mismas lógicas que han perdido racionalidad.

Dicho de otro modo, el algoritmo hoy automatiza y reproduce una lógica algoritmica que alimenta el poder, la concentración y la inequidad de todo tipo mas allá de las intenciones, discursos, esfuerzos y voluntades que en otros sentidos, intentan quienes trabajan en IA y proponen “humanizaciones” y “propuestas éticas”, en tanto en el discurso que contradice la matriz sobre la cual el hard y el soft actual producen sus productos. No es verdad que el diseño de la inteligencia artificial nace neutro.

Hablar de una ética para la inteligencia artificial es reconocer que le falta. El problema es que no es su carencia un atributo que por defecto u omisión surge de los diseños. Su carencia y omisión es un reflejo de la realidad social en las que las IA emergen y se desarrollan. Un intento de recuperar fuera la racionalidad que perdió en el propio ejercicio, la humanidad y su humana inteligencia, en sus relaciones a todo nivel, pero especialmente en los vínculos económicos mediados por el fetiche del dinero y su representación en la moneda, en tanto y en cuanto, es precisamente las formas de obtenerlo y acceder a concentrar moneda las que han quedado desprovista de ética y por ende se han distanciado de toda lógica racional humana que tiende al equilibrio en las relaciones humanizadas o producen enfrentamientos, grietas y luchas y conflictos de intereses y por el poder imponer al otro las formas que me benefician y que tornan al otro perdedor y a mi ganador en cualquier ámbito del que se trate.

Esta realidad no puede sino llevarnos a una crisis terminal de sistema de globalización neoliberal. No hay posibilidad en la medida que se profundiza todo sometimiento a lo financiero, ningún giro ético o racional que nos devuelva al equilibrio humanizado de las relaciones. A la solidaridad y la construcción común. Al sentido de identidad comunitaria y de valor de la vida en las relaciones con otras vidas igualmente valiosas.

 

La potencia y radicalidad de la crisis esta dada precisamente en la “imperceptibilidad” de que la civilización humana esta en un proceso de deterioro y decadencia del que ya no hay regreso bajo el imperio de estas mismas formas que alimentan máquinas de guerra y despilfarro, frente a muertes evitables, sufrimientos y guerras evitables, hambre evitables y un despilfarro de los recursos que termina dañando el equilibrio vital del soporte sobre el cual es posible la vida humana.

La Inteligencia Artificial, no es solución. Muy por el contrario. El boom de las criptomonedas y su crisis actual no es mas que la expresión palpable e irrefutable de esto, claro que se va a negar con miles de argumentos mentirosos, idílicos y perversos, para justificar una realidad de la que nadie quiere salirse y la alimentan inventando otra que “imaginan” innovadora, cuando solo se trata de confirmar, acelerar, automatizar las mismas formas de degradación humana que nos están llevando al colapso.

Del mismo modo se proponen rentas universales, apoyos financieros, créditos y mas créditos como las panaceas y soluciones a esta realidad que nos esta llevando a situaciones de muy difícil solución dentro de la ética, el valor de la vida y los derechos humanos. Nadie se salva solo. Cada quién debe hacer su parte.


Daniel Roberto Távora Mac Cormack



Comentarios

Entradas populares de este blog